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lunes, 1 de febrero de 2016

Esto empieza a ser peligroso (en torno a Kafka).


Este dibujo de Franz Kafka está hecho por Julio Muñoz, un alumno de tercero de ESO con una aplicación llamada VISUAL POETRY de la que hablé el otro día. Ha dibujado la imagen de Kafka, según él la siente, con el comienzo de La Transformación también llamada impropiamente La metamorfosis. Hoy ha venido al final de la clase para hablarme de Kafka, con su tono de voz siempre baja y gesto febril que revela una gran tensión interior. La verdad es que empiezo a sentir algo muy extraño en el ambiente de las clases. Estamos sumergiéndonos en el universo de Kafka a través de vídeos que les grabo yo. El último sobre las relaciones entre el escritor y Felice Bauer. También leemos relatos que les fotocopio de él. Por ejemplo El artista del hambre. Hoy hemos añadido dos relatos cortos titulados El examen y El buitre. Tras la lectura de sus relatos, los chavales quedan tan desconcertados como yo. Le he pasado a una profesora amiga los relatos que he dado a mis alumnos y se ha quedado fascinada y ha intentado descifrarlos, algo que no intento yo de ningún modo. No intento interpretar a Kafka. Albert Camus lo intentó en El mito de Sísifo, igual que Walter Benjamin, Elias Canetti, Adorno,  Sartre ... Muchos pensadores y creadores han intentado entrar en el universo de Kafka mediante la interpretación existencial, surreal, simbólica, realista ... y no han podido asirse con demasiada fuerza. Kafka es enigmático, su vida es enigmática, a pesar de que tenemos sus diarios íntimos y las cartas que escribió a Felice Bauer y Milena Jesenska que fueron más de mil. Tenemos tres novelas inacabadas (El castillo, El proceso y América), unos cuantos relatos más o menos cortos y poco más. No sabemos con certeza el color de sus ojos. He leído que unos creían que eran grises, otros azules y otros marrones. No sabemos si su vida fue desoladora y atormentada o era un autor divertido y lleno de sentido del humor. Yo percibo el humor en los relatos con finales más terribles. Dicen que leía El proceso a sus amigos con aire bastante divertido. Las cartas que escribía a sus amantes, tormentosas, analíticas hasta extremos inimaginables, retorcidas, alambicadas. Todo lo contrario de unas cartas hechas para seducir a una mujer. Se presentaba ante ellas como débil, enfermo, insociable, triste, taciturno, rígido, desprovisto de toda esperanza ... Pero era atractivo. Era sumamente delgado, medía más de uno ochenta y pesaba cincuenta y cinco kilos, sus ojos ardían, era muy elegante y atildado, practicaba naturismo en invierno, acostumbraba a desnudarse con sus hermanas en plena naturaleza. Su padre lo despreciaba. Habían muerto dos hijos varones y Franz Kafka era su esperanza para sucederle en el negocio, pero Kafka se doctoró en Derecho y no quiso saber nada de la empresa de su padre. Trabajo (poco, era bastante poco eficaz) en una compañía de seguros. Apenas dormía, comía muy poco, era vegetariano, leía a Dostoievski, escribía por la noche, llevaba una vida muy sana, le aterrorizaban las mujeres pero el vivió entre ellas y no dejó de tener contacto -por carta- con diversas amantes. Tenía una relación muy conflictiva con el sexo aunque iba a prostíbulos. Temía el matrimonio aunque se comprometió en tres ocasiones con Felice Bauer y Julie Wohrycek. Se enamoró apasionadamente de Milena, una mujer casada y aficionada a la cocaína, le escribió durante un año infinidad de cartas tan complicadas como las que escribía a Felice. Quería verla pero temía verla. Pasaron cuatro días felices en Viena. Milena escribió que era un hombre no dotado para la vida, que viviría poco. Murió muy joven. No había cumplido los cuarenta y un años. Tuberculosis, una enfermedad literaria.


 Mis alumnos asisten fascinados al despliegue de una personalidad extraña que les seduce, igual que seduce a todo el que se adentra en su territorio. Sin embargo, nada hay en Franz Kafka que sea escrito con voluntad de seducir. Cada día leemos un relato suyo, me hacen dibujos representándolo, y empiezo a sentir un ambiente denso y enrarecido en torno a su figura. Alguno me adelantaba hoy que a Kafka puede que lo entienda quien sea como él. El otro día estábamos leyendo El artista del hambre, escrito el último año de su vida, cuando estaba muy enfermo y apenas comía nada, estábamos tan metidos que sonó el timbre y se oyó un ohhhhh colectivo  por terminarse el tiempo de la clase.

