En el curso de una vida adulta y profesor ya durante treinta
años, he sido testigo de los diferentes accesos a la información -y
procesamiento posterior- por parte de mis alumnos. Hubo un tiempo -ya lejano-
en que los estudiantes habían de consultar enciclopedias para buscar
información. Para ello habían de ir a bibliotecas y copiar fragmentos que luego
utilizaban en sus trabajos. Con frecuencia nos quejábamos del ejercicio que
hacían de copiar sin comprender lo que habían escrito, de modo que teníamos que
ingeniárnoslas para plantearles preguntas que supusieran una necesaria
interrelación y contraste de ideas y de datos. Los muchachos habían de
memorizar contenidos para saberlos expresar posteriormente en sus exámenes y
trabajos. Se producía una gimnasia mental que dividía claramente a aquellos
alumnos que pensaban de los que se limitaban a aprenderse las cosas de memoria
sin entender en profundidad.
Ha pasado el tiempo, y la revolución tecnológica ha dejado
obsoletas a todas las enciclopedias físicas. Ya ningún alumno se molesta en ir
a la biblioteca a cotejar datos o buscar bibliografía sobre algún tema. Tenemos
a nuestra disposición la más fabulosa herramienta buscadora de información de
todos los tiempos: google. Estamos en
la era google, buscador que se ha convertido en una extensión física de nuestra memoria. Sabemos que podemos
encontrar cualquier dato que necesitemos en un clic. No es necesario por tanto memorizar.
De hecho memorizar se convierte en
una operación apenas frecuentada por nosotros como adultos y, por supuesto, por
nuestros alumnos. Incluso se ha ensalzado por una corriente pedagógica que no
es tan importante conocer los datos sino saber cómo encontrarlos sin necesidad
de retenerlos. ¿Es necesario saberse las capitales del mundo si las podemos
encontrar en décimas de segundo en el buscador de google? ¿Es necesario saberse
las tablas de multiplicar teniendo a nuestro alcance calculadoras en cualquier
dispositivo?
¿A qué hábitos se están acostumbrando nuestros alumnos desde
mi punto de vista? A pesar de que yo les planteo con insistencia cuestiones que
necesitan de una reflexión para ser contestadas, ellos buscan la operación
sencilla del "copia y pega" tomando como eje generalmente la
wikipedia, enciclopedia en la que podemos encontrar cualquier tipo de
información sobre casi cualquier tema. El problema es que los alumnos de antes
hacían un ejercicio físico de copia de una enciclopedia física mientras que los
de ahora no necesitan copiar físicamente. Sólo tienen que darle a Control+C y
Control+V para apoderarse de cualquier idea, que es incorporada sin que se
comprenda el significado de muchas palabras utilizadas o, en el peor y más
frecuente de los casos, sin haber leído siquiera ni intentado entender qué dice
el fragmento copiado.
Claro que se les pueden poner preguntas sencillas que impliquen que se lean el
texto y que lo comprendan, pero mi experiencia en los niveles en que estoy es
que no entienden lo que leen, o tienen graves dificultades para hacerlo. Por
ello, son aficionados a los ejercicios mecánicos en que no es necesario ninguna
actividad cerebral.
Google es la herramienta más prodigiosa que se pueda
imaginar, pero nos hace también vagos si no la sabemos utilizar. Nos acostumbramos en
nuestra vida como usuarios de internet a búsquedas parciales y superficiales. Ya no leemos
obras enteras sino que consultamos extractos o una serie de citas que resumen
el contenido de libros, filosofías o ideas complejas. Vivimos de ideas
condensadas y nos apasiona el mundo de Twitter en que cualquier idea compleja
puede ser expresada en 140 caracteres y ya no imaginamos que algo tenga un
desarrollo más amplio pues nos parece tedioso. Vivimos picoteando aquí y allí,
recibiendo gigabytes de información variada y múltiple que no podemos procesar
más que superficialmente. Vamos de un sitio a otro incapaces de retenernos en
un planteamiento o una idea. Somos dispersos y superficiales, enamorados del
zaping de ideas y de la banalización de cuestiones profundas.
Si esto nos pasa a nosotros como adultos que procedemos de
una formación clásica en que la memoria tenía su valor y el pensamiento todavía
estaba vigente, ¿qué no pasará a
estos adolescentes que sólo han conocido el acceso a la información a través de
google, y que se están habituando a que pensar es el más terrible de los
suplicios? ¿Y cómo podrán expresar la complejidad de cualquier asunto cuando
los ejercicios de redacción y exposición de un tema les plantean dificultades
insalvables para sus capacidades expresivas, así como para la velocidad a que
están habituados a vivir? ¿Tiene algún sentido ser capaces de ordenar las ideas
y expresarlas de un modo coherente y adecuado? Sabemos que mucho, pero es la
misma noción de orden asimismo la que está afectada: orden gramatical, orden
ortográfico, orden léxico, orden tipográfico, orden de ideas, de categorización
(de jerarquía, de subordinación)...
El desorden de google debería suponer e implicar una
ordenación previa de nuestra mente. En nuestro caso, como adultos y profesores
algunos, hemos de observar que hemos sido afectados también por este continuo
salto entre enlaces hipertextuales que hace perder la noción de jerarquía si uno no la posee
suficientemente. Lo vemos en los desordenados debates en televisión, en
nuestras conversaciones apresuradas, en la conformación de toda la información
en tweets para comentar cualquier aspecto de la realidad. Nos quedamos en la
superficie, en micronodos de información, que se enlazan unos con otros de modo
caótico.
Este es el mundo en que se mueven los jóvenes a que yo doy
clase: un mundo en que la memoria, la comprensión de ideas, el orden, la
jerarquía, el sentido de la copia, están profundamente afectados por un modo
vertiginoso, fragmentario y asistemático de contemplar la realidad que se muestra como una
acumulación desordenada de bites de información que no saben encontrar su lugar
ni los mecanismos para establecer relaciones causales entre los procesos
reflexivos.
El caos surfeando en naves espaciales.