Suelo leer la sección de Obituarios de El País.
Hay veces que los articulistas escriben auténticos textos creativos evocando la
figura del personaje desaparecido. El día 31 de agosto, leí un texto
insospechadamente hermoso firmado por Nacho
Meneses. Lo enlazo para que tengáis ocasión de apreciarlo. En él se glosa
la personalidad y la filosofía de un artista de origen polaco -Roman Opalka- afincado en Francia al que no le gustaba viajar. Dedicó
su vida a algo que, cuando lo conocí, me conmovió profundamente. Desde 1965
pintó 233 cuadros siempre del mismo tamaño, a los cuales llamaba detalles.
En ellos escribía una secuencia de números que se iniciaron en el 1 hasta
llegar al final de su vida al número 5607249. En cada detalle pintaba unos
veinte o treinta mil números con un pincel del número cero, siempre del mismo
tamaño. Comenzó con pintura blanca sobre fondo negro, luego pasó al fondo gris,
y hacia 1972 empezó a aclarar el lienzo un uno por ciento cada año hasta llegar
al blanco sobre blanco.
Al final de cada sesión se fotografiaba siempre en la misma
posición y con la misma iluminación con lo que se ha registrado su
envejecimiento a lo largo de 46 años hasta que el 6 de agosto, murió Roman Opalka en Roma. Es la secuencia de autorretratos.
Su obra artística es una secuencia orgánica de números y su ejercicio
filosófico una densa meditación sobre el infinito, el misterio del tiempo y la
muerte. Estamos a punto de no ser mientras somos. En este equilibrio inestable
transcurre nuestra vida.
No sé por qué me ha conmovido tanto la aventura existencial
y artística de alguien que se limitó -eso sí apasionadamente- a lo largo de casi medio siglo a pintar
secuencias de números que por necesidad habrían de tener un final como así ha
sido. Opalka, ya muy débil al final
de su vida, pintaba incluso por la noche apenas pudiendo sostener el botecito
de pintura y el pincel del número cero. Todo está documentado ya que a
partir de 1972 empezó a grabarse la voz recitando los números que iba
escribiendo, de modo que dejó constancia del cambio de timbre y modulación que en
su voz tuvieron lugar a lo largo de las
cinco décadas, hasta cuarenta y seis años, haciendo siempre lo mismo con una obstinación enamorada. Son los
mismos Episodios Nacionales que
publicó Benito Pérez Galdós, y en el
fondo me parecen igualmente tareas titánicas que pueden parecer carentes de
sentido. Pero a mí me parece que lo tienen y muy profundo. Cada cuadro es diferente, cada número responde a un instante distinto de su vida, cada color revela un año más hasta llegar al blanco sobre blanco, proximidad quizás del infinito en su mayor cercanía a la muerte. Es una obra de arte equivalente a la vida, es la vida misma contemplada en su devenir, tal vez con una percepción mística en la fusión del ser humano, el tiempo y la infinitud. No sé si Frikosal, entendería esta obra como "espiritual" en el sentido profundo del término, sin necesidad de Dios, abierta a la oscuridad y a la luz o a la totalidad.
No hay nada como proponerse algo aparentemente absurdo y llevarlo hasta
sus últimas consecuencias durante toda una vida. ¿Para qué? ¿Para qué diablos
escribía números? ¿Hay algo imaginativo en ello? ¿Cuántos números podría llegar a escribir? Ese número último
era el misterio supremo, lo que toda su vida había anhelado alcanzar y aparece
así cargado de densidad y a la vez es absolutamente trivial. Aquello no tenía
ningún sentido tal vez, o tal vez sí. No sé. Considero aquello como una hazaña
extraordinaria equiparable a los descubrimientos de los grandes viajeros que
llegaron al corazón de África o al polo pero sin moverse de su estudio. Odiaba
viajar. Me hubiera gustado conocerle en persona y asistir a la elaboración de
uno de sus detalles, en silencio,
mientras él recitaba dígito a dígito y pintaba a la vez. Tal vez alcanzó el
vacío mientras pintaba. No he leído nada sobre él salvo el artículo arriba
citado. Es difícil saber qué tipo de artista fue. Otro artista catalán -Joan Brossa- utilizó el alfabeto como
elemento de reflexión artística y filosófica. Sus poemas visuales eran letras,
especialmente la A. No era pintor, esto siempre quiso dejarlo claro. Opalka tal vez tampoco fue pintor, pero
no me cabe duda de que fue un gran artista. No he visto, obviamente ninguno de
sus cuadros, pero el solo relato de su epopeya me ha emocionado y no sé muy
bien por qué. Si el objeto del arte es provocar una emoción estética o
filosófica, Joan Brossa y Roman Opalka, lo han conseguido
conmigo.
(Este post fue publicado inicialmente el 1 de septiembre de 2011 en el blog.)