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viernes, 25 de octubre de 2019

¿Confiar en los sentimientos?




Ayer me llevé una desagradable sorpresa con el whatsapp. Por la mañana había enviado un mensaje breve a un amigo del que me habían dado su número pero en el que no contestaba vía telefónica. Hace más de diez años que no lo veo. Le dije en mi mensaje que tenía ganas de hablar con él y que le enviaba un abrazo, poco más. Para mi terrible sorpresa por la tarde recibo una contestación que me dejó helado. Por lo que se ve este número no es el de mi amigo y yo lo había enviado a un número desconocido: Viejo asqueroso, no soy más que un niño, nadie te quiere, pedófilo de mierda.

Me quedé sin habla durante unos minutos. No entendía cómo se había podido producir semejante cruce de perspectivas. Borré el mensaje porque me hacía daño y el teléfono para no volver a creer que era el de mi amigo.

Luego me vinieron reflexiones sobre esto. Yo desde luego ignoro a quién le había enviado el mensaje, por otra parte tan plano y convencional, pero reaccionó con una intensidad terrible, y supongo que lo hace, alertado por el miedo compartido a cualquier tipo de amenaza por parte de sus padres, colegio, compañeros, etc.

He leído recientemente un largo ensayo titulado La transformación de la mente moderna, firmado por dos buenos estudiosos americanos, Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. En él se alerta de la hiperprotección de los niños para evitarles cualquier tipo de peligros reales o imaginarios –es difícil de deslindar- algo que los hace extremadamente frágiles, y en lugar de buscar su lado de “antifragilidad”, la fomentamos creyendo que así los protegemos.

Uno de los ejemplos que ponen los autores es la política de prevención de los cacahuetes en los Estados Unidos. Se ve que había un pequeño grupo de personas afectadas por alergia a los cacahuetes. Para evitarlo se desató una campaña nacional de modo que no aparecían los cacahuetes en ningún lado. Esta falta de exposición a la sustancia potencialmente alergena, hizo que se disparara el número de personas que no los toleraban y llega ahora a ser del 15 o 16%. Al intentar protegerlos los hemos hecho más frágiles.

En segundo lugar, se nos dice sistemáticamente que confiemos en los sentimientos –es el razonamiento emocional-. He buscado en internet y en todos los enlaces que he encontrado se habla de la conveniencia de confiar en los sentimientos. Si sientes que algo va mal es que probablemente vaya mal. Si te sientes ofendido es que entonces debe haberse producido una ofensa.Ese nivel de intuición primaria puede llevarnos a algún acierto pero también a muchísimos errores. 

Pero, realmente ¿podemos confiar tanto en los sentimientos? ¿Acaso los sentimientos no nos engañan sistemáticamente? ¿No puede dar a unas mentalidades asustadizas e hiperfrágiles que terminan viendo peligros donde no los hay, ofensas donde no ha habido intención, agresiones donde no ha habido nada de eso?

Pienso en esos sentimientos nacionalistas de “efervescencia colectiva” cuando un grupo de personas se reúne y alcanza un alto grado de unión emocional en manifestaciones multitudinarias. Es el identitarismo. Se creen en mitos y se ven claramente agresiones donde no ha habido sino la intención contraria, la del encuentro. Se tejen miedos colectivos, sentimientos de identidad agredida que no son sino paranoia colectiva. Es muy difícil sustraerse a eso porque es muy sencillo, afecta a una forma de sentir que es estimulada constantemente por los medios de comunicación y las redes sociales. Si te sientes ofendido, es porque sin duda lo han hecho con plena conciencia e intención. Buf. ¿No es terrible? Y se reacciona con odio, con agresividad, con ira, frente a la agresión fabulada.

¿No hay acaso que relativizar los sentimientos y pararse un momento para decidir racionalmente qué ha pasado? Sé que es muy fácil sentirse agredido u ofendido, fácil y cómodo, para no tener que pensar más allá, pero es este el nivel primario de reacción que nos están inyectando por todas las vías.

Son tres las falsas ideas a que nos están exponiendo, y todas son muy peligrosas. He mencionado dos: Eres frágil, lo que atenta contra tu fragilidad es negativo, evítalo. Confía en tus sentimientos. La tercera es El mundo se divide entre buenos y malos. Da lugar a adolescentes frágiles por la hiperprotección que han recibido, a universitarios que no aceptan que en su campus existan otras opiniones que no sean las que ellos tienen.

Un cierto nivel de adversidad es necesario para la vida aunque como padres queremos evitarlo. No podemos estar siempre protegiéndonos de enemigos potenciales. Terminamos dividiendo el mundo entre buenos y malos, y así las redes sociales han creado enormes burbujas en que solo nos relacionamos con los que sienten como nosotros, no hay lugar a la disensión. Todo es para proteger nuestros sentimientos y que no sean agredidos. No parece que el diálogo racional esté ya en funcionamiento en nuestras sociedades. Solo hay sentimientos encontrados y cada vez más asqueados mutuamente.

Jonathan Haidt y Greg Lukianoff sostienen que si alguien hubiera querido destruir la democracia, habría inventado las redes sociales, lugares en que se dan los tres errores o falsas ideas que he mencionado.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Propuesta de proyecto de inducción a la lectura para un instituto del área metropolitana de Barcelona.




