He viajado dos veces a Madrid para ver obras de Angélica Liddell (Figueras, 1966), una dramaturga, actriz y escritora española que se sale de los cauces convencionales del teatro que uno pueda imaginar. Sin duda es el dramaturgo -dramaturga española en este caso- más universalmente conocida. Ha recibido importantes premios españoles e internacionales y su teatro en que ella actúa como protagonista es difícil de olvidar porque es un teatro de sangre, sexo, suciedad, locura, éxtasis, enfermedad y, sobre todo, de una profunda espiritualidad en medio de un mundo estúpido, gregario y materialista incapaz de salir de su vulgaridad asfixiante, desde su punto de vista. Odia el teatro convencional y a todo el mundo que lo rodea. Su vida, caracterizada por un dolor extremo de vivir, está marcada por su Trastorno Límite de la Personalidad, que hace que cada día tenga que elegir si se suicida o sigue viva un poco más. Leerla es una experiencia extrema, y ver sus espectáculos es terapéutico porque uno asiste a verdaderos autos sacramentales llenos de sexo, violencia y locura. No hay límites a su dramaturgia que vive en primera persona. Muchos la odian y la desprecian, otros la amamos y vemos en su teatro una llama de verdad insoportable para una sociedad adocenada y complaciente a la que ella escupe. Pero para conocerla, mejor que mis torpes palabras, reproduzco una entrevista con motivo de su último libro. Leed la entrevista -publicada en El Mundo- y decidme qué os parece...
Cierra con 'Kuxmmannsanta' la Trilogía del luto, vinculada a la muerte de sus padres. ¿El exorcismo de la orfandad se acaba alguna vez?
La orfandad te pone en un estado de vulnerabilidad extremo e invencible. No hay vuelta atrás. A medida que se acerca el final de nuestros días regresamos con más frecuencia a la infancia. Recuerdo a Bergman, aquellas 'Fresas Salvajes'. En el instante de nuestra muerte todos somos hijos, y elevamos a lo desconocido la pregunta de Job, ¿por qué?
'Kuxmmannsanta', este artefacto/libro es un mapa de extravíos y una minuta de daños. ¿A quién incrimina? ¿A quién exculpa?
Exculpo a mi madre, y a mi padre. Incrimino a todos los demás, a todo ese aluvión de indecencia con el que me atraganté, a todos los que me hirieron, a todos los que se aprovecharon de mi ingenuidad, a todos los que me despreciaron, a todos los que mintieron y me traicionaron. A todos los que me juzgaron. A todos esos cerdos. Y a toda esa suma de seres asquerosos que simplemente me disgustan. Ya soy muy mayor, no queda mucho tiempo para ajustar cuentas y orinar sobre sus cadáveres. Es un acto de caridad absoluta eliminar la fealdad de mi vida, que es eliminarla de la faz de la tierra. Soy una persona que no sabe defenderse en este mundo de fieras, no sé cómo se hace, frente a las personas me quedo indefensa, por eso he de aniquilarlos en verso.
Sólo su nombre en la portada y 521 páginas de palabras o de aullidos. Sin más datos sobre usted. Es como ir borrando huellas.
Este libro ha sido una lobotomía. Estrellé en el papel mis lóbulos frontales. Ahora puedo preparar mi desaparición y mi muerte. El que nos hiere nos regala la soledad, y esa soledad tiene un valor incalculable para seguir cayendo.
¿De qué manera es su vida el único argumento de su obra?
Las letras me las da la vida, como decía El Agujetas. Soy tan pobre que sólo dispongo del "yo", del "ser". Pero eso por sí solo no vale. Debe convertirse en supremacía estética. Hay que trabajar mucho, tanto como Tolstoi, hasta que te duele el espinazo de escribir. Es una cuestión de fuerza física, como dice Joyce Carol Oates. Al final no es el yo o la ficción, es literatura. El debate entre la literatura del yo y la ficción no me interesa porque no existe.
¿Y qué le importa o le interesa de este tiempo?
En estos tiempos hay que aprender a recordar lo que era el arte, debemos preservar el mundo de las imágenes que los poetas nos legaron en el siglo XX. En 'Caridad' reconstruyo una imagen de Las Mil y Una Noches de Pasolini (los amantes y la flecha dorada con forma de falo), lo hago para recordar esa imagen fundacional, para recordar lo que era el arte a medida que todo se vuelve más y más mediocre. Cuando fui a ver este verano 'La trilogía de la vida' de Pasolini éramos 10 personas en el cine y 500 imbéciles en la terraza de enfrente con un gintonic en la mano y la vacuidad en el rostro... El XXI es el siglo en el que las redes sociales prohíben publicar desnudos artísticos mientras un poco más abajo miles de jovencitas ofrecen sus servicios sexuales en sujetador y bragas. He visto pixelar hasta el pene de los perros. Eso sí provoca... Las fotos de García Alix, en cambio, no provocan sino que trascienden, en el siglo XX, en el XXI y en el XXII. Qué decir de Andrés Serrano o de Joel Peter Witkin... Pero en el siglo XXI se ha perdido el placer de contar, todo se ha vuelto reivindicación, baba y mensaje conciliador.
Dice en el texto titulado 'El estrangulador de Boston': "Al crecer perdemos las alas, se nos caen, como un diente de leche". ¿Y en qué nos vamos convirtiendo?
En almas cansadas, espíritus roídos y en payasos patéticos. Los peores son los expertos. Los que arguyen experiencia y sabiduría.
¿Escribir es no aceptar lo irremediable?
Escribir es hacerme estallar la cabeza para que otros beban vino en los trozos de mi cráneo.
¿De dónde viene su escritura?
Sin duda alguna viene de la rabia. Hay una rabia que debe canalizarse. La rabia procede de una herida, una herida de nacimiento que crece alimentada por el resto de las heridas, crece como un monstruo. Y ese monstruo me empuja a la venganza. Nací con esa bala en la cabeza. Si no encuentras el vehículo para liberar la ira acabas contigo mismo o empiezas a matar. Para mí sólo existen dos opciones, la escritura o la horca, y la escritura o el crimen. Mi infancia es muy similar a la de un psicópata. Intento transcenderla a base de belleza. Pero igual que se dice del mundo, en vez de todo podía haber nada. Yo me puse a trabajar.
¿A dónde va?
Me hago vieja. Los hay que están preocupados por el pelo y se largan a Turquía. Figúrate. A mí se me cayó de golpe de la sien derecha. Un hombre me abandonó de la manera más cruel posible, desapareciendo, y sucedió, de golpe, que mi sien quedó desnuda. Pensé: "Mira, es la sien donde se apoya la pistola". Los camareros que me conocen pensaban que estaba enferma. Al cabo de los meses el cabello volvió a crecer, pero completamente blanco, de una blancura incomprensible, demoniaca, como el pelo del Rey Lear bajo la tormenta. Temo que voy hacia la demencia, como mis padres. Es mi máximo miedo.
¿Qué le importa más en el mundo?
Las películas.
¿Y quién?
La persona que ha cuidado de mí durante 30 años. La única persona en la que puedo confiar. Eso es un privilegio del que a veces no soy consciente. A veces la basura de los demás me llega hasta los ojos y no sé verlo.
Escribir es hacerme estallar la cabeza para que otros beban vino en los trozos de mi cráneo
En este libro asoma un sujeto dañado, alucinado, también el suicidado por la sociedad. ¿Podría ser?
Absolutamente. Hace falta un grado de dolor alucinatorio para alcanzar algún tipo de conocimiento. Hace falta que la copa rebose. La cuestión es si la sociedad está preparada para asumir a los que se desvían, a los que no pueden más. Los manicomios, las cárceles y el arte recogen a los suicidados de la sociedad. Hoy Artaud estaría en el manicomio, ingresado por culpa de todos aquellos que lo nombran, la misma familia teatral de siempre.
¿Qué sitio tiene en estas páginas y en su vida la literatura?
La escritura es la pobreza absoluta, como decía Christian Bobin, es dar lo que no se tiene. Es la más grande de las pobrezas del Amor. Es la fragilidad indestructible, ese reino. No se puede leer ni escribir sin luz. La luz nos salva del miedo atávico a la oscuridad. En el fondo ignoramos todo acerca de lo que escribimos y leemos.
¿El teatro lo es ya todo?
Es tanto el fastidio, la hartura y el rechazo que me produce el mundo del teatro y su autocomplacencia, es tanto el repudio que me inspiran, rayano con la repugnancia, que a veces me avergüenza dedicarme a lo mismo que todos estos tontos habilidosos de la cultura sin arte, el clan. Me avergüenza. No soy de ahí, no soy. Me dices "teatro" y me amargo.
¿La poesía es algo?
La poesía es el canto. Cuando el mundo se destruya solo quedará el canto, como decía Schopenhauer.
¿Lo de afuera, lo que ocurre y cuentan los periódicos y dicen las radios, le empujan a escribir? ¿Le importa?
Todos los días introduzco la palabra "muere" en el buscador. Ahí aparece la madre que mata a sus dos hijas de un disparo de madrugada en una casa cuartel y luego se suicida. Aparece el jugador infantil que se desploma durante un partido sin posibilidad de reanimación. Aparece el obrero anónimo que ha muerto al caer desde la altura de una obra. Aparecen los atropellados, los asesinados, el cliente que mata a la puta, la pareja que decide quitarse la vida en un suicidio doble con somníferos bajo la nieve. Aparece la muerte de Godard. No necesito más. Un retrato conciso de la naturaleza humana, apenas un titular. El resto es campaña política, distorsión y manipulación, nada es verdad. Efectivamente todo es teatro del malo. Todo es John Doe [ficción]. Los medios crean al artista del Estado y al artista del Partido, y deciden a quien ignorar, sobre todo en un país de pequeñeces socialdemócratas como el nuestro. Prefiero el mundo oral, lo que me cuentan y quién me lo cuenta. Pero en los momentos en los que el sufrimiento es letal nada de eso importa. Más bien identificas tu violencia interior con la violencia del mundo, y quisieras que todos muriésemos abrasados por un fuego interplanetario.
¿Cómo imagina la felicidad?
Abrí la boca para respirar y me escupieron dentro. Puse mi alma en unas manos, y mi alma fue destruida. ¿Qué voy a pensar de la felicidad? La felicidad solo puede ser un estado de terror intolerable. La felicidad no es más que el miedo a perderla. No existe. Existe el terror. Hay un perro encima de mi casa que ladra ebrio de alegría cuando su dueña regresa. En cuanto ella se va, el perro aúlla, gime con desesperación atroz y escarba la puerta como quien es enterrado vivo y araña la tabla del ataúd. Hay noches enteras que escucho esos sonidos horrendos. La dueña no sabe de este sufrimiento espantoso cuando el perro la agasaja al volver. Eso es la felicidad. Un perro enterrado vivo rascando la tapa de un ataúd. Las personas que han sido enterradas vivas tienen las manos en forma de garra intentando quitar la tierra y su cadáver aparece con los ojos abiertos. Bajo la superficie de la alegría hay un horror incalculable. En fin, la felicidad es un fallo.