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lunes, 11 de septiembre de 2006

Una verdad inconveniente


Hoy ha venido a verme inesperadamente mi sobrino Oscar de Zaragoza. Siempre que nos encontramos surge algún tema de conversación que me sirve de exploración del alma de los adolescentes con los que he de bregar día a día. Supone verlo desde un ángulo familiar y no del “lado del profesor”. Él me pone al día de los nuevos grupos musicales, de las nuevas tendencias tecnológicas, de sus gustos de lectura, de sus reivindicaciones de adolescente a los conflictivos quince años, con la ESO suspendida y orientado a los famosos programas de Garantía Social. Puedo ver en él a muchos de mis alumnos de un determinado perfil, pero en una relación transfigurada por el afecto y la cercanía.

Es un adolescente arquetípico: acné, brackets, aire desgarbado, inseguro con su aspecto físico aunque arrogante y necesitado de autoafirmarse continuamente, hipocondríaco, aprendiz de cínico, susceptible sobre su aspecto físico y sus características personales, aire de estar aburrido constantemente como si el mundo adulto fuera inhábil para satisfacer sus ansias más profundas, inquieto, incapaz de estar mucho rato con la misma actividad, protestón y contestatario, sabelotodo, adicto a los recursos tecnológicos y a la música heavy metal.

Intuyo en él una fuerte desorientación y un protopensamiento caótico que busca, que necesita modelos que le sirvan de eje en su vida. De momento se mueve dentro del ámbito de la negación. Sabe más lo que no quiere que lo que quiere. El mundo paterno y adulto es ambivalente y siente hacia él tanta atracción como rechazo. Está buscando nuevos paradigmas de ideología y de comportamiento. Desgraciadamente, dentro del mundo juvenil, que es el que él frecuenta, es difícil encontrar un pensamiento que vaya más allá del situacionismo negativo. Aquí estoy y el mundo me lo debe todo. Yo no soy responsable, yo no he pedido estar aquí; mis padres tienen la obligación de mantenerme y aguantarme; los profesores son unos seres cargantes que parece que se obstinen en hacernos la vida insoportable con sus discursos, con sus materias lentas y aburridas; los escritores oficiales son unos pesados y sus novelas obligatorias, soporíferas.

Una conversación hoy le ha desconcertado. No sé cómo ha salido, pero hemos empezado a hablar del cambio climático y del calentamiento global del planeta. Este es un tema que le venía lejano y carecía de interés en principio para él, pero que hoy se ha convertido en un buen referente de sus inquietudes y reflexiones. Estamos –hemos dicho-, en un proceso de cambio climático, cuyas consecuencias podemos ya ver por el ascenso de las temperaturas medias del planeta, la fusión de glaciares y de partes considerables de los polos que dará origen a un ascenso del nivel medio de los mares en las próximas décadas. El calentamiento global alterará y cambiará nuestro modo de vida lo que originará gravés sequías por un lado y lluvias torrenciales o huracanes por otro. Probablemente, el cambio climático esté propiciado también por la desaparición de grandes zonas de selvas tropicales y el avance de la desertización, incluida la península Ibérica. Las migraciones masivas de africanos puede que tengan que ver con este cambio climático y el agotamiento de recursos de vida tradicionales como la pesca. Todo ello alienta la migración de decenas o centenares de miles de africanos. Y es que como fondo de todo está la acción del hombre, esquilmando la naturaleza por encima de sus posibilidades.

Hemos hablado de la hipótesis de Gaia de James Lovelock, la idea de que la Tierra es un organismo vivo que reaccionará a tenor de las agresiones que está experimentando. Si continuamos explotando los recursos del planeta, éste sencillamente se defenderá y se nos quitará de encima. Hemos hablado también del debate promovido por Stephen Hawking del que hablaba en un post reciente. El científico británico se preguntaba sobre qué cómo debíamos enfrentarnos a un mundo caótico y cambiante y cómo sobrevivir a estos cambios en los próximos cien años.

Le he sugerido que vaya a ver la película a punto de estrenarse titulada “Una verdad inconveniente”, protagonizada por el exvicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore. Se la he recomendado para que sea él mismo quien saque conclusiones sobre la situación grave –a mi juicio- en que nos encontramos.

He visto a mi sobrino preocupado e incluso angustiado ante lo que estábamos hablando. Sobre todo quería saber sobre cuándo veríamos cambios irreversibles de lo que estaba sucediendo. Al Gore sostiene que disponemos de una década para reducir considerablemente las emisiones de CO2 a la atmósfera y otros cambios que impliquen la reducción de consumo energético en el planeta. Si no, en unas décadas muchos cambios se habrán hecho difícilemente reversibles y la inestabilidad social, humana y climática del planeta se habrá hecho insostenible.

Oscar se ha ido preocupado. Su padre le ha hablado de otras interpretaciones más tranquilizadoras sobre lo que está pasando. Que esto son ciclos; que estamos en un ciclo cálido, pero al que pueden suceder otros ciclos más fríos, que esto no es irreversible, que no tenía por qué preocuparse… Sin embargo, ayer por la noche, Oscar se preguntaba sobre lo que podía hacer como ciudadano del planeta y se planteó apuntarse en asociaciones como Greenpeace o Adena como colaborador. De hecho entramos en algunas de sus páginas web y vimos las tarifas para jóvenes menores de dieciocho años, sector cuya participación considero imprescindible para intentar paliar los efectos, a mi juicio, peligrosísimos del efecto invernadero y el calentamiento global. Son el futuro, es su calidad de vida y sus condiciones de supervivencia las que están en juego.

De nuevo, una visita de mi sobrino me ha servido para establecer un diálogo productivo con las generaciones jóvenes, y considero que muchas de sus reacciones son extrapolables a las que encontraré dentro de unos días entre mis alumnos de su misma edad y de su actitud contestataria, pero en el fondo necesitada de algo que dé sentido a sus vidas. Creo que ha sido un diálogo fecundo para los dos.

martes, 5 de septiembre de 2006

Reglamentos

Una de las sesiones más prolijas y burocráticas que preceden al comienzo del curso es aquella en que intentan fijarse las normas del RRI (Reglamento de Régimen Interno) que fundamentan la convivencia del Centro. El que esto firma no suele intervenir públicamente porque prefiere actuar antes como cronista que como protagonista dialéctico.

La Junta directiva va desgranando ante el claustro reunido en pleno las normas básicas del RRI y mi impresión es que la discusión parece extraída de una película de los Hermanos Marx en aquel film memorable que es Una noche en la ópera: La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte… En efecto, no hay norma escrita que considerada cabalmente no termine por resultar absurda e inaplicable en la práctica. Los profesores desmenuzan todo el reglamento de régimen interno y se dan cuenta de las sutilezas del lenguaje. Todo, en el fondo, si bien se observa, es objeto de relativismo y casuística. No bien el Coordinador pedagógico, un personaje melifluo que podría ser miembro de una ONG dedicada a auxiliar a los pueblos oprimidos del planeta, enuncia una norma, un montón de manos se levantan decididamente. Él, que tiene asumidos los hábitos democráticos a fondo y es partidario de la cordialidad y el entendimiento, da la palabra a los que se manifiestan como disidentes. Entre todos terminan por machacar el enunciado objetivo de la norma en cuestión y todos nos decimos entre nosotros que está en los límites del absurdo y es inaplicable. La discusión gira en redondo, y los argumentos de una parte del profesorado son cuestionados por todas y cada una de las intervenciones que siguen. Cuando todo está patas arriba, una nueva palabra desvía la discusión a otros términos que nadie hubiera sospechado. Entonces se produce el guirigay gozoso del claustro que, incapaz de llegar a una solución objetiva, decide tomarse tomarse las cosas con sentido del humor. De pronto, unas palmadas llaman al orden al profesorado y se intenta reconducir la situación que, sea la que sea, termina por ser pospuesta para una reunión posterior sin fecha. Así sucede con todos los artículos del Régimen Interior. El lenguaje, como denunciaron las obras del teatro del absurdo, empezando por La cantante calva de Ionesco, es un importante factor de incomunicación y llevado a sus últimas consecuencias es realmente insólito y delirante.

El Jefe de Estudios luce su larga cabellera desplegada al viento. Hoy lleva una camiseta con la figura del Thor el dios del Trueno, el dios de Asgard. En sus manos levanta el famoso martillo Mjolnir –hecho por los enanos en las cavernas subterráneas- que hace de este dios uno de los más conocidos del Olimpo de la mitología Nórdica y que ha sido acercada a las recientes generaciones por la versión de los Marvel Comics. El representante de Thor y del orden académico alza la mano serenamente ante las reiteradas y malévolas alusiones a la deficiente disciplina del centro. Todo es relativo, viene a decir. No pueden aplicarse mecánicamente las normas de de incoación de expedientes por la disparidad de criterios con que los profesores expulsamos a los alumnos díscolos. Los hay, sin ir más lejos, que expulsan por no traer el libro a clase mientras que otros más pacientes, sólo lo hacen cuando un alumno le está metiendo el dedo en el ojo. Hay que buscar un término medio, que carajo. Hay que contextualizar, dice agitando a Mjolnir en el aire.

