En el debate interesantísimo sobre la hipotética rebelión de los jóvenes del post anterior ha sido reiterada la respuesta de que ésta es imposible porque los jóvenes constituyen unas generaciones que lo han tenido todo demasiado fácil y no están acostumbrados al esfuerzo. La abundancia mata el deseo y es difícil educar en el exceso, combinado con la falta de normas y de disciplina. El resultado es un estado de acomodo, de hedonismo extremo y de renuncia a aspiraciones más complejas que el propio bienestar material sin demasiado trabajo o sacrificio.
Tendría que hacer algunas puntualizaciones:
- No todos los jóvenes corresponden a este esquema. Los hay muy disciplinados y trabajadores que intentan superarse en ambientes absolutamente contrarios a dicho esfuerzo, especialmente en la ESO y el Bachillerato y que llegan al mundo del trabajo o a la universidad con tesón - con enorme fuerza de voluntad- y obtienen becas que consiguen por la calidad de su trabajo.
- Hay jóvenes que se van de casa a los dieciocho años a vivir independientes por diversas razones. Son pocos, es cierto, pero existen.
- Hay jóvenes comprometidos que no responden a dicho modelo y que aspiran a ser útiles a los demás y trabajan en temas como el voluntariado, ONGs, servicios sociales, organizaciones solidarias…
- No es nuevo el hecho de unos jóvenes que lo tengan todo demasiado fácil. Lo mismo se dijo de los jóvenes instalados en los años sesenta respecto a las generaciones anteriores y que fueron protagonistas de la década prodigiosa. He sido profesor durante treinta años y tengo la impresión de que en general la mayoría de mis alumnos – en centros claramente interclasistas- en los años ochenta y noventa respondían a un esquema de tener una economía favorable en su hogar y, por tanto, se les podría aplicar el mismo razonamiento. Tenían todo lo que se podía aspirar en dichas circunstancias. Tampoco les faltaba de nada. El argumento de dar a los hijos todo lo que no se pudo tener como padres no es nuevo.
- Hay jóvenes - inmigrantes o no- que viven con escasa comodidad y sí con carencia de lo básico. Su situación es muy precaria. Además la crisis hace que se acentúe su fragilidad económica (padres en paro y sin recursos, desarraigo…)
Sin embargo, sí que observo algunas diferencias respecto a generaciones anteriores. Entiéndase que quiero hablar de ciertas tendencias que pueden no ajustarse a casos particulares:
- Hay en la época que vivimos –al lado de una desmotivadora saturación de objetos y de imágenes- una percepción muy negativa del futuro. Durante etapas anteriores siempre esperábamos mucho de ese futuro que debía ser mejor y esperanzador. Creíamos en ese concepto llamado progreso. Los punkies escribían en las paredes “No future”, y pienso que esta sensación se ha interiorizado inconscientemente y los jóvenes tienen asumido que hay que vivir el presente porque el futuro es amenazador. ¿Para qué esforzarse ante un futuro tan incierto? El resultado es una apatía situacionista.
- Hay entre los jóvenes extendida una renuncia al pensamiento. No saben pensar o no quieren pensar. Fundamentalmente quieren sentir más que reflexionar. ¿Para qué pensar si el pensamiento no nos ayuda? Además requiere esfuerzo y dedicación. Esto es un claro contraste con jóvenes de anteriores generaciones a los que sí gustaba pensar, les estimulaba pensar y, en consecuencia, sentían la necesidad de expresarse y de comunicarse mediante ideas. Ahora se transmiten sensaciones, estados de ánimo, fotografías, iconos, mensajes breves y apenas elaborados que no contienen información más allá de la función fática.
- El nivel expresivo de los jóvenes es muy inferior a los de etapas anteriores. Quizás por esa falta de convicción de que el lenguaje elaborado sirva para algo o que deba ser vehículo de ideas y que éstas deban ser correctamente expresadas.
- La irrupción abrumadora de la tecnología ha fomentado una atención discontinua y dispersa con la que es imposible sujetarse a algo más allá de unos minutos o incluso segundos. Se necesitan continuamente novedades y estímulos sorprendentes para retener a los jóvenes en algo. La vertiginosa sucesión de imágenes en internet no favorece la atención en algo con demasiada profundidad, y además ésta no es valorada. Se prefiere la epidermis de las cosas, la superficialidad más extrema, la espuma que cubre los fenómenos que cambia a velocidad acelerada.