Cuando se me mete una idea en la cabeza soy obsesivo. Hasta los ejemplos de oraciones copulativas van a ser hechos con historias de Kafka. Crearé un muro en el instituto con fotos suyas, con relatos suyos. No hago sino leer sus cartas y diarios, además de relatos inexplicables. Este fervor creo que es profundamente antipedagógico. Nadie debería tener el derecho de someter a sus alumnos a un proceso semejante. Empieza a formarse una secta de invididuos raros que gozan con Kafka y esto es peligroso. No debería aventurarme  por ese camino. Hoy un buitre atravesaba la boca de un pobre hombre y el buitre se ahogaba en el estertor de dicho hombre y la sangre que estallaba en su garganta. No podemos aspirar a que la materia de literatura se literaturice y terminemos viviendo un universo literario. No hay ningún plan de estudios que justifique dicha barbaridad. Puede afectar a la salud de adolescentes sin defensa que terminen siendo atraídos hacia una personalidad enfermiza  y magnética.


Esto es muy raro.

jueves, 28 de enero de 2016

¿Qué predice un brillante expediente académico?


La entrevista a Laszlo Bock, vicepresidente de Recursos Humanos en Google en una entrevista en el NYT, me ha hecho pensar y ha confirmado algunas intuiciones que he obtenido a lo largo de mi carrera como docente. La idea fundamental del citado Laszlo Bock es que el expediente académico más brillante no predice nada del comportamiento de un futuro trabajador de Google. De hecho le prestan ya poca atención por no decir ninguna. Tampoco los tests rebuscados sirven de mucho para seleccionar a alguien con capacidad innovadora o de liderazgo.

Parece que el éxito en los estudios más elaborados puede querer decir más la capacidad de adaptación a un ambiente artificial en el que se ha aprendido a destacar. La pregunta fundamental que un alumno se llega a hacer es qué quiere el profesor que le conteste. Esa habilidad es la que se premia en los exámenes que destacan al alumno que contesta lo obvio que desea el profesor. Además los ambientes académicos son tan artificiales que rara vez tienen que ver con el contexto en que habrá que desarrollar su potencialidad el futuro trabajador.

Yo no soy profesor universitario, pero soy consciente de que las buenas notas, conseguidas con esfuerzo o con capacidad de adaptación a eso que quiere el profesor, no son síntoma claro de que haya verdadero brillo detrás. Muchas veces los alumnos con mejores notas se evidencia que no son imaginativos y que fácilmente, si se les saca del contexto en que se desenvuelven bien, perderían fácilmente el norte. Responder a lo obvio no es tan difícil. Responder a lo no obvio es más complicado. Alumnos que quedan orillados por su poco trabajo, su escasa constancia o su actitud disruptiva en clase pueden tener más potencial que el que triunfa en los estudios.

El otro día conversaba con un profesor en una salida y le explicaba que, a pesar de haber hecho un bachillerato científico, yo era muy nulo para las matemáticas y que me costó muchísimo sacarlas adelante. Aun así, le explicaba que todo lo que tuve que aprender sobre trigonometría, derivadas, integrales, números irracionales, etc, realmente no me ha servido de nada en mi vida profesional. Él no creía esto y pensaba que me había dado un sistema que aplicaría en mi vida de modo inconsciente. Yo se lo negué. Mi mente no es matemática, igual que no es futbolística ni musical. Tengo otras potencias pero estas no son las mías. De igual modo entiendo que todo lo que enseño sobre sintaxis a mis alumnos por prescripción curricular no les servirá de nada salvo que se dediquen como profesores a explicar sintaxis. Es falso que la sintaxis enseñe a escribir mejor. Se escribe de modo intuitivo y se aprende escribiendo, llenando miles de cuartillas y leyendo a los mejores. Ni Homero, ni Cervantes ni Balzac fueron a una escuela de escritores. Ni aprendieron sintaxis. En todo caso de modo intuitivo.

