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miércoles, 14 de octubre de 2015

El talento, la más injusta de las circunstancias humanas...


Investigo y experimento nuevos modos de evaluación de modo sistemático. Nadie podrá decir que las notas que utilizo son las de dos exámenes para toda la evaluación. No, mi nota es configurada por más de cincuenta o sesenta ítems en que se valora todo, absolutamente todo lo que ha pasado en la evaluación. Cada día incorporo dos o tres ítems sobre lo que hemos estado haciendo en clase, los trabajos que han hecho, que sigo concienzudamente comentándoselos y orientándoles cómo mejorarlos. Mis notas son complejas y exhaustivas. Además aplico a final de evaluación una rúbrica para que los alumnos puedan autoevaluarse a la vista de todas las notas que han obtenido a lo largo de ese periodo. Lo que han presentado y dejado de presentar, los tests con Kahoot, con Educanon, con Kubbu, las pruebas escritas, los ejercicios de resúmenes casi semanales, los mapas mentales con Mindomo, uno por semana, los vídeos que ven a razón de dos por semana.

Sin embargo, evalúe como evalué, los resultados son muy parecidos. Hay alumnos que están en cabeza destacando, hay otros en el terreno intermedio y otros que se descuelgan y quedan atrás. No es una cuestión de suerte en un examen en un día propicio. Esto es un mito. Se tiene en consideración la constancia del alumno, su persistencia en una actitud, su habilidad tecnológica, su asiduidad en la presentación de trabajos ... No obstante, hay algo que observo como signo distintivo de los que van en cabeza, además de su mayor constancia y capacidad de trabajo así como su agilidad mental. Me refiero a su memoria. Hay alumnos que retienen la información que pasa  por ellos y otros que la olvidan con facilidad. Hay alumnos que son capaces de estar jugueteando en clase y que a la vez se enteran de todo y lo retienen. Y otros a los que tal vez les cueste fijar la atención o su memoria es abiertamente más liviana y no retienen la información.

Se ha denostado mucho la memoria como herramienta educativa pero es uno de los signos distintivos más relevantes en el proceso de aprendizaje. Si no se retiene información ¿cómo se van a conectar las distintas ideas o datos? Utilizo en mi didáctica los mapas mentales. Uno cada semana a través de Mindomo, una plataforma de pago que he asumido personalmente. Sé que es un medio extraordinario para organizar las ideas y establecer conexiones entre ellas. Un mapa mental es un procedimiento de organización de la  inteligencia. Pues bien, los alumnos que mejores resultados obtienen en los mapas mentales son también los que mejor retienen la información. No es solo retenerla, claro,  es también saber organizarla, establecer conexiones, sinapsis...

He pensado mucho en la idea de las inteligencias múltiples aunque tengo que seguir profundizando en ello.  Sin duda habrá alumnos que son malos para el lenguaje y son excelentes para el dibujo, la danza o el fútbol. Alumnos que fracasan en un área pero que son extraordinarios en otra. O simplemente buenos. Alumnos que fracasan en los estudios reglados pero son buenos en las relaciones públicas, en la mecánica, en el deporte ... Sin embargo, en un aula convencional hay escasa salida para darle a esto. Puede que mis alumnos sean deficientes en mi compleja valoración evaluativa, pero sean excelentes en los videojuegos o como delanteros en un equipo de fútbol. De hecho me encuentro exalumnos que no eran nada brillantes –nada- y los encuentro mejor colocados laboralmente que otros que lo eran. Esto es un misterio insoluble. He conocido a excelentes alumnos que a sus cuarenta años siguen viviendo con su madre porque no han podido salir al mercado laboral. Es decir, que su experiencia ha sido infructuosa profesionalmente a pesar de su título universitario.

