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lunes, 4 de febrero de 2019

El infierno de la muerte blanca


No hay duda de que todo lo relativo al Tercer Reich es universalmente conocido: su historia, su ideología, la figura de Hitler, la persecución contra los judíos y gitanos, así como su eugenesia criminal. De todos es sabido la existencia de los campos de exterminio nazis y el genocidio que tuvo lugar en ellos o fuera de ellos. Probablemente muchos hayan leído El diario de Ana Frank o la obra Si esto es un hombre de Primo Levi. Forma parte de la cultura de nuestro tiempo. 

Sin embargo, la figura de Stalin y la historia de la represión en la URSS o países anexionados (Ucrania, Bielorrusia, los países Bálticos, Polonia… ) es menos conocida, así como sus campos de exterminio no tienen la literatura de Auschwitz o Treblinka o Mauthausen, entre otros. Probablemente, para muchos es desconocido que Stalin condenó a la muerte por hambre a más de seis millones y medio de campesinos durante las campañas de colectivización de 1933 y 1934, especialmente en Ucrania. El hambre, morir de hambre, fue una política aplicada por los totalitarismos, nazismo y comunismo. Igualmente en las grandes purgas de 1937 y 1938, tres cuartos de millón de personas fueron asesinadas por la paranoia de Stalin. 

Hoy vamos a hablar de Kolimá, el escenario donde se desarrolla fundamentalmente la represión de los enemigos políticos del régimen estalinista. Kolimá está en el extremo noreste de Rusia, lindando con el océano Ártico y el mar de Ojotsk al sur. Es un territorio, cuya capital es Magadán, donde eran deportados centenares de miles de prisioneros, millones luego, para morir en condiciones espantosas con temperaturas de hasta -60º para trabajar como esclavos hasta la muerte por congelación, cansancio extremo y desnutrición. Eran programas diseñados para eliminar a supuestos enemigos políticos del régimen estalinista a los que se aplicaba el famoso artículo 58 del código soviético. Allí murieron millones de prisioneros de toda Rusia y de las naciones anexionadas, además de japoneses, polacos y procedentes de los países Bálticos. A veces, llegar tarde al trabajo era suficiente para ser deportado a Kolimá. Con los huesos de los centenares de miles de muertos se construyó la carretera de dos mil kilómetros que va desde Magadán a Yakutsk. Los huesos eran material poroso adecuado para el terreno de permafrost que lo constituía. Es la llamada “carretera de los huesos”, cuyo pasado todavía es difícil de reconstruir por la ocultación y destrucción de archivos de la época soviética. 

Si Primo Levi es el testigo de excepción de Auschwitz, en Kolimá hay un escritor llamado Varlam Shalámov (1907-1982) que soportó durante dieciséis años la deportación al infierno de la muerte blanca y pudo sobrevivir. El producto de su estancia allí son los Relatos de Kolimá en seis tomos. Fue deportado allí en 1937 "por actividades troskistas contrarrevolucionarias" y posteriormente por una opinión literaria. Estuvo condenado en las minas de oro y carbón en condiciones durísimas, contrajo el tifus y fue castigado por crímenes políticos y sus intentos de fuga. Tras la muerte de Stalin en 1953, se le permitió abandonar Magadán pero no volver a Moscú. Trabajó en los Relatos de Kolyma entre 1954 y 1973, su salud era muy frágil por su prolongada estancia en los campos. Trabó relación con intelectuales como Alexander Solzhenitsin, Boris Pasternak y Nadezhda Mandelstam y sus relatos fueron conocidos minoritariamente en la URSS vía samizdat (ediciones clandestinas a multicopista que corrían). Sus Relatos salieron clandestinamente de la URSS y fueron publicados en 1968 en Occidente. Son considerados como una de las grandes colecciones rusas de relatos cortos del siglo XX. Cuando Shalámov pudo volver a Moscú, su mujer, que le había esperado, quería que este olvidara Kolimá, pero él se obstinó en recordar y su relación acabó en la primera noche por proyectos diferentes de vida. Su hija, todavía en época soviética, era miembro de las Juventudes Comunistas y lo rechazó avergonzándose de él. Shalámov murió en un hospital psiquiátrico donde, viejo y enfermo, enfrentó los últimos días de su vida todavía en la época soviética. Tres años antes de morir se le obligó a retractarse de lo que había escrito. Nunca pudo ser testigo del éxito de sus Relatos ni de las numerosas ediciones que se hicieron en muchas lenguas por el mundo. La beneficiaria de sus derechos de autor póstumos fue Irina Sirotínskaya, un amor de Shalámov con el que nunca pudo convivir pues ella estaba casada y tenía hijos a los que no quería renunciar. Shalámov murió solo en un psiquiátrico. Hoy me ha llegado el primer volumen de sus Relatos que quiero leer en su honor aunque sé que cuestionar el estalinismo no es igual de popular ni de fácil que cuestionar el nazismo. Para mi sorpresa, en Moscú, en la plaza Roja, está la tumba de Stalin que está siempre llena de flores. Y en Rusia existe una añoranza muy intensa de los días de la URSS y del padrecito Stalin. Y entre los progresistas españoles hay una tendencia muy extendida que es la de considerar fascista como un apelativo ominoso, pero todavía comunista es considerado prestigioso y políticamente correcto. Yo me identifico con Shalámov y me siento solidario con su vida y compromiso. 

