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viernes, 11 de mayo de 2012

La especulación financiera o el casino del hambre


                                                    Peter Baleke Kayiira, activista ugandés
El año pasado tenía un problema. Tenía cinco mil euros y quería invertirlos en algo seguro. Fui a Caixa Catalunya y expuse la situación. El director, muy sonriente, me habló de un producto con excelentes perspectivas en plena crisis que era el Depósito 100% Natural que me permitiría obtener una atractiva rentabilidad en función de las evolución de la cotización del azúcar, el café y el maíz en el mundo. Me dijo que él tenía capital invertido y que era una excelente opción.

Me lo quedé pensando pero no tomé una decisión sobre ello antes de investigar algo el producto en cuestión. Yo era un pequeño inversor. ¿Qué estaba haciendo con mi dinero? Busqué información y no tardé en dar con una web de Veterinarios sin Fronteras que me aclaraban el fundamento de la inversión. Yo, como inversor, estaba apostando por el alza o descenso del precio de los alimentos, que sirven de alimentación al tercer mundo,  para producir plusvalías. Estos alimentos se utilizan para la producción de biocombustibles que luego son exportados a occidente, o se especula con el precio de alimentos básicos como el cacao, el café, el maíz, la soja, el arroz... Era un negocio lucrativo y el banco por la estructura del producto no perdía nunca. Era un producto de ingeniería financiera que permitía la inversión del ahorrador medio y pequeño que colaboraban con su capital al aumento del hambre en el tercer mundo. Es sabido que en el mundo desarrollado utilizamos entre un 10 y un 15  por ciento de nuestro presupuesto en alimentos. Pero ¿cuánto utilizan los habitantes de países como Nigeria, Bangladeh, Costa de Marfil, Ghana, Uganda, Afganistan? ¿Os hacéis un cálculo? Yo os lo ofrezco: entre el 50 y el 90%. El alza del precio de los alimentos básicos son devastadores para estos países que además son los principales importadores de estas materias. Cuando sube el precio, estos países han de pedir nuevos créditos a Occidente y sube también la deuda externa que los sume más en la pobreza. Es un círculo vicioso.

Los especuladores han visto estallar la burbuja de las punto com, y la burbuja inmobiliaria. Ahora es el momento de la inversión y especulación con el hambre en el mundo que se convierte en un nuevo refugio para los inversores grandes, pequeños y medianos. Yo mismo me podía haber convertido en especulador y haber propiciado con mi capital el hambre en el Sahel, el Cuerno de África, el Congo, Bangla Desh... Normalmente estos productos son opacos. ¿Quién sabe qué hay detrás de un fondo de inversión? Catalunya Caixa cometió una cagada fenomenal y el caso tuvo publicidad que llevó  a que Veterinarios sin Frontera promoviera una campaña de información y denuncia, y que llegara incluso al Parlamento catalán impulsado por la coalición de los Verdes. Pero esto no es lo normal. Los bancos invierten en estos productos pero no le dan publicidad y lo ocultan, y, nosotros, sin saberlo, personas que se creen de izquierda están apostando por el alza y descenso del precio de los alimentos, para obtener algunos ganancias multimillonarias.

Otra forma de inversión es la que se ha extendido en muchos países muy pobres del mundo que venden sus mejores tierras cultivables a gobiernos extranjeros (Occidente, países del Golfo, China y países emergentes...) Así, los gobiernos corruptos de África están vendiendo y echando de sus tierras a sus pobladores para cederlas a inversores que producen allí biocombustibles que llegan a nuestros coches inocentes y alimentos que luego se exportarán a occidente. El precio es que los habitantes de estos países se quedan sin tierras y sin ninguna compensación ni defensa jurídica. Son países en general en que abunda el hambre y ven que sus mejores tierras son enajenadas para fomentar simplemente la especulación.

En buena medida, el hambre es un efecto de la especulación financiera, y cada vez que muere un niño por hambre es un crimen y no una fatalidad.

Estas noticias aparecen en la prensa pero no veo un eco importante. El otro día venía en la contraportada de El País un reportaje sobre un activista ugandés que llevaba años y años pleiteando en la justicia de su país por la expropiación de tierras de su comunidad. El hombre se llama Peter Baleke Kayiira y denunciaba que su país, uno de los más pobre del mundo, estaba en manos de una multinacional alemana Neuman Kaffee Gruppe que un día había comprado las tierras de su comunidad al gobierno y habían sido arrojados de su hábitat natural centenares de familias que se quedaron sin recursos de ningún tipo. Este grupo alemán produce café para más inri bajo la etiqueta de "Comercio Justo", tras la entrada del ejército ugandés a sangre y fuego para allanar el territorio para la citada compañía. Así quemaron las casas y golpearon a los campesinos que se oponían a la ocupación y abandono de sus hogares.

En esto invertimos en los bancos cuando pedimos información sobre algún producto rentable y seguro. No nos lo dirán, no cometerán el ingenuo error de Caixa Catalunya que lo publicitó. No es un caso único. El Banco de Sabadell, que hace unas campañas tan atractivas con entrevistas a Guardiola o Fernando Trueba y quiere ofrecer una imagen de ética y compromiso, tiene productos que especulan con el hambre. Cuando lamentamos los errores de Bankia que ha supuesto su nacionalización, sería también interesante saber la realidad de sus productos financieros, saber en qué estamos invirtiendo. Pero eso no es fácil. Veterinarios sin Frontera es una organización activa en este sentido que lucha por que se dé información real sobre la devastación que está teniendo lugar en el mundo más pobre para que nosotros no perdamos nivel de vida. Tal vez sea bueno saber que la sobreabundancia de comida está en correlación directa con la escasez o ausencia de la misma, y que cuando oímos de hambrunas en el Cuerno de África (ya no se oye, ha dejado de ser interesante para nuestras agencias de noticias) sepamos que algo tenemos que ver. 

martes, 8 de mayo de 2012

Alabado sea Dios o la solvencia de Bankia



Me pongo una pieza de Haendel (Ombra mai fu) para escribir con un mínimo de ecuanimidad sobre lo que está pasando. Rodrigo Rato ha abandonado Bankia dejándola en precarias circunstancias, aunque se ha despedido diciendo que está saneada y en inmejorables condiciones. El resultado es que parece que el gobierno habrá de inyectarle diez mil millones de dinero público para que no se hunda y arrastre al sistema bancario español. Diez mil millones es también la cantidad en que se ha recortado Educación y Sanidad, lo que hará que la asistencia sanitaria se vea restringida, cierren más plantas y quirófanos de hospitales, se anulen ambulatorios, aumente la demora en las operaciones, se restrinja la asistencia a inmigrantes... Y en Educación supondrá clases abarrotadas de alumnos, menos profesores, no cobertura de las bajas, radical disminución de la atención a la diversidad...

