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miércoles, 15 de octubre de 2014

Elogio de las sombras



Otoño es una estación del año magnífica para las sombras. Lo saben los fotógrafos que hacen fotos reflejando esta dimensión de las personas. El ángulo del sol es más bajo y produce sombras más alargadas y densas. Esta percepción y aprovechamiento fotográfico, unido a la lectura reposada durante dos semanas del breve ensayo Elogio de la sombra del escritor japonés Junichiro Tanizaki (1886-1965), me ha llevado a intentar condensar estas reflexiones para mi blog, espacio cada vez menos visitado por la intensa decadencia de este modelo comunicativo respecto a cinco años atrás.

Nunca me había planteado la dimensión de las sombras. Vivimos en un mundo que, visto desde el espacio, es una brillante profusión lumínica por las noches. Los países son multipolares focos de luz que perfilan las ciudades. Apenas quedan espacios en sombra. Tal vez África siga siendo el continente oscuro en ese sentido. Nuestra civilización ha amado la luz desde que a comienzos del siglo XX empezó a extenderse la luz eléctrica. Tanto que identificamos en cierta manera felicidad con iluminación. Así los centros comerciales están hiperiluminados, nuestras casas tienen muchas fuentes de luz que mantenemos encendidas fuera de su lógica. Si vamos al teatro, las funciones están muy iluminadas con potentes focos que se cuentan por docenas. ¿Cómo era el mundo anterior a la luz eléctrica? Probablemente si nos desplazáramos al pasado, esto sería junto a los olores el cambio más significativo que notaríamos. El mundo era, hasta la aparición de la luz eléctrica un mundo de sombras profundas en cuanto se ponía el sol. Las funciones de teatro se hacían iluminadas por lámparas de petróleo o candelas lo que producía innumerables zonas de sombra. Las calles estaban en penumbra total solo alumbradas en algunos sitios por llamas de petróleo. Probablemente, nuestra civilización se distingue de otras anteriores por la presencia de la luz nocturna y la iluminación ostentosa de cualquier edificio comercial sea la hora que sea del día.

Pero ¿cómo es el mundo de las sombras? ¿Nos podemos hacer una idea? Alguna vez, rara, que se ha ido el fluido eléctrico nos hemos alumbrado con velas lo que crea un espacio fantástico, lleno de sombras que nos fascina pero que soportamos mal. Recuerdo que una visita al MACBA me llevó a ver una exposición del artista brasileño Cildo Mereildes. En ella había entre otros varios montajes, una amplia habitación en ele llena de talco hasta las rodillas e iluminada tan solo por una vela encendida en el medio. Había que descalzarse para entrar. Luego era la penumbra y la luz mágica de la vela que creaba un fulgor fantasmal en que deambulaban nuestras sombras, las de mi hija y yo que entramos en la cámara. Fueron unos minutos sorprendentes, alejados de la dimensión lumínica.

Una experiencia en línea con la oscuridad es la que nos lleva a contemplar el firmamento desde algún punto no contaminado lumínicamente. Son puntos raros pues nuestra cultura ha querido llenar el cosmos de luz, aunque pueda llegar a ser avasalladora. Y así vislumbrar el cielo sin ese exceso es un portento, más si es en el silencio, otra de las experiencias que la modernidad ha proscrito.

Este verano tuve ocasión durante unos minutos de entrar en un espacio que me maravilló. Era en el cementerio de Pere Lachaise concretamente en el columbario donde estaba, según sabía, la urna de Isadora Duncan. Dejé a mi familia arriba y bajé dos pisos bajo tierra para encontrarme con las salas más acogedoras que podría imaginar. Un espacio extenso lleno de paredes con pequeñas urnas funerarias estaba iluminado tenuemente por lámparas indirectas que no producían brillo alguno. Era una escena en casi penumbra y en total silencio la que me llevó a sentirme cálidamente rodeado por miles de muertos. Esos minutos que pasé en el interior del columbario fueron magnéticos y algún día volveré a aquel lugar poseído por una energía prodigiosa de las sombras.