lunes, 21 de marzo de 2016

El franquismo



Nuestra vida política no logra desprenderse de esa etiqueta que la relaciona con una herencia del franquismo. No hay peor marchamo posible que alguien sea etiquetado como franquista. Entiendo que hay un intento por parte de las fuerzas de izquierda y progresistas de negar este periodo de la historia de España, una aspiración a hacerlo desaparecer como un periodo cargado de un aura criminal y maligna. Pocos o ninguno se atreven a reivindicarlo como una parte de la historia de España que tuvo su parte abyecta pero también su lado constructivo. Sin duda, el que esto escribe lo percibe como un periodo nefasto pero inevitable para la construcción de una España de clases medias. Yo lo viví de niño y de joven en las calles de una ciudad mediana en que no había oposición al franquismo. Formaba parte de nuestra realidad surgida tras una guerra civil que sacó nuestro lado más cruel y sanguinario. Yo lo tengo claro. Si hubiera vivido ese periodo de irracionalidad que fue la república y la guerra civil, hubiera elegido exiliarme por no identificarme con ninguno de los dos actores en aquella tragedia. Si no me hubieran matado los unos, me hubieran matado los otros. Hay una especie de leyenda sobre lo que significó la Segunda República y se la quiere ahora entronizar en los altares. Estuvo llena de terribles errores y su realidad fue que apenas tuvo defensores de verdad.  Los anarquistas y los socialistas revolucionarios despreciaban esa ficción burguesa que era la república. Por el otro lado, los monárquicos y las derechas siempre desconfiaron de ella. Y una buena parte de los españoles sintieron heridos sus sentimientos religiosos de forma gratuita por una especie de odio irracional a todo lo que significaba la iglesia y el catolicismo. 

Percibo en un sentir de la izquierda el querer volver a aquel periodo de triste memoria como si fuera algo digno de ser celebrado. No, no lo fue. No puede tacharse de la realidad a una buena parte de un país que se siente conservador. Imagino que en ciertas mentes de la izquierda hay un deseo inconfesable de hacer desaparecer física o mentalmente a todo lo que significa el otro lado del espectro político desde una supuesta altura moral que no comprendo. ¿Puede construirse un país sin la presencia de la derecha? ¿Por qué cuando se habla de un partido como Ciudadanos simplemente se lo etiqueta ya con el marchamo de derechas y eso supone ya una tautología que significa que es despreciable y que ya carece de toda legitimidad moral y política? No sé si Ciudadanos es de derechas, pero ¿qué pasaría si lo fuera? ¿Anulamos y hacemos desaparecer ese sentimiento de centro y conservador de ciertos aspectos del terreno de juego político? ¿Tachamos de un plumazo una forma de sentir? ¿Los sometemos a desinfección ideológica, los mandamos a un psiquiátrico para reeducarlos? ¿Aniquilamos a todo lo que signifique PP? Percibo una suerte de odio larvado con ese término miserable que se estila que es “facha”. En ese adjetivo se resume la clave de toda la tragedia de España. La incapacidad de convivir ante el otro que es diferente. 

