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martes, 20 de octubre de 2015

Mover objetos con el pensamiento ya es posible


Ayer hice algo que me produjo una íntima satisfacción y una honda emoción. Hice un encargo a través de internet a Estados Unidos de un artefacto que tendrá una fuerte influencia en mi vida. Lo presiento. Desde que hace un par de años vi un vídeo de una mujer tetrapléjica moviendo un brazo mecánico con el pensamiento, no había dejado de pensar en ello. Cuando ella logra articular el brazo para que le dé de beber siente una felicidad difícil de imaginar. Mover algo con el pensamiento. ¿No estremece la idea? 

Es como una barrera que consideramos infranqueable y la consideramos solo propia de la SF o de los fenómenos paranormales. Pero no es así. Ya  hay tecnología comercializada que permite experimentar esta realidad. Es lo que ayer compré: un EPOC+  EEG (Electroencefalograma) de la empresa EMOTIV. Es una especie de diadema que se desliza por la cabeza con sensores a modos de terminales que son un Electroencefalograma que se conecta por bluetooth con el ordenador que uno tiene delante donde aparece una imagen tridimensional de nuestro cerebro con las zonas que uno activa en las distintas emociones o actividades en que uno se implica. El dispositivo reconoce las emociones que uno siente y las proyecta sobre la pantalla del ordenador. La tristeza, la risa, el llanto, la rabia y la ira, la frustración, la afinidad ... Además hay aplicaciones en que uno puede interactuar con las imágenes en 3D y moverlas y desplazarlas por la pantalla mediante los impulsos eléctricos del pensamiento. Nuestros pensamientos mueven objetos virtuales o un personaje se mueve por un espacio de videojuego impulsado y dirigido por nuestra fuerza mental. Todavía no sé muy bien el alcance de este dispositivo. Por supuesto esto se podría aplicar a objetos físicos reales y mover con el pensamiento coches eléctricos u objetos con receptor a través del bluetooth. El alcance de esta tecnología es difícil de evaluar porque supone una revolución copernicana en nuestra concepción de la relación con la realidad. Y ofrece unas posibilidades inmensas para personas discapacitadas. Y no solo para personas con problemas de movilidad. Pronto podremos escribir con teclado solo pensándolo y cambiar canales de televisión o manejar un ordenador o teléfono móvil. Es una puerta al futuro que se está abriendo tímidamente pero que pronto, en pocos años, será comercializada y se popularizará. La idea es alucinante. Pienso que cuando logre desplazar alguna figura con mi mente sentiré una emoción tan fuerte o tan profunda como cuando navegué por primera vez por internet. Algo que parece imposible se está haciendo real.


Llueve.

sábado, 17 de octubre de 2015

El viaje exige riesgo


Ser profesor tiene algo que ver con la aventura. Me gusta la imagen del profesor como un aventurero, como un marino, un capitán, y el aula como nave imaginaria. Los alumnos son los tripulantes ansiosos de aventura y novedad. El curso, el océano abierto, el mar lleno de tritones, animales fantásticos marinos, torbellinos, Escila y Caribdis a un lado y a otro, islas de flores narcóticas, ninfas, gigantes de un solo ojo, triquiñuelas, artimañas, estrategias ... Todo vale. Pero un viaje puede ser todo menos aburrido. El capitán debe convertir el conocimiento en apasionante para entusiasmar a sus tripulantes que son, pese a todo, el alma de la aventura. Y, como sabemos, lo que importa es el viaje. No Itaca. El viaje debe ser fecundo y lleno de emoción. El capitán que no renueve sus cartas marinas, que siga pensando que el conocimiento con sangre entra, que un aula es un espacio donde debe reinar el silencio absoluto de la devoción ante sus palabras, ese capitán sin duda deberá o debería buscar otro barco con tripulantes de la tercera edad. Que tampoco lo seguirían porque preferirían tal vez otros juegos.

