
El futurismo nació en 1909 con el manifiesto firmado por Filippo Tommaso Marinetti. Es uno de los primeros movimientos de vanguardia que van a jalonar el primer tercio del siglo XX. Sus postulados rendían culto a principios como la irracionalidad, la técnica, la velocidad, el belicismo, la violencia… Su praxis e ideología se acercó al fascismo italiano por su canto del patriotismo y la agresividad. Era una estética rupturista que luchaba contra el aburrimiento de museos, profesores y saber empaquetado. Como valor supremo establecía la velocidad y en consecuencia también la visión fragmentada de la realidad que también había presentado el cubismo.
El futurismo tuvo el acierto de describir los valores que iban a dominar en el mundo moderno. En el momento que nace es la época del inicio del cine, del automovilismo, de la confrontación bélica a escala planetaria, de las nuevas máquinas, de los movimientos de emancipación de la mujer. Sin duda, la historia se orientaba hacia un dinamismo y velocidad sin precedentes en el pasado.
Dicha velocidad y el fragmentarismo han sido los valores crecientes de nuestro pasado inmediato. Cada generación ha vivido a una velocidad mayor que las anteriores. Probablemente durante el siglo XX han tenido lugar hechos más trascendentales que en muchos siglos de historia anteriores. Todo cambia a una velocidad de vértigo. La tecnología es la nueva religión del tiempo actual. Cualquier máquina que tengamos queda inmediatamente anticuada, cualquier artefacto informático queda caduco en un par de años y siempre el signo es el mismo: los nuevos son exponencialmente más veloces que los anteriores.
Esto lo podemos aplicar al terreno del conocimiento y al de la enseñanza lo que es el objetivo de este post. Nuestros alumnos son hijos de un mundo donde domina absolutamente la televisión con múltiples canales que tienen como base evitar el aburrimiento y la estética del cambio permanente; son hijos de un mundo informatizado servido por internet en el que el acceso a los datos es inmediato; son poseedores de artefactos móviles que les comunican instantáneamente con miles de terminales de igual signo; dichos mecanismos hacen fotografías, reproducen música, reciben y emiten mensajes en el tiempo cero de la inmediatez; nuestros alumnos se comunican mediante chats en lenguajes que tienden a la síntesis más absoluta en cuanto a las formas y los contenidos. No hay nada que decir y se transmite en un soporte igual de banal. Sólo hay que recorrer cualquier chat para ver la sustancia comunicativa que circula.
Nuestros alumnos son hijos de un mundo vertiginoso y fragmentado. No existe idea de unidad o de totalidad en sus mentes. Sus cerebros se han adaptado y ya no perciben las estructuras continuas, la ilación de ideas, la densidad del lenguaje, una visión interior de las cosas y del mundo. La misma idea de “sentido” ha quedado obsoleta. Las cosas existen en movimiento, es absurda la pretensión de aspirar a que tengan sentido, según la escala de valores del mundo que estamos viviendo. Me muevo, chateo, envío mensajes, tengo chispas de imágenes en el cortex cerebral, luego existo podría ser la versión contemporánea del razonamiento cartesiano.
Por eso nuestros alumnos en clase están inquietos como si tuvieran lagartijas en el culo. Vamos demasiado lentos. Nuestras explicaciones son prolijas. Su ciclo de atención es muy corto. Viven en un mundo de infinitos fragmentos que se suceden y se superponen sin significar nada. ¿Para qué significar? La Edad Media, El Renacimiento, la novela del XIX ¿Y eso qué es? ¿Qué me dice a mí esa antigualla? Se trata de vivir en el más absoluto y rápido presente. Es el carpe diem aplicado a los tiempos modernos, es el aquí y el ahora de los principios budistas. El pasado está muerto como clamaban los futuristas. Nunca podremos satisfacer su extraordinaria necesidad de novedades cada vez más impresionantes y espectaculares.
Hemos debido adaptarnos a la estructura de su cerebro mutado. Los libros de texto son sucesiones de fragmentos que no constituyen una unidad. Cada tema contiene cinco o seis subtemas variados que tienen algunas ideas directrices pero que no permiten la ilación de contenidos. Los libros se han hecho semejantes a internet. Podría irse saltando de subtema a subtema de otra unidad pero eso en un libro que parece continuo les despista. Sólo son felices con tareas mecánicas en las que puedan abstraerse o frente a la pantalla de un ordenador dando saltos hipertextuales en los que se contemple algo y pueda cambiarse en décimas de segundo a otros contenidos y a otras imágenes.
¿Qué lugar queda para las grandes metáforas del pasado, para las largas historias e ideas que vertebraron el mundo durante siglos? ¿Adónde nos conduce esta inmediatez, esta transitoriedad absoluta, esta banalidad de signos vacíos? La única solución que me llega a esta pregunta compleja es que al mercado, al consumo lleno de ansiedad de etiquetas y productos nuevos, a la insatisfacción permanente: nunca estaremos llenos, siempre nos faltará algo, el mundo va demasiado lento para nuestra ansia de novedades. La escuela es un vestigio del pasado como el crucifijo y la Biblia, y la Literatura, y la Historia, y la Filosofía. ¿A quién le interesan las ideas? Vivimos en un universo de imágenes cambiantes y a creciente aceleración. Es un mundo plano, sin relieve. Pero ¿a quién le interesa el relieve o el sentido?. Sólo a los salvajes, a los bárbaros, que nuevamente vendrán a salvarnos de nuestra crisis si la historia es cíclica y algo nos enseña.