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miércoles, 9 de septiembre de 2015

El modelado cognitivo


Hoy hemos recibido en mi instituto una charla de casi tres horas sobre Gestión del aula por parte de un profesor jubilado que nos ha expuesto su visión articulada de la docencia en un power point muy bien montado. Nos ha enseñado cómo acercarnos al aula, cómo se adquiere la autoridad, cómo acercarnos emocionalmente a nuestros alumnos adolescentes, cómo gestionar los conflictos, ha hablado del aprendizaje cooperativo, etc. Todo de forma amena y razonable. Nada que objetar al ponente, que ha venido de modo altruista a formarnos en esa conducción difícil que es el aula. Sin embargo, yo, que he estado dibujando mientras él exponía en lugar de tomar apuntes, me he quedado perplejo ante uno de sus planteamientos, que él entendía inherentes al aula, que es el modelado cognitivo. Ahí no he podido reprimirme y he saltado. Le he hecho la observación de que nuestros alumnos soportan diariamente seis horas de materias distintas sobre temas que no les interesan, ante lo cual desconectan activa o pasivamente, o no pueden seguir por su ciclo de atención las explicaciones de un profesor que pretende enseñarles conocimientos y modelarlos cognitivamente. El ponente ha saltado con fuego en los ojos sobre mí. Mi dardo envenenado ha llegado hasta el núcleo de su discurso y ha aparecido un orador autoritario que venía a modelarnos cognitivamente aunque varias veces ha sostenido que no venía a dar lecciones a nadie.

¿Es la escuela un lugar de modelado cognitivo? ¿Hemos de modelar cognitivamente a nuestros alumnos? Peliaguda cuestión que me lleva a pensar que detrás de la mayoría de profesores hay personajes autoritarios que pretenden proyectar su visión del mundo más allá de los contenidos de sus materias. Los alumnos no son tontos y perciben esto, de modo que se adaptan maleablemente a cada intento de modelado cognitivo y en sus respuestas y su modo de actuar aparentan someterse a dicho intento y dicen al profesor generalmente lo que quiere oír. Y le responden en los exámenes cómo creen que deben contestarle a ese profesor. No quiero decir que estudien, no, no lo hacen en su inmensa mayoría, pero se acomodan camaleónicamente ante ese modelado implícito que hay en el autoritarismo del profesor. Siento vergüenza cuando los alumnos intentan argumentar por medio de sus representantes en una Junta de Evaluación. A veces no lo hacen mal, aunque no lo practican con frecuencia. Saben que es inútil. Intentan hablar sobre los exámenes o sobre cualquier profesor y toda la Junta de Evaluación se arroja sobre ellos machacando sus argumentos. Somos diez profesores y ellos solo son dos en territorio ajeno y tienen que callarse. Esta escena es frecuente cuando los alumnos quieren expresar algún punto de vista que incomoda a algún profesor.

La escuela no enseña a pensar. Nada hay más ajeno a la escuela que el ejercicio del pensamiento. Por más que todas las tendencias pedagógicas propugnen esto como objetivo central. Los profesores no enseñan a pensar. Lo que intentan es introducir conocimientos en esas mentes aparentemente moldeables. Inyectar conocimientos, amablemente, como nos decía hoy el ponente, acercándonos a sus problemas emocionales, pero no mostrar cómo se piensa con método, algo que exige un clima de libertad en el aula que forma parte de una institución autoritaria, en un edificio, rodeado de rejas, con horarios estrictos, con reglamentos meticulosos, y una colección de profesores que lo que buscan es modelar cognitivamente a los alumnos como si fuera una fábrica que pretendiera un producto socialmente aceptable. Estamos, por tanto, fabricando mentes que se adapten al sistema productivo y a una sociedad dada. Nadie está interesado en enseñar a pensar. Quizás la materia de  filosofía es la más apropiada para ello y tal vez sea la única que resista los embates autoritarios. Quiero pensarlo.

Rascas en un profesor y surge un personaje con sus conflictos, con sus manías, con su Weltanschauung personal. Y el aula es la expresión de esa tiranía leve, puesto que los alumnos sortean dicha pretensión de mil y una maneras. La más sencilla es no escuchar, no atender, desconectar. Otras son más combativas y surgen los conflictos en el aula ante la zozobra del profesor que intenta reconducir la situación. No es que están inermes los alumnos, no. Tienen sus artilugios de defensa mental ante esa invasión de su propia intimidad. Y lo cierto es que nuestra visión por un oído les entra y por otro les sale. El modelado cognitivo se queda en un intento muchas veces fallido. Pero no por eso deja de ser un propósito llevado a cabo con aparente amabilidad.

