No hay duda de que todo lo relativo al Tercer Reich es universalmente conocido: su historia, su ideología, la figura de Hitler, la persecución contra los judíos y gitanos, así como su eugenesia criminal. De todos es sabido la existencia de los campos de exterminio nazis y el genocidio que tuvo lugar en ellos o fuera de ellos. Probablemente muchos hayan leído El diario de Ana Frank o la obra Si esto es un hombre de Primo Levi. Forma parte de la cultura de nuestro tiempo.
Sin embargo, la figura de Stalin y la historia de la represión en la URSS o países anexionados (Ucrania, Bielorrusia, los países Bálticos, Polonia… ) es menos conocida, así como sus campos de exterminio no tienen la literatura de Auschwitz o Treblinka o Mauthausen, entre otros. Probablemente, para muchos es desconocido que Stalin condenó a la muerte por hambre a más de seis millones y medio de campesinos durante las campañas de colectivización de 1933 y 1934, especialmente en Ucrania. El hambre, morir de hambre, fue una política aplicada por los totalitarismos, nazismo y comunismo. Igualmente en las grandes purgas de 1937 y 1938, tres cuartos de millón de personas fueron asesinadas por la paranoia de Stalin.
Hoy vamos a hablar de Kolimá, el escenario donde se desarrolla fundamentalmente la represión de los enemigos políticos del régimen estalinista. Kolimá está en el extremo noreste de Rusia, lindando con el océano Ártico y el mar de Ojotsk al sur. Es un territorio, cuya capital es Magadán, donde eran deportados centenares de miles de prisioneros, millones luego, para morir en condiciones espantosas con temperaturas de hasta -60º para trabajar como esclavos hasta la muerte por congelación, cansancio extremo y desnutrición. Eran programas diseñados para eliminar a supuestos enemigos políticos del régimen estalinista a los que se aplicaba el famoso artículo 58 del código soviético. Allí murieron millones de prisioneros de toda Rusia y de las naciones anexionadas, además de japoneses, polacos y procedentes de los países Bálticos. A veces, llegar tarde al trabajo era suficiente para ser deportado a Kolimá. Con los huesos de los centenares de miles de muertos se construyó la carretera de dos mil kilómetros que va desde Magadán a Yakutsk. Los huesos eran material poroso adecuado para el terreno de permafrost que lo constituía. Es la llamada “carretera de los huesos”, cuyo pasado todavía es difícil de reconstruir por la ocultación y destrucción de archivos de la época soviética.
Si Primo Levi es el testigo de excepción de Auschwitz, en Kolimá hay un escritor llamado Varlam Shalámov (1907-1982) que soportó durante dieciséis años la deportación al infierno de la muerte blanca y pudo sobrevivir. El producto de su estancia allí son los Relatos de Kolimá en seis tomos. Fue deportado allí en 1937 "por actividades troskistas contrarrevolucionarias" y posteriormente por una opinión literaria. Estuvo condenado en las minas de oro y carbón en condiciones durísimas, contrajo el tifus y fue castigado por crímenes políticos y sus intentos de fuga. Tras la muerte de Stalin en 1953, se le permitió abandonar Magadán pero no volver a Moscú. Trabajó en los Relatos de Kolyma entre 1954 y 1973, su salud era muy frágil por su prolongada estancia en los campos. Trabó relación con intelectuales como Alexander Solzhenitsin, Boris Pasternak y Nadezhda Mandelstam y sus relatos fueron conocidos minoritariamente en la URSS vía samizdat (ediciones clandestinas a multicopista que corrían). Sus Relatos salieron clandestinamente de la URSS y fueron publicados en 1968 en Occidente. Son considerados como una de las grandes colecciones rusas de relatos cortos del siglo XX. Cuando Shalámov pudo volver a Moscú, su mujer, que le había esperado, quería que este olvidara Kolimá, pero él se obstinó en recordar y su relación acabó en la primera noche por proyectos diferentes de vida. Su hija, todavía en época soviética, era miembro de las Juventudes Comunistas y lo rechazó avergonzándose de él. Shalámov murió en un hospital psiquiátrico donde, viejo y enfermo, enfrentó los últimos días de su vida todavía en la época soviética. Tres años antes de morir se le obligó a retractarse de lo que había escrito. Nunca pudo ser testigo del éxito de sus Relatos ni de las numerosas ediciones que se hicieron en muchas lenguas por el mundo. La beneficiaria de sus derechos de autor póstumos fue Irina Sirotínskaya, un amor de Shalámov con el que nunca pudo convivir pues ella estaba casada y tenía hijos a los que no quería renunciar. Shalámov murió solo en un psiquiátrico. Hoy me ha llegado el primer volumen de sus Relatos que quiero leer en su honor aunque sé que cuestionar el estalinismo no es igual de popular ni de fácil que cuestionar el nazismo. Para mi sorpresa, en Moscú, en la plaza Roja, está la tumba de Stalin que está siempre llena de flores. Y en Rusia existe una añoranza muy intensa de los días de la URSS y del padrecito Stalin. Y entre los progresistas españoles hay una tendencia muy extendida que es la de considerar fascista como un apelativo ominoso, pero todavía comunista es considerado prestigioso y políticamente correcto. Yo me identifico con Shalámov y me siento solidario con su vida y compromiso.