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miércoles, 4 de enero de 2012

Lugares comunes


                                               Grupo escultórico de Juan Muñoz
Este es el título de una película espléndida de Adolfo Aristaráin de 2001, pero es también la expresión de una frase hecha que se refiere a algo desgastado por el uso, carente de originalidad, fruto de la copia o de la simplificación... Cuando escribo temo regirme por los lugares comunes, y temo encontrarme con ellos cuando leo lo que otros escriben. No es difícil reconocer un lugar común, toda idea que sea digna de esa denominación supone un riesgo, un ponerse ante el abismo del equilibrista que anda por la cuerda floja... Los lugares comunes se ponen a salvo por la aquiescencia popular, son lo que la mayoría demoscópica quiere o piensa. Son populares y tienen enorme audiencia. No hay nada tan poderoso que un lugar común. Están avalados por la necesidad de seguridad que tienen los niveles más profundos de nuestra psique, que ansía conocer dónde se está y estar cómoda allí donde se esté. Nos ofrecen seguridad. Si son compartidos por una amplia mayoría, es casi seguro que no nos equivocamos, y además uno a partir de determinada edad (la adolescencia es proclive ya a esta práctica del no pensamiento, no digamos ya otras edades más avanzadas) no tiene ganas ya de aventuras que nos dejen a la intemperie, que nos expongan al vacío, que nos lleven al riesgo. 

Los lugares comunes son cálidos, son como un sillón de orejas bien mullido, y, si los revestimos de los ornamentos adecuados, parecen originales, fruto de la propia elaboración. Una vez, un bloguero amigo habló sobre nuestra colocación física en los lugares que frecuentamos. Siempre nos solemos sentar en sitios parecidos, nos gusta ver las cosas desde una perspectiva conocida, que no nos suponga riesgo. Nos hemos habituado a ella. Estos son los lugares comunes: nos ofrecen comodidad, calor, seguridad... Fuera de ellos está el riesgo, el frío, el miedo, la intemperie... Nos acogemos a ellos con verdadera vocación. En el mundo de los blogs es evidente esta tendencia. Hay quienes escriben para sentirse cómodos, no por el placer del riesgo, y hay quienes escriben poniéndose en la cuerda floja y es evidente su deseo de bordear los límites. Hay quienes saben que no podrán equivocarse porque lo que dicen es mayoritario, es fruto del consenso social y de los buenos sentimientos, de las ideas preestablecidas, de los espacios compartidos...

Cuando leo aportaciones de mis alumnos en sus composiciones, en los debates, en los foros más íntimos, me doy cuenta de la presencia de los lugares comunes, de la falta de originalidad profunda, de la copia, y también de las aportaciones genuinas que llevan a posiciones arriesgadas. Esto no quiere decir que yo esté de acuerdo con ellas. Mi simpatía por la originalidad no depende de mi conformidad con sus opiniones o ideas, no, mi pasión por la personalidad nítida deviene porque la amo por encima de todas las cosas aunque se revele en las antípodas de mi modo de ver la realidad. La impresión general que tengo es que para tener una posición personal es necesario haberse habituado a la soledad, exenta de toda autocomplacencia, que es necesario haber conocido el dolor en toda su dimensión, la inseguridad, la exposición a la marginalidad, y practicar la disidencia con todos sus peligros.

Una variedad del pensamiento común es el dominado por la prepotencia. Lo vemos en las cadenas televisivas. En ellas se afirma lo más manido con una contundencia que es violenta. Y recibe, en consonancia, adhesiones masivas de la audiencia.

En contrapartida, existe la posiblidad del pensamiento en el filo, cuando se reviste de la apariencia de un lugar común, y poco a poco va revelando su vocación abismática. Es una forma de engañar, pero muchos se quedarán en la apariencia tranquilizadora, y no seguirán el viaje hasta el desierto. Porque salirse de los lugares comunes nos lleva a la soledad, al enajenamiento, al vacío. Y no hay red de seguridad. Se siente miedo.

Sentimos miedo, mucho miedo, cuando nos aventuramos en lo incierto, y nos arriesgamos a proponer una posición en la multiplicidad de senderos del bosque que pueden llevar a la cabaña de la bruja. El bosque es la expresión más compleja de nuestra psique, nos desconcierta, y no hay nadie que no tema perderse en él y más en la noche. Avanzar por el bosque en la noche, nos lleva a cagarnos en los pantalones.

domingo, 1 de enero de 2012

¿Merece la pena f….. en año nuevo?



Escucho en mi Mac Mood Indigo interpretada por Charlie Mingus. Me dejo llevar por esa melodía nostálgica que me lleva a antros del Harlem en que músicos negros atormentan saxos y trompetas en noches de gimlets y muchachas negras que se contonean despertando nuestros deseos más ocultos.

Pienso en los subterráneos que me han acompañado en mi vida como lector de literatura, esa amante esquiva a la que me gusta tratarla como puta, sabiendo que nunca la tendré asegurada como cliente. Me disgustan los ditirambos políticamente correctos en que se nos dice que la literatura es maravillosa, que nos abre mundos, que estimula la imaginación, que nos pone en otras vidas para ser vividas... y los responsables políticos impulsan campañas lectoras para poner los libros al alcance de todos... No, no y no. Leer es un acto irresponsable, subversivo y el poder no puede estimularlo, debería temerlo, pero no lo teme me pregunto por qué. Suena un saxo de Charlie Mingus y me imagino en un bar de mala muerte -recuerdo- leyendo en un verano eterno fuera del tiempo Moby Dick durante horas y horas tomando cafés y cafés... Odio la literatura y pienso que alguien en su sano juicio debería odiarla. Uno no sale igual después de una experiencia total de ser en la lectura. Los libros -los buenos- nos cambian, nos amenazan. He leído muchos libros en bares con el sonido de fondo de las conversaciones, el chocar de los vasos y la música de fondo... y he encontrado en esas tardes pegadizas el placer de follar , imaginar otras historias... No entiendo la literatura sino como el ansia enfermiza de lograr lo que no se posee, de sustituir la vida trivial que nos envuelve por otra vida más alta, más exótica, más compleja... Hay quien ve en mis escritos auténtica pornografía personal. Amo la pornografía en el sentido más intenso del relato: la que implica desnudamiento interior y acciones pedagógicas en que los condones quedan colgando de las lámparas cuando la señora de la limpieza llega y se escandaliza porque ve el semen de la lectura colgando y chorrendo.

Dudo y no sé si mi vida hubiera sido más plena siendo profesor en una universidad de California, o como responsable político del instituto de la mujer en Zaragoza. Mi vida me ha llevado a la irrelevancia, a sentarme -engordando- frente a un MAC y disfrutar escribiendo lo que sé que no escandalizará ni a las viejas. Tal vez escribo para ellas y para jóvenes de veinte años... pero confieso que he vivido. No hay vida que no sea plena en la microfísica del instante. No hay vidas que valgan más que otras. La vida de Ismael en la persecución de la ballena blanca equivale a mi historia sentado en mesas de cafés inmundos con olor a frituras leyendo su historia desoladora. No entiendo el tiempo sino como sustitución energética del ser en su devenir caotico. Escribo y no entiendo lo que escribo pero suena música de jazz de una de mis infinitas reencarnaciones como lector, como trompetista de jazz, como follador en tardes de cerveza junto a cuerpos adolescentes en la lejanía del tiempo, leyendo Ventanas de Manhattan de Antonio Muñoz Molina o El Horla de Guy de Maupassant... Recupero el ritmo, el ser como lector que lleva a mi vida trivial a la más alta reverberación como aventurero, a la vez que suena Haitian Fight Son en mi spotity. No pienso en mi disociación entre mi alma abúlica barojiana y mi ansia aventurera que me llevará a mis setenta años -dentro de dos décadas- a las playas de Thailandia. No, no pienso que la literatura sea un placer fácil y cómodo. Pienso que los libros son una amenaza, que leer Los hermanos Karamazov o Moby Dick no es un ejercicio sencillo. Uno odia a la literatura como una puta y la ama por la misma razón. ¿A quién no le hubiera gustado pagar por lo que lee. ¿Por lo que ama? Probablemente los lectores improbables de estos fragmentos de año nuevo no entiendan nada, pero no hay nada que entender, sólo sensación, experimentación del placer de ser trivial, de ser nada y nadar a la vez contracorriente y estar a la misma altura que Charlie Mingus en un antro del Harlem o de Herman Melville cuando escribía Barleby el escribiente. Y es que la literatura no debería ser difundida y ofrecida como la sesión de patatas fritas que come uno delante de una película americana de adolescentes estúpidos. No, la literatura en largas e impredecibles tardes de verano nos lleva a parajes inexplorados para nosotros mismos. Uno no es más grande por lo que ha hecho en su vida. No hay vidas más valiosas que otras. La vida más vulgar es extraordinaria. Todos nacemos entre lágrimas y caca y morimos del mismo modo. Quevedo y Charlie Mingus en el fondo. Me tiro pedos y eructo, y a la vez encuentro el camino para volver a la literatura, esa oscura amante de tardes de adolescencia con la que follaré inexplicablemente hasta que suene de nuevo Mood Indigo.

