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sábado, 14 de abril de 2012

¿Mañana España será republicana?



Siempre he escrito sobre el catorce de abril en mi blog. Hoy no va a ser una excepción. Tengo una bandera republicana que he utilizado en mis clases de COU hace años en la fecha fijada, he salido con ella y mis alumnos a recorrer Cornellà para ver la reacción de la gente al advertir la bandera y escuchar el himno de Riego; he cubierto con la bandera republicana la tumba de Antonio Machado en actos en Collioure con mis alumnos. Durante mi  carrera leí docenas de libros sobre el periodo republicano y me emocionaba leer la descripción de Tuñón de Lara cuando al gobierno provisional presidido por Alcalá Zamora le fueron rendidos honores por la guardia civil. Soy republicano hasta la médula y amo la bandera tricolor a la vez que deploro la existencia de la monarquía, no porque sea onerosa (que no lo es) sino porque no entiendo que debamos sufragar la vida de unos individuos sobre cuya realidad los españoles nunca hemos podido votar. Es una farsa pensar que cuando votamos la constitución de 1978 votamos a favor de la monarquía. Es una trampa indigna. Yo no voté la constitución pero entiendo que en aquel momento nos daban a escoger en un paquete institucional entre la dictadura o una presunta democracia en la que iba incluida en letra pequeña la monarquía, como en los contratos con los bancos y las telefónicas. No tuvimos nunca ocasión de votar sobre el régimen que queríamos. Tal vez en aquel momento, con un ejército superpoderoso era imposible plantear aquel debate y hubimos de aceptar como mal menor la monarquía, sin que, además, se nos formulara abiertamente la pregunta. Esto es cierto. Nunca hemos elegido los españoles la forma de estado que deseamos. Fue una maniobra artera y quizás inevitable para facilitar la transición a la democracia.

Dicho esto, ahora vienen mis dudas. Deploro la monarquía, pero ahora temo más la realidad de los españoles como conjunto de individuos capaces de organizarse y definir su futuro. ¿Acaso la monarquía estructura el estado de modo que las tensiones interterritoriales son suavizadas y matizadas? El rey es abucheado en los partidos de final de copa entre el Atlétic de Bilbao y el Barça. Volverá a serlo en la final prevista en el Vicente Calderón. El rey es abucheado y él aguanta el tipo sabiendo que eso va incluido en el sueldo. ¿Qué pasaría en una transición hacia una república en un país que estalla en el debate regional? ¿Cómo sería la nueva España si es que existiría? ¿Sin Cataluña, sin Euskadi, con Navarra en la cuerda floja, con Valencia sometida a grandes tensiones sobre si integrarse en los Països Catalans y de igual modo Baleares o por otro lado Galicia. Pienso en la franja de Poniente aragonesa donde se habla catalán y su destino nuevamente sería incierto sobre si se integrarían en Cataluña o en lo que quedara de España. No sé si Canarias optaría por ser africana o española. No sé cómo se administrarían los odios entre regiones o pueblos. No sé si Castilla seguiría unida a León o si Cartagena a Murcia, si el Bierzo a León...

Dudo de nuestra capacidad política. Quiero pensar y me gustaría pensar que en una España republicana seríamos menos cutres, menos folklóricos, menos corruptos, más cultos, con menos procesiones y con menos poder de la iglesia que no recibiría subvenciones del estado, menos ansiosos por maltratar a los animales... Quiero pensar que en una España republicana podrían articularse armónicamente los diferentes intereses regionales y que seríamos capaces de mantener un país coherente y unido, o desunido sin odios que perduraran durante siglos.

Cuando miro las portadas de la prensa de derecha (ABC, La Razón, La Gaceta, El Mundo...) me doy cuenta del poder de la España visceral y profunda, esa que recoge críticamente El ojo izquierdo en El País y que califica a Rubalcaba de antipatriota y saca pecho ante Marruecos por el asunto de Perejil o ante Argentina por el de Repsol. No me siento partícipe del mismo país que ellos. Creo que vivimos realidades diferentes. Siento que en esencia somos un país cainita, envidioso, rastrero, miserable, capaz de grandes cosas y generosidades sin límite pero condenados al cutrerío y al enfrentamiento por nuestro devenir interno. No confío en nosotros como sociedad y por  supuesto no confío en los políticos que no supieron prever una realidad aciaga económicamente como la que estamos viviendo. El descrédito de la política es tremendo y en ello tiene un lugar fundamental la cuestión territorial. Un aeropuerto en Ciudad Real, un aeropuerto en Castellón, en Lleida, en Huesca... AVES a todas las regiones (que van vacíos) setenta universidades en España (ninguna entre las mejores), cuando Alemania tiene cuarenta... pero todas las regiones quieren ser las que tengan todo y los mejores museos de arte contemporáneo (vacíos) y la mejor liga del mundo (y más millonaria) cuando somos pobres, y queremos organizar juegos olímpicos en Madrid, cuando somos rematadamente pobres y ni siquiera Alemania se ofrece para organizarlos. 

Quiero pensar que una España republicana daría mejores respuestas a este carácter interno que tenemos, y que sería mejor tener a José Bono o José María Aznar o Gregorio Peces Barba de presidentes de la república... pero tengo mis dudas. En el fondo no confío en nosotros.

No sé si he contribuido a la fecha o me he desviado de la cuestión, pero hoy no me siento eufórico por la celebración. Disculpad. 

miércoles, 11 de abril de 2012

El principio de Peter



Os supongo familiarizados con esta formulación creada por Laurence J. Peter que viene a decir que los responsables en una empresa ascienden hasta que alcanzan su nivel de incompetencia, de modo que podemos encontrar a numerosos ejecutivos a los que su responsabilidad les viene grande y ante la cual son auténticos incompetentes. Esta idea me ha venido poderosamente a la cabeza considerando los cien días del presidente de gobierno Mariano Rajoy. Tal vez este hombre fue un eficaz jefe de oposición que machacó al anterior jefe de gobierno acusándole de bobo y de ser un improvisador, a pesar de los mensajes que Zapatero le dirigía en nombre de la responsabilidad. Pero Rajoy y su partido solo querían el poder, les daba igual lo que sucediera después. De hecho no apoyaron al gobierno cuando estábamos al borde del precipicio solo jugando a la carta de ganar las elecciones por el desgaste que suponía la crisis. Ahora se acusa a los socialistas de no haber hecho lo que tenían que hacer cuando estaban en el gobierno y se les achaca todo el déficit acumulado. Yo me pregunto si un gobierno con mayoría insuficiente y careciendo de apoyos fijos podía haber llevado a cabo algo de mayor calado con una oposición cainita que solo se excitaba ante el poder absoluto sin proponer una sola idea sobre la crisis. Teniendo en cuenta además que el PP gobernaba en comunidades autónomas que no se han distinguido por su eficiencia, ni por su contención del déficit y sí por el despilfarro y la corrupción (Valencia, Baleares, Galicia).

