Los
que fuimos internautas en la primera era de internet, cuando era un espacio
nuevo y prodigioso sin límites ni controles, recordamos aproximadamente una
década, hasta 2006, aproximadamente, la sensación de maravilla que nos surgía
cada vez que navegábamos, aun sin router o línea ADSL, por los territorios de
la Red. Era una sensación equiparable a la de los pioneros que descubrían
nuevas tierras. No había límites ni controles. El ser humano había descubierto
una nueva dimensión que alentaría cambios sorprendentes. Es la época del
optimismo en que cualquier cosa sería posible. En los institutos y escuelas se
alentaba a adherirse a las nuevas tecnologías. Yo utilicé los blogs con mis
alumnos ya en el año 2006, y aquello resultaba portentoso por las perspectivas
que abría. En años sucesivos se celebraron encuentros, jornadas, eventos entre
profesores, en que cientos de docentes oían a gurús que auspiciaban una especie
de nuevo amanecer en que el conocimiento daría un giro radical y pasaría de ser
unívoco y autoritario a colectivo y en red. Se había llegado a la era
postgutenberg y nos encaminábamos a un nuevo paradigma educativo que dejaría
atrás la escuela industrial en la cual tenía origen el actual modelo educativo.
Los profesores se excitaban pensando en el nuevo modelo de escuela que surgiría
de este conocimiento multipolar y en red en que ya no serían necesarios
instrumentos del pasado como la memoria ni los materiales basados en la
autoridad de un investigador o creador individual. Todo el conocimiento está en
la red y los mecanismos de la escuela autoritaria se vendrían abajo.
Sin
embargo, las cosas no han sucedido como se esperaba. Con la aparición de las
redes sociales, la conversión de las compañías tecnológicas en gigantescos oligopolios,
la eclosión de minúsculos terminales llamados móviles, que han ido ganando en
sofisticación a un ritmo geométrico, los seres humanos han caído presos de esa tecnología
que apareció como liberadora. Los usuarios se han hecho adictos a pequeños
artefactos que monitorizan su vida, sus movimientos, sus pulsiones, sus gustos
y tendencias desde sociales o sentimentales, a políticas. Las redes sociales y
Google, Netflix, Amazon, Apple…, son herramientas que escrutan a sus usuarios
para influir en ellos conociéndolos profundamente en todos los sentidos. El
ciudadano de finales de la segunda década del siglo XXI está prendido de una
tecnología que ya no es liberadora ni alienta un nuevo paradigma ni educativo
ni existencial. La tecnología ha eliminado la dimensión prometeica del hombre y
lo ha cosificado mediante sistemas de control que no pudo imaginar la distopía
orwelliana. Somos transparentes. Nuestros datos en forma de big data son
monitorizados y escrutados por la inteligencia artificial y nuestros
sentimientos son condicionados por la influencia de las fake news que se
generan porque la Inteligencia Artificial nos conoce perfectamente. No somos ya
sino un producto cuantificable y sometido a control exhaustivo del que se
manejan todos sus resortes psicológicos y humanos. Lo más paradójico de la
cuestión es que lo sabemos, hemos abandonado lo que estimábamos en eras
anteriores como lo más preciado de la vida humana, la privacidad. Admitimos ser
monitorizados por cookies, que escuchen nuestras conversaciones más íntimas, que sepan qué estamos haciendo en todo momento, que nuestros datos, incluso biométricos, sean tratados y evaluados. Las leyes
de protección han resultado inútiles y lo vemos continuamente cuando tenemos
que dar a “acepto” a cualquier navegación por todo tipo de páginas que nos
escanean porque no podemos hacer otra cosa. El aparato legal es pura fachada
para hacernos rehenes de nuestras pulsiones. Y esos aparatitos que hacen de
todo nos controlan eficazmente, nos hemos hecho radicalmente adictos a ellos, a
su manipulación, a las redes, a los likes que acrecientan la ansiedad y la
angustia de los adolescentes –y no adolescentes- que se ven cotejados
permanentemente con otras vidas aparentemente más dichosas.
Soy
pesimista. La tecnología ha abierto posibilidades inmensas en el terreno
científico, la comunicación así como en la difusión de la información y el
conocimiento; la Inteligencia Artificial –y el Deep Learning- nos llevarán sin
remisión a dimensiones que todavía no podemos imaginar. El ser humano se ha
transformado, es otro. Lo hemos visto a lo largo de una vida que ha
experimentado lo que había antes de internet, la aparición inicial y optimista
de la web, y la deriva que no puede ser considerada sino como de pesadilla en
que la libertad e intimidad humanas ya no son sino un sarcasmo. Pero
nuestros hijos ya no pueden recordar nada de un mundo que no sea sino una prolongación
de un móvil que nos vigila.