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jueves, 3 de noviembre de 2011

La crisis griega llama a nuestras puertas...


No entiendo la crisis griega. Quiero escribir sobre la misma, pero los datos no me cuadran. Al parecer, la inestabilidad de Grecia está poniendo al borde del abismo al sistema financiero europeo, al euro y a nosotros, que somos los próximos, los que vamos después de Grecia. ¿Es posible que una economía deficiente como la griega pueda suponer tal nivel de riesgo al resto de Europa y del mundo? ¿Un país de once millones de habitantes que supone el 2% del producto interior bruto europeo es capaz de llevar a Europa a la más grave crisis de su historia y estar a punto de dinamitar el euro como moneda común? No lo entiendo. ¿Que han sido vividores, que no pagan impuestos, que mentían (consentidamente) en sus cuentas públicas? Es posible, igual que nosotros en buena medida. ¿Es esto suficiente para generar tal cadena de desastres como se aventura?

El rescate que se le impone a Grecia hipoteca durante generaciones el desarrollo y perspectivas de crecimiento social y económico. Parece que se quiere a Grecia de rodillas y como culpable de todos las demoledoras consecuencias que van a venir. Y el citado rescate no es en realidad a Grecia sino a los bancos alemanes y franceses que son los que controlan la deuda griega establecida por comprar sobre todo productos como armamento a estos países. 

No entendía mucho, pero he encontrado este vídeo en internet. Dura unos quince minutos, pero seguro que después de verlo entendéis mucho mejor lo que está pasando. Es un monólogo abierto de un español residente en Grecia. Se llama Pedro Olalla. Podéis entrar en su página web. Es reconocido profesor, helenista, periodista, fotógrafo, autor de numerosas obras sobre la cultura griega. No es un agitador. Su discurso es serio, sensato y moderado pero lleno de energía y amor a Grecia. Lo he visto en varias ocasiones y, unido a numerosas noticias que he leído estos días, ha contribuido a alumbrarme en el caso de la crisis griega que es en opinión de Pedro Olalla simplemente que el poder financiero se está haciendo con el poder político del mundo a través del control, creación y explotación de la deuda. Las democracias van a ser arrasadas por el sometimiento absoluto de las sociedades a los criterios de los reducidos financieros que controlan Europa y el mundo. Grecia debe este año sólo de sus intereses de la deuda 16.000 millones de euros que son lo que suponen la educación y la sanidad de su país. El mundo está en manos de los que disponen del control de la deuda que maniata a todo el tercer mundo que tiene que dedicar ocho veces más a pagar los intereses que supone que toda la ayuda que reciben para el desarrollo.

Los estados, los gobiernos, los países, están en manos de los que controlan la deuda. Ello supondrá el progresivo desmantelamiento de la democracia por parte de los agentes de la globalización económica. La deuda es un producto controlado por los bancos centrales, el FMI y los sistemas financieros para hacerse con el control del mundo no para servir a los intereses de la mayoría sino de ese reducido número de inversores que son los que controlan las economías por medio de mecanismos de inversión libremente negociables en el mercado de valores y que son constantemente objeto de especulación.

No es Grecia el cáncer europeo. Y está dispuesta a pagar sus errores. Hay algo más y debemos saber que luego vamos  los demás. El poder político es pulverizado por los agentes económicos que tienen a los estados a su servicio.

"Es necesario que haya gente dispuesta a pensar alto, a sentir hondo y a hablar claro" (Pedro Olalla).

Si no conocéis el vídeo, no os lo perdáis. Seguro que luego lo entendéis mucho mejor. 

lunes, 31 de octubre de 2011

La muerte de la literatura


En mi vida la lectura ha sido esencial. Me he pasado la vida leyendo y sigo haciéndolo. Lo que quizás para mí ha entrado en crisis en este nuevo giro de la historia es la lectura de literatura, la que tanto tiempo me había dado alguna consistencia. Leo algo, pero poco, absorbido por la tecnología. En consonancia observo que la mayor parte de los profesores defensores de las nuevas tecnologías en la educación, han dejado la literatura en un segundo o tercer lugar, casi irrelevante. Su dedicación a la informática es tal que su posible tiempo para la literatura, que es radicalmente absorbente, es próximo a cero. La complejidad del discurso literario entra en contradicción con la simplicidad de los tweets y la información rápida que abunda en la red. 

Este es el nuevo siglo en que la literatura ha entrado en crisis, según mi opinión. Las grandes obras del pasado no tienen ya mucho que aportar a los hombres del presente. Se han quedado irremisiblemente desfasadas tanto en forma como en fondo, y sólo están destinadas a pequeños reductos de nómadas supervivientes de la literatura. 

Tecnología y literatura son contradictorias. Lo vemos en nuestros alumnos. Su capacidad de atención es mínima, su cerebro probablemente ha mutado hacia otros tipos de atención más selectiva que la que implica el lenguaje literario que, dicho sea de paso, exige un tiempo y una voluntad que no concuerda con la realidad que vivimos: frenética e incapaz de dejar ningún poso. La tradición ha muerto, salvo en las fiestas de los pueblos. 

Para mí la literatura ha dejado de ser útil. Me causa dolor leer textos impregnados de otra dimensión de la vida, del arte, del mundo, de las cosas. Leer a Cortázar me abruma y me aburre. ¡Fue tan grande para mí! Pero su mundo ha quedado irremediablemente anticuado. Su concepción de la imaginación no tiene nada que ver con el mundo sin imaginación que vivimos ahora. En mis treinta años de docencia puedo considerar que ha sufrido una mutación completa la imaginación y la capacidad expresiva de mis alumnos. Ahora son próximas a la nada más absoluta. 