Hemos expulsado a las sombras de nuestro modo de ver el mundo. Queremos luz potente, directa, a todas horas. Entendemos que la oscuridad es reflejo de un mundo peligroso y amenazador que no queremos ver. La civilización ha hecho encenderse la luz pero ha apagado la dimensión de las sombras que eran otra forma de ver el mundo. La Odisea, El Quijote, Fausto, Otelo, Crimen y castigo, entre una porción de obras maestras, fueron concebidas en un mundo de sombras. Puede ser que nos imaginemos el mundo de Raskolnikov iluminado por potentes focos de luz, pero no era así. Ni Don Quijote corrió sus aventuras iluminado por lámparas halógenas, ni leyó sus libros de caballería por la noche con luz salvo una vela de sebo que alumbraba las páginas impresas de Tirant Lo Blanc o el Palmerín de Inglaterra. Este año leía con mis alumnos Tormento de Galdós y veía imágenes de los encuentros de los personajes totalmente entre sombras, algo que Galdós explicaba apenas pues todos los que le leyeran en aquel momento lo conocerían.

La dimensión de las sombras aporta una energía diferente. Es el otro lado, es el reverso negativo de la luz, y entre las tinieblas late todo un universo imaginativo que hemos desechado. ¿Quién va a querer estar a oscuras si es posible la luz? ¿Quién va a querer el silencio si es posible acompañar esa sensación ominosa con música, a ser posible atronadora? Así las tiendas de moda juvenil poseen esta conjunción poderosa: una música estruendosa en la que es difícil hablar y una iluminación abrumadora. Ese es el espacio en que ahora se desarrolla buena parte de los ratos de la juventud que duramente soporta el silencio o la oscuridad.


Yo me he propuesto al menos una vez a la semana pasarme una velada alumbrado por las velas. Al fin y al cabo el mito más grandioso de la historia del pensamiento humano, el mito de la caverna de Platón, reflejaba el mundo de las sombras como opuesto al mundo exterior en que reinaba la luz del día. ¿Hay algo que todavía nos puedan ofrecer las sombras? Tras leer el opúsculo de Junichiro Tanizaki, uno tiende a pensar que hemos olvidado esta dimensión y el espesor profundo de esta materia oscura que es la sombra.

jueves, 9 de octubre de 2014

Ébola




Ébola. Escuchad la palabra. Ébola. A mis alumnos les explico que las palabras son signos y que, por tanto, se componen de significante (las letras, los sonidos) y significado que es la imagen mental que nos formamos cuando se oye o se lee el significante. De la parte del significado se ocupa la Semántica y ésta nos dice que en cuanto al significado de las palabras hay que tener en cuenta la denotación, que es el significado objetivo que dan los diccionarios o las enciclopedias, y la connotación que es el contenido emotivo que impregna a la palabra. Cualquier palabra puede cargarse de fuerte contenido emotivo. Pensemos en alguien a quien se le acaba de morir su padre o un hijo, quien sea. Esas palabras “padre”, “hijo” se llenan de dolor más o menos atenuado por las circunstancias. Muchas palabras llevan asociado en nuestra vida psíquica factores emotivos. El sexo, prohibida su manifestación en otro tiempo, llevaba asociada un fuerte contenido de tabú. Hoy día se ha desdramatizado y convivimos con la palabra sexo, aunque sigue siendo el vocablo más buscada en internet.