Sin embargo, en el aula solo podemos ver unos parámetros –por más complejos que puedan parecer-. En ellos hay alumnos que sobresalen muy por encima de la media en las áreas de comprensión, memoria, establecimiento de conexiones, adquisición de conocimientos tecnológicos, constancia ... Y es eso lo que evaluamos. No podemos evaluar la incerteza. Solo podemos evaluar lo que es mensurable. Trabajo y comprensión, y como aliado fundamental en todo, la memoria. Alguien dijo que la memoria era el cincuenta por ciento más importante de la inteligencia. Sin memoria no hay aprendizaje. La memoria ayuda a situar los conceptos en su lugar, a establecer relaciones con fluidez. Un alumno con buena memoria natural tiene muchas más oportunidades de destacar en los estudios que otros que no la tengan. Si a esta capacidad espontánea se le une la agilidad mental, la rapidez de comprensión y el trabajo exhaustivo tenemos a mi alumno Yassin de trece años y marroquí que se permite estar en clase, con cara divertida, con cien ojos y oídos y ser de los más juguetones y folloneros del aula.


Cada día me digo que el talento es la más injusta de las circunstancias humanas. Pero ¡qué genial es este Yassin!

jueves, 4 de junio de 2015

La penúltima clase y el profesor Tornasol


Creo que es Ramón Besonías en FB quien se interesaba por qué hacíamos en las clases últimas del curso, en este tiempo de calor inmisericorde, encerrados en un aula con hormonas primaverales preveraniegas en ebullición. Treinta chavales son un mundo. Desconcertantes, nada obsecuentes con el profesor, rebeldes, inquietos, agitados por la última hora de la mañana entre 13.30 y 14.30 en vísperas de final de curso. Un polvorín en ebullición. Me he preguntado si hacía con ellos algo lúdico, algo recreativo, algo divertido para encarar con cierta comodidad esta hora que es la penúltima antes de los créditos de síntesis que empiezan la semana que viene. ¿Algo divertido? Quia. Algo sádico, algo que les haga pensar, algo que les obligue a estar atentos a lo que están haciendo. El clima de la clase se encaminaba hacia la dispersión y el conflicto.Y lo entiendo. ¿Quién querría a los trece años estar haciendo una clase de lengua en un ambiente veraniego? ¿Acaso la vida no pasa por al lado mientras nosotros estamos encerrados en un aula con ventanas pequeñas por que apenas pasa el aire. Zas. Ya está, tras la lectura de diez minutos obligatoria a última hora en que han estado intranquilos, pendientes de lo que hacían los demás, dedicándose los insultos más abyectos, leyendo muy pocos, salvo una niña que devora libros de Ana Todd, After. Les he mandado conectar su ordenador y entrar en EDMODO, la plataforma que utilizamos para todo tipo de exámenes y ejercicios y a la que se han aficionado...

EDMODO y  tira millas. Clasificación de oraciones por la modalidad o lo que es lo mismo que la actitud del hablante. Ya saben: enunciativas, interrogativas, exhortativas... Y luego clasificación por la estructura del predicado: atributivas, predicativas, transitivas, impersonales, recíprocas... Sé de antemano que esto no resulta políticamente correcto, pero era el complemento al último tema de lengua que hemos hecho sobre la oración en segundo de ESO. En EDMODO acceden a los ejercicios interactivos geniales de jgenover que son una maravilla, realizados en una excedencia de un año. El mejor corpus de lengua que existe en España. Son ejercicios prácticos, sencillos, pero que implican conocimiento. Pueden acudir a la ayuda pero de todas maneras han de hacerlos y copiarlos. La clase se ha amansado y ha habido treinta y cinco minutos de bastante trabajo sin un silencio absoluto eso está claro. Hablan unos con otros, pero yo entendía que era una liberación necesaria. Y así hemos ocupado la última hora de la mañana. Otras veces somos más creativos, pero no necesariamente las clases creativas son las óptimas. De hecho, les gusta y les relaja la disciplina y el método más que la creatividad. No son muy creativos. Hay pocos chavales creativos, es algo prematuro todavía. Espero mucho de sus lecturas voluntarias que es donde se proyecta su mundo interior, y me da igual que sean novelas góticas o románticas. Yo leía a Marcial Lafuente Estefanía, el autor de novelas del oeste más prolífico de la historia española. Pasé excepcionales ratos con él a su edad, y eso no impidió que leyera luego a Shakespeare o Beckett. Nadie saber por dónde continúan las inquietudes existenciales. Por la literatura será difícil pues la enseñanza de la literatura desaparece al menos en Cataluña con la LOMCE. Una clase de literatura requiere de una cierta madurez. Ahora a los trece años necesitan disciplina y método: sistematismo y que vean que sus ejercicios son considerados y tenidos seriamente en cuenta. Así en mi evaluación que realizo a través del Cuaderno del profesor y la aplicación IDOCEO que es genial (solo para iPad) tengo en cuenta absolutamente todo lo que han hecho en el trimestre.  Siete u ocho exámenes todos on line tipo test preparados por mí para los que han de sacar un ochenta por ciento de aciertos para aprobar. Redacciones, ejercicios de comprensión lectora, elaboración de textos dramáticos, creaciones dirigidas con palabras nucleares, dictados preparados, el trabajo del aula es fundamental. Hacemos bastantes ejercicios léxicos. Apenas les pongo deberes porque sé que la mayoría no los van a hacer. Lectura de libros al margen de lo que marca el departamento: así han leído El guardián entre el centeno y Matilda además de los libros marcados oficialmente. Hacemos continuamente resúmenes y esquemas de temas que les sirven como formación...