No me cabe duda de que la derecha en este país ha sido en buena parte intolerante. Lo ha sido, es cierto. Pero ha sido capaz de construir algo. La izquierda ha sido en su historia, destructiva, sectaria, dividida en mil y una tendencias enfrentadas entre sí y no ha reculado ante los medios más violentos y ominosos para ejercer el poder. En la transición, PCE y PSOE se adhirieron a un pacto de convivencia que respetaba la realidad plural de los españoles y eso ha permitido el periodo más positivo de la historia de España para no volver al periodo anterior. Hoy, sin embargo, la izquierda radical coquetea con ideas que llevaron a la república al desastre y se desdeña la transición como un pacto de miserias y se quiere de nuevo maximizar la tensión política para retornar al periodo republicano, un periodo que visto en la perspectiva histórica fue terriblemente erróneo y pocos brillaron allí por su altura de estadistas. 

El franquismo fue una consecuencia espantosa de aquella confrontación. Todos hubiéramos querido un país reconciliado, capaz de vivir democráticamente sus tensiones. Pero no fue posible. Y la consecuencia buscada y anhelada en aquel momento fue una guerra que se presumía revolucionaria y que aniquilaría a la derecha para siempre de este país y por el otro lado, se buscaba extirpar todo lo que significaba la izquierda revolucionaria y el nacionalismo periférico. Tres años de guerra, con brutalidad y terror en ambas partes, llevaron a una posguerra terrible y a centenares de miles de exiliados. Pero ¿qué hubiera ocurrido en el caso de vencer el otro lado? ¿Hubiera habido piedad como no la hubo durante la guerra? No me creo las leyendas de una izquierda santa y benéfica que solo buscaba el bien de la humanidad. Se habla mucho de las fosas del franquismo, pero ahora solo de las fosas de un lado como si el otro lado no hubiera llenado también fosas. El terror rojo no fue una invención del franquismo. 

La consecuencia de los terribles errores de la izquierda fueron cuarenta años de franquismo y un país que en esencia quería paz y crecimiento económico como así fue. El franquismo fue un proceso que permitió que este país pasara de ser agrario a ser un país de clases medias. Me hubiera gustado que se hubiera conseguido de otra manera. España quedó en manos de la derecha sin el contrapeso de la izquierda y la miseria moral se enseñoreó de la vida pública española. 

A veces pienso que este es un país de orates, incapaz de reconciliarse con su historia que se desprecia, que busca siempre poner el reloj a cero para comenzar de nuevo desde una nueva pureza no mancillada, desdeñoso de cualquier perspectiva de pacto como una rendición, que se encanta con la idea de vivir en un país imaginario en que no exista el otro, el diferente, que pretende negar que parte de nuestra historia fracasada fue ese franquismo que no debía haber existido pero existió y la sociedad española en su conjunto lo vivió como constructivo. El otro día el charcutero de mi barrio me confesaba con embarazo que su padre era franquista, catalán y franquista. Mi padre también lo era, le dije. Y es que los españoles en buena parte lo eran. ¿Vamos a negar esto? Me hubiera gustado vivir más en un país como Reino Unido en que el Parlamento es capaz de convivir en medio de las tensiones históricas y está orgulloso de su pasado y la reina va en carroza y lleva una corona, y los jueces llevan pelucas con sus togas. ¿Se imaginan algo así en nuestro país? 

El franquismo forma parte de nuestros periodos anómalos pero no deja de ser parte nuestra historia. Asumirlo como parte de nosotros, de nuestros errores, sería conveniente. Querer borrarlo como se borra con típex una frase escrita es algo que no ayuda a comprenderlo. Fue un fracaso, sin duda, pero muchos que se consideran con altura moral contribuyeron a hacerlo inevitable. 

A veces me pregunto si los actores de la segunda república hubieran tenido una perspectiva de adónde iban a llevar sus planteamientos maximalistas, es decir, a cuarenta años de dictadura, ¿hubieran hecho cosas distintas? Me lo pregunto y me respondo que seguramente no. Hay una predilección por la tragedia que forma parte de la historia de España. 


Yo me hubiera ido. 

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El profesor, más cerca de Jung que de Freud...