La profesora tutora de mediación apela a nuestras conciencias para que no expulsemos sin antes haber dialogado profundamente con los alumnos. Han de sentirse escuchados, y no como enemigos de nadie. Es necesario, pues, que funcionen los puentes de diálogo y no los de enfrentamiento. La escuchamos arrobados a punto de entrar en éxtasis cuando argumenta que no podemos recoger por escrito los motivos por que debeberíamos expulsar a un alumno de clase. Es necesario, dice con voz delicada, aplicar el sentido común. El martillo de Thor, Mjolnir, ha de ser mesurado y darle antes una oportunidad al entendimiento, a las manos enlazadas por la concordia y no al gesto agrio e intemperante.

No todo el claustro coincide con tan benévola interpretación de los hechos. De hecho, desde muchos angulos se denuncia la falta de eficacia en la aplicación de las normas de disciplina y se discuten a propuesta del director medios que puedan ayudar a redirigir las situaciones conflictivas sin llegar a la amonestación -terriblemente complicada y liosa para el profesor en su aplicación según explicaremos algún día-. Varios profesores exigen un claustro que tenga como tema monográfico la disciplina pues se considera un asunto sin cerrar y que las medidas cautelares sean más abundantes y efectivas. Los puntos de vista son difíciles de conciliar.

Obvio otros múltiples temas de debate puesto que en casi ninguno hemos llegado a un acuerdo consensuado… y es que la naturaleza humana es compleja y los reglamentos muy relativos e incapaces de contener la infinidad de matices que tiene el ser humano. En todo caso, un claustro es divertido si uno ha de resumirlo posteriormente para los lectores del blog.

viernes, 1 de septiembre de 2006

Rumbo a lo desconocido


Crónica en caliente. Acabo de volver de mi instituto donde he vivido “la vuelta de las vacaciones”. Uno de setiembre. Los motores herrumbrosos han de ser engrasados. Todos somos extremadamente amables. ¿Qué tal las vacaciones? Respuestas estereotipadas. Muy bien. Demasiado cortas. Ya estamos aquí. Todos estamos desconcertados. Besos, efusivos apretones de manos. El Jefe de Estudios, que hace colección de camisetas estratosféricas (reaccionarias y revolucionarias) y de las que tiene una buena cantidad en su armario, nos cuenta en la intimidad que este verano ha participado en Londres en un campeonato de Streap-Poker. Nos enseña fotos vestido, al empezar, y luego, ataviado púdicamente con una toalla, al finalizar la partida. También fotos de bellezas rubias y senos esplendorosos cuando la suerte les había sido adversa. Al poker por internet, une su afición por la magia y los cócteles que endulzan la garganta. La pedagoga del centro me habla, en cambio, de su viaje por Uzbekistán, en plena ruta de la seda. Ciudades: Samarkanda, Bukhara, Tashkent, Fergana… Un país que perteneció a la URSS y que hoy en día busca su identidad (como todos, me digo yo). La mayoría son uzbekos y el idioma internacional es el ruso, luego el tayico. Casi nadie habla inglés. Es un país poco tocado por el turismo y sus gentes son amables y encantadoras. Sus ciudades son feas y deslavazadas pero su arquitectura histórica es admirable. Promete traerme otro día fotografías del viaje. Un compañero de seminario me habla de su viaje a Calabria, en el empeine de Italia, una región de bosques y lagos en que en pleno verano habían de ir con jersey, tan alejados de los calores que hemos padecido en España.

Cada cual tiene su historia que contar. Un profesor me habla de un verano angustioso por la tensión de que su hija pequeña pudiera padecer un tumor tiroidal. Me siento identificado con él y le cuento mis preocupaciones y ansiedades como padre. Nos damos cordialmente la mano. Entre tanto una profesora viene a manifestarme su afecto en un saludo tan parco como cálido. Los dos sabemos que nos apreciamos y no hace falta nada más. Ninguno ha hecho nada especial este verano.

El director te habla de un amigo común al que vio en sus vacaciones en un pueblo castellano. Otro profesor te hace la reflexión fatalista de somos más viejos. Otra compañera te habla del estrés que arrastra del curso anterior. Somatiza las tensiones y el curso pasado lo vivió como un náufrago a la deriva en alta mar, algo así como el protagonista del Relato de un náufrago. Estos días, por la vuelta, ha padecido dolores de estómago y ansiedad. Nos esperan nuestros alumnos en pocos días. Un comienzo de curso tiene algo de violencia. Dos ejércitos enemigos aguardan para devorarse y ninguno tiene la más mínima intención de comenzar. Sólo las fechas inexorables del calendario marcan nuestra dinámica. Todos lo vivimos con un sordo malestar interior que nos acompaña estos días.

Recuerdo una serie televisiva de hace unas décadas. Era una serie de intriga científica llamada Rumbo a lo desconocido. Era niño y yo la vivía con angustia. Algo parecido a lo que vivimos estos días cada uno a su manera. Existe en la conciencia popular la convicción de que los profesores vivimos muy bien, pero la gente no conoce nuestros temores, nuestra inseguridad, nuestra frustración de enfrentarnos a alumnos, hijos de nuestro siglo XXI, que no se sienten nada atraídos por lo que nosotros podemos ofrecerles. Somos un resabio del pasado. Los profesores somos algo con cierto sabor romántico y nuestros alumnos son todo menos románticos. Luchamos contra modernos molinos de viento que en pleno parque eólico nos derriban una y otra vez. Nuestra autoridad y nuestro prestigio es sólo ficticio. Representamos lo que Kundera tituló pomposamente como La insoportable levedad del ser, pero sustituyendo “ser” por “profesor”. Probablemente en pocas generaciones los profesores hayamos desaparecido o sólo seremos un lujo al alcance de las clases más acomodadas.

Este año impartiré asignaturas de lengua castellana a cuarto de ESO, y un lujo maravilloso: Literatura Universal a alumnos de Primero de bachillerato. Hoy decido finalmente las lecturas para este curso. Quiero que sean cortas para que no se agobien, pero también intensas y representativas de algunas corrientes fundamentales de la literatura. He elegido: Lisístrata de Aristófanes, Tartufo de Molière, Narraciones extraordinarias de Edgar Alan Poe y La metamorfosis de Kafka.

Nos adentramos en un curso que aparece delante de nosotros como una incógnita, una equis en campo de gules, llegamos a territorio enemigo con nuestras armas aguzadas por la ironía y el afecto, más allá de nuestros temores y nuestras ansiedades. Ser profesor tiene algo de misterioso. (Joselu, baja de tu nube. Te has pasado el verano leyendo, como te pasas la vida, en un correlato de existencia. No puedes vivir ya aventuras en el espacio, pero sí en el tiempo, sí con tus alumnos cuya respuesta no puedes vaticinar). Entramos en un tiempo mágico cargado de tensiones, de miedos, de incertidumbre, de desesperanza, pero también de desafíos, de energía vital puesta al límite, de amor, humor y de muerte: inevitable contradicción que es la vida y la enseñanza. Alia iacta est.

domingo, 27 de agosto de 2006

Inquietudes


Tras dos meses de desconexión bloguera, cuelgo mi primer post en la será mi segunda temporada en la blogosfera. Es difícil comenzar. Acudo a todo lo que ha sucedido este verano cerca de mí que no ha sido poco. Por mi proximidad vacacional vienen a mi cabeza los innumerables incendios que han asolado Galicia cuyas causas siguen siendo un misterio impenetrable. ¿Intereses políticos y empresariasles? ¿Pirómanos locos? En el Mediterráneo han sido las invasiones de medusas que se han acercado a las playas atraídas por las altísimas temperaturas del agua. En Canarias hemos tenido un terrible drama humano que conmueve nuestros sentimientos: la llegada de miles y miles de africanos en cayucos que huyen de la hambruna y de la desolación en que está sumido el continente negro. Allí no hay futuro de ninguna especie, y se lanzan al mar, casi a la deriva, a la búsqueda de un mundo en el que puedan sobrevivir…

El mundo está cambiando y cada vez se está convirtiendo en un lugar cada vez más inestable y peligroso. El físico británico Stephen Hawking lanzó al ciberespacio una pregunta cuyos planteamientos coinciden en grandes líneas con los que me a mí me preocupan. Hawking preguntó “En un mundo que es un caos social, político y medioambiental, ¿cómo puede sobrevivir la especie humana los próximos cien años?”
El físico recibió en pocos días un volumen de veinticinco mil respuestas a su pregunta. De entre ellas se escogió la mejor tras un laborioso proceso de selección. El autor de la misma, el más brillante, fue Semi-Mad Scientist (científico casi loco). Su respuesta fue curiosa para mí porque era casi similar a la que recibí hace un par de meses cuando planteaba mi temor por el desastre ambiental en que estábamos sumidos. Ambas revelaban una fuerte confianza en la capacidad de adaptación del ser humano por ominosos que sean los peligros a que nos enfrentamos. Decía Semi-Mad Scientist (resumo sus palabras):