Quiero cualquier cosa menos ese comentario que se hace respecto a algunas asignaturas que es que no hemos hecho nada durante el curso. Han trabajado la mayoría bastante y la nota reflejará, hasta las centésimas, la aplicación y rendimiento de ese esfuerzo sostenido durante el trimestre. No, no quiero una materia divertida. No soy divertido. No sacaría un diez en sentido del humor, pero creo que ellos aprecian que les haya llevado dos veces a ver exposiciones fotográficas en Barcelona y que les haya hecho dos reportajes fotográficos de ellos al que les pongo música que ellos eligen y les proyecto en un vídeo montado en imovie.

Huyo de planteamientos ligeros. Quiero que tengan dificultades y que no se apunten al carro de lo divertido como único criterio. Trabajar en serio es divertido. Ciertamente les relaja y aprenden, creo. Estimo que escriben mejor que cuando llegaron a principio de curso. Me gustaría hacer debates pero es imposible con ellos. Hay demasiados conflictos entre ellos para poder controlarlos.


Y sí, tengo que pegar de vez en cuando dos gritos para calmarlos. No soy un profesor ideal. Los tiene que haber más amenos eso es cierto. Que impongan más a los alumnos y no se canteen cuando entra el profesor. No es mi caso. En mi clase hay espontaneidad, algo más de lo que me gustaría. Pero tener pinta de profesor Tornasol no ayuda. Soy un anarquista que ha tenido que adaptarse y entender los ritmos de estos chavales que no requieren de planteamientos bobos. Así que hoy a analizar oraciones. El próximo martes que tengo clase con ellos será peor. Se lo juro. Por estas. El profe sádico que soy me sale a flote, qué caramba. Ya la parte lúdica la ponen ellos. No es necesario que la ponga yo.

domingo, 19 de octubre de 2014

¿Qué piensan los adolescentes de la escuela?



Suelo hacer con frecuencia ejercicios de Comprensión Lectora a mis alumnos de segundo de ESO. Los textos, a veces muy largos, son entregados sin ninguna información previa de lo que se van a encontrar. Tras el texto hay una veintena de cuestiones que inquieren sobre el sentido de lo leído y posteriores reflexiones que se les pide sobre el texto. Culmino el cuestionario con un recuadro en que les pido un dibujo coloreado que represente lo que han leído, en el que recalco que no me importa que esté bien dibujado o no, sino que exprese, a su modo, la lectura.

Los profesores raramente plantean a sus alumnos cuestiones abiertas. Normalmente se les pide pregunta sobre temas sobre los que se presupone una “respuesta correcta” o que se infiere fácilmente si son sobre valores humanos o aspectos de sus relaciones mutuas. Ellos saben qué es lo políticamente correcto y se adaptan sin problema a la demanda ideológica que plantean los profesores: hay que ser solidarios, portarse bien, respetar las normas, aceptar a los compañeros, respetar al profesor, mantener la clase limpia, leer mucho, negociar las diferencias... Somos transparentes y nuestro estilo hace fácilmente deducible qué esperamos o que queremos que nos contesten. Y ellos lo saben.