Un aula está llena de adolescentes y estos son una tribu peculiar. Son agotadores por su intensidad y su pasión, sus conflictos, sus procesos complejos tan diferentes de los hipócritas de los adultos. La adolescencia tiene todavía algo de puro. Como creía Salinger. Y el profesor ha de dirigirse a esos muchachos con algo de también pureza. Ha de entender el juego planteado en el aula. Un juego invisible y delicado, sutil. Vale casi cualquier cosa, pero queriéndolos. Un profesor debe estar enamorado de la adolescencia, ver en esos rostros el ansia de saber. Si piensa que sus alumnos no tienen curiosidad, está equivocado. La adolescencia es la etapa con más curiosidad de la vida tras la niñez. Pero este juego tiene unas reglas. El profesor puede y debe experimentar. No puede entrar en el aula acongojado, triste, escéptico. Conozco esa sensación ominosa y en tal caso, el profesor debe abstenerse de entrar en el aula. El aula es para disfrutarla, para sentirse feliz dentro de ella. Solo así se podrá concitar el milagro del aprendizaje. Los alumnos se dan cuenta cuando el profesor está disfrutando y cuando no. Cuando este siente miedo, cuando está aburrido. Cuando está pensando en jubilarse para alejarse de ese maremágnum caótico que es un aula poblada con treinta adolescentes. El aula es dinamita, vena de oro salvaje, en que todo es posible. Y el profesor ha de convertir ese explosivo emocional en juego apasionado. Es un baile de máscaras y el profesor es un prestidigitador de sombras que ha de emocionar.  Y para emocionar debe sentir primero la emoción dentro de sí. El conocimiento tal como yo lo entiendo no es aburrido. Solo he aprendido en mi vida divirtiéndome. Lo árido y pesado tal vez sea apropiado para los juristas que aprenden leyes y leyes en cadena para sus oposiciones a juez. El conocimiento ha de tener picante dentro, picante que estimule, que despierte el apetito para que sus alumnos pidan más y más. Y que aprendan sin darse cuenta. El conocimiento en espiral. Metódico y mágico. El profesor inicia un juego y lo mantiene hasta el final. Es una apuesta. Arriesgada, firme, sólida. Absorbente. Hasta que consigue implicar a todos sus alumnos. Y estos necesitan avanzar, piden avanzar, exigen más. Y en esto no hay límites. Los adolescentes pueden asimilar conceptos complejos. No deben ser tratados como incapaces. No debe dárseles alimentos bajos en calorías. No. El aula exige también rigor, altura intelectual, debate incesante. Alegría intelectiva. Mi experiencia me dice que los adolescentes pueden asimilar cuestiones difíciles y complejas. Y de hecho les divierten más que las simplonas. Hay que creer en ellos, en su capacidad de autosuperación. Tal vez no sea el cien por cien, pero hay un amplio porcentaje que sigue el juego y goza pidiendo más. Hay que respetarlos y no tratarlos como imbéciles. Este es un peligro serio. La degradación de una enseñanza que toma a los adolescentes como pueriles. Al menos mi impresión con ellos en un centro de máxima complejidad social, con buena parte de alumnos inmigrantes, me dice que “el nivel” es posible. Nuestros alumnos se hacen indigentes a fuerza de despreciarlos y no creer en ellos. Pero para apreciar su potencial, el aula debe ser otra cosa que lo que es. Un profesor patético que explica y treinta alumnos que aguantan la explicación que no les dice nada ni les aporta nada. En supuesto silencio. El aula es ese territorio todavía encantado en que debe subsistir el hechizo. Y el profesor que lo consiga verá maravillas que parecen insospechadas.

Así la aventura continúa. La aventura prosigue en otros vértices y otros parámetros. Aprender es divertido. Y aprender lo complejo es más divertido que aprender lo simple. A nuestros alumnos les agrada pensar, pero hay que enseñarles a hacerlo de una forma eficaz. Es un mito el pasotismo de los adolescentes. Pero hay que saberlos ver. Reconocer. Disfrutar.