Ahora, sin embargo, el PP es un eficaz agente de los mercados en España. Su mensaje es tan elemental como lo pudiera dar un presidente de escalera ansioso de ejercer su potestad. O un director de instituto endiosado por su poder institucional. Oigo a Mariano Rajoy y me dan escalofríos por la simpleza de su verbo y de su organigrama mental. Creyó que los mercados se rendirían a su sola presencia y que España recuperaría la confianza por estar él en el poder. Pero yo solo he visto un presidente cateto que no habla inglés (como Zapatero) y que en las cumbres internacionales canta como una almeja por su falta de habilidad a la hora de tejer alianzas y ejercer cierta influencia en Europa, haciendo confidencias para congraciarse, como un personaje sin densidad, con sus homólogos europeos. Incluso a Obama le dijo, para caerle bien, que él también estudiaba inglés. Sonroja semejante ingenuidad.

Ahora sus medidas atentan al núcleo del estado de bienestar en su dimensión más esencial: sanidad y educación, lo que dijo él que no tocaría. Pero Mariano Rajoy no da la cara ni nos explica qué pretende. Elude a la prensa, escapándose por la puerta del garaje, en el Senado. ¿Este es el hombre que quería convertirse el líder y aspirar a conducir a los españoles a la salida de la crisis? No niego que sea un eficaz gestor de los intereses de Alemania, a la que rinde vergonzosamente pleitesía. No niego que su política no apele al sentido común como el de un presidente de una escalera de vecinos, pero, dada la situación en que estamos, cabría esperar un dirigente político y moral que tuviera una buena política de comunicación y nos explicara cuál es su proyecto para España, qué pretende con la sanidad y la educación, con la investigación, así como por qué premia a los defraudadores con su amnistía fiscal. Si sabía lo que ahora sabe, ¿por qué jugó solo la carta de hundir al anterior gobierno? Si era tan listo como presumía ¿cómo es que sus recetas no surten efecto y el paro no deja de aumentar y de perder posiciones ante otros países como Italia que no hace mucho se debatía entre el ser y la nada y parece haber sacado pecho por obra y gracia de un tecnócrata como Mario Monti  que sugiere solvencia y seguridad?

Rajoy es un buen jefe de negociado pero el puesto de presidente de gobierno en las actuales circunstancias le viene demasiado grande. Ganó las elecciones por el enorme coste que supuso la crisis a otro incompetente como Zapatero que fue abandonado por el electorado de izquierda. No estoy defendiendo, como alguien podría suponer, al Partido Socialista que actualmente está totalmente perdido y sin alternativas, y en especial en Cataluña donde no sabe quién es ni qué pretende ni dónde está. No existe oposición ante un gobierno abiertamente desarbolado por los mercados especulativos. Ahora Rajoy y su equipo nos piden responsabilidad y esfuerzos pero son incapaces de actuar como verdaderos líderes políticos y humanos, sobre todo con su pasado en la oposición en la que no jugaron cartas de auténticos estadistas y sí de indignos trileros. A Rajoy y su equipo me da la impresión de que la crisis les desborda y que son enanos jugando un partido que es demasiado complicado para sus méritos. Esta es nuestra tragedia porque este es nuestro gobierno y carece de oposición creíble. Sería la hora de los estadistas pero lo que ofrece Rajoy es una increíble impotencia, improvisación y perplejidad ante lo que está pasando. No me extraña que huya porque no sabe qué decir. Es terrible que en solo cien días se haya evidenciado que lo único realmente cierto es que los incompetentes son ahora los que nos miran con ojos asustados y como diciendo ¡qué complicado es esto! Entretanto lo que tienen claro es que, siguiendo su tendencia ideológica, el estado debe ser desmantelado y pobre del que quede fuera de su manto protector. Nos esperan tiempos muy amargos y solo tenemos un Peter cualquiera mostrando su confusión e incompetencia. Y Rajoy solo titubea y obedece a lo que mandan. Porque se están enfadando...

sábado, 7 de abril de 2012

1057 palabras



Mis  primeros seis años de vida me atraen con una fuerza magnética irresistible. He escrito mucho sobre ellos, aunque raramente he publicado. Fue un territorio auténticamente salvaje, el único territorio salvaje de mi vida. Aprendí a leer a los cinco años, de modo que en aquel lejano tiempo el mundo pasaba a través de mis ojos sin el filtro de la lectura que luego me devoró. Yo era un niño callejero. A partir de mis cuatro años yo deambulaba por las calles  yendo suelto de un lado para otro, aunque nunca formé parte de las bandas que por allí había, como la del Velas, llamada así por sus mocos colgantes. Fumaba yo lo que los viejos tiraban al suelo. Iba buscando las colillas encendidas y las chupaba con fruición. Era un niño solitario y desquiciado que recorría la plaza del Pilar de Zaragoza, entre los cipreses tristes y sombríos, provocando e insultando a los viejos a los que detestaba. El mundo me fascinaba, siempre estuve dominado por visiones que la realidad de una mirada nueva aumentaba con una potencia que luego nunca he logrado recuperar. Solo tenía una amiga con la que jugaba en una vieja buhardilla e imaginábamos un mundo menos sórdido. Fue el primer amor de mi vida y, a pesar del tiempo pasado, aún recuerdo el olor de su piel y sus ojos profundos y oscuros. Mi padre no estaba o solo lo veía muy de vez en cuando. Mi madre era el ser más fascinante que he conocido nunca, pero disfrutaba causando dolor al único ser que tenía a su alcance. Yo orbitaba en torno a su fuerza prodigiosa como un satélite subsumido por el maelströn de su mundo sádico y obsesivo. Carecía de límites y de piedad. Yo viví aquel mundo de dolor inmenso y terrible, ampliando mi capacidad para la ensoñación, para la creación de entornos mágicos y oníricos. Me hice lento de reflejos pues me costaba salir de mis ensoñaciones. Aun después del tiempo pasado sigo yendo rápido a todos lo sitios para encontrar un tiempo luego detenido y magnético.


La vida era terriblemente triste e inmensa, y esa tristeza que me inundaba amplió mi universo multiplicado por mil al entrar en contacto aquel niño salvaje con la concepción religiosa de un colegio de monjas al que empecé a ir a mis cuatro años. Los primeros días me escapaba,  insultaba a las monjas tildándolas con los motes y palabrotas más obscenos y soeces que conocía y eran muchos, me negaba a sentarme con los niños y me escapaba al sector de las niñas a pesar de los castigos y las reprimendas. La capilla de la iglesia excitaba mi universo interior sumiéndolo en escenas terroríficas. Mi espíritu indomable se vio dominado por la culpa y sintió más dolor, inenarrable, hasta que llegó uno de los días más ominosos de mi vida: el día de la primera comunión. El abismo del fin del mundo se abría y yo esperaba la llegada de Dios en medio de ángeles y arcángeles que tocarían sus trompetas para castigar a aquel ser de seis años que era profundamente malo y era culpable de todo lo que sucedía a su alrededor.