Otra cosa es plantearles en un texto un verdadero dilema diabólico en que no hay una respuesta correcta a  priori. Depende de cómo se mire, depende de la pedagogía que se utilice. Debates que incluso para los adultos serían complejos. Y no habría una respuesta simple. Eso sí, una condición importante es que dicho debate les implique emocionalmente, que les interese vitalmente.

Esto es lo que les planteé en mi texto de esta semana. Es una reflexión de Helen Buckley, autora de literatura infantil. El relato se titula “El niño”. El niño –nos cuenta- va a la escuela por primera vez con ilusión. Un día la maestra les dice que van a dibujar. El niño se alegra porque le gusta mucho dibujar. Van a dibujar una flor. El niño está contento porque sabe hacer muchos tipos de flores. Pero la maestra les hace esperar y les muestra cómo deben dibujarla: roja y con el tallo verde. Al niño le gustan más sus flores pero es obediente y lo hace como quiere la maestra. Otro día también pasa lo mismo cuando la maestra les pide que hagan un plato de barro, no sin antes mostrarles cómo lo deben hacer exactamente aunque al niño le gustan más otros diseños. Un día el niño cambia de barrio y de escuela. Y la nueva maestra también les pide que dibujen una flor. El niño espera que le digan cómo debe dibujarla pero la nueva maestra no se lo dice y les pide que la dibujen como ellos quieran, y les dice que ¿cómo sabría de quién es cada una si todos dibujaran y pintaran igual? El niño duda pero al final pinta la flor como le había enseñado la primera maestra: roja y con el tallo verde.

Les planteo preguntas objetivas y subjetivas sobre el texto. Sé que no hay una respuesta fácil a lo que les pregunto y depende de la lógica que apliquemos. ¿Es importante dotar de modelos a los niños (en el dibujo, en las redacciones, en el acceso al conocimiento, en los contenidos, en la propia letra...) para que luego evolucionen hacia su propio estilo, tras haber asimilado el arquetipo, o es mejor basarse en su propia creatividad innata y potenciarla como nos mostrarían pedagogías abiertas o antiautoritarias estilo Summerhill u otras que ponen en cuestión el modelo autoritario de la escuela tradicional? ¿En definitiva, la escuela busca crear individuos adaptados a un sistema en que deben ser sumisos o individuos libres?

Y ahí les meto a niños de trece años. Y luego les planteo que dibujen algo a propósito de lo leído. Rápidamente, sin yo mencionarlo, la mayoría se han dado cuenta de que el asunto iba sobre el valor de la creatividad. ¿Es buena? ¿Hay que dirigirla? ¿Hay que asimilar modelos previamente? 

Katherine da al cuento el título de “Estilo propio” y entiende que el texto plantea que los niños deben ser creativos y cree que la escuela que ella conoce permite que los niños sean así. 

Karelys le da el título de “Hay que ser pacientes” y entiende que el texto quiere decir que hay que saber esperar y mirar. Cree que nadie pinta igual a otro niño, tiene una aguda percepción de su individualidad y se siente rara a los ojos de los demás. La escuela puede que busque que todos sean iguales pero es imposible porque todos son diferentes. 

Mohamed en su representación gráfica dibuja dieciséis flores con el tallo verde y la flor roja y lo titula “Todos iguales”. La escuela no siempre pretende que todos sean iguales. 

David (un excelente alumno en sus resultados) cree que el texto dice que en la escuela no puedes hacer lo que quieres y que hay normas y modelos que asimilar, que hay que hacer lo que digan los maestros. 

Imane (una niña marroquí de resultados excelentes) cree que el texto nos anima a utilizar nuestro propio talento. Cree que la escuela a veces intenta que seamos todos iguales, pero no es la norma, puesto que ayuda, según cree ella, a que los alumnos confíen en sí mismos. 

Mireia cree que el texto sostiene que las cosas tienen que salir de tu imaginación y no como te diga la gente. Y piensa que la escuela busca hacer a todos iguales pero en solo en cuestión de derechos sin importar cómo sea cada uno. Dibujaría una flor roja con el tallo verde porque es más bonita. 

