¿Se imaginan una obra teatral escrita en un tiempo, en un
año concreto, y que tarde unos cincuenta años en ser estrenada en su país? No
es una hipótesis, es el caso del esperpento Luces
de bohemia escrito por Valle Inclán
en 1920 y ampliado en algunas escenas y fragmentos en la edición de 1924, que
tardó hasta 1969-1970 en ser estrenada en España por el montaje de José Tamayo. Antes fue representada en París en la temporada de 1963 por el
director Jean Vilar en el Theâtre National Populaire.
En su tiempo el público no estaba preparado para este tipo
de representación de estructura cinematográfica que se desarrollaba en
múltiples escenarios y que acaece en una concentración temporal de unas horas
de descenso a los infiernos de Max
Estrella y su acompañante vil y mezquino Latino de Hispalis.
Se había dudado de su teatralidad y se la había considerado
una suerte de novela dialogada. Son demasiado complejos los problemas escénicos
que plantea por la variedad de escenarios interiores y exteriores que se van sucediendo
a lo largo de las quince escenas que tiene; por el elevado número de personajes
que intervienen (unos 53 a los que se añaden turbas de manifestantes, guardias,
perros, gatos y un loro); así como por
la concepción cinematográfica de la acción dramática.
La novedad era tan extraordinaria para su tiempo que fue
considerada como una obra anticomercial e inservible para los escenarios, lo
que no importó un ardite a Valle Inclán,
que no cedió ante el pragmatismo de querer estrenar. La construyó de tal modo
como si no le importara la representación en su tiempo al que le faltaban
concepciones escenográficas adecuadas y el público preparado para ello. Ignoro
si creía que el tiempo y la posteridad le darían la razón y la construyó para
un futuro indeterminado cuando el arte escénico estuviera maduro para
entenderla y representarla.
Esta es la obra que este año entra para las pruebas de
selectividad en Cataluña. La estamos
leyendo -intentando dramatizar- por el grupo reducido que somos en clase. El
profesor es como el director de lectura
que reparte los personajes y aclara los pasajes de la obra que solo pueden ser
entendidos por una contextualización adecuada. Los alumnos, la mayoría latinos
y magrebíes y cuatro españoles, entran en un texto que desconocen previamente
aunque el profesor les ha dado suficiente información para enmarcarlo en un
tiempo y unas coordenadas concretas.
La dramatización es altamente sugerente y revela ese proceso
de esperpentización de la realidad que le es propio. Los personajes son una
especie de fantoches a los que se cosifica o animaliza, la realidad es vista
como degradada en una visión fantasmagórica y vitriólica de la España de 1920,
reciente la revolución rusa y la muerte de Galdós
al que Valle injustamente califica
de Benito el Garbancero. Todo es
puesto en cuestión, nada queda en pie, en este último viaje de Max Estrella recorriendo la noche
madrileña en un ambiente castizo y caricaturesco, como si se hubiera operado
una visión que deformara todo en unos espejos cóncavos. Allí no hay lugar para
la tragedia si no es grotesca, España no es un país que pueda ser representado
por un género noble como es la tragedia. Todo es demasiado corrupto y
degenerado para ser motivo de un espectáculo teatral delicado y noble. España, en la visión de Valle, es una deformación de la
civilización europea y su sentido estético y religioso nos asemeja con los
pueblos africanos lo que demuestra que Valle tenía una pobre visión de dichos
pueblos.
Los motivos que nos llevan a reír en la dramatización son
numerosos: las voces de los personajes, la esperpentización de la situaciones,
el ambiente achulapado madrileño, la parodia de todos los estamentos sociales y
literarios. Sin embargo, el dolor
concentrado que supone esta visión llena de amargura nos sume en el desconcierto
y la escena en que Max habla con el
preso catalán en la cárcel o la de la mujer que lleva a un bebé muerto por las fuerzas del orden en brazos revelan que a Valle se le ha caído la máscara y tras el esperpento hay profundo
dolor.
Cada día leemos dos escenas. El profesor las va
contrapunteando con datos e informaciones que aclaran el sentido del texto,
situándolo en su tiempo... y poco a poco va emergiendo una obra de factura
perfecta que se considera como el mejor texto teatral desde La vida es sueño de Calderón de la Barca, estrenada en 1635, tres siglos antes, y a la
que además Valle le rinde un sutil
homenaje en algunas de sus escenas y alusiones.
Nos lo pasamos bien. Una clase cuyo único objetivo es la
dramatización de Luces de bohemia es
un prodigio y el profesor disfruta enormemente desbrozando el texto y
dirigiendo la actuación de los alumnos que se sorprenden con entusiasmo por un
texto radicalmente divertido aunque en algunos momentos casi nos haga llorar o
nos ponga en el punto en que se nos insinúe una lágrima.
Y es que Luces de bohemia sigue siendo de una
contemporaneidad asombrosa. Continúa siendo un texto radicalmente moderno y
consigue motivar, como pocos, a los lectores o, mejor aún, a los que tengan esa
suerte, a los espectadores del mismo.
Desde luego mis alumnos disfrutan de lo lindo. Y en ocho
días de lectura (a dos escenas por día) lograremos darle final con harta pena
porque cada vez que me reencuentro con este texto es como si lo contemplara por
primera vez. Un artefacto prodigioso.