Lo que he aprendido como profesor durante más de treinta años es sencillo: nunca estar satisfecho, nunca creer que se tienen todas las claves porque se tenga mucha experiencia en el tiempo. Un profesor es siempre un aprendiz en todos los sentidos. Su trabajo es evanescente. Es como trazar una línea en la arena junto al mar. Totalmente transitorio, precario, impredecible. El profesor debe ser una persona del tiempo que está viviendo. Esto es importante. No puede quedarse atrás por pereza o falta de ganas de adaptarse. Su trabajo exige una permanente adaptación al tiempo histórico y existencial del momento. Debe leer la prensa, conocer los avances de la ciencia, la cultura y la tecnología. Tener conciencia de los grandes desafíos de la humanidad, de sus lacras, de sus injusticias. Debería ser un hombre o mujer comprometido con su alumnado, con su realidad, con sus circunstancias, que se insertan en un momento dado de la historia. Y como todo momento de la historia es efímero. Su filosofía tiene más que ver con Heráclito que con Parménides. Todo está en perpetuo estado de transformación. Un día no es igual a otro día, un curso no es igual a otro curso, los adolescentes no son siempre iguales, los profesores no son siempre iguales a sí mismos. El profesor está mutando, igual que sus alumnos. La cuestión es sincronizar ambas mutaciones. Si se produce el encuentro, las cosas funcionarán por un tiempo. No es una garantía para nada. El profesor debe seguir buscando a los sujetos de su materia que no permanece estancada en un saber consensuado y fijo. No. 

"Las palabras que mejor definen la educación son dinamismo, cambio, transformación. Fuego".

El profesor y los alumnos son viajeros en el tiempo. No puede haber miradas atrás. No sirven. Solo miradas al presente para intentarlo comprender o, si no, al menos, acercarse a su latido. Miradas al presente y un presentimiento de futuro. ¿Qué es hoy? ¿Qué puede ser mañana? ¿Qué necesitarán estos muchachos en veinticinco años de lo que yo hoy les estoy ofreciendo? ¿Qué necesitan retener? ¿Acaso hay algo inmutable que deba ser para siempre? Sí, un instrumento, el lenguaje. Este sirve para abrir los ojos ante el mundo, para transformar lo dado en algo potencialmente deseable. El lenguaje en cualquiera de sus vertientes nos ayuda a desentrañar la madeja de la incertidumbre. Somos profesores de lenguaje, de lenguajes, en muchas áreas. Este es el instrumento de nuestra profesión. Atados al tiempo que no cesa. 

"Un profesor y un alumno se ligan espiritualmente en esa búsqueda incierta. Y utilizan el lenguaje para encontrarse. Dos perspectivas vitales distintas pero que logran sincronizarse en el frenético devenir de los días". 

No hay detención posible. Solo implementación de futuro en un construir instrumentos que nos liguen al cambio, imposible de detener. El profesor que se detenga, que no pueda seguir, quedará anclado a la pata de su cama. Y se perderá el horizonte de lo que vendrá. El profesor en cierta manera es un pequeño filósofo que no sabe solo de su materia sino que se interroga constantemente si es correcto lo que piensa. Vive en un proceso metacognitivo en que es también un salvaje que alienta a sus alumnos a danzar con el torso desnudo y antorchas encendidas en un rito de iniciación y gritos de esperanza en el amanecer que será siempre otro: ¿podría ser de otra manera? Los hombres salvajes y nosotros tenemos mucho en común, y esto debe proyectarse en nuestro modo de dar clase. La clase es una asamblea de emociones y el profesor abre su corazón y su mente delante de sus alumnos para que ellos también puedan hacerlo. En cierta manera es una tribu presocrática que celebra los rituales de hermandad en un conocimiento que se está transformando. Los guerreros necesitan elixir para seguir cazando en las llanuras que serán su futuro. El profesor no debe ser necesariamente un asceta ni una esfinge. No. El profesor también se unirá a la caza. Su acción se desarrolla por la exfluencia, un concepto que expresa la mezcla de tiempo y conocimiento mediante un proceso de acercamiento mutuo.

Ser profesor es un desafío, una forma de dar un hachazo a la selva primigenia donde todo estaba confuso y los seres humanos se hundían en las ciénagas. Hace milenios logramos salir de allí y desde entonces seguimos caminando de un anochecer a otro, de un día a otro, que nunca son iguales, que siempre tienen tonalidades distintas.

Estamos más cerca de Jung que de Freud. 

"Parece una situación sencilla esa de entrar en un aula y mirar a los ojos a los alumnos y decir... ¿decir qué?"


Eso debe ser diferente cada día, cada año, cada estación. El tren no se detiene y avanza implacable. Cuando se está cansado, uno debería irse a la montaña y dejarse devorar por las alimañas como en La balada de Narayama. Tal vez después del sueño, surja de nuevo la pasión de enseñar.

miércoles, 6 de mayo de 2015

¿Te acuerdas de Sarajevo?