La palabra “ébola” en pocos meses ha ido cargándose de connotaciones emotivas. En un principio este término se asociaba con tranquilidad a países lejanos, pobres o míseros, países de negros y ya se sabe: falta de higiene, ausencia de medios, promiscuidad, pobreza... Leíamos ébola en las marquesinas de los autobuses y no nos conmocionaba. Pensábamos que había una distancia que la ciencia y la civilización ponía entre esa amenaza y nuestro mundo, nuestra realidad. Las organizaciones sanitarias hablaban de una situación de emergencia mundial pero no nos lo creíamos. Ahora sí. Los acontecimientos se han acelerado y la palabra ébola está en todas las conversaciones. En el colegio de mi hija hablan de tener ébola en cuanto alguien se siente mal en tono de broma. Pero es un indicio. Tenemos el ébola en Madrid y su realidad ha eclipsado totalmente la realidad política, lo que hasta hace pocos días nos parecía muy importante. Unos misioneros fueron traídos humanitariamente para ser tratados en España, lo que despertó una controversia considerable. El problema es que no estábamos preparados para la dimensión de la enfermedad y han fallado todos los protocolos en una secuencia alucinante. No voy a repetir todo lo que ha fallado pues es de todos sabido. Ni había trajes de nivel cuatro, ni se ha reaccionado con la celeridad y claridad de ideas necesaria. No se ha formado a los técnicos sanitarios en el manejo de los trajes lo que atribuye una improvisación y sensación de chapuza indescriptible a todo el asunto. Una técnica sanitaria está grave con los pulmones encharcados. Se sugiere que pudo contagiarse al tocarse la cara en el momento de quitarse el traje. No quiero disculpar ni dejar de disculpar, pero todo esto revelaba que todavía no nos tomábamos muy en serio este virus hemorrágico y su connotación era todavía de lejanía y no de pensar que nos estaba afectando a nosotros, el primer mundo. No hay remedio para él. No se ha invertido en su investigación lo suficiente. El sida solo empezó a tomarse en serio cuando afectó al mundo occidental. Ya estamos en ello. Desconocemos la dimensión de lo que está pasando en Madrid. Puede que las cosas estén controladas o puede que estén fuera de control. La ministro Ana Mato tenía el otro día un rostro totalmente desencajado. El nivel de desastre era total. Se han hecho mal tantas cosas que solo queda rezar para que haya suerte. Pensemos que la enferma de ébola, Teresa Romero, que está muy grave, en los días en que estuvo en casa fue incluso a depilarse, estuvo en el ambulatorio, se le recetó paracetamol y se la envió a casa donde tuvo relaciones extensas como es lógico. La ambulancia donde se la trasladó no fue tratada y sirvió para trasladar a siete pacientes más. Un desastre colectivo que ahora estamos evaluando. Decimos que ha sido una chapuza marca España pero hay muchos niveles implicados desde los más altos a los medianos y los más de base. No estábamos preparados para lo que significa el ébola. Ahora está aquí, y la palabra se carga de significados dramáticos, amenazadores, incomprensibles. 

Las epidemias que han asolado en el  pasado Europa como la peste, el cólera, o la gripe (que mató a decenas de millones de personas) sucedían en mundos antiguos cuando no existían antibióticos y los fabulosos medios de que disponemos ahora. Sin embargo, la realidad del ébola cuyo origen se deriva de los monos o los murciélagos tal vez, nos es incomprensible y tiene asociada una emoción maligna y enigmática. Se han escrito novelas de anticipación con el ébola como protagonista y su extensión por occidente. Hoy es improbable una dispersión del ébola por Europa, pero improbable es una expresión de deseo porque estamos ante algo que nos supera como hemos visto. Era cuestión de tiempo que se rompieran las barreras que establecían la pobreza y la lejanía. El ébola nos aterroriza y nos fascina igualmente, una cosa es consecuencia de la otra. Hay sanitarios que renuncian a sus plazas para no entrar en las habitaciones de los infectados. Y es comprensible. Teresa Romero, que ha sido miserablemente culpabilizada, hace tres semanas vivía una vida normal junto a su marido y su perro Excálibur. Nada le hacía pensar que su vida y su mundo iban a venirse abajo. La vieja tragedia española ha convertido todo en un esperpento de errores incomprensibles revelando nuestra vena valleinclanesca a nivel de dirigentes indignos, políticos ominosos, ministras deplorables. Y unos profesionales de una sanidad pública en nivel de derribo que han intentado reaccionar sin formación, sin medios y sin superiores capacitados de entender la dimensión del ébola. Todo unido a una sociedad excitada que reacciona puerilmente por el tema del perro Excalibur y su imprescindible sacrificio, y la incredulidad de que esto nos esté pasando a nosotros, cuando no llenándonos de pesimismo sobre la realidad y consistencia de la realidad institucional que vivimos. Más vale que nos lo tomemos en serio, porque esto no ha hecho sino empezar. Y ya importa poco si debió traerse o no a los misioneros a morir a España. Da igual lo que pasó, era inevitable que el virus encontrara el camino para colarse en occidente. Ahora ébola forma parte de nuestras pesadillas más siniestras. 

domingo, 5 de octubre de 2014

El misticismo y el abandono del yo en Bachillerato.