Rodrigo Rato, que ya abandonó también el FMI, tiene derecho a una indemnización de 1,2 millones de euros que espero sean suficientes por los malos ratos que habrá pasado. Será sustituido por José Ignacio Goirigolzarri (1949) que fue consejero delegado del BBVA y se jubiló en 2009 con una pensión vitalicia y una indemnización de 68,7 millones de euros brutos a los que no tendrá que renunciar  para dirigir Bankia. Esperemos que no sea muy duro para él tener que regresar al mundo de las finanzas cuando creía ya que estaba en el paraíso de la jubilación.

No sé si vivimos en mundos paralelos o yo no me entero de nada. Probablemente sea esto último. Se nos está pidiendo austeridad y que entendamos las medidas de "ajuste" que no "recortes" que se ven obligados a tomar. El paro sigue aumentando y la economía está en punto muerto, además de estar claramente en recesión. Paralelamente se ven imágenes del Congreso de los Diputados prácticamente vacío en la comprensión de que asistir a todas las sesiones diarias sería una práctica decimonónica, y que además los diputados tienen otras ocupaciones además de ser diputados. Esto del pluriempleo es fastidioso...

En Grecia ha estallado el sistema político y ha entrado en una fase de difícil recomposición y ya se habla de que habrán de repetirse elecciones en dos meses por la ingobernabilidad del país con los resultados habidos que muestran el ascenso de la extrema derecha que sostiene que Grecia para lo griegos y la extrema izquierda que propone el rechazo de las imposiciones de Bruselas e incluso la salida del euro.

En España, a diferencia de Francia, el Partido Socialista se ve en una parálisis ideológica y política -todavía colapsado por su estancia en el gobierno y sus consecuencias- y no puede ser una auténtica oposición. El gobierno le recuerda constantemente que es mejor que esté calladito porque son los responsables de los millones de parados. El gobierno aspira a que la oposición esté calladita y que los que nos oponemos a estas políticas de privatización de lo público y de inyección de dinero público en bancos privados somos radicales y extremistas.

Vivimos un tiempo extraño en que todo parece que puede estar a punto de estallar por los aires, y que nadie sabe muy bien cómo actuar. El lineal de Rajoy (tiene pocas ideas y esquemáticas) creyó que con la receta de la austeridad sería suficiente para generar confianza y que, llegado él a La Moncloa, todo sería una vuelta a la racionalidad, despilfarrada por el desgobierno socialista. A la vez, el que esto suscribe tiene la impresión de que el Partido Socialista (única opción que tenemos viable) está sumido en una profunda crisis de identidad y que ahora prefiere que sea el PP quien se coma el marrón y se desgaste él solito. Algo parecido a lo que hizo el PP en la oposición.

Entretanto el presidente del gobierno del PP en Extremadura José Antonio Monago exige con lenguaje barriobajero el AVE Madrid-Extremadura a pesar de que el gobierno portugués ha afirmado que no lo unirá en su red a la línea de Lisboa. No es difícil saber o intuir el resultado de ocupación de pasajeros de esta nueva línea si se lleva a cabo y cuyo coste será brutal en un tiempo de crisis profunda. Otra idea genial es el AVE a Galicia con resultados parecidos a los que se prevén para el AVE a Extremadura. Pero esto no se puede decir porque si no, salen en tromba los sentimientos heridos y los presidentes de comunidades entienden que si otros tienen AVE por qué  no lo han de tener ellos. Alabado sea Dios.

En Madrid se sigue pugnando por los Juegos Olímpicos en la convocatoria de 2020. Todo sea por no ser menos que Barcelona. Italia ha descartado su opción por entender que es inasumible económicamente dicha posibilidad, dada la situación que se está viviendo.

Menos mal que el fútbol nos proporciona buenos momentos para distraer la presión de la realidad. Pronto tendremos la Eurocopa y los orgullos saldrán a flote. A ver si la volvemos a ganar. Esto de tener la liga más cara del mundo da sus frutos. Al fin y al cabo políticos, banqueros y futbolistas no notan la crisis y nos dan vidilla a los demás.

Venga, no seáis tacaños y entended que hay que inyectar diez mil millones a Bankia. Es por el bien de todos, y alguna prima añadida se tendrá que llevar el sacrificado José Ignacio Goirigolzarri que se va a hacer cargo de esta entidad que, según Rodrigo Rato, se halla en inmejorables condiciones de solvencia.

Alabado sea Dios.


domingo, 6 de mayo de 2012

El espacio vacío



Durante unos meses hemos estado leyendo en clase Bodas de sangre de Federico García Lorca. Mis alumnos han interpretado con placer papeles buscando cierta dramatización de las escenas. Les gustaba leer y seguir los meandros de esta tragedia de tierra y sangre. Nos sentábamos al final de la clase y buscábamos un espacio diferente para la lectura dramatizada. Les ha gustado.

Como colofón he proyectado una versión de José Luis Gómez alojada en Youtube en la pizarra digital de la clase. Los alumnos -mayoría inmigrantes latinos y magrebíes- han podido seguir la representación con los textos delante. Han sido dos días y medio de proyección que han complementado la lectura. Luego ha venido el debate sobre la experiencia. Es aquí donde quiero hacer hincapié sobre lo vivido en clase. Bastantes han sentido traicionado el texto que habían leído por la representación teatral. Han visto confrontada su interpretación y su imaginación con la puesta en escena. Han encontrado la interpretación exagerada, han considerado que la Novia era más fea de lo que ellos habían imaginado, algunos decían que era antigua, que parecía que gritaran... En definitiva, no era como se lo habían imaginado y la representación les confrontaba con una visión que no les gustaba.

He pensado que mis alumnos no tienen noción de lo que es una representación dramática. Bodas de sangre, igual que todos los textos teatrales, no está ideado para ser leído sino para ser representado, y representado en un espacio dramático, el espacio vacío del que habla Peter Brook, y supone una experiencia vivida frente a los espectadores que pueden implicarse o no en el espectáculo. Mis alumnos no han visto teatro. No lo han visto nunca. No saben qué es una representación teatral. Como sustituto les he proyectado una versión en la pantalla de la clase, pero esto es una componenda porque el teatro es una experiencia única e irrepetible, arriesgada, que se vive en directo. ¿Cuál es el problema? Que el teatro es económicamente inabordable para mis alumnos. Esto añadido a que en Cataluña es difícil ver teatro en castellano. Es caro, muy caro. Una representación escolar les cuesta unos siete euros. Estas representaciones son elementales y situadas en un entorno escolar lo que no contribuye a lo que es la experiencia del teatro. El teatro hay que verlo en sesiones para adultos, en un ambiente apropiado. No es ideal juntar a doscientos adolescentes por la mañana y llevarlos a ver una función teatral. No, el teatro supone ciertas circunstancias que implican una experiencia total que llevan a que la realidad representada nos envuelva. Y no es tampoco una garantía.