La literatura ya no dice nada a los ciudadanos de este tiempo. No considero evidentemente literatura los libros de éxito en su inmensa mayoría. Está bien que la gente lea, que lo haga. Pero yo no quiero iniciar una cruzada pedagógica para estimular que mis alumnos lean. Que lean si les da la gana. No estoy por hacerles leer, salvo por imperativo legal, las tonterías editoriales que ahora se estilan. No pueden leer literatura, no les interesa (y no les interesa a la inmensa mayoría del 99 por ciento), pues muy bien. A mí tampoco me interesa. Se me ha quedado desfasada. Lo digo ya con dolor, atemperado, porque yo no sería el que soy sin la literatura. Creo que aún puedo subsistir hasta el final de mis días con lo que he leído. 

No pienso que los lectores sean mejores personas que los no lectores. A veces me he preguntado si estuviera a punto de morir en una ciénaga y pasara por allí alguien que me pudiera salvar dándome la mano y arriesgando su vida. ¿Quién lo haría? ¿Un lector o un no lector? ¿Verdad que no hay respuesta? No puede haberla. Sólo me gustaría que fuera buena persona, y me daría igual si hubiera leído La montaña mágica o no. 

Creo que la literatura exige un pacto social. Los escritores deberían revelar el consciente y el inconsciente colectivo de modo artístico. Y la sociedad creer en ellos u odiarlos. Hoy la literatura sólo suscita indiferencia. No hay una sociedad necesitada de literatura. 

Lo mejor que lo podría pasar a la literatura es que la prohibieran. Páginas tan hermosas, tan reveladoras de lo profundamente humano, de esa tensión entre la vida y el arte (y los límites del arte) son ahora equivalentes a cualquier texto sociológico o de diario de información tipo Veinte minutos o ADN. La literatura es prescindible en el mundo que vivimos. No la necesitamos. Claro que habrá una minoría -muy minoría- de inadaptados que la seguirán leyendo. Allá ellos. Serán raros, anómalos, lo pasarán mal. 

Por eso, no estoy más por enseñar literatura a jóvenes como los que hoy pueblan nuestras aulas. No los voy a calificar. Son hijos del tiempo actual. No puedo vender la literatura porque ya no creo en ella. 

Pero ¡qué hermoso era el mundo y la vida cuando me sumergía en alguna obra en tardes infinitas de aburrimiento!

Pero ya no. Lo siento y mucho. 

(Este post está motivado por la petición de ayuda de un amigo bloguero para poder argumentar contra la literatura, contra el libro, contra la bien considerada y políticamente correcta adhesión universal al valor del libro)

viernes, 28 de octubre de 2011

La maldición del currículum



Para los no iniciados en la jerga pedagógica, vendríamos a decir que el currículum es la secuencia de conocimientos entendidos como conceptos, competencias básicas, criterios metodológicos y de evaluación que un alumno debería tener asimilados al acabar un determinado nivel educativo. El currículum nos habla de qué se debe enseñar pero también de los métodos y estrategias para conseguirlo, así como debe explicitar cómo, cuándo y de qué manera evaluar.

Supongo que esta es la definición canónica aplicable a currículum. Pero no deja de generar graves conflictos y dilemas cuando un profesor imparte su asignatura.

¿Qué es más importante el qué o el cómo? Conozco a excelentes profesores que realizan valiosas clases en que se experimenta, se vive la lengua y la literatura de modo activo y creativo (realización de representaciones teatrales escenificando alguna obra dramática, grabación en vídeo, prácticas de lectura voluntaria, realización de blogs educativos, debates, exposiciones, etc). Los alumnos están implicados y responden positivamente a las propuestas... Pero el gran perdedor de esta apuesta metodológica es la plasmación de los conocimientos del currículum, es decir la secuencia teórica de conocimientos que se debería haber asimilado en un trimestre y a lo largo del curso.

Las horas de clase son limitadas; la atención real de nuestros alumnos, inestable; las horas en que reciben las clases hacen altamente compleja la plasmación de dicho currículum. Hablo de contextos educativos complicados. El profesor debe escoger con desgarro entre el qué o el cómo. Si decide interesar y atraer a sus alumnos para que desarrollen sus competencias comunicativas, que aprendan a leer con algún sentido y a expresarse con alguna facilidad... ello supondrá un número ingente de clases y de prácticas que no desarrollarán adecuadamente el currículum oficial.

No hay peor angustia que la de un profesor que sea esclavo de la realización del currículum marcado por la administración, realmente inabordable en la realidad educativa. Cada día tiene que impartir una serie de conocimientos y unidades didácticas complejas. Pongamos las figuras retóricas o las estrofas más conocidas, pongamos la literatura del Renacimiento o el análisis de categorías morfológicas como el sustantivo, el adjetivo, los verbos, los pronombres... Cada uno de estos conocimientos (muy complejos) ha de impartirse en una unidad (clase), realizando prácticas sobre ellos, aunque, sin embargo, el profesor se dará cuenta de que buena parte del alumnado no ha entendido porque ha estado poco atento, o porque son contenidos difíciles de asimilar y requieren varios días. Pero a la vez ha de desarrollar competencias y habilidades de participación activa de los alumnos. El currículum implica la presencia de un profesor que enseña y alumnos que aprenden disciplinadamente, pero esto en la práctica no es así. Cualquiera que se dedique a la enseñanza sabrá que la atención real a las explicaciones es muy limitada, y el grado de asimilación, muy escaso si no se refuerza con actividades que llevan días y días que no se tienen porque el currículum es muy extenso e imposible de llevar a cabo.

José Luis Castillo explicaba en el post anterior en su intervención en un comentario que para él, el currículum es una herramienta y no un objetivo, de modo que idea una forma participativa en sus clases para que los alumnos se conviertan en editores de sus propios textos, estableciendo relaciones y conexiones que luego serán expresadas en red... Todo esto tomando la tecnología como elemento fundamental de trabajo. El profesor en este sentido es un dinamizador y no el generador del contenido del conocimiento. Inmediatamente me sentí atraído por esta forma de trabajar que interpreta el currículum de otra manera, pero de igual modo me di cuenta de lo problemática que resulta esta interpretación libre, que, sin duda, agradará a sus alumnos más avanzados que aprenderán de otro modo al oficial. Sin embargo, soy consciente de que el sentido del currículum (y su secuencia de conocimientos oficiales dados por la administración) ha sido orillada y abandonada en favor de las competencias comunicativas, epistémicas, sociales y tecnológicas.