Pero no se preocupen los lectores, esto es pornografía sentimental que dedico a mi alter ego María que se obstina en echar azúcar a la realidad cuando lo que yo ansío es tumbarme bocarriba y lanzar denuestos contra el mundo y la realidad y recuperar las sensaciones adolescentes de lector incontaminado por la experiencia de la vida.

No sé si se ha entendido pero me da exactamente igual. Es año nuevo y uno tiene derecho a mentir como le dé la gana. 

domingo, 25 de diciembre de 2011

¿Merece la pena luchar por ser el número uno?


Bobby Fischer. 

Escucho mientras escribo So what de Miles Davis. Está en su mítico álbum Kind of blue. Pienso en si merece la pena luchar por ser el número uno en algo. He leído hoy el artículo sobre el jugador español de ajedrez Paco Vallejo, campeón mundial juvenil a sus diecinueve años, pero que abandonó el terreno de la competición máxima, contentándose con lugares discretos en el ranking mundial cuando, a juicio de muchos, podría estar entre los primeros ajedrecistas del mundo. Parece que en un viaje internacional encontró un texto taoísta que le cambió el modo de estar en el mundo y le llevó a relativizar la lucha por llegar a la cúspide. No merecía la pena hacerlo. Algunos le arguyeron que cuando uno tiene talento tiene la obligación moral de llegar a lo más alto, de desarrollarlo al máximo. Paco pensó tal vez que el esfuerzo por ser el mejor no es sano. Uno recuerda al jugador Bobby Fischer que en la cima de su carrera la abandonó en cierto sentido tras ganar el campeonato mundial y no volvió nunca a competir, tras haber derrotado a Spassky. Seguí este campeonato en mi juventud con apasionamiento y reproducía todas las partidas entre los dos genios del ajedrez.

¿Hay alguna ingenuidad mayor que intentar demostrar que se es el número uno? Entiendo que haya algunos ofuscados que lo intenten, que logren durante un tiempo serlo, hasta que alguien los desbanca. Siempre hay alguien más rápido, más inteligente, más hábil, más ambicioso que lo que es uno. Siempre hay un pistolero más rápido que el más rápido pistolero del far west. Y te mata aunque sea a traición.  El éxito es un veneno que embriaga, es transitorio y supone siempre el esfuerzo de mantenerlo, de satisfacer las expectativas que otros se ocupan de alimentar sobre ti.

Pero luchar por ser el número uno es inútil, otra cosa es serlo y que se reconozca a posteriori. La competición es un terreno que solo estimula a los espectadores que nutren las expectativas de los contendientes para vivir de ellos, para aprovechar su esfuerzo, hacerlos subir y luego, si se puede, hundirlos en la sima del fracaso, en la decadencia que inevitablemente vendrá. Pero ¿qué droga más poderosa hay en intentar ser el mejor? El taoísmo nos enseña, como le mostró a Paco Vallejo, que el éxito y el fracaso son las caras de una misma moneda, que uno está contenido en el otro, que uno no puede triunfar sin llevar implícita la realidad de fracasar. Fracasamos inevitablemente por mucho que nos esforcemos en triunfar, en perseguir el éxito y que tengamos talento para ello. El fracaso es, no obstante, uno de los alimentos más estimulantes de la vida.

En mi carrera como profesor algún compañero me ha recordado que durante un tiempo fui un número uno, pero luego la realidad me había ido arrumbando en la mediocridad, en el fracaso, en una situación en la que  ni siquiera los alumnos más brillantes veían en mí ningún punto de referencia. Esto me abrumó, pero mirado en perspectiva me ha enseñado mucho.

Es un error pugnar por ser el mejor, por intentar ser un punto de referencia, es mejor la sensación de trabajar con honestidad, con sentido común, con ganas... Sólo los tontos pretenden ser los mejores. Si alguien lo es, no dejará el tiempo de mostrarlo. Me inquieta además el sentimiento de autodestrucción de algunos de estos mejores. Pienso en El Perseguidor de Julio Cortázar, inspirado en la epopeya jazzística de Charlie Parker. Entiendo ese sentimiento de autodestrucción que va asociado a la leyenda de los mejores.

Paco Vallejo, este magnífico jugador de ajedrez, podría estar luchando por pertenecer a la división de honor de este deporte intelectual. Pero leyó a tiempo un texto taoísta que le enseñó el sentido de la moderación en la vida. Sólo los inseguros, sólo los pobres, sólo los que están llenos de miedo, luchan tal vez por ser los mejores para demostrarse algo a sí mismos. El que se siente seguro de sí no lucha por ser el mejor. Es una lucha estéril que solo conduce inevitablemente al fracaso tarde o temprano. Esto incluye la pugna por tener razón, por demostrar que los argumentos de uno son los mejores y que invalidan los del contrario cuando toda pugna demuestra que los dos lados de la polémica cuentan con razones sólidas. A y B son contrarios pero los dos tienen razones de ser.

No merece la pena luchar por tener razón ni por ser el número uno. Es una dependencia enfermiza la que nos lleva a ello. Si alguien pretende tener razón con demasiada insistencia, con demasiada convicción, hay algo que falla. Inevitablemente el que cree tener la verdad, se demuestra que se equivocaba. Y el que lucha por la victoria termina fracasando, solo es cuestión de tiempo. 

jueves, 22 de diciembre de 2011

El sentimiento del vacío



Durante estas fechas navideñas voy a iniciar un ciclo de reflexiones sobre alguna noticia que aparezca en la prensa y que me conmueva especialmente en consonancia con mis estados de ánimo. No voy a hablar de educación salvo que haya alguna crónica que tenga un añadido especial y que llegue a encajar en este apartado de Historias sorprendentes.

Hoy voy a hablar de Fabrice Champion, un trapecista francés extraordinario, formado en el Centro Nacional de las Artes Circenses de Chàlons-en-Champagne. Hacia 1992, acabada su formación, formó un grupo que le llevó a actuar en la calle con un camión a modo de trapecio. Unido a tres trapecistas más formaron el grupo Les Arts Sauts y crearon números que revelaban la más extrema sincronización y un sentimiento de ingravidez prodigioso. Podéis ver el vídeo que abre el post, realizado hacia 2002.

Pues bien, este trapecista formidable tenía que actuar en el Forum de las Culturas barcelonés de 2004. En uno de los ensayos, sufrió un gravísimo accidente chocando con un compañero en el aire, a consecuencia del cual quedó con la médula espinal afectada, de modo que acabó en una silla de ruedas. No se rindió y se sometió a los ejercicios de rehabilitación con una devoción y entrega extraordinarias a pesar de su dureza como los que siguió en Moscú. Se interesó por el budismo. Hay un documental, que estoy intentando localizar, titulado Acrobat de Olivier Meyrou en que se recoge su voluntad de superación y su lucha por no rendirse bajo ningún concepto. En algún momento llegó a escribir que si tuviera que elegir -fijaos- entre volver a andar o alcanzar la confianza en sí mismo, elegiría esto último.

Me ha seducido su figura y me han fascinado sus ejercicios de trapecio y que continuara siendo profesor ahora de jóvenes trapecistas en la escuela de Rossny cerca de París.  La prensa publicaba hoy jueves 22 de diciembre la noticia de su muerte en Perú el pasado 26 de noviembre. Había iniciado un largo viaje con destino a la selva amazónica donde quería participar en un ritual chamánico. Se fue solo. Tras un largo viaje en avión, en helicóptero después y en piragua luego, llegó al escenario de Fitzcarraldo donde quería participar en un curso de medicina amazónica. En esta región tuvo lugar la aventura de Werner Herzog para filmar su mejor película y que recogía la aventura de Fitzcarrald, cauchero peruano por construir un palacio de la ópera en plena selva amazónica. A partir de esto, escribió Herzog su libro La conquista de lo inútil.