El desafío es enseñar a pensar junto a los conocimientos que les proporcionamos. Normalmente creemos que lo que tenemos que hacer es embutir cuantas más unidades de conocimiento posibles en esas mentes moldeables, y comprobamos con desolación en los exámenes, que es bien poco lo que queda. Y nada de un curso a otro. Y pensar no es una prioridad en ningún caso. Nadie quiere tener alumnos que piensen, sobre todo si piensan diferente a lo que el ponente expone. Hay que llevarlos a algún sitio, conducere, que eso es educar. No los educamos para que sean libres y pongan en cuestión nuestro mundo, ni para que sean creativos rompiendo amarras con la lógica y la coherencia formal. No queremos pequeños pensadores incontrolados y así la escuela desde el principio pretende enseñar y modelar, dar forma. La escuela va matando así la creatividad y el libre pensamiento, y cuando llegan a cierta edad ya están adocenados, y adaptados al sistema. Por suerte, esto a veces falla y surgen rebeldes intelectuales y artísticos que vuelan por su cuenta.


El problema es saber esto y querer convertir el aula en un espacio de rigor y libertad. ¿Sabrán entender los muchachos ese bien tan poco deseado en la escuela que es pensar de modo radicalmente libre, en unión de los conocimientos imprescindibles para ello? Al menos lo vamos a intentar. Que el pensar libremente sea un hábito del aula. Aunque el docente se vea cuestionado intelectualmente si surge inopinadamente un pequeño dictador que pretenda modelarlos cognitivamente.  

El dibujo de arriba lo he hecho mientras el ponente pretendía modelarnos cognitivamente. 

viernes, 24 de julio de 2015

Un paseo por Roma


De vuelta de Roma donde hemos pasado una semana. Roma. Yo tuve un amigo romano, Luigi, que siempre quiso enseñarme Roma. Es profesor de literatura española. Su matrimonio en crisis hizo que nos distanciáramos definitivamente. Suele pasar. Tenía en mi imagen la Roma de Caro diario de Nanni Moretti, La dolce vita de Fellini  y más recientemente, La gran belleza de Sorrentino, pero tenía siete días para interiorizar Roma, sabiendo que el tiempo para comprender, tal vez, una ciudad es de años aunque es posible no comprenderla nunca ni aun habiendo nacido en ella. Teníamos un lindo apartamento en el barrio judío de Roma, un entorno que me cautivó. Próximo a Campo di Fiore y al Trastévere, junto al Tíber. Un lugar privilegiado. Viajaba con la familia pero quería tener tiempo también para deambular solo por la ciudad. ¿Qué decir de Roma, más allá de las visitas lógicas a la Villa Borghese, al Vaticano, al Coliseo? Un calor infinito, caía plomo derretivo cuando salíamos por la mañana con temperaturas próximas a los cuarente grados caminando por los adoquines de las calles de Roma tan característicos. Decenas y decenas de iglesias abiertas a todas horas, bellísimas. Entraba en todas que veía y notaba el frescor de su interior. En alguna asistí a un concierto de órgano. Hacía foto callejera por la vechia Roma que tiene esa atmósfera popular y alegre que hace que te sientas feliz de pasear por allí. Chapurreaba italiano. Me imagino aprendiéndolo con facilidad. Helados, pasta italiana, pizza cada día en el apartamento y en un restaurante baratísimo del Trastévere. Pizza Napoli tres euros, espaguettis a la auténtica  Carbonara, cinco euros. Música en las calles, multitud de turistas que se funden con la vida de Roma y cientos de terrazas al atardecer. Me sentaba a tomar un café solo con un vaso de agua y veía pasar a la gente feliz de estar en la ciudad. Centenares de fotos que han contrapunteado mis paseos por Roma viendo arte clásico y barroco. El agua es exquisita. Hay centenares de fuentes por toda la ciudad donde el agua sale muy fría y es deliciosa. Bebía en todas ellas. Sudaba copiosamente. Roma es una ciudad abarcable, se puede ir a todos lo sitios caminando. Una tarde, solo, me subí a San Pietro in Montorio, en dirección al Gianicolo. Allí estaba una iglesia donde se celebraba una boda romana, al lado la Academia Española con el templete de Bramante. España está presente en Roma. Allí me sentí cercano al sentido de la vida, la lengua, la comida, mucho más que en Barcelona donde no se cansan de hacerme sentir extranjero. Pensé incluso en mi fantasía, exiliarme algún día en Roma cuando Cataluña, ensimismada, fanática y prisionera de sus fantasmas, rompa la cuerda con España. He mamado la cultura italiana mucho más que la catalana. La veo más cercana a mí, forma parte de mí. Un taxista, romano de siete generaciones, se lamentaba por la emigración que recibe Italia a través del Mediterráneo. Sentía que también Italia tiene problemas graves pero tienen un sentido de la política del que se carece en España. Siempre están en la cuerda floja pero al final surge un equilibrio inestable que les permite vivir. El conflicto entre el sur, mafioso y vividor de los subsidios y el norte laborioso. Italia es un país reciente. Solo tiene ciento cuarenta y tantos años. Los tres colores de la bandera provienen de esa unificación que trajo Garibaldi. El verde del norte, el blanco de los papas y el rojo del sur. Vi las estatuas barrocas y en terrible tensión del vitalista Bernini y seguí la pista al depresivo y triste Borromini, los dos genios del barroco en esa Roma de los papas que sigue presente en multitud de monumentos con las inscripciones de Pontifice Maximus, en iglesias y fuentes. Pasé por la calle donde nació el romano más romano de todos, el actor Alberto Sordi, cuyas películas no he visto pero tengo ganas de conocer.