Y es cierto que el que no entienda estas palabras, es posible que no esté en el lugar adecuado. La enseñanza es pura especulación y experimentación. Hay quien dice que todo está inventado. Tal vez, pero no está adaptado a este tiempo. Un tiempo distinto, radicalmente nuevo. Que no tiene que ver con el que era hace veinte o treinta años. Son otras luces las que refulgen. Otras sombras las que acechan, y las menores de ellas no son las de los que creen que ya lo saben todo, que no hay nadie que les pueda enseñar. Un profesor que esté triste o que crea que ya lo sabe todo, o que juzgue sin saber, es un profesor poco afortunado.


El viaje exige riesgo.

miércoles, 14 de octubre de 2015

El talento, la más injusta de las circunstancias humanas...


Investigo y experimento nuevos modos de evaluación de modo sistemático. Nadie podrá decir que las notas que utilizo son las de dos exámenes para toda la evaluación. No, mi nota es configurada por más de cincuenta o sesenta ítems en que se valora todo, absolutamente todo lo que ha pasado en la evaluación. Cada día incorporo dos o tres ítems sobre lo que hemos estado haciendo en clase, los trabajos que han hecho, que sigo concienzudamente comentándoselos y orientándoles cómo mejorarlos. Mis notas son complejas y exhaustivas. Además aplico a final de evaluación una rúbrica para que los alumnos puedan autoevaluarse a la vista de todas las notas que han obtenido a lo largo de ese periodo. Lo que han presentado y dejado de presentar, los tests con Kahoot, con Educanon, con Kubbu, las pruebas escritas, los ejercicios de resúmenes casi semanales, los mapas mentales con Mindomo, uno por semana, los vídeos que ven a razón de dos por semana.

Sin embargo, evalúe como evalué, los resultados son muy parecidos. Hay alumnos que están en cabeza destacando, hay otros en el terreno intermedio y otros que se descuelgan y quedan atrás. No es una cuestión de suerte en un examen en un día propicio. Esto es un mito. Se tiene en consideración la constancia del alumno, su persistencia en una actitud, su habilidad tecnológica, su asiduidad en la presentación de trabajos ... No obstante, hay algo que observo como signo distintivo de los que van en cabeza, además de su mayor constancia y capacidad de trabajo así como su agilidad mental. Me refiero a su memoria. Hay alumnos que retienen la información que pasa  por ellos y otros que la olvidan con facilidad. Hay alumnos que son capaces de estar jugueteando en clase y que a la vez se enteran de todo y lo retienen. Y otros a los que tal vez les cueste fijar la atención o su memoria es abiertamente más liviana y no retienen la información.

Se ha denostado mucho la memoria como herramienta educativa pero es uno de los signos distintivos más relevantes en el proceso de aprendizaje. Si no se retiene información ¿cómo se van a conectar las distintas ideas o datos? Utilizo en mi didáctica los mapas mentales. Uno cada semana a través de Mindomo, una plataforma de pago que he asumido personalmente. Sé que es un medio extraordinario para organizar las ideas y establecer conexiones entre ellas. Un mapa mental es un procedimiento de organización de la  inteligencia. Pues bien, los alumnos que mejores resultados obtienen en los mapas mentales son también los que mejor retienen la información. No es solo retenerla, claro,  es también saber organizarla, establecer conexiones, sinapsis...

He pensado mucho en la idea de las inteligencias múltiples aunque tengo que seguir profundizando en ello.  Sin duda habrá alumnos que son malos para el lenguaje y son excelentes para el dibujo, la danza o el fútbol. Alumnos que fracasan en un área pero que son extraordinarios en otra. O simplemente buenos. Alumnos que fracasan en los estudios reglados pero son buenos en las relaciones públicas, en la mecánica, en el deporte ... Sin embargo, en un aula convencional hay escasa salida para darle a esto. Puede que mis alumnos sean deficientes en mi compleja valoración evaluativa, pero sean excelentes en los videojuegos o como delanteros en un equipo de fútbol. De hecho me encuentro exalumnos que no eran nada brillantes –nada- y los encuentro mejor colocados laboralmente que otros que lo eran. Esto es un misterio insoluble. He conocido a excelentes alumnos que a sus cuarenta años siguen viviendo con su madre porque no han podido salir al mercado laboral. Es decir, que su experiencia ha sido infructuosa profesionalmente a pesar de su título universitario.