Veo a alumnos muy aplicados aprendiendo con ahínco cosas inútiles que en buena parte no sirven para nada salvo que se vayan a dedicar a una parcela del conocimiento muy específica. Y los exámenes suelen ser sobre eso, no para plantear problemas que exijan un ejercicio del pensamiento y de la reflexión para enfrentarse a lo no obvio. Los profesores somos parte de un sistema que no da prioridad a la creatividad, al liderazgo, a la innovación. Premiamos a los laboriosos, a los aplicados, a los formalmente adaptados, a aquellos que saben qué vamos a preguntar y se lo preparan, estudiando con tesón. Pero si uno se pasa la vida estudiando ¿cuándo aprende? Yo soy consciente de que todo lo que he aprendido ha sido de forma autodidacta y sin un plan prefijado, de modo intuitivo, bordeando los límites, circulando por carreteras secundarias. No necesariamente las respuestas están en las autopistas. Un futuro líder puede estar demasiado ocupado haciéndose preguntas que le obstaculicen el éxito en los exámenes que miden la homogeneidad y la ortodoxia. Y esa es la cualidad superior que tiene alguien que resalta. La capacidad de hacerse preguntas e intentar resolverlas de modo original. Lo asistemático tiene más posibilidad de enfrentarse a nuevos problemas que requieren salirse de los caminos conocidos. De hecho los grandes innovadores surgen muchas veces de la marginalidad y no del centro del sistema educativo.

¿Qué universidad puede crear a un gran periodista? ¿A un gran actor? ¿A un gran escritor? ¿A un gran director de cine? ¿A un gran pintor? ¿A un gran cocinero? ¿A un gran músico?


Entiendo que hay profesiones que requieren de una titulación académica, es cierto, por ejemplo los arquitectos, pero los arquitectos que edificaron las pirámides o las catedrales góticas no habían ido a la universidad. Hay diferentes medios de aprender pero nosotros lo hemos basado todo en la adquisición formal de títulos y de la conformación de brillantes expedientes académicos que terminan tirándose a la basura porque no son válidos para crear profesionales audaces e imaginativos. Para contestar preguntas imprevistas y fuera de programa.

A veces pienso que un solo dibujo muestra mucho más de un alumno que el examen más difícil que se pueda imaginar. 

viernes, 22 de enero de 2016

Enseñando sin compartimentos estancos: la libertad creadora.


En los últimos años he percibido la enorme importancia que tiene para mí, como profesor de lengua castellana, la expresión plástica. Es algo en lo que no reparamos porque segmentamos la enseñanza en compartimentos estancos. Uno da matemáticas, otro da biología, otro da castellano, otro música, otro profesor, visual y plástica...  Sin embargo, el ser humano no está compartimentado de ninguna manera. Es una falacia. Me explicaré. Yo suelo ponerles textos muy complejos desde primero de ESO como ejercicios de Comprensión Lectora. Me di cuenta que una cuestión fundamental, tras las preguntas de rigor, que era conveniente ver cómo ellos visualizaban plásticamente la historia o la escena. Y así introduje un recuadro en que ellos debían sintetizar dibujando cómo sentían esa situación. Además debían pintarlo. Era evidente que la comprensión del texto se expresaba mejor de algún modo con un dibujo coloreado. El alumno que había comprendido el texto lograba sintetizar con mayor fidelidad y libertad la historia. Yo no era profesor de dibujo, no era un elemento represivo de su libertad. Quería que dibujaran y pintaran sin miedo. Sintiéndose libres, disfrutando. Pero esto no es tan fácil como parece.



Un profesor de visual y plástica me comentaba hoy en una guardia de patio que los niños dibujan muchísimo durante su primera niñez, es un medio de expresión formidable que se cultiva en la escuela parvularia y primer ciclo de primaria. Sin embargo, cuando llegan a los diez y once años, todo esto se pierde. Mi compañero decía que esto ha sucedido siempre, que no es nuevo. El dibujo se pierde como medio expresivo. Los niños y púberes se cohíben y se inhiben perdiendo así esa primitiva libertad de dibujar y pintar espontáneamente y sin miedo. Dejan de dibujar. Solo una mínima expresión lo sigue haciendo y estos son los que, al cultivarlo, terminan haciéndolo bien, si no se convierten en relamidos y exhibicionistas.