Momentos incluso de tristeza profunda por un conflicto con mis hijas que sentí por mi sensibilidad trágica española. Junto a Tíber viendo anochecer percibí ese hondo dolor de vivir que los italianos saben encarnar con la comedia bufa y el vitalismo. La vida es breve. Por la mañana salí solo para ver la prospectiva de Borromini, un trampantojo maravilloso. Me metí en una iglesia donde oré sin ser creyente. Roma invita a la oración en algunas de sus iglesias donde siempre hay gente sintiendo profundamente la fe. El Vaticano me resultó en cambio grandilocuente, excesivo, abigarrado, imperial. Ni siquiera la guardia suiza logro cautivarme. Puedo entender la prisión dorada que tiene que ser para el papa Francesco vivir en el Vaticano. La  capilla Sixtina no logró emocionarme. Demasiados turistas a los que se nos pedía continuamente silencio. Imposibilidad de percibir la magia del lugar en medio de la multitud. Las catacumbas de San Callisto me conmocionaron, una necrópolis de los principios de la era cristiana. Me hubiera gustado perderme en ellas durante unas horas en lugar de la visita apresurada que hicimos. Además no hay restos humanos en ellas, solo se ven los nichos vacíos. Se percibe la presencia vacía de la muerte. Me pregunté por qué han retirado los cadáveres allí enterrados. Le hace perder mucho de su magnetismo al lugar sobrecogedor que es la necrópolis subterránea que está a quince grados frente a los treinta y siete de fuera. No pude sumergirme en la muerte como hice en Paris en el cementerio de Pere Lachaise. Una pena. Vita breve. Tempus fugit. La gran belleza. Comí pasta italiana, comimos, de todas maneras, hecha por nosotros y en ese baratísimo restaurante que he mencionado al principio. Un regalo molto bello para mi compañera que encontré en una calle de los artesanos de Campo de fiore. Un precio elevadísimo que logré reducir en una hermosa conversación con Chiara, la artesana que había fabricado aquella gargantilla y aquellos pendientes romanos hechos a mano. Pensé en haber vivido la Roma de los años del fascismo. Javier Reverte en su libro Un otoño romano estima que fue Mussolini un fantoche, pero tengo la impresión de que se identificó con el sentido romano de la dramaticidad y la plasticidad. La historia está llena de errores, de laberintos de los que quiero apartarme.  El ser humano es como es. La historia es errática, contradictoria, caótica. Nadie entiende nada. Lo más que puede hacer el ser humano es intentar que los cascotes no le caigan encima y lo aplasten, algo que no pudieron hacer los judíos que vivían en Roma y que fueron deportados, según vimos en algunos portales majestuosos cuyas placas recordaban a los deportados a Auschwitz. Pasar estos días en el guetto judío me ha sumergido en la historia italiana de estos desafortunados deportados. Algún día me gustaría vivir allí en Roma aunque sé que será imposible, pero todo me lleva a ansiar huir de esta Cataluña cerrada y patriótica, cautivada por un sueño que no puede acabar sino en pesadilla. Es tan claro para el que lo ve sin estar inflamado por ese sueño de la razón que produce monstruos y hace ondear banderas infinitas. Estar en Roma me ha hecho percibir que hay otros modos de sentir la vida. No puedo decir que haya entendido nada. Solo he dejado que la atmósfera fluyera dentro de mí. He vivido y he sentido felicidad y profunda tristeza. Nada más vacuo que los deseos que te dedica la gente diciéndote que disfrutes mucho. Al lado de la felicidad está siempre el dolor de existir. Van juntos. Creo que mi visita a Roma, imperfecta, parcial y breve, ha tenido un poco de todo. Vida en movimiento. Pero siempre estaré al lado de Borromini, genial y depresivo, de Fellini y su cine maravilloso, de esos recuerdos espléndidos en Napoles en el barrio de los españoles en que, cuando yo era joven, un señor y su familia, nos invitó a pasta y nos dijo que il suo cuore era para nosotros. No sé si entiendo a los italianos pero me gusta su modo de vivir, de sentir, de gozar siempre con esas dosis de belleza que para ellos es imprescindible. No me he sentido extranjero. El otro día confesé a mi hija que había tenido en tiempos una amante italiana, hace muchos años, pero recuerdo como si fuera hoy sus palabras, su acento, sus expresiones, su cuerpo. Roma