Fabrice Champion murió allí tras ingerir unas hierbas durante un ritual chamánico a los treinta y nueve años.

Esta es la noticia que he leído esta mañana y no ha dejado de rondarme durante todo el día. Me parece una historia llena de magia, incluida su muerte que no sé por qué he envidiado. Tiene que ser una gozada poder morir en una ceremonia de autoconocimiento tras un viaje espiritual como el que él inició. Probablemente él no quería morir. Todo ha mostrado su voluntad inquebrantable de superación en la desgracia. Fabrice era alguien fascinado por la ingravidez. En esas décimas o centésimas de segundo en que en el trapecio se soltaba de las barras para dar una contorsión en el aire y volver a agarrarse a las manos de un compañero, le hacían sentir el sortilegio de la inconsistencia de la vida y de volar en medio del vacío. No es fácil curarse de eso. Quien ha vivido aunque sea solo parcialmente una experiencia de ingravidez ya jamás vuelve a ser el mismo. En su silla de ruedas siguió con su viaje luchando día a día por su recuperación que nunca dio por perdida. Su experiencia del budismo que imagino profunda y esclarecedora le hizo contemplar la vida de otra manera y que acentuaba su sensación de vacío en el trapecio. El ser humano es una criatura con una realidad física y una vocación espiritual. Me fascina que dijera que prefería tener confianza en sí mismo más que volver a caminar.

Me hubiera encantado acompañarlo en su viaje chamánico. Pero cada uno tiene su viaje. El mío es mío, solamente mío.

El problema central de la vida es encontrar el lugar. Él lo encontró. Y ya no necesitó volver. 

martes, 20 de diciembre de 2011

Bachillerato en tres años

                                                              Sistema educativo alemán
Uno de los principales problemas del sistema educativo vigente en España proviene del carácter generalista de la ESO orientado a la promoción y obtención de un graduado  en función de las competencias básicas. Ello provoca inevitablemente una conformación de un sistema igualitario que no conlleva un nivel adecuado en conocimientos y plantea una dinámica escasamente exigente, salvo que se tenga la opción de cursarlo en escuelas privadas de alto rendimiento y fuerte selección social.

Nuestra ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria) comprende de los 12 a  los 16 años en cuatro cursos. En el cuarto curso se opta por los itinerarios en los que el alumno puede escoger algunas asignaturas para conformarlas según sus opciones futuras (Bachilleratos, Módulos Profesionales, Inserción en el mercado laboral).


El bachillerato dura dos años, pero recoge inevitablemente los ecos de lo que ha sido la ESO de carácter básico y generalista. Nuestros bachilleres se ven forzados en poco tiempo a cambiar su modo de funcionamiento para orientarse a una mayor exigencia, pero no cabe duda de su procedencia en cuanto a conocimientos y hábitos de trabajo.

¿Es corto nuestro bachillerato de dos años? A mi juicio sí. Coincido con la necesidad de ampliarlo un año más para crear un espacio autónomo que conforme un estilo de trabajo y exigencia diferentes de la ESO. Muchos de nuestros alumnos de bachillerato tienen que repetir una o dos veces para obtener el título, y la razón estriba en que están acostumbrados a un bajo nivel de tensión de trabajo, lo que los hace lábiles, incapaces de enfrentarse a un nivel mayor de exigencia.

La propuesta de Mariano Rajoy puede ser positiva, pero siempre que no se amplíe un año más la estancia en el sistema educativo. Ahora la edad media en acabar el bachillerato son 18-19 años. Sería contraproducente prolongarlo un año más. No creo que esa sea la solución que llevaría a encontrarnos a muchachos entrados los veinte años en un instituto. Alguien aviesamente ha insinuado que esa sería la intención real: la de retrasar un año la entrada en el mercado laboral.

Sólo queda reconvertir el cuarto de la ESO y readaptar el sistema educativo. Actualmente como decía ya hay una cierta reorientación en ese curso en torno a los itinerarios. Es ya edad para estar cursando un bachillerato. No olvidemos que en el sistema educativo anterior (el BUP), el bachillerato comenzaba a los catorce años y duraba tres años más el COU. Sería oportuno comenzar el bachillerato a los quince años y que éste se extendiera por tres años, lo que daría lugar a un clima diferente de rendimiento y eficacia, a la vez que se podría plantear dar un nivel crecientemente más exigente.

                                                  Sistema educativo británico
Que esto pone patas arriba el sistema educativo, no me cabe duda, pues el imperativo legal es la escolaridad obligatoria hasta los 16 años. ¿Cómo se articularía? Es perfectamente posible hacerlo según se desprende de los distintos sistemas educativos europeos. Hay distintas fórmulas como la de los liceos profesionales franceses que comienzan a los quince años, en los que sería obligatoria la estancia durante un curso hasta cumplir los 16. Esto serviría tal vez como estímulo para prolongar la educación profesional y hacer ver que es necesaria una especialización técnica antes de entrar en el mercado laboral, más estando como está la situación económica. En Alemania comienza a los 15 también la segunda fase de la escuela secundaria.

Creo que es perfectamente posible esta reorientación del sistema educativo teniendo en cuenta la perversión del modelo que generalizó la LOGSE y que ha llevado a los institutos a ser escuelas de formación básica con un bajo nivel de exigencia lo que lleva a los bachilleratos a ser meras continuaciones del espíritu y ambiente de distensión intelectual. Además esponjar un bachillerato en tres años permitiría poder impartir con mayor eficacia asignaturas que ahora solo tienen una presencia simbólica.

Eso sí, siempre que no se opte por la solución indeseable de prolongar un año más la estancia en el centro educativo para retrasar la entrada en el mercado laboral y la consiguiente reducción del número de desempleados. Solo es cuestión de imaginación y acertar con los planteamientos para resolver el problema central que es cómo articular este comienzo anterior con la estancia obligatoria hasta los 16 años. Es fundamental prestigiar de nuevo el bachillerato que ha caído en un desmerecimiento  impropio a su importancia. 

sábado, 17 de diciembre de 2011

Otra vez emigrantes



Hace cuatro o cinco años, El País publicó un reportaje sobre la realidad de España como país receptor de inmigrantes. La población española se había incrementado en varios millones de habitantes por la llegada masiva de personas de aquí y allá. Norte de África, Latinoamérica, Rumanía, Pakistán entre otros eran los proveedores de nuevos españoles. Hubimos de acostumbrarnos en los últimos doce años a un nuevo paisanaje con todas las contradicciones que suponía, contradicciones y riqueza. Nosotros que habíamos sido un país de emigrantes parecía que el bienestar esta vez era el reclamo para que vinieran muchos otros en busca de unas mejores condiciones de vida.

Sin embargo, todo ha cambiado en tres años y más en este último. La crisis ha invertido totalmente la situación. Ahora son los jóvenes profesionales españoles, con amplia formación académica (carreras, másteres, idiomas), los que están iniciando el camino del extranjero. Este último año son más los que se han ido de España que los que han venido y en buena parte son algunos inmigrantes que vuelven a sus países de origen, pero sobre todo son jóvenes que ven su camino cerrado  por completa que sea su preparación académica.

A nadie le gusta irse. Supongo que para muchos jóvenes de 25-35 años será un plato de difícil digestión el hecho de tener que hacer la maleta, meter las cuatro pertenencias e irse en busca de un país de acogida que permita el desarrollo profesional: Alemania, Reino Unido, Norteamérica, países nórdicos, Latinoamérica, Australia, Oriente... Esto supone una sangría difícil de asimilar. Son los mejor preparados que han recibido una formación universitaria en España y que se van a ejercer en otras latitudes. Es un drama para ellos que se van y un drama para todo el sistema que los había formado... y también para nosotros que nos quedamos.

Me pregunto cuando estoy dando una formación a mis alumnos qué decirles del futuro, del valor de su esfuerzo (en el caso que lo estén haciendo). ¿Qué perspectivas les esperan por mejores que sean sus expedientes? ¿Puedo decirles que los estudios son la vía a una vida laboral? ¿Empezamos a hablar de que quizás tengan que irse a menos que se enfrenten a una situación en que el  paro juvenil es próximo al 50 por ciento, y que solo les quedarán condiciones precarias y sin ninguna perspectiva en el caso de que consigan algún empleo? ¿Puede nuestro país ofrecer expectativas a los jóvenes que están estudiando ahora, en especial a los mejores académicamente hablando?