Otro amigo del blog, Kikiricabra, le replicó cordialmente y reflexionó sobre la concepción del currículum de José Luis Castillo diciendo que éste no podía orillarse y ser convertido simplemente en una herramienta porque no lo era, ya que era la concreción de cada acto de enseñanza-aprendizaje en el aula día a día y que incluye conceptos, competencias, criterios metodológicos y de evaluación. Añadía Kikiricabra sobre la concepción de José Luis Castillo:

"Por otra parte, en tus palabras veo representadas buena parte de las ideas que Luri engloba en la denominada pedagogía New Age. Yo no creo que los alumnos deban producir los materiales y ser los que dirijan el proceso. Es este punto donde más coincido con las críticas a esta pedagogía: no creo que el papel del profesor sea el de dinamizar las creaciones de nadie. De hecho, legalmente nos pagan por hacer algo bien distinto".


A mí este intercambio de ideas me resultó altamente interesante. ¿Es el profesor el depositario del currículum que ha de impartir y llevar a cabo sistemáticamente en el aula o es más bien un dinamizador que fomenta estrategias creativas y de participación que toman el currículum simplemente como una herramienta más y cuya realización es relativa? 

Las consecuencias de una elección u otra en este dilema son decisivas. ¿Qué opinas? 

martes, 25 de octubre de 2011

Saturación tecnológica


En mi instituto hubo un proceso apresurado de adopción de un programa impulsado por el Departament d'Educació en que se dotaba a los alumnos de un portátil, sufragado con fondos estatales en un cincuenta por ciento. Esto era un total de 150 euros. Este ordenador suplía a los libros de papel que solían valer unos trescientos euros. Los libros digitales, vendidos como paquetes de todas las asignaturas, eran notablemente más baratos.

El resultado que he visto en el segundo año de implantación de la enseñanza digital ha sido decepcionante. Las editoriales digitales funcionan muy mal,  y ello supone que muchos alumnos no tienen conexión adecuada porque no funciona su contraseña o porque no funciona el sistema. Los libros digitales, cuando funcionan, se los ve hechos con premura y sin suficiente consistencia. A ello se une la lentitud de las conexiones wifi, la manipulación de los ordenadores por parte de los alumnos que terminan averiándolos, sea porque introducen programas que no son soportables por los portátiles, sea porque se bajan películas o porque los modifican en contra de las indicaciones de la casa de fabricación. Otra causa es la rotura de la pantalla por caída lo que está bastante extendido. Las empresas que los han vendido no saben o no contestan ante las numerosas averías que van surgiendo.

Además las herramientas tecnológicas con una conexión lenta y en un entorno que está censurado bien sea por insuficiencia de la red o realmente por el cercenamiento  institucional de acceso a páginas potencialmente peligrosas, hacen harto proceloso el acceso a una aplicación de forma generalizada.  

La impericia de los chavales es también otro factor determinante. Se suele creer que los nativos digitales son muy hábiles con la informática y no es necesariamente cierto. En ciertos contextos son unos figuras, pero la realidad en el aula revela una torpeza muy mayoritaria en programas educativos cuyas dificultades no saben resolver y el profesor se enreda intentando aclarar sus problemas concretos. Eso unido a que muchas veces traen el ordenador descargado de batería porque no recuerdan hacerlo en casa.

Una clase programada con herramientas digitales en la realidad es de una pobreza asombrosa y el resultado es de una productividad bajísima, casi uno tiene la impresión de que se está perdiendo el tiempo. 

El problema es que nos hemos acogido a este programa que ya no defiende siquiera el Departament d'Ensenyament por cambio de partido gobernante y estamos metidos en un proyecto que vemos que hace agua por todos lados. No funciona. Una clase en que se presuponga el uso de herramientas tecnológicas es bastante decepcionante.

Sin embargo, ha aparecido en esta revolución un instrumento sorprendente que veo difícilmente reemplazable. Es el cañón de proyección, unido o no a la pizarra digital. El profesor puede proyectar en la pantalla materiales didácticos y hacer una clase productiva e interesante en propuestas ya que está conectado a su propio ordenador donde puede tener enlazados multitud de recursos y enlaces de todo tipo.  

Podemos prescindir de los libros y elaborar nuestros propios materiales utilizando luego el cañón de proyección, pero el uso continuo de ordenadores portátiles en el aula es sumamente distractivo, improductivo y lleno de casuística que lo hace fracasar en la práctica. Ha sido un error mayúsculo del que no sé como saldremos porque para muchos padres ha sido un gasto importante. No veo en la vuelta al libro de texto una solución, sobre todo por su elevado precio no apto para economías muy humildes que son las que dominan en mi centro, y más en una situación de crisis.

