Durante unos meses hemos estado leyendo en clase Bodas de
sangre de Federico García Lorca. Mis alumnos han interpretado con placer papeles buscando
cierta dramatización de las escenas. Les gustaba leer y seguir los
meandros de esta tragedia de tierra y sangre. Nos sentábamos al final de la
clase y buscábamos un espacio diferente para la lectura dramatizada. Les ha
gustado.
Como colofón he proyectado una versión de José Luis Gómez
alojada en Youtube en la pizarra digital de la clase. Los alumnos -mayoría inmigrantes
latinos y magrebíes- han podido seguir la representación con los textos
delante. Han sido dos días y medio de proyección que han complementado la
lectura. Luego ha venido el debate sobre la experiencia. Es aquí donde quiero
hacer hincapié sobre lo vivido en clase. Bastantes han sentido traicionado el
texto que habían leído por la representación teatral. Han visto confrontada su
interpretación y su imaginación con la puesta en escena. Han encontrado la
interpretación exagerada, han considerado que la Novia era más fea de lo que
ellos habían imaginado, algunos decían que era antigua, que parecía que
gritaran... En definitiva, no era como se lo habían imaginado y la
representación les confrontaba con una visión que no les gustaba.
He pensado que mis alumnos no tienen noción de lo que es una
representación dramática. Bodas de sangre, igual que todos los textos
teatrales, no está ideado para ser leído sino para ser representado, y
representado en un espacio dramático, el espacio vacío del que habla Peter
Brook, y supone una experiencia vivida frente a los espectadores que pueden
implicarse o no en el espectáculo. Mis alumnos no han visto teatro. No lo han
visto nunca. No saben qué es una representación teatral. Como sustituto les he
proyectado una versión en la pantalla de la clase, pero esto es una componenda
porque el teatro es una experiencia única e irrepetible, arriesgada, que se
vive en directo. ¿Cuál es el problema? Que el teatro es económicamente
inabordable para mis alumnos. Esto añadido a que en Cataluña es difícil ver
teatro en castellano. Es caro, muy caro. Una representación escolar les cuesta
unos siete euros. Estas representaciones son elementales y situadas en un
entorno escolar lo que no contribuye a lo que es la experiencia del teatro. El teatro
hay que verlo en sesiones para adultos, en un ambiente apropiado. No es ideal
juntar a doscientos adolescentes por la mañana y llevarlos a ver una función
teatral. No, el teatro supone ciertas circunstancias que implican una
experiencia total que llevan a que la realidad representada nos envuelva. Y no
es tampoco una garantía.
El teatro es un hecho complejo. Durante unos años yo asistía
en Barcelona a dos representaciones a la semana. Ello iba unido a mi
experiencia como actor en grupos de aficionados. Veía el teatro en función de
mi punto de vista pero también en función del de mis alumnos de clase media.
Hubo años en que vieron entre cinco o seis espectáculos teatrales, la mayoría
por la noche, en funciones para adultos. Algunas representaciones inolvidables
fueron en el Instituto del Teatro de Barcelona de carácter gratuito consistiendo ellas en talleres de los propios alumnos que interpretaban frente al público.
El teatro es un género muy caro. Una entrada a un
espectáculo cuesta entre 20 y 30 euros. No lo pongo en cuestión. Supongo que
debe ser así. Sin embargo, no llego a imaginar que todo el teatro de Sófocles,
de Eurípides, de Esquilo, de Shakespeare, de Molière, de Lope, de Calderón, de
Tirso... fue representado ante el público popular de su tiempo en el que había
hambre de teatro no existiendo ni facebook, ni la televisión, ni internet ni el cine. El
teatro ocupaba un lugar en el imaginario colectivo que es difícil considerar por
nosotros. Quizás yo he vivido situaciones que me ayudan a comprenderlo. Fue en Indonesia
hace más de 25 años. Asistí a espectáculos de marionetas o de sombras que
duraban toda la noche. A ellos asistían masivamente niños, adolescentes, jóvenes, adultos y
ancianos que reían viendo la representación del Ramayana, que era totalmente
conocida por ellos, pero cada vez era diferente y reían con igual ganas.
El teatro es una experiencia inigualable, pero yo no puedo
ofrecérsela a mis alumnos por su elevado coste. No puedo pedirles siete euros
para ver un espectáculo escolar (que no me gusta) en un contexto ya
condicionado, y, por supuesto, no puedo llevarles a ver por la noche
representaciones que cuestan 25 euros.
El teatro es un lujo cultural, solo apto para clases media
ilustradas. Durante la transición del franquismo a la democracia, los actores
se agrupaban en compañías cuyo único placer e interés era transmitir emociones,
crítica, alternativas y estaban sustentados por la idea de repulsa a la
dictadura y la aspiración a la revolución. Eran sesiones económicas en que se percibía en
los espectadores esa hambre de teatro y se producían la mímesis y catarsis
colectiva que llevaba al clímax teatral.
Vivir el teatro es participar de una ceremonia, de un rito,
de una vivencia colectiva en la que deben combinarse el ansia y la magia del
escenario. Los actores y sus personajes deben vivir con intensidad y llegar a
los espectadores produciendo algo que es inigualable, único, singular. El
espectáculo total. Y eso no depende del presupuesto del espectáculo. No. Es
otra cosa. Es el alma. El teatro es una experiencia mágica.
Que mis alumnos no podrán vivir.
Pero seguiremos leyendo textos teatrales.