Con motivo de la concesión del premio Cervantes a Juan Goytisolo, compré una de sus obras más comprometidas, el Cuaderno de Sarajevo, en que narra a modo de ensayo de denuncia la situación de la población bosnia durante el sitio que sufrió entre 1992 y 1995 por el ejército serbio comandado por Radovan Karadzic. Goytisolo estuvo en esta ciudad sitiada en varias ocasiones viendo cómo caían los obuses contra la población civil y los francotiradores disparaban contra mujeres y niños desde las colinas circundantes desde las que dominaban la ciudad, la bella Sarajevo que había sido sede de los Juegos Olímpicos de Invierno en 1984 tras la muerte de Tito.

La brutalidad y el ensañamiento contra la población inerme por parte del ejército serbio que practicaba la limpieza étnica fue estremecedora, pero la comunidad internacional observó sin intervenir los ataques. Las fuerzas de la ONU, UMPROFOR, eran los garantes de la seguridad de los enclaves musulmanes pero, temerosas por su propia seguridad,  eludieron su responsabilidad y favorecieron la matanza durante años de los habitantes de Sarajevo y de muchas otras ciudades y aldeas pobladas por musulmanes o serbios tibios que fueron arrasadas por la artillería serbia lo que provocó miles de muertos con el asesinato y violación selectiva de mujeres y niños.

Sarajevo representaba la convivencia pacífica y armónica de todas las culturas y tradiciones, bosnios musulmanes, bosnios serbios y bosnios croatas, lo que es decir de musulmanes, ortodoxos y católicos. La paranoia psicopática del antiguo comunista Slobodan Milosevic, para crear una Gran Serbia, repartiéndose con Croacia a Bosnia Herzegovina, llevó a la desmembración de la Yugoeslavia multiétnica.

Han pasado veinte años y ahora vuelvo a aquel tiempo en que contemplábamos en el telediario cada día las atrocidades sobre la población de Sarajevo ante la inacción de la ONU, la OTAN, Estados Unidos, Francia y Reino Unido que aprobaron un embargo de armas para la república de Bosnia que solo imploraba que la defendieran o que la dejaran defenderse. Fue inútil. Bosnia fue una pieza intercambiable que fue aplastada con un enorme dolor humano ante la cobardía de occidente que no quería meterse en aquel avispero ni provocar a Milosevic, un hombre enfermo mental cuyos padres se habían suicidado, además de un tío carnal.

Repaso mi agenda de aquel tiempo y observo que el que era yo estaba muy ocupado en planes de boda para estremecerse demasiado por lo que sucedía en Bosnia o lo que sucedió también en 1994 en Ruanda que en unos meses fueron asesinados aproximadamente un millón de tutsis. Yo era un ciudadano europeo normal que veía las catástrofes ajenas muy lejos de mí, aunque lo que sucedía estaba a dos horas de viaje en avión. Fueron las peores matanzas que tuvieron lugar en suelo europeo tras la segunda guerra mundial. Culminaron el 11 de julio de 1995, el día de mi cumpleaños,  con la masacre de 8300 musulmanes en Srebrenica, población que estaba bajo la protección de fuerzas holandesas. El asesino  al mando de los chetnik (patriotas serbios)  era el general Ratko Mladic, un héroe nacional serbio. Yo asistí casi indiferente a lo que pasaba allí. Cierto que la televisión nos ofrecía imágenes impactantes de todo lo que allí sucedía, pero como buen burgués veía aquello como enfrentamientos étnicos en que todos cometían atrocidades y me lavaba las manos. Puedo incluso datar donde estaba aquel once de julio de 1995: estaba en la isla Graciosa, junto a Lanzarote, pasando diez maravillosos días de paz en la isla desértica que tanto me enamora. Leía a Galdós pues estaba siguiendo unos cursos de doctorado en la UAB sobre el escritor canario. Comía ese delicioso pescado que son las viejas, acompañado de mojo verde y papas arrugadas, con algún espléndido vino blanco canario.

No sé muy bien qué conclusión sacar de este artículo. Hice como la inmensa mayor parte de los buenos ciudadanos europeos: asistir impávido al escenario de la destrucción de la convivencia interétnica en Bosnia y permitir la creación de estados racialmente puros. Recuerdo que hacia 1991 la idea de limpieza étnica todavía me horrorizaba y escribí sobre ello, pero mi sensibilidad se embotó a base de hacerse habitual. Hacen falta cifras espeluznantes de víctimas para sacarnos del sopor y de nuestras buenas digestiones.

