Este post quiero dedicarlo con admiración a Miguel Delibes, fallecido hoy.
No es frecuente que nieve en Barcelona. Es más bien insólito y cuando leo que en otros lugares de la geografía española caen copiosas nevadas, me queda una sensación de melancolía parecida a la de cuando veo la alegría que produce en los afortunados el gordo de la lotería de Navidad. Es algo que sucede pero que nunca me pasa.
El ocho de marzo amaneció frío y el cielo cubierto y blanquinoso. No había oído ninguna noticia sobre las previsiones del tiempo. Sobre las once comenzó a caer aguanieve con intensidad. El corazón me latió más deprisa y me invadió algo parecido a la felicidad, pero no quería ilusionarme demasiado por miedo a sentirme luego decepcionado.
Los copos seguían cayendo pero eran muy pequeños y mezclados con agua. No se sabía bien si estaba nevando o lloviendo. Hacía frío. Estábamos a un grado, lo que es raro en esta ciudad de clima templado. Caminaba rápido. Entré en la panadería y pedí una barra de cuarto. Me la dieron calentita. La apreté contra mi pecho y me sentí confortado. Salí de nuevo a la calle bajo el aguanieve…
(…)
Sobre las cinco de la tarde estábamos inmovilizados en el coche en una de las rondas de Barcelona. Mis hijas nos esperaban en el colegio. Imposibilitados de continuar, tal era la tormenta blanca que caía, dejé en el coche a mi mujer en un túnel y salí a la superficie por una rampa ya impracticable para los vehículos que patinaban en ella. Afuera todo estaba cubierto por un manto blanco y mis pies se hundían en la nieve. Había unos quince centímetros de espesor y los coches no podían ya circular. Todo era un caos inesperado. Seguía nevando copos densos y majestuosos. Intentaba llegar al colegio, pero el paisaje me resultaba irreconocible. Todo estaba transfigurado y había cambiado su aspecto. Creo que fue entonces cuando me tomé una dosis imaginaria de LSD en forma de estrellita azul. La realidad era otra. Me costaba avanzar entre la ventisca y la lluvia de moscas blancas. Sentía una sensación próxima al deslumbramiento. El mundo se me aparecía como nuevo, brillando en una gama increíble de blancos luminiscentes. Atravesaba fascinado la avenida y ascendía lentamente por calles totalmente desconocidas. Tenía la impresión de estar viviendo un relato de Edgar Alan Poe, y no me cabía duda cuál. Estaba en la Narración de Arthur Gordon Pym, una de las más misteriosas historias de la literatura. Creí haber nacido también en Nantucket como el protagonista. Miraba los árboles inclinados por el peso de la nieve, los coches inmovilizados como cascarones varados en una playa blanca, las fuentes detenidas por el peso de la cinarra. Los escasos viandantes nos mirábamos sorprendidos y fascinados. Éramos nosotros y no éramos, la realidad era otra en un viaje interior. La literatura se erguía reivindicando su lugar en el mundo cuando parece que se la quiere expulsar de nuestras vidas. Deambulaba por parajes helados entre los neveros. El sol había desaparecido y era una luz lechosa la que nos irradiaba. Mis pies helados caminaban buscando algún punto de orientación. La realidad había cambiado y se había transformado en un mágico resplandor. Sonaban alharaquientos truenos haciendo más espectrales las imágenes de la blancura fantasmal que transrealizaba el mundo. Mi rostro estaba caliente y mi corazón sentía una radiante felicidad. Me agaché y tome en mis manos un montón de nieve virgen. Me admiré de sus cristales hialinos. La froté por mi rostro, y el frío me hizo reaccionar. Estaba en medio de una alucinación. Creía vivir en el interior de una novela. Me pasa en alguna ocasión. Concibo mi vida como un relato, un relato extraño. No sé si le pasa a todo el mundo. Ansío un narrador que dé cuenta del prodigio que es el mundo, de lo enigmático que resulta. Allí yo entre los jardines blancos, el cielo blanco, la realidad múltiple y misteriosa de infinitos tonos del blanco. Sé que los inuit tienen múltiples palabras para designar dicho color mientras que aquí no empleamos más que un solo vocablo: blanco. ¡Qué indescifrable resulta su magma interior! El magma del blanco en una explosión iridiscente de brillos azules en que el ego se disuelve sin necesidad de comprensión.