Las medidas que tomará Rajoy no son difíciles de imaginar. Y tampoco es difícil de imaginar que aumentarán el paro y la precariedad, además de reducir el consumo... La economía está en un punto muerto, sin hálito para generar empleo, y todo parece indicar que va a ir a peor. Es una situación que afecta a una producción extremadamente frágil como la nuestra que creció en el aire por la especulación urbanística.

¿Cómo afectará esto a mis alumnos? Muchos de ellos son hijos de inmigrantes. Algunos de ellos ya están retornando a sus países de origen o buscando otros destinos. El que llegue ahora a España sabe que no hay trabajo para nadie. ¿Cómo debo orientar mi tarea profesional en este marco de falta de perspectivas?

No sé. Lo bueno de trabajar con adolescentes es que ríen, que buscan los motivos para reír, que tienen esperanzas tal vez porque no son muy conscientes de la situación real  por que estamos pasando. O tal vez sí la conocen. Seguro que en sus casas están notando, como lo notamos todos, el impacto de esta crisis que no ha tocado fondo. En algún sentido, prefiero este ambiente que el que vivía hace cinco años cuando los alumnos abandonaban los estudios a los dieciséis años y se iban a la construcción a ganar más que los profesores a los que consideraban unos pardillos, igual que a sus compañeros que seguían estudiando.

Ahora la realidad ha puesto las cosas en su sitio. Estos muchachos están en el paro, pero los que estudiaron también lo están, y muchos están barajando la posibilidad de irse con harta desolación. Dicen que emigrar no es un plato de buen gusto para nadie. Ahora tal vez volvamos a necesitar que los países de acogida sean benévolos con nosotros, con los que habrán de irse nadie sabe por cuánto tiempo. En principio siempre se va uno por un tiempo con la esperanza de volver en cuanto las cosas mejoren, pero es un camino, como bien sabemos por la experiencia pasada, que nadie sabe con certeza qué pasará. Muchos de los que se vayan ahora lo harán por largo tiempo y algunos ya no volverán. Nadie conoce las circunstancias que se generarán en su deriva en búsqueda de una vida mejor que aquí en España no se puede ofrecer. 

jueves, 15 de diciembre de 2011

Claustrofobia



Para los ajenos al gremio de la tiza (ya pizarra digital con lápiz electrónico), he de aclarar que un claustro es la reunión de todos los profesores del centro presidida por el equipo directivo. Se celebra cada trimestre como final de etapa.

 He aquí la teoría y la descripción medular de estos acontecimientos en que nos reunimos todos los profesores. ¿Qué es un claustro en realidad? Un acontecimiento burocrático que marca la legislación en que no se decide nada y al que se ha de asistir por imperativo legal. Se comienza con la aprobación a mano alzada del acta del claustro anterior (prácticamente nadie se la ha leído y a nadie le importa un ardite). Se contabilizan votos a favor, votos en contra y abstenciones. Suelen ser aprobadas porque si no ¿qué hacer? A continuación se emiten informaciones varias de los distintos miembros del equipo directivo (director, jefe de estudios, secretario). A veces hasta nos proyectan, para deleite nuestro, con un cañón portátil la evolución de las amonestaciones que han tenido lugar durante el trimestre. Poco más que decir. Sigue una retahíla de información de coordinadores que han de ser lo más breves posibles para terminar pronto e irnos a comer. Los claustros se hacen estratégicamente a horas en que el estómago está hambriento y no se tienen ganas de mucha discusión.

Supongo que esta es la idea. Debatir nada. Decidir cero. Claustros meramente informativos, semejantes a consejos de administración de empresas en que se evitan las divagaciones, las reticencias, las opiniones complicadas. El equipo directivo decide y el claustro cumple su terreno legal de asentir y callar. No ha lugar a ningún debate de ningún tipo. Al final en ruegos y preguntas, última parte del claustro, lógicamente no hay ninguna. Esto se considera un éxito. Apagamos y nos vamos a otra cosa. Ya hemos cumplido con el imperativo legal.

¿Qué hemos aprendido? Nada. Hemos evitado ser prolijos. Sabemos que no decidimos nada. Hemos sido operativos, eficientes, concretos, pragmáticos, lógicos, burocráticos, respetuosos con la ley.

Yo ayer me dormía. Debía ser la siesta del carnero. Ante la avalancha de informaciones oficiales y sin lugar a ninguna discusión, yo decidía que aquello era profundamente anticortazariano. Cortázar detestaba a los pragmáticos y amaba todas aquellas cosas que eran superfluas, que eran superfluas o lo parecían,  pero que eran profundamente reveladoras. Ahora un claustro es inane porque todo el mundo, empezando por los equipos directivos, quieren la aquiescencia, la sumisión... y nadie tiene ganas de discutir, de oponerse... Todo ha de ser como un consejo de administración de la Caixa, formalmente democrático pero profundamente vacío.

Y ¿por qué lo digo? En mi trayectoria profesional he asistido a muchos claustros. Hubo un tiempo en que un claustro era algo relevante. En él se discutía sin término obligado sobre todas las cuestiones que atañeran al centro, se divagaba, se filosofaba, se bromeaba, se decidía y se votaba. Muchas de las discusiones tenían como único fundamento el placer de discutir, de plasmar diferentes perspectivas del mundo, de la vida, de la enseñanza, de la sociedad. Sentíamos un intenso placer en creernos importantes y que lo que hablábamos tenía algún sentido, aunque divagáramos, y que tenía efectividad práctica en el hecho mismo de la realización del debate.

En aquellos claustros se hablaba de pedagogía, de sociedad, de política, de racismo... Incluso recuerdo algún claustro que debatimos atemorizados el papel del ejército en la sociedad. No nos importaba que nos convocaran a horas intempestivas ni nos contrariaba la duración de los claustros. Teníamos conciencia de que aquello era importante y asistíamos atentos a la celebración de aquellas ceremonias de la democracia en que el diálogo y el debate era abierto, no coartado, productivo y sobre todo decisorio.

En los tiempos modernos, algo hemos progresado. Redactamos montones de documentos en forma de programaciones, memorias, planes de mejora, etc que nadie se lee o a nadie le importan, pero son importantes en la medida en que cumplen con requisitos oficiales. La educación emula los procedimientos de la empresa privada en la que es inherente la idea de productividad, de eficacia, de pragmatismo, de coeficientes que valoran los estados productivos, índices de éxito, etc.

Tal vez sea necesario, y tal vez aquellos claustros que realizábamos creyéndonos relevantes fueran totalmente improductivos y contrarios a la lógica. Tal vez fueran, en su entraña íntima, una equivocación. Personalmente me sentía interesado en ellos porque podía plasmar algún atisbo de filosofía personal. Ahora irremediablemente me aburro y me entra el sopor antes de la hora de comer. Afortunadamente nadie tiene nada que decir y aquello acaba en un tiempo razonable. El profesorado ha ido aprendiendo a convertirse en un estamento domado y esto es bueno para la sociedad, para la administración, para todos. 

La cuestión es ser pragmáticos y evitar cualquier digresión que altere la digestión al equipo directivo y a la administración. El consejo escolar es todavía más anodino. Pero es lo que hay. Así cumplimos con los trámites legales. Menos mal que nos queda el aula.


lunes, 12 de diciembre de 2011

Buscando la comunicación entre culturas



La mayoría de mis alumnos son musulmanes. Supongo que os habéis dado cuenta por mis continuas referencias a su realidad y a las contradicciones que me supone el encuentro con su cultura y su modo de ver el mundo. Temo hacerme pesado, pero también pienso que es interesante porque esta permanente reflexión sobre un tema medular en la cultura europea contemporánea (el islam europeo), contribuye a iluminar aspectos oscuros o lo que es peor, cubiertos por los estereotipos y los prejuicios.

 No es fácil entender el mundo islámico, sobre todo cuando se hace desde presupuestos muy distantes. Los posts que publico me suponen elementos de introspección importante, que a mí me sirven -no sé si a otros- tanto por lo que yo escribo como por las reflexiones que me hacéis llegar. Lo importante es pensar, y si lo hacemos conjuntamente mejor que mejor.