La primera premisa que has de conocer, alumno crédulo, es que te dicen que leer es muy bueno para tu formación, tu moralidad y cultura, pero desde aquí se te niega la mayor. Los libros que lees en general son una mierda, no son auténtica literatura. Los profesores para hacerte lector te ofrecemos productos de aluvión que pretenden moldearte psicológica, moral y socialmente para que estés del lado del poder. El poder quiere individuos sumisos, no de fuerte personalidad, quiere que seas obediente a las consignas vacías que lanzan sus líderes, que te movilices cuando ellos – o sus organizaciones aparentemente populares- te lo ordenan, y así serás combativo de la manera que ellos quieren.

Al poder no le interesa para nada la auténtica literatura, y a decir verdad, a ti tampoco. Estás descubriendo que te gusta el gregarismo, ser igual que los demás, sentir igual que ellos, vestirte como ellos y publicar tus fotos en Instagram igual que todos.

Te han contado que si lees –los libros que ellos quieren que leas para moldearte a su gusto- te divertirás mucho, que leer es muy divertido, que correrás muchas aventuras sin moverte de tu silla, y así cada día te concederán veinte minutos de clase para que leas. Pero ¿acaso leer es divertido, necesariamente divertido? ¿La diversión es el criterio rector para la lectura? Solo de pensarlo me enervo. La diversión es superficial y epidérmica, pasajera. Los verdaderos libros son los que te desafían aun a riesgo de no gustarte nada, los verdaderos libros son exigentes no complacientes, los verdaderos libros son los que te cambian de arriba abajo y que desmontan tus certezas. Tú dirás que por qué los profesores de lengua recomiendan malos libros. Primero habría que preguntarse si esos políticos que obligan a que leas imperativamente veinte minutos son verdaderamente lectores pero más bien pienso que los políticos no son lectores, y lo son poco los responsables de los departamentos de educación, y dudo mucho que los profesores que tienes lo sean de verdad saliéndose de los libros fáciles y acomodaticios.

La experiencia lectora es compleja y no sencilla. Te pasas toda la vida intentando entenderla y viene un autor y te la desmonta y tienes que volver a empezar sin apenas puntos de referencia. ¿Es eso lo que queremos? ¿No queremos más bien que vengan escritores a demostrarnos que tenemos razón y que estamos en lo cierto? ¿No queremos que nos diviertan sin ningún riesgo, como una serie más de adolescentes en que aparentemente pasan muchas cosas, pero en realidad no ha pasado nada? ¿Qué es pasar algo, entonces, me dirás? Notas que pasa algo cuando sientes que el suelo se volatiliza bajo tus pies y te sientes al borde de un abismo y has de reaccionar. Un buen libro es un hacha para desbrozar el camino en medio de la selva espesa y la oscuridad. Un buen libro no te da certezas, más bien nuevas inquietudes, no se rinde a lo fácil, te hace pensar, es una cadena en la secuencia de la inteligencia de la humanidad que viene desde los griegos, tal vez antes. Un buen libro es tan oscuro como luminoso. No te viene a consolar para decirte que todo está bien, que confíes en tus sentimientos; no, te deja solo y sientes aprensión, inquietud, perplejidad…

Los dirigentes políticos, las redes sociales –esa manera tan burda de amaestrar a las sociedades-, las grandes empresas tecnológicas han diseñado un hombre para el futuro, un ser tan inane como superficial al que hay que contentarle constantemente mediante likes que sostengan su escasa credibilidad en sí mismo. Y ese, querido alumno, eres tú. Ese que odia la lectura, al que le cuesta mantener la atención, que no ve más allá de la pantalla de su móvil, que se mueve adonde le mandan aunque se crea muy personal, ese al que le han dicho que la rebeldía es ver series e ir a manifestaciones gregarias, ese al que le gusta que le complazcan y que le adulen permanentemente, ese que cree tener muchos amigos y contactos, ese que no quiere riesgos intelectuales que le lleven a sentirse inerme y solo. Ese eres tú, y la mayoría de tus profesores. Queremos tranquilidad, estabilidad, que nadie nos asuste con cosas que no tienen solución como el cambio climático o la desaparición de los corales y los bosques. Te hacen creer que las patrias son más importantes que eso y te movilizan y tú, como un borrego, asientes para librarte de clase. La literatura no es eso. La literatura es un sentimiento de desamparo radicalmente individual…

Es por eso que te recomiendo que no leas auténtica literatura. Leer es demasiado arriesgado para tu frágil psique, no es cómodo y además te gusta estar donde está la gente, y que te den likes, y parecer sexy y demostrar que tu vida es maravillosa y que estás integrado en el grupo. La literatura es un camino solitario. No te la recomiendo. Puedes hacer como que lees en esos veinte minutos o dedicarte a perder el tiempo leyendo esas obritas simples y facilonas que te damos los profesores para no asustarte y halagar tus ganas de diversión.

Si hubiera algún auténtico salvaje, temerario y loco, que empiece con Bartleby el escribiente de Herman Melville, ahí tenéis un libro verdaderamente literario, tan lleno de incógnitas que no sabréis que pensar ante un personaje como él, pero no os lo recomiendo porque tal vez os asustéis y hasta penséis que no pasa nada como si tuviera que pasar algo para que pase en realidad.  

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