Llegué al colegio absorto en mis propias visiones de la realidad blanca que me deslumbraba. Mi anorak estaba cubierto por la nieve y mis zapatos empapados. Recogí a mis hijas e intentamos volver sobre mis pasos. Estaban tan maravilladas como yo. Todo era tan extraño y revelador… La nieve caía parsimoniosa y formaba conchestas en donde se acumulaba. Me hubiera gustado hablar a mis hijas de Coleridge, de Poe, de Julio Verne, de Aldous Huxley y de Lovecraft, pero preferí permanecer en silencio percibiendo la magia del hechizo que nos envolvía. ¡Qué sensación sobrenatural la de ese blanco infinito que nos rodeaba! Tomé varias fotos, muchas menos de las que hubiera querido hacer porque me obligaba a mirar por el objetivo de la cámara cuando eran mis ojos los que querían retener tanta luz fruto de la alucinación del instante único que estábamos viviendo. Todo era literatura, y en algún sentido cuando nos orientamos y encontramos el camino hasta donde estaba el coche bajo tierra, en la ronda de Dalt, tuve la sensación de la pérdida de un paraíso, de la huida de un momento estelar, del abandono de un acto poético y taumatúrgico. Era descender de nuevo a la tierra, entre el río de vehículos atrapados durante horas. Los conductores estaban fuera de sus coches y charlaban. Alguien me pasó un dónut de chocolate. Estábamos en el interior de una gruta y afuera el universo permanecía travestido y encantado. Duró sólo unas horas. Pude llegar a casa. Dormí solo -mi familia se aventuró en una travesía hasta la casa de unos amigos donde pasaron la noche- pero antes me fui a un chino a comerme una sopa de wantun calentita. Habían sido unos instantes poéticos de extraordinaria belleza. Me tomé una copa de vino de Marqués de Cáceres esperando soñar con ese mundo lisérgico en que me había quedado extasiado. Recordé a Borges (o tal vez aquella tarde en un hotel de Winnipeg donde te derramaste sobre mí) y pensé que en la piel de aquel tigre estaba cifrado todo el misterio del universo, pero también en aquellos instantes blancos en que la iluminación había tenido lugar. Me dormí maravillado y soñé enigmáticos sueños que me llevaron por un río infinito hasta que llegamos a una catarata entre el vuelo de grandes aves que gritaban "tekeli-li" y caí dulcemente viendo tal vez una amortajada figura blanca que tenía una luz y blancura semejante a la de la nieve. Me mantuve excitado toda la noche.
Y cruzarte con los coches a la deriva, los rostros cadavéricos de sus conductores atrapados picoteados por la nieve al caer...
ResponderEliminarEnhorabuena, Joselu, por la experiencia, por el relato y por la recuperación de una lectura de formación para mí imprescindible.
Fantástico relato, tanto que me hubiese gustado compartir mesa ante una sopa de wantun (que dicho sea de paso, no sé lo que es) y el Marqués de Cáceres.
ResponderEliminarSaludos amigo.
¡Tengo envídia sana!
ResponderEliminarMe he perdido el traje blanco que Barcelona se ha puesto este año. Sin estar ahí...me he emocionado estando en este pueblo de Alicante. Un relato genial.
Un placer leerte.
Un abrazo muy sereno para ti,
Naia
Ayss... quien hubiese estado entonces justo ahí, en tu cabeza. Qué envidia, chico... de la mala. ¿Acaso existe la buena? :P Menos mal que al menos nos lo has contado. No es lo mismo, pero bueno, también nos da para imaginar :-)
ResponderEliminarUn besín!
Me alegra que hayas alucinado de tal manera que el goce y el placer penetro en cada una de tus celulas, el placer es tan subjetivo como el dolor... y aunque el panorama blanco azul es hermoso; en mi subjetividad solo me da un dolor profundo en cada hueso de mi cuerpo.. si tan solo un frio suave me penetra me acalambro y el dolor me despierta, no es entonces para mi una alucinación agradable... prefiero la templadez y el clima cálido que cobija los verdosos arboles y permite disfrutar de un rico helado, un cholao o un mango biche.. bien por ti Joselu... mal por mi..un abrazo.
ResponderEliminarAquí, si alguna vez se despista el cielo y se pone a nevar, por equivocación, naturalmente, nos quedamos como gallinas mojadas, paralizados y medio lelos. Y luego hasta le hacemos poesías, como tú has hecho, pero en verso. Mira si la nieve es extraña para mí que, habiéndome casado con uno de Albacete, quiso él que yo conociera la nieve y me llevó al Veleta, a lo más alto que pudo. Me bajé del coche y no pude soportarlo, me dio un mareo que casi me caigo al suelo. Para mí lo peor era no saber dónde estaban las cosas, no tener referencias para situarme, pues todo era blanco y el aire confuso. Otra cosa es la nieve de los libros, que es bueno leerla en verano, porque refresca mucho, que de calor ya sabemos aquí de sobra.
ResponderEliminarBueno, Joselu, hoy me he tomado un rato para visitar a la gente que más me gusta. Entras en esa categoría, amigo. Un abrazo.
Ese es un buen chute de realidad mágica. La otra realidad, las consecuencias de la tormenta de nieve (incluida una víctima mortal), cuentan otro relato de gente sin electricidad y colas kilométricas de camiones atrapados en la nieve. Enhorabuena por el relato y la experiencia.