Sin embargo, en el aula solo podemos ver unos parámetros –por más complejos que puedan parecer-. En ellos hay alumnos que sobresalen muy por encima de la media en las áreas de comprensión, memoria, establecimiento de conexiones, adquisición de conocimientos tecnológicos, constancia ... Y es eso lo que evaluamos. No podemos evaluar la incerteza. Solo podemos evaluar lo que es mensurable. Trabajo y comprensión, y como aliado fundamental en todo, la memoria. Alguien dijo que la memoria era el cincuenta por ciento más importante de la inteligencia. Sin memoria no hay aprendizaje. La memoria ayuda a situar los conceptos en su lugar, a establecer relaciones con fluidez. Un alumno con buena memoria natural tiene muchas más oportunidades de destacar en los estudios que otros que no la tengan. Si a esta capacidad espontánea se le une la agilidad mental, la rapidez de comprensión y el trabajo exhaustivo tenemos a mi alumno Yassin de trece años y marroquí que se permite estar en clase, con cara divertida, con cien ojos y oídos y ser de los más juguetones y folloneros del aula.


Cada día me digo que el talento es la más injusta de las circunstancias humanas. Pero ¡qué genial es este Yassin!

viernes, 9 de octubre de 2015

La pedagogía es arte



La llegada del fin de jornada del viernes para un profesor es un momento de repliegue de velas. En su mente resuenan las clases de la mañana y la semana y no es difícil hacer una especie de evaluación emocional por el estado de ánimo que le domina. En la última clase ha cometido un error serio. La planificación y la estrategia de cada clase son esenciales para que funcionen fluidamente. Una conversación familiar ayer sobre el nivel de un ejercicio ha confundido al profesor y ha sobrestimado el de sus alumnos, mayoría de marroquíes, cuyo dominio de la lengua es escaso. Eso ha dilatado el ejercicio y lo ha hecho pesado y cansado. 

Una clase debe ser variada, dinámica, con cambios de ritmo. Las otras clases de tercero de ESO han tenido una buena dosis de emoción. Los alumnos ven en casa los vídeos que ha grabado el profesor, hacen un resumen y contestan a las preguntas insertas en el vídeo. Así, el profesor puede ver antes de entrar en clase quién ha hecho los deberes y quién no. Una aplicación educativa lo permite (Educanon). El nivel de cumplimiento de las tareas es de un 95 por ciento. Solo un alumno, máximo dos, no cumplen con lo estipulado que es ver el vídeo y contestar las preguntas.

La clase comienza. El profesor escribe en la pizarra las tareas para los próximos días, todo cuidadosamente planificado. Y luego comienza una sesión de Kahoot que los alumnos esperan con entusiasmo. Imaginaos a 27 adolescentes con sus ordenadores o sus móviles esperando conectarse con el código que genera Kahoot, acompañado de la música que ya induce la tensión. Son 22 preguntas las que ha diseñado el profesor y que aparecen en la pizarra una detrás de otra. Los chavales han de contestar desde sus dispositivos móviles a una de las cuatro opciones. Dependiendo de la corrección de la respuesta y la velocidad de reacción se crea una lista en que aparecen clasificados. Hay veinte segundos para contestar, pero en diez ya han contestado todos. Son preguntas hoy tipo test sobre el Mester de juglaría, el tema que han visto en casa en el vídeo. La tensión y la emoción es máxima. La lucha entre las chicas es muy apretada. Va variando la clasificación, hasta que llega la pregunta final. Esto dura unos veinte minutos. El resto de la clase es para trabajar sobre mapas mentales. Hoy toca sobre la Lírica tradicional medieval. Han de crear y elaborar en Mindomo un mapa mental sobre el concepto de Lírica tradicional, su historia, sus géneros, las celebraciones en que se daba. Los más aventajados añaden poemillas el mapa mental. La realización de mapas mentales es muy reveladora. Expresa su comprensión del tema pero también su interpretación de las relaciones entre conceptos, las ramas y las subramas que se derivan de los nodos principales. Pueden poner dibujos y fotos, vídeos, cambiar los colores, distribuir gráficamente el mapa mental. No es fácil. Realizar un  mapa mental requiere de orden y capacidad de reconocer las jerarquías de conceptos así como percepción del espacio, claridad visual y compositiva. Y no debe faltar el buen gusto. Como profesor puedo entrar en sus mapas mentales y ver el resultado pero también asistir al proceso de creación en parejas. Hay una función en que puedo ver cómo está hecho el mapa de ideas y las secuencias que lo han conformado.