Esta es la impresión que tenemos muchos profesores de la implantación del programa 1x1. No funciona. Y lo siento porque yo esperaba mucho de él. El ordenador puede ser un buen instrumento en casa -y a veces en el aula- para conectarse a internet y utilizarlo como procesador de textos, pero en el aula, a pesar de la buena voluntad y el entusiasmo con que partimos, es sencillamente una gran decepción. Casi hay una sensación de alivio para mí y mis alumnos cuando planteo clases en que el ordenador no es necesario. Tengo la impresión, a veces manifestada por ellos de que han terminado hartos de la experiencia digital, que en poco tiempo se ha llegado a eso que pudiéramos llamar saturación tecnológica.

domingo, 23 de octubre de 2011

Acotaciones a Diario íntimo de un abertzale


Esta mañana he dado un largo paseo por la playa, mojando mis pies y hundiéndome en la arena húmeda. El sol de las ocho de la mañana iluminaba un día hermoso en un radiante despertar. Pensaba mientras caminaba en cómo continuar mi post Diario íntimo de un abertzale que ha despertado interpretaciones tan dispares. Hay quienes han sido conscientes, tras algunas dudas, de su carácter ficticio, de ejercicio de punto de vista que se sumergía en la mente de alguien que confesara abiertamente lo que pensó durante largos años de su vida. Dicha confesión apócrifa es inverosímil porque tal vez no se expresaría de una forma tan cruda y utilizaría circunloquios para expresar la idea de que matar era necesario, de que fue necesario matar en una lógica de guerra entre el pueblo vasco y el estado considerado opresor. Aquello, según aquel punto de vista, era una guerra de liberación nacional y todos los frentes estaban abiertos. No cabían sentimentalismos ni reservas morales. Había un enemigo que mataba y ante él se actuaba en consecuencia. Si alguien inocente o ajeno al conflicto moría, se consideraban daños colaterales inevitables en una guerra.

Pienso en un  escritor al que admiré mucho y que asumió esta idea de lucha de liberación nacional. No es vasco, es madrileño y de familia acomodada. Me refiero al dramaturgo Alfonso Sastre que desde la década de los setenta, tras pasar ocho meses en prisión y de que su esposa Genoveva Forest estuviera tres años en la cárcel acusada de terrorismo en una causa que se sobreseyó por la ley de Amnistía de 1977, se alineó definitivamente con las tesis del Movimiento de Liberación Nacional Vasco y se trasladó  a vivir a permanentemente a Fuenterrabía.  Si tenemos en cuenta que en 1980 hubo casi cien muertos por causa de ETA, la convicción política y moral del escritor debía resistir cualquier debate ético. Nunca se distanció de la violencia de ETA, que asumió como lógica e inevitable, ante la opresión del pueblo vasco. Ello implicaba también que Euskadi fuera un campo de batalla en cada pueblo, en cada calle,  y que las gentes se acostumbraran a vivir con el terror y la mirada baja.

¿Cuántos abertzales, incluido Alfonso Sastre y otro no menos famoso como el admirable José Bergamín,  también madrileño, muerto en 1983 y cubierto su ataúd con la ikurriña y enterrado en Fuenterrabía para no ser inhumado en tierra española, consideraron el aserto de que matar era necesario? Es terrible, pero se impuso una lógica de guerra sin cuartel y sin referentes éticos o de compasión por el adversario al que no cabía sino asesinarlo hasta que la correlación de fuerzas hiciera inevitable el desenlace de esta guerra de liberación nacional.

Un esquema bien simple, como el de todas las guerras -añado yo-. Alguno de los comentaristas que tuvieron a bien apostillar mi post hacía referencia a la pobreza argumentativa del supuesto abertzale en cuyo hilar de argumentos me metía yo sin haber vivido nunca en Euskadi. ¿Pobreza argumentativa? ¿Bajeza y vileza moral? Depende de la lógica en que nos instalemos. Este era el problema. Unas generaciones en el País Vasco crecieron alimentando desde la ikastola, en las cuadrillas de amigos, en las fiestas populares, en Euskal Telebista, en las herriko tabernas dicha lógica de guerra abierta en la que cabía todo. Pero sobre todo la idea de hacer tanto daño al enemigo que le resultara insoportable dicho dolor y tuviera que ceder... Cada muerto ajeno, cada guardia civil, cada empresario, cada político socialista o del Partido Popular, cada policía colaboracionista, cada niño en un cuartel que moría eran celebrados en las herriko tabernas con miradas y risas festivas de complicidad que veía en aquel dolor la compensación necesaria al propio.  Había que causar daño, mucho daño, para doblegar al enemigo. Y todo valía, hasta el asesinato que invirtió la dimensión de la lucha. Me refiero al de Miguel Ángel Blanco un diez de julio de 1997, la víspera de mi cumpleaños. Aquello fue tan mediático y tan atroz que levantó a la otra mitad del País Vasco y a toda España frente a aquella lógica en la que todo estaba avalado por la necesidad de guerra. Alfonso Sastre no condenó en aquella circunstancia ni en ninguna otra el asesinato con premeditación y alevosía de aquel concejal indefenso.

Mi posición personal sobre esto se plasma en un pequeño artículo que escribí en una revista juvenil en 1973 por la muerte del almirante Carrero Blanco a manos de ETA. Tenía diecisiete años y lo condené sin fisuras. Me admira que aquel joven que era yo en aquel momento ya rechazara aquel asesinato inútil. Aquella tarde del 20 de diciembre de 1973 había en los ambientes que yo recorrí en Zaragoza una euforia tremenda por lo que significaba aquello. Me sentí afectado y no admití la muerte de un adversario por culpable que pudiera ser... Así con los largos ochocientos muertos de ETA y sus miles de heridos de por vida.

¿Han llegado los abertzales vascos a aceptar ya definitivamente otra lógica diferente a la de la guerra en la que cabía todo? ¿Se revisará retrospectivamente la lógica que imperó durante varias décadas? La violencia se ha revelado como un profundo error, además de inútil. Es la consecuencia a que ha llegado el mundo abertzale y la banda etarra. ¿Le será posible deshacerse para siempre de la amenaza al adversario al que se deseaba destruir y causar daño hasta que cediera, se marchara o fuera enterrado?

¿Habrá un reconocimiento del dolor propio que llevó a necesitar asesinar a los otros?

¿Habrá una reflexión colectiva semejante a la de mi personaje protagonista del post anterior? Que aquello fue inútil, que las ejecuciones fueron crímenes, y que el dolor infligido no tenía ninguna justificación...