“El caos no es algo nuevo, es algo que ha estado siempre con nosotros y que, a pesar de todo, el ser humano ha logrado sobrevivir. Somos una especie que ha sabido adaptarse y seguiremos haciéndolo. Hay tres grandes peligros: una guerra nuclear, una catástrofe biológica y el cambio climático. Estoy convencido de que los recursos que tenemos ahora probablemente no existirán en cien años, pero tampoco existían en el siglo pasado. Si Europa logró sobrevivir a la peste negra del siglo XIV, el ser humano puede superar cualquier catástrofe que pueda ocurrir”

Hawking contestó diciendo que él no conocía la respuesta pero que proponía que el hombre fuera capaz de colonizar las estrellas para cuando las cosas se pongan mal. “La supervivencia a largo plazo de la especie humana sólo estará a salvo si los terrícolas nos vamos a vivir al espacio y después, a otras estrellas. Pero esto no pasará por lo menos en cien años, así que debemos tener mucho cuidado. Quizá debamos tener esperanzas en que la ingeniería genética nos haga más sabios y menos agresivos”.

No sé, pero estas respuestas “optimistas” no acaban de tranquilizarme porque ambas reconocen la peligrosísima situación en que se encuentra la especie humana. Ambas confían en la capacidad de adaptación del ser humano pero no nos hablan de lo significará como individuos este proceso de adaptación, como miembros de un hormiguero cuyo objetivo es la supervivencia. A mí no me preocupa tanto la viabilidad de la raza humana -que sé que sabrá sobrevivir-. Me preocupa el futuro de mis hijas, el mundo en que van a vivir, el cambio que día a día vamos experimentando, y eso que estamos en la parte del mundo envidiada y cómoda a la que quiere huir la mayor parte de la humanidad. Nos esperan grandes cambios, estamos viviendo grandes cambios, y estos han de ser mirados bien con preocupación o bien con inconsciencia. Esa ilimitada confianza en la capacidad del ser humano puede cegarnos y llevarnos a no hacer lo racionalmente necesario para sobrevivir en las mejores condiciones. Todo lleva a que debemos reducir el consumo energético y el consumo en general para no seguir despilfarrando los limitados recursos del planeta, pero éste no es el discurso que más puede atraer a los votantes. Nadie quiere oír hablar de esto. Una parte pequeña de la humanidad consume la mayor parte de los recursos del planeta y hace que éste cambie y se desertice. La globalización hace que todo sea conocido. ¿Hemos de extrañarnos de estas embarcaciones que se lanzan a la mar en busca de un mundo mejor para sus hijos? Quieren lo mismo que yo.

martes, 1 de agosto de 2006

En Tenerife



Por encima del mar de nubes volamos a Tenerife. Días solsticios con amistad, buena comida, encuentros entrañables y excursiones telúricas. Lejos quedan las tribulaciones del Profesor en la Secundaria, pero desde la distancia añoro ese momento en que volveré a publicar enfrentándome cada día con la incertidumbre del autor lleno de ilusión en sus comentarios. Desde esta maravillosa tierra canaria, desde la isla Amable, un recuerdo emocionado a aquellos que por casualidad entren este verano en Profesor en la Secundaria. Hasta pronto. Posted by Picasa

sábado, 17 de junio de 2006

Final de curso


Días luminosos y melancólicos en este final de etapa, de trayecto, de un ciclo de la vida, relatado ampliamente a través de un blog que los que estáis aquí, habéis podido seguir. Se trataba de conocer la interioridad de un profesor en el ejercicio de su profesión: sus ilusiones, sus esperanzas, sus vacilaciones y sus desencantos…

Este curso ha tenido de todo un poco. Momentos de logros, de luz, pero también de sombras y de fracasos. Es difícil atribuir un color único al conjunto del curso. Es como estas círculos de colores que se hacen girar a gran velocidad. El resultado es un tono blanco grisáceo que incluye todas las tonalidades. No hay grandes éxitos. El material humano es imprevisible. Quizás con el tiempo haya más perspectiva para juzgar. ¿Qué se ha aprendido de verdad? ¿Qué se olvidará? Probablemente la mayor parte de las cosas. Enseñar es volver a retomar una gran piedra a cuestas y elevarla hasta lo alto. Cuando está arriba, ésta vuelve a caer, y el profesor ha de retornar a levantarla y volverla a ascender. Es, como habéis observado, la representación del mito de Sísifo.

No es éste un trabajo para hacerlo deprimido y careciendo de ilusión. Ésta es nuestro combustible primario. Pero entiendo a tantos y tantos compañeros que no pueden soportar la tensión de entrar cada día en las aulas. Nuestros adolescentes cada vez están peor educados y son tremendamente crueles si ven al profesor con algún resquicio de fragilidad o indecisión. He visto a compañeros destrozados por la actitud de algunos cursos contra ellos. A veces llegan sustitutas, novatas en el arte de enseñar, y eres consciente de lo mal que lo están pasando. Pasas al lado de sus aulas y observas que no consiguen controlar la clase en toda la hora. Los alumnos son muy sádicos con aquellos que se muestran como débiles. Para ser profesor hace falta vocación y enorme resistencia ante la adversidad. Otra opción es la de hacerte cínico –sin creer en nada de lo que estás haciendo- pero, curiosamente, con esta actitud los chavales se muestran mucho más tolerantes y además tienden a portarse mejor. Supongo que todos recordamos a profesores desvergonzados con los que tendíamos a comportarnos bien. Quizás es que el cinismo puede llegar a ser divertido en ciertas dosis.

En fin, Profesor en la secundaria ha llegado al final de curso. Mis alumnos no asisten ya a clase. Están pendientes de los exámenes finales, las repescas, que permiten recuperar algunas asignaturas. Tenemos encima la presión enorme de tenerlos que aprobar como sea. Un instituto no resiste una alta tasa de repetidores sin ningún propósito de la enmienda. Son un problema para los alumnos nuevos que llegan y contribuyen a estropear y maliciar a los cursos resultantes porque ya son alumnos resabiados con el sistema y transmiten su hostilidad a los nuevos que han llegado. Son una bomba de relojería. De tal modo, que las direcciones de los centros someten a votación de los claustros los aprobados generales para evitar las repeticiones que se consideran en general más conflictivas que el pasar de curso automáticamente. Para ello hay que aprobarles todas las asignaturas aunque les hayan quedado ocho o nueve pendientes. Esta es la próxima decisión que hemos de tomar en nuestro centro. Si hacemos repetir a todos los alumnos que no se merecen pasar, a pesar de nuestra enorme manga ancha, salen números próximos al treinta y cinco por ciento de repetidores. Es una cifra insoportable y que además bloquea la entrada de nuevos alumnos al centro que pudieran suponer una mejora cualitativa. Esta es la disyuntiva en que nos encontramos en el próximo claustro. No sabemos qué hacer con los alumnos que fracasan en la ESO. No les gusta estudiar y entienden que el instituto es un lugar de diversión por un lado y prisión por el otro. ¿A quién se le ocurriría extender la enseñanza obligatoria hasta una edad en que los intereses ya están tan marcados que son irreversibles en la mayoría de los casos?

Me cuesta despedirme. A lo largo de un curso he compartido con mis amables lectores mis preocupaciones. Ha llegado el final de etapa al que hacía referencia al principio del post. No me queda sino agradeceros vuestra fidelidad y paciencia ante mis largos posts, y mi oscilación entre el pesimismo y el optimismo. Así vivo yo mi ejercicio profesional. Habéis sido testigos de mi vaivén emocional, de mi sufrimiento íntimo ante situaciones que no podemos o no sabemos resolver. Un centro de enseñanza no puede cambiar a sus alumnos a esta edad. Ya están demasiado hechos. Por otro lado, observamos que los padres cada vez más abdican de su obligación de educar a sus hijos y nosotros constatamos los resultados de esa omisión.