 El pasado viernes tenía que presentar a mis alumnos de bachillerato el tema de la poesía religiosa del siglo XVI, concretamente en su dimensión mística en la que destacan autores como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de Granada. Entre los alumnos que tengo hay un grupo destacado de muchachas marroquíes que han llegado a segundo de bachillerato pero a las que no se puede suponer un conocimiento de fundamentos de la religión cristiana católica ni de sus diferencias con el protestantismo en un siglo de fuertes conflictos bélicos y políticos entre ambas corrientes. Por lo demás los muchachos hispanos tampoco conocen demasiado la religión mayoritaria del país. Explicar el misticismo no es fácil. Es complejo describir estados que por su naturaleza son inefables en la pretensión de unir el alma con Dios en un éxtasis absoluto. Como los autores de aquel tiempo, he de acudir a la necesidad de los símbolos para expresar algo que no se puede describir con palabras. El lenguaje amoroso, la unión sexual de los amantes, en poemas de distintas y sucesivas interpretaciones. Les hablo de las vías místicas, de sus diferencias. Del camino común con la ascética en su fase de despojamiento de lo accesorio, de su búsqueda de la perfección moral, hasta que llega un momento en que el alma se ve invadida por la luz. Es lo que describen los poemas místicos. El alma atraída por una luz cegadora renuncia a su ego y se va fundiendo por la Gracia de Dios en un pozo de oscuridad y de mil soles resplandecientes.

Me doy cuenta de que es muy difícil acceder a esto para mentes acostumbradas a lo racional. Pienso en el trance en que se puede entrar en distintas experiencias. El ascender una montaña difícil, el deporte en grado intenso, el dejarse llevar por la música, el efecto de distintas drogas psicodélicas. Pero a mis alumnos hay que darles algo más plástico y evidente. Pienso en los danzantes turcos, los derviches, de la vertiente sufí del Islam. Entran en trance en sus giros llenos de magnetismo, acompañados de una música hipnótica y tras la lectura de textos sagrados del Corán. Mis alumnas marroquíes agradecen que intente acercar la perspectiva de las clases a su mundo islámico. Esto era impensable hace unos años. Ahora he de entender que muchos de mis alumnos provienen de otro universo cultural y religioso, que no comparten necesariamente las evidencias de nuestro mundo occidental.

Les pongo un vídeo de los derviches leyendo el Corán, al ritmo de la música, y el momento en que empiezan a girar sobre sí mismos en un abandono progresivo del yo, ese abandono que Cioran no compartía porque estimaba que nuestro altivo yo es lo único y más valioso que tenemos, lo que nos hace singulares. Sin embargo, las distintas religiones han valorado como esencial ese abandono del ego en aras de uniones más hondas. Los danzantes sorprenden a mis alumnos. No los conocían. Van girando con las manos primero cruzadas sobre el pecho y luego con los brazos abiertos o alzados. La música produce un efecto magnético sobre la clase. Pienso entonces que cómo hacerles partícipes de aquello. Les propongo que los que quieran pueden salir adelante y girar como los derviches. Yo hago el amago de girar dos o tres vueltas. No se deciden. Pero la idea les atrae. Están fascinados. Luego un par de chicos y una muchacha musulmana aceptan la propuesta y salen a danzar. Vuelvo el vídeo atrás para que comiencen esos ochos minutos de giros y éxtasis. Empiezan a girar mis alumnos. Al principio pierden el equilibrio tras treinta o cuarenta segundos de giros. La música invita a la experiencia. La chica musulmana se marea y dice que tiene ganas de vomitar, se retira, no sin una sonrisa. Los dos chicos que quedan danzan durante cinco o seis minutos con una gran seguridad en sí mismos. Siguen sus giros. Los demás le dicen que vayan más rápido al ritmo de los derviches. Ellos tienen los ojos cerrados. No sé si esto coincide con los danzantes turcos. Giran y giran hasta el final del vídeo. Son alumnos poco escolares, pero hoy han participado. Les pregunto qué han sentido en sus giros.  ¿Han visto la realidad de otro modo? Contestan que sí, que han percibido un mundo que subía y bajaba, que se alejaban de la clase, que se han visto dominados por estados de conciencia no habituales (esta terminología se la añado yo a sus palabras). En alguna manera, este trance, este abandono, es propio de todas las corrientes místicas en el cristianismo, el judaísmo, el islam, el hinduismo y el budismo en un ansia de alejamiento del yo, de superación, de hundimiento de la propia conciencia en una realidad inmensa, sea la Gloria de Dios o el Nirvana.