Nuestra capacidad de atención es limitada. No podemos mantenerla demasiado tiempo y menos cuando el asunto es complicado. Juan Goytisolo estuvo en Sarajevo junto a Susan Sontag y Annie Leibowitz acompañando a los sarajevitas en su día a día de penalidades, obuses y francotiradores. No hubo más intelectuales que decidieran ir a Sarajevo para mostrar su solidaridad. Javier Solana, el político socialista español que fue nombrado Secretario General de la OTAN en diciembre de 1995, no se atrevió a ir a Sarajevo por no estar garantizada su seguridad.

La lectura del Cuaderno de Sarajevo me ha despertado veinte años después. Goytisolo en él se imagina que los responsables de aquello, es decir los buenos gobiernos occidentales y la conciencia lasa europea,  que permitieron las masacres, algún día recibirían el oprobio público y serían puestos en su lugar por los historiadores. Creo que su suposición es ingenua. Nadie se acuerda ya de aquello y en todo caso no importa ya. Los criminales de guerra fueron entregados al Tribunal Internacional de la Haya (Milosevic, Karadzic, Mladic) pero solo sabemos que el primero falleció, en una celda,  en 2006 por una dolencia en el corazón. A su funeral en Serbia acudieron decenas de miles de compatriotas para despedirlo ya que lo consideran un héroe nacional, igual que al general Mladic, el último en ser capturado. Tanta es su estima que un 65% de los serbios han afirmado que no lo delatarían aunque les pagaran un millón de euros para entregarlo.


¿Y yo? Puedo comprender más la actitud displicente de Goytisolo el día de la entrega del Cervantes. No solo ha sido un destacable escritor sino que ha asumido su papel de intelectual con un compromiso que no abunda para hacernos recordar y llamarnos a asumir nuestro papel de conciencias alertas y vigilantes.

martes, 15 de julio de 2014

Israel sionista



A todos nos gusta situarnos éticamente en el lado correcto, sentir que la razón moral está de nuestro lado, nos gusta apostar por causas que merezcan la pena, que estén en consonancia con nuestros valores. Nos gusta observar el mundo y comprenderlo sabiendo nítidamente quiénes son los buenos y quiénes son los malos, analizar todos los conflictos humanos y políticos de forma que haya culpables detrás que no tienen nada que ver con nosotros. Los culpables siempre son los otros. Nosotros no. Nosotros probablemente no hagamos nada pero sabemos que estamos en el centro justo. Y así comprendemos el mundo condenando el capitalismo depredador, los USA que están detrás de toda causa injusta, hablamos de la Merkel y su voracidad contra los países del Sur, y, por supuesto, en el conflicto árabe-israelí tenemos claro cuál es nuestra posición pues somos antisionistas y apoyamos a ese pueblo heroico palestino que está siendo masacrado por la asimetría brutal de la agresión del estado sionista de Israel.