He incorporado a mi didáctica un nuevo elemento. Hay una aplicación formidable que se llama VISUAL POETRY que permite construir poemas visuales a partir de textos de cualquier tipo. Solo hay que introducir el texto y empezar a dibujar. Se puede cambiar el tamaño de la letra, el color de la misma y el fondo (background). Les he propuesto algún poema de Bécquer y otro de Gloria Fuertes hasta ahora. A otro curso ha sido uno de Antonio Machado. La impresión que tienen cuando ven lo que se puede hacer es de fascinación. Tienen que hacer un poema visual con un poema determinado. No es tan fácil. La primera constatación que observo es que están inhibidos. Saben hacer algo siguiendo unas pautas pero no saben ser libres. Muchos se dedican a buscar modelos en google, generalmente estereotipados. Otros se quedan en blanco en estado de shock pues no saben qué hacer. Y así pasan los minutos totalmente bloqueados (o bloqueadas). Es tan fascinante lo que tienen delante que los atemoriza. Otros se lanzan pero es evidente que no tienen libre la imaginación, ni tienen concepción de los colores armónicos. Hoy le preguntaba a una alumna de excelente, que se sentía totalmente incapaz de hacer nada, si de pequeña ella dibujaba. Me ha dicho que muchísimo. Pues entonces quiero que te reencuentres con esa niña que eras y que te sientas libre para pintar, le he dicho. Creen que hay que hacer algo sofisticado y no se trata de eso. El dibujo naïf es el más hermoso que existe. Algunas niñas musulmanas tienen facilidad para ello y hacen cosas primorosas. Es como si estuvieran menos bloqueadas. Un pequeño número hacen dibujos muy hermosos. He puesto alguno en la cabecera del post. Es un problema de libertad y de desenvoltura de la inhibición. Además de una concepción armónica del espacio y una cierta comprensión de la armonía de color. No es necesario dibujar bien en el sentido estricto. Alguno me enseñaba dibujos que había hecho a mano que creía que eran buenos, pero eran demasiado estereotipados. La cuestión central está en una cierta ingenuidad no relamida. El dibujar muy bien puede ser un elemento que no necesariamente ayude. Picasso nos muestra en su evolución cómo pasó de un dibujo y pintura excelente a los dieciséis años a la libertad creadora de sus estadios posteriores. Más adelante comentó que le había costado toda su vida aprender a pintar como un niño.



Esto lo observo con auténtica sorpresa. No sé si el sistema educativo tiene esto en cuenta o si es también un factor coadyuvante en este fracaso colosal de la expresión plástica. Recuerdo que hace treinta años estuve pasando un mes en Balí, una isla en que buena parte de la población son artistas. Unos son actores, otros dibujantes y pintores otros danzantes, otros marionetistas, otros músicos ... Es una isla en que el arte forma parte de la  constitución cultural. Compré, en una salida que hice, un par de lienzos balineses pintados por un adolescente de quince años. Todavía los tengo en mi salón. Son bellísimos. Forman parte de la cultura tradicional que no escinde la educación artística ni hace que se inhiba la libertad creadora. Tampoco hay ese corte a los once años que se produce aquí.

Yo no tengo ni idea de dibujar pero me ejercito en formatos naïf haciendo exactamente lo que me sale sin pretender que sea bueno, solo dejando que el inconsciente funcione. Sé distinguir cuando hay verdadera libertad e inspiración en un dibujo que me muestran mis alumnos.


Hacer un poema visual es una tarea más compleja de lo que pueda parecer. Y no me parece que esto sea ajeno a un profesor de lengua castellana. 

Estos son algunos de los poemas visuales que he recibido hoy sobre un poema de Gloria Fuertes. 

domingo, 17 de enero de 2016

El aula como laboratorio creativo


Imaginemos que el aula es un laboratorio, no ese espacio consabido en que hay un profesor que enseña y alumnos que aprenden (o que simulan aprender o que no aprenden). Imaginemos que las circunstancias pueden ser moduladas. Hay dos elementos fundamentales que son imprescindibles: alumnos y profesor, profesor y alumnos. El orden puede dar lugar a casuísticas interesantes. En la clase tradicional, el profesor tiene la autoridad y dirige la sesión violentando e imponiendo contenidos, métodos, discurso, ejercicios. Puede ser genial o puede ser un infortunio con mayor o menor énfasis para los que están sentados que se aburren, no aprenden y sueñan con paraísos artificiales (¡ay, si conocieran a Baudelaire!). Es la estructura de siempre. Los alumnos no toman aquello que les interesa, no tienen capacidad de elegir. Es el profesor, que posee el conocimiento, el que define las circunstancias (si puede, claro).