No sé en qué ocupan sus primeros seis años de vida otras personas. Tal vez en ser felices. Yo no tuve esa oportunidad, pero el tiempo me ha enseñado que aquello posiblemente fue una ocasión única e irrepetible y no renuncio a mi particular Auschwitz emocional. No sé qué hubiera pasado si yo hubiera sido un niño querido en un universo amable y acogedor. Lo ignoro. Pero sé que en aquello había un mensaje poderoso, que ha nutrido toda mi vida posterior con una fuerza extraordinaria. Desarrollé una potencia cósmica que me permitió observar todo desde la perspectiva del dolor y a la vez alcanzar la dicha en instantes de plenitud. He vuelto una y otra vez a aquel mundo incluso desde la perspectiva del teatro que ensayé durante unos años. Reproduje la escena de la manzana asada en la que reside el día más doloroso de mi vida. Mi madre a mis cinco años me echó de casa por no querer comer una manzana que me repugnaba. Para mí no era un juego y sentí en mis entrañas el abismo de la soledad total y el abandono del único ser al que estaba unido. Este día ha sido reproducido en una escena dramática en presencia del director ruso Boris Rotenstein muchos años después. Éste asistió maravillado a aquello y dijo que era la escena teatral más potente que había visto hasta entonces. De tal manera aquellos años espantosos aún nutren mi modo de ver el mundo que en su dimensión apocalíptica son capaces de alumbrar magnéticamente una potencia personal a la que no renuncio y que casi llego a considerar como una suerte. Probablemente otras personas de sus primeros seis años solo tienen recuerdos tiernos y afectuosos a los que miran con nostalgia y una reprimida melancolía. Yo, en cambio, viví de entrada la apoteosis del sufrimiento en cantidades inimaginables, pero ¡cómo desarrolló mi capacidad para la observación interior, para la generación de universos paralelos, para el erotismo intenso en escenas íntimas con aquella primera muchacha que conocí y amé, hasta que llegó aquel día gris y triste en que hice mi primera comunión en un colegio de pobres y Mariví definitivamente se trasladó de barrio y no la volví a ver jamás! Suerte que entonces pude sustituir definitivamente aquel mundo insólito y violento por la literatura cuando descubrí los libros, que han sido una forma de prolongar las visiones de la infancia con una dicha difícil de imaginar para los que solo tienen recuerdos entrañables de estos primeros seis años.



Cuando el año pasado acompañé a mi madre a la entrada del crematorio, toqué su frente helada, la miré por última vez, ya totalmente indefensa, y advertí que tal vez había sido un monstruo, pero había sido mi monstruo. El cadáver entró por la puerta, y luego sus cenizas fueron esparcidas, como ella quería, en un bosque de Santillana del Mar, cerca de Altamira. Aquella mujer había sido en sus años jóvenes artista de cabaret. Algún día escribiré su historia, no sé si real o imaginaria, del mismo modo que ignoro si lo que cuento o lo que soy es real o fruto de la ensoñación. 

martes, 3 de abril de 2012

Fernando Savater y la jubilación.



He sido un admirador de la trayectoria del filósofo vasco Fernando Savater (San Sebastián, 1946). Lo he visto en persona en dos ocasiones. La primera fue hacia 1977 en una conferencia en Zaragoza en un colegio mayor de los jesuitas titulada Nietzsche en casa de Circe. Yo era estudiante de filología y disfrutaba de aquel ambiente que nos llevaba a los jóvenes universitarios a aprovecharnos de la palabra de algunos conferenciantes que llegaban a la ciudad del Ebro. La de Fernando Savater, a sus treinta años, me dejó realmente maravillado. Apenas había oído hablar de Nietzsche y la energía y sugerencia de la interpretación de Savater me cautivó. Seguí su carrera y comencé a leerlo. Eran los años en que Savater era radical y anarquista nietzscheano y publicaba El panfleto contra el todo (1978), La filosofía como anhelo de revolución (1976) y su extraordinario para mí La infancia recuperada (1976) en que mostraba su admiración por la literatura popular entre cuyos héroes reconocía a uno de los míos, al miembro de la pandilla de los proscritos Guillermo Brown, uno de los anarquistas literarios más espléndidos que he conocido y cuya autora era Richmal Crompton. El entusiasmo por este pequeño héroe me unió profundamente a Savater y seguí leyéndolo en su Criaturas del aire (1979). Me sedujo su interpretación antinacionalista en Contra las patrias (1985) en los años de plomo del terrorismo etarra. En este libro se enfrentaba a las tesis nacionalistas vascas a las que calificó de amable tontería. Esto marcó definitivamente su trayectoria y su compromiso en política pues le llevó a confrontarse dialécticamente contra la ideología excluyente y totalitaria del nuevo nacional socialismo vasco, apoyado por la parroquia del PNV y la renuncia de la izquierda que se veía absorbida en el terreno de las ideas por la vorágine nacionalista. Si hacía falta una voz que cuestionara con contundencia el dolor y la vesania del terrorismo etarra, tan "comprendido" por los sectores de izquierda y aprovechado por el PNV y otros partidos, se alzó la voz de este filósofo vasco que fue amenazado por ETA y hubo de vivir con escolta, y ello sin renunciar al sentido del humor que está presente en todos y cada uno de sus escritos. Porque Savater, a pesar del compromiso ético, político y personal que asume, no renuncia al goce de vivir, a la ironía, a la literatura, a las carreras de caballos de las que es un entusiasta.

Volví a reencontrarme con Savater en Cornellà con motivo de la celebración del 300 aniversario del nacimiento de Voltaire en 1994. Tuve la dicha de conocerle en persona pues lo invitamos desde nuestro instituto (el Jacint Verdaguer, ya desaparecido) y él, amablemente,  aceptó la invitación para intervenir en nuestra semana dedicada al filósofo francés y la tolerancia. Savater había publicado en 1993 El jardín de las dudas en que recreaba la figura del filósofo ilustrado y libertino que marcó el siglo XVIII y que era admirado por el pensador vasco. Su presencia en nuestro instituto fue memorable para nosotros. Pasamos varias horas con Savater que nos atendió con cordialidad y bonhomía. Habló sobre Voltaire y la tolerancia en un gimnasio que ahora me recuerda cuando los centros de enseñanza eran focos de cultura y pensamiento y no lugares de reclusión y bobaliconería universal.