- Declive de la concentración y la atención en cualquier tarea, especialmente en la que implica habilidades lectoras y comprensivas. La dispersión mental hace difícil el centrarse en una secuencia lineal y seguirla. La tecnología y el mundo de internet ha conformado un cerebro discontinuo, acostumbrado a los saltos constantes y a la presencia vertiginosa de imágenes en sucesión. El ejercicio de la lectura es muy difícil para muchos de estos jóvenes, que no encuentran aliciente en su mecánica lineal ni en los temas planteados que no corresponden a los mundos interactivos y virtuales que tienen en su imaginación (videojuegos, chats, redes sociales, youtube, televisión...). Se puede decir que el mundo de la gran literatura se ha convertido en totalmente opaco para ellos. Ni les dice nada ni tienen nada que ver con él.
- Disminución de la capacidad de introspección, de observación de los infinitos matices del mundo personal e interior, que se revela únicamente en elementales reacciones emocionales ante el exterior. Lo cierto es que no carecen de riqueza sentimental pero les faltan matices y el lenguaje necesario para expresar esas vivencias interiores.
- Interés por los mundos virtuales o paralelos fundamentalmente artificiales en que pueden tener avatares que permiten dar salida a su imaginación transformada por el cambio tecnológico. Internet ha conformado una nueva dimensión de la realidad, ubicua y proteica.
- Necesidad de un permanente estado de diversión o entretenimiento que ancle la atención del cerebro durante unos instantes fugaces. Fuera de esto todo es aburrido y carente de interés. La vida real se percibe como aburrida. Sólo lo que tiene lugar delante de la pantalla parece adquirir dimensión y proporcionar excitación.
- Se ha difundido un modo pueril de estar en el mundo. No se da importancia a crecer personalmente, a madurar, a llegar a ser responsables… Los medios de comunicación difunden seductoras imágenes de peterpanes eternos que no quieren crecer ni hacerse mayores. Los personajes públicos admirados son aquellos que consiguen todo sin aparente esfuerzo y abundan en el comportamiento de la grosería, la falta de respeto, en el griterío... Permanentes adolescentes a los que no son ajenos los políticos en el parlamento, los jueces, los personajes populares de la televisión y de las revistas, los futbolistas estrella…
- Horizontalidad en las relaciones humanas. Los profesores, los padres y las personas mayores se entienden como individuos en el mismo nivel y cuyo saber o experiencia no les añade un valor especial. El modelo de jerarquía de cualquier tipo ha sido sustituido por el de las redes sociales totalmente horizontales. La pedagogía partidaria del igualitarismo habla del profesor como coordinador entre iguales y de la eficacia de las relaciones del cooperación y equipo frente a las de subordinación.
- Falta de confianza en el debate, en el intercambio de ideas para acceder a una realidad más compleja. Nadie escucha a nadie. Los diálogos se basan en sensaciones y no se presta atención a las raíces profundas de las cosas.
- Desmotivación ante los objetivos a medio y largo plazo. Sólo importa lo inmediato, lo instantáneo, todo lo que está al alcance mediante un clic. Como decíamos, el futuro se percibe lleno de incertidumbre.
- Apatía, desmovilización y pasividad social. Es difícil que calen causas que vayan más allá del inmediato presente ni que vayan más lejos del ego propio o del grupo. El resultado es el conformismo y el conservadurismo político - si es que esta palabra adquiere algún sentido- encubierto por una rebeldía meramente formal.
- Creencia generalizada en que el conocimiento es algo ininteresante, inútil y aburrido. La cultura, en consecuencia, pierde su atractivo y se convierte en un lastre. Lo que tiene más de cinco años se convierte en irremediablemente antiguo e inservible.
El resultado de todos estos factores que he señalado hace de las generaciones actuales víctimas extraordinariamente propicias de la sociedad de consumo, frágiles, lábiles, difusas, carentes de convicciones profundas, individualistas, receptoras de eslóganes más que de ideas, con mentalidad fundamentalmente de consumidores, que pueden ser pasto muy fácil de futuros idearios demagógicos y populistas que puedan advenir y que sin duda advendrán (Recuérdese la fascinación que suscitaba el fascismo entre los adolescentes de la película La ola de Dennis Gansel) . Sólo haría falta que la crisis económica se profundizara, que hubiera una debacle general y que el estado de bienestar se viniera en líneas generales abajo. Pero he de reconocer que no son sólo los jóvenes los que padecen estos síndromes que he intentado reseñar. Es algo general y que se ha propagado a buena parte de la sociedad, igual que la carencia de ideologías que pretendan cambiar o mejorar el mundo o la esperanza en utopías renovadoras. Nunca se ha creído menos en nada. La política se percibe como sucia y propia de vividores. Todo es inestable y evanescente. Ya no hay vida eterna pero tampoco hay un futuro esperanzador. Sólo cuenta el aquí y el ahora de las sensaciones más efímeras. Un mundo en extremo frágil.
Quizás tengamos que reinventarlo todo.