No tienen apenas papel. Todo lo que hacemos es vía tecnología. Exceptuamos los ejercicios de resumen que hacen cada semana. Han de resumir un texto de cien líneas a diez. Las clases son dinámicas y son de trabajo. El profesor va de grupo en grupo intentándoles orientar. No explica a todo el grupo. Esto ya se da en los vídeos que ven en casa.

Mi teoría es la del aprendizaje en espiral. Llevamos apenas un mes de clases y nos hemos sumergido en la Edad Media y los géneros literarios medievales. Además, a través de otras aplicaciones como Nearpod nos hemos adentrado en la sociedad medieval en todos sus aspectos. No hay apuntes. No hay copia, esa que tan cara les resulta a los profesores. Todo es esencial. Utilizamos la tecnología inteligentemente. La próxima semana les haré un examen de cultura medieval exhaustivo para el que no habrá que estudiar. Quiero ver lo que recuerdan después de esta inmersión a través del juego, la tecnología y los vídeos en casa. No me interesa que estudien. Quiero observar lo que retienen en su cabeza a través de todas las actividades que hemos hecho, unido a la generación de mapas mentales que están llevando a cabo.

Es una intuición, pero espero que su nivel de memorización va a ser muy superior respecto a cualquier otro sistema de trabajo. Hemos utilizado las emociones para aprender. Las emociones y el subrayado de conocimientos sobre los que hemos vuelto desde varias aplicaciones simultáneamente. Una espiral cognitiva. Es otro modo de aprender.

Los veo motivados. Se sienten orgullosos de cumplir las tareas en casa donde ven al profesor hablándoles en la intimidad del hogar. Han de concentrarse intensamente en los vídeos en los que el profesor les hace preguntas sobre lo visto. Han de estar con los cinco sentidos. Ayer había cometido un error en la respuesta de una pregunta sobre el Poema de Mío Cid y rápidamente recibí mensajes sobre el error con un lenguaje sumamente técnico. La mayoría se habían dado cuenta.

Coste humano de esto. Que el profesor ha de ser profesor veinte horas al día al estar permanentemente conectado a las aplicaciones que conforman el sistema tecnológico. El profesor sabe que ha de establecer lazos con sus alumnos. Saber perfectamente quiénes son, cuáles son sus problemas, estimularles, felicitarles, animarles, reconocer sus esfuerzos, sonreírles, darles un apretón en el brazo, dedicarles tiempo, conocer el sistema tecnológico muy complejo para poder resolver cualquier problema que surja. Dominar un montón de aplicaciones educativas, que son prodigiosas, para estimular su trabajo, su comprensión y su avance cognitivo.