ResponderEliminarJoselu tienes que compartir con más asiduidad tu creatividad, felicidades por el relato.
ResponderEliminarSaludos.
Blanco por dentro. Blanco por fuera. Copo liviano. Paisaje deslumbrador. "Ciego de ensueño y loco de armonía", que cantó Darío. Subido a tus hombros, como en el señor de los alisos, me he hundido a cada pisada en la feroz experiencia del frío. Arriba y abajo. La orgía del delirio níveo -un "sí, veo" lleno de lucidez- y la solidaridad del gran atasco.
ResponderEliminar¡Qué placer viajar contigo sobre las palabras y dejarse llevar! Hechizado de blanco helor he seguido tu alucinación y aún me maravillo ccómo he logrado salir de ella para escribir estas gracias desangeladas, pero no congeladas, porque me salen ex abundantia cordis...
Un placer leerte, Joselu. Imagino el estupor y el gozo a partes iguales...
ResponderEliminarDelibes, el único escritor que consigue emocionarme en cada uno de sus libros.
ResponderEliminarEs "DELICIOSO" leerlo.
Saludos.
Menudo relato... lo tuyo es magia con las palabras, si no has escrito una novela aún, te animo a que lo hagas.
ResponderEliminarUn blog magnífico, asi da gusto leer.
Es revelador que alguien de mediana
ResponderEliminaredad se quede fascinado por la nieve cuando debería haberle sucedido hace muchos años.Se nota en el intenso escrito que no hay trampa, que realmente te puedes emocionar, otra vez, con el trámite de la efímera nieve, como si la vida tuviera aún sorpresas.
Saludos
Jajaja ¡¡Cómo me ha recordado este post, a mis habituales calenturas mentales, JOSELU!!
ResponderEliminarSiento haber llegado un poquito tarde, de hecho el de arriba te lo comento esta tarde, que ahora voy muy pillada de tiempo, pero no me he resistido a decirte en este, que me encanta las cosas que sientes, cuando la mayoría de la gente parece que no siente nada, bueno... Parece, que ...¡¡Vete a saber!! ;-)
Yo, soy una enamorada de la nieve, y además una afortunada, por que la veo muy a menudo. Si no la tengo cerca, voy en su busca.
Recuerdo cuando era pequeña, que en mi pueblo Ponferrada, cada invierno al volver de las vacaciones de Navidad, en el cole siempre nos hacían escribir una redacción sobre la nieve.
Cada año, versionándola, yo siempre escogía el mismo argumento...
"La montaña negra, que se hizo buena"
Verás, actualmente no existe, pero hasta hace unos años, en Ponferrada existía una montaña enorme, sobre la que crecían árboles de dimensiones considerables, para que te hagas una idea de su tamaño, pues bien. En realidad, era una escombrera de carbón, que se había formado a lo largo de muchísimos años de ir depositando la escoria de las minas de alrededor...
Cuando llegaba el invierno, toda la negrura que durante el resto del año, debíamos soportar ( de ahí, que la hicieran desaparecer) se convertía en una hermosísima montaña blanca por la nieve.
A mi me tenía encandilada, salía de casa y me quedaba absolutamente pasmada viéndola... Porque era algo así, como una transformación mágica, de algo feo, malo y perverso... En algo precioso.... No sé si es por eso, o por lo que sea, pero desde siempre me ha parecido la nieve algo mágico... Así es que comprendo muy bien todo lo que te ha hecho sentir.
Incluso estas Navidades, de camino a mi tierra para pasar las vacaciones, nos quedamos tirados en un puerto de madrugada, al cruzarse un camión en la carretera, cuando todo el mundo estaba súper angustiado, pensando en pasar la noche, dentro del coche, rodeados de nieve...Yo estaba feliz, no me importaba lo más mínimo, tú mira si no estaré un poco loca. ;-)
...Si le quitamos la sensación gélida y húmeda que se siente dentro de ella... ¡¡¡Pura magia!!!
Como todo lo que escribes, precioso.
Esta noche vuelvo, que lo de las moscas, también me ha encantado...
¡¡Ah!! no me voy sin decirte también que he sentido muchísimo la muerte del padre de Daniel "el mochuelo"...¡¡¡ Cómo me gusta ese libro!!!.
Además, tuve la suerte de conocerlo en persona y de verdad, que Delibes, tenía una cabeza y un corazón, que te enamoraba, todo un lujo, de verdad.
Por fuera, de apariencia poco expresiva, al minuto, percibías perfectamente, la especialísima persona que era. Espero que finalmente, se haya reunido con su esposa, a quien me consta, extrañaba muchísimo y... Sean eternamente felices, de corazón se lo deseo.
Bueno, y a ti también,
que pases un feliz domingo.
Muchos besos, JOSELU.