domingo, 28 de junio de 2015

Proyectos para el verano


Primero, nada de descansar en el sentido habitual de la expresión. No quiero descansar. No estoy cansado. Quiero actividad y movimiento. Ya busco cada cierto tiempo mis lugares y espacios de descanso en mi hamaca multicolor. No soy capaz de una concentración intensa durante horas. He perdido esa posibilidad. Soy más bien una persona que lleva un montón de temas en la cabeza y los va enfocando y centrando en espacios de tiempo no muy extensos, pero vuelvo y vuelvo una y otra vez a ello. Necesito cambiar de actividad con bastante frecuencia. Mi falta de atención me lleva a dispersarme en diversos temas que abordo en cortos espacios de tiempo y alternativamente. Cuando me canso de un asunto, voy a otro, leo una novela o el periódico, o hago la cena, o voy a comprar. Me despejo y vuelvo al punto de partida. Es una atención parcial discontinua lo mía. Hubo un tiempo memorable en que era capaz de estar leyendo durante ocho o diez horas una novela o un libro de historia. Me tomaba media anfetamina y pasaba toda la noche en estado de máxima alerta y atención recreándome en lo detalles. Lo maravilloso de aprender es perderse en los detalles y avanzar lentamente. Me gustan esos zigzagueos de la atención. Los hacía incluso con anfetaminas. Antes se podían comprar casi libremente en la farmacia. Ahora no. Pero ¡cómo añoro aquellas noches de atención máxima en que devoraba obras que en otras circunstancias hubieran durado una semana o diez días! Nunca utilicé las anfetas para colocarme e irme de marcha. Me preparé las oposiciones y disfruté como un enano haciéndolo.

Pero me he desviado del tema central del post que era proyectos para el verano. Lectura de varias obras a la vez. Un libro sobre Roma, “Un otoño romano” de Javier Reverte que me han recomendado para calentar motores de nuestra visita a Roma a mediados de mes. “El astillero” de Juan Carlos Onetti, una novela poderosa que cuenta una historia, la de Larssen, el Juntacadáveres a su regreso a Santa María cinco años después. Me subyuga el estilo narrativo de Onetti. Leyéndolo me doy cuenta de mi absoluta insuficiencia como escribidor. Este libro forma parte de la lectura de verano del Circulo de Lectura de Nueva York en el que participo. 