No sé si habrá una segunda etapa de Profesor en la Secundaria. Creo que he dicho casi todo lo que tenía que decir. Vuestros comentarios han sido a veces lo mejor de mis posts. Tengo que preparar nuevos proyectos, nuevos blogs o relanzar algunos que llevan tiempo detenidos por falta de tiempo. En todo caso, gracias por vuestra presencia. Escribir un blog ha sido una experiencia muy hermosa y me ha permitido entrar en contacto con amigos de diversas partes del mundo que me han enriquecido. Así pues, éste es mi último post en esta temporada pero no es la despedida de la blogosfera. De una forma u otra seguiré en esta dimensión tan extraña pero llena de calidez y calidad humanas.

jueves, 15 de junio de 2006

El profesor


Frank McCourt tenía sesenta y seis años cuando publicó el archiconocido Las cenizas de Ángela en 1996. En esta libro de memorias relataba su infancia desgraciada en la Irlanda –en Limerick- en los años treinta y cuarenta. Inopinadamente la obra lo llevó al estrellato mundial de la literatura. Su relato lleno de verosimilitud y ternura, a la vez que de sentido del humor, ganó el premio Pulitzer y se han editado del mismo más de veinte millones de ejemplares en más de treinta idiomas. Lo que mucha gente ignoraba, incluyendo a este bloguer, es que Frank McCourt no salió de la nada. Llevaba tras de sí treinta años dedicado a la enseñanza de la lengua y literatura inglesas en institutos de enseñanza secundaria en la ciudad de Nueva York. Es esta faceta la que me ha resultado más sorprendente y me ha llevado a leer su última obra titulada Teacher man, El profesor, publicada en Nueva York en el año 2005.

Una obra que lleva como centro a la figura del profesor de Lengua y Literatura no podía ser más del agrado del redactor de este blog que se apresuró a comprarla en cuanto tuvo conocimiento de su existencia. Hace unos años leí complacido esas memorias que citaba al comienzo del post, Las cenizas de Ángela, que sin ser, como se ha dicho, una obra maestra, en su género ofrece elementos interesantes para iluminar lo que puede ser una infancia desgraciada relatada con una mezcla de humor y ternura.

También era relevante el hecho de que dicha obra hubiera sido escrita después de su jubilación tras una larga carrera docente. En su caso, su vida tuvo una segunda parte que le llevó del anonimato más absoluto como profesor jubilado a la primera línea de la literatura popular. Desde entonces una pregunta le persiguió y fue que por qué había tardado tanto en escribirla. Él, con muy buen sentido, respondió que cuando se ha estado treinta años impartiendo cinco clases al día, cinco días a la semana, ciento setenta y cinco alumnos en total, no tienes muchas ganas de escribir cuando llegas a casa cargado de trabajo para corregir. Tienes la cabeza llena del barullo del aula. Ahí Frank McCourt me llegó muy adentro porque es la pura verdad y eso lo sabe cualquiera que se haya dedicado a la enseñanza.

En El Profesor, Frank McCourt nos cuenta también con humor sus andanzas y desventuras en tantos año de trayectoria profesional. Años erráticos y sin aparente dirección por su falta de ambición, al menos eso es lo que le reprochaba su mujer, de la que terminó separado. Para progresar en el mundo de la enseñanza hay que saber subir de nivel de modo que uno llegue a algún cargo -como director o inspector- y se libre de las clases la verdadera carga para los docentes. Él no supo ascender y se vio al principio en escuelas marginales como el Instituto de Formación Profesional y Técnico Mckee dando clases a alumnos conflictivos e inmigrantes recién llegados que apenas sabían hablar inglés. Son divertidas sus relaciones con sus alumnos con los que intentaba llegar a algún tipo de pacto. Él era consciente de sus dificultades y no parece que hiciera de la asignatura un hueso duro de roer. Comenzó en la América del general Eisenhower, la época de Rebelde sin causa, Rebelión en las aulas, El guardián entre el centeno. Él era un profesor inexperto y sus alumnos fontaneros, electricistas, esteticistas, carpinteros, mecánicos, torneros… no parecían estar muy interesados en Walt Whitmann, Thoreau, Hermann Melville y los sacrosantos temas de la literatura norteamericana. Tuvo problemas con la dirección del centro por su excesiva comprensión hacia sus alumnos:

“Yo soñaba con una escuela donde los profesores fueran guías y mentores, en vez de capataces. No tenía ninguna filosofía de la educación concreta, salvo el hecho de que me sentía incómodo con los burócratas, con los de arriba, que habían huido de las aulas sólo para volverse contra los ocupantes de esas aulas, profesores y alumnos, y fastidiarlos. Nunca quise rellenar sus impresos, seguir sus directrices, administrar sus exámenes, tolerar sus intromisiones, ceñirme a sus programas ni a sus planes de estudios”.

Esta falta de filosofía de Frank McCourt fue su filosofía durante los años de docencia en institutos públicos difíciles, pero también cuando en plenos años setenta encuentra trabajo, tras ser despedido de varias escuelas, en un instituto de élite llamado Stuyvesant al que se accede tras un rigurosísimo sistema de selección del alumnado. Se presentan más de veinte mil alumnos para tres mil plazas y sólo llegan los mejores de entre los buenos. Allí llevó su sistema pedagógico a la práctica con alumnos de un nivel envidiable. En lugar de hacerles estudiar a los clásicos de la literatura norteamericana, les sugería aprender recetas de cocina y les proponía reflexionar sobre ellas poniéndoles música de fondo. Curiosamente los alumnos pedían alternativas a la enseñanza oficial reivindicando la lectura y comentario de novelas como El señor de los anillos, Dune y ciencia-ficción en general.

Este relato es un libro caliente, basado en la experiencia vital y profesional de un profesor complejo y que se sale fuera de los esquemas oficiales, para bien y para mal. No da ninguna fórmula a seguir y lo poco que habla de su sistema, entreverado con grandes dosis de alcohol en su vida particular, no es aplicable al mundo educativo de hoy. Más parece un profesor que marchó a la deriva en su vida sentimental y profesional. Su experiencia no me parece asumible. Cada profesor tiene unas circunstancias únicas y las experiencias no son intercambiables. Admiro, eso sí, que pudiera hacer clases dialécticas y dialogadas con sus alumnos, que se dirigían a él llamándolo siempre "señor McCourt" proponiéndole sus ideas. Lo admirable fue aquella oportunidad de impartir talleres de creación literaria en el Nueva York vivo y apasionante de los años setenta y ochenta del siglo pasado con alumnos privilegiados y llenos de inquietudes. No le envidió a él como profesor pero sí los años y el lugar que ocupó. Yo sí les hubiera hablado de Dune, El señor de los anillos, de Mobby Dick, de Dickens, de Walt Whitmann, de Henry David Thoreau. ¡Qué delicia!

sábado, 10 de junio de 2006

Panfleto antipedagógico



Esta vez quiero hablar de una interesante propuesta de debate sobre el modelo de enseñanza en España que circula por la red desde hace unos meses. Se trata del Panfleto antipedagógico que todo el mundo puede descargarse libremente pues no tiene copyright. Es más, el autor Ricardo Moreno Castillo anima y agradece que se difunda extensamente su propuesta.

El Panfleto antipedagógico es un opúsculo, no diríamos que agresivo pero sí apasionado, que pretende “convencer, conseguir adeptos, decidir a los irresolutos e iluminar a los obcecados” sobre el desastroso estado de la educación en España a partir de la aplicación de la LOGSE que promovió el Partido Socialista. Según el autor, esta reforma ha conseguido que la cultura de los alumnos baje hasta niveles alarmantes y que la mala educación suba hasta cotas vergonzosas. Paralelamente, la desesperación de los profesores ha crecido y se ha enquistado por el nulo apoyo que tiene su autoridad en el modelo educativo aquí duramente cuestionado.

La educación se ha degradado, los padres renuncian a educar porque no se atreven a decir de vez en cuando que no, y todo el sistema queda a merced de los caprichos de unos adolescentes que no saben lo que quieren. Bueno, sí lo saben: dar el menor golpe posible en un modelo donde se ha defendido una enseñanza no exigente sino presuntamente lúdica donde no se inculca el hábito de estudio pues se ha promovido su carácter de entretenimiento. Esto, según el autor, deja indefensos a los alumnos con menor poder económico que quieren estudiar pues les hurta la posibilidad de hacerlo por el ambiente de desgana, pereza, indisciplina y de mala educación que domina en las aulas. Los padres ricos sí que llevarán a sus hijos a escuelas de élite donde no se aplica un modelo de enseñanza lúdico sino exigente.

Ricardo Moreno hace una fuerte defensa de la memoria y de los contenidos poniendo en cuestión el principio que lo que hay que hacer es enseñar a aprender. Nuestros alumnos no memorizan. Su cerebro es una especie de habitación vacía en el que no hay ideas ni nombres, ni esquemas interpretativos. Se ha promovido la banalización de los contenidos y se ha desechado la memoria como fuente de formación intelectual impidiendo su desarrollo intelectual progresivo.

Otra mentira es el hincapié que hace la LOGSE en la motivación de los alumnos. Se trata de que nosotros profesores hayamos de “motivarlos” a aprender por medio de juegos tan divertidos como futiles. Llegan al aula con una actitud pasiva: “A mí que me motiven”. Esto oculta la realidad de que el trabajo intelectual no es necesariamente divertido ni debe proporcionar un placer inmediato. En muchas ocasiones, el aprendizaje ha de ser árido y adquirirse con esfuerzo, tal como hace todo el mundo en su profesión. Hacerles creer que el trabajo es solamente un juego es sumamente dañino para su desarrollo pues se perpetúa su inmadurez y pierden la capacidad de aprender conocimientos cuyo sentido puede no entenderse en este momento, pero que sin duda el paso de los años lo aclarará. El oficio del profesor no es hacerse simpático a los alumnos. De momento hay que promover el esfuerzo y el trabajo serio. La afición por aprender ya llegará en su momento.