¿Qué nos podría decir hoy Alfonso Sastre? ¿Qué nos diría José Bergamín? Querría que algún abertzale se sincerara y hablara con la claridad que lo hizo aquel que inventé yo. ¿Dónde estamos realmente ahora? ¿Qué cabe hacer sobre la consideración del pasado? ¿De todo aquel dolor que fue considerado necesario e inevitable?

jueves, 20 de octubre de 2011

Diario íntimo de un abertzale


Hoy ETA ha anunciado su final. Tengo cincuenta y cinco años y he seguido su origen, su lucha y hoy su cese definitivo de la lucha armada. Me embargan sentimientos contradictorios porque yo apoyé con mi alma su combate contra la dictadura franquista y su defensa radical de los derechos del pueblo vasco. Tuvimos que matar, primero a torturadores como Melitón Manzanas, a enemigos del pueblo vasco que se dedicaban a oprimir a nuestras gentes. Iniciamos nuestra andadura con la lucha del Che y tuvimos la idea de pueblo como raíz de nuestra acción política y militar. El pueblo inspiraba nuestra acción, una idea romántica del pueblo en la que nos sumergíamos y nos hacía vivir una especie de hipnosis colectiva. Matamos a guardias civiles asesinos, matamos a colaboradores, matamos a taxistas delatores, matamos y matamos... y nunca sentí que hiciéramos algo que contradijera la moral del pueblo. Nuestra lucha estaba justificada en sí misma. La justicia revolucionaria nos asistía ya que no teníamos un estado y una justicia propios. Ajusticiamos a Carrero Blanco en una acción que inspiró películas y levantó la moral de todos los que luchaban contra la dictadura. Vino la democracia y sentimos que nada había cambiado. Los enemigos del pueblo vasco seguían en el mismo sitio. Vino la amnistía y pensamos que era el momento de intensificar nuestra lucha contra la dictadura reconvertida. Eran los mismos que querían humillar al pueblo vasco y tuvimos que matarlos, perseguirlos, acosarlos... La voz del pueblo se hacía oír desde cualquier esquina. Lo nuestro no era violencia sino justicia. Las masas luchaban por su libertad y los enemigos reconvertidos en socialistas, en nacionalistas traidores, en izquierdistas falsos vinieron a enfrentarse a la razón del pueblo que elevaba la ikurriña como símbolo de nuestra libertad.

Tuvimos que matar. Matar no era un placer pero sentíamos que era un precio inevitable ante el destino tan glorioso que  tenía reservado la historia para el pueblo vasco. Nuestros luchadores, nuestros gudaris, pegaban tiros en la nuca, nuestros gudaris ponían bombas en Hipercor o en el cuartel de Vic o en la casa cuartel de Zaragoza, en cafeterías concurridas... El sistema acentuaba sus contradicciones y terminó enfrentándose con nosotros con las mismas armas que utilizábamos nosotros, pero veíamos un atisbo de épica en todo lo que pasaba. Sabíamos que cada uno que dudaba, cada uno que miraba con miedo lo que pasaba allí, cada uno que callaba era una presa fácil para nosotros. El pueblo vasco escudriñaba a todos y cada uno de los que vivían en nuestros pueblos. Las miradas eran elocuentes. Muchos tuvieron que huir de Euskalherría y refugiarse en otras tierras. Los traidores y los tibios no nos servían. Tuvimos que seguir matando porque la historia estaba de nuestro lado, y tarde o temprano nos justificaría. Nuestro pueblo era el eje de la historia más potente, ni siquiera los romanos o los árabes consiguieron doblegarnos. Nuestra lengua era ancestral. Éramos nosotros los que íbamos a conquistar la última explicación de la historia.

Matamos, claro que matamos, porque no quedaba otro remedio. Por cada gudari encarcelado se levantaban veinte nuevos gudaris en los pueblos de nuestra tierra. Las paredes gritaban y reproducían nuestro emblema. Allí estábamos nosotros, en cada calle, en cada plaza, en cada pueblo alentando la rebelión contra España y todo lo que significaba... Cuando se fueron sus guardias civiles llegaron los otros, los colaboracionistas de rojo, y los gobiernos que intentaban contentarnos pero pactaban con el enemigo...

Nunca dudé. Nunca dudé. Me lo repito una y otra vez y sé que todo lo que hicimos tuvo sentido. La sangre debió correr porque nuestra lucha era sagrada como nuestra amada ikurriña.

Hoy, sin embargo, cuando ETA anuncia su final siento un amargo poso de derrota y empiezo a pensar si todo lo que hicimos mereció la pena, si cada muerto añadido a la lista y los que tuvimos propios  justificaban este magro resultado. Empiezo a pensar que fuimos sujetos de una alucinación colectiva, que aquellos muertos que nos enorgullecían eran en realidad crímenes sin ninguna justificación, que todo lo que hicimos y que pensábamos que merecía la pena revelaba nuestro error, nuestro trágico error, ese error que nos llevó a matar sin compasión pensando que el pueblo algún día nos exoneraría.

Hoy estoy confuso. Yo no he matado pero he contribuido a que otros lo hicieran y ya no sé muy bien si aquello estaba justificado por la historia. Hoy reconocemos nuestra derrota, pero no sé muy bien si sentir algo por lo que hemos hecho, por lo que creíamos que era nuestro destino.

Tengo que pensar sobre ello. 

lunes, 17 de octubre de 2011

Preguntas jodidas al 15-M



He visto surgir con simpatía este movimiento de resistencia frente a la depredación del capitalismo, el poder financiero, la hegemonía de los especuladores, la supeditación de la política a los tiburones de Wall Street; contra los recortes que afectan a las políticas sociales especialmente en sanidad y educación.

Totalmente de acuerdo.

