Para los ajenos al gremio de la tiza (ya pizarra digital con
lápiz electrónico), he de aclarar que un claustro es la reunión de todos los
profesores del centro presidida por el equipo directivo. Se celebra cada
trimestre como final de etapa.
Supongo que esta es la idea. Debatir nada. Decidir cero.
Claustros meramente informativos, semejantes a consejos de administración de
empresas en que se evitan las divagaciones, las reticencias, las opiniones
complicadas. El equipo directivo decide y el claustro cumple su terreno legal
de asentir y callar. No ha lugar a ningún debate de ningún tipo. Al final en
ruegos y preguntas, última parte del claustro, lógicamente no hay ninguna. Esto
se considera un éxito. Apagamos y nos vamos a otra cosa. Ya hemos cumplido con el
imperativo legal.
¿Qué hemos aprendido? Nada. Hemos evitado ser prolijos.
Sabemos que no decidimos nada. Hemos sido operativos, eficientes, concretos,
pragmáticos, lógicos, burocráticos, respetuosos con la ley.
Yo ayer me dormía. Debía ser la siesta del carnero. Ante la
avalancha de informaciones oficiales y sin lugar a ninguna discusión, yo
decidía que aquello era profundamente anticortazariano. Cortázar detestaba a los pragmáticos y amaba todas aquellas cosas
que eran superfluas, que eran superfluas o lo parecían, pero que eran profundamente reveladoras.
Ahora un claustro es inane porque todo el mundo, empezando por los equipos
directivos, quieren la aquiescencia, la sumisión... y nadie tiene ganas de
discutir, de oponerse... Todo ha de ser como un consejo de administración de la
Caixa, formalmente democrático pero profundamente vacío.
Y ¿por qué lo digo? En mi trayectoria profesional he
asistido a muchos claustros. Hubo un tiempo en que un claustro era algo
relevante. En él se discutía sin término obligado sobre todas las cuestiones
que atañeran al centro, se divagaba, se filosofaba, se bromeaba, se decidía y
se votaba. Muchas de las discusiones tenían como único fundamento el placer de
discutir, de plasmar diferentes perspectivas del mundo, de la vida, de la
enseñanza, de la sociedad. Sentíamos un intenso placer en creernos importantes
y que lo que hablábamos tenía algún sentido, aunque divagáramos, y que tenía
efectividad práctica en el hecho mismo de la realización del debate.
En aquellos claustros se hablaba de pedagogía, de sociedad,
de política, de racismo... Incluso recuerdo algún claustro que debatimos
atemorizados el papel del ejército en la sociedad. No nos importaba que nos
convocaran a horas intempestivas ni nos contrariaba la duración de los
claustros. Teníamos conciencia de que aquello era importante y asistíamos
atentos a la celebración de aquellas ceremonias de la democracia en que el diálogo
y el debate era abierto, no coartado, productivo y sobre todo decisorio.
En los tiempos modernos, algo hemos progresado. Redactamos
montones de documentos en forma de programaciones, memorias, planes de mejora,
etc que nadie se lee o a nadie le importan, pero son importantes en la medida
en que cumplen con requisitos oficiales. La educación emula los procedimientos
de la empresa privada en la que es inherente la idea de productividad, de
eficacia, de pragmatismo, de coeficientes que valoran los estados productivos,
índices de éxito, etc.
Tal vez sea necesario, y tal vez aquellos claustros que
realizábamos creyéndonos relevantes fueran totalmente improductivos y
contrarios a la lógica. Tal vez fueran, en su entraña íntima, una equivocación.
Personalmente me sentía interesado en ellos porque podía plasmar algún atisbo
de filosofía personal. Ahora irremediablemente me aburro y me entra el sopor
antes de la hora de comer. Afortunadamente nadie tiene nada que decir y aquello
acaba en un tiempo razonable. El profesorado ha ido aprendiendo a convertirse en un estamento domado y esto es bueno para la sociedad, para la administración, para todos.
La cuestión es ser pragmáticos y evitar cualquier digresión
que altere la digestión al equipo directivo y a la administración. El consejo
escolar es todavía más anodino. Pero es lo que hay. Así cumplimos con los trámites legales. Menos mal que nos queda el
aula.