Dicho esto, quiero hacer alguna detención en una situación que se me ha producido hoy en clase. Les he dicho que les iba a pasar una película muy dura, que no iba a ser fácil. Me han preguntado cuál era. En mi reflexión personal pretendía mostrar una película realizada por un musulmán de componente crítico acerca del fanatismo islámico. He pensado en varias películas con una intención clara pero no sé si honesta. Me han venido a la cabeza filmes como Kandahar de Mohsen Makhmalbaf, ambientado en el Afganistán talibán; he pensado en Osama, filmada en las calles de Kabul y dirigida por Sidgiq Barmak, director afgano y que fue ayudado por Makhmalbaf,  desarrolla una historia real de una niña que se hace pasar por niño para sobrevivir en el dominio talibán, hasta que es descubierta y es terriblemente castigada. He pensado en Buda explotó por vergüenza de la hija de Mohsen Makhmalbaf, Hana. Esta desarrolla la voluntad de una niña de estudiar en una escuela bajo el dominio talibán. Es magnífica como opera prima.

Pero muchas veces me doy cuenta de que voy retrasado. Cuando he dicho en clase que iba a pasar una película iraní, Osama (en realidad es afgana), una alumna seguidora de las noticias de Al Jazeera, ha levantado la mano para decir que las películas iranís son todas sobre los talibanes y que contaban muchas mentiras. En un comentario suyo reciente, ante una imagen de una muchacha afgana a la que su marido le había cortado las orejas y la nariz, opinó que era una cortina de humo para disimular los crímenes de los americanos en Afganistán. Esta muchacha es rapera y además lectora entusiasta de la saga de Stephanie Meyer, Crepúsculo y su posterior serie.

Ante su comentario he pensado hasta qué punto es acertado que yo les pase películas que refuerzan la imagen de un islam intolerante, opresivo, fanático, mutilador, machista... ¿Es así el Islam? No lo sé. Yo sé que mis alumnos musulmanes son muy distintos entre sí. Desde muchachas musulmanas que visten totalmente occidentalizadas y marcadamente sexys, a otras mucho más recatadas que lucen orgullosamente el hiyab pero son seguidoras de la música occidental más radical.

En los países de la primavera árabe han triunfado en las elecciones partidos de obediencia islámica contrariando la visión abierta y democrática que teníamos de la revolución tunecina y de la plaza Tahrir en El Cairo. Una reflexión alternativa sobre ello podría ser que durante muchas décadas estuvimos gobernados en Europa por partidos demócrata-cristianos en Alemania, en Italia, en Irlanda y en muchos otros países. En este país además todavía no se ha resuelto la separación entre lo religioso y lo civil en muchos elementos que todos conocemos y que no voy a detallar.

Pero es fácil, me doy cuenta, acudir a los estereotipos, y no digo que las películas de Makhmalbaf lo sean. Son magníficas. Pero ¿por qué acudir a estas cintas negras y duras cuando se puede ofrecer una imagen mucho más alegre y humana del Islam? Al menos como introducción que incite al diálogo y no al pesar.

Rápidamente, he pensado en películas que me pudieran servir para establecer puentes. He de reconocer que no soy un especialista. No lo soy de nada. Me ha venido a la cabeza la película Halfaouine del director tunecino Ferid Boughedir, que es una gozada. Tiene por resumen lo siguiente: ¿Qué hacer para descubrir como son las mujeres cuando se vive en una sociedad que las obliga a ir tapadas hasta los ojos? Lo relevante es que Boghedir lo resuelve mediante el género cómico, mientras las películas que yo pretendía pasar lo hacen mediante el registro trágico.

Otra cinta en que he pensado es Le the au harem d'Archi Hahmed  dirigida por Mehdi Charef ambientada en París, y que revela la amistad entre un muchacho árabe y otro francés. Es un interesante documento que vi hace muchos años pero que me dejó un buen sabor de boca.

He pensado en un miniciclo de cine árabe o islámico en que se recojan diferentes registros desde la comedia hasta el drama. No es bueno trazar líneas definitivas que reflejen mundos cerrados. También nosotros tenemos extrema derecha ultracristiana pero no debe interpretarse que todos nosotros seamos así.

La idea es crear puentes. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Miguel Montes Neiro, libertad



Cuando supe la historia me llené de aflicción. No podía creer la historia de un hombre que ya lleva treinta y cuatro años en la cárcel sin haber cometido ningún delito de sangre. Este es el caso de Miguel Montes Neiro, un hombre que a sus sesenta años ha pasado la mayor parte de su vida entre rejas por un fallo colosal del sistema que le ha mantenido en prisión preventiva y que ha sancionado sus distintos intentos de fuga con agravamientos de condena desde que fue declarado prófugo en el servicio militar y fue encarcelado.

Miguel Montes Neiro no ha quemado viva a su mujer ni es autor de asesinatos masivos de personas inocentes cuyo autores han salido a la calle tras veinte años de cárcel en medio de reconocimientos sociales que parecían absolverles de sus crímenes. Muchas veces pensamos que la justicia española es laxa, excesivamente benévola, con los peores delincuentes que se ven beneficiados por atenuantes o redenciones de las penas que los ponen, después de crímenes despiadados y sin arrepentirse, en la calle. Es un país en que no existe la pena de cadena perpetua porque se piensa que debe haber siempre un resquicio para la reinserción del delincuente.

No quiero poner ejemplos de la deshonestidad de la justicia española. Probablemente todos los tenemos en la cabeza. Mencionarlos me sume ya en una repugnancia que no quiero mostrar en este post, pero todos hemos sido testigos en los últimos tiempos de las idas y venidas de asesinos confesos de alguna muchacha que murió torturada y en el desamparo y cuyo cuerpo no ha sido encontrado por la vesania e impiedad de sus ejecutores.

Para todos hay piedad o un sistema cuyos resquicios son tan grandes que permiten cualquier incoherencia. Los españoles no tenemos ninguna confianza en el sistema judicial. Sabemos que es condescendiente con los poderosos y lábil con los delitos más atroces. Por eso clama al cielo la situación de este hombre encerrado, enfermo, y sin posibilidad de salir de la cárcel hasta el año dos mil veintitantos y que ha pasado en prisión en régimen de prisión provisional la mayor parte de su vida sin que le hayan computado dichos días para la redención de su pena.

El gobierno socialista acaba de conceder un indulto a un afamado banquero, Alfredo Sáez, para evitarle una mínima sanción de tres meses de arresto por la que no hubiera entrado en prisión pero le hubiera inhabilitado para el desempeño de ser consejero delegado en el banco de Santander. Su delito fue por falsedad y llevó a algunas personas a la cárcel. Alfredo Sáez cobra 10,2 millones de euros al año. Es uno de los banqueros mejor pagados de España.

Miguel Montes Neiro ya  sabemos que no es banquero, ni es Félix Millet, ni probablemente tendrá tanta fortuna como el yerno del rey ante la justicia, pero si alguna vez ha estado justificado un indulto por la desproporción entre el delito y la pena es ahora; creo que no hay duda de que esta sería la última acción digna de un gobierno que entró con el título de socialista.

Firma la petición de indulto de Miguel Montes Neiro Ya somos casi cincuenta mil. Esta es la última opción que tiene este hombre desdichado de pasar algunos años en libertad. 

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Rachidia o la tristeza del retorno.


Cada vez es más frecuente que alumnos se ausenten durante el curso para pasar un mes o dos en sus países de origen. La idea pedagógicamente es nefasta y les perturba gravemente en su rendimiento escolar. Es una situación que aparece anunciada en los pasillos como la de alumnos con larga ausencia a los que hay que encargar algunas tareas a realizar.

Este año son varias las chicas de tercero de ESO (quince años) que se  han ido a Marruecos, a Pakistán, a Ecuador... Una de ellas, Fátima, realizó por encargo mío un trabajo que consistía en una crónica de los días pasados en Marruecos, un mes aproximadamente. Es una alumna voluntariosa, alegre y entrañablemente correcta, aunque sus deficiencias lingüísticas todavía son muy acusadas.

Hoy he recibido impresa su crónica de viaje. Se titula "Mi diario de vacaciones". Son  unas diez hojas correctamente presentadas en letra pequeña. Recogen su estancia del mes de noviembre en Rachidia, una región al sur del Atlas Medio y al norte del desierto del Sahara. Está en el Marruecos profundo y pertenece a una zona bereber donde se habla el Tamazigh además del oficial árabe.

