Recuerdo que leí el original en italiano de esta novela hace unos veinte años. Guardaba de ella un recuerdo espléndido y ahora he vuelta a releerla reencontrándome con un texto algo diferente al que recordaba, aunque igual en lo esencial. Es el final enigmático el que sigue conmoviéndome de esta novela.
Para los que la conozcan y los que no, resumiremos lo fundamental de este relato genial (1939) de
Dino Buzzati (1906-1972).
El teniente
Giovanni Drogo, muy joven, es destinado a una fortaleza en las alturas y en el límite del desierto donde antaño llegaban las invasiones del pueblo tártaro. La fortaleza Bastiani tiene algo de fantasmagórico y a mí inmediatamente me ha recordado el mundo de
Franz Kafka y en algunos sentidos
La montaña mágica de
Thomas Mann. En efecto, el joven teniente llega a la fortaleza de sólidos muros pensando estar un tiempo corto. De hecho, nada más llegar y ver lo poco atractiva que resulta la vida en ella, tiene la posibilidad de pedir el traslado, pero por curiosidad decide quedarse cuatro meses, tiempo que se cumple y que reiteradamente se verá prolongado por unos motivos o por otros. Los soldados viven de acuerdo a unas normas muy estrictas de vigilancia y mantenimiento de guardias siempre esperando el ataque de los tártaros pero que nunca llega a producirse. Dicho ataque hubiera justificado la tensa espera y hubiera proporcionado gloria militar a los defensores.
Inmediatamente se nos vienen significados de cariz antimilitarista y existenciales. Son dos de las posibles interpretaciones del libro de la espera eterna, donde la vida aparece como una pasión inútil y en absoluta soledad. En la fortaleza todos viven su propia desolación interior sin poder comunicarla con nadie. “
Los hombres por mucho que se quieran siempre permanecen alejados unos de otros. Si uno sufre, el dolor es completamente suyo, ningún otro puede tomar para sí ni una mínima parte; si uno sufre, no por eso los otros sienten el daño, aunque el amor sea grande, y eso provoca la soledad en la vida”. Este parece ser uno de los mensajes centrales del libro. El ser humano experimenta la vida en soledad, nace en soledad y muere en soledad. Lo único que le está dado es el despertar de la conciencia después de haber pasado cada uno a su manera una vida de alucinaciones como las del protagonista que irá progresivamente haciéndose mayor y envejeciendo esperando siempre algún signo que justifique su vida.
Los años van pasando en ese esperar inútil. La fortaleza se convierte en algo secundario y su guarnición es reducida.
Drogo no pide el traslado y pierde la oportunidad de salir de allí, aunque ya nada hay en el mundo exterior que le llame. Se ha alejado de amigos y familiares, así como de antiguos amores. Drogo está encadenado a la fortaleza y a su mundo de alucinaciones.
Por fin, un día, treinta y tantos años después de su llegada, ya cincuentón y enfermo, llegan noticias de que el ejército enemigo ahora sí que está avanzando. Él quiere mantenerse en pie, pero su enfermedad y la traición de su compañero
Simeoni le alejan obligatoriamente del castillo. Una carroza se lo lleva justo cuando nuevas tropas y oficiales llegan a la fortaleza para defenderse del ataque tártaro que parece inminente. Se aproxima por otro lado la muerte del protagonista y es en este momento cuando
Giovanni Drogo, igual que le pasa a
Ivan Ilich en la inmortal novela de
Tolstoi es consciente de su vida y de que la muerte, la suprema batalla, se aproxima. Algo cambia en él, se produce una suerte de transformación interior después de una vida inútil, o aparentemente inútil, porque todo ha conducido hasta allí, una bellísima noche, en una especie de venta donde está reposando del viaje en carroza. El protagonista es consciente de todo, de su vida, de su falta de sentido, de sus años de espera inútil, de su fracaso… pero allí una visión mágica se produce y por fin todo cobra sentido. Da igual la vida que lleve cada uno, todas las vidas son una suerte de prisión o fortaleza esperando a los tártaros o a
Godot. Pero aquí, a diferencia del mundo
becketiano, hay un lugar para la esperanza, porque el comandante
Giovanni Drogo cuando es consciente del misterio –y nos aproximamos al sentido último de la historia- se arma de fuerza, mira por última vez a las estrellas y sin que nadie lo vea, sonríe por primera vez en la novela. Es como si todo se hubiera cumplido y hubiera despertado de un sueño o una pesadilla y encima no quedaran más que las estrellas y la claridad de la luna. Su cuerpo y su espíritu quedan por fin tranquilos. La novela acaba con esta palabra: “sonríe”.