La falacia de la igualdad es puesta asimismo en la picota. Parece que exigir a nuestros alumnos es atentar contra la igualdad de oportunidades. Este es un argumento exhibido por pedagogos diletantes. No podemos pedir demasiado a nuestros alumnos porque su origen social les limita. Es decir, que a los hijos de familias modestas, sin ambiente cultural, no pueden rendir lo mismo que hijos de familias acomodadas que han vivido una atmósfera más nutrida culturalmente. El mecanismo, así pues, se convierte en una maquinaria cuya función principal no es enseñar, sino impedir que nadie destaque, no vaya a ser que se caiga en el elitismo. De hecho, se acusa al anterior sistema, el BUP y el COU, de elitista porque se dirigía principalmente a los alumnos que sí que querían aprender. Esto es nocivo según las escuelas pedagógicas modernas porque se discrimina a los alumnos que no quieren aprender. Hay que tenerlos a todos mezcladitos, de modo que son los alumnos más brutos, más maleducados, más ignorantes, los que marcan la pauta del sistema impidiendo estudiar a los que sí que querrían hacerlo y desanimando a los que en otro ambiente sí se esforzarían.

El autor del Panfleto antipedagógico propone un bachillerato exigente (de los doce a los dieciocho años) para todos los alumnos que quieran estudiar seriamente. Para los que no se sienten atraídos por los estudios habría una formación profesional desde los doce años donde se les enseñarían profesiones y oficios concretos que les prepararán para el ejercicio de su elección ocupacional. Si alguno de estos luego posteriormente quisiera rectificar su elección y orientarse por los estudios podría hacerlo con algún curso puente o algún mecanismo de trasvase que no presentara especiales problemas.

La limitada extensión de este post impide desarrollar las ideas completas del Panfleto antipedagógico que en resumidas cuentas defiende una enseñanza basada en la seriedad, el esfuerzo y la exigencia que desarrolle al máximo las capacidades de nuestros alumnos con nuestro apoyo y confianza. Hay que enseñarles a esforzarse, pero para ello es necesario que en las aulas haya disciplina y ambiente de trabajo, lo que hoy día es prácticamente inexistente.

Animo a descargárselo entero porque el conjunto de sus ideas son sugerentes: están basadas en el sentido común y en la sensatez desde el amor apasionado a una profesión que ha caído en el descrédito y la desmoralización. Sin duda, los aires pedagógicos van por otros lados. Las cosas no cambiarán en el sentido que ilumina este enérgico y claro Panfleto antipedagógico entre otras cosas porque nuestros políticos sí que escogen la educación para sus hijos y lo hacen en los colegios privados donde no imperan los principios igualitarios y lúdicos que sí que están extendidos en las escuelas públicas donde esforzarse no es un mérito ni una prioridad. Se trata de pasarlo bien, y pobres de los alumnos que sí que quieren trabajar. Lo tienen crudo.

sábado, 3 de junio de 2006

Encuentros y desencuentros



Los alumnos de tercero de ESO están de salida en Port Aventura y pasan la noche fuera. Tú has hecho objeción de conciencia para no ir jamás a semejante parque temático, aunque algún día temes que tus hijas te lo pidan y no te quede más remedio. Detestas los parques temáticos, no sabes muy bien por qué. Quizás por esa dimensión de diversión tonta que suponen. Diversión y banalización. Pasas del ambiente del oeste americano a la Polinesia, y luego te trasladas al ambiente mejicano. Además las emociones artificiales, atracciones velocísimas para las que has de hacer grandes colas bajo el sol.

Nos hemos quedado unos pocos en el instituto. Los que no iban tenían que venir a clase pero la asistencia ha sido minoritaria. En un curso me he encontrado sólo a un alumno: Chema. Vestía una camiseta negra de Marilyn Manson. Otros días lleva una de Slipknot, ambos grupos de tendencia satánica o al menos siniestra. Teníamos una hora por delante. Él normalmente en clase está inquieto y no para de moverse ni de hablar. Hace comentarios por lo bajo y sus compañeros se ríen. Sus ojos se esconden y trastabillean tras unas gruesas gafas. Sé que le gusta la lectura. Al menos se ha leído El señor de los anillos y Harry Potter. Me cae bien el chaval pero no alcanza los mínimos necesarios para aprobar. Chema parece resignado ante la perspectiva de pasar una hora a solas con el profesor que le mete tantas broncas. Su cinismo no malvado me recuerda al de mi sobrino. Es un muchacho que en otro ambiente podría dar mucho más de sí. Aquí se dispersa y se deja llevar por la corriente del menor esfuerzo. Es un prototipo de alumno con intereses concretos y no carente de inteligencia pero está falto de la voluntad y la tenacidad necesarias para conseguir sus objetivos. Es difícil que promocione la ESO y es una pena. No sabemos cómo sacarle partido. La inercia holgazana del curso donde está es demasiado poderosa.

Nos hemos quedado a solas. Le he propuesto continuar la lectura comentada de El Lazarillo de Tormes. Nos habíamos quedado en el Tratado III, el de Lázaro y el escudero que vivía dominado por la negra que llamamos honra. Lázaro en una jornada pasa de la ilusión de encontrar a un amo que parece rico, a tenor de su aspecto y porte distinguido, a irse dando cuenta poco a poco de que su señor es un pobre diablo que vive para la apariencia. Chema iba leyendo lentamente y con cierta dificultad. Es un buen ejercicio la lectura en voz alta para fomentar la articulación correcta. Yo le iba haciendo reflexionar sobre lo que estábamos leyendo. Le iluminaba el texto con puntualizaciones sobre el sentido de las palabras. Lo prodigioso del capítulo es la evolución interna de Lázaro que pasa del gozo esperanzado a la desilusión cuando se da cuenta de que su amo tampoco ha comido. Será él el que le dé un mendrugo de pan duro que come con avidez el caballero. Lázaro termina por sentir compasión por su señor al que habrá de mantener pidiendo limosna como le había enseñando a hacer el ciego del primer tratado. A Chema le brillaban los ojos. El texto le estaba interesando. Pocas veces tendrá la ocasión de que alguien se lo explique en una especie de clase particular. Cuando está con los demás, se deja llevar por la espiral de molicie y desinterés generalizado.

El timbre ha sonado. Nos hemos mirado y cerrado el libro. Me ha preguntado si me gustaba Marilyn Manson. Un día le hice referencia a la camiseta que llevaba. Le he dicho, para acercarme a él, que me gustan sobre todo Lest we forget, Mechanicals animals y Antichrist superstar. De algo me tenía que servir hablar con mi sobrino de Zaragoza que me pone al día. Se ha quedado sumamente sorprendido. Seguro que no se lo esperaba. Hemos hablado también de Slipknot. Ha prometido dejarme un Cd de este último grupo, The subliminal Verses. Le he afirmado que me gustaba. Y él ha dicho que me veía muy puesto, que nunca se hubiera imaginado que un profe tan formal conociera estos grupos. Espero que a partir de ahora me escuche con más atención.

He salido de clase contento, y para más suerte, me he encontrado con una exalumna sobre la que escribí un post, Yara, que me ha saludado. Me ha dicho que esperara un momento y que me daría un regalo. Ha hecho un barquito de papel con su nombre y me lo ha dado. De paso me ha explicado el tema del trabajo de investigación que va a desarrollar en segundo de bachillerato. Es sobre las instituciones políticas en la ciudad en que vivimos, una ciudad de unos cien mil habitantes, en muchos sentidos representativa del cinturón industrial de Barcelona. En ella se cuecen muchas cosas y algunas campañas políticas comienzan por aquí.

Vuelvo a casa. Ser profesor es una tarea de resistencia contra el desánimo pero siempre hay algún pozo del que sacar agua fresca. Los tiempos han cambiado, pero hay lugar para el encuentro personal e íntimo con algunos alumnos, para el encuentro y el reconocimiento. A veces prestas libros a alguna alumna interesada en la lectura y en ocasiones es ella quien te deja libros de relatos para tus hijas.

