Acabo de leer y anotar el ensayo de Francisco Mora titulado Neuroeducación que ha sido para mí una
auténtica conmoción. El autor me ha puesto en contacto con los últimos
descubrimientos en el campo de las neurociencias que tienen como fundamento el
estudio del cerebro y sus mecanismos como nunca se habían podido observar,
gracias al escáner cerebral y los diagnósticos por la imagen. Sabemos mejor que
nunca –aunque todavía muy insuficientemente- cómo funciona el cerebro y podemos
observar los mecanismos de la atención, la memoria a corto y a largo plazo, los
procesos cognitivos, las facultades ejecutivas como la motivación, el esfuerzo,
la decisión... Probablemente lo más decisivo que puede aportar la neurociencia
es que la razón no funciona como un principio autónomo y aislado. No, la razón,
el raciocinio va unido íntimamente a las emociones de tal modo que se puede
afirmar que aprendemos emocionalmente, necesitamos experimentar emociones para
aprender. La principales emociones que sentimos son las que producen placer y
displacer. Inmediatamente determinamos si algo nos atrae o nos sentimos
rechazados hacia ello. La constatación de que el aprendizaje es esencialmente
emocional supone algo que está en el aire en las reflexiones en el campo de la
neuroeducación en Estados Unidos.
Nuestros métodos no funcionan en la
escuela, al menos los míos lo hacen de forma muy deficiente. Cuando me pongo a
explicar sé que el cincuenta por ciento de los alumnos desconectan sea pasiva o
activamente de la clase, otro veinte por ciento no logra concentrarse y no
entiende ni logra fijar su atención en lo que el profesor explica sea porque
pierde el hilo o porque el clima de distracción de la clase le termina por
desorientar; otro quince por ciento lo sigue pero no se atreve a hacer
preguntas para no quedar en ridículo delante de sus compañeros. Solo un diez
por ciento siguen la clase con aprovechamiento. Esto supone a tres alumnos de
treinta. Un cinco por ciento ya se lo sabía. Mi constatación a final de curso
es que mis alumnos no han aprendido nada o casi nada. Mis explicaciones generan
aburrimiento, nada más poner en marcha el mecanismo anodino del tono profesoral
de disertación por más animación que pretenda darle. La mayoría desconecta
porque nada de lo que explico llega a sus vidas ni les dice nada.
Sin embargo, desde el campo de la
Neuroeducación esto tiene una explicación. No es fácil activar la atención de
los alumnos por mucho que el profesor pida silencio y atención. El cerebro de
nuestros alumnos siente un rechazo hacia lo que se está explicando como yo
sentía rechazo hacia las homilías que los curas lanzaban en las iglesias los
domingos. Me repelía el tono, la situación pasiva en que estaba, el lugar,
todo. Por supuesto que no las escuchaba. Nada de lo que yo puedo explicar logra
involucrarles en una etapa y en un tiempo en que hay reclamos infinitamente más
atractivos que una clase de una hora tras otra hora. Puedo pensar que hubo
tiempos mejores en este sentido pero yo recuerdo el tremendo aburrimiento de
las clases cuando era niño. Solo me despertaba en las clases en que el profesor
nos castigaba físicamente con fuertes golpes en los dedos. Se manifestaba uno
de los mecanismos que rigen la atención que es la lucha por la supervivencia.
El cerebro está programado para sobrevivir y enfrentarse a los peligros que
activan su atención, pero en una clase como las de ahora, no hay lucha por la
supervivencia. Solo un tremendo aburrimiento para la mente de un adolescente
que tiene un cerebro en formación y diferente de los adultos en su sistema
límbico y corteza prefrontal y que necesita estímulos diferentes. El cerebro
del profesor –que va a cumplir su horario y explicar el tema- se enfrenta a
treinta cerebros inquietos, condicionados por una atención parcial y
discontinua que ha propiciado en buena parte la tecnología. No es un problema
sencillo saber cómo captar su atención si no acudimos al campo emocional para
convertir la clase en un espacio de gramática de las emociones. Nada entrará en
ellos si no va acompañado de emociones auténticas y convincentes. No se trata
de saber explicar bien el tema, no. Se trata de crear un clima emocional
atractivo, caracterizado por la alegría –es el único que puede acompañar al
aprendizaje-. Por supuesto que hay compañeros que lo saben hacer muy bien. Nada
de esto es nuevo. Hay profesores que lograr emocionar a sus alumnos y atraerles
a la clase. Solo se puede hacer por cercanía. Los alumnos no aprenden de
alguien que no les guste como persona. El profesor ha de acercarse emotivamente
a su vida y utilizar técnicas muy elaboradas para convertir la ortografía, por
ejemplo, en un juego en que sea divertido aprender. Es la teoría de la
“gamificación” que significa aprovechar los recursos del juego (ganar puntos y
premios, tensión creativa, competición individual o en grupo) para el
desarrollo de las clases. Hay técnicas que permiten convertir la clase en un
laboratorio de análisis de los mecanismos del cerebro para lograr conseguir su
atención y almacenar el conocimiento en su memoria de trabajo y luego a largo
plazo. No valen los apuntes del profesor, tienen que ser sus propios apuntes
tomados con sus propias palabras. Podemos utilizar el formidable potencial de
los diagramas conceptuales y que los hagan también ellos como método de
trabajo. Asimismo, las redes sociales como Twitter son un instrumento
extraordinario de trabajo. Solo estimulando el placer en la adquisición del
conocimiento podemos llegar a ellos, y para ello primero tiene que confiar en
nosotros y hemos de incorporarlos a la clase y lograr que intervengan, que
jueguen, que se lo pasen bien aprendiendo, que esperen con placer la hora de la
clase en que el profesor siente sobre él la pasión de enseñar y convertir el
tema más abstruso en algo nuevo y diferente. Nuestros alumnos sienten pasión
por lo nuevo y tienen intensa curiosidad. Lo que pasa es que lo que nosotros
les explicamos –y cómo se lo explicamos- no les interesa para nada a la mayoría
y damos la clase para tres personas según he explicado antes. El resultado al
final de curso es desolador. No han aprendido apenas nada. Nada ha quedado en
ellos. Ha sido un curso en buena parte perdido.
Recomiendo muy vivamente el ensayo
Neuroeducación de Francisco Mora, doctor en Medicina, doctor en
Neurociencias y catedrático de Fisiología Humana. Es lo mejor que he leído en
pedagogía aplicada.
"Solo se puede aprender aquello que se ama".