Las noticias terribles sobre
Haití de la última semana nos han conmocionado y las seguimos queriendo ayudar de alguna forma en esa tragedia de proporciones inimaginables. El mundo es uno y lo que pasa allí también es asunto nuestro. Sin embargo, en un artículo de
Eduard Punset publicado hace unos días –él que estuvo tres años destinado allí por cuenta del FMI - decía que hacía falta algo más que un terremoto para hundir al pueblo haitiano, caracterizado –añado yo- por una apasionada voluntad de sobrevivir en las condiciones más extremas. Voluntad y alegría de vivir en ese mar
Caribe de luz cenital en una síntesis de las culturas francesa y africana.
Los antiguos esclavos se liberaron de la metrópoli y llevaron consigo sus imágenes y cultos visionarios. Esto era lo único que les unía a ellos que habían sido capturados y trasladados desde diferentes regiones del
África Occidental. Estos cultos se sintetizan en el
vudú, religión de masas del pueblo haitiano que hunde sus raíces en la comunicación con el mundo de lo invisible y que se funde con las imágenes cristianas en una suerte de simbiosis apasionante para los antropólogos y la mirada occidental.
Haití, por otro lado, es una potencia artística de primer orden. Su pintura figura en las colecciones más selectas del mundo y ha sido fuente de admiración para numerosos artistas occidentales como
André Breton,
Wifredo Lam o
Truman Capote. Los padres de la pintura haitiana contemporánea son
Hector Hyppolite,
Philome Obin y
André Pierre. El primero era sacerdote vudú y artista autodidacta. Hacia 1944 llegó a
Haití el acuarelista norteamericano
Dewitt Peters y se sintió inmediatamente atraído por la pintura y el arte haitiano. Su figura sirvió para introducir el arte de
Haití en el mercado mundial. Fundó con otros artistas el
Centre d’Art de
Puerto Príncipe en el que se reunieron multitud de pintores haitianos.
Hector Hyppolite participó en el proyecto y su pintura traductora de experiencias místicas se difundió por el mundo artístico. De alguna manera se produjo un
boom de arte haitiano en el mercado artístico. Sin embargo, algunos artistas haitianos niegan que el
Centre d’Art y la figura de
Dewitt Peters supusieran el nacimiento del arte en la isla. Ven arrogancia y racismo blancos en esta consideración. El caso es que el arte de
Haití empezó a cotizarse en el mercado como ejemplo de arte primitivo e ingenuo, propio de artistas naturales autodidactas lo que le ha encasillado en una imagen que los pintores de la isla han de representar para vender. El tema estrella en la pintura haitiana son las prácticas espirituales del vudú sobre las que se pintan infinidad de oleos y acuarelas. Son también propios de la pintura de
Haití los colores brillantes, la perspectiva ingenua (
naïf), el humor malicioso y la intención social de muchos pintores que retratan los barrios más pobres donde la gente sobrevive con inmensa dificultad. Algún pintor ha reflejado en sus cuadros la poética de la pobreza y la vida cotidiana en los mercados y calles. Y en un país con opresión política e infinitos dictadores se han utilizado la fábula y los símbolos en que aparecen animales que representan a gobernantes sin escrúpulos. La pintura es una forma de libertad de expresión en una isla donde ésta ha sido pisoteada por autócratas extravagantes como la estirpe de los
Duvallier.
Papa Doc, el dictador sanguinario,
solía disfrazarse de
Baron Samedi, uno de los
loas del vudú, para conseguir la sumisión de los negros haitianos que lo veían como una figura sobrenatural.
Otra escuela destacada de arte es la de
Sant Soleil que agrupó a artistas más jóvenes e innovadores y se caracteriza por la abstracción de formas humanas y sigue estando fuertemente influida por el simbolismo vudú que es inseparable de la forma de concebir el mundo por los haitianos y que tiene conexiones con la santería en
Cuba, el
Candomble, la
Umbanda y el
Kimbanda en
Brasil, y con otras manifestaciones en otros países del
Caribe, incluida
Nueva Orleans.
Destacan artistas como
Seymour Bottex Etienne que pintó las pinturas murales de la sede episcopal de la catedral de la
Sainte Trinité (hundida durante el terremoto),
Stevenson Magloire (1963-1994) que fue asesinado en la calle –apedreándole. por sicarios del presidente
Raoul Cedras,
Dieudonné Cedor (1925) que fue fundador del
Foyer des Arts Plastiques, escisión del Centre d'Art
. Es considerado uno de los principales pintores contemporáneos. Su nombre se puede encontrar en todos los libros de arte principales como "
Peintres Haitiens" donde el autor
Gerald Alexis se refiere a él diciendo "
Cedor puede manejar cualquier objeto, expresar alegría o tristeza, los esplendores y las angustias de la vida",
Frantz Mosanto,
Ismael Saincilus que pasó siete años en prisión por motivos políticos. Es el creador de
Artibonite, una escuela con un par de decenas de pintores que lo siguen como maestro,
Claude Dambreville (1934) escritor y pintor muy cerca de los hiperrealistas pero muy diferente a ellos pues en su pintura busca la poesía en lugar del realismo,
Albert Desmangles (1957), actor, músico y pintor que intentó pintar a la mujer universal y es considerado el representante de la escuela de la Belleza,
Emilcar Similien (1944), fuertemente influenciado por el
Art Nouveau y
Gustav Klimt.
Similien se deleita en la belleza, la elegancia y la gracia. Pero en lugar de concentrarse en la postura, utiliza sus imágenes de la mujer sólo como vehículos para la visualización de diseño, el color y el brillo de las joyas de oro en la piel de color negro. Sólo son reconocibles como mujeres por sus contornos en que sus características no se distinguen,
Carlo Jean-Jacques (1943-1990), preocupado por la injusticia social y la pobreza. Su arte podría definirse como la
poética de la miseria. Su arte, como el de todos los artistas citados, es muy apreciado por los coleccionistas de todo el mundo.
Esta es una apretada síntesis del panorama de la pintura haitiana, pero en cada barrio y en muchas calles florecen humildes talleres donde se pinta con una fuerza y colorismo espléndidos. Ello hace de
Haití un pequeño país en dimensión pero potente por su imaginación y el mundo de símbolos que es capaz de captar y trasladar a los lienzos, caracterizados por la potencia creativa, el mundo mágico y visionario, la intención social y una profunda alegría de vivir que los dota de una fuerza extraordinaria, que es común a todos los haitianos, frente a las adversidades y la pobreza.