Hay días que voy agobiado por los pasillos del instituto. Las cosas a veces no salen como te las esperas y vas un poco molesto por la actitud de tus alumnos o vete a saber por qué. Pero hay un momento en que todo se serena y es cuando nos encontramos y nos dedicamos unos momentos a saludarnos. Me aprietas suavemente el brazo y me dices:
- Muy bien, Ahmed, voy corriendo a clase. ¿Va todo bien?
- Sí, profe, ten un buen día.
- Lo mismo te digo, suerte.
Marcho satisfecho de estas cuatro palabras aparentemente intrascendentes pero cargadas de calor humano. Es necesario poco más. Nadie te obliga a saludarme ni nada me debes ni nada puedes obtener de mí. Nuestras simpatías son gratuitas. Me doy cuenta por contraste de tantos y tantos alumnos que pasan al lado de mí y no consideran relevante saludarme quizás por pudor o simplemente por falta de consideración, o algunos que lo han sido y que ya no me saludan pasados unos meses después de dejar de ser alumnos, y es como si te hubieran olvidado a pesar de que mantuvisteis una relación cercana y gratificante. En ocasiones percibes claramente el desvío de la mirada cuando está próxima a encontrarse. Siento tristeza, pero no rencor. Sé que los seres humanos son complejos, que cada uno tiene sus motivaciones, sus contradicciones y su derecho a olvidar. No hay reproches. Sólo reprochan los niños. El mundo es ansí, como decía Pío Baroja.
Una alumna que había marchado del centro a otra comunidad autónoma, un día que ha vuelto a hacer una visita, me espera a la salida de clase y cuando salgo me saluda y nos damos un par de besos. Para mi sorpresa me ha traído un regalo: unos chorizos gallegos caseros. No abres el paquete, lo harás en casa. Jessica ya no es alumna tuya, ahora vive a mil quilómetros de distancia y ha venido a verte y recordarte. Nos interesamos mutuamente por nuestra vida. Recuerdas el último examen suspendido que corregiste de ella. Ahora ya no tiene importancia. En el fondo no tiene demasiada importancia suspender o aprobar a un alumno para establecer lazos entrañables con él.
Entonces sientes la maravilla de ser profesor, en esos gestos generosos, sencillos y cordiales, que están absolutamente llenos de densidad humana. Sientes ese calor igualmente en el blog cuando sabes que alguna exalumna tuya lo está siguiendo aunque no deje comentarios. Sabes que está ahí y tú y ella compartís esos secretos que vas desgranando en tu blog.
Gracias Ahmed. Espero que la fiesta del Cordero fuera feliz para ti. Te pregunté por ella y tú me preguntaste por la Navidad. Yo te hablé de mis hijas, de mis sobrinos, de los días moderadamente felices de la Navidad. El universo está frío, y somos nosotros los que lo calentamos con nuestro calor. Un profesor imparte conocimientos pero también da calor, forma parte de nuestra profesión, y a veces hay alumos que se llaman Ahmed o Jessica que te devuelven esa temperatura con su educación y su cortesía exquisita.