Desde la distancia, un grato recuerdo a tantos y tantos alumnos que han enriquecido mi carrera profesional. Hay, sin duda, también malos recuerdos y alumnos con los que has chocado y te han guardado incluso rencor porque el encuentro no ha sido posible. A veces no es fácil acertar. En cambio en otras ocasiones ha habido alumnos con los que has tenido serios conflictos, pero cuando te has vuelto a encontrar con ellos, han celebrado la oportunidad y te han abrazado con afecto. Hay algunos que no perdonan y otros que saben distinguir la dificultad de un profesor para impartir clase y con el tiempo van viendo las cosas con cierto relativismo y comprensión. Espero en este día de parque temático que Chema recuerde el día que estuvo toda una hora leyendo y comentando El Lazarillo de Tormes y que este recuerdo sea importante para él. Es una ilusión como otra cualquiera para redondear un día. No me hagan mucho caso.

martes, 30 de mayo de 2006

Correcciones


Cuando llega el final de trimestre y más siendo casi final de curso al profesor se le acumulan las pilas de exámenes, de trabajos, de dossieres y de redacciones encima de la mesa. Parece un pandemónium la mezcla de todo tipo de pruebas de los distintos profesores del seminario. Estamos agobiados. Es una etapa de toma de decisiones, de forzar juicios acerca del nivel real de nuestros alumnos. El nivel es bajísimo pero no podemos suspender a todos los alumnos que se lo merecen por su falta de rendimiento durante el curso. Llega la época de las rebajas, los exámenes de competencias básicas, las decisiones políticas y no académicas acerca de los que merecen promocionar o no. El profesor respira hondo. Alguien le trae una encuesta sobre el sentimiento del conflicto y la violencia entre el alumnado. Luego a última hora de la mañana, tras un examen sobre un libro que pocos han leído, hay una reunión para preparar los créditos de síntesis, una especialidad de Catalunya que sirve de bien poco.

Tras la reunión intensa y demasiado extensa, llegan nuevas tareas y responsabilidades. Tenemos cincuenta minutos para comer antes de las clases de la tarde. Ha llovido esta mañana. Camino entre charcos con la cabeza llena de exámenes, decisiones y tareas. Desconectaré durante veinte minutos, me digo, antes de volver y preparar el examen que viene. Como un minibocadillo de jamón y bebo una Coca Cola para ver si me despejo. Estoy solo. Leo La Vanguardia de Barcelona. Miro la contraportada. Suele haber entrevistas apasionantes. Es una página sorprendente que viaja diariamente al margen de la celeridad del periódico. Hoy la entrevista la hace Víctor-M. Amela a Dennis Meadows. Ni idea. Sigo leyendo. Publicó un libro hace 34 años que marcó época y del que se vendieron 30 millones de ejemplares. Se titulaba Los límites del crecimiento. En 1972, una época optimista, escribió un informe que causó sorpresa. Enunciaba el principio de que el crecimiento económico occidental no podía ser ilimitado y que si se sostenía entraríamos en una profunda crisis. Dennis Meadows constata que en este tiempo hemos seguido creciendo a ritmo acelerado, lo que es decir consumiendo y depredando los recursos de la Naturaleza. Esto lleva directamente al colapso, a la hipótesis de Gaia de James Lovelock que vemos anunciada con el evidente cambio climático que estamos viviendo. El planeta puesto al límite de sus posibilidades se vengará… y se nos sacudirá de encima.

Reflexiono. Esto no lo estamos enseñando en el instituto. Hay más que suficientes indicios de que el mundo occidental no puede seguir agotando los recursos del sistema. El crecimiento tiene un límite. Lo sabemos todos, pero no queremos extraer las consecuencias lógicas y que expone el autor del libro arriba citado: la necesidad perentoria de reducir el consumo. Es una idea que no tiene muchos defensores y menos entre los políticos que nunca hablarán de algo que es impopular. Todo lleva a a lo contrario. Cada vez más aparatos de aire acondicionado, cada vez más coches más y más potentes que consumen una energía que se terminará agotando en las próximas décadas, cada vez más productos tecnológicos de última generación, cada vez más bosques talados para surtir nuestro nivel de vida, cada vez más agotamiento de los recursos pesqueros, cada vez más grasas en nuestra alimentación…

Dennis Meadows habla de la necesidad de planificar a largo plazo. No podemos funcionar por el día a día. Hay que saber a qué tipo de mundo queremos llegar y saber que estamos rozando los límites del no retorno. Occidente no puede crecer más sin comprometer el futuro de la humanidad. Luego nos asombramos de los movimientos migratorios de los que buscan un mejor nivel de vida, de los cayucos que arriban a las islas Canarias. Según el científico norteamericano de sesenta y cuatro años, los ciudadanos deben presionar a sus políticos para que se den cuenta de que nuestro modelo es éticamente inaceptable. La tecnología no puede resolver nada si detrás no hay convicciones éticas… y estas faltan. Mis alumnos no parecen contar con ellas. Reina el principio de sálvese quien pueda y el que se fastidie peor para él. No parece un mundo dado a la compasión y al razonamiento ético el que están viviendo nuestros adolescentes. Ellos vivirán un futuro que puede ser terrible pero no se lo podemos decir sin pecar de alarmistas o pesimistas. En todo caso tampoco harían demasiado caso. Toda la propaganda de la época lleva a pensar en lo banal y en el individualismo.

Termino mi cortado y una pasta. Pago, devuelvo el periódico y retorno al instituto. Han pasado veinticinco minutos en que he podido desconectar de la dinámica educativa concreta pero me han invadido lúcidas reflexiones cuya utilidad ignoro. En el instituto tenemos un examen sobre La perla de John Steinbeck. No parece haberles gustado. También habla de la ambición y de los males que puede traer algo que en principio parece maravilloso. Quizá nuestra perla, la perla del Mundo, sea el consumo, el bienestar, la comodidad. Probablemente no han entendido esta pequeña obra maestra del autor norteamericano. Las ideas complejas son difíciles de asimilar. El razonamiento ético es difícilmente asumible. Vuelvo a mis correcciones, vuelvo a mi día a día, pero considero que hay algo que no funciona, hay algo que no estamos contando, algo de lo que no decimos la verdad o mejor dicho, callamos.

viernes, 26 de mayo de 2006

Para vivir no quiero


Hay una constante en el gusto lector de los adolescentes. Sobre los catorce o quince años desciende radicalmente su afición a la letra impresa. No hay tarea más ímproba que buscar libros que puedan atraerles. Las editoriales nos hacen llegar productos atractivos temáticamente y visualmente: continuamente están editándose libros orientados para los adolescentes, pero el profesor no puede seguir esta avalancha de novedades, muchas veces de bajo nivel narrativo por su estricta orientación al famoso gusto adolescente. Y es que al profesor también le gusta la buena literatura, y le es difícil combinar estar leyendo En busca del tiempo perdido de Proust o La montaña mágica de Tomas Mann con las últimas novedades editoriales juveniles que le llegan.

Hubo un tiempo, en que yo llegué a ser profesor, en el cual no había diferencia entre la gran literatura de todos los tiempos y los libros que podían leer adolescentes inquietos y con ganas de descubrir mundos inexplorados. De hecho, el márchamo de literatura maldita siempre era un acicate para espíritus en eterna búsqueda de lo imposible así como del reino lejano de Avalon o sus nieblas. La adolescencia era una etapa de transformación, de metamorfosis en la que el muchacho necesitaba sentirse miembro de una estirpe maldita, y esa filiación muchas veces era proporcionada por la literatura, por la gran literatura, sin adjetivos detestables como el que ahora se estila: Literatura juvenil. ¡Puaf!, qué gran bodrio son en su inmensa mayoría todos estos libros concebidos para adolescentes. Son libros de fórmula fija, de escaso aliento, de limitada imaginación. Son un alimento pobre para mentes estrechas.

Pero pobre del profesor que se salga de esa senda. Hoy día la literatura no gusta a los adolescentes. Les aburre. No hay nada más lastimoso que llegar a clase cargado de ilusión e intentarles hablar de algún tema literario. A la inmensa mayoría les aburre. El profesor echa toda su pasión y habla como si hubiera alguien que le estuviera escuchando. Las miradas que recibe son patéticas. El profesor se hace preguntas que pone en boca de sus alumnos. “Seguro que os estaréis preguntando por qué el autor del Lazarillo quiso ocultar su nombre”. Se miran perplejos. No se lo están preguntando. El profesor aclara el peligro que suponía en aquella época hablar críticamente de temas religiosos y no puede poner el ejemplo de hoy día con las caricaturas del islam porque hay varios alumnos magrebíes en clase. Da igual. El profesor insinúa misteriosamente que se ha sugerido que el autor del Lazarillo pudo ser Alfonso de Valdés, humanista de la corte de Carlos I de España. Se lo dice a ellos como primicia. Cualquier medio vale para intentar captar su atención.

Otro día comenta por encima unos poemas de Pedro Salinas. Los lee con naturalidad, pero marcando los acentos. Los vuelve a leer. Los alumnos están confusos. Parece que les gusta. El lenguaje de Salinas es pura adolescencia dentro de su densidad conceptual. Sigue en cuanto hay un hilo del que tirar. Al día siguiente les trae más poemas del autor de La voz a ti debida, título basado en un verso de Garcilaso. El profesor lo explica pensando que hay alguien que le escucha. Como Juan Ramón Jiménez, se dirige a la inmensa minoría que es posible que exista.