Pero rebobino. El tremendo superávit de los años de la burbuja inmobiliaria permitió implementar políticas sociales porque el dinero fluía con facilidad. Los agentes estatales, Hacienda y ayuntamientos, sacaban su tajada enorme -por medio de impuestos- de esa compraventa de viviendas que engrasaba también a los notarios, a los despachos de arquitectos, a las industrias y talleres accesorios... El dinero era fácil. Los partidos políticos en el poder inauguraban gozosamente polideportivos, universidades, centros culturales, aeropuertos, líneas del AVE, exposiciones universales (Fórum de las culturas, Expo del Agua...)

No nos podemos quejar de los partidos políticos porque, aparte de sacar algunos elementos su parte del pastel en forma de corrupción (innegable),  satisficieron nuestras ansias incontroladas de mejora, de viajar desde nuestra provincia a cualquier parte, de tener un centro cultural de Arte Contemporáneo cerca de nosotros, de tener festivales subvencionados y actuaciones gratis...

Todo funcionaba genial. Nadie protestaba. Nadie se indignaba ante esta lógica. Sobraba el dinero. Los jóvenes de dieciséis años  se ponían a trabajar en la construcción y sacaban más dinero que los profesores que les habían dado clase y pronto tenían un vehículo a ser posible BMW. Nunca se habían matriculado tantos coches como en estos años. La industria automovilística también estaba engrasada.

Nadie decía nada. Y menos los partidos de izquierda.

Sin embargo, el mundo que nos rodeaba era atroz. Pobreza, explotación de países, miseria... Alteración del clima mundial que condenaba a decenas de millones de personas a la emigración por las sequías y el cambio de régimen de lluvias...

Pocas voces se alzaban para decir que esto no era posible, que nuestro crecimiento estaba en el aire, que no podía ser, que vivíamos del crédito que parecía infinito... La política parecía estar al servicio de la felicidad de los ciudadanos que aceptaban los regalos como algo natural, como si se hubieran merecido.

Los bancos hicieron su agosto facilitando créditos fáciles a todo el mundo.

Entiendo las razones de la indignación, pero me hubiera gustado haberla rastreado antes de ahora en que nos apercibimos de los fallos del sistema cuando nos dan a nosotros en el pandero.

Los indignados desean vivir en la planta que anhelen del edificio y no en los bajos, he oído esto en algún blog.

¿Compartirían dicha planta con los somalíes, con los inmigrantes subsaharianos que llegan a miles a Lampedusa y nadie los quiere? ¿Están bien las vallas de separación que existen para que no nos invadan?

¿Algún día se entenderá que todos aquellos derechos sociales que teníamos y que ahora nos quitan o escatiman también formaban parte de la distribución injusta del mundo? ¿O acaso porque parecía que nos los regalaban eran nuestros por derecho propio?

Aplaudimos las primaveras árabes. Eran bonitas. No costaban nada. Eran luchas contra la tiranía. Ahora el turismo en Túnez y Egipto se ha hundido. Nadie va a ver esos maravillosos países que han luchado contra las dictaduras.

Ha habido más de tres mil muertos en Siria por la represión de El Assad y no he visto en ningún lado una referencia a ello, ni a la lucha de Yemen contra la dictadura. ¿Acaso la izquierda piensa que queda fuera de sus intereses ideológicos o políticos?

¿O acaso somos solidarios y reivindicativos sólo cuando nos quitan nuestras ventajas y servicios sociales? 

¿O el 15-M debe crecer y ser consciente de sus limitaciones y contradicciones? 

viernes, 14 de octubre de 2011

El pensamiento divergente


He visto en varias ocasiones el vídeo de Ken Robinson sobre la necesidad del cambio de paradigma educativo en la sociedad del siglo XXI. En él se cuestiona el modo de organización de la escuela, organización-cuartel, propia del siglo XIX en la que se segmenta a los alumnos no en función de su pensamiento creativo, sino en función de su edad, de la materia, del nivel de la clase... Propone, sin especificar, un nuevo modelo educativo, que atienda más a la creatividad y a la realidad del mundo interactivo en que vivimos y en el que disgregamos nuestra atención en multitud de estímulos que nos tientan por todos los lados.

Quizás el concepto que más me ha atraído ha sido el de pensamiento divergente. Es aquel tipo de pensamiento que es capaz de descubrir múltiples respuestas a un mismo problema, planteadas desde ángulos diferentes. Según Robinson, el pensamiento divergente no coincide con la creatividad, pero es un componente esencial de ella. Propone el siguiente ejercicio: se da un clip de metal a los chicos y se les pide que digan todo aquello que podría ser hecho a partir de dicho clip (formas, funciones, mecanismos...) Este clip sugiere multitud de ideas cuando se está en el jardín de infancia. Incluso se puede plantear que sea de otro tamaño y otras texturas o materiales. Sin embargo, este mismo test sobre el clip (realmente genial para un espíritu creativo) decae dramáticamente cuando los niños están en la edad de tercero o cuarto de la ESO.

¿Qué ha pasado? En medio ha estado el proceso educativo que sin lugar a dudas va laminando cualquier atisbo imaginativo que pudiera haber. A la edad de dieciséis años, los chavales son en conjunto impotentes mentales, y cuando llegan a bachillerato la mayoría son gregarios, perezosos, incapaces de elaborar una mínima idea propia, e inhábiles para tener un pensamiento personal.

No sé cuál es la razón, pero esto es así. El sistema educativo prima la rutina, la docilidad, la repetición, la falta de núcleo, la dispersión, la planitud... Nada de aprendizaje significativo.

Mis alumnos de tercero de ESO cuando son enfrentados a otro tipo de paradigma educativo, se sienten desconcertados. Sólo les pido -a la vez que un trabajo serio, constante y riguroso- atención y capacidad para elaborar ideas propias. La clase es un laboratorio de ideas en la que se puede exponer cualquier cuestión argumentada. Me atraen los alumnos caracterizados por el pensamiento divergente, los que plantean las cuestiones de otra manera distinta a la convencional, los que se salen de los moldes acomodaticios, sean o no escolares. Mi desafío es atraerlos hacia el método y hacia la práctica de la reflexión propia. Para ello, no debe haber verdades inconmovibles en ningún caso, y toda idea puede ser sometida a debate, criba y discusión.