El teatro es un hecho complejo. Durante unos años yo asistía en Barcelona a dos representaciones a la semana. Ello iba unido a mi experiencia como actor en grupos de aficionados. Veía el teatro en función de mi punto de vista pero también en función del de mis alumnos de clase media. Hubo años en que vieron entre cinco o seis espectáculos teatrales, la mayoría por la noche, en funciones para adultos. Algunas representaciones inolvidables fueron en el Instituto del Teatro de Barcelona de carácter gratuito consistiendo ellas en talleres de los propios alumnos que interpretaban frente al público.

El teatro es un género muy caro. Una entrada a un espectáculo cuesta entre 20 y 30 euros. No lo pongo en cuestión. Supongo que debe ser así. Sin embargo, no llego a imaginar que todo el teatro de Sófocles, de Eurípides, de Esquilo, de Shakespeare, de Molière, de Lope, de Calderón, de Tirso... fue representado ante el público popular de su tiempo en el que había hambre de teatro no existiendo ni facebook, ni la televisión, ni  internet ni el cine. El teatro ocupaba un lugar en el imaginario colectivo que es difícil considerar por nosotros. Quizás yo he vivido situaciones que me ayudan a comprenderlo. Fue en Indonesia hace más de 25 años. Asistí a espectáculos de marionetas o de sombras que duraban toda la noche. A ellos asistían masivamente niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos que reían viendo la representación del Ramayana, que era totalmente conocida por ellos, pero cada vez era diferente y reían con igual ganas.


El teatro es una experiencia inigualable, pero yo no puedo ofrecérsela a mis alumnos por su elevado coste. No puedo pedirles siete euros para ver un espectáculo escolar (que no me gusta) en un contexto ya condicionado, y, por supuesto, no puedo llevarles a ver por la noche representaciones que cuestan 25 euros.

El teatro es un lujo cultural, solo apto para clases media ilustradas. Durante la transición del franquismo a la democracia, los actores se agrupaban en compañías cuyo único placer e interés era transmitir emociones, crítica, alternativas y estaban sustentados por la idea de repulsa a la dictadura y la aspiración a la revolución.  Eran sesiones económicas en que se percibía en los espectadores esa hambre de teatro y se producían la mímesis y catarsis colectiva que llevaba al clímax teatral.

Vivir el teatro es participar de una ceremonia, de un rito, de una vivencia colectiva en la que deben combinarse el ansia y la magia del escenario. Los actores y sus personajes deben vivir con intensidad y llegar a los espectadores produciendo algo que es inigualable, único, singular. El espectáculo total. Y eso no depende del presupuesto del espectáculo. No. Es otra cosa. Es el alma. El teatro es una experiencia mágica.

Que mis alumnos no podrán vivir.

Pero seguiremos leyendo textos teatrales. 

viernes, 4 de mayo de 2012

La mierda sigue siendo plenamente democrática



Uno ha crecido con la convicción, con la ilusión, con la tentación, de asaltar el poder. Me costó descubrirlo porque en mi niñez veía el régimen de Franco como ahistórico e inamovible. En mi adolescencia aprendí a considerar transitorio lo que parecía eterno y me dediqué a asaltar dicho régimen con fruición. Entendí que los sistemas políticos pueden ser subvertidos. Vino la democracia tras ardua y olvidada lucha. La democracia era vacilante e insegura pero intentaba dar salida a los mecanismos de subversión integrándolos en su seno. Así los políticos más radicales fueron convertidos en concejales, en diputados regionales, nacionales, en cargos de libre designación. Nosotros estábamos entonces tranquilos. El poder parecía sensible a lo que la población (no quiero hablar del pueblo) decía o sentía.

Sin embargo, cada vez más entiendo que el poder en que se ha constituido la democracia -con el aval de nuestros votos o nuestra abstención: da lo mismo- es un poder tan ahistórico e inamovible como el que viví con Franco. Solo que en aquel tiempo, al que tenía conciencia le cabía la esperanza de tener razón moral, democrática o política y era capaz de luchar o disentir de aquel estado de cosas.

Ahora la democracia es un sistema totalitario, inmune, cerrado para sus representantes. Los votamos nosotros. De vez en cuando necesitan nuestros votos y entonces hacen piruetas y acrobacias ridículas para convencernos de que pintamos algo. Breve ilusión. Porque el ciudadano común es innecesario una vez ha votado. No todos son iguales. No vale lo mismo un ciudadano de Ávila que un ciudadano de Barcelona, no vale lo mismo el poder de un director del Banco de Santander  que el de una asistenta que limpia casas sin seguridad social. Es una ficción igualar su influencia y su capacidad de decisión.

Me viene todo a la cabeza cuando veo la ciudad de Barcelona tomada por la polícía. En cada encrucijada, en cada intersección, en cada esquina, hay coches policiales, mossos d'esquadra, policía nacional... Todo está montado para proteger de protestas a los miembros del Banco Central Europeo que se reúnen en un hotel de lujo del centro de la Villa Olímpica. No ha habido manifestaciones salvo alguna de estudiantes (¡ingenuos!) que intentaban protestar por la subida de tasas universitarias o unos yayoflautas que querían mostrar su desacuerdo con la reunión o con sus postulados.



Mario Draghi y sus acompañantes han podido decir libremente sin ninguna coacción, protegidos por ocho mil policías que han tomado la ciudad, que lo que se está haciendo es poco, que hay que sanear los bancos, disminuir los salarios y las prestaciones sociales, privatizar... Sobre todo ayudar a los bancos a que digieran la enorme burbuja inmobiliaria... en que están sumidos y que se incrementa con cada vivienda que recuperan por el desahucio de centenares de personas cada día. La moralidad es importante. El sistema bancario y el político debe convencernos de que ellos somos todos, que la salud de nuestra familia y de nosotros como individuos es la misma que la de ellos, que debemos apurar nuestros bolsillos para auxiliar al sistema bancario que se encuentra en dificultades. Esa es la auténtica moral y a ella debemos sentirnos obligados. Es demagogia pensar que el sistema político se haya totalmente supeditado al poder financiero. Mis intereses y los de mis hijos son los mismos que los de Mario Draghi y los de Emilio Botín o Isidre Fainé... Y si no lo entiendo por las buenas lo entenderé por las malas. Es la maravilla de un sistema democrático que tiene su origen en nuestro voto y en nuestra abstención.


