Escucho mientras escribo una canción de Nancy Ajram, cantante árabe nacida en Líbano, titulada Ah W Noss...
Me sumerjo en su ritmo, y pienso en mis alumnos marroquíes a los que les
planteé hace unos días un ejercicio de redacción en el que tenían que reflejar
sus gustos musicales, y su modo de entender la música en sus vidas. Mis alumnas
suelen llevar velo (hiyab) en su
mayoría. Me preguntaba qué gustos tendrían, qué escucharían en sus ratos
libres...
Para mi sorpresa estas alumnas con velo tenían gustos muy
occidentales y la música que escuchaban les llevaba, en sus comentarios, a sentirse libres, a no
pensar en muchas cosas negativas, a sentirse felices, a olvidar las penas, a facilitar la
concentración... Una de ellas reconocía que cuando escuchaba música su cuerpo
no podía resistirse a ella.
Mis alumnas con velo aman la música romántica en que jóvenes
disfrutan de su amor, en escenas delicadas en que la seducción juega un papel
fundamental. Y no es ajena en absoluto la sensualidad en las imágenes que he
podido rastrear en Youtube. Alguna de ellas, una muchacha que me confesaba ayer
que quería llegar a ser cardióloga, se sentía fascinada por la música rapera
que habla de política, de adolescencia, de la riqueza y la pobreza, de la
resistencia contra el sistema, del amor... y que se resume en una palabra en la
interpretación de Fabri Fibra
(rapero italiano admirado por esta muchacha): contracultura, que lleva a la idea de resistir frente al
aplastamiento del sistema de modo que salen frustraciones y planteamientos
políticos en las letras de estas canciones.
La música es una forma de libertad y de expresión, la música
es imaginación para estas muchachas. Y cabe todo: reggaeton, bachata, salsa,
merengue, regada, cha3biya, rap, disco y cantantes que van desde Rihanna, Lady
Gaga, Mecano hasta David Bisbal, Beyoncé...
Pero el mayor descubrimiento fue cuando uno de los muchachos
marroquíes escribió esto sobre la música: la
música no me gusta porque la religión musulmana dice que la música es una de
las peores cosas que puede haber. Sigo sin entender el porqué dice eso la
religión musulmana, y se lo he intentado preguntar a mi padre, pero nunca lo he
hecho. Algún día lo haré pero no sé cuándo.
En consonancia con esta consideración El País publicó el
domingo un reportaje que, si no lo leisteis os lo recomiendo vivamente, se
titulaba: La música es la flauta del diablo. En él se recogía el hecho de que distintos muchachos en
Melilla, en institutos de secundaria, se niegan a participar en las clases de
música porque temen que la música les hechice y les lleve al pecado en la
interpretación más rigorista del Islam. Los padres, con largas chilabas que
dejan ver los tobillos como es preceptivo en los hombres puros, refuerzan la actitud de sus hijos explicando
que es una elección suya y que no están influidos por ellos. Es sabido que en
Afghanistán los talibanes prohibieron la música, y que en Somalia el grupo
islamista Al Shabah dio diez días a las emisoras de radio para que pararan la
emisión de música. Esta interpretación radical avanza en las posiciones
salafistas de los musulmanes de Melilla.
Cuando contemplo a mis alumnas con hiyab que reivindican en
las letras de las canciones que les gustan, la rebeldía, la contracultura, el
amor romántico, la sensualidad con imágenes de muchachas atractivas y con el cabello descubierto, entiendo que algo de razón tiene la intepretación
rigorista del Islam. La música abre caminos a la libertad de conciencia,
despierta la imaginación, hace olvidar las penas y hace feliz a estas muchachas
cuyos cuerpos no pueden resistirse a sus ritmos...
Me pregunto qué
pensarán muchos españoles que ven a estas muchachas con hiyab y que quizás creerán
que detrás de ellas hay conformismo, sumisión, sometimiento... y me doy cuenta
del grave error que supone esto. La realidad es mucho más compleja y sólo hay
que ser consciente de sus gustos musicales y las ansias de libertad y de amor
que subyacen en ellos. Alguna de ellas me ha confesado que no se casará porque
no aceptaría nunca que un hombre quisiera ser superior a ella. Es una de las
muchachas con sentimiento más consciente de la libertad de expresión y de
pensamiento, a años luz de la toma de conciencia de otras muchachas nativas que
viven en mundos mucho más elementales.
La música es la flauta del diablo. Tienen razón. Y con el
diablo entran muchas más cosas como el deseo de libertad, la sensualidad y la
contracultura. Puede que la primavera
árabe haya sido impulsada fundamentalmente por la música. Nadie ha reparado en
ello, pero mis alumnos y yo sí que somos conscientes de su inmenso poder.