El árbol de la vida no
es fácil y su estructura interna la hace todavía más difícil empezando por el
ritmo lento o lentísimo en que es difícil contar los hechos que suceden por lo
mínimos que son. El espectador está acostumbrado a un cine de efectos
especiales en 3D, de acción trepidante y sin lugar alguno para la reflexión. En
cambio, este filme es moroso, manifiestamente lento, y con el trasfondo de una
voz en off en susurros que nos habla con versículos del libro de Job, de la necesidad
del perdón, del amor, de la angustia de la vida, de la falta de respuestas
empezando por la misma existencia de Dios que parece regodearse en echar sal en
las heridas que él mismo crea.
Yo destacaría varios niveles interpretativos. Primero que es
una película sobre el dolor de la infancia que ocupa buena parte de la cinta.
La infancia es un territorio mágico pero en el que anida el dolor. El señor O'Brien (Brad Pitt) es un buen padre, quiere a sus hijos, pero lo hace de un
modo destructivo imponiéndoles un mundo de dureza y perfeccionismo que raya en
lo tiránico. La madre (Jessica Chastain)
es extraordinariamente delicada y frágil y nos fascina con su presencia
telegénica en un mundo dominado por la fuerza de su marido. La relación entre
los tres hermanos, especialmente entre Jack y Steve está llena de sugerencias.
Son como carne y uña y viven intensamente en ese paraíso en el que el río y la
confianza mutua juegan papeles fundamentales.
Yo diría que es una película metafísica que se interroga
sobre el sentido de la vida humana y de la muerte (de hecho la escena inicial
se inicia con la pérdida de uno de los personajes principales que muere como
murió el hermano de Terry Malick
dejando un hueco que nunca pudo ser llenado). Es por tanto, una cinta
autobiográfica en que el director expresó y reflexionó sobre su propia historia
en claves enigmáticas.
Es una película cósmica en la que aparecen imágenes de
formación del cosmos en conexión con el drama básico que vertebra el filme. Uno
se podría preguntar por el papel que juegan estas imágenes que alguna crítica
vitriólica las ha rebajado a un sucedáneo de National Geografic, y no encuentro otra respuesta sino que
pertenecen a la cosmovisión de Malick
en que conecta lo concreto y familiar, como la historia de la familia O'Brien,
con los ritmos de la naturaleza, el origen de la tierra e imágenes de los
dinosaurios en que se representa la lucha entre el macho dominante y la cría,
la misma que aparecerá entre Jack su padre.
Uno podría preguntarse por el sentido de estas imágenes que
podrían haber sido descartadas en un planteamiento más convencional de la
cinta, y piensa que tal vez la novela Moby
Dick también podría haber sido despojada de toda su carga ajena a la
historia y persecución de la ballena blanca que es apenas el veinte por ciento
de la historia. ¿Para qué esta digresión cosmológica en El árbol de la vida? Pienso que para marcar que estamos ante un
ritmo distinto, ante un planteamiento ajeno al cine convencional, que estamos
en el marco personal de Terrence Malick
y allí no somos simplemente consumidores que reclamamos nuestra dosis de
entretenimiento -sin riesgo- y palomitas. Estamos en el centro de su mundo, de
su universo. Es una película de autor que puede reventarnos o fascinarnos. Todo
es posible y no voy a condenar a nadie que la deplore, pero es cierto que
estamos en el centro de la interpretación existencial, cósmica, religiosa y
cinematográfica de Malick. Ha tenido
la osadía de llevar al cine algo que al ciudadano medio le está vedado: dar
forma a su visión particular del universo. ¿Qué tendría dicho ciudadano que
decir si le dijeran que podía dar representación a su interpretación de la
vida, de la necesidad o no de Dios, de las preguntas sin respuesta, de la
relación de lo macro con lo microscópico, de la infancia...? Probablemente no sabría hacerlo o no tendría mucho que decir. Malick sí, y tiene un universo potente
y magnético, que no tiene por qué coincidir con el nuestro, faltaría más, y
puede desagradarnos por su tentación trascendente que algunos considerarán
"pedante", "pretenciosa" y hasta caracterizada por el
sermón moral.
Esto es lo que más me fascina del ejercicio de Terrence Malick: que ha dado forma a su
universo íntimo en un terreno (el cine) caracterizado por el carácter de
industria y a contracorriente de los gustos mayoritarios y que plantea una
película de carácter poemático que será de muy difícil deglución para una buena
parte de los espectadores que van simplemente a pasar un buen rato, a olvidarse
de la realidad o a ver a Brad Pitt y
Sean Penn. Lo tendrán difícil porque
la película puede llegar a ser extenuante en todos los sentidos. O entran en el
juego o saldrán escaldados, burlados, escarnecidos... O simplemente aburridos
por una película cuyo sentido es esquivo y demasiado complejo para resumir en
un post de este blog.
¿Es una película perfecta? Yo diría que no. No todas las
partes me han atraído por igual. Algunas se me han hecho pesadas y otras me han
retenido casi sin respiración en la butaca. Podría decir que la cinta tiene
algunos desajustes pero la fuerza de la misma, el poder hipnótico de las
imágenes que son auténticos poemas (no aptos para los que son adictos a la
prosa), la magia de esa recreación de ese mundo de la infancia, me han hecho
asistir a una segunda proyección y no descartar verla de nuevo. No pienso haber
agotado ni en una mínima parte el mundo simbólico, psicoanalítico, religioso y
existencial de este ejercicio totalmente personal acerca de la pérdida de la
inocencia.
No la recomiendo a los que no estén dispuestos a entrar en
este juego.