Allyson piensa que la escuela solo enseña cosas pero no quiere que todos sean iguales. Ella dibujaría una flor morada con tallo verde. Cree que el texto defiende la idea de que tienes que ser tú mismo.

Pili piensa que la escuela que ella conoce es como la segunda, que hay libertad. Y ella dibujaría un clavel rojo porque es como ella sabe. Odia ser como los demás. Ella tiene su propio estilo. 

Joselyn piensa que la escuela sí busca que todos sean iguales. Haría una rosa roja porque así aprendió a hacerlas en el colegio. 

Jose piensa que la escuela sí que quiere que sean todos iguales pero en el sentido del respeto y el compañerismo. Cree que el texto expresa que cada uno debe liberar su propia creatividad. 

Jennifer cree que la escuela hace dibujar a todos igual, vestir igual y a veces pensar igual. Ella dibujaría una flor con cuatro pétalos y un tallo verde con dos hojas verdes porque de pequeña le enseñaron así. Su dibujo, en cambio, es terrible y muestra a una niña llorando por ser diferente y atacada por sus compañeros que, no obstante, se muestra orgullosa de ser como es. 

Ismael cree que la escuela acepta a cada uno como es y aclara en mayúscula ASÍ DEBERÍA SER. En la escuela primera del cuento la maestra es manipuladora y quiere controlarlo todo; en la segunda, la maestra deja a los niños hacer lo que quieran pero controlados. 

Alonso cree que los niños muchas veces acaban sin personalidad porque les implantan una que no es suya. Su escuela era como la primera maestra y nunca dejaban desarrollar sus ideas. Sostiene que a muchos humanos les da miedo lo nuevo. Dibujaría una flor con el tallo verde y pétalos rojos porque es como le gusta a él. 

Cristal cree que hay que dejar volar la creatividad porque si no, se puede apagar. Las escuelas que ha conocido eran una mezcla de las dos. Para ella los profesores quieren que sean ellos mismos porque en el futuro serán todos diferentes. A ella le gusta ser diferente, destacar entre la multitud. Su dibujo expresa el pensamiento del niño del cuento de que su flor es mejor que la de la maestra. 

Elena cree que el niño aprendió a esperar y mirar. Y que si a un niño le cortas la imaginación tan rápido, luego no hará nada por sí mismo. La escuela para ella es solo un método para enseñar pero corre el peligro de ir matando la imaginación de los niños.  Ella dibujaría una flor azul con el tallo verde. 

Andrea (la alumna más aventajada de la clase) no cree que la escuela pretenda que todos sean iguales porque cada uno es como es, y entiende que la segunda escuela es más libre. Dibuja una flor con el tallo verde y los pétalos rojos rodeada de nueve margaritas. 

Ibtihal cree que la escuela no permite hacer algo hasta que el maestro dice qué hacer. Para ella la escuela responde más bien al primer modelo. 

Marina cree que la escuela pretende que todos sean iguales. Pero no lo consiguen –aclara-.Sin embargo, ella dibujaría una flor con buen trazo, sin salirse porque eso cuenta como buena presentación. 

Yassin (un excelente alumno marroquí) hace las cosas como le enseñaron desde pequeño y no quiere que le digan que esto lo haces mal o que no es así. Dibuja una flor roja con el tallo verde. 

Nassira piensa que en la escuela hay que saber esperar, escuchar y mirar hasta que el maestro te diga qué tienes que  hacer y cómo. Dibuja a una niña obediente en su mesa. 

Luka dibujaría una flor de color negro con el tallo amarillo. Cree que a los profesores les gusta más que los alumnos sean diferentes. Hay que aprender a hacer flores de colores diferentes. 

Isaías cree que la escuela sí que pretende hacer a todos iguales para convertirlos en niños y personas sin creatividad. Dibujaría una flor de color negro con el tallo rojo...

El post es un poco largo, pero creo que merecía la pena. La muestra no es muy extensa pero da idea de las distintas percepciones de la escuela que tienen muchachos de trece años. La respuesta a las preguntas no era simple y yo no sabría tal vez qué contestación dar a estos interrogantes. Eso sí, por el tipo de respuestas que han dado y cómo las han dado, la cuestión les ha implicado profundamente. Han tenido que pensar y no les ha desagradado.