El cruel y miserable asesinato en 1997 de Miguel Ángel Blanco llevó a buena parte de la sociedad vasca a rebelarse contra ETA y surgió el llamado Foro de Ermua y la plataforma Basta ya en la que Savater se implicó personalmente. En aquellos años parecía inverosímil el final del terrorismo etarra, pero Savater defendió con vehemencia la unidad de los constitucionalistas para enfrentarse ideológica y políticamente a las tesis violentas e independentistas. Curiosamente años después, el gobierno de Patxi López, apoyado por populares y socialistas,  llevó a cabo la tesis de Savater, coincidiendo con el final del terrorismo por la acción contundente de la polícía, la judicatura, el gobierno francés y la reacción de la sociedad vasca contra la dictadura terrorista.

Sin embargo, poco a poco la figura de Savater ha ido escorándose en un conservadurismo político y social que me ha dejado insatisfecho. En 1994 existió la posibilidad de que la visita a nuestro centro educativo fuera  compartida por el pensador José María Valverde que declinó la oportunidad por considerar a Savater un prohombre de derechas. El mismo Savater ha afirmado que espera hacerse conservador sin vileza. Su deriva expresa la evolución de un anarquista inspirado por Nietzsche y Cioran a un conservador liberal que parece sentirse no en demasiada disconformidad con el estado del mundo que ya no cuestiona. En sus últimos artículos reivindica el goce de la literatura pero su pensamiento parece ya estático y se muestra ya incapaz de renovarse y mostrar caminos inéditos. Es como si su lucha antinacionalista, justa y consecuente, le hubiera escorado definitivamente en un campo sin demasiado juego ahora que el terrorismo ha claudicado y se abren nuevas e inquietantes perspectivas.

A veces pienso que la trayectoria de Savater ha dejado una obra insatisfactoria para haber pasado a la historia como uno de los grandes (Unamuno, Ortega, María Zambrano...).  A Savater le puede su talante optimista, le falta una profunda crisis personal para impulsar la renovación de su pensamiento que progresivamente va evolucionando hacia la estabilidad, simplemente como el de un hijo de un notario y alumno aventajado de colegios religiosos como los marianistas y El Pilar. Su vena conservadora es decepcionante. Es como si ya hubiera aceptado que el mundo ya no hay quien lo cambie y llegado a un pacto entre lo posible y lo imposible y claudicara ya rindiéndose a la idea de que tal vez todo no esté tan mal hecho. Sintiéndolo mucho, cuando uno lee a Savater tiene la impresión de enfrentarse a un pensamiento agotado y sin ya tensión que no ha llegado a un punto crítico que lo haga útil para ser recordado más allá de lo que pudo ser y no fue. Lo escribo con gran pesar.  Pero siento la impresión de leer la obra de un jubilado de lujo que ya no cree en un mundo diferente al que quepa añadirle un poco de ácido y mordiente corrosiva a ese capitalismo neoliberal que pretende ser la única opción. ¡Cuánto nos hubiera hecho falta tu implicación en ello!

miércoles, 28 de marzo de 2012

La muerte y el pterodáctilo



Cuando mi padre estaba moribundo -murió una hora y media después de esto- me acerqué a él y le pregunté con suavidad pero con firmeza si quería un sacerdote que le confortara.  Todo estaba llegando a su final, yo sé que lo sabía, y en su interior probablemente se estaba produciendo la batalla más intensa de toda la vida, la que nos espera a todos ante la proximidad de la muerte. No me contestó, oía sus estertores, los de un hombre que había ganado una partida al campeón del mundo de ajedrez Mikhail Alekhine hacía muchos años. Nunca nos habíamos llevado bien. Él nunca aceptó mis ideas de izquierda cuando él era de derechas y franquista ni entendió que estudiara Filología en lugar de Arquitectura o Derecho como él ansiaba para mí. Nuestra relación fue difícil y calamitosa, pero en aquellos últimos días en la residencia de la seguridad social fui tomando nota fiel de nuestras conversaciones y apreciando aquellos momentos.  Yo sabía que iba a morir, y él también. Todo era cuestión de cuándo y cómo. Puse en la cabecera de su cama un pterodáctilo de caucho multicolor que asustaba o desconcertaba a las enfermeras y a las monjas. Le pregunté -como decía- si quería un sacerdote pero él no me contestó. Entonces puse mi mano entre las suyas y le pregunté: papá, queda poco tiempo, si quieres un sacerdote, un cura, házmelo saber. Le repetí la pregunta: ¿quieres un cura? Entonces en uno de los gestos más decididos que recuerdo de su vida, en la antesala de la muerte, levemente se incorporó, apretando mi mano con fuerza,  y exclamó el más sonoro ¡bah! que he percibido nunca. No pude reprimirme y estallé en una sonora carcajada, reí de buena gana, y le dije: ¡Me siento orgulloso de ti! Era la primera vez en todas nuestras relaciones que le decía algo como eso y se lo dije con toda mi alma porque él se había pasado muchos años llevándome a aburridas misas de doce en El Pilar de Zaragoza y explicándome que hasta los mayores ateos en el momento de la muerte piden la confesión. Pero su gesto despectivo al respecto selló nuestra reconciliación en un momento extremo e irremediable. Él también había dicho algo inaudito en los días que precedieron a la agonía. Había dicho que le gustaban mis ideas.

Aquellos días antes de morir fueron pródigos en densidad. Su estado no albergaba esperanzas ya de ninguna especie, pero no se suele hablar claro a un moribundo que intuye que sus instantes se agotan. En los últimos días suele recibir visitas que intentan distraerlo con conversaciones de todo tipo y los que van a morir -y lo saben- tienen que disimular porque saben también que los visitantes no quieren mirar directamente la realidad de la muerte, se sentirían muy incómodos e incluso culpables. Una cosa es ir a visitar a una persona en sus últimos momentos y otra es afrontar de forma explícita el  hecho de que va a morir . Hay que animarle, nos decimos, no hay que pensar eso, vivirás muchos años, le decimos, como si al que presiente su muerte pudiera engañársele y consolársele... pero no está bien visto encarar abiertamente y sin pudor la inminencia de la muerte. Hasta los médicos evitan decir nada que parezca irremediable.

