Víctor Erice y Abbas Kiarostami
Hace dos días visité el Centro
de Cultura Contemporánea de Barcelona,
lleno de una ingenua nostalgia. El director del mismo, Josep Ramoneda, ha sido sustituido por un nuevo director, Marçal Sintes, en mayor sintonía con el
nacionalismo gobernante en Cataluña.
La orientación universalista y multifacética del CCCB probablemente se convertirá en un enfoque más localista y
nacionalista, en consonancia con los nuevos tiempos.
Disfruto, mientras llega la marea cuatribarrada, de las últimas
muestras seleccionadas por la antigua dirección. Una de ellas es Correspondencias fílmicas. En ella se
plantean diálogos entre cineastas de culturas distintas a través de cortos que
se envían uno al otro. Cada sala recoge la proyección de estos cortos
alternados.
Entre todos los posibles, elegí el diálogo entre el director
español Víctor Erice (El sur, El espíritu de la colmena, El sol
del membrillo...) y el director iraní Abbas
Kiarostami (El sabor de las cerezas,
El viento nos llevará...)
Víctor Erice
planteaba uno de sus cortos dirigido a Kiarostami
de un modo muy sugerente. En una escuela extremeña de un pueblo llamado Arroyo de la luz, el maestro les
proyectaba a niños de unos diez años una película subtitulada de Kiarostami cuyo argumento conocemos a
través de los comentarios posteriores de los niños que la han visto en la clase
en penumbra. Imaginaos a un grupo de veinticinco niños totalmente fascinados
viendo una película iraní subtitulada. Cuando acaba la proyección, el maestro
les va preguntando sus impresiones y se va reconstruyendo el argumento del
filme. Parece ser que en una escuela iraní un niño es castigado porque no hace nunca los deberes del día siguiente. El niño tiene que trabajar en casa, cuidar
a sus padres enfermos, trabajar el campo, ir a comprar. De modo que no puede
hacer los deberes. El director le advierte que si al día siguiente no los hace,
lo expulsará de la escuela. Este es el momento decisivo, porque un compañero
suyo decide que aquella tarde le llevará los deberes hechos para que pueda
presentarlos a su maestro. Para ello, ha de conseguir salir de casa, sin que
sus padres sepan adónde va, e ir a otro pueblo donde vive el niño que necesita
los deberes. Realizar el trayecto es complicado y debe correr diferentes
vicisitudes y contratiempos. Pero consigue llevarle las tareas a su compañero.
Cuando vuelve a casa, su abuelo se ha dado cuenta de la mentira de su nieto, y
se expone el niño a un castigo por mentir y desobedecer...
En este momento el maestro de Arroyo de la luz les pregunta a los niños, que levantan la mano
insistentemente para contestar, si creen que merece la pena desobedecer a los
padres y engañar a los maestros para llevar los deberes a su compañero
necesitado, y que si ellos hubieran hecho lo mismo... Todos los que intervienen,
niños y niñas, hacen una valoración ética inmediata y afirman que está bien lo
que ha hecho el niño que ha llevado los deberes a su compañero, aun
desobedeciendo y mintiendo a sus padres, e incluso falseando la realidad en la
escuela porque también mienten a sus maestros. Y sostienen que ellos también
hubieran hecho lo mismo.
Víctor Erice
termina la carta a Kiarostami,
mostrando la evidencia de que los niños de culturas distintas (extremeña e
iraní) reaccionan del mismo modo ante un problema ético universal porque en la
lógica de los niños no existen las fronteras.
He querido traer esto a colación y había pensado
contraponerlo a nuestro modo de funcionar como claustros en los centros de
enseñanza. Me preguntaba si nosotros como adultos hubiéramos reaccionado con la
misma lógica espontánea con que piensan estos niños de diez años. Me pregunto
si la lógica infantil es un estadio precedente a la adquisición de una lógica
de verdad madura, o si esta lógica adulta se convierte inevitablemente en una
versión interesada y parcial de la realidad que se traduce en allá cada uno con sus problemas, que cada uno se las componga como pueda,
y a mí que no me líen con los problemas
de los demás.
¿Cuántos de nosotros hubiéramos arrostrado un riesgo real
por ayudar a un compañero? ¿En qué momento el sentimiento ético de la infancia
se convierte en sentido ético individualista?
He pensado en nuestra convivencia profesional, y he
percibido tan subterránea división entre compañeros que, aparentemente, desempeñan
la misma función (enseñar) que me temo que no son buenos tiempos para la ética colectiva, pero de puertas afuera
parecería que todos, como profesores que viéramos el filme de Kiarostami, fomentaríamos entre
nuestros alumnos los mismos valores que aquel excelente profesional de Arroyo de la luz: es lícito mentir,
desobedecer y hacer trampas para ayudar a un compañero necesitado aunque ello nos acarree un castigo.
¿Y entonces?
Un excelente, aunque apenas concurrido, diálogo entre
directores que he de seguir revisitando.