Sinceramente, creo que van a aprender mucho más y lo hacen contentos con un grado de implicación y complicidad muy superior a cualquier otra vía. El profesor se desgasta, pero entiende que esto no es ser profesor. Es un arte creativo. La pedagogía es creación intelectual. Como lo puede ser la pintura, la fotografía, el cine, la escritura... En la pedagogía se conjugan todos los niveles de creatividad humana. El profesor así se convierte no en un personaje polivalente a disgusto sino que es un artista. Un artista que goza con la creación y contagia a sus alumnos para participar en una obra colectiva apasionante.


martes, 6 de octubre de 2015

Por qué soy incoherente


El otro día un bloguero amigo hacía referencia veladamente a mi incoherencia pedagógica tras seguirme a lo largo de varios años. Y quedaba sorprendido por mi ejercicio de saltimbanqui este verano en que parece que se me ha aparecido la luz tras la lectura de algunas obras educativas. De tal modo me he convertido en partidario de la innovación pedagógica, esa que viene con siglas extrañas desde el otro lado del océano pero que, a su juicio, consiste en un lenguaje grandilocuente de radical novedad pero que está vacío de todo real contenido innovador pues expresa lo que se ha hecho siempre.

Reconozco mi incoherencia. Yo defendí las tesis de Ricardo Moreno Castillo y su Panfleto Antipedagógico. Apoyaba yo la escuela del esfuerzo frente a una escuela lúdica e inconsistente. Entre mis setecientos setenta posts hay ejemplos de esta convicción contra la escuela del constructivismo y del aprender a aprender.

Soy una persona poliédrica. El hecho de que me enroque en una posición no quiere decir que no esté evaluando constantemente enfoques contrarios o alternativos que rechazo. Mis reflexiones han ido jalonando este blog con flagrantes contradicciones. Quiero pensar que son las propias de un profesor que contrasta sus ideas con la praxis en el aula. ¿De qué modo las ideas de Moreno Castillo me ayudaban a conseguir que mis alumnos aprendieran? Lo intenté. Pero eso me llevaba a estar en un modelo estático y alejado del aula. Y además la constatación crudelísima es que mis alumnos no estudiaban (las características sociales de mi instituto son muy marcadas) y ello era evidente. Yo lo intentaba todo desde ángulos convencionales de enseñanza-aprendizaje. Pero el resultado era magro, escaso. Y además mis alumnos se hacían expertos en el arte de la copia. He escrito sobre ello. ¿Por qué a pesar de todos mis esfuerzos mis alumnos no retenían nada? Me daba cuenta de su escasa atención, de sus dificultades lectoras, de la desatención en el aula. Elucubré mucho sobre ello. Mis compañeros y yo lo achacábamos al medio social, a la falta de hábitos de estudio, a la poca o nula implicación de las familias, a la deficiente culturización, a los medios de comunicación, al estilo de vida, a las leyes educativas... Muchos profesores reclamaban más de lo mismo. Más disciplina, más esfuerzo, más sentido del deber, más conciencia de futuro... Pero nada funcionaba salvo en un pequeño porcentaje que aprovechaba la enseñanza en el sentido tradicional, tal vez un diez por ciento, a lo sumo un 15 por ciento. El resto, un ochenta y cinco por ciento se inhibía, se arrastraba, desconectaba, y algunos lograban pasar, más por la enorme generosidad del sistema que porque ellos hubieran luchado por ello.

¿Por qué pasaba esto? ¿Había que dar más de lo mismo en una fórmula que yo ya preveía condenada al fracaso? La enseñanza era estática, carecía de dinamismo, no aprovechaba las ganas de aprender de un adolescente cuya curiosidad está en el punto de máximo exponente. ¿Por qué los aburríamos? ¿Por qué no les interesaba lo que les contábamos? ¿Por qué todos los profesores solo hablan de esa minoría de alumnos que van bien y desdeñan a los que se autoeliminan o se desentienden?

Detestaba a Ken Robinson al que había visto en algún vídeo que me parecía totalmente fuera de la realidad. Venía a decir que la escuela en que estamos mata la curiosidad y que está pensada para la sociedad industrial pero que no tiene en cuenta el mundo cambiante en que estamos y la realidad de un futuro del que no sabemos nada.