En su crónica se van deslizando los días que comienzan con la celebración de la fiesta del Cordero, probablemente la más importante del calendario musulmán. En estos días, Fátima comparte con su familia las celebraciones, los rezos, la matanza del cordero, ir a buscar hierba para los animales, ordeñar a las vacas, estancias en casa de sus abuelos maternos y paternos, una boda que dura cuatro días pasando por los distintos ritos en casa de la novia y en casa del novio...Todo acompañado por música que tocan músicos populares. Otra de las ceremonias en que participa es el de pintado de la henna en sus manos.

En el texto, lleno de incorrecciones, de Fátima, se adivinan aunque no son expresos, sus profundos sentimientos hacia su tierra entre el desierto y las montañas y las emociones que le suscitan el saberse formando parte de una gran familia con tíos, abuelos y primos con los que se mantiene una intensa relación desde la distancia. Destacan las vivencias en un medio rural en contacto con los animales a los que se mata, se ordeña o se da de comer... Es la ligazón con la tierra, con las costumbres, con la propia cultura que da un quiebro fundamental cuando llega a la ciudad dormitorio donde vive y se sitúa el instituto, una ciudad fea e inarmónica que carece de la belleza del desierto y de la unidad de saberse formando parte de algo.

Entre los días de estancia en Marruecos destaca uno, el 24 de noviembre. Titula ese día Un día triste, pues es el que su padre le comunica que en una semana volverán a España. Ese mismo día yo le había sugerido que se conectara a internet para hacer un examen on line sobre una lectura que habíamos hecho. Durante la clase estuvimos atentos a ver si Fátima se conectaba, pero no sabíamos que estaba en otras circunstancias muy distintas y que le llevaron a calificar ese día de triste.

Acaba su relato el 29 de noviembre diciendo: Hoy ya llega casi el día que tenemos que volver a España. ¡Qué mala suerte volver otra vez a estudiar y todo!

Subrayo ese "y todo", que queda vibrando.

Hay que decir que Fátima es una alumna extraordinariamente positiva, trabajadora, optimista y sumamente respetuosa con los profesores. En esta crónica de un mes se revelan muchas cosas, ninguna trascendental se me podrá decir. Fátima es una adolescente normal que prefiere otras cosas a estudiar, que sufre el desgarro de haber abandonado su tierra y su cultura, a su familia extensa... pero que sigue profundamente ligada a otra forma de ver el mundo difícilmente asimilable a la que le ofrecemos aquí donde, por contrapartida,  tiene el acceso a una educación a la que no tendría probablemente en su país, y otras oportunidades que le ayudan a abrir la mente a realidades más amplias y complejas. Quizás mitifica su país y su región de Rachidía en que todavía las cosas saben a pan recién hecho y se ordeña a las vacas y a las cabras o se hacen tatuajes con henna, y tal vez, como decíamos en un post reciente,  se intuye todavía la magia en un modo de vida más humano.

Su relato es objetivista. Se limita a describir día por día lo que ha sucedido en ese mes de estancia en Marruecos. No detalla sentimientos salvo uno, el de la profunda tristeza ante la vuelta. Los demás están en el subtexto que he rastreado para hacer este apunte aquí. Me pregunto por qué Fátima no ha dejado traslucir ningún sentimiento expresamente en su texto excepto ese que ya he citado. Quizás era el mensaje lleno de hondura y delicadeza que me quería hacer llegar.

Aquí os lo dejo.


domingo, 4 de diciembre de 2011

Evaluar en tiempos de crisis

Fotografía ganadora del World Press Photo (Jodi Biever).

El proceso de evaluación es una de las cuestiones más complejas y problemáticas que existe en un aula. ¿Cómo evaluar a individuos esencialmente distintos en sus capacidades y en su disposición personal cara al aprendizaje? ¿Qué evaluamos en una clase de lengua en que hay alumnos que acaban de incorporarse a la materia de castellano y su desconocimiento de la lengua es casi total? Más cuando estos alumnos se suman a otros que llevan varios años cursando castellano, y a los que son nativos de este país y es su lengua propia o provienen de países de habla española? ¿Tiene que haber un criterio distinto para cada muchacho basado en el punto de partida y el de llegada?

En mi caso tengo algunos puntos de referencia que no sé si se adaptan exactamente a la teoría legal y educativa. Para mí es esencial la competencia lingüística basada en la comprensión de textos escritos o de documentales y cortos en soporte videográfico y en la expresión de ideas a través de la composición escrita con los medios adecuados de la lengua.

Comprender y expresar. Toda la dinámica de la clase de lengua se centra en ello  a través de continuas actividades que implican temas trasversales (lenguaje, sociedad, ecología, cine, ciencia, interculturalidad, música, religión, fotografía...). Pretendo que la clase se convierta en un laboratorio de estímulo del pensamiento a través de propuestas múltiples que inciten a pensar y a tomar posturas. No quiero que la clase sea un aula estática. No, quiero que en la clase se tomen decisiones mediante el debate y la reflexión continua. Cada unidad didáctica es un desafío intelectual sobre el cual los estudiantes tendrán que decidir en un sentido u otro. No transijo con un aula en que solo se impartan conocimientos que tienen que ser memorizados y reproducidos. Aspiro a que en el aula haya un continuo feedback sobre el estado real del mundo y de la sociedad.

Para ello, planteo docenas y docenas de ejercicios de reflexión y expresión mediante medios variados: tests interactivos, ejercicios escritos, elaboración de Power Point, composiciciones creativas sobre su mundo personal, ejercicios de comprensión lectora, recitado de fragmentos literarios, proyección de vídeos sobre temas complejos y posterior debate, presentación de dossieres, actividades externas en fundaciones culturales, crónicas viajeras (para los alumnos que se van a sus países durante el curso)... Apenas hay teoría y sí continua praxis intelectual. No hay opción a la memorización más que como ejercicio sobre textos literarios.

Hay otro factor que me lleva a tener criterios claros sobre la promoción o no de la materia. Es lo que yo llamaría algo así como "hambre". En esa cuarentena larga de ejercicios que han tenido que hacer a lo largo de la evaluación hay algunos que han sido interactivos, otros presentados por correo electrónico, otros en soporte papel, en debates en el Caixa Forum o en el aula... Para mí es esencial esa hambre, esa participación activa, ese ir cumpliendo con las unidades planteadas con constancia, al margen de sus resultados concretos que pueden ser más o menos brillantes. Un alumno que haya presentado todo o la inmensa mayor parte, que haya participado en todas las actividades, que haya verificado todos los dossieres, que haya obtenido resultados razonables, es un alumno con una calificación adecuada, que entiendo que lucha por su nota. Quiero que luchen por su nota. Me da igual adónde puedan llegar, unos lo harán más o menos cerca o más o menos lejos. Lo importante es que luchen. El conflicto se plantea cuando hay alumnos que tienen muy buenas capacidades pero son perezosos, son los mejores pero se esfuerzan poco, no luchan lo suficiente. Ahí está mi desafío en lograr atraer a estos muchachos a un proceso que les motive, que les enganche y que ellos vean que es justo el proceso evaluativo, que no se basa simplemente en unos dígitos relativos sino en en una actividad continua, exigente, en continua pendiente intelectual. No ha lugar a la suerte o a la memorización de unos contenidos que se olvidan. No. La clase de lengua es un laboratorio de ideas, activo y participativo, pero en el que hay que trabajar mucho en todos los sentidos.

La calificación es sobre la constancia y el trabajo realizado. Y se evalúa con arreglo a su disposición personal. Quiero alumnos que trabajen, que piensen, que decidan, que se impliquen, que luchen, que busquen comprender y, necesariamente, expresar, que no sean estáticos sino dinámicos, que busquen su acomodo en un mundo complejo e interactivo.

¿Es fácil aprobar? No necesariamente, y no aprueban los que mejores aptitudes tienen, sino los que han luchado hayan llegado adonde hayan llegado.

Esta es mi experiencia en la evaluación en tiempos de crisis. 