La lectura de Cioran este verano mientras hacía el camino de Santiago me hace reflexionar sobre ello. Las religiones han propuesto el abandono del yo como vía para calmar el sufrimiento. Dice Cioran: “El yo es una obra de arte que se nutre del sufrimiento que la religión tiene como misión calmar” y “Por este motivo quieren liberarnos del yo, de la más extraña florescencia que hay bajo el sol”.


No he planteado ello en clase. Sería un debate demasiado hondo para esta situación que debía más bien acercar la experiencia mística a adolescentes de diecisiete o dieciocho años. Lo hemos intentado. Creo que será algo que no olvidarán, especialmente los que han danzado, pero los que los han visto, tampoco.

sábado, 27 de septiembre de 2014

El profesor que no explica en clase



Me he dado cuenta de que la explicación de cualquier tema por parte del profesor es ineficiente. No consigo que mis alumnos estén atentos a lo que explico. Advierto que por más que me esfuerce en desmenuzar cualquier cuestión teórica o práctica del área de lengua, la inmensa mayoría de mis alumnos se desconecta directamente. No están allí desde el momento que mi voz adquiere tono explicativo. Y es igual que module, que intente ser dramático o ameno. El noventa por ciento están en otro lado que no es la clase. Luego, es evidente que la mayoría no estudia. Puede ser que yo no sea un buen profesor, que sea claro que soy aburrido, que soy un plasta, que no sea convincente. Me lo he preguntado muchas veces pero no puedo hacer nada al respecto. Tal vez con otros profesores estos muchachos estén más atentos y presten atención a lo que se explica. No sé.

He decidido, por tanto, no volver a explicar en clase ningún tema de lengua. Es una posición que me atrae porque lo cierto es que no me gusta explicar a un grupo humano que sé desconectado, y además me aburro yo mismo también. Así que invertiremos el asunto. Mis alumnos tienen un libro digital –Marea verde- libre de derechos de autor. Les doy un fin de semana  para resolver un cuestionario sobre el archisabido Elementos de la comunicación y funciones del lenguaje del que estoy tan harto como ellos, no porque no sea interesante, sino que por el nivel básico con que se estudia no ofrece ningún interés. Tienen cinco días para resolver un cuestionario que les obligará a repasar y leer la información que les da el libro de texto. Algunas preguntas son solo de copiar la respuesta y otras deben efectuar un ejercicio de inferencia. Utilizo la plataforma Edmodo para la clase de lengua. Les gusta bastante por su similitud con Facebook, y utilizada con habilidad es un recurso valiosísimo. Les he mandado un mensaje advirtiéndoles que el próximo martes habrá un examen de ochenta preguntas tipo test sobre Elementos de la comunicación y Funciones del lenguaje. Los exámenes tipo test en Edmodo son muy ágiles y les encantan. He elaborado un total de ochenta ítems con preguntas con formatos de múltiples respuestas, verdadero/falso, y unir casillas. El nivel del test es bastante complejo. Les dejaré que utilicen todo el material que deseen, pero para resolver el test tendrá cuarenta minutos tal vez menos. He de aclarar que cada uno tiene un portátil. La resolución de las preguntas les obliga a pensar y les desafía. El orden de las preguntas es aleatorio, lo que quiere decir que cada uno resolverá los ítems en orden diferente al de sus compañeros. Será difícil pasarse información por dicho desorden y porque el tiempo les abruma. El reloj va descontando segundos y se dan cuenta de que el tiempo pasa. Las preguntas tienen un formato en muchos casos humorístico pero les obliga a pensar. Ese tiempo en que están metidos en el test es altamente denso. Ahí los veo concentrados porque están motivados. Les desafía, y el hecho de que puedan buscar información –en algunos casos- añade un mordiente al test. Hacer el test es una clase entera de estudio y reflexión algo que no conseguiría con ningún otro medio. Suelen obtener resultados muy altos en los exámenes tipo test incluso chavales desmotivados y repetidores. El tiempo es un factor de estrés conocido. El ambiente de concentración es evidente. En ese momento estamos hablando el mismo lenguaje. El ejercicio les desafía y es como un juego. Cuando lo acaban, envían los resultados e inmediatamente reciben la puntuación obtenida que se me añade a mi cuaderno de notas. Para aprobar un examen de ochenta ítems les pongo un mínimo de sesenta y cinco puntos. Hay alguna pregunta de respuesta escrita que he de evaluar yo posteriormente. Normalmente estos exámenes tipo test interactivo suelen mostrar resultados mucho mejores de lo esperado. En este caso, reconozco que el nivel es alto y no es fácil obtener los 65 puntos. A los que los alcancen se les entregará una insignia de reconocimiento (una función de Edmodo). Si los resultados fueran bajos, lo que es posible (o no) me plantearía una repetición de la prueba, de modo que si hubieran obtenido cincuenta puntos habrían de alcanzar una calificación sensiblemente mayor. Hay que decir que cuando acaban la prueba ellos pueden ver cuáles eran las respuestas correctas y dónde han fallado, lo que les hace pensar de nuevo.

