Hace unos días abordamos en clase de tercero de ESO el tema de los “géneros periodísticos”. Planteé la diferencia entre los géneros de información y los de opinión, unido a su gran y significativa diferencia. El género que centraba la unidad didáctica era el de la noticia.
Por curiosidad pregunté a mis alumnos qué periódicos se leían en su casa. Hice una rápida prospección que me dejó absolutamente confuso. No había un solo alumno en cuya casa se leyera la prensa. Tal vez algún periódico deportivo o, en el mejor de los casos, aquellos que se reparten gratuitamente en el metro. La encuesta en su inicial inocencia no intuía este resultado abrumador y tremendo porque esta realidad generalizada en hogares de clase trabajadora ofrece amplios y complejos interrogantes.
¿Qué visión del mundo pueden tener estos alumnos o incluso sus padres? ¿Qué conciencia, en perspectiva, de la realidad mundial y nacional? ¿Qué opiniones políticas, sociales, históricas y culturales pueden deducirse de tal ignorancia? ¿Puede haber algo más que esquemas pobrísimos llenos de desconocimiento de la realidad de nuestro tiempo?
¿Qué pueden saber del engaño masivo por que fuimos llevados a la guerra de Irak? ¿De la creciente desigualdad de riqueza en el mundo? ¿Del desastre ecológico que nos acecha? ¿De la desertización y la deforestación? ¿De la elevación de las temperaturas medias del planeta? ¿Del protocolo de Kioto? ¿De los debates profundos de la ciencia en tantos terrenos? ¿De los sucesos históricos recientes: la guerra de la antigua Yugoslavia, el asedio de Sarajevo; las matanzas de Ruanda en el año 1994; de la guerra en África Central que ha producido millones de muertos; del hundimiento de África; de la guerra en Sudán en la región de Darfur; del llamado choque de civilizaciones pronosticado por Samuel Huntington…? De tantas y tantas cosas que conforman nuestro mundo y nuestra civilización sometida a una profunda reestructuración.
Del pasado saben poca cosa, casi nada. Saben que hubo un señor llamado Hitler que mató a muchos judíos, pero poco más. De Franco y su dictadura no saben nada; ni de la Segunda República de la que este año se cumple el setenta y cinco aniversario.
Me preocupa semejante ignorancia porque estos son ciudadanos del futuro y carecen de cualquier tipo de opinión que no sean prejuicios y superficiales destellos que les llegan a través de los medios de comunicación audiovisuales que se centran en la realidad más inmediata y anecdótica. Cabría preguntarse si esta indiferencia ante la realidad es en realidad vocacional. No son los hijos sólo, son los padres los que voluntariamente ignoran el mundo. ¿Acaso se ha extendido una conciencia de que todo es inútil, que es imposible cambiar nada, que los sucesos históricos nos sobrepasan y que es absurdo pensar que el ser humano puede ejercer la más mínima influencia sobre la realidad? Mejor desconocerla porque es fea y depresiva. También existe una conciencia de que la política es sucia, que todo está contaminado de podredumbre y que es mejor ignorarlo. Lo único que se salva de esta debacle informativa es el fútbol convertido es el espectáculo mayor de nuestro tiempo.
Al hilo de estas reflexiones se me ocurre que en el fondo la noción de realidad es la que le afecta a uno mismo. Esa es la visión del mundo que tienen mis alumnos: lo que tienen delante de la forma más inmediata. Es como formar parte de un mundo de seres-familias-grupos burbuja conectados por cien mil hilos con la complejidad del siglo XXI pero ignorando claves, nexos, relaciones, razones históricas…
Son tiempos de cambio y desafíos terribles, pero el ciudadano medio, el que pertenece a las capas humildes de la sociedad, mira desoladoramente a su ombligo y el mundo parece importarle un higo. A mis alumnos ni eso. ¿Qué ideas pueden aportar, pues, a cualquier debate que tenga la historia o la realidad como eje? ¿Qué les interesa que vaya más allá de su individualidad, grupo o barrio? Eso unido al empobrecimiento demoledor de la capacidad expresiva oral y escrita nos perfila a unos ciudadanos del futuro que nos llevan a una profunda perplejidad.
Por curiosidad pregunté a mis alumnos qué periódicos se leían en su casa. Hice una rápida prospección que me dejó absolutamente confuso. No había un solo alumno en cuya casa se leyera la prensa. Tal vez algún periódico deportivo o, en el mejor de los casos, aquellos que se reparten gratuitamente en el metro. La encuesta en su inicial inocencia no intuía este resultado abrumador y tremendo porque esta realidad generalizada en hogares de clase trabajadora ofrece amplios y complejos interrogantes.
¿Qué visión del mundo pueden tener estos alumnos o incluso sus padres? ¿Qué conciencia, en perspectiva, de la realidad mundial y nacional? ¿Qué opiniones políticas, sociales, históricas y culturales pueden deducirse de tal ignorancia? ¿Puede haber algo más que esquemas pobrísimos llenos de desconocimiento de la realidad de nuestro tiempo?