Y ¡plas! nos vamos a dormir tranquilos pues ya hemos puesto el mundo en orden. No se va a alterar nuestro sueño porque sabemos que el mundo es injusto pero tenemos claras nuestras ideas. Vale que no supimos qué decir sobre el genocidio de Ruanda en 1994 del que han pasado veinte años y tal vez éramos demasiado pequeños, vale que no nos metemos en la masacre de Sbrenika en que murieron casi diez mil musulmanes indefensos, vale que no queremos opinar sobre lo que pasa en Siria donde se han producido doscientos mil muertos y hay dos millones de refugiados, vale que no opinamos sobre la ocupación del Tibet por parte del estado chino, vale que los kurdos no ocupan nuestra atención, vale que no opinamos sobre el terrible genocidio que se está llevando en Centroáfrica donde hay millones y millones de asesinados en el silencio además de centenares de miles de mujeres que son violadas salvajemente, vale que no opinamos sobre el aplastamiento de la mujer en Irán y los castigos físicos que recibe en nombre de Allah... No, esos conflictos son complicados. Nadie sabe muy bien dónde está el lado correcto. En esos conflictos seguro que tiene la culpa el imperialismo, el neocolonialismo y el capitalismo, pero yo estoy a salvo porque yo que soy progresista sé escoger muy bien a los responsables de cómo entiendo el mundo. Y hay conflictos sobre los que no hay nada que opinar, pero otros...  Claro, yo soy antinazi. Condeno el horror del Tercer Reich contra los judíos de Europa. Pero condeno también el sionismo surgido a partir de Theodor Herzl y que se extendió entre parte de los judíos europeos que se propusieron retornar a la Tierra Prometida de donde fueron expulsados en el siglo I de nuestra era. El estado de Israel, fruto de ese sionismo y el sentimiento de culpa de los occidentales por el genocidio nazi, llevó a que se fundara un estado racista: Israel. Vale que los judíos han sido perseguidos en todos los países en que han estado, han sufrido pógromos y matanzas sistemáticas a lo largo de la Edad Media y la que va al siglo XX, vale que los judíos han sido marginados y humillados en todas las naciones en que han estado. Pero es que en cierta manera se lo merecen por su carácter egoísta y su endogamia. Y ¿para qué hablar de su habilidad para los negocios? De hecho son los que controlan el mundo y así Estados Unidos tiene una cabeza de puente en Israel para defender sus intereses para controlar a los árabes, pero esto es por el lobby judío que controla la Casa Blanca y la Cámara de Representantes. Vale que dicen que Israel es la única democracia en Oriente Medio, pero no es tal porque erigen vallas indignas para separarse de los palestinos y de lo que ellos llaman “atentados terroristas”. Vale que Hamas tira cohetes contra el territorio llamado israelí pero no tienen mala intención, son pequeños petardos para asustar. Y, el opresor judío contesta con una potencia de fuego brutal asesinando impunemente a niños y mujeres. Vale que todos los países que rodean a ese estado, surgido de la conjura sionista, han declarado tres guerras contra él, en 1948, en 1967 y en 1974, pero estas solo buscaban la convivencia con los judíos en pie de igualdad y no pretendían nada malo. Vale que Hizbolá en Líbano afila sus armas contra Israel, que Siria sea un enemigo potente, que Irán esté detrás de la bomba nuclear para igualarse a Israel que la tiene desde hace más de veinte años. Vale que los israelíes se duermen cada noche evocando el Holocausto y sabiendo que en ese lugar en que están no tendrán una segunda oportunidad, pero es que están demasiado obsesionados con el pasado del que tendrían que liberarse. Hay que saber olvidar y abrir los brazos en señal de paz, aunque desde los pueblos árabes e Irán se les recuerde continuamente las cámaras de gas que no fueron tales, de hecho hay quien piensa que todo fue propaganda sionista para justificar la entrega de Palestina a los judíos. Vale, los judíos son igual que los nazis, hay que recordárselo y ligar la estrella de David con la Cruz Gamada para que se den cuenta de su horror. Y no es poco significativo que fuera un judío el que teorizó el psicoanálisis, tratamiento que todo israelí debería recibir porque su sentimiento del mundo es anómalo y ultradefensivo. Los palestinos solo quieren la paz y compartir el país que, trabajando conjuntamente, se abriría a una etapa de paz y prosperidad aportando cada uno lo mejor que tienen. Pero ¿es que no se dan cuenta? Hay que recordar a John Lennon y su Give peace a chance, así como a Nelson Mandela que supo unir contradicciones insolubles y evitó la venganza contra los opresores.

Hay que liberar a los judíos de sí mismos, de sus fantasmas, de sus miedos históricos, de su ley del Talión. Han de abrirse a la paz del corazón y entender el sufrimiento también de los palestinos.


Y entonces desperté tras un sueño extraño que ya no recuerdo.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Nelson Mandela y el arte de seducir



Nelson Mandela ocupa hoy páginas y páginas de portada y centrales de toda la prensa del mundo. Su figura es universalmente ensalzada y alabada desde todos los ángulos ideológicos. Se ha convertido en un referente mundial de humanismo y reconciliación a la vez que de profundo pragmatismo.

La figura del líder sudafricano comenzó en los años cuarenta y cincuenta al incorporarse a la lucha como miembro del ANC (Congreso Nacional Africano). Era un joven que poesía un encanto y una sonrisa que le hacían ganarse a la gente. Su seguridad era prodigiosa y en alguna reunión, para escándalo de sus compañeros de partido, llegó a decir que él sería primer presidente negro de Sudáfrica. Vestía elegantemente haciéndose los trajes en los mejores sastres, lo que llevó a ser considerado un auténtico dandi en la vida nocturna de Johannesburgo. En 1952 con una gran y expansiva sonrisa quemó su documentación distintiva del apartheid ante un buen grupo de periodistas. Su imagen dio la vuelta al mundo.

Su influencia en el ANC fue creciente, y no olvidemos que esta formación política de fuerte influencia marxista preconizaba la lucha armada contra el régimen segregacionista y de esta visión participaba el joven Nelson Mandela. Así hasta 1962 en que fue detenido por su actitud nada discreta. Pudo ser condenado a muerte por su participación en una organización terrorista, pero al final se le impuso cadena perpetua. Se pasó 27 años encarcelado en la isla de Robben, y en ella nace el nuevo Nelson Mandela que moderará su furia y su rabia, aprendiendo el arte oriental de la sabiduría. Se dio cuenta de que los blancos no iban a ser derrotados por las armas y que la estrategia debía ser primero la de ganárselos por el corazón. Los años de cárcel pulieron este diamante en bruto y desarrollaron su talento y capacidad de seducción. Los últimos cinco años en prisión fueron de intensas negociaciones con los peores monstruos blancos, responsables directos del apartheid, y consiguió seducirlos. Cuando salió de prisión en 1991 se había convertido en el referente moral de toda la población negra, excepto de los zulúes que tenían ciertos privilegios y lo consideraban un enemigo. Nelson Mandela se dio cuenta de que los blancos eran esenciales en la nueva Sudáfrica, reconoció que todo lo que habían hecho no era malo. La economía de Sudáfrica era muy potente, y lo que había que hacer no era una revolución que arrasara todo lo que se había conseguido con el sacrificio de la población negra. En 1995, tras difíciles y complejas negociaciones, se celebraron las primeras elecciones en Sudáfrica en que cada hombre representaba un voto. Nadie dudaba de que el ganador iba a ser el ANC, como así fue, llevando a Mandela a la presidencia.

Lo primero que hizo fue contar con los principales organizadores de la Sudáfrica blanca como John Reinders, jefe de protocolo de los últimos presidentes blancos, al que le pidió que siguiera orientándoles en el arte del poder porque ellos eran gente del campo y no entendían todavía esa maquinaria. En la cárcel Nelson Mandela había aprendido el idioma de los dominadores, el Africaans y había leído libros sobre la historia afrikaner desde el punto de vista de los artífices del apartheid. Otra anécdota que ilustra su concepción de la nueva Sudáfrica fue el momento en que tuvo que elegirse un himno para el país. Todos los representantes del partido (ANC) tenían claro que este himno tenía que ser el Nkosi Sikelele, que representaba la historia de opresión del pueblo negro. Sin embargo, Mandela les contrarió diciendo que Sudáfrica tendría dos himnos que se tocarían uno a continuación de otro. Primero el himno de la Sudáfrica racista, el Die Stem, y a continuación el Nkosi Sikelele. Así entendía la construcción del país lo que se vio claro cuando en 1995 entregó la copa a la selección sudafricana de rugby, compuesta por solo blancos y un único negro, a la que consideró como la más alta representación de su país y a la que agradeció su entrega y la victoria en la Copa Mundial de Rugby.

Mandela se ganó el respeto de todos los blancos que temían un baño de sangre por la revancha de la población negra contra los años de la segregación. Y supo encauzar la furia y la energía de la Sudáfrica negra construyendo una nueva Sudáfrica que aprovechó lo mejor del pasado. Otra visión de la cosas menos sabia y pragmática hubiera llevado a Sudáfrica a la autodestrucción como sucedió con Zimbawe, la antigua Rodhesia, uno de los países más prósperos de Africa que ha terminado siendo, por obra y gracia de un patán criminal como Roberto Mugawe, un país hundido en la dictadura, la pobreza y la corrupción.

La sabiduría política de Mandela le hizo comprender a sus enemigos aprendiendo su lengua y su historia para así conocer el arte de seducirlos para llevar su país a una síntesis enriquecedora en que cabrían todos, negros y blancos, viviendo con respeto mutuo. Cualquier otra política hubiera hecho de Sudáfrica un país que se habría autodestruido y terminado en la miseria.


Y no hay que descartar que en su perspectiva política él tuviera en cuenta la transición española en que se operó de forma muy parecida a como posteriormente haría Mandela con Sudáfrica. Hoy alabamos universalmente el valor y el pragmatismo inteligente del líder africano por haber sido capaz de integrar la Sudáfrica blanca y la negra así como los himnos de las dos visiones contrapuestas. Y, sin embargo, no apreciamos lo que tuvo de valor en nuestro caso la construcción de una nueva realidad que sintetizara, cara al futuro, la fusión de lo mejor del pasado de las dos Españas que se enfrentaron en la guerra civil.

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