Este verano he visto muchos vídeos de TED sobre educación. Para mi sorpresa me hablaban con más cercanía a mi realidad que las charlas insulsas de mis compañeros de instituto carentes de cualquier tipo de reflexión sobre la realidad que estamos viviendo. No hay nada más vacuo que la conversación con un profesor que sabe perfectamente lo que tiene que hacer porque lo ha hecho siempre. Aquellas charlas me abrieron caminos de pensamiento que estaban dormidos. Leí un libro magnífico de Francisco Mora Teruel titulado Neuroeducación que me ayudó a ver más claro. Los problemas de atención de mis alumnos son comunes a los adolescentes de todo el mundo. Los muchachos solo aprenden algo si esto va ligado a emociones estimulantes, solo aprenden si el aprendizaje va unido a la novedad, hay inteligencias múltiples, la mayor fuente de aprendizaje va unida a la cultura audiovisual, un aula no es un lugar sagrado en que solo pueda haber la voz del profesor. Un aula puede ser un espacio abierto en que se planteen problemas. La materia de un profesor puede convertirse en apasionante. Los alumnos pueden aprender sin darse cuenta, sin apenas estudiar convencionalmente si logramos retenerlos. El juego es el mayor aporte al aprendizaje. Jugando se aprende. Si convertimos el aprendizaje en un juego estimulante podemos llegar mucho más allá que de cualquier otra manera. La tecnología es su lenguaje generacional. El aprendizaje cooperativo es importante. Cooperar aporta mucho al aprendizaje significativo. Y el concepto de aprendizaje significativo se impone. ¿Qué es aprendizaje significativo? Yo lo definiría como un aprendizaje que sirve para la vida, que se puede utilizar para enriquecer la propia experiencia. Y la evidencia de que nuestros alumnos son curiosos, les interesan muchos temas, pero no podemos dárselos como siempre se los hemos dado. Para aprender es necesario un desorden creativo. Un aula no tiene por qué ser un espacio en que haya un silencio absoluto ante un profesor que causa miedo...

Agité todo esto, leí varios libros, seguí viendo vídeos, conversé con alguna profesora innovadora (una rara avis): la inmensa mayor parte de mis compañeros tienen muy claro qué deben hacer y cómo hacerlo lo que no impide que nuestro centro gestione el fracaso más formidable en todos los órdenes, algo que no ha llevado nunca a ninguna reflexión de ningún tipo. Y me dije. ¿Puedo irme de aquí, de esta profesión, sin contrastar con la realidad un enfoque claramente diferente a lo que se está haciendo oficialmente? ¿Por qué no darme el lujo de intentar cuadrar el círculo? Lograr que mis alumnos adquieran un nivel alto y que se diviertan haciéndolo. Y que yo me divierta también. Lograr implicarlos en una dinámica atrayente que sea nueva, que los emocione, que implique a los más proclives al abandono. ¿Por qué no embarcarnos en un proyecto que de entrada me genera una enorme ilusión y que pudiera abrir nuevos caminos? ¿Puedo irme sin probarlo? Es la manzana envenenada del conocimiento que me tienta. ¿Puedo ir más allá de alguna tertulia decadente como Deseducativos, un blog que desapareció en la nada, que se esfumó en el éter sin dejar nada en pie y del que no aprendí nada?

¿Puedo ir más allá de la conversación de mis compañeros de instituto que no genera más que aburrimiento, ganas de jubilarse y decepción?

Tengo una oportunidad y la voy a aprovechar.

Y la incoherencia me importa tanto tanto que me voy a reír de ella a mandíbula batiente. Quiero divertirme, que mis alumnos aprendan a pesar suyo y que esto me suponga un desafío intelectual potente. Porque no es lo mismo. No son refritos de ideas de siempre. Sé distinguir a un docente derrotado y a uno desafiante. Con nervio, con pasión y adentrándose en territorios desconocidos donde las reglas hay que improvisarlas. Esa es la novedad, ese es el desafío. Esa es la vanguardia. Lo que no quiere decir que en la vanguardia renunciemos a la tradición. Se pueden armonizar.


Caña.

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