Pero, como decía, imaginemos que el aula es un laboratorio en que podemos variar el proceso. ¿Podrían los alumnos estimular por sí mismos dicho proceso? Es decir, plantear sus deseos, sus necesidades, sus motivos, sus inquietudes y sus afanes y entrar en juego con el profesor que actuaría como un catalizador y no un dirigente de orquesta. ¿Puede ser el profesor impulsado por el interés de sus alumnos que anhelan jugar y aprender?

Todo esto me lo preguntaba en una clase que di el otro día en tercero de ESO. No soy un profesor autoritario. Aunque lo intentara no me saldría. Mi carácter despistado y un aura mayosesentayochesca me lo impide. No quiero decir que no lo intente pero no me sale. He de plantear mis clases de modo que sean interesantes en sí mismas de modo que sean ellos, mis alumnos, los que decidan y elijan participar en un juego, sí, un juego. La vida es un juego que tiene reglas. Todo, según lo miremos, es un juego. Lo es la política, lo es la relación amorosa, lo es el tráfico, las matemáticas, el dinero... La dimensión de juego es esencial para comprender la realidad. ¿Por qué la clase no va a poder asumir también la condición de juego explícito en que hay unas reglas y un objetivo: el conocimiento?

La clase fue un éxito. Planteaba por primera vez una aplicación distinta a Kahoot que se llama Socrative. Había creado un test de cuarenta preguntas sobre sintaxis en que tenían que contestar, eligiendo entre diversos ítems o verdadero/falso. Cada grupo de dos o tres alumnos era representado en la pizarra digital por un unicornio (o un cohete) con diversos colores. No había tiempo límite Solo había que contestar en grupo cuarenta preguntas, no necesariamente fáciles. Con sus aciertos hacían avanzar el caballo de la pizarra digital compitiendo entre ellos. Tenían que debatir en grupo las distintas opciones sobre el tema del Predicado Nominal . Fue apasionante. ¿Se imaginan a veinticinco alumnos discutiendo sobre sintaxis pura para elegir la respuesta correcta que hiciera avanzar a unicornio frente a los demás? Aclaro que tienen un ordenador portátil pero que hace falta solo uno para el grupo.

Era un ensayo que salió bastante bien, yo diría que muy bien. Miramos los resultados y la clasificación. Estos ofrecen  al profesor una radiografía de las deficiencias del grupo y le ayuda a saber por dónde atacar.

Quedaba mitad de la clase. Planteé Retos de escritura, una aplicación que tengo el iPad, elemento imprescindible en mis clases. Conecté el iPad al cañón de proyección y comenzó el juego que ellos conocen. Elegí nueve pasos, esto quiere decir que la aplicación elige un comienzo para una narración que tienen que escribir individualmente. Les da una pista, una frase, un personaje, y ellos tienen que incluirlo en una narración. Al minuto les sale aleatoriamente otro elemento narrativo que deben coordinar con el primero de forma lógica, algo que es difícil porque los elementos son muy dispares. Así hasta el noveno paso que les da el final de la narración con una frase en el aire que queda vibrando. Es un ejercicio difícil porque se trata de hacer lógica lo que es una secuencia arbitraria, y hacerlo de forma rápida, muy rápida. Es un juego que les encanta. No es la típica redacción sobre las vacaciones. No, hay que tener conciencia del juego narrativo y ser capaz de hacer coherente el relato. Hay algunos que son unos hachas. El momento culminante es cuando han de leer sus relatos. No había demasiado tiempo y pedí voluntarios. En seguida se levantaron diversas manos que querían leerlo. Percibí entusiasmo en sus deseos de leerla. Leímos cinco o seis. Algunas eran perfectamente lógicas. Habían sabido incorporar con habilidad elementos totalmente inconexos en principio. Otras no eran tan hábiles pero ellos al leerlas se daban cuenta del acierto o no del ejercicio   que era juzgado por sus compañeros que aplaudían cuando el resultado era óptimo. Hay algunos alumnos que tienen a gala redactar con alguna soltura y les encanta el juego que presupone rapidez de reflejos y un potente eje mental, aglutinador de la historia. Cuando faltaban varios por leer, sonó el timbre de final de la clase que había pasado en un soplo.

No siempre sale bien. Hay intentos fallidos, pero tengo claro que mis alumnos estuvieron fuertemente implicados en esa sesión que ofreció dificultad y les exigió estar al límite de sus posibilidades sintácticas y narrativas.


A esto me refiero. Convertir el aula en un laboratorio de experimentación dinámico, abierto a la creación, la improvisación, y el placer por aprender.

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