Años después, un día recibe un comentario en su blog de una exalumna que se aburría soberanamente en las clases de literatura, pero las recuerda, y evoca los poemas de Salinas. Es más, en su blog introduce una entrada en la que reproduce el poema que ella más recuerda: Para vivir no quiero/islas, palacios, torres, / que alegría más alta/ vivir en los pronombres. La alumna anónima deja un mensaje de esperanza. Aquello que se escuchó con aire aburrido porque era lo que tocaba, lo que estaba en el ambiente, encendió una lucecita que años después se ha convertido en una pasión.

El profesor de literatura no trabaja muchas veces para los alumnos que tiene en ese momento. Trabaja para los alumnos que serán. Está sembrando para el futuro, y nadie sabe si esa semilla crecerá. Tal vez sí. Esa es la esperanza en esta época tan cínica y descreída. Y es que la gran literatura es un lenguaje universal. Por eso me molestan tanto los productos prefabricados para adolescentes. Hay, creo, que correr el riesgo de darles algo que no les guste en este momento pero que deje una huella para el futuro. No sé, es un ejercicio arriesgado y no tengo solución alguna. Cada año es un desafío.

martes, 23 de mayo de 2006

Aliento


Cuando uno recibe alumnos a los quince años, que es la edad que corresponde a tercero de ESO, su carácter y sus tendencias ya están conformadas. Los hay de muchos tipos: los hay más o menos inteligentes, los hay más o menos indolentes y vagos, los hay más o menos responsables, los hay lábiles, los hay voluntariosos y tenaces, los hay despistados que se dejan llevar, los hay atentos y educados, los hay desconsiderados, los hay que chillan en lugar de hablar, los hay faltos de maduración, sumamente pueriles, los hay más maduros, los hay adaptados al medio o los hay que sufren las circunstancias del entorno, los hay solitarios o sociales… Es una variedad amplísima que abarca toda la caracteriología humana.

El gran reto, cuando ya llegan a esta edad, es la posibilidad de transformarlos, de ampliar su visión de las cosas y de la realidad, de hacerlos conscientes de sus intereses y promover el desarrollo de sus capacidades, muchas veces desaprovechadas por la crisis madurativa que padecen en plena adolescencia.

Reconozco que es difícil. Los alumnos a esta edad están demasiado hechos, se creen en posesión de verdades que han oído por ahí y algunos tienden a creer que lo saben todo. Otros son frágiles e inseguros y disimulan sus carencias con prepotencia. El profesor no lo tiene fácil si quiere iniciar un proceso de transformación en dirección de profundizar en su visión del mundo y de aumentar su sentido de la responsabilidad.

Soy aficionado a películas de profesores y alumnos –es todo un género- que presentan a cursos difíciles y hostiles frente a la figura, en principio frágil, del profesor. Éste, auténtico héroe de la película, consigue hacerles cambiar aumentando su conciencia y estimulando sus capacidades. Para ello pone en juego toda su empatía y conocimiento de la naturaleza humana para acercarse a ellos y llevarlos a iniciar dicho proceso, un proceso marcado por el aumento de la fe en ellos mismos y en su potencial humano e intelectual. Los alumnos, poco a poco, experimentan una transformación que les lleva a conocerse mejor y a obtener resultados sorprendentes en el conjunto del curso. Siempre he visto este tipo de filmes con admiración, pero me han parecido generalmente estereotipados. La realidad es mucho más compleja y los alumnos suelen ser menos permeables que lo que plantean estas películas. En hora y media se comprime una situación que no se puede dar en la realidad, al menos no con los alumnos díscolos y desganados que tenemos ahora.

Al menos en general. No es fácil cambiar a un curso. Sin embargo, me cabe la duda de si es posible a nivel individual. Recuerdo hace años el caso de un alumno que suspendía ocho o nueve asignaturas. Era el típico gracioso de la clase que servía para que los demás se rieran de él a partir de sus excentricidades y “genialidades”. Era un bufón de cómic. Solía intentar copiar en los exámentes y sus respuestas eran dignas de ser antologizadas. Una vez le cogí copiando y le puse en evidencia. Andrés se rió nerviosamente y no pareció darle demasiada importancia a lo que había pasado. Le afeé su conducta y allí acabó el asunto, con el examen suspendido. Terminó el curso desastrosamente para él. De modo imprevisto, vino a hablar conmigo. No era su tutor pero tuvo, por la razón que fuera, deseo de conversar conmigo, que le había llamado reiteradamente su atención y le había puesto en evidencia su falta de madurez y su carácter bufonesco. Me preguntó dramáticamente qué podía hacer. Le miré a los ojos y vi que hablaba en serio. Esperaba una respuesta a una situación de crisis en su vida. Le quedaban ocho asignaturas, pero entonces había exámenes de septiembre. Le dije que si quería salir adelante se tenía que poner a trabajar “en ese mismo día”. Hicimos una programación durísima del verano que tenía por delante, incluida mi asignatura de Literatura Española de tercero de BUP. Andrés tomó nota cuidadosamente y se despidió de mí con un apretón de manos. “Nos veremos en setiembre” –me dijo- .

Pasó el verano y cuando llegaron los exámenes, Andrés se presentó a todos. Aprobó siete de las ocho asignaturas suspendidas y pasó cómodamente a COU. Vino a verme. Era el último curso en que yo era profesor en aquel centro. El muchacho estaba emocionado. Acababan de darle las notas. Le felicité. En la sesión de evaluación había sido una completa sorpresa. Él, con lágrimas en los ojos, me abrazó. Yo no había creído en él en un principio, pero tras la conversación mantenida en junio, hubo algo que me llevó a hacerlo. Le transmití, no sé cómo, esa fuerza, esa fe en sí mismo que necesitaba.

Cuando pienso en mis alumnos, Andrés me viene a la cabeza. Sé que es posible cambiar, pero hacen falta muchas circunstancias misteriosas para que se produzca tal revolución. De hecho no ha vuelto a producirse un caso semejante y tan radical en mi experiencia, pero desde entonces sé que es posible que un muchacho cambie y se ilumine su camino.

No está dentro de mí esa capacidad de trasformación de alguien. Tiene que ser una conjunción de dos necesidades y dos potencias puestas en combinación. Su deseo de salir adelante y mi aliento, nuestro aliento como profesores. No deja de ser un enigma que no tiene explicación. Pero desde entonces, espero de nuevo que algún alumno tenga tanto esa determinación y esa convicción como su necesidad de mi apoyo y de mi confianza. Entretanto intento manifestar mi apoyo a sus deseos de mejora por leves que sean, los felicito cuando hay algún progreso, les dedico algún comentario de reconocimiento es sus redacciones o en sus notas a aquellos que se han puesto en el buen camino académico. Todos necesitamos esos pequeños estímulos en nuestro camino para seguir adelante.

viernes, 19 de mayo de 2006

Optimismo


He querido empezar este post con un título significativo “Optimismo”. Es toda una definición vital e ideológica para un bloguero más bien de tendencia pesimista. De hecho, en el lugar que ahora ocupa este post había, antes de suprimirlo, un escrito que rezumaba pesimismo existencial. Un amable lector y amigo americano me escribió amablemente un comentario sobre la fatiga existencial que nos acongojaba –que me atenazaba-.

He observado que los posts que tienen un contenido optimista tienen mayor posibilidad de recibir comentarios que los de contenido pesimista. Luis Rojas Marcos, psiquiatra español que ocupa un importante puesto en los servicios de salud mental en la ciudad de Nueva York, hablaba en un artículo sumamente interesante, que he recuperado de la hemeroteca de El País, publicado el 12 de enero de 2005. En él recogía algunas consideraciones sobre la fuerza creativa del optimismo.

El optimismo según Rojas Marcos tiende a juzgar las cosas desde los ángulos más favorables y a confiar en que lograremos lo que queremos. Los optimistas hacen frente a los avatares de la vida con una actitud más esperanzada y perseveran en situaciones difíciles con más empeño y seguridad. Son más extrovertidos, tienen un fácil trato social y tienden a ser líderes en los trabajos y tareas que suelen iniciar. Además viven más tiempo puesto que se ha establecido una relación entre la duración y la calidad de vida con el optimismo.

La humanidad ha derrochado y derrocha optimismo para seguir existiendo. Rojas Marcos habla de que quizás sea una constante genética de la raza humana. Los optimistas tienden a pensar que los problemas se solucionarán, y de los reveses extraen fuerzas para seguir avanzando.

Sin embargo desde el campo de la filosofía la óptica ha tendido a ser algo diferente dada la abundancia de pensadores pesimistas que ha habido y sigue habiendo. No dejo de reconocer el encanto que tiene el pensamiento pesimista aderezado con un poco de humor corrosivo. El pesimismo sin sentido del humor es inaguantable.