Me pregunto por las tormentas dramáticas que tienen que vivirse en el interior de la conciencia del moribundo. Es la preagonía o la agonía... y tal vez tenga que escuchar que Messi esta semana ha metido no sé cuántos goles, sabida su afición al fútbol... ¿Cómo ayudar al que va a morir? ¿Evitando la mención a la realidad? Mi experiencia con personas que van a morir no es excesiva pero alguien me ha dicho incluso que las personas se ponen hermosas si el encarnizamiento médico no es brutal, si se deja seguir el sendero que conducirá a la muerte de la forma más serena posible. Pienso que estos momentos tienen que ser cruciales en la vida de una persona, tal vez sean los más terribles y físicamente más dolorosos pero a la vez intuyo que han de ser extraordinariamente luminosos. El ser se enfrenta al no ser, al abandono de todo que le ha dado consistencia, de todo lo que ha amado.  Su conciencia llega a un terreno en el que no hay ninguna certeza y se acerca al vacío, a la nada. Dudo que las creencias religiosas puedan evitar la duda agónica en esos momentos. La vida de uno tiene que aparecer como en una película vanguardista entreverada de visiones oníricas inducidas por los sueños parciales y las drogas que probablemente le administrarán. He leído, aunque no puedo precisarlo, que en los instantes que preceden a la muerte, segrega el cerebro drogas alucinógenas únicas de una potencia indescriptible. Pero los familiares y amigos no toleran el sufrimiento y no quieren verlo. Es dolorosísimo asistir a esa agonía que no se acepta, que no se quiere, que no se puede soportar... si esa persona es querida y cercana. Probablemente sean junto a algunos momentos de la niñez los más filosóficos y místicos de la existencia. La barca que parte con destino a ninguna parte -creemos- se está desamarrando de la orilla. Esto nos desconcierta. El final nos desafía. No queremos aceptarlo como acompañantes, deseando ardientemente que pase lo antes posible para que no sufra él y nosotros, sobre todo nosotros que no aceptamos el sufrimiento como algo inevitable y necesario. El tabú innombrable de la muerte se alza como un trámite burocrático sobre el que pensamos que no hay que darle más vueltas. No somos nada, nos decimos. Y evitamos después el duelo, queremos que todo pase rápido para quedarnos a solas con el dolor, con la ausencia.  

Me gustaría que alguien muy cercano estuviera cerca de mí en esos momentos confortándome y con quien pudiera aceptar que voy a morir, que se pudiera hablar de ello, que tomara mis manos entre las suyas y que llorara si es necesario pero que no fuera un tema innombrable. Espero que alguien me diga algo como lo que yo le dije a mi padre cuando tal vez ya no estaba en esta dimensión, pero siempre me he sentido confortado con la idea de que aquello le llegó y le ayudó. Probablemente la muerte es el momento cenital y más misterioso de la vida, la exposición máxima al no ser. Siempre me ha atraído la visión de abismo. Tal vez en esos momentos no quepa otra opción que estar en el filo del precipicio y cruzarlo ya sin miedo. ¿Y entonces? ¡¡Que no me vengan a hablar de Messi!!

lunes, 26 de marzo de 2012

Independència



Hoy había una salida al aire libre de los alumnos de tercero de ESO y cuando he llegado me he encontrado para mi desolación la clase vacía. No había visto la notificación que comunicaba la actividad en el tablón de anuncios. He cogido mis bártulos y he bajado para estar como profesor de refuerzo. No ha habido ninguna incidencia, pero en esa hora, mi compañera de seminario Dunia y yo hemos tomado un café y hemos estado charlando sobre múltiples temas en los que solemos encontrar afinidades y coincidencias. Somos miembros del seminario de castellano y ello nos da otra perspectiva distinta acerca de la realidad catalana, los usos de las lenguas, la identidad personal, la adscripción a parámetros políticos nacionalistas o no...

Ambos tenemos una identidad contradictoria acerca de cómo nos sentimos en relación a Cataluña. Ayer leía en un perfil de facebook  que una profesora de catalán se sentía "d'esquerres, catalanista i independentista". Me pareció formidable el hecho de poder definir tan precisamente su situación en el mundo. No hay que decir que admiraba a Guardiola, a Messi, a Piqué... Me pareció realmente admirable que uno pueda establecer con tanta claridad sobre lo que es, a lo que aspira, lo que admira... Siempre me ha faltado esa fe, pero en mi conversación con Dunia, observo que a ella le pasa algo parecido. Ha nacido en Cataluña pero tiene una relación compleja con ese sentimiento que le lleva a discrepar de  los demonios y de la fe de la tribu por un lado, pero a la vez discrepar de aquellos que desde fuera cosifican lo catalán y lo identifican como si todos los que vivimos por aquí respondiéramos a un único y lineal esquema como el de esta profesora que he citado arriba y cuyo perfil es fácilmente reconocible. Ni Dunia ni yo creemos en los estereotipos y ambos entendemos que la identidad es una mezcla de capas en las que los sumandos se superponen no anulándose unos a otros. ¿Es posible sentirse catalán y español a la vez? ¿Es posible no sentirse demasiado de un lado ni de otro y deplorar el maniqueísmo que lleva a definir con líneas precisas ese complejo extraño que es la identidad?

Me pasó haciendo el camino de Santiago aragonés el verano pasado. Me encontré con un saleroso peregrino, locuaz y vivaracho, que reconocía que era aragonés hasta la médula y que proyectaba sobre sus hijos su sentimiento de pertenencia a una tierra, a unos paisajes, a una gastronomía, a un equipo de fútbol... Yo he nacido en esa misma tierra aragonesa, pero nunca he sentido nada parecido. Y tal vez lo lamente. Tal vez sea confortable saberse de un sitio, el reivindicar una historia con matices definidos y contundentes, el tener un equipo que te enardece, tener una virgen, y  a ser posible una lengua que te sitúa en el mundo. Uno es entonces parte de un engranaje más amplio, tu alma se dimensiona a tamaño nacional... La nación -que también reivindicaba José Antonio Labordeta para Aragón- se presenta como una emoción orgánica que te lleva a sentir con toda la tribu, que tiene también la misma bandera, unos colores, un himno, unos estremecimientos asociados con los que se late al unísono. Uno se crispa, sufre o se emociona, con el sentimiento colectivo.

Me falta fe, no creo, no puedo creer en ese sentir colectivo y difícilmente podré proyectar sobre mis hijas el sentimiento de pertenencia a nada. Y nunca se lo he dicho: si sale el tema les digo que son catalanas y españolas. Tal vez en esto ya hay una definición que alguno entenderá rápidamente. No se debería -en opinión de algunos- pertenecer a ambos lados del río. Habría que elegir, eso nos quieren imponer desde un lado y otro, desde esos separatistas que tanto abundan aquí y allí. No hay espectáculo más deplorable que el del anticatalanismo visceral que manifiesta el odio hacia todo lo catalán. Este sentimiento que algunos pregonan en la prensa digital, en conversaciones de bar, en la intimidad familiar... alimenta el otro sentimiento separador y separatista que ve con enorme satisfacción el crecimiento de la mutua desafección, la desconfianza, el rencor... que poco a poco dará sus frutos en esa distancia creciente entre las dos orillas.

No tengo identidad nacional. Me falta. A Dunia también. Nunca podremos pasar a nuestros hijos aquello que el aragonés decía: el sentimiento de pertenencia a una tierra, a una historia, a un paisaje, a una bandera, a un equipo...

Nadamos entre las dos orillas sabiéndonos parte de un océano más ancho que no se deja limitar por los estereotipos y los roles preestablecidos. No sé muy bien de dónde somos. Tal vez aquí seamos de allí, y allí seamos de aquí y nunca sepamos muy bien qué somos ni de dónde somos.

