La Flipped Classroom es un invento
prodigioso, al menos para mí. La clase se libera de esa rémora que es la
explicación de un tema por el profesor, algo que se me había hecho a lo largo
de mi historia como uno de los momentos más insufribles, ya que se es consciente
de la tensión del aula que no fija su atención y se distrae permanentemente si
no es que ya se produzca una desconexión ante las palabras del profesor que no
para de ver movimientos e interrupciones de todo tipo que contrapuntean la
explicación. Y ya sabemos que una explicación debería ser esencialmente breve.
Es raro que puedan mantener los alumnos la atención más de doce minutos en
algo, si es que esa atención se produce. Claro que hay excepciones, esos
alumnos ideales que siempre existen que tienen una capacidad de atender mucho
más desarrollada, pero no es lo general.
Así que no tengo que explicar teoría.
Aleluya. Esa se la doy por medio de vídeos que ven en casita cuando están solos
y sin distracción. Toman apuntes que me entregan al día siguiente. Unido al
vídeo hay preguntas que deben contestar. Lo he explicado en múltiples
ocasiones, pero no he resaltado lo libre que se convierte la clase sin ese peso
alevoso de la teoría. ¿Qué se hace en clase, pues? Profundizar, dedicarnos a
aprender, fomentar la curiosidad, hacer esquemas y mapas mentales, ejercicios
de léxico, retos de escritura –que les encantan-, y, últimamente he descubierto
a través de mi cuenta en Netflix, la
plataforma de series y películas a que me he suscrito, que hay una sección
dedicada a los documentales. Y los hay muy interesantes sobre todo tipo de
temas en general con un enfoque avanzado en la conciencia planetaria, y muchos
protagonizados por jóvenes que quieren cambiar su modo de estar en el mundo.
Otros son sobre el cambio climático, el trabajo esclavo, las drogas, música ...
Actualmente les estoy pasando un vídeo sobre una muchacha de su edad -14 años-,
Laura Dekker, que en 2010
protagonizó, tras una lucha en los tribunales, su sueño de dar la vuelta en
mundo en solitario en velero. El vídeo refleja los dos años de su periplo en
solitario y los lugares en que recaló mientras recorría los tres océanos del
mundo a la vez que nos va contando su historia, su relación con sus padres, el
día a día en el barco, trufado con expresiones juveniles que ellos encuentran
cercanas, sus muecas, su forma de pasar el tiempo en larguísimas singladuras de
más de veinte días sin ver tierra.
El vídeo está en holandés e inglés y
tiene subtítulos en castellano. Es prodigioso el interés que tiene para ellos
este vídeo. El ambiente en la clase es de atención total aunque van planteando
preguntas de cómo podía hacer tal y tal cosa la protagonista. La figura de Laura, que tiene su misma edad, repito,
es de un magnetismo poderosísimo para ellos. ¿Quién no ha soñado liberarse de
las clases y hacer lo que uno quiera? ¿Quién no ha tenido sueños de libertad
total que parecen irrealizables? Levantarse cuando uno quiera, comer a la hora
que quiera, no soportar a profesores aburridos ni a padres pesados. Ella, Laura, logra todo eso. Consigue
patrocinios para su viaje y se lanza, con el apoyo de su padre, a recorrer los
siete mares en soledad. Pero cuando llegue a sus escalas también pasará días y
días en diferentes lugares compartiendo su pasión con personas que la harán de
su familia. Todo esto nos lo cuenta el vídeo. Sus dos años de vacaciones en un
tiempo en que ellos tienen que estar atados a la silla, obedeciendo todo tipo
de órdenes, horarios, materias cuyo interés no entienden y no sé si entenderán
algún día. Laura es una heroína para
ellos, les deja boquiabiertos. Es posible la aventura en el mundo. Es posible
realizar los sueños, pero para eso hay que tenerlos y poseer una extraordinaria
fuerza mental, como Laura. No es
fácil estar en soledad tanto tiempo, a merced de las tormentas, las corrientes,
la lejanía de todo lo suyo. Laura
toma en sus manos su vida y hace con ella lo que desea. Es una muchacha como
ellos que anhela vivir en libertad, tanto que al cabo de los dos años, es
imposible que esta muchacha vuelva a la vida normal, en un instituto encerrada.
¿Quién lo haría? ¿Quién, después de haber dado la vuelta al mundo durante dos
años, aceptaría pasar las horas que pasan nuestros alumnos inmersos en un
sistema de enseñanza coercitivo en un tiempo en que se anhelan aventuras y se
tienen sueños?
La sociedad es profundamente represiva.
Se nos encarcela durante quince años de enseñanza obligatoria aprendiendo algo
que en el noventa por ciento es inútil. Los adultos estamos controlados por los
bancos, por Hacienda, por las farmacéuticas, por las hipotecas, por la
industria del automóvil, por el miedo en general a perder. Y creemos que
nuestros hijos deben vivir también en una cárcel para poder colocarse algún día
en algo que les permita tener hipoteca, créditos, automóvil, vacaciones
express, jubilación... Y creemos que esa es la vida, estar siempre encerrados
haciendo lo que otros nos dicen. Es lo que enseñamos en la escuela. El mundo se
ha hecho profundamente opresivo. Vivimos más, es cierto, pero lo hacemos
controlados y aceptamos ese control en aras de la seguridad, de modo que
legitimamos la coerción como modo de vida. Eso es la escuela, un secuestro
legal durante quince años por lo menos para hacerse un hombre o mujer de
provecho. El provecho que otros han ideado para nosotros.
La fascinación que les produce Laura Dekker es por eso. Es como ellos,
exactamente como ellos, pero se ha escapado y es libre. Vive su pasión por el
mar en absoluta libertad, habla idiomas y tiene una cultura vital y cultural a
través de su formación emocional y sus viajes que es totalmente imposible de
adquirir en un aula, lugar en que sospecho que solo se aprende el miedo.
Yo, si pudiera, crearía un espacio que
sería exclusivamente para ver documentales sobre naturaleza, biología, experiencias
llevadas a cabo por jóvenes de carácter libre y solidario, la realidad del
mundo en todos los sentidos. Algo que abriera ventanas a lo que pasa fuera. Habría
que derribar las paredes de las aulas. Algo.