Yo me pregunto si los hombres saben reconocer cuando la historia pasa a su lado, si los europeos de 1914 se dieron cuenta de que la muerte del archiduque austriaco en un atentado en Sarajevo iba a cambiar el destino de Europa. Me temo que no. La historia es extraña. A veces parece que se remansa y que no pasa nada, hasta que un día estalla en función de fuerzas telúricas del subsuelo.
Hemos vivido en las últimas dos décadas años bobos. Lo he constatado en mi relación con mis alumnos. Se nos dice que la democracia es importantísima pero aburrida. Así ha sido. Tras los años burbujeantes de la transición vino la década prodigiosa de los años ochenta, pero los noventa avanzados produjeron una sociedad boba, que se acentuó con la llegada del nuevo milenio. La estulticia general no es percibida por la generalidad de la población. Vive a gusto en ella, piensa que es la normalidad sobre todo si se puede consumir alegremente y la economía parece discurrir entre pequeñas crisis pasajeras que no impiden el tren de vida desenfadado. Sin embargo, en madrigueras subterráneas, debajo del bienestar y la imbecilidad generalizada, el mundo sigue transformándose y tienden a aflorar las tensiones que amenazan la estabilidad de un modo de vida. Para el que haya estado al corriente de la prensa en los últimos veinte años no hace falta que le dé datos concretos. Esto es para los que han vivido intensamente el tiempo que les ha tocado vivir. No podía ser que nosotros viviéramos tan bien y el mundo que nos rodeaba se cayera a pedazos en la miseria. Pero nosotros vivíamos en los mundos de Yupi y nuestros estudiantes pedían más cerveza y menos policía, y los profesores se adecuaban al modelo dominante renunciando a sus ideales. Esto era imprescindible: renunciar a los ideales. Los ideales son dañinos, son una trampa, son un simulacro, sólo llevan a catástrofes sociales. Pero sin ideales nos morimos de asco en la caverna. Así he visto durante quince años morirse de asco a mis alumnos, sin ansiar nada, sin esperar nada salvo saberse colocar, tener coche y tener fines de semana de juerga placentera. Yo suspiraba para mis adentros que aquello no era posible. Un día lo charlé con el poeta Joan Brossa antes de morir. Él auguró que esos años bobos, de imbecilidad pura, llegarían a su fin. Hemos vivido en ellos sin inquietarnos. La inquietud existencial ya parecía haber pasado con la muerte de los existencialistas del pasado. Y el sentido de nuestro mundo parecía revelarse en forma de tarjeta rectangular VISA o MASTERCARD. Guardamos y archivamos los ideales en un cajón del pasado, escondimos las utopías y nuestros deseos de cambiar el mundo. ¿Para qué cambiar el mundo si en él nos va tan bien? Mejor no moverse.
Pero, amigos, todo ha cambiado, y las fuerzas ocultas han emergido en una secuencia sorprendente. La crisis es un estado más profundo del que hubiéramos llegado a pensar. Es el estado espiritual de nuestro ser tras décadas de impotencia y frustración aunque sobradamente colmado de todo lo material. Pero la poesía y la utopía en estos días vuelve a emerger en la Puerta del Sol de Madrid con una fuerza inusitada. ¿Un nuevo Tahrir? Los jóvenes se reúnen con los viejos y quieren darle una patada al sistema depredador. Se juntan José Luis Sampedro y Stephane Hessel con los veinteañeros sin futuro. Y la combinación es letal. El mundo no podrá volver a ser el mismo. Es como si hubiéramos despertado. No se trata sólo de conseguir volver de nuevo al consumismo. No, hace falta toda una revisión de nuestra forma de estar en el mundo y entender a las fuerzas del capital que se articulan en los anónimos mercados. La guerra es económica y espiritual porque implica valores éticos profundos. En el mundo somos siete mil millones. No puede ser que una minoría especuladora y financiera maneje los destinos de miles de millones jugando con el precio de los alimentos básicos, echando a la calle a los desahuciados del sistema. Alguien ingenuo llama antisistema a los que se manifiestan en Madrid y otras ciudades españolas, pero es que no podemos ser de otra manera. Toda época ha tenido su revolución. Tal vez ha llegado el tiempo de la nuestra. Que los jóvenes se reúnan en Tahrir, perdón en la Puerta del Sol, a discutir en asambleas sobre el presente o el futuro puede ser visto como un vulgar remedo del mayo del 68, pero la mayoría que participan allí no tienen la más mínima relación con lo que fue aquello. Yo tampoco. Pero viejas consignas vuelven a ser coreadas. Sólo los tontos como Vicente Verdú y Quim Monzó piensan que esto es una tontería. Los más intuitivos se dan cuenta de que algo está pasando, que era imposible que no pasara, y que para bien y para mal, ha llegado la hora. Las cosas no volverán a ser como antes. No sé qué respuesta dará el sistema político pero lo tendrá mal si esta #spanishrevolution logra sobrepasar fronteras y se convierte en una #europeanrevolution. Tal vez la historia esté llamando a nuestra puerta y sigamos ensimismados en nuestra manzana o en el espejo de los sueños.
Lo que es necesario tarde o temprano se hace realidad. Y puede que con una potencia inimaginable.
Salud. Aquí tenéis un vídeo en que aparece José Luis Sampedro. Da gusto oírle.
http://youtu.be/LOmh3jcV28g
http://youtu.be/LOmh3jcV28g