Tal vez podéis añadir algo al debate. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

El profesor que no explica en clase



Me he dado cuenta de que la explicación de cualquier tema por parte del profesor es ineficiente. No consigo que mis alumnos estén atentos a lo que explico. Advierto que por más que me esfuerce en desmenuzar cualquier cuestión teórica o práctica del área de lengua, la inmensa mayoría de mis alumnos se desconecta directamente. No están allí desde el momento que mi voz adquiere tono explicativo. Y es igual que module, que intente ser dramático o ameno. El noventa por ciento están en otro lado que no es la clase. Luego, es evidente que la mayoría no estudia. Puede ser que yo no sea un buen profesor, que sea claro que soy aburrido, que soy un plasta, que no sea convincente. Me lo he preguntado muchas veces pero no puedo hacer nada al respecto. Tal vez con otros profesores estos muchachos estén más atentos y presten atención a lo que se explica. No sé.

He decidido, por tanto, no volver a explicar en clase ningún tema de lengua. Es una posición que me atrae porque lo cierto es que no me gusta explicar a un grupo humano que sé desconectado, y además me aburro yo mismo también. Así que invertiremos el asunto. Mis alumnos tienen un libro digital –Marea verde- libre de derechos de autor. Les doy un fin de semana  para resolver un cuestionario sobre el archisabido Elementos de la comunicación y funciones del lenguaje del que estoy tan harto como ellos, no porque no sea interesante, sino que por el nivel básico con que se estudia no ofrece ningún interés. Tienen cinco días para resolver un cuestionario que les obligará a repasar y leer la información que les da el libro de texto. Algunas preguntas son solo de copiar la respuesta y otras deben efectuar un ejercicio de inferencia. Utilizo la plataforma Edmodo para la clase de lengua. Les gusta bastante por su similitud con Facebook, y utilizada con habilidad es un recurso valiosísimo. Les he mandado un mensaje advirtiéndoles que el próximo martes habrá un examen de ochenta preguntas tipo test sobre Elementos de la comunicación y Funciones del lenguaje. Los exámenes tipo test en Edmodo son muy ágiles y les encantan. He elaborado un total de ochenta ítems con preguntas con formatos de múltiples respuestas, verdadero/falso, y unir casillas. El nivel del test es bastante complejo. Les dejaré que utilicen todo el material que deseen, pero para resolver el test tendrá cuarenta minutos tal vez menos. He de aclarar que cada uno tiene un portátil. La resolución de las preguntas les obliga a pensar y les desafía. El orden de las preguntas es aleatorio, lo que quiere decir que cada uno resolverá los ítems en orden diferente al de sus compañeros. Será difícil pasarse información por dicho desorden y porque el tiempo les abruma. El reloj va descontando segundos y se dan cuenta de que el tiempo pasa. Las preguntas tienen un formato en muchos casos humorístico pero les obliga a pensar. Ese tiempo en que están metidos en el test es altamente denso. Ahí los veo concentrados porque están motivados. Les desafía, y el hecho de que puedan buscar información –en algunos casos- añade un mordiente al test. Hacer el test es una clase entera de estudio y reflexión algo que no conseguiría con ningún otro medio. Suelen obtener resultados muy altos en los exámenes tipo test incluso chavales desmotivados y repetidores. El tiempo es un factor de estrés conocido. El ambiente de concentración es evidente. En ese momento estamos hablando el mismo lenguaje. El ejercicio les desafía y es como un juego. Cuando lo acaban, envían los resultados e inmediatamente reciben la puntuación obtenida que se me añade a mi cuaderno de notas. Para aprobar un examen de ochenta ítems les pongo un mínimo de sesenta y cinco puntos. Hay alguna pregunta de respuesta escrita que he de evaluar yo posteriormente. Normalmente estos exámenes tipo test interactivo suelen mostrar resultados mucho mejores de lo esperado. En este caso, reconozco que el nivel es alto y no es fácil obtener los 65 puntos. A los que los alcancen se les entregará una insignia de reconocimiento (una función de Edmodo). Si los resultados fueran bajos, lo que es posible (o no) me plantearía una repetición de la prueba, de modo que si hubieran obtenido cincuenta puntos habrían de alcanzar una calificación sensiblemente mayor. Hay que decir que cuando acaban la prueba ellos pueden ver cuáles eran las respuestas correctas y dónde han fallado, lo que les hace pensar de nuevo.

