Ébola. Escuchad la
palabra. Ébola. A mis alumnos les
explico que las palabras son signos y
que, por tanto, se componen de significante
(las letras, los sonidos) y significado
que es la imagen mental que nos formamos cuando se oye o se lee el significante. De la parte del significado se ocupa la Semántica y ésta nos dice que en cuanto
al significado de las palabras hay que tener en cuenta la denotación, que es el significado objetivo que dan los diccionarios
o las enciclopedias, y la connotación
que es el contenido emotivo que impregna a la palabra. Cualquier palabra puede
cargarse de fuerte contenido emotivo. Pensemos en alguien a quien se le acaba
de morir su padre o un hijo, quien sea. Esas palabras “padre”, “hijo” se llenan
de dolor más o menos atenuado por las circunstancias. Muchas palabras llevan
asociado en nuestra vida psíquica factores emotivos. El sexo, prohibida su
manifestación en otro tiempo, llevaba asociada un fuerte contenido de tabú. Hoy
día se ha desdramatizado y convivimos con la palabra sexo, aunque sigue siendo el vocablo más buscada en internet.
La palabra “ébola”
en pocos meses ha ido cargándose de connotaciones emotivas. En un principio
este término se asociaba con tranquilidad a países lejanos, pobres o míseros,
países de negros y ya se sabe: falta de higiene, ausencia de medios,
promiscuidad, pobreza... Leíamos ébola
en las marquesinas de los autobuses y no nos conmocionaba. Pensábamos que había
una distancia que la ciencia y la civilización ponía entre esa amenaza y
nuestro mundo, nuestra realidad. Las organizaciones sanitarias hablaban de una
situación de emergencia mundial pero no nos lo creíamos. Ahora sí. Los
acontecimientos se han acelerado y la palabra ébola está en todas las conversaciones. En el colegio de mi hija
hablan de tener ébola en cuanto
alguien se siente mal en tono de broma. Pero es un indicio. Tenemos el ébola en Madrid y su realidad ha eclipsado totalmente la realidad política,
lo que hasta hace pocos días nos parecía muy importante. Unos misioneros fueron
traídos humanitariamente para ser tratados en España, lo que despertó una controversia considerable. El problema
es que no estábamos preparados para la dimensión de la enfermedad y han fallado
todos los protocolos en una secuencia alucinante. No voy a repetir todo lo que
ha fallado pues es de todos sabido. Ni había trajes de nivel cuatro, ni se ha
reaccionado con la celeridad y claridad de ideas necesaria. No se ha formado a
los técnicos sanitarios en el manejo de los trajes lo que atribuye una
improvisación y sensación de chapuza indescriptible a todo el asunto. Una
técnica sanitaria está grave con los pulmones encharcados. Se sugiere que pudo
contagiarse al tocarse la cara en el momento de quitarse el traje. No quiero
disculpar ni dejar de disculpar, pero todo esto revelaba que todavía no nos
tomábamos muy en serio este virus hemorrágico y su connotación era todavía de
lejanía y no de pensar que nos estaba afectando a nosotros, el primer mundo. No
hay remedio para él. No se ha invertido en su investigación lo suficiente. El
sida solo empezó a tomarse en serio cuando afectó al mundo occidental. Ya
estamos en ello. Desconocemos la dimensión de lo que está pasando en Madrid. Puede que las cosas estén
controladas o puede que estén fuera de control. La ministro Ana Mato tenía el otro día un rostro
totalmente desencajado. El nivel de desastre era total. Se han hecho mal tantas
cosas que solo queda rezar para que haya suerte. Pensemos que la enferma de ébola, Teresa Romero, que está muy grave, en los días en que estuvo en
casa fue incluso a depilarse, estuvo en el ambulatorio, se le recetó
paracetamol y se la envió a casa donde tuvo relaciones extensas como es lógico.
La ambulancia donde se la trasladó no fue tratada y sirvió para trasladar a
siete pacientes más. Un desastre colectivo que ahora estamos evaluando. Decimos
que ha sido una chapuza marca España
pero hay muchos niveles implicados desde los más altos a los medianos y los más
de base. No estábamos preparados para lo que significa el ébola. Ahora está aquí, y la palabra se carga de significados
dramáticos, amenazadores, incomprensibles.
Las epidemias que han asolado en
el pasado Europa como la peste, el cólera, o la gripe (que mató a decenas de
millones de personas) sucedían en mundos antiguos cuando no existían
antibióticos y los fabulosos medios de que disponemos ahora. Sin embargo, la
realidad del ébola cuyo origen se
deriva de los monos o los murciélagos tal vez, nos es incomprensible y tiene
asociada una emoción maligna y enigmática. Se han escrito novelas de
anticipación con el ébola como
protagonista y su extensión por occidente. Hoy es improbable una dispersión del
ébola por Europa, pero improbable es
una expresión de deseo porque estamos ante algo que nos supera como hemos
visto. Era cuestión de tiempo que se rompieran las barreras que establecían la
pobreza y la lejanía. El ébola nos
aterroriza y nos fascina igualmente, una cosa es consecuencia de la otra. Hay
sanitarios que renuncian a sus plazas para no entrar en las habitaciones de los
infectados. Y es comprensible. Teresa
Romero, que ha sido miserablemente culpabilizada, hace tres semanas vivía
una vida normal junto a su marido y su perro Excálibur. Nada le hacía pensar que su vida y su mundo iban a
venirse abajo. La vieja tragedia española ha convertido todo en un esperpento
de errores incomprensibles revelando nuestra vena valleinclanesca a nivel de
dirigentes indignos, políticos ominosos, ministras deplorables. Y unos
profesionales de una sanidad pública en nivel de derribo que han intentado
reaccionar sin formación, sin medios y sin superiores capacitados de entender
la dimensión del ébola. Todo unido a
una sociedad excitada que reacciona puerilmente por el tema del perro Excalibur y su imprescindible
sacrificio, y la incredulidad de que esto nos esté pasando a nosotros, cuando
no llenándonos de pesimismo sobre la realidad y consistencia de la realidad
institucional que vivimos. Más vale que nos lo tomemos en serio, porque esto no
ha hecho sino empezar. Y ya importa poco si debió traerse o no a los misioneros
a morir a España. Da igual lo que
pasó, era inevitable que el virus encontrara el camino para colarse en
occidente. Ahora ébola forma parte de
nuestras pesadillas más siniestras.