A través de Twitter llegué a una entrevista de Andreu Buenafuente a un joven de 23 años llamado Pau García-Milà, creador de un sistema operativo on line llamado Eye Os, que ya está presente en 67 países y que se codea con Microsoft, Google… Pau es de Olesa de Montserrat y su historia ha sido ampliamente publicitada en Cataluña como ejemplo de joven emprendedor, que tiene ideas y que, a pesar de la crisis, es capaz de salir adelante con un discurso que, sin grandilocuencia, tiene muchos elementos positivos para nuestros alumnos.
Enlazo aquí la entrevista para los que queráis verla. No tiene desperdicio y además es divertida. Eye Os es el proyecto tecnológico más audaz creado jamás desde España. Si Pau viviera en California, se codearía con los grandes de Sillicon Valley. Aquí tuvo que lidiar con el fatalismo al que se enfrentan los que tienen ideas y que las considera irrealizables y condenadas al fracaso. Ya se sabe que el que no hace nada, ve con suma hostilidad la acción de los otros que sí están intentando hacer algo, porque pone en evidencia su pasividad y su negatividad. Que alguien como nosotros triunfe en este país se ve con desconfianza y algo peor. Pau además empezó cuando era un pipiolo de diecisiete años. ¿Quién iba a creer en él?
He interrumpido las clases dedicadas a Enrique Jardiel Poncela para pasar a mis alumnos de bachillerato el vídeo de la entrevista arriba citada. Quería transmitirles un mensaje de optimismo en un contexto en que todo parece derivar en desesperanza. Es posible hacer algo si uno tiene ideas y la voluntad de llevarlas adelante. Las ideas valen dinero. No pueden esperar a que el trabajo les salga al encuentro y que las oportunidades les caigan de los árboles. No, –les he dicho- tienen que luchar intentando saber –conociéndose a sí mismos- que es lo que ellos pueden aportar de original al mundo en que vivimos. Todo está por hacer es el título de un libro de Pau García-Milà en que se expone que estamos en un momento óptimo para crear oportunidades si nos atrevemos a apostar, trabajamos duro y no tememos al fracaso. Y no cedemos tampoco al negativismo de todos los que desde todos los lados nos van a decir con fruición que nos la vamos a pegar, y que esperan ávidamente que se confirmen las expectativas para decirnos: ya te lo dije. Si por el contrario se tuviera fortuna, serían ellos –rabiosos- los que lo achacarían a la suerte o a los enchufes.
Es un gozo tener diecisiete años y tener el mundo por delante. Diez años después uno está condicionado ya por la situación. Este es el momento apropiado, les quería decir, para intentar proyectos que si no salen bien, no pasa nada, ya se intentarán otros.
Este era el mensaje que ha sido recibido en la clase con sumo escepticismo. He percibido ese fatalismo que describía arriba. Estos muchachos parecen no confiar en sí mismos. Han replicado que eso que le había pasado a Pau sólo ocurre una vez en muchos millones de ocasiones, que es como la lotería –en la que parecen confiar mucho más y lo han dicho-, que tampoco era para tanto lo que él había inventado y sobre lo que no habían oído nada. Otro me ha dicho que eso se lo dijera a su padre, al que intuyo pasando una mala situación. No he visto que el mensaje fuera recibido con receptividad y sí con cierta destemplanza porque incomodaba.
Yo recordaba además el caso de otro joven catalán llamado Albert Casals, minusválido en silla de ruedas, que se preguntó qué tenía él de especial y llegó a la conclusión de que lo único radicalmente original era precisamente su silla de ruedas, y además le gustaba viajar. Desde los quince años viaja por todo el mundo en solitario con permiso de sus padres. Además lo hace prácticamente sin dinero, y ha logrado salir adelante en todos sus viajes. Ahora que tiene ya la mayoría de edad, está preparando un viaje por África. Ya ha publicado dos libros: El mundo sobre ruedas y Sin fronteras. Uno de sus libros se lo presté a una muchacha que se considera sumamente desgraciada por tener que ir en silla de ruedas y a la que sus padres tratan con excesivo proteccionismo y le han hecho pensar que es una víctima. Se leyó apasionada el libro en pocos días y ahora me está haciendo un trabajo sobre él. Por fin había encontrado a alguien como ella, que había sufrido como ella, que tenía sus mismas limitaciones pero que se consideraba afortunado.
Es cierto que las ideas negativas nos condicionan, y además sacan lo peor de nosotros mismos. Cuando decimos que algo no es posible, escurrimos el bulto, y damos la batalla por perdida. Pero además –y esto es lo peor- nos sentimos obligados a machacar a cualquiera que intente plantear esa batalla y a creer en algo. Las ideas negativas son profundamente destructivas, y no es que este pesimista ciclotímico, al que ya conocéis, esté ahora defendiendo el llamado pensamiento positivo en forma de plantearse el mundo como una serie de Hanna Montana. No. No me gusta el canal Disney, pero es cierto que tenemos que sacar lo mejor de nosotros mismos y ser capaces de defender proyectos que nos ilusionen, y atrevernos a sentirnos pletóricos en su búsqueda. Aprender supone placer. Esto hemos de tener el coraje y la habilidad suficientes de saberlo plantear a nuestros alumnos, y hacer del conocimiento algo útil, que alimente la mente y la curiosidad innata que no sé por qué el sistema educativo va progresivamente ahogando. Sólo si disfrutamos, seremos potenciales transmisores de valores que lleven a la acción. Un pesimista amargado es un enterrador de sueños, aunque se puede ser pesimista ontológico en el fondo como Cioran, del que se cumple el centenario de su nacimiento, pero tener la entereza de disfrutar sin acritud del optimismo ajeno sin condenarlo.
Espero poder transmitir el mundo desde la dicha. Cuando no he sido capaz, he preferido orillarme y esperar.