Otras veces utilizo el sistema tipo test interactivo para textos que les leo, textos de tres folios de información prolija y detallada sobre algún tema interesante. Para mi sorpresa la inmensa mayoría los encuentra fáciles y obtienen buenos resultados pasando la inmensa mayoría la cota mínima. La diferencia es que el sistema les resulta interesante y escuchan con atención y hacer el test supone el accionamiento del conocido mecanismo de recompensa que no por simple es menos efectivo. Lo bueno es que alumnos desastrosos sacan buenos resultados, porque su problema no es de inteligencia sino de falta de actitud hacia los estudios.

En cuanto a pruebas de comprensión lectora son continuas pero con textos muy largos y complejos, con una característica: son motivadores. Me paso muchas horas rastreando relatos cortos -para adultos- que puedan ser muy interesantes para ellos. Los hay. Mi recompensa es leer algunas veces la emoción que les ha embargado cuando han descubierto la llave oculta del relato y me escriben que ha sido un relato muy bonito. Había que sumergirse en el texto con atención y suma concentración. Pero hay una satisfacción espiritual para el que lo hace.


El que viene a clase de lengua con Joselu, sabe que cada clase es una aventura, y que el profesor no está dispuesto a ponérselo fácil ni quiere aburrirse él mismo.  Lo extraordinario es que el problema no es que sean limitados (no lo son). Es que se aburren. Su sistema de mantenimiento de la atención es radicalmente distinto. Todo hay que plantearlo como si fuera un juego y un desafío. Lo que  no le resta un ápice a su nivel intelectual, más bien lo acrecienta, pero es que estos muchachos pueden dar mucho más de lo que parece. Yo, desde luego, no estoy dispuesto a aburrirlos con voz monótona y monocorde explicándoles cosas que ya pueden descubrir por ellos mismos si les ponemos en el sendero adecuado.

Estoy hablando de hombres y mujeres de trece años en segundo de la ESO. 

lunes, 9 de junio de 2014

Marianela lee a Bartleby y el profesor se queda perplejo.



 Soy profesor en la secundaria desde hace muchos años, tal vez demasiados.  En mi retina van quedando retratos de algunos alumnos cuyo perfil me resulta sugerente y atractivo. Un año es fuente de algunos de estos daguerrotipos que imagino en blanco y negro vistos desde mi perspectiva escéptica de profesor en el aula, invadida de pájaros negros en la noche.

Marianela es una muchacha dominicana que repite primero de ESO. Su mirada es viva y sus ojos son oscuros como carbones encendidos bajo sus gafas de concha. Es maciza y su imagen sugiere solidez. No hace nada en mis clases ni en ninguna otra. Sabe que, como es repetidora, pasará automáticamente de curso y no necesita esforzarse. No molesta en clase. Es discreta  y suele sonreír siempre. Parece pasárselo bien.  No hace ningún ejercicio de los que mando. Se sume en una pasividad holística expresada con un estilo elegante y refinado. Parece no hacer ningún esfuerzo en ese no hacer nada, sale de ella con una naturalidad avasalladora. Me preocupo por ella, intento saber a qué se debe su pasividad radical. Un día mientras sus compañeros realizaban ejercicios la vi con un libro sobre la mesa, un libro forrado de color lila.  Fui hacia ella y le pregunté qué leía. Me enseñó la página donde aparecía el título. Era Lo que esconde tu nombre de Clara Sánchez. Fue una sorpresa que me agradó. Le pregunté si leía mucho y me dijo que sí. Le comenté que podía utilizar sus lecturas para pasar la materia de castellano. No me dijo nada. Pensé que se aburría en clase con la materia oficial y que ella iba a su aire. El profesor tiene una escondida predilección por los outsiders que re rebelan creativamente contra el sistema. Pensé en ella durante unos días buscando cómo incorporar su afición lectora a la asignatura de lengua.