Sobre el 25 de julio emprenderé mi proyecto más ambicioso: hacer diez o doce etapas del GR11 que me llevará de Cabo Higuer (junto a Fuenterrabía-Hondarribia) a Candanchú. Pasaré por el Baztán que era lo que quería, y por Vera de Bidasoa donde vivía Baroja. Llevaré un diario de viaje en mis largas caminatas en soledad. Y haré un reportaje fotográfico. Hacer fotografías me ayuda a caminar. Tengo que parar, pensar la foto, me abstraigo, compongo y disparo. Será una experiencia muy intensa pues la haré en soledad por el Pirineo en una ruta que desconocía. Tendré tiempo de pensar, de sentir, de respirar, de escribir a mano un diario de viaje, de ver el cielo de día y por la noche. Esta larga caminata se basa en la potencia de mi cuerpo con el que he de estar reconciliado: no fumo, no bebo, no bebo ya café, hago travesías, tengo las piernas fuertes...

El resto del verano no sé. Supongo que leeré mucho aunque trabajar no me distrae de leer. Ahora tengo pendientes varios libros. Los diarios de Carlos Morla Lynch en relación con los años de la república pero en especial sobre Lorca del que acabo de leer un libro bastante sorprendente: Rosas de plomo de Jesús Cotta. En él se sostiene que Lorca se aproximó a Falange Española por la relación entre este y José Antonio en los últimos días, antes del estallido de la guerra. Lorca no era un izquierdista aunque lo asesinaran los más reaccionarios del alzamiento. Lorca era amigo de José Antonio, lo protegieron falangistas en Granada, y una de las razones por que lo asesinaron es por ser amigo del líder falangista. Una hipótesis sugerente. Se ha manipulado totalmente desde la izquierda la muerte de Lorca. No fue como nos lo contaron ni como lo plantea Ian Gibson en su magna biografía del poeta granadino.

Otra novela pendiente es La muerte de Virgilio de Hermann Broch, recomendada por Dimas Mas, un escritor con el que me unen lazos de amistad profunda.

No descarto leer la segunda parte de Juego de tronos. La primera me interesó muchísimo.

Un verano en que no pararé, en que me niego al descanso y en el que prepararé mentalmente el nuevo curso de Lengua y Literatura en mi instituto.


No quiero descansar. Bastante tiempo tendré para hacerlo algún día cuando ya todo sea irremediable. Hoy de momento, tengo potencia y energía para caminar, fotografiar, escribir, leer, viajar. ¿Qué más? Nada, no ansío nada más que lo que tengo.

jueves, 4 de junio de 2015

La penúltima clase y el profesor Tornasol


Creo que es Ramón Besonías en FB quien se interesaba por qué hacíamos en las clases últimas del curso, en este tiempo de calor inmisericorde, encerrados en un aula con hormonas primaverales preveraniegas en ebullición. Treinta chavales son un mundo. Desconcertantes, nada obsecuentes con el profesor, rebeldes, inquietos, agitados por la última hora de la mañana entre 13.30 y 14.30 en vísperas de final de curso. Un polvorín en ebullición. Me he preguntado si hacía con ellos algo lúdico, algo recreativo, algo divertido para encarar con cierta comodidad esta hora que es la penúltima antes de los créditos de síntesis que empiezan la semana que viene. ¿Algo divertido? Quia. Algo sádico, algo que les haga pensar, algo que les obligue a estar atentos a lo que están haciendo. El clima de la clase se encaminaba hacia la dispersión y el conflicto.Y lo entiendo. ¿Quién querría a los trece años estar haciendo una clase de lengua en un ambiente veraniego? ¿Acaso la vida no pasa por al lado mientras nosotros estamos encerrados en un aula con ventanas pequeñas por que apenas pasa el aire. Zas. Ya está, tras la lectura de diez minutos obligatoria a última hora en que han estado intranquilos, pendientes de lo que hacían los demás, dedicándose los insultos más abyectos, leyendo muy pocos, salvo una niña que devora libros de Ana Todd, After. Les he mandado conectar su ordenador y entrar en EDMODO, la plataforma que utilizamos para todo tipo de exámenes y ejercicios y a la que se han aficionado...