No creo que sea posible conciliar el ser de izquierdas, catalanista e independentista. Algo falla. Me recuerda la conexión de ideas demasiado a Bossi y su reivindicación de la Padania o al menosprecio de Alemania y los países nórdicos hacia los haraganes del sur que se pasan la vida viviendo de las subvenciones de los trabajadores del norte.

No creo tampoco en el orgullo jactancioso del sur o del oeste que menosprecia los sentimientos que van creciendo en esta tierra catalana y no quieren darse cuenta de que con aquellos alimentan lo que querrían impedir, la posible independencia de Cataluña.

En el fondo, los estereotipos y los tópicos tienden a imponerse como en una ópera bufa en que todos representan papeles que el público conoce de antemano y sabe cómo va a acabar la obra. Si no, atentos al último congreso de Convergència Democràtica de Catalunya.  Tal vez en esa apuesta definida por la independencia esté la noticia de mayor calado que ha habido en mucho tiempo. 

viernes, 23 de marzo de 2012

Un descubrimiento estremecedor



Sé que las experiencias educativas son difícilmente exportables o repetibles. Cada contexto es diferente. Lo que en un sitio funciona, en otro es un fracaso considerable, lo que en un ambiente social es un éxito, en otro obtiene resultados decepcionantes. No obstante quiero traer a colación algo de lo que he hablado en otros posts y que pienso que puede ser una referencia útil para profesores osados y que tengan ganas de innovar.

Me refiero al crédito de cine de horror que se articula en cuatrimestres y al que asisten alumnos de primero de la ESO. Está pasando la segunda promoción de alumnos. La experiencia de la primera me llevó a descubrir algunos aspectos relevantes que tenía que tener en cuenta. Es una cuestión fundamental la elección de películas adecuadas. No vale cualquiera por buena que pueda ser. El resplandor de Stanley Kubrick no les ha gustado demasiado a pesar de tener un niño como protagonista y mantener la tensión espléndidamente en un crescendo espectacular. Tal vez era demasiado compleja en la mezcla de mundo de vivos y de fantasmas, lo que les llevaba a desconcertarse. Sin embargo, no fue inútil ver ese filme. Les ha formado inconscientemente su gusto cinematográfico. El encontrar un espacio de dos horas a la semana para ver buen cine es un hallazgo extraordinario. Cada promoción del crédito ve un total de ocho a diez películas sobre las que ha de hacer un pequeño trabajo sobre la parte técnica y expresar su opinión personal sobre la películas. Estos muchachos no están habituados a ver cine sistemáticamente. Ven películas, eso sí; ven series; ven Canal Disney, pero no ven cine con criterio. Tras haber visto Carrie de Brian de Palma, El resplandor de KubrickEl exorcista de William FriedkinThe ring de Gore VerbinskiThe ring 2 de Ideo NakataInsidious de James Wan (película que les ha fascinado a pesar de lo deficiente que es)... ha llegado el momento de ensayar otro tipo de película en que no hay sustos, en que la tensión es contenida, en que la intensidad dramática es alta pero sin sobresaltos y sin subrayados musicales que tanto les gustan. Me refiero a Déjame entrar de Matt Reeves. He escogido la versión americana en lugar de la sueca de Thomas Alfredson. He pensado que estaría más cerca de sus parámetros por ser más explícita. El ritmo es lento, pero el encadenamiento de imágenes y secuencias es sumamente eficaz. Un niño acosado en la escuela encuentra a una amiga singular que va a ayudarlo. Quiero que experimenten con distintos ritmos cinematográficos. He accedido a sus gustos con las películas The ring 1 y 2 y la infumable Insidious. Sabía que les iban a gustar. Alguna muchacha me ha dicho que se le aparece Samara (la malvada protagonistas de The ring) por las noches, que la ve sobre la pared de su habitación.

Estos muchachos llegan superpuntuales a la sesión. No se pierden una y son objeto de envidia generalizada por parte de sus compañeros. El ciclo de horror ha sido uno de los más solicitados de toda la oferta que ha habido. El problema ha sido elegir a los participantes. Pero lo que podría ser algo que fuera entendido como una distracción de bajo estímulo educativo, se está convirtiendo, a mi parecer, en una propuesta sólida y atractiva que les lleva a habituarse al ejercicio de la filmoteca en que se ven películas de culto y otras menos, pero que les van habituando al lenguaje cinematográfico. Es como proponerles un ejercicio de algo atractivo, el ciclo de horror lo es, pero a la vez ir cambiando las piezas porque en el fondo lo que están haciendo es ejercitarse en el papel de espectadores críticos y reflexivos. Es como tenerlos a tu merced durante unas horas. El profesor ha de ser consciente del tipo de películas que les van a gustar (acción, tensión, protagonistas niños o adolescentes, sobresaltos, intriga, relación con el lado oscuro que tanto les atrae...), ha de ser consciente y conocer el género para saber qué nuevas propuestas puede ir añadiendo. No vale cualquier película. Me niego al cine sangriento y cualquier tipo de gore. Quiero que vean filmes intensos en que el lenguaje cinematográfico sea esencial. Déjame entrar está siendo un interesantísimo ejercicio pues juega con algo que a priori no les gusta como es la lentitud, la morosidad, la falta de subrayados musicales y los sobresaltos... pero les está atrayendo. Las imágenes de esos dos niños que tienen la misma edad que ellos (doce años), la violencia en la escuela, la atmósfera inquietante que se genera, la música de Michael Giacchino contenida pero eficaz... contribuye a que el visionado de la película esté resultando altamente interesante y nutritivo. El vampirismo se añade a los temas que hemos abordado en personajes adolescentes o niños que tienen poderes, o son objeto de posesiones diabólicas, o son vehículo de la comunicación con el más allá, con el otro lado.

La cuestión es hacer derivar un ciclo como el horror a una reflexión sobre la poética del  lenguaje cinematográfico. Me recuerda mis primeros años en la docencia en los que podía ofrecer novelas altamente interesantes y exigentes a adolescentes ansiosos de literatura sin saberlo. Ahora el lenguaje fílmico puede ocupar el lugar que se reservaba a la literatura en un tiempo en que la letra impresa ofrece dificultades crecientes para su descifrado y decodificación. El cine es todavía un espacio abierto a la incertidumbre, al descubrimiento y al entusiasmo compartido. 