Otro día me enconé y les dije a todos los alumnos de Primero A que no saldrían al patio a la hora si no terminaban la tarea. Todos la acabaron más o menos bien menos ella que se mantuvo pegada en su asiento de madera sin decir nada. La clase había quedado en silencio y vacía,  todos se habían ido. Se oía el rumor de gritos en el patio de todos sus compañeros. Marianela no había hecho nada. El folio estaba en blanco inmaculado, pero había puesto el nombre, siempre lo hace y me lo entrega así. Le dije taxativo que no saldría al patio. Ella me respondió mansamente que le daba igual, pero que no lo iba a hacer. Me lo dijo con un tono firme pero sumamente respetuoso, en voz baja. Se lo dije varias veces pero no obtuve sino la misma respuesta. Me quedé desarmado ante su contundencia y su resistencia pasiva. Me pregunté a mí mismo qué podía hacer, pero algo me vino a la mente como un relámpago. Le dije ilusionado –creía estarlo- que existía un libro con un personaje como ella, que era un relato corto de noventa páginas. Marianela inmediatamente se interesó por el libro. Se lo escribí en la pizarra: Bartleby el escribiente, ese personaje de Melville que con una mansa firmeza reitera una y otra vez que preferiría no hacerlo, a su jefe. Al final, pasados diez minutos del patio, le dije que podía salir sin haber hecho nada de la tarea. Me quedé tan perplejo como el jefe de Bartleby cuando le mandaba que hiciera determinados trabajos y solo recibía la inevitable respuesta de su empleado. Entendí su perplejidad.  

Días después la volví a ver sin hacer nada de lo prescriptivo y leyendo con cara risueña. Cuando me acerqué quiso esconder el libro con rapidez, pero le pedí por favor que me lo enseñara. Lo tenía forrado de color verde. Era una edición antigua de Bartleby el escribiente de Melville en  la editorial Bruguera que no sé dónde había encontrado. Ella me miraba con sonrisa irónica y no decía nada. Hojeé el libro encontrando algunos párrafos subrayados. Retuve alguno de ellos que luego busqué en mi edición en casa ya. Le pregunté que por qué, pero ella no dijo nada. Solo se encogió de hombros y me señaló el libro en la página 56. ¿Por qué? Repetí. Miré con mis gafas progresivas el texto señalado con lápiz y leí atentamente:

“Pero qué objeción razonable puede tener para no hablar conmigo? Yo quisiera ser un amigo.

Mientras yo hablaba, no me miró. Tenía los ojos fijos en el busto de Cicerón, que estaba justo detrás de mí, a unas seis pulgadas sobre mi cabeza.

¿Cuál es su respuesta, Bartleby? –le pregunté, después de esperar un buen rato, durante el cual su actitud era estática, notándose apenas un levísimo temblor en sus labios descoloridos.

-       Por ahora prefiero no contestar –dijo, y se retiró a su ermita”.

Hoy ponía las notas medias del curso y Marianela suspendía claramente en las tres evaluaciones. Su nota media es un dos, una de las más bajas de la clase. Sin embargo en otra asignatura de Lectura que le doy a otra hora, suele sacar buenas notas y cuando ha de hacer alguna redacción, ella escribe con ingenio y soltura, con mucha mayor creatividad que sus compañeros. No me explico este comportamiento errático, pero sé que me desarma singularmente. No solo eso sino que me conmueve y desconcierta. Nada hay que exaspere más un hombre que una resistencia pasiva; su mansedumbre llega a acobardarme. Nunca he entendido mejor al jefe de Bartleby como yo ahora con Marianela. Sin duda es una muchacha sorprendente, pero no sé exactamente qué tiene de extraordinario. Tal vez para este verano le hable de otro libro para recuperar la materia en septiembre, pero no sé cómo reaccionará.

Quizás también prefiera no hacerlo. 

Sin embargo el otro día, la miraba distraídamente durante un examen que dejó en blanco y creí que me guiñaba un ojo. 

¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!





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