Durante estas fechas navideñas voy a iniciar un ciclo de
reflexiones sobre alguna noticia que aparezca en la prensa y que me conmueva
especialmente en consonancia con mis estados de ánimo. No voy a hablar de
educación salvo que haya alguna crónica que tenga un añadido especial y que
llegue a encajar en este apartado de Historias sorprendentes.
Hoy voy a hablar de Fabrice Champion, un trapecista francés extraordinario, formado en el Centro Nacional de las Artes Circenses de
Chàlons-en-Champagne. Hacia 1992, acabada su formación, formó un grupo que
le llevó a actuar en la calle con un camión a modo de trapecio. Unido a tres
trapecistas más formaron el grupo Les
Arts Sauts y crearon números que revelaban la más extrema sincronización y
un sentimiento de ingravidez prodigioso. Podéis ver el vídeo que abre el post,
realizado hacia 2002.
Pues bien, este trapecista formidable tenía que actuar en el
Forum de las Culturas barcelonés de
2004. En uno de los ensayos, sufrió un gravísimo accidente chocando con un compañero
en el aire, a consecuencia del cual quedó con la médula espinal afectada, de
modo que acabó en una silla de ruedas. No se rindió y se sometió a los
ejercicios de rehabilitación con una devoción y entrega extraordinarias a pesar
de su dureza como los que siguió en Moscú. Se interesó por el budismo. Hay un
documental, que estoy intentando localizar, titulado Acrobat de Olivier Meyrou
en que se recoge su voluntad de superación y su lucha por no rendirse bajo
ningún concepto. En algún momento llegó a escribir que si tuviera que elegir
-fijaos- entre volver a andar o alcanzar la confianza en sí mismo, elegiría
esto último.
Me ha seducido su figura y me han fascinado sus ejercicios
de trapecio y que continuara siendo profesor ahora de jóvenes trapecistas en la escuela de Rossny cerca de París. La prensa publicaba hoy jueves 22 de diciembre la noticia de su
muerte en Perú el pasado 26 de
noviembre. Había iniciado un largo viaje con destino a la selva amazónica donde
quería participar en un ritual chamánico. Se fue solo. Tras un largo viaje en
avión, en helicóptero después y en piragua luego, llegó al escenario de Fitzcarraldo donde quería participar en
un curso de medicina amazónica. En esta región tuvo lugar la aventura de Werner
Herzog para filmar su mejor película y que recogía la aventura de Fitzcarrald, cauchero peruano por
construir un palacio de la ópera en plena selva amazónica. A partir de esto,
escribió Herzog su libro La conquista de
lo inútil.
Fabrice Champion
murió allí tras ingerir unas hierbas durante un ritual chamánico a los treinta y
nueve años.
Esta es la noticia que he leído esta mañana y no ha dejado
de rondarme durante todo el día. Me parece una historia llena de magia,
incluida su muerte que no sé por qué he envidiado. Tiene que ser una gozada
poder morir en una ceremonia de autoconocimiento tras un viaje espiritual como
el que él inició. Probablemente él no quería morir. Todo ha mostrado su
voluntad inquebrantable de superación en la desgracia. Fabrice era alguien fascinado por la ingravidez. En esas décimas o
centésimas de segundo en que en el trapecio se soltaba de las barras para dar
una contorsión en el aire y volver a agarrarse a las manos de un compañero, le
hacían sentir el sortilegio de la inconsistencia de la vida y de
volar en medio del vacío. No es fácil curarse de eso. Quien ha vivido aunque
sea solo parcialmente una experiencia de ingravidez ya jamás vuelve a ser el
mismo. En su silla de ruedas siguió con su viaje luchando día a día por su
recuperación que nunca dio por perdida. Su experiencia del budismo que imagino
profunda y esclarecedora le hizo contemplar la vida de otra manera y que
acentuaba su sensación de vacío en el trapecio. El ser humano es una criatura con
una realidad física y una vocación espiritual. Me fascina que dijera que
prefería tener confianza en sí mismo más que volver a caminar.
Me hubiera encantado acompañarlo en su viaje chamánico. Pero
cada uno tiene su viaje. El mío es mío, solamente mío.
El problema central de la vida es encontrar el lugar. Él lo
encontró. Y ya no necesitó volver.