EDMODO y  tira millas. Clasificación de oraciones por la modalidad o lo que es lo mismo que la actitud del hablante. Ya saben: enunciativas, interrogativas, exhortativas... Y luego clasificación por la estructura del predicado: atributivas, predicativas, transitivas, impersonales, recíprocas... Sé de antemano que esto no resulta políticamente correcto, pero era el complemento al último tema de lengua que hemos hecho sobre la oración en segundo de ESO. En EDMODO acceden a los ejercicios interactivos geniales de jgenover que son una maravilla, realizados en una excedencia de un año. El mejor corpus de lengua que existe en España. Son ejercicios prácticos, sencillos, pero que implican conocimiento. Pueden acudir a la ayuda pero de todas maneras han de hacerlos y copiarlos. La clase se ha amansado y ha habido treinta y cinco minutos de bastante trabajo sin un silencio absoluto eso está claro. Hablan unos con otros, pero yo entendía que era una liberación necesaria. Y así hemos ocupado la última hora de la mañana. Otras veces somos más creativos, pero no necesariamente las clases creativas son las óptimas. De hecho, les gusta y les relaja la disciplina y el método más que la creatividad. No son muy creativos. Hay pocos chavales creativos, es algo prematuro todavía. Espero mucho de sus lecturas voluntarias que es donde se proyecta su mundo interior, y me da igual que sean novelas góticas o románticas. Yo leía a Marcial Lafuente Estefanía, el autor de novelas del oeste más prolífico de la historia española. Pasé excepcionales ratos con él a su edad, y eso no impidió que leyera luego a Shakespeare o Beckett. Nadie saber por dónde continúan las inquietudes existenciales. Por la literatura será difícil pues la enseñanza de la literatura desaparece al menos en Cataluña con la LOMCE. Una clase de literatura requiere de una cierta madurez. Ahora a los trece años necesitan disciplina y método: sistematismo y que vean que sus ejercicios son considerados y tenidos seriamente en cuenta. Así en mi evaluación que realizo a través del Cuaderno del profesor y la aplicación IDOCEO que es genial (solo para iPad) tengo en cuenta absolutamente todo lo que han hecho en el trimestre.  Siete u ocho exámenes todos on line tipo test preparados por mí para los que han de sacar un ochenta por ciento de aciertos para aprobar. Redacciones, ejercicios de comprensión lectora, elaboración de textos dramáticos, creaciones dirigidas con palabras nucleares, dictados preparados, el trabajo del aula es fundamental. Hacemos bastantes ejercicios léxicos. Apenas les pongo deberes porque sé que la mayoría no los van a hacer. Lectura de libros al margen de lo que marca el departamento: así han leído El guardián entre el centeno y Matilda además de los libros marcados oficialmente. Hacemos continuamente resúmenes y esquemas de temas que les sirven como formación...

Quiero cualquier cosa menos ese comentario que se hace respecto a algunas asignaturas que es que no hemos hecho nada durante el curso. Han trabajado la mayoría bastante y la nota reflejará, hasta las centésimas, la aplicación y rendimiento de ese esfuerzo sostenido durante el trimestre. No, no quiero una materia divertida. No soy divertido. No sacaría un diez en sentido del humor, pero creo que ellos aprecian que les haya llevado dos veces a ver exposiciones fotográficas en Barcelona y que les haya hecho dos reportajes fotográficos de ellos al que les pongo música que ellos eligen y les proyecto en un vídeo montado en imovie.

Huyo de planteamientos ligeros. Quiero que tengan dificultades y que no se apunten al carro de lo divertido como único criterio. Trabajar en serio es divertido. Ciertamente les relaja y aprenden, creo. Estimo que escriben mejor que cuando llegaron a principio de curso. Me gustaría hacer debates pero es imposible con ellos. Hay demasiados conflictos entre ellos para poder controlarlos.


Y sí, tengo que pegar de vez en cuando dos gritos para calmarlos. No soy un profesor ideal. Los tiene que haber más amenos eso es cierto. Que impongan más a los alumnos y no se canteen cuando entra el profesor. No es mi caso. En mi clase hay espontaneidad, algo más de lo que me gustaría. Pero tener pinta de profesor Tornasol no ayuda. Soy un anarquista que ha tenido que adaptarse y entender los ritmos de estos chavales que no requieren de planteamientos bobos. Así que hoy a analizar oraciones. El próximo martes que tengo clase con ellos será peor. Se lo juro. Por estas. El profe sádico que soy me sale a flote, qué caramba. Ya la parte lúdica la ponen ellos. No es necesario que la ponga yo.

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