Hace algunos años yo era profesor de lengua de primero de bachillerato. Tuve ocasión de abordar algunos temas que creí que podían llevar a un debate interesante como
es la comunicación.
Les hice leer el libro de
Flora Davis,
La comunicación no verbal y les propuse un texto extraído de la trilogía de
Primo Levi, concretamente del tercer libro,
Los hundidos y los salvados, el capitulo titulado precisamente
La comunicación. En él se abordaba el proceso de comunicación en el
lager, el lenguaje utilizado, la necesidad de entender alemán para intentar sobrevivir, los términos y lenguas utilizadas entre los prisioneros. Era un material magnífico para reflexionar sobre la comunicación en las más extremas circunstancias.
Posteriormente les fotocopié un artículo de David Grossman titulado Carta a un amigo palestino en la que se planteaba la necesidad de comunicación en las más difíciles coordenadas entre la inteligencia de los dos pueblos, el judío y el palestino. Reconocía el sufrimiento del enemigo (el pueblo palestino) y a la vez pedía que se tuvieran en cuenta la lucha por la supervivencia del pueblo judío. Son dos lógicas que llevan a un conflicto envenenado sin solución. El artículo era de 1996 o 1997. Isaac Rabin, el último primer ministro que había intentado la paz con los palestinos, había sido asesinado por un iluminado judío el 4 de noviembre de 1995. La posible paz estalló en pedazos por obra de fanáticos como Ariel Sharon o Benjamín Netanyahu en el lado judío. Se construyeron muros ominosos y se incrementaron los asentamientos en Cisjordania y Jerusalem, los fanáticos palestinos utilizaron los hombres bomba, se lanzaron cohetes sobre Israel, e Israel respondió con campañas terroríficas como la del Líbano o la invasión de Gaza.
Nada parece conducir a la paz.
En aquel 1997, para mi sorpresa, recibí tras haberles entregado el texto de Primo Levi y el de David Grossman (dos intelectuales judíos, ninguno creyente), una nota correctamente redactada de un padre de una alumna en que se me reconvenía por la propaganda sionista que dirigía a mis alumnos. La reiteración de textos de escritores judíos me hacía sospechoso de sionista.
Aquello me dio ocasión para debatir el asunto entre mis compañeros en los que encontré opiniones totalmente dispares. Había quienes condenaban sin paliativos la política de Israel y extendían su opinión negativa sobre el lobby judío, y los judíos en general. Estos eran mayoría. Advertí, sin lugar a dudas, la simpatía que suscitaba la causa palestina, la historia de un pueblo que había sido despojado de su tierra por una conspiración sionista y su influencia en los Estados Unidos. Creí detectar mezclado con este argumento un larvado antisemitismo.
Hubo, en cambio quien me confesó su admiración por el pensamiento judío, por la cultura judía y el estado de Israel inmerso en una lucha agónica por su supervivencia enfrentada a un mar de árabes que desean su aniquilación.
El compañero que me habló admirado de la cultura judía me citó hombres destacados pertenecientes al mundo judío: Marx, Einstein, Freud, Sara Bernhardt, Hannah Arendt, los hermanos Marx, Franz Kafka, Gertrude Stein, George Gershwin, Primo Levi, Woody Allen, y me explicó que el cine de Hollywood en su mayor parte, en sus años dorados, estuvo financiado y dirigido por judíos que tenían proscrita su participación en otros negocios en Estados Unidos. Entre las sociedades fundadas estarían la Paramount Pictures, Metro Goldwyn Mayer, Fox Film Corporation, Warner Bross… todas tienen en su origen a judíos askenazies que emigraron de Europa a los Estados Unidos. Se puede decir que el American Way ol life que conformaron nuestras retinas tiene su origen en la imaginación judía, como buena parte de nuestra forma de entender el mundo y nuestro sentido de la cultura.
Siempre que deseo algo de orientación en este conflicto entre israelíes y palestinos me gusta oír la voz de Amos Oz, de David Grossman, recordar a Hannah Arendt. Me gusta la iniciativa de la orquesta de música compuesta por palestinos y judíos que viaja por todo el mundo llevando un mensaje de convivencia. Me cuesta encontrar intelectuales palestinos que tengan una voz reconocible. Entre ellos destaca la voz de Mahmud Darwish el poeta palestino más destacado y muerto recientemente. Quiero traer su voz a este blog, esperando que este conflicto envenenado y doloroso que condena al horror a los dos pueblos, pueda tener fin. Los israelíes, porque viven fundamentados en el miedo, el miedo y la prepotentecia, pues temen que algún día puedan ser exterminados como pasó en la Shoah y eso determina sus reacciones, su agresión, su forma cerrada de entender el mundo y su relación con los árabes y los palestinos en particular. Y los palestinos, que sobreviven sin tener tierra, sin tener estado, sin tener patria, hacinados en campos de refugiados indignos, y sometidos a los fanáticos y al miedo de Israel.
Para que ambos pueblos puedan reconocerse y entender sus miedos respectivos:
Vengo de allí y tengo recuerdos
Nací como nacen los mortales, tengo una madre
Y una casa con muchas ventanas,
Tengo hermanos, amigos,
Y una celda de prisión con una ventana abierta hacia el frío.
Mía es la ola, acarreada por las gaviotas,
mi visión es el horizonte
con una simple brizna de hierba.
Mía es la luna en los confines de las palabras,
Y la munificencia de los pájaros,
Y el olivo inmortal.
Caminé por esta tierra antes de que las espadas
Convirtieran su vivo cuerpo en una piedra desnuda.
Vengo de allí. Para mi madre, soy el cielo,
Cuando el cielo llora por su madre.
Y lloro para que me escuche
Una nube que regresa.
Aprendí todas las palabras dignas del tribunal de sangre
Para así romper las reglas.
Aprendí todas las palabras y las descompuse
Para componer una sola palabra: Patria.
(Yo soy de allí, Mahmud Darwish, traducción del francés de Ani Granson).