La educación requiere de altas dosis de optimismo y esperanza de que las cosas pueden mejorar, de que no todo está perdido, de que de los mayores eriales siempre podemos extraer frutos, de que habrá siempre alguien que nos escuche con fascinación y nos recordará. En la enseñanza no podemos dejarnos invadir por el nihilismo y la desesperanza aunque la tentación sea muy grande.

El optimismo en dosis adecuadas nos servirá para encarar mejor nuestras tareas, para intentar hacerlas mejor. El pesimismo es una enfermedad que tiene que ver con la fatiga existencial como me decía amablemente Víctor Manuel Ramos.

En este diálogo, en esta pugna entre pesimismo y optimismo se sostiene este blog. A vosotros lectores os dejo calibrar la realidad de las cosas, la realidad de lo que cuento, la ternura que pretendo añadir a mis reflexiones a veces desesperanzadas y dramáticas pero llenas de deseo de luz y de transparencia.

Sin vosotros, amigos en la distancia, el blog no tiene sentido.

martes, 16 de mayo de 2006

Ni uno menos


Primera hora: uno de mis alumnos de mi tutoría va a ser padre. Tiene quince años pero no parece sentirse especialmente acongojado por la situación que a mí me parece una catástrofe. Es ecuatoriano y a principio de curso me manifestó su madre la intención del muchacho de volver a su país, pues no acaba de sentirse cómodo en el sistema educativo español. Supongo que el embarazo que está viviendo le hará replantearse su decisión.

La situación del muchacho y de la familia es altamente inestable. Hoy he llamado a su casa para interesarme por Denis. Lleva dos semanas sin venir a clase. Sus compañeros me dicen que está enfermo o que se ha marchado a Ecuador. Su madre se ha mostrado sorprendida por mi llamada y ha contestado casi con monosílabos. Dice –tras insistir- que le duele la espalda. Le replico que su hijo tiene la obligación de asistir a clase. Ya –me contesta-. Le he preguntado por las posibles consecuencias académicas de la paternidad de Denis. La madre ha negado que su hijo fuera a ser padre. Le he contestado que el muchacho lo ha dicho públicamente a la clase y a la profesora de Experimentales a la que le ha manifestado su deseo de seguir estudiando. Dicho sea de paso, su rendimiento académico es nulo.

Poco después ha venido Denis. Me ha interrogado que por qué voy diciendo que si va a ser padre o no… Me preocupo por tus ausencias –le he contestado- y entiendo que si es verdad lo que has dicho a otras personas, estés actualmente desorientado. Pero tienes que venir a clase…

Siguiente hora: Sandra, la alumna de mi post del otro día. Es absentista. Los lunes no quiere venir a clase, ni por las tardes, amén de muchos otros días. Está repitiendo tercero de ESO. Está enfadada con la vida; con su padre, que la abandonó de pequeña y no ha querido volver a saber nada de ella; con su madre, que es la persona que más quiere junto con su hermana –que fue expulsada del instituto-. En clase no la aprecian ni respetan. Está harta de todo. Hoy su madre la ha puesto en evidencia delante del director y de alumnos del instituto lo que la ha avergonzado. Sandra dice que el director no es su padre para castigarla los miércoles por la tarde y que no piensa venir. Ella chilla –me explica que porque en su casa se chilla-. No sabe hablar de otra manera. Ella lucha contra el mundo, contra los que la atacan. En sus redacciones siempre me habla con tristeza de su padre, del día que las abandonó, el día más terrible de su vida. Se fue de casa con otra mujer y desde entonces no lo ha visto más que en juicios por la separación de sus padres y pleitos por las pensión que no paga.

En la hora del patio. Viene a hablar conmigo Ayoub El Hilali (me autoriza a utilizar su nombre real). Es un muchacho marroquí que hace teatro y cine. Trabaja para dos compañías teatrales: una, el Teatre Lliure de Barcelona; participa en un taller sobre recursos audiovisuales y se dedica a recopilar material para realizar un corto sobre la ciudad en que vivimos. La ciudad, las bandas juveniles, la violencia. Me habla de “La plaza roja”, un lugar en el que los chavales van a pelearse para dirimir enfrentamientos iniciados en el instituto. Ayoub los filma con una cámara de vídeo. Le interesa el cine social y sabe que estas peleas filmadas son un material de primer orden, pero él no las utiliza para colgarlas en internet o para sacar beneficio de ningún tipo. Luego pasa las películas a los que se han pegado y les pregunta que por qué han hecho eso, que qué sentían cuando se estaban peleando e insultando. Me pregunta si he visto la película La ciudad de Dios. Le digo que sí, que es un filme sumamente interesante dirigido por Fernando Meirelles y Katia Lund, que es una película social realizada con actores no profesionales de las favelas de Río de Janeiro. Me doy cuenta de que es esa precisamente la dirección que quiere seguir Ayoub con su cine y su teatro. Teatro y cine como documentos sociales, como taller de agitación social, un arte implicado en la vida y en la realidad social que estamos viviendo…

Reflexiono sobre esta mañana, tan semejante a otras, y advierto que material no falta para una película de tema social ambientada en un barrio como éste, con unos alumnos como estos, con unos conflictos como estos. Me doy cuenta de por qué aspectos académicos de nuestro trabajo pasan tan a segundo plano en nuestras clases; de por qué la escuela “social” devora a la "escuela del conocimiento". Sin duda, ser realizador de cine en un lugar como éste no deja de ser una oportunidad por ser un observatorio de la realidad social de un barrio periférico ácido y fresco. El profesor respira resignado y reconoce que muchos aspectos relativos a la enseñanza están puestos en cuestión porque la realidad social es más fuerte que nuestros proyectos. Sólo algunos alumnos, una ínfima minoría, se salvan de esta debacle y son buenos estudiantes. Pero hemos de trabajar para todos y es difícil conciliar las necesidades de alumnos aplicados con las necesidades sociales de una buena parte de los que asisten a las clases. Otros muchos se columpian y se aprovechan de la situación. De ahí la fascinación del profesor, de ahí su congoja, de ahí sus contradicciones, de ahí su voluntad de dejar constancia en este blog.

Recuerdo la película –extraordinaria- de Zang Yimou Ni uno menos. Es la historia de una maestra sustituta de catorce años que tiene que reemplazar a un profesor rural que debe ausentarse durante un mes de la pobre escuela donde imparte clases. Para poder cobrar, no debe perder a ninguno de sus alumnos. Uno de ellos se marcha a la ciudad y ella lo seguirá hasta el final porque no puede consentir que su escuela pierda ni a uno solo de sus alumnos. Es emocionante y llena de vida.

sábado, 13 de mayo de 2006

Autoestima


Ya sabemos que desde el punto de vista freudiano y lacaniano el yo no existe como unidad. Es un conjunto de impulsos contradictorios que tienen como referente el proceso de adaptación a la realidad, una entidad si cabe más compleja todavía. El yo es complejo pero la realidad lo es también en un mundo en continua evolución y transformación. En nuestra época de cambios acelerados predomina el “yo débil” por ser el más adaptado al mundo que lo rodea y el que más representa el componente narcisista del yo inasible y múltiple.

Pienso en mis alumnos. Siempre son mi punto de referencia en estos post fruto de la reflexión educativa. Pienso en los programas que reciben que tienen como eje el fomento de la autoestima. Parecería que ese yo débil, tan hábil para adaptarse al mundo cambiante en que vivimos, padece una tara estructural. Nunca como en estos últimas dos décadas se ha hecho tanto hincapié en el fortalecimiento de la autoestima. Nuestros yoes fragmentados y contradictorios parecen padecer una falta de aprecio. No nos queremos lo suficiente. En nuestro conflicto con el mundo, nuestro pobre yo es un minusválido que necesita constantemente de vitaminas y tratamientos para poder resistir el estrés de la existencia con sus contradicciones inherentes.

Mis tutorandos han recibido este curso varias sesiones de fomento de la autoestima: conocimiento de ellos mismos como grupo y sus relaciones internas, la expresión de los sentimientos y enriquecimiento de las relaciones interpersonales mediante ejercicios de raíz guestáltica que buscaban promover el aprecio a ellos mismos.

Supongo que la intención era buena, pero la realidad conflictiva del grupo ha hecho que los frutos del programa hayan sido escasos y su influencia, superficial. Desde el punto de vista de los educadores y monitores que han desarrollado la experiencia, todo conflicto lleva en el fondo un déficit de autoestima. Agredimos porque tenemos miedo, atacamos porque, en el fondo, nos defendemos; en conclusión, no nos queremos lo suficiente. La agresión es una forma de defenderse el yo, que se siente acosado interna o externamente.

Mis lectores conocen ya algunos de los conflictos que se han vivido en el grupo del que soy tutor. Uno de mis puntos de referencia más apreciados es mi alumna bereber Hafida. Es un prodigio de sensibilidad y de inteligencia que ha sido acosada y maltratada por un grupo de alumnas autóctonas de la clase que no tienen ninguna conciencia de ser acosadoras. En Hafida encuentro una extraordinaria capacidad de comprensión humana, así como conocