Lo que he aprendido como profesor durante
más de treinta años es sencillo: nunca estar satisfecho, nunca creer que se
tienen todas las claves porque se tenga mucha experiencia en el tiempo. Un
profesor es siempre un aprendiz en todos los sentidos. Su trabajo es
evanescente. Es como trazar una línea en la arena junto al mar. Totalmente
transitorio, precario, impredecible. El profesor debe ser una persona del
tiempo que está viviendo. Esto es importante. No puede quedarse atrás por
pereza o falta de ganas de adaptarse. Su trabajo exige una permanente
adaptación al tiempo histórico y existencial del momento. Debe leer la prensa,
conocer los avances de la ciencia, la cultura y la tecnología. Tener conciencia
de los grandes desafíos de la humanidad, de sus lacras, de sus injusticias.
Debería ser un hombre o mujer comprometido con su alumnado, con su realidad,
con sus circunstancias, que se insertan en un momento dado de la historia. Y
como todo momento de la historia es efímero. Su filosofía tiene más que ver con
Heráclito que con Parménides. Todo está en perpetuo estado de transformación.
Un día no es igual a otro día, un curso no es igual a otro curso, los
adolescentes no son siempre iguales, los profesores no son siempre iguales a sí
mismos. El profesor está mutando, igual que sus alumnos. La cuestión es
sincronizar ambas mutaciones. Si se produce el encuentro, las cosas funcionarán
por un tiempo. No es una garantía para nada. El profesor debe seguir buscando a
los sujetos de su materia que no permanece estancada en un saber consensuado y
fijo. No.
"Las palabras que mejor definen la educación son dinamismo, cambio, transformación. Fuego".
El profesor y los alumnos son viajeros en
el tiempo. No puede haber miradas atrás. No sirven. Solo miradas al presente
para intentarlo comprender o, si no, al menos, acercarse a su latido. Miradas
al presente y un presentimiento de futuro. ¿Qué es hoy? ¿Qué puede ser mañana?
¿Qué necesitarán estos muchachos en veinticinco años de lo que yo hoy les estoy
ofreciendo? ¿Qué necesitan retener? ¿Acaso hay algo inmutable que deba ser para
siempre? Sí, un instrumento, el lenguaje. Este sirve para abrir los ojos ante
el mundo, para transformar lo dado en algo potencialmente deseable. El lenguaje
en cualquiera de sus vertientes nos ayuda a desentrañar la madeja de la
incertidumbre. Somos profesores de lenguaje, de lenguajes, en muchas áreas.
Este es el instrumento de nuestra profesión. Atados al tiempo que no cesa.
"Un profesor y un alumno se ligan espiritualmente en esa búsqueda incierta. Y utilizan el lenguaje para encontrarse. Dos perspectivas vitales distintas pero que logran sincronizarse en el frenético devenir de los días".
No hay detención
posible. Solo implementación de futuro en un construir instrumentos que nos
liguen al cambio, imposible de detener. El profesor que se detenga, que no
pueda seguir, quedará anclado a la pata de su cama. Y se perderá el horizonte
de lo que vendrá. El profesor en cierta manera es un pequeño filósofo que no
sabe solo de su materia sino que se interroga constantemente si es correcto lo
que piensa. Vive en un proceso metacognitivo en que es también un salvaje que
alienta a sus alumnos a danzar con el torso desnudo y antorchas encendidas en
un rito de iniciación y gritos de esperanza en el amanecer que será siempre otro:
¿podría ser de otra manera? Los hombres salvajes y nosotros tenemos mucho en
común, y esto debe proyectarse en nuestro modo de dar clase. La clase es una
asamblea de emociones y el profesor abre su corazón y su mente delante de sus
alumnos para que ellos también puedan hacerlo. En cierta manera es una tribu
presocrática que celebra los rituales de hermandad en un conocimiento que se
está transformando. Los guerreros necesitan elixir para seguir cazando en las
llanuras que serán su futuro. El profesor no debe ser necesariamente un asceta
ni una esfinge. No. El profesor también se unirá a la caza. Su acción se
desarrolla por la exfluencia, un concepto que expresa la mezcla de tiempo y
conocimiento mediante un proceso de acercamiento mutuo.
Ser profesor es un desafío, una forma de
dar un hachazo a la selva primigenia donde todo estaba confuso y los seres
humanos se hundían en las ciénagas. Hace milenios logramos salir de allí y
desde entonces seguimos caminando de un anochecer a otro, de un día a otro, que
nunca son iguales, que siempre tienen tonalidades distintas.
Estamos más cerca de Jung que de Freud.
"Parece una situación sencilla esa de entrar en un aula y mirar a los ojos a los alumnos y decir... ¿decir qué?"
Eso debe ser diferente cada día, cada
año, cada estación. El tren no se detiene y avanza implacable. Cuando se está
cansado, uno debería irse a la montaña y dejarse devorar por las alimañas como
en La balada de Narayama. Tal vez
después del sueño, surja de nuevo la pasión de enseñar.