Me siento contento de pertenecer a un sistema democrático que me permite votar y cagar libremente sin coacción. Mi mierda es democrática y va libremente al desagüe. Los banqueros son el lado bueno de mi conciencia y sé que he de apoyarlos y poner buena parte de mi bienestar en rescatarlos. Al fin y al cabo si a ellos les va mal, a mí también me irá mal. Entiendo que el Estado (así con mayúscula) los deba defender como el primer activo, entiendo que los partidos políticos deban pagar los créditos que con ellos tienen contraídos, entiendo también que los políticos cuando han pasado su etapa de labor democrática puedan colocarse en los aparatos financieros o energéticos porque hay una continuidad entre su labor leal en la administración y su posterior colocación que les garantiza una vejez ajena al sufrimiento y a las penalidades.

Sí, sin duda el sistema democrático es realmente el mejor sistema que existe y yo como ciudadano anónimo me siento enormemente representado con su funcionamiento. Y doy gracias a la policía que me protege de las hordas marxistas que se agitan en las entrañas de la sociedad para subvertir el orden y llevarnos al caos. Gracias. Me siento en mi casa confortado con que Mario Draghi pueda en el Hotel dels Arts celebrar su reunión -trascendental para mí- sin sobresaltos ni protestas inconvenientes de desalmados antisistema que se dedican a reventar la ciudad. Menos mal que estos días de paz social, protegidos por ocho mil policías, me descubren nuevamente las maravillas del sistema democrático . 

miércoles, 2 de mayo de 2012

Mein Kampf y los psicotropos



Suelo leer la prensa digital e impresa buscando noticias que me den alguna idea sobre qué escribir en el blog. A veces conecto noticias dispares sin ninguna lógica. Pero me gusta. Hoy hablaré de que en Alemania se ha autorizado la publicación del libro de Adolf Hitler Mein Kampf (Mi lucha), uno de los libros más mediocres que se han escrito jamás pero cuyo poder sociológico es extraordinario. Se ha seguido publicando en infinidad de ediciones más o menos clandestinas, pero en Alemania era ilegal. Ahora en Baviera se ha autorizado su edición.

Leí Mein Kampf hace bastante tiempo. Lo leí al tiempo que reflexionaba con el texto de Erich Fromm, que me sirvió de contrapunto, El miedo a la libertad, ya tan olvidado. De ambos tengo un recuerdo claro. El libro de Hitler era un alegato sobre la estupidez y la sumisión de las masas a las que les gusta ser dominadas y exaltaba el espíritu de la nación alemana (el völk) como una unidad de destino. Solo faltaba que él se erigiera, elegido por dicho destino,  en führer de la misma y que la inmensa mayoría de los alemanes, atemorizados por una década de crisis terrible y la fragilidad de la república de Weimar, acudieran hechizados al verbo incendiario de un personaje aciago que señalaba a los judíos como a los enemigos fundacionales del völk. Era una concatenación de ideas elemental, fullera y majadera pero funcionó. Las ideas, a pesar de ser necias, pueden funcionar y, de hecho, cuanto más demenciales y obtusas son, parecen tener mayor capacidad de calado entre las masas. Hitler afirmaba que las masas eran estúpidas y que con ideas elementales -o con mentiras repetidas, añadió Goebbels- se las podía seducir a pesar de que luego cada uno en su casa pretendiera reclamarse individual. Pero la individualidad es peligrosa y supone riesgos: sume al ser humano en la angustia. De ahí, el miedo a la libertad a la que se renuncia cuando domina el pánico. La individualidad supone la soledad y desamparo. Es comprensible que las masas siguieran a quienes les hacía creerse superiores como völk y les liberaba de la responsabilidad de sus actos que dejaban de ser individuales. Erich Fromm analizaba en El miedo a la libertad el fenómeno nazi y lo explicaba en claves psicoanalíticas.

La otra noticia que quería comentar y que no tiene nada que ver con la publicación de Mein Kampf es la que hace referencia a que en las aguas del subsuelo de Barcelona han encontrado restos muy elevados de sustancias como cocaína, éxtasis, metadona, benzodiazepinas (ansiolíticos)... Dependiendo de los barrios han encontrado unas u otras. En los barrios de las clases altas (Sarrià, Pedralbes...) domina la cocaína, en los barrios apaches, el éxtasis, y en el extrarradio, la metadona. Los restos de cannabis son más difíciles de detectar porque se disuelven antes. Los ansiolíticos y los antidepresivos son también frecuentes en las aguas que eliminamos de nuestras casas y que van a las alcantarillas que desembocan a su vez en los ríos.



Los desagües de las ciudades están cargados de sustancias psicotrópicas y expresan un residua de lo que es nuestra civilización. Tal vez estas sustancias, muchas de las cuales no existían en los tiempos de la Alemania nazi y, en todo caso, no estaban tan difundidas, suponen una película en negativo de lo que somos. Por un lado, la pretendida racionalidad, el optimismo, las ideologías asertivas, y, por otro, el reverso: la ansiedad, la depresión, la apatía, el desistimiento, la melancolía, la angustia... estados que son conjurados modernamente con multitud de sustancias que el sistema sanitario distribuye o la clandestinidad proporciona, sin olvidar el alcohol. La civilización, alejada de la naturaleza, tiene un coste. Nuestro sistema de vida que ha de ser productivo, competitivo y flexible, asume que los individuos no son importantes y que son claramente prescindibles. Quedan la química, las drogas, el alcohol, los estadios de fútbol, el adocenamiento, la sumisión o la resistencia en soledad orgullosa, soledad que difícilmente resiste en tiempos de crisis en que las vidas y las circunstancias abruman y aplastan al individuo.

No sé que pasaría en el caso de que la crisis económica fuera progresando y los mecanismos sociales de defensa dejaran totalmente de ser efectivos. No sé si los antidepresivos, la cocaína y el alcohol serían suficientes para conjurar la angustia. Hay quien ha dicho que si la crisis sigue ahondándose tendrán que legalizar la marihuana.

Lo peor es imaginar que en una tesitura semejante, hubo un tiempo en que surgió del huevo de la serpiente, unas alimañas que terminaron por interpretar irracionalmente la angustia colectiva y las masas renunciaron a la libertad en pos del ansia de que alguien les liberara del miedo cerval que sentían. Estamos todavía lejos de ello y de momento los psicotropos van paliando ese miedo y esa angustia. Los psicotropos y el consumo para aquellos que pueden practicarlo. No en vano, los centros comerciales son los nuevos templos donde se reúnen las muchedumbres de fieles que si bien no van  a misa, comulgan bajo las especies de la tarjeta de crédito y la promesa de la redención.

Pero todo puede caer si los mecanismos de cohesión social son dinamitados. Entonces, oscilaremos entre la depresión o la revolución. Esperemos que no optemos por alguien que nos venga a salvar y al que entreguemos nuestra angustia y nuestro miedo.



lunes, 30 de abril de 2012

Tenemos que existir, porque no nos queda otro remedio



Hace ya un tiempo que la literatura no me excita, leer cualquier libro de los muchos que tengo comparado con la emoción que me supone navegar con mi iPad me resulta decepcionante. Detesto la lectura de literatura. Me parece insulsa, envarada, retórica, incapaz de reflejar la vida... a pesar de lo que ha representado para mí. Recuerdo la emoción profunda cuando leí a mis diecinueve años Esperando a Godot, o la decisión que tomé en Indonesia en un autobús abarrotado de nativos, leyendo algún fragmento de las Memorias de Adriano de Margueritte Youcernar, o la honda influencia que me produjo la escritura de Gerald Brenan sobre todo en lo que significaba su relación con alguna mujer (incluso me fui a pasar un invierno y primavera a las Alpujarras cerca de Yegen donde vivió Brenan), o mis veinte años jalonados por Cortázar al que leí hasta la extenuación e incluso una vez la policía intentó detenerme por homenajearlo en la calle con mis alumnos, o la fascinación que me produjo Justine de Lawrence Durrell y de cuya protagonista femenina me enamoré. O la poderosa sensación de maravilla leyendo Moby Dick o Los hermanos Karamazov o Guerra y paz o Melmoth el errabundo o Las noches lúgubres de Cadalso o Lord Jim de Joseph Conrad o La montaña mágica de Thomas Mann...

La literatura no es para mí entretenimiento, no leo para pasar el rato (aunque lo haya hecho muchas veces). No, leo para entender, para alimentar mi alma, para buscar espíritus afines que hayan pensado lo que yo he pensado o sentir lo que yo he sentido, es un diálogo complejo en que uno tiene la maravillosa posibilidad de dialogar con los escritores más fascinantes de la historia... Uno es un privilegiado por poder conversar con Kafka, con Boris Vian, con Sánchez Ferlossio, con Baroja, con Canetti, con Unamuno, con María Zambrano... así muchos.

Pero de un tiempo hasta esta parte ya nada tiene sabor para mí. La literatura me repele. No soy capaz de concentrarme y ya nadie me dice nada. El otro día, el 23 de abril, pasaba por los estantes de una librería que mostraban infinidad de ejemplares aparentemente apasionantes pero que me parecían simulacros. Creía que no encontraría ningún libro que me dijera algo que yo necesitara, ni lo buscaba, solamente mi vista se desplazaba sin interés y con fastidio por las pilas de libros que me resultaban ininteresantes. Prescindibles. Redundantes. Olvidables. Me identificaba con mis alumnos que rehúyen la lectura y con mi padre que me dijo un día que la literatura era anacrónica.

Mis ojos miraban con burla y displicencia aquello que tanto había amado yo y que ahora no me decía nada ineludible. Miraba y miraba, hasta que por azar llegué a un título y a un autor que me detuvo en el aire como una libélula sobre el abismo y sentí una corazonada punzante, me di cuenta de que necesitaba apasionadamente leerlo, que quería leerlo, que su mundo me era necesario, que, en definitiva, iba a comprar ese título que tenía ante mí, con una pasión abrasadora. Volvía a sentir algo propio de mi adolescencia, de mis crisis depresivas en el sanatorio en los Alpes con Hans Kastorp, con lo que sentí leyendo La isla misteriosa de Julio Verne a mis doce años...

Me he sumergido en su mundo descarnado y oscuro, alejado de cualquier esperanza, poseído por la soledad y la muerte, me siento arropado por su hondo pesimismo, por su humor negro, por su sátira corrosiva y sarcástica acerca de los austriacos a los que califica de vulgares, de su ataque brutal contra la calaña vulgarizadora y mediocre de los profesores que lleva a odiar el arte y la literatura a sus alumnos, leo con delectación su diatriba contra la supuesta felicidad de la infancia, contra el valor de los padres cuya principal contribución a la felicidad de los hijos es cuando se mueren... Leo en cada frase una carga de profundidad alejada de cualquier visión romántica y esperanzadora acerca de la existencia humana, de los valores de las patrias, de la falsedad y fracaso que son los maestros antiguos que pintaban para la corte y se vendían para lograr sobrevivir, leo en cada frase una idea fuerza ácida y disolvente acerca del valor de las cosas y de la vida, que se burla de la sociabilidad y asume la amargura como componente básico de la vida, y que no espera nada más allá de la muerte porque lo bueno de la vida es que se acaba y no se resetea el sistema.

Evohé, nada habría que más reparara mi alma que la lectura de este libro cuyo autor -novelista y dramaturgo- es odiado en Austria y por los católicos... Su ácida desesperanza me parece repleta de sentido del humor que me hace sonreír y siento en mis capas profundas una honda afinidad sentimental que me reconcilia con la literatura a pesar de que todo lo que arroje este maestro sea mierda total y absoluta sobre todo o casi todo, pero a pesar de lo escrito por él y por mí, ambos sabemos que es mejor estar vivo que estar muerto y que cada día -aunque suponga una maldición- implica una sorpresa que el espíritu acepta embriagado de curiosidad por ver qué viene a continuación.

Gracias, Thomas Bernhard. 

sábado, 28 de abril de 2012

La soledad del profesor



Imaginemos un conflicto entre la seriedad y exigencia de un profesor que esperara que sus alumnos hubieran de estar a la altura de unas expectativas adecuadas.  Imaginemos que ese profesor ama su profesión, que trata de sacar lo mejor de cada uno de sus alumnos, que se entrega totalmente y cuerpo y alma a su tarea a la que dedica infinidad de horas. Imaginemos que colabora activamente en todo tipo de actividades escolares y extraescolares implicándose emocional y vitalmente hasta el final, de modo que termina la semana agotado, exhausto, extenuado, y que solo la lectura, el cine y el teatro logran hacer de nuevo que se sienta de nuevo cargado para empezar otra semana igualmente apasionante y llena de desafíos.

Imaginemos que ese profesor, que tiene todavía una confianza en la dignidad de su trabajo y que piensa que su posición es sólida, sabe que un alumno suyo puede dar mucho más de sí de lo que hace, y lo estimula y exige como a todos los demás. Las normas son las normas y el profesor exige tanto como se exige a sí mismo. Imaginemos que ese alumno está en una familia enferma moralmente, que acumula violencia y desestructuración interior, y que sus padres para compensar su desistimiento y su rendición educativas, optan por complacer a su hijo -caprichoso y cruel-  y machacar al profesor exigente. Le hacen presentar documentación sobre los criterios pedagógicos que llevan a que su hijo sea exigido en clase igual que los demás, interponen denuncias ante la administración, una tras otra, de modo que el profesor es puesto en cuestión y convocado por la dirección del centro y la inspección y se le amenaza con consecuencias legales y una investigación a fondo de sus métodos y su pedagogía. El profesor, que creía hasta ahora en su dignidad y su profesión,  ha de humillarse y reconocer que se equivocó y pedir perdón a los padres así como al alumno y cambiar los criterios en lo relativo a este muchacho que a partir de ahora sabrá que está blindado frente al profesor.

Este caso imaginario no sé si podría darse porque los profesores hemos interiorizado ya hace tiempo que somos piezas prescindibles, que solo somos elementos intercambiables, y que hemos de ser totalmente flexibles en lo que se reclama de nosotros y que es totalmente contradictorio. Por un lado se dice políticamente que la educación es vital para un país, pero a la vez se desprotege, humillándola socialmente, a la pieza esencial de ese proceso, de modo que se sabe el profesor en una posición en extremo frágil. Se le hace total responsable del fracaso educativo y a la vez se le desprotege profesionalmente y humanamente. El profesor sabe que no es nada, que todo lo que pueda conseguir será a pesar del sistema que es crecientemente burocrático y despersonalizador, sabe que está solo, radicalmente solo ante sus alumnos, ante los padres y ante la administración, y que en caso de conflicto no tendrá ningún asidero, dada la falta de solidez y fundamento de su posición, en un colectivo desunido e incapaz de formular con firmeza sus convicciones si es que algunas le quedaran. Sabe que es una pieza objeto de controversia. Hay tantos padres que cuestionan a los profesores ante sus hijos que esto es un lugar común. Se le reprochan sus circunstancias laborales, sus vacaciones, se cuestionan sus fundamentos,  se le hace sentir inoperante y simple correa de transmisión de lo que en todo momento se le ocurra a la autoridad educativa pertinente y que está cambiando continuamente, se le exigen documentaciones burocráticas extenuantes que no reflejan la realidad, que son inútiles, que nadie lee y a nadie le importan salvo como criterio de cumplimiento obligatorio administrativamente.

¿No es extraño que la figura del profesor se haya convertido en patética, que sea simplemente un superviviente que se pliega estratégicamente a los vientos cambiantes que dominan en todo momento y ante los que se siente como un navegante solitario? ¿Es extraño que en el ejercicio de su profesión sepa que ha de ser pragmático y oportunista, que nadie en la administración lo va a respetar, que sus convicciones personales y su vocación -tan legítimas- solo son elementos fungibles? ¿Es extraño que rehúya cualquier conflicto, que se sepa radicalmente solo, que sepa que lo mejor de su profesión son sus alumnos pero que ha de evitar cualquier situación planteada por los padres que utilicen la legalidad ante la administración?

No basta con amar una profesión y entregarse vitalmente a ella como socialmente se reclama a los profesores a los que se les hace reos de sí mismos. Pobre del profesor que quiera enmendar la conducta, la dedicación y el trabajo de alguno de sus alumnos si va más allá de lo que su situación real le permite.

Hay que aprender a nadar y guardar la ropa.

Y sonreír diciendo que esta es la mejor profesión del mundo y que las aulas masificadas contribuyen a mejorar la calidad de la enseñanza puesto que ayudan a socializar a los alumnos, que el deterioro de las condiciones de trabajo no son tales, que la disminución de salario y el aumento de la jornada laboral son una suerte en estos tiempos que corren.

Venga, cantemos todos que ya llega el mes de mayo: Venid y vamos todos, con flores a María... 

miércoles, 25 de abril de 2012

Revoluciones que llevan a un tiempo primordial.



A muchos se nos llena la boca con la palabra "revolución". Algunos hemos participado del espíritu que aspiraban a ellas: revoluciones sociales, cívicas, educativas, científicas, tecnológicas, literarias, lingüísticas, artísticas, culinarias, ideológicas, sexuales, económicas... Nuestro tiempo, todo el que viene del siglo XX, exalta el término revolución como un proceso anhelado y que divide todo entre un antes y un después de algún hecho, de algún descubrimiento, de un estallido social... No hace mucho leímos acerca de las revoluciones árabes, también de la revolución de la redes sociales que llevan al ciudadano común y corriente a poder influir en el mundo con un simple "me gusta" clicado en una aplicación de FB o un RT en un mensaje mínimo de Twitter que es expandido viralmente a millones de usuarios.

He experimentado ya tantas revoluciones sociales, culturales y personales que no sé dónde queda mi ego, disgregado entre tantas y tantos asaltos a presuntos palacios de invierno. Y, sin embargo, sigo aquí, aferrado a la palabra, a mi cuerpo frágil, a mi familia, a la morfología del sintagma nominal, a mi tortilla de patatas, a mis libros, a mi afición a la escritura que comenzó a los doce años cuando empecé a publicar revistas manuscritas en el colegio de curas en que estudiaba, a mis fantasías sexuales que ya comenzaron a definirse en la adolescencia...

La dialéctica entre lo revolucionario y lo permanente es viva y sin ambos extremos del péndulo la existencia carece de algo.  Nos atrae lo extraordinario, lo nuevo, lo radicalmente diferente, lo que rompe moldes... y a la vez necesitamos que las cosas no cambien, que sigan en alguna manera como las conocimos en otro tiempo, y eso nos serena: ver como el arroyo de nuestra niñez (si existió...) continúa manando agua limpia y pura, con la misma canción cristalina, en el mismo paisaje, como si nosotros fuéramos los mismos que fuimos hace ya mucho tiempo. Necesitamos anclarnos a algo que permanezca. Cada uno lo hace de un modo diferente. Cuando tecleo en este ordenador es como si volviera al adolescente idealista que fui a mis quince años y volviera a escribir en un cliché para una revista juvenil aquel mismo artículo que reflejaba mi melancolía de entonces y de ahora. Escribí ya hace mucho tiempo: las olas llegaban hasta mí monótonas, rítmicas, tristes... Era algo así. He recuperado en un ejercicio de introspección los tres adjetivos que utilicé. Eran monótonas, rítmicas y tristes. ¿Por qué escogería esta triada de complementos predicativos para definir el estado de mi espíritu a mis quince años? Probablemente fuera por mi lectura de Soledades, galerías y otros poemas de Antonio Machado y aquello fuera una especie de recreación de un estado de ánimo compartido entre el poeta esencial y el muchacho melancólico que era yo. Sin embargo, aquella melancolía también me llevó a otros poetas que reivindicaban la revolución como Neruda o Miguel Hernández o Lorca... Las olas entonces se agitaron, se enturbiaron, se revolvieron y comenzaron a llegar delirantes, extraviadas, apasionadas, y llegaron a la misma playa a la que soldé mi imagen, y en ella, inevitablemente, había una muchacha desnuda, entre las rocas,  a la que deseaba entre el refulgir del sol en el mediodía de un verano infinito.

Vuelvo a escribir como aquel adolescente que fui, aquel adolescente que leía junto al faro de Salou los poemas simbolistas de Baudelaire y sentía suyo ese íntimo temblor en el cruce de lo nuevo y lo permanente, como aquel poema del albatros que tanto me conmocionaba, repleto de contemplación de la belleza de esa ave majestuosa que es cazada y, derribada en la cubierta del barco, ya sus alas no le sirven para nada y parecen grotescas. Yo me sentía como el albatros e imaginaba el vuelo en el azul maravilloso del cielo inmortal... hasta que unos marineros por divertirse lo cazaron y destruyeron su belleza. No sé por qué sentía cerca de mí esta imagen. Supongo que ese es el secreto de la buena poesía. Y en aquel enhebrar imágenes poéticas y perpetrar ofensas en mis versos a la lengua y a la literatura fui creciendo y sintiéndome, no sé por qué, revolucionario. Yo que era miedoso, aprensivo, con tendencia a la melancolía... me sentí seducido por la necesidad de una revolución que volviera al hombre, al ser humano, a su ser verdadero, aquel que era antes del tiempo. O con el nacimiento del tiempo. Posteriormente leí a Mircea Eliade en Indonesia y subrayaba en el texto, en aquellos paisajes selváticos, sí , la idea del eterno retorno de las cosas a su origen. Todo en el fondo es retorno, nos  pasamos la vida retornando, y hacemos revoluciones que cambien todo para que nos lleven de nuevo al arroyo de nuestra niñez, que vuelve a ser nuevo, que vuelve a estar ahí, como las manos del niño Machado que revolvieron el agua para atrapar los limones que se reflejaban en el fondo de la fuente limpia.

Cuando he empezado a escribir no tenía claro adónde iba a llegar, pero me doy cuenta de que escriba lo que escriba, siempre retorno al niño que fui, al adolescente que fui, al poeta que deseé ser, al periodista que soñé ser, al aventurero en que deseé convertirme cuando leía a Julio Verne. Y, a la vez, en este retorno, no hay una brizna de nostalgia. Detesto la nostalgia, solo me interesa la niñez como territorio del ensueño y la imaginación, la adolescencia como el tiempo que definió por primera vez el hálito revolucionario y que, de alguna manera, siguen estando presentes en el adulto rebelde y melancólico que sigo siendo. 

lunes, 23 de abril de 2012

Rebeldía, hambre y premios Sant Jordi.




Trabajo en un barrio de una ciudad periférica. El barrio tiene decenas de miles de habitantes. Muchos son inmigrantes latinos o magrebíes. Muchos de los que vivían aquí han terminado yéndose. Eran inmigrantes del sur de España que han querido distanciarse de su mundo de acogida en los años cincuenta, sesenta o setenta. Ahora su lugar lo ocupan mujeres con abayas que llegan hasta el suelo y con velo. También ecuatorianos, colombianos, dominicanos... cuyas  mujeres se muestran sensuales y coloristas. Así es mi instituto cuando subo por las escaleras. Multitud de muchachas con hiyab que bajan o suben desenfadadas y desinhibidas... y también latinas y latinos que muestran orgullosamente su diferencia. Todos aprenden a convivir juntos.

También están los españoles, hijos de antiguos inmigrantes del sur, que han permanecido en el barrio excepcionalmente. Tradicionalmente eran los que llegaban a bachillerato aunque esta tendencia se esta quebrando.

Hoy se entregaban los premios de Sant Jordi en diversas categorías (poesía y prosa), (catalán, castellano, francés e inglés). El gimnasio, habilitado como sala de actos, aparecía lleno de una multitud de muchachos de la ESO. Delante había un tablado puesto por el ayuntamiento en que había preparadas rosas y diplomas.  Los coordinadores han entregado los premios a las distintas modalidades nombrándolos por los servicios de megafonía. La mayoría de los ganadores eran muchachas marroquíes, en un número mayor, considerablemente mayor, que lo que su presencia en el instituto hacía previsible. El jefe de estudios en un momento me lo ha comentado ante la avalancha de premios para nombres magrebíes. "Esto es por alguna razón", me ha dicho. Yo he coincidido con él. Soy profesor esencialmente de alumnos inmigrantes de los que buena parte son marroquíes, y percibo en ellos, especialmente en las chicas un "hambre" y una formación moral que no suelo encontrar en los españoles de a pie. Son hijos de la inmigración más reciente. Vienen de las carencias más marcadas, algunos de sus padres han llegado aquí en patera y luego han reunificado a la familia, muchos viven en condiciones precarias en pisos mínimos y tal vez muchos están en el desempleo, dado el parón que se ha producido en la construcción. Pero hay un espíritu que me llama poderosamente la atención y que me gusta. Hay ganas de luchar, en general no está extendida la apatía que invade a las generaciones nuevas españolas y cuya adolescencia es totalmente disruptiva. Evidentemente no se puede generalizar. Hay muchachos españoles excelentes y marroquíes poco escolares y con mal comportamiento. Pero si yo tuviera que escoger el perfil que en mi instituto marca el pundonor, la constancia, la lucha contra la dificultad y la tenacidad sería el de una muchacha marroquí. Es como si tuviera motivos para luchar y creyera en lo que está haciendo, además de ser más cuestionadora de la realidad que lo que es habitual entre los varones y nativos españoles.

Sin embargo, uno podría pensar que el futuro de estas muchachas es limitado porque podemos temer que terminen casadas con algún primo elegido por la familia, y no puedan seguir estudiando, de modo que en poco tiempo las veré cargadas de hijos en alguna plaza del barrio. No lo sé, sinceramente no lo sé. Sólo cuento lo que veo: que muchas luchan denodadamente y con convicción por su futuro, que participan más, que tienen valores morales más profundos y que se cuestionan las cosas con una intensidad más elevada que la que es habitual entre los muchachos de aquí. Los debates en que intervienen suelen ser ricos en aportaciones y en matices, pues añaden su experiencia del mundo marroquí que es, por un lado, objeto de nostalgia intensa, pero por otro, sin que ellas lo sepan, es también cuestionado y sobrepasado. Estas muchachas no serán igual que sus madres. Conocen el valor de la cultura y de la educación y saben lo que está en juego en su formación. ¿Qué será de ellos y de ellas? No lo sé, me gustaría seguirles la pista. Cada vez hay más que siguen estudios de bachillerato pero no es mayoritario. Temo que su vida y sus expectativas queden truncadas por una realidad familiar impuesta que limite su futuro.

Sin duda son más rebeldes en el sentido propio de la palabra que lo que es habitual en los nativos. Entiendo rebelde no como sinónimo de indisciplinado o contestón. Eso es fácil. La rebeldía auténtica cuestiona, ve ángulos diferentes, reflexiona, piensa... A veces con estos muchachos siento sensaciones parecidas a las que sentía hace más de veinte años con los adolescentes que tenía antes de que la mayoría se rindiera al adocenamiento y a la comodidad. Sin duda, algo está pasando, y no sé si lo detectan los medidores sociológicos. Atentos a ello. 

viernes, 20 de abril de 2012

El guerrero masái y lo top fashion



No suelo ver la televisión, solo las noticias y pronto dejaré de ver el telediario de la primera en cuanto el PP se haga con el control político e ideológico de la cadena. La otra noche, coincidiendo con no sé que trascendental partido de la Champions (!), cambié de canal y me fui a Antena 3. Allí estaban emitiendo un programa que supongo que conocéis y que se llama El hormiguero que conduce Pablo Motos. Nada reseñable. Pero todo cambió cuando advertí que los visitantes de la noche eran un guerrero masái y una bella mujer llamada Eugenia Silva, especialista en moda y tendencias fashion, modelo y licenciada en Derecho, además de colaboradora con diversos proyectos humanitarios. 

El guerrero masái respondía al nombre de William pero tenía otro nombre en lengua maa que no apunté. La situación me atrajo. Nada más ni nada menos que un guerrero masái vestido a la usanza tradicional, estilizado, hermoso, sonriente... que venía con una atractiva joven a presentar una colección de sandalias de la marca Pikolinos que se fabrican originariamente por más de 1400 mujeres masái entre Tanzania y Kenia y que son terminadas de montar en España. Eugenia nos mostró las que llevaba y eran muy hermosas.

Pablo Motos entrevistó al guerrero masái cuya amplia sonrisa era elocuente. Pero algo no funcionaba. El ambiente del programa, el tono de la conversación, los aplausos del público, los sonidos de fondo... me parecieron de un extremado infantilismo y sentí la impresión de que aquel guerrero estaba siendo trivializado y banalizado en aras de un espectáculo televisivo que me resultó pueril. No por lo que dijeron. William contó como a sus dieciocho años mató a un león en una prueba iniciática que tienen que pasar todos los guerreros masái. Afirmó no temer a la muerte ni a nada, porque un masái no teme a nada. Sabe que nace y que ha de morir. Expuso las diferentes concepciones del tiempo en las culturas africanas sin reloj y el estrés europeo donde todo es impaciencia. El entrevistador le preguntaba por sus andanzas en Masai Mara, por el peligro nocturno de encontrarse elefantes furiosos, hipopótamos o leones, y William respondía en inglés con extrema amabilidad y cordura. Aquello me estaba resultando agradable, pero a la vez deploraba que la cultura masái, una cultura indígena más en trance de reducción y globalización, participara de un programa espectáculo en que se reían las supuestas gracias y se sucedían los aplausos programados del público. El guerrero masái regaló a Pablo Motos una manta tejida en su tierra y una pulsera que se quitó de su muñeca. Luego hubo de pasar diversas pruebas como saltar en una cama elástica, lo que se tomó con buen sentido del humor. Sin embargo, yo pensaba que todo aquello me estaba resultando pueril, que nuestro mundo es infantiloide y banal, y que aquel guerrero probablemente estaría pensando que los europeos somos como niños. Pero su pueblo forma parte ya de la sociedad del espectáculo y cada vez es más penetrado en sus modos de vida por las concepciones occidentales y la globalización. No son tontos y saben que resultan exóticos y que son fashion su aspecto, su estatura, su artesanía, sus leyendas y su carácter irreductible que lleva a que nunca los masáis hayan sido esclavizados... Sentí entonces el peso tremendo de un mundo que ya no permite la diferencia, que solo es posible en el aislamiento cultural o en contacto con otros pueblos semejantes. Sentí que nuestra civilización es infantil a la vez que depredadora y que no lograba dar sentido a la existencia como la que tan clara tenía aquel joven masái que miraba con firmeza y seguridad y afirmaba no temer a la muerte, ignoro si porque dentro de sus creencias místicas y religiosas, las cosas tenían un orden y sentido y el universo tenía alguna armonía que nosotros desconocemos. 

No sé, sentí una honda inquietud por que aquel guerrero formara parte de una empresa dedicada a la moda glamourosa y a la frivolidad que trae productos masái que son vendidos a altos precios como complementos exóticos. Sin embargo, esta realidad estaba permitiendo que mil cuatrocientas mujeres masái recibieran algo de dinero a cambio de su trabajo e incluso que la empresa Pikolinos hubiera abierto una escuela en Tanzania como proyecto de colaboración cultural. Sentí que probablemente todo aquello era bueno y que los masái, como cualquier pueblo indígena, ha de integrarse, entrar en la globalización, participar de la economía dineraria y los valores occidentales que intervendrán para juzgar también sus costumbres ancestrales como la circuncisión de los varones y la ablación clitorial que se practica a muchas mujeres. Acepté que todo aquello formaba parte de una evolución lógica e inevitable, que los masái son un reclamo turístico más, junto a los safaris fotográficos en Kenia y Tanzania para occidentales ansiosos de exotismo y con posibilidades económicas. Acepté que era imposible la supervivencia de modos de cultura autóctonos y que todos los grupos tribales que han mantenido sus diferencias han de pasar por el cedazo de la civilización que conocemos, pero esta noche en que vi el programa y a William riendo y  saltando en una cama elástica, jaleado por los aplausos y risas del público, me pareció sobrecogedoramente pobre nuestro mundo, pobre e inmaduro. Solo faltó que cambiara de canal y entrara en Gran Hermano y viera a otros jóvenes en una habitación haciendo no sé qué pero demoledoramente imbécil, y me di cuenta de lo que les espera a estos masái cuando sean oportunamente reconvertidos a nuestros esquemas no sé si llamarlos existenciales o esta palabra ya es demasiado grandilocuente para reflejar lo que realmente parecemos. 

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