Otras veces utilizo el sistema tipo test interactivo para textos que les leo, textos de tres folios de información prolija y detallada sobre algún tema interesante. Para mi sorpresa la inmensa mayoría los encuentra fáciles y obtienen buenos resultados pasando la inmensa mayoría la cota mínima. La diferencia es que el sistema les resulta interesante y escuchan con atención y hacer el test supone el accionamiento del conocido mecanismo de recompensa que no por simple es menos efectivo. Lo bueno es que alumnos desastrosos sacan buenos resultados, porque su problema no es de inteligencia sino de falta de actitud hacia los estudios.

En cuanto a pruebas de comprensión lectora son continuas pero con textos muy largos y complejos, con una característica: son motivadores. Me paso muchas horas rastreando relatos cortos -para adultos- que puedan ser muy interesantes para ellos. Los hay. Mi recompensa es leer algunas veces la emoción que les ha embargado cuando han descubierto la llave oculta del relato y me escriben que ha sido un relato muy bonito. Había que sumergirse en el texto con atención y suma concentración. Pero hay una satisfacción espiritual para el que lo hace.


El que viene a clase de lengua con Joselu, sabe que cada clase es una aventura, y que el profesor no está dispuesto a ponérselo fácil ni quiere aburrirse él mismo.  Lo extraordinario es que el problema no es que sean limitados (no lo son). Es que se aburren. Su sistema de mantenimiento de la atención es radicalmente distinto. Todo hay que plantearlo como si fuera un juego y un desafío. Lo que  no le resta un ápice a su nivel intelectual, más bien lo acrecienta, pero es que estos muchachos pueden dar mucho más de lo que parece. Yo, desde luego, no estoy dispuesto a aburrirlos con voz monótona y monocorde explicándoles cosas que ya pueden descubrir por ellos mismos si les ponemos en el sendero adecuado.

Estoy hablando de hombres y mujeres de trece años en segundo de la ESO. 

jueves, 18 de septiembre de 2014

¿Para qué sirve la literatura?



Hoy era la presentación del curso de Literatura Española de segundo de Bachillerato. Es una materia de Modalidad lo que supone cuatro horas a la semana, un lujo. Tengo un grupo de trece alumnos con los que espero poder trabajar y aprender a pensar libremente. Hoy ha sido la primera entrega. Después de prolegómenos metodológicos y evaluativos, listas de libros de lectura, etc, he empezado con el tema inicial. Qué es la literatura y para qué sirve la literatura. La idea directriz es que la literatura utiliza como instrumento la palabra a diferencia de otras artes cuya expresión formal es diferente. Y, como todo arte, tiene una función estética, es decir, persigue la Belleza. Sin embargo, ahí nos encontramos un primer escollo –reflexionaba- porque la Belleza es un concepto cambiante según las épocas y las culturas. Nada tiene que ver nuestra idea de Belleza con la que tenía un habitante del siglo XIX o de comienzos del XX. Esto es evidente. Nuestros criterios de belleza han cambiado, se han transformado. El hombre del siglo XXI posee una complejidad y heterogeneidad de modelos que desborda cualquier enfoque delimitado de belleza si no es que hemos desechado esa idea.