En la última clase estuvimos hablando sobre el déficit ecológico y la huella ecológica, temas sobre los que tienen que hacer una WebQuest como preparación a su visita al Caixa Forum para ver una película titulada Recetas para el desastre que aborda una familia cuyo padre quiere reducir al mínimo la huella del carbono (del petróleo) en su consumo. Mis alumnos se asombraron cuando conocieron el concepto de huella ecológica y también de saber que cuando estamos encendiendo un televisor estamos contaminando, emitiendo CO2 a la atmósfera, y se lo hice ver. Entonces alguien característico del pensamiento divergente planteó que la pizarra digital y los ordenadores de la clase también contaminaban. Tuve que admitir que así era. ¿Por qué se han introducido, pues? -me preguntaron-. No supe que contestar, pues se alzó una sorda reivindicación del libro de texto tradicional en varios alumnos, que afirmaban que con él aprendían más que con los ordenadores y los libros y pizarras digitales. Una alumna ecuatoriana llegó a afirmar que la tiza era mejor que la tecnología.

No continuamos la discusión porque sonó el timbre, pero observo que la tecnología en breve tiempo ha hastiado a los adolescentes que la ven como una fuente de distracción continua. Yo me obstino en que vean el otro lado, que la consideren también una fuente eficaz de aprendizaje, pero me temo que se ha incorporado ya a la rutina que domina la escuela.

No me molesta en absoluto que me cuestionen, que cuestionen mis ideas... Lo que yo pretendo ofrecerles es elementos de pensamiento crítico y, en connivencia con éste, está el desafío constante al pensamiento organizado y establecido.

Hay personas que saben descubrir centenares de posibilidades a un simple clip... esta es la política imperante en clase. Sin modelos cerrados, abiertos al pensamiento divergente para que vuelvan a aprender a pensar como actividad placentera e interesante. Sintiendo de nuevo el placer de cuando eran más chicos. 

Vídeo de Ken Robinson

martes, 11 de octubre de 2011

África: solidaridad y contradicciones.



Me enorgullezco de mantener una comunicación cordial con exalumnos de distintas promociones que han ido jalonando mi vida docente. Con ellos debato, discuto, intercambio, dialogo... Uno de ellos es David B. Fue alumno mío hace dieciocho años. Ya está en la treintena bien entrada. Nos seguimos en facebook, un instrumento útil para mantener una relación fluida.

Nuestro reciente intercambio de puntos de vista vino a establecerse a propósito de nuestra influencia como occidentales en pueblos o sociedades africanas o aborígenes (amazónicas, australianas, asiáticas...) Yo planteaba la necesidad de hacer accesibles "tabletas" o medios tecnológicos a pueblos y sociedades hundidas en la pobreza y en la corrupción de sus gobernantes, en el sentido de que representaban una ventana abierta al resto del planeta. Me contestó David B. Éstas son sus palabras.

Te aseguro, que una ventana abierta a un mundo que no es el tuyo, lo que hace es distorsionar más si cabe la percepción para aquellas personas.

No podemos tratar de meter a todos los que no están como nosotros en nuestro mundo.
No creo que un indígena de la Amazonia sea más infeliz que nosotros por no tener acceso a Garcilaso, Shakespeare, New York Times, etc.

Era increíble la percepción que tenían del mundo los habitantes de un poblado en el desierto subsahariano donde por supuesto gastaron ahorros para tener TV y parabólica... hace más mal que bien, te lo aseguro.

La ayuda a paises con problemas (y ojo porque no podemos ser quienes dictaminemos qué son problemas) se ha de hacer de otra manera, se les ha de ayudar a que caminen solos hacia el mundo que ellos quieren (un mundo libre y con acceso a necesidades básicas). No se trata de que vengan al nuestro, ni de convertirlos en borregos, ni en seres de una sociedad "avanzada" como la nuestra (de la cual me avergüenzo).

Me reconocí en estas palabras. Representaban al Joselu de hace unos años en que empecé a sumergirme en la cultura africana a través de la literatura, el arte y la sociología. Consideraba a las sociedades africanas como hermosas en sí mismas y que habían sido devastadas por la perniciosa influencia del hombre occidental que las había esclavizado y había destrozado sus bases humanas de armonía y equilibrio con la naturaleza. Pretendía un status de excepción para estas sociedades que se mantendrían -en mi deseo- al margen de la acción depredadora del hombre occidental (o asiático). Anhelaba que pudieran mantener su pureza y su aislamiento respecto a nuestros valores viviendo en sus tradiciones con códigos propios y leyendas llenas de riqueza existencial. No podía admitir que aquellos mundos plenos de belleza tuvieran que someterse a la homogeneización televisiva y banal del hombre "avanzado".

Hoy soy partidario de que África debe entrar en la modernidad, porque es la única manera de luchar contra las dictaduras y la injusticia que atenazan a estas sociedades tan frágiles (y hermosas). La pobreza no es digna ni bella. La pobreza va unida a la explotación, a la tristeza, a la guerra, a la corrupción. No me sirve que haya muchísimos africanos que vivan resignados en su aplastamiento. Deben -deberían- rebelarse contra las dictaduras, contra las tradiciones degradantes, contra su retraso tecnológico en un mundo que, nos guste o no, es global. Hay historiadores como Ferrán Iniesta de la Universidad de Barcelona que sienten igual que David, que África es el Planeta Negro y que su máximo valor es su negativa a entrar en la modernidad, en su anclaje en la tradición preindustrial... Durante un tiempo simpaticé con estas ideas que me llevaban a África como un continente maravilloso si era capaz de mantenerse al margen de la modernidad.