¿Qué pueden saber del engaño masivo por que fuimos llevados a la guerra de Irak? ¿De la creciente desigualdad de riqueza en el mundo? ¿Del desastre ecológico que nos acecha? ¿De la desertización y la deforestación? ¿De la elevación de las temperaturas medias del planeta? ¿Del protocolo de Kioto? ¿De los debates profundos de la ciencia en tantos terrenos? ¿De los sucesos históricos recientes: la guerra de la antigua Yugoslavia, el asedio de Sarajevo; las matanzas de Ruanda en el año 1994; de la guerra en África Central que ha producido millones de muertos; del hundimiento de África; de la guerra en Sudán en la región de Darfur; del llamado choque de civilizaciones pronosticado por Samuel Huntington…? De tantas y tantas cosas que conforman nuestro mundo y nuestra civilización sometida a una profunda reestructuración.
Del pasado saben poca cosa, casi nada. Saben que hubo un señor llamado Hitler que mató a muchos judíos, pero poco más. De Franco y su dictadura no saben nada; ni de la Segunda República de la que este año se cumple el setenta y cinco aniversario.
Me preocupa semejante ignorancia porque estos son ciudadanos del futuro y carecen de cualquier tipo de opinión que no sean prejuicios y superficiales destellos que les llegan a través de los medios de comunicación audiovisuales que se centran en la realidad más inmediata y anecdótica. Cabría preguntarse si esta indiferencia ante la realidad es en realidad vocacional. No son los hijos sólo, son los padres los que voluntariamente ignoran el mundo. ¿Acaso se ha extendido una conciencia de que todo es inútil, que es imposible cambiar nada, que los sucesos históricos nos sobrepasan y que es absurdo pensar que el ser humano puede ejercer la más mínima influencia sobre la realidad? Mejor desconocerla porque es fea y depresiva. También existe una conciencia de que la política es sucia, que todo está contaminado de podredumbre y que es mejor ignorarlo. Lo único que se salva de esta debacle informativa es el fútbol convertido es el espectáculo mayor de nuestro tiempo.
Al hilo de estas reflexiones se me ocurre que en el fondo la noción de realidad es la que le afecta a uno mismo. Esa es la visión del mundo que tienen mis alumnos: lo que tienen delante de la forma más inmediata. Es como formar parte de un mundo de seres-familias-grupos burbuja conectados por cien mil hilos con la complejidad del siglo XXI pero ignorando claves, nexos, relaciones, razones históricas…
Son tiempos de cambio y desafíos terribles, pero el ciudadano medio, el que pertenece a las capas humildes de la sociedad, mira desoladoramente a su ombligo y el mundo parece importarle un higo. A mis alumnos ni eso. ¿Qué ideas pueden aportar, pues, a cualquier debate que tenga la historia o la realidad como eje? ¿Qué les interesa que vaya más allá de su individualidad, grupo o barrio? Eso unido al empobrecimiento demoledor de la capacidad expresiva oral y escrita nos perfila a unos ciudadanos del futuro que nos llevan a una profunda perplejidad.
Como periodista que soy puedo decirte que el lector medio sobrepasa los cincuenta años. Cada vez se lee menos y los periódicos están luchando por su vida -- lanzando proyectos como esos de distribuir resumenes gratis en los metros a ver si enganchan nuevos lectores. Aquí en EE.UU. muchos periódicos regalan buena parte de su edición a las escuelas para que se usen en asignaturas, pero cada vez que vienen los números de circulación se ve un declive. Igual pasa con los libros. Y esto sucede a pesar de que la población del mundo sigue creciendo, que habiendo más gentes hay menos lectores. Hay mucha dependencia de la televisión para la información, aunque la mayoría de noticieros y programas de televisión no dedican más que treinta segundos a un minuto a cada nota. Por otro lado, los lectores que hay andan más por la internet -- y por eso muchos diarios empiezan a lanzar blogs y proyectos de multimedios. Al fin de cuentas, el asunto es que se lee menos y eso tendrá implicaciones serias para el futuro, porque para aprender cualquier materia (llámese ingeniería, medicina o enseñanza), hay que leer. Leer es también una disciplina mental que nos enseña de cierta manera a seguir una idea o pensamiento hasta el final. Creo que es posible una situación en la que quienes leen someten a los que no leen porque controlan el flujo de la información.
ResponderEliminarVer mi Libro abierto.
Hay más información, y más dónde elegir, demasiado. Y uno ya no se cree nada. Quizá habría que crear leyes que aseguren la veracidad de los hechos narrados (quizá una utopía por la inevitable subjetividad del autor), o nuevos métodos que nos ayuden a organizar los datos...Si los tiempos cambian,todo tiene que adaptarse a ello.
ResponderEliminarCoincides, Simalne, pues, que una de las razones del ocaso de la prensa es la falta de creencia en la misma. Yo soy lector de periódicos desde siempre. Mi padre siempre lo compraba y yo me acostumbré a tenerlo desde que era un baby de cuatro años. No sé qué me faltaría sin mi dosis diaria de lectura periodística. Una vez estuve seis meses sin comprar periódicos como experimento. Tampoco veía los noticiarios. Fue una experiencia fantástica, relajante. Leer la prensa te somete a un estrés intenso. El mundo se cae a pedazos si sigues el estado de la actualidad. También hay testimonios de resistencia, de solidaridad, de amor... No podría estar sin esa experiencia aunque reconozco que cuando he prescindido de ella, ha sido gratificante. No sé, será un vicio. Nos añade algo, como la literatura. También se puede vivir sin ella. Hay mucha gente que lo hace, pero peor para ellos.
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