¡Ah, y tenemos un blog para el ciclo! Estremeciéndonos de miedo.  

martes, 20 de marzo de 2012

El deterioro del lenguaje



Llevo más de seis años escribiendo en el blog y antes de esta experiencia era un contumaz diarista que reflejaba con pasión mi devenir vital. Empecé a escribir diarios a los doce años y desde entonces no he dejado de escribir. Algún amigo me ha animado a crear algo más comprometido y con más estructura literaria. Sin embargo, yo me sé inhábil con el lenguaje y soy consciente de mis limitaciones en el campo de la escritura a pesar de haberme pasado toda la vida escribiendo de una forma u otra e intentando plasmar mis reflexiones y las imágenes que me pasan por la cabeza. Además profesionalmente, he tenido que leer miles y miles de ejercicios de expresión escrita a lo largo de más de treinta años. Mi experiencia no tiene por qué ser extrapolable pero es mi experiencia, la única que tengo, y ella me permite ser testigo del paso de distintas generaciones y su relación con el lenguaje.

Soy consciente de unas dificultades crecientes en el uso de estructuras sintácticas que implican el establecimiento de juicios lógicos que se expresan mediante el uso de las conjunciones (causales, consecutivas, concesivas, distributivas, adversativas...), la relación de los distintos elementos del discurso, el uso de las preposiciones, la adjetivación valorativa, el uso de la subordinación... y sobre todo, en el campo léxico, un empobrecimiento del número de términos conocidos y utilizados y que reflejan un cercenamiento de los matices de la expresión escrita que llegan a ser desoladores...

Un lenguaje pobre es reflejo de un pensamiento pobre y, en consecuencia, un pensamiento rico necesita del soporte de un lenguaje alto en calorías expresivas. No es posible expresar la complejidad, la sutileza, la miríada de matices distintos a que lleva la contemplación y la valoración de la realidad mediante un estilo esquemático, simplón y elemental. Observo la calidad de los juicios en mis alumnos de la ESO y de bachillerato proponiéndoles ejercicios de interpretación, y mi impresión es que cada vez es más pobre la realidad con que me encuentro. Pero no son solo ellos los que son vehículo del empobrecimiento del lenguaje y de la versatilidad del pensamiento. No. Suelo leer los comentarios que escriben adultos en la prensa digital y para mi desesperación, están llenos de faltas de ortografía, de errores garrafales de construcción lógica y de puntuación y además revelan una penuria léxica desoladora. No es extraño que predomine en ellos la agresión, el insulto, los argumentos ad hominem, la división del mundo entre buenos y malos, el esquematismo conceptual, y los trazos gruesos frente a la sutileza en el pensar y el decir.

Se tiende a pensar a través de fórmulas preestablecidas, en base a eslóganes, en función de juicios a priori, estereotipos y clichés, y luego se vierte en un lenguaje cada vez más pobre y mecánico sin la articulación precisa que permite y desarrolla la sintaxis intuitiva. No me cabe duda de que el uso del lenguaje se ha empobrecido en las sucesivas generaciones que he ido observando. Aun recuerdo con admiración a una tía mía que no tenía estudios y que a sus noventa años se expresaba con una riqueza sorprendente en el uso de conjunciones y giros lingüísticos, pero ella formaba parte de un tiempo en que la adquisición del lenguaje era algo que se prestigiaba, en que las personas atesoraban la riqueza idiomática como parte de un preciado potencial personal.

Hay un curso del profesor Maurer que se publicita en la radio que habla del inglés con mil palabras. Yo me pregunto en mi experiencia diaria como profesor y corrector de ejercicios cuántas palabras utilizan mis alumnos en sus propuestas escritas y orales, y desde luego dudo que sea superior a doscientas palabras, y  no es por falta de modelos lingüísticos, que llegan hasta ellos a través de textos escritos y que tienen que ser para ellos incomprensibles por la riqueza que suponen. Es extraño y casi inexistente el joven (pero no solo ellos)  que pretende enriquecer su lenguaje, adquirir nuevas palabras, expresarse con mayor corrección y complejidad y hacer fluida la calidad de juicios lógicos. Los profesores de lengua nos enfrentamos a una barrera idiomática al encontrarnos con una filosofía de época que desprecia el lenguaje como instrumento de análisis e interpretación del mundo y se limita a formulaciones expresadas en un idioma propio de indios en que se revela una pobreza demoledora.

El conocimiento es elástico igual que el lenguaje, igual que las facultades del alma. Si no lo forzamos, si no hacemos ejercicio continuamente y con conciencia clara, nuestra capacidad expresiva se va anquilosando, languidece, se simplifica, se deteriora... pero lo peor de todo es que no se es consciente de ello, no se presta atención a la riqueza que supone el lenguaje. Es sintomático que los futuros profesores de las escuelas de formación del profesorado lleguen a la carrera cometiendo numerosas faltas de ortografía y que esto no sea una barrera fundamental en la valoración de sus exámenes y trabajos. Muchos profesores no son, en consecuencia, exigentes con la ortografía porque ellos se sienten inseguros y cometen múltiples faltas en sus ejercicios y en sus textos. En mi centro, muchos profesores se niegan a corregir faltas de ortografía a los alumnos, al no ser profesores de lengua, y entienden que esta es una tarea exclusiva de estos, aunque la razón última estriba probablemente en que se sienten inseguros y que piensan que si ellos cometen faltas quiénes son para exigir a sus alumnos.

En consecuencia, un lenguaje pobre revela estructuras de pensamiento pobres e implica juicios maniqueos y estereotipados carentes de versatilidad y sutileza. La sociedad no es consciente de ello y deja que el lenguaje se deteriore, y nosotros como profesores no podemos hacer sino cerciorarnos de la catástrofe que se está gestando en la entraña misma de la lengua sin que se preste atención alguna a ello, mirando con fascinación el dedo que apunta a la luna. 

jueves, 15 de marzo de 2012

El pensamiento bobo



Profesor en la secundaria es un proyecto en canal. No refleja lo que debería ser, no, expresa lo que es en la mente de un profesor con treinta años de carrera a cuestas en los que hay grandes esperanzas (al estilo Dickens) y profundas decepciones. A veces me avergüenzo de escribir lo que escribo pensando que mi pensamiento debería ser más estimulante o positivo o menos dubitativo. A los hombres (y a las mujeres) se nos piden certezas, puntos de vista coherentes y confortadores acordes con el pensamiento positivo que debe alentar a cualquier miembro de la comunidad educativa. Ser pesimista es la peor de las situaciones. Un pesimista es reo de deserción, de traición, de contradicción con la esencia del acto educativo que debe ser por definición profundamente optimista. Y sí, es cierto, debemos sacar agua de las piedras. Un profesor es un personaje al que se presupone positivo, alentador, optimista, capaz de convertir el plomo en oro. Hay multitud de películas en que se recrea al profesor como elemento transformador de la clase y que lleva el fracaso inicial a un éxito colectivo. Este es el argumento de Rebelión en las aulas protagonizada por Sidney Poitier y El club de los poetas muertos en que actúa Robin Williams y dirige Peter Weir. Estas entre infinidad de películas en que la figura del profesor es decisiva para transformar el mundo mental de sus alumnos.