Pero ¿cómo mantenerse al margen de la modernidad si la mayor parte de sus países son cleptocracias en manos de dictadores sanguinarios, si sus divisiones tribales les llevan a enfrentamientos terribles, si viven sumidos en la pobreza más triste, si sus recursos están en manos de compañías occidentales y venden sus tierras mejores al capital chino? África está perdida si no es capaz de incorporarse a la modernidad, aunque no me guste y prefiera un África ancestral y legendaria antes de la llegada del hombre blanco e islámico.

De sobras sé que el hombre africano tiene un potencial maravilloso, que es capaz de sonreír y bailar en medio de la desolación, que puede enriquecer nuestro mundo sumido en el pesimismo mientras que él tiene un modo de ver las cosas que induce al optimismo y la alegría vital.

Pero no, es bueno y necesario que, junto a montones de proyectos de desarrollo que se puedan implementar, se incorporen a la tecnología, que llegue a sus escuelas, que conozcan al resto del mundo, que éste se comunique con ellos, que se los tenga en cuenta. No debemos dejarlos al margen de la revolución que está viviendo el planeta. Forman parte de él. Del mismo modo que no les podemos negar la medicina occidental (vacunas, antibióticos, combinados anti Sida...), no podemos ni debemos pensar que pueden vivir fuera del mundo, aunque no suponga que despreciemos el suyo propio. África debe modernizarse (aunque nos pese y sintamos vergüenza de nuestro mundo, que también).

Dejo un vídeo muy interesante en portada sobre la relación entre una escuela de Malí y otra catalana de Gavá. 

sábado, 8 de octubre de 2011

La manzana diabólica de Apple


Yo llegué a la tecnología hacia 1993 tras una década en la que me resistí totalmente a su presencia en mi vida. Hablé mucho en aquellos años en contra de que las máquinas se inmiscuyeran en mi vida y miraba con cierta condescendencia a los avanzados que promovían la incorporación de la informática a la realidad educativa.

Pero nunca digas de este agua no beberé. Con el tiempo, y no sin grandes vacilaciones y contradicciones, la tecnología se ha incorporado a mi vida y a la de mis alumnos. Paso muchas horas al día experimentando e investigando las posibilidades de aplicaciones educativas que uno a la expansión del pensamiento en red, una oportunidad maravillosa que enriquece mi perspectiva personal con la aportación de decenas, centenares de personas, que me añaden un activo que yo era incapaz de considerar.

Hace unos días ha muerto Steve Jobs. Su muerte, como la de Mario Benedetti o la de Julio Cortázar o Bergman, me ha sumido en la zozobra. No entiendo cómo esta persona se había logrado introducir en mi vida de tal manera que su aportación me resultara densa y nuclear.  ¿Qué tiene Apple que no tienen otras aplicaciones o instrumentos tecnológicos? ¿Por qué su muerte ha supuesto tal impacto en millones y millones de personas que veían en él a un filósofo, a un creador de la talla de Leonardo Davinci? ¿Por qué consideran el mundo Apple como un reducto humanista con sus seguidores, su filosofía, sus corrientes de pensamiento?

He mantenido algunas conversaciones estos días con personas que veían en Jobs un simple especialista en marketing o un habilidoso creador de juguetes para adultos. Otros simplemente no lo ven como una especie de gurú como se ha podido identificar entre tantos admiradores.

¿Qué tenía Steve Jobs que lo hacía irremplazable? ¿Por qué anhelé meterme en su mundo y participar de él? ¿Qué tienen de adictivos sus ordenadores, sus aparatos, sus aplicaciones y sus programas?

Quizás sea eso, que no son simple tecnología y el usuario que los utiliza percibe un modo de ver el mundo, un modo especial y selectivo de considerar la realidad que te hace sentirte un elegido, un participante de un culto cuyas raíces no alcanzo a vislumbrar. Jobs, a pesar de su extrema discreción,  consiguió convertir los aparatos que fabricaba en objetos con alma, depositarios de una cosmovisión minoritaria y sumamente escogida. Uno podía ser usuario de un ordenador y no sentir ninguna emoción añadida. Jobs logró que al ordenador se le uniera una emoción intensa, no sé si debida a la belleza del diseño llevado al límite hasta en los últimos detalles, en su simplicidad, en su estabilidad de funcionamiento... Uno cuando maneja un Mac o cualquiera de sus variantes, que todos conocemos, asiste a la puesta en funcionamiento de un universo potente y personal que todos terminaban imitando.

No sé qué pasará con Apple a partir de su desaparición. Lo más terrible que puede suceder es que se convierta en una empresa más, que los usuarios de sus aplicaciones tecnológicas no perciban la presencia de un alma detrás, de un genio, de una filosofía que defendía la audacia, la singularidad, el riesgo, la fascinación de la muerte como correlato necesario de la vida, la apuesta por vivir una vida en primera persona sin imposturas, la originalidad... No sé si es posible continuar esto sin su presencia activa y medular. Pero, a pesar de sus claroscuros de los que Frikosal nos hacía alguna reflexión al respecto, pienso que su singularidad es irremplazable.

Esto me lleva a pensar que cuando se pone en cuestión el término "alma" por parte de la neurología o por parte de las consideraciones más ateas que nos impregnan, uno se puede preguntar que por qué algunas personas que pasan algún tiempo entre nosotros dejan la impresión de que sí existe esta impronta personal, única, intransferible y espiritual que parece propia de ella. Alguien me podrá argumentar que Jobs era simplemente un experto en marketing destacado, pero ello no me podrá explicar la emoción que siente uno ante uno de sus aparatos y que no sé si continuará existiendo con los albaceas de su herencia.

Mi pregunta es sobre qué era Jobs ¿Un fabricante de productos hermosos, un experto en ventas, un filósofo, un mistificador, un fabricante de juguetes para adultos, un engañabobos, el gurú de una secta de crédulos, el Leonardo Davinci del siglo XXI, un humanista que unió belleza y filosofía, un visionario…? 

DISCURSO DE STANFORD

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