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domingo, 10 de diciembre de 2006
El desierto de los tártaros
Recuerdo que leí el original en italiano de esta novela hace unos veinte años. Guardaba de ella un recuerdo espléndido y ahora he vuelta a releerla reencontrándome con un texto algo diferente al que recordaba, aunque igual en lo esencial. Es el final enigmático el que sigue conmoviéndome de esta novela.
Para los que la conozcan y los que no, resumiremos lo fundamental de este relato genial (1939) de Dino Buzzati (1906-1972).
El teniente Giovanni Drogo, muy joven, es destinado a una fortaleza en las alturas y en el límite del desierto donde antaño llegaban las invasiones del pueblo tártaro. La fortaleza Bastiani tiene algo de fantasmagórico y a mí inmediatamente me ha recordado el mundo de Franz Kafka y en algunos sentidos La montaña mágica de Thomas Mann. En efecto, el joven teniente llega a la fortaleza de sólidos muros pensando estar un tiempo corto. De hecho, nada más llegar y ver lo poco atractiva que resulta la vida en ella, tiene la posibilidad de pedir el traslado, pero por curiosidad decide quedarse cuatro meses, tiempo que se cumple y que reiteradamente se verá prolongado por unos motivos o por otros. Los soldados viven de acuerdo a unas normas muy estrictas de vigilancia y mantenimiento de guardias siempre esperando el ataque de los tártaros pero que nunca llega a producirse. Dicho ataque hubiera justificado la tensa espera y hubiera proporcionado gloria militar a los defensores.
Inmediatamente se nos vienen significados de cariz antimilitarista y existenciales. Son dos de las posibles interpretaciones del libro de la espera eterna, donde la vida aparece como una pasión inútil y en absoluta soledad. En la fortaleza todos viven su propia desolación interior sin poder comunicarla con nadie. “Los hombres por mucho que se quieran siempre permanecen alejados unos de otros. Si uno sufre, el dolor es completamente suyo, ningún otro puede tomar para sí ni una mínima parte; si uno sufre, no por eso los otros sienten el daño, aunque el amor sea grande, y eso provoca la soledad en la vida”. Este parece ser uno de los mensajes centrales del libro. El ser humano experimenta la vida en soledad, nace en soledad y muere en soledad. Lo único que le está dado es el despertar de la conciencia después de haber pasado cada uno a su manera una vida de alucinaciones como las del protagonista que irá progresivamente haciéndose mayor y envejeciendo esperando siempre algún signo que justifique su vida.
Los años van pasando en ese esperar inútil. La fortaleza se convierte en algo secundario y su guarnición es reducida. Drogo no pide el traslado y pierde la oportunidad de salir de allí, aunque ya nada hay en el mundo exterior que le llame. Se ha alejado de amigos y familiares, así como de antiguos amores. Drogo está encadenado a la fortaleza y a su mundo de alucinaciones.
Por fin, un día, treinta y tantos años después de su llegada, ya cincuentón y enfermo, llegan noticias de que el ejército enemigo ahora sí que está avanzando. Él quiere mantenerse en pie, pero su enfermedad y la traición de su compañero Simeoni le alejan obligatoriamente del castillo. Una carroza se lo lleva justo cuando nuevas tropas y oficiales llegan a la fortaleza para defenderse del ataque tártaro que parece inminente. Se aproxima por otro lado la muerte del protagonista y es en este momento cuando Giovanni Drogo, igual que le pasa a Ivan Ilich en la inmortal novela de Tolstoi es consciente de su vida y de que la muerte, la suprema batalla, se aproxima. Algo cambia en él, se produce una suerte de transformación interior después de una vida inútil, o aparentemente inútil, porque todo ha conducido hasta allí, una bellísima noche, en una especie de venta donde está reposando del viaje en carroza. El protagonista es consciente de todo, de su vida, de su falta de sentido, de sus años de espera inútil, de su fracaso… pero allí una visión mágica se produce y por fin todo cobra sentido. Da igual la vida que lleve cada uno, todas las vidas son una suerte de prisión o fortaleza esperando a los tártaros o a Godot. Pero aquí, a diferencia del mundo becketiano, hay un lugar para la esperanza, porque el comandante Giovanni Drogo cuando es consciente del misterio –y nos aproximamos al sentido último de la historia- se arma de fuerza, mira por última vez a las estrellas y sin que nadie lo vea, sonríe por primera vez en la novela. Es como si todo se hubiera cumplido y hubiera despertado de un sueño o una pesadilla y encima no quedaran más que las estrellas y la claridad de la luna. Su cuerpo y su espíritu quedan por fin tranquilos. La novela acaba con esta palabra: “sonríe”.
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Quizás le interesaría leer Waiting for the barbarians, "Esperando a los bárbaros", de Cooetze, el nobel. Parece una versión de la novela que reseña, porque la eterna amenaza que no llega y la soledad del personaje en el medio hostil son una constante en ambos. Sería hermoso hacer una comparación entre ambas. Animo a quien se ofrezca y, sobre todo, a que nos lo cuente.
ResponderEliminarCoetzee es uno de mis escritores de cabecera. He leído varios de sus libros entre ellos Esperando a los bárbaros que me parece también de una extraordinaria calidad. Es cierta la similitud entre ambas novelas y el trabajo que propone es ciertamente interesante.
ResponderEliminarJunto a la Metamorfosis de Kafka y El corazón de las tinieblas, de Conrad, constituye para mí la novela que mejor sintetiza el desamparo del hombre del siglo XX. En nuestro panorama español no sabría encontrar paralelos: se me ocurren, con otro aire, claro, Luces de bohemia y Tiempo de silencio. Acepto enmiendas y sugerencias.
ResponderEliminarPienso en el ámbito hispano y me vienen inmediatamente novelas como La vida breve o El astillero de Juan Carlos Onetti. En el panorama español son muy justas las dos propuestas que haces igual que la trilogía de autores europeos aunque yo añadiría alguno de los textos de Beckett como Malone muere o Molloy. Coincidimos bastante en los gustos, Antonio.
ResponderEliminarInteresante la palabra final. No dudes que lo leeré sobre todo por estar ambientado en el desierto. Difícil olvidar una noche estrellada (bueno todas los son) en el desierto. Curiosamente ayer coincidí en la estación de autobuses con una exalumna que hace un año se alistó en el ejercito y que ha pedido cambio de destino, en junio marchará a Libano. Salud amigo
ResponderEliminarLo leeré. Pero ya sé el final, cachis¡
ResponderEliminarSimalme, es un libro sin excesiva intriga, sin marcado suspense sino es el suspense que constituye el sentimiento de que la existencia va pasando. Da igual que sepas cuál es el final. No se trata de descubrir al asesino en este caso. Sin duda, ese final que tanto me fascina seguirá sorprendiéndote. Gracias por estar ahí.
ResponderEliminarMáximo, mi mayor ilusión es viajar por el desierto. Tantas veces lo he imaginado... Pero hasta ahora no ha sido posible. Quién sabe si en un futuro...
Hermoso... A veces pienso que todos, al llegar al final, tenemos esa última sonrisa que otros pueden confundir con sufrimiento.
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