Pero ¿qué pasa si es el pesimismo el que orienta filosóficamente el pensamiento del profesor? Lo planteo en primera persona y como instrumento de interpretación de la realidad.  Hoy preguntaba a las profesoras de bachillerato sobre la lectura de alumnos de bachillerato de una novela singular de Pío Baroja. Me refiero a El árbol de la ciencia de 1912. Es una novela atravesada por un profundo pesimismo existencial que he explicado y desarrollado en multitud de ocasiones a alumnos del antiguo COU. Era una lectura motivadora y excitante. Su pesimismo profundo era motivador, su revisión de Schopenhauer y Nietzsche era estimulante. Un adolescente sentía como profundamente personal ese pesimismo existencial que nutría la novela. Hoy, en cambio, no es entendido, me decían mis compañeras, ese atroz pesimismo que impregna al protagonista Andrés Hurtado y que orienta sus juicios respecto a la existencia y la sociedad.

Hace tiempo que no quiero impartir clases en bachillerato por considerarlo profundamente frustrante. Es un nivel en que se recibe lo que se ha sembrado en la ESO, y ello no puede ser más decepcionante. Son alumnos no habituados a la exigencia ni al pensamiento libre u original. Pío Baroja les desborda, no entienden su pesimismo en una época en que el pensamiento original debe de ser profundamente positivo, optimista y reivindicador de la autoestima. El pesimismo es, en consecuencia, la peor de las enfermedades, la más terrible de las claudicaciones.

A mí personalmente me atrae el pensamiento pesimista. Me atrae la tristeza de algunos escritores que fundamentan en ella su modo de estar en el mundo. Me parece extraordinariamente estimulante. Baroja y su concepción desolada de la existencia me suponen una inyección de optimismo difícilmente comprensible. Los pensamientos bobos que defienden la positividad de toda experiencia a pesar de los pesares me sumen en el desconcierto y en el desaliento. No hay nada más excitante que un pensador inteligente pesimista. Razonamos mis compañeras y yo sobre el porqué de la incomprensión del pensamiento pesimista entre los adolescentes y no llegamos sino a la conclusión de que los hemos tratado como a infantes sin abrirles perspectivas de lo que es la vida en su sentido profundo. Hace veinticinco años empezó a ponerse de moda el pensamiento positivo en las escuelas de psicología americanas. Hoy no hay organización ni escuela que no estime que este pensamiento positivo debe ser el eje de toda acción social y política, además de personal.

La extraordinaria capacidad transformadora del pensamiento pesimista se ha desechado. Hoy todo debe tener tintes rosas o blancos, todo debe alentar a la idea de que a pesar de todo, las cosas tienen sentido; de que a pesar de todo, merece la pena vivir; de que a pesar de todo, nos mantenemos en pie; de que a pesar de todo, mantenemos la esperanza en el mañana.

Entiendo que no entiendan a Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia habituados a las cantinelas optimistas que nos nutren y que consideren como una profunda decepción la realidad de un personaje que no piensa que el mañana será mejor que el hoy, y que estima que la naturaleza humana es decepcionante y que la vida no tiene sentido y que supone una corriente ciega profundamente absurda.

Hay profesores que piensan que hemos tratado a los alumnos como niños incapaces y que son, en consecuencia, inanes, a la hora de entender las profundas corrientes del pensamiento occidental, habituados a Canal Disney o la filosofía "profunda" de los Simpson.

¿Es posible entender a Schopenhauer si los referentes son el canal Disney?

En esas estamos. 

martes, 13 de marzo de 2012

Elecciones éticas



En las últimas horas he recibido algún correo electrónico de un alumno que ha sido expulsado varios días del centro. En uno de estos mensajes me escribe el alumno de origen marroquí que "Pensaba que eras un hombre de palabra. Me has decepcionado". Esto me llevó a pensar en lo que había pasado el día anterior y la semana precedente. Ahmed (nombre ficticio) utiliza su conexión a internet en clase para conectarse a páginas porno. Pude constatarlo hace unos días al ver su ordenador con vídeos sexuales explícitos cuando tenían que estar realizando ejercicios de lengua. Lo vi con mis propios ojos, lo amonesté y expulsé de clase. Luego me vino casi llorando diciéndome que su padre lo iba a enviar a Marruecos y desde luego no era lo que él deseaba. Vi su embarazo y le prometí que no revelaría a su padre el motivo concreto de su expulsión esperando que no se volviera a repetir. Llamé a su casa y hablé con su padre sin explicitar que el motivo había sido el que era. Simplemente hablé de su mal comportamiento.

Ayer los dejé trabajar sobre el libro de lectura y Ahmed utilizó el ordenador para conectarse a internet. Ni por un momento pensé que volvería a reproducirse la situación. Cual no fue mi sorpresa cuando subió el Director a clase con una hoja impresa y preguntando por el alumno en cuestión con nombre y apellido. De la conversación que allí hubo se deducía que lo habían localizado por su IP en alguna página que no debía. El Director se lo llevó de clase y adelantó que iba a ser expulsado del centro.

Cuando acabó la clase bajé al despacho del Director donde me reveló que Ahmed había intentado entrar en una secuencia de páginas porno que quedaban registradas por su IP y el nombre asociado a las mismas. Entonces le conté que la semana anterior yo le había pillado en la misma situación. Hablamos con el alumno y lo negó todo, lo del otro día y lo de ayer. Lo negó con contundencia, él no había hecho nada y su padre lo iba a matar porque nosotros lo condenábamos por nada.

Ahmed ha sido expulsado del instituto durante unos días pero he recibido el mensaje a que hacía referencia en que se me reprocha que yo dijera lo que había visto al director cuando habíamos quedado en que no se lo revelaría a su padre y que quedaría entre nosotros. Le he contestado que el que se siente defraudado soy yo porque él se comprometió por escrito a que no volvería a pasar. Ahora niega todo y afirma que ha sido expulsado por nada. Pero ¿cómo confiar en él? ¿Ha fallado el sistema de detección del instituto? Pero ¿por qué ha sido localizado él precisamente y no cualquiera de sus compañeros de clase que también estaban conectados?

Cuando uno es profesor tiene que tomar decisiones y hacer elecciones éticas y no vale pensar que nuestros alumnos son simplemente alumnos. Yo me siento interpelado por Ahmed y la decepción que dice sentir por mi actitud ante él y el director, pero pienso que él que ha fallado fundamentalmente es él. Así se lo he hecho saber. Él ha faltado a su palabra y su compromiso. Entiendo que está en plena adolescencia y puedo comprender que busqué imágenes explícitas de sexo pero lo hace en horas de clase y eso no se puede tolerar. Además pasa por ser un fiel y entregado estudiante del Corán y asiste con frecuencia a la mezquita... Esto me hace pensar en que también existe el doble juego de la moral que tanto nos atenazó cuando éramos católicos.

No obstante, sigo pensando en si debería haber callado lo que sabía. 

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