Otra cuestión a abordar en clase es ¿para qué sirve la literatura? Les señalo que como todo arte no tiene una utilidad práctica. La literatura en sí no tiene un objetivo práctico e imponérselo es arrebatarle su gratuidad como arte. Claro que podemos hablar de distintas funciones de la literatura: la estética o poética, la social, la lúdica, la expresiva. Sí, se puede decir que hay una cierta utilidad en esas funciones: la de expresarse, la de divertirse, la de evadirse, la de gozar con la belleza del lenguaje.

Sin embargo, sigo hilando mi discurso, no les voy a vender que leer literatura sea nada maravilloso ni que les haga mejores personas ni más cultos ni más imaginativos... El placer de la literatura es personal. Yo lo elegí, les digo, desde que era muy pequeño. La literatura a mí me ayudó a vivir en otro mundo menos sórdido que el real. Pero eso fue para mí. Detesto tener que defender el valor de la literatura. Ante esto, mis alumnos estaban desconcertados y me han replicado que soy el único profesor que dice eso, que todos los profesores hablan maravillas de la literatura porque –según les cuentan- aumenta el vocabulario, desarrolla la imaginación y un sinfín de extraordinarias consecuencias de leer literatura. Por mi parte les he dicho que conozco a personas que son voraces lectores pero que no son nada imaginativos, que la literatura desarrolla la imaginación si uno es imaginativo, y desarrolla la inteligencia si uno es inteligente, y el gusto si uno lo tiene ya dentro. Pero que yo me niego a hacerles creer ninguna ventaja de ningún tipo en ser lector de literatura. Puede que se sea más culto, pero ¿de qué sirve eso? La mayoría de los profesores que tienen no son lectores. Hay muchos tipos de cultura. La literatura es un apartado determinado de la cultura. El deporte también es cultura, y los videojuegos también son cultura. No son la mía efectivamente pero ¿quién es capaz a estas alturas de definir qué es cultura? Muchos nazis eran extremadamente cultos y empedernidos lectores de la mejor literatura alemana, escuchaban la mejor música y, sin embargo, eran perversos y malignos, tal vez banales. Hay gente sabia que nunca ha leído literatura. Tienen una sabiduría intuitiva, natural, no matizada por modelos literarios. Leer literatura no nos hace mejores personas ni más valientes ni más elegantes. Les he dicho que tal vez verían absurdo que un profesor les fuera a convencer de lo maravilloso que es el sexo. 

-¿No, Jorge? ¿Tendría que hacer mucho esfuerzo para convenceros de las maravillas del sexo? 

- No, me contesta, no tendrías que hacer mucho esfuerzo. 

- Pues la literatura es lo mismo. Que la utilice el que quiera, que lea el que quiera si le interesa o si le gusta. Y si no le gusta, que lo deje. Yo soy profesor de literatura, vivo de ello. Tengo que desarrollar un programa académico para enfrentarse a las pruebas de acceso a la universidad. Y lo voy a hacer lo mejor que pueda o sepa. Los alumnos del año pasado sacaron excelentes resultados, pero no voy a cargar sobre mi conciencia la obligación de convenceros de que leer es fantástico y que tiene una larga reata de consecuencias extraordinarias. No lo creo. No me interesa haceros lectores igual que no estoy interesado en que seáis fogosos amantes. Allá cada uno con lo suyo. Que cada uno elija su camino. Si la literatura os parece un rollo, no voy a sentirme herido. Me da igual. No voy a rebatir a nadie. No quiero convencer a nadie. Es abominable la figura del profesor que quiere convencer a sus alumnos de lo terriblemente fantástico que es leer. Para mí lo fue, es lo único que puedo decir, pero yo no sabía jugar al fútbol. Tal vez si hubiera sido bueno con el balón hubiera leído menos. ¿Y hubiera sido peor? ¿Peor que quién? ¿Peor que qué?

Hablaré con pasión de la literatura porque para mí es apasionante y porque me lo paso mejor hablando en serio y de verdad, no haciendo publicidad de algo que no merece ese descrédito. Que seais lectores o no me da exactamente igual y eso me libera de la carga que a veces siento sobre mí. Cumpliré con mi tarea de prepararos para la selectividad y hablaremos lo más sensatamente posible sobre los libros que nos han impuesto como lecturas. No sé si lo haré bien, pero lo intentaré.

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