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viernes, 29 de diciembre de 2006

Kodiak island


No siempre estábamos trabajando en Kodiak. Había días de asueto en que podíamos dedicarnos a nuestros amigos e ir descubriendo la sorprendente geografía de la isla llamada Esmeralda por la belleza de su verdor en verano. Kodiak es una especie de paraíso natural en que viven todavía miles de osos pardos en estado salvaje. Los habitantes de la isla han de saber convivir con la cercanía de los grizlys más grandes del mundo como decía en un post anterior.

Nuestros amigos eran Ron, en cuya casa vivíamos en un bosque de abetos gigantescos, Bob y Doug. En torno a ellos había otros amigos a los que veíamos en partys o nos visitaban en días de fiesta. Maika y yo, que no éramos pareja, trabamos una fuerte amistad con aquellos americanos que nos trataron con el mayor afecto y consideración. Todos tenían la sensación de vivir en la “última frontera” en íntimo contacto con la naturaleza y lejos de la civilización. Tenían la conciencia de ser algo así como exploradores o tramperos en el lejano oeste. Formaban parte del sistema americano pero en la periferia, e igualmente eran críticos con el stablishment político en aquel tiempo con la América representada por Ronald Reagan. Sin embargo, eran muy patriotas. Lo pude comprobar en la celebración de cuatro de julio –día de la independencia americana- en que todos pusieron la bandera de barras y estrellas en sus viviendas, en sus barcos y en sus campamentos. Nosotros éramos muy detractores del American way of life, pero no podíamos de reconocer que nos habían acogido amistosamente y con toda la generosidad del mundo. Había temas que no podíamos abordar porque nuestras perspectivas eran diferentes. Ellos tenían la idea de que los americanos habían venido a Europa en dos ocasiones a salvarnos de nosotros mismos, y que mucha gente americana había muerto en defensa de nuestra civilización. Nos dimos cuenta de que era inútil hablar de este tema y que los sentimientos son algo muy particular.

Celebramos el cuatro de julio yéndonos a una isla cercana donde hicimos fogatas, cantamos canciones y charlamos con un montón de amigos americanos que, como he dicho, nos había acogido amablemente. Otros días nos íbamos de excursión cruzando la isla y llegando a playas desiertas donde hacíamos ejercicios de tiro con armas cortas. Esto es algo que nos resultaba sorprendente: la familiaridad de los americanos con las armas. Para los europeos es algo difícil de imaginar, pero he de decir que en aquellos meses de estancia en los Estados Unidos, aprendí a relacionarme con las armas de fuego que nos acompañaban continuamente.

Una tarde fuimos a un extremo de la isla adonde llegamos con jeeps y nuestros amigos nos llevaron a seguir pistas de osos. Recuerdo este día con especial emoción por la densidad del bosque que recorrimos. Los abetos eran altísimos y no había rama o piedra que no estuviera cubierta por el musgo. La luz del sol entraba por entre las copas de los árboles. Era un bosque húmedo y profundo. Ron nos mostró un sendero que era la pista de una familia de osos. Los osos son animales solitarios. Fuimos siguiendo la senda marcada por los excrementos. Íbamos armados con colts del 45, el célebre Mágnum que popularizó Harry el Sucio. Sabíamos que los osos no son agresivos, pero una fuerte emoción nos invadía en el silencio y la magnitud del bosque gigantesco. Sólo se oían nuestros crujidos que en nuestra imaginación nos parecía que era la presencia de los osos. Ante un oso, no quedan muchos recursos, según nos contaron. Lo mejor era no correr nunca delante de él -su velocidad supera los 65 km por hora- ni intentar trepar a los árboles. Si el encuentro era inevitable, lo más acertado y sabiendo que no comen carne humana, es irte agachando lentamente y tumbarte en el suelo. Allí debes cubrirte la cabeza con cuidado y hacerte el muerto. El oso puede haberte olfateado y pensar que eres un peligro para él o su familia. Por ello, debes mostrar que eres pacífico o que estás muerto. Con toda seguridad el oso no te hará nada. Eso al menos es la teoría.



Aquel día no vimos osos, pero los presentimos. Estábamos en su hábitat y casi los olfateamos. Recuerdo vívidamente la vista que se divisaba, desde uno de los extremos del bosque, de la isla de Kodiak. Estábamos muy altos. Kodiak es un refugio de la vida salvaje en cuanto a osos, pájaros, renos, ballenas, leones marinos… Un espeso manto de verdor cubría la isla sólo habitada en una mínima parte. Allí el ser humano todavía siente que es parte de la naturaleza y que ha de vivir en compenetración con ella. No oí nunca que nadie se quejara de la presencia de los osos en la isla. Todo el mundo sabía que eran sus habitantes naturales y que los hombres debíamos respetarlos.

Hicimos muchas cosas en Kodiak: excursiones, asistir a conciertos de música country, ir a pubs donde había streap-tease no completo, pero sí muy insinuante, planeamos viajes por otras partes de Alaska, comimos pizza en el Captain Keg, la mejor que he probado en el mundo –o al menos así me supo-, asistimos a partys y visitamos a amigos.

Lo más sorprendente, sin embargo, fue encontrar el diario íntimo de Montse escrito en catalán y que recogía hasta los últimos días antes del terrible accidente que conté en un post anterior. Pero de esto hablaré más adelante en alguno de estos días que quedan hasta el final de las vacaciones.

2 comentarios :

  1. Qué maravilla. Menos mal que no acabó todo como el famoso doctor en ALaska, de ermitaño. Lo cierto es que entran ganas.

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  2. Apasionante tus relatos joselu, se nota que disfrutas, y además esa capacidad tuya de describir...

    Un bello año para vos y los tuyos!!

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