El que quiera conocer el blog de aula, lo tiene en este enlace. 

jueves, 1 de diciembre de 2011

Reflexiones sintácticas en la pista de fútbol


Hoy estaba de guardia en hora de Educación Física con un curso de primero de ESO. Les he dejado unas pelotas de fútbol y basket para que jugaran. Los he estado observando durante la hora. Unos se han quedado sentados en las gradas, cuatro chicas se han puesto a ensayar una coreografía y un grupo de unos doce se han puesto a jugar al fútbol. Jugaban chicos y chicas, lo que me ha alegrado, pero no solo eso sino que algunas chicas eran realmente buenas. Conocía a una del ciclo de cine de terror. Ahora la veía en otra tesitura. Otro muchacho que llevaba una camiseta con el número diez del Barça también era del ciclo. Es un muchacho marroquí, menudo, y que asiste ensimismado a la proyección de pelis de terror. Me ha pedido si puede continuar en el ciclo otro trimestre. Hoy lo veía jugar al fútbol con sus compañeros. Era muy bueno, regateaba con suma habilidad, se desmarcaba con acierto y daba unos pases muy efectivos, a la vez que no era aprovechado y trabajaba en equipo con sus compañeros. Ha metido varios goles.

Los veía jugar al fútbol, tan alejado de la clase de lengua y he pensado que aquello que estaba viendo también tenía una sintaxis en el modo de elaboración de las jugadas, un orden y una retórica que se manifestaba en una serie de dribles, regateos, pases, visión de conjunto, compañerismo... para lo que exige mucha concentración y conciencia de los elementos que forman el juego. Yo nunca fui bueno en el fútbol. Me perdí esta parte de la vida ya desde muy pequeño. Era torpe y carecía de cualquier virtud para este deporte. Me tuve que orientar hacia otros tipos de sintaxis. Me pregunto si hay alguna conexión entre el orden sintáctico en el juego y la sintaxis de las palabras, y no me refiero a si una oración es subordinada adjetiva o no. No, me refiero a esa agudeza visual, a esa intuición necesaria para jugar o escribir con alguna destreza. ¿Tiene alguna relación con la agudeza para el lenguaje? Probablemente no. Son dinámicas distintas. En cambio,  se sabe que la música y el lenguaje ocupan la misma área en el cerebro, e incluso se han intentado paliar efectos de la afasia mediante el uso de distintas melodías en los afectados. Mis alumnos estudian con música. Mis alumnos son jugadores de fútbol. Otros, en cambio, se quedan parados charlando quizás porque no les interesa esa parte del hemisferio físico.

¿Se puede establecer una relación, algún modo de conexión entre las diferentes sintaxis y ritmos? Hablamos tan poco sobre cuestiones serias en los centros de enseñanza. Es probablemente el lugar donde menos se habla de pedagogía y menos se intercambian experiencias como si todos lo tuviéramos claro y nuestro cubículo fuera un compartimento estanco que no tuviera relación con lo demás. No hay debate, los claustros son pragmáticos, sin discusión pedagógica de ningún tipo. ¿Pero qué sé yo de lo que están haciendo otros compañeros? Hoy me he asombrado del juego de algunos alumnos míos y creo que he sabido más de ellos. Esa concentración de Khalid en la estrategia del partidillo es tan intensa como cuando contempla las películas. Otras muchachas se mantenían al margen en una actitud anodina que es la misma que reflejan ante el ciclo de cine de terror. ¿Cómo se nos escapa la visión de conjunto de la jugada educativa en el que son tan necesarias las interconexiones y los canales de comunicación? Me interesan muchachos buenos en deporte, me interesan muchachos con sentido musical, con sentido de la estética que se plasma en las disciplinas plásticas... Y ello repercute en mi materia que es nada más ni nada menos que lengua, la materia básica para desarrollar todas las demás. El lenguaje es el elemento central del proceso educativo, pero necesita de un conjunto de circunstancias en línea. Es posible que exista una muchacha dotada para las palabras pero que no tenga ninguna habilidad deportiva, lo que sería una pena porque el deporte estimula el sentimiento de superación. Me es necesario asimismo que tengan un sentido de la estética para poder presentar sus trabajos con armonía, con orden -desde el mismo margen-,  la organización del texto, la letra, los colores...

Sabemos tan poco unos profesores de otros, y parece interesarnos tan poco lo que es el universo intelectual de otras materias… A veces tengo la impresión de que todo está desconectado cuando habría de estar en red. Desde lengua organizo debates de contenido ético, ecológico o social, les propongo temas científicos, musicales... y cuanto más sé de ellos en otros órdenes más me da idea de que mi materia, la lengua, es el eje central de todo el proceso cognitivo. No sé si decir que todo es lenguaje, pero casi. Se requeriría una organización que promoviera debates en los centros de enseñanza, núcleos de conversadores ajenos a las directrices de la ominosa inspección, intercambios de filosofías del aprender, que por lo que veo en el blog son tremendamente diversas. Se produce más debate en un post que en todos a los que he asistido durante muchos años en un centro de enseñanza. Quizás porque tiene el márchamo de lo no oficial, en el que volcamos nuestro núcleo profesional más íntimo. No pretendo un nuevo paradigma. Me parece una expresión propia del marketing new age, pero sí que necesito un nivel de discusión e intercambio en que se pongan en juego distintas concepciones, sin mesianismos, sin prejuicios. Me es tan válida la posición de un profesor tradicional y serio con sus alumnos a los que estimula humana e intelectualmente que la de un innovador radical que promueve aspectos distintos en el proceso de enseñanza. Siempre que nadie quiera erigirse en el centro del podio y tener la clave de esto tan complejo e  inabarcable. Sin duda es necesario mucho diálogo, sin apriorismos, en que estemos dispuestos a escuchar y a exponer nuestras ideas.

Pero esto falta donde más debiera estar. 

martes, 29 de noviembre de 2011

Ambigüedad moral y expresión escrita

                                                  Dibujo de Alexander Jansson
Hace unos días realicé un examen tipo test a mis alumnos de tercero de ESO en que preguntaba, a modo de cuestionario, con varias respuestas posibles, sobre algunas vicisitudes del libro que habían leído. Para terminar, había una pregunta abierta en que debían escribir sobre su opinión sobre la obra.

El resultado del test no fue óptimo. Sólo cuatro alumnos de 22 lograron obtener la cifra del 80% de aciertos necesario para aprobar. El examen era on line, ellos con su ordenador y respondiendo a un cuestionario diseñado en formularios de Google Docs en forma de preguntas y múltiples respuestas de las que solo una era la correcta. El problema estuvo en la respuesta de contestación libre y que debía resumir su opinión personal sobre el libro.

Procesando sus respuestas de desarrollo, vi que eran de una calidad mínima, pero además constaté que todas eran iguales en su mayor parte. Reproducían una serie de frases mal escritas y mal argumentadas que carecían de sentido. Se cometían además errores ortográficos que se repetían sospechosamente en la mayoría de los que contestaban. Sólo había una explicación -pensaba yo-: alguien había contestado y había pasado la respuesta a los demás por correo electrónico. Les había advertido que el uso del correo electrónico era motivo para suspender el examen durante su realización.

La situación, aparte del resultado, era decepcionante, puesto que me hacía dudar de que la mayoría se hubiera leído el libro. Además me mostraba la incapacidad de plasmar una opinión personal ya que el ochenta por ciento habían recurrido a las trampas para intentar aprobar. Resumí las respuestas de desarrollo que habían dado y se las remití ordenadas por email mostrándoles la evidencia de que habían copiado. Les pedía a los implicados que me dieran una explicación o una disculpa.

Ese fin de semana recibí dos correos: el de un alumno cuyo resultado había sido mínimo pero no había copiado, y el de una alumna que reconocía haber copiado y sentirse avergonzada por haberlo hecho, y prometía no volver a hacerlo más. No recibí mas respuestas.

Ayer lunes, les proyecté en clase sus respuestas y les mostré la evidencia. No lo negaron. Lo reconocieron, pero no había sido como yo había supuesto. No era un alumno que había contestado y había pasado la respuesta, nefasta, a los demás. No, habían obtenido la respuesta de El rincón del vago, la habían copiado y simplemente pegado. Esto me hundió más porque ponía en cuestión el sistema de realizar exámenes on line que les devuelvo corregidos en pocos minutos con las respuestas adecuadas mostrándoles donde están los errores.

La situación sirvió para que yo mostrara mi malestar y decepción por lo que había pasado. Les pregunté si pensaban que en la vida merecía la pena hacer trampas para obtener un objetivo, si estas trampas las consideraban legítimas en su práctica habitual, les interrogué sobre si aceptarían que sus padres fueran personas que practicaran trampas o engaños para obtener ganancias, les pregunté que qué pensaban sobre el hecho de engañar al profesor que confiaba en ellos, y si el sistema era adecuado para realizar exámenes o pruebas. A esto último, parecían inclinarse más por la inadecuación puesto que la tentación de hacer trampa era demasiado fuerte para ser reprimida.

Yo les contesté que como profesor podía ayudarles (como así hice) a mostrarles cómo desarrollar una opinión personal que al parecer les cuesta tanto. Este es un hecho general que afecta desde primero de la ESO a segundo de Bachillerato. No saben expresar ni desarrollar una opinión personal que vaya más allá del me ha gustado o no me ha gustado.

Les dije que yo podía intentar mostrarles ejemplos sobre cómo desarrollarla pero no podía hacer nada si ellos no leían el libro por pereza, si no escribían por desidia, si ellos tendían, por ley del mínimo esfuerzo, a copiar intentando engañar al profesor.

A la vez me daba cuenta de la complejidad de mis preguntas que añadí a las competencias de comprensión de un discurso oral o una argumentación. ¿Es legítimo hacer trampas al sistema para obtener beneficios? Yo era el sistema en este caso. ¿Qué opinarían sus padres? La mayoría son marroquíes. Me pregunto si no actuarán con la conciencia de que engañar al estado es perfectamente legítimo de mil y una forma diferentes, puesto que el estado es el que tiene el poder, el dinero y las claves para la supervivencia. Es tan difícil enjuiciar (y más en un país del sur) lo que es la honradez, la necesidad de honradez cuando el que más y el que menos busca situaciones que lo pongan en mejor situación de un modo u otro.

El discurso que les hice en pro de la honradez personal pienso que no fue tiempo perdido. Otra alumna me envió un mensaje mostrando su desolación. Les volví a hacer repetir, tras los modelos mostrados, un intento de opinión personal auténticamente suya, y constaté abrumadoramente sus apuros que engloban diversos problemas: falta de cultura general, incapacidad para reconocer qué hay de valioso en lo que sí saben (su experiencia personal), sus dificultades lingüísticas muy acentuadas, su falta de capacidad para conectar ideas (esto es general incluido bachillerato), su falta de ganas a la hora de escribir y desarrollar un tema con alguna coherencia, su escaso léxico...

Realmente un tema complejo en que se unen a la ambigüedad moral, los terribles problemas que van ligados a la expresión escrita.

Ambas son dos tareas esenciales en el sistema educativo.  

domingo, 27 de noviembre de 2011

El declive de la enseñanza de la literatura

                                              Dibujo de Alexander Jansson
He sido profesor de literatura durante treinta años. Considero que históricamente me he reconocido profesionalmente como profesor de literatura y no otra cosa, pero este año, por primera vez en mi historia he conseguido no impartir clase de literatura en bachillerato. Tras una larga trayectoria entiendo que la literatura no es el lenguaje de este tiempo. No he conseguido atraer lo más mínimo a mis alumnos de bachillerato a la comprensión de lo que es la ideología medieval, el petrarquismo, el dolce stil nuovo, el neoplatonismo, el barroco y su lucha entre eros y muerte... No he conseguido hacer accesibles los textos antiguos considerados en su valor de época. Y la impresión que tengo es que lo que yo entiendo por literatura es algo que no interesa en los tiempos que estamos. No lo considero una derrota en estos momentos, aunque en otros me supuso una profunda crisis vital. Si puedo, nunca volveré a impartir literatura. En los últimos quince años me he encontrado con algunos alumnos que se hacían sensibles a la misma, pero en la inmensa mayoría era algo enojoso e insoportable introducirse en la cosmovisión artística y vital de otro tiempo.

He sacado a mis alumnos a la calle hace años con un ataúd simulado y recitando a coro las coplas de Jorge Manrique, he sustituido el programa de todo un curso para investigar el lenguaje teatral, he desafiado a autoridades planteando una visión viva de la literatura entendida como la plasmación artística y existencial de los hombres de otro tiempo que podíamos acercar a nosotros. Sé que mis alumnos de literatura de otras épocas no olvidarán nunca la experiencia de inmersión literaria en el mundo del Cantar de Mío Cid, El Quijote, Shakespeare, Lope de Vega o Samuel Beckett, Lorca o Margueritte Duras o Hermann Melville o Boris Vian o Charles Bukowski...

Reconozco mi fracaso, ya definitivo, en intentar hacer comprensible el arte de la palabra, de los símbolos, de los mitos, de los modelos de otro tiempo. Para mí, afortunadamente, la literatura se ha convertido en algo del pasado y que no tiene vigencia en estos tiempos devorados por la actualidad, la tecnología y el presente más rabioso.

Dicho esto, quiero observar que veo que muchos colegas entienden por enseñanza de la literatura una colección de experiencias superficiales que llevan a acercar textos medievales, renacentistas, barrocos o románticos a la sociología del presente. ¿Es posible entender el Cantar de Mío Cid a la luz de la violencia de género? ¿Es posible acercar La Celestina en una versión adaptada que prescinda de su riqueza lingüística, su morosidad y complejidad? ¿Es deseable acercar tanto los textos literarios para hacerlos hablar el lenguaje y los conflictos de este momento en que prima lo políticamente correcto? ¿Es deseable hacer sociología con los textos del pasado? ¿Es posible y deseable acercar tanto una obra literaria que la convierta en una expresión de lo que nos está pasando ahora? ¿Es deseable destacar la carga sentimental por encima de la existencial? ¿No es posible hacer ver que aquellos textos fueron la expresión de otros modos de vida que no tienen nada que ver con el nuestro? ¿No es caer en una banalización absoluta si convertimos lo que fue expresión de las inquietudes vitales de otro tiempo en vehículo de las ideas elaboradas por la sociología y los buenos deseos del presente? ¿No es tomar los textos como pretexto para hacerlos decir lo que queremos que digan y que refuercen la Educación para la ciudadanía? 

¿Es posible la enseñanza de la literatura haciéndola interesante como modo de ver el mundo en otras coordenadas que las nuestras que nos parecen tan absolutas e irrenunciables? ¿Es posible o deseable convertir textos únicos en una especie de pastiche sentimental y pragmático para adolescentes apresurados del siglo XXI?

Mi contestación a muchas de estas preguntas es que no. Yo no soy capaz y no quiero desvirtuar los textos a los que reverencio. He sido consciente de que la literatura, que incluye una belleza sin igual del lenguaje literario, es inabordable para muchachos como los de ahora. Yo no lo he conseguido. Los textos clásicos desde el Cantar de Mío Cid, a La Celestina, a Doña Perfecta de Galdós o Cinco horas con Mario son opacos e incomprensibles para el tipo de alumnos que he tenido yo, y sus conflictos y su cosmovisión les resultan nada atractivos y alejados totalmente de su concepción vital.

Se lee de otra manera, si es que se lee. Internet ha modificado nuestra relación con los textos. No hay paciencia para el tempo lento, para el estilo, para las ideas complejas. Todo ha de convertirse en una especie de yogur desnatado con trocitos de fruta que servimos, algunos con entusiasmo, a sus alumnos, y saltamos de alegría cuando estos dicen ¡qué bonito! Y entonces se van a otra cosa. ¡Qué bonito! La literatura es un veneno que nutre las más profundas cavernas del alma. La literatura es ambigua y compleja. ¿En qué la estamos convirtiendo para hacerla accesible y que nuestros alumnos digan ¡qué bonito!

No es una derrota. Simplemente me doy cuenta de que el tiempo ha pasado y lo que era importante ya no lo es ahora. En este tiempo es esencial la sociología, la literatura está muerta como necesidad del ser humano salvo para especímenes extraños que necesitarán igualmente su inyección en vena de este dulce mal. No me siento derrotado, y sé que a mis alumnos la sociología, la actualidad, les es más necesaria que nunca. Es otro tiempo. La literatura de verdad es para inadaptados. Y nuestros alumnos no lo son.

El presente nos devora, el carpe diem más extremo ha triunfado. Cada instante se diluye en el vertiginoso devenir de los minutos, de los segundos, de la vida... La literatura pertenece a otro tiempo. Quizás algún día vuelva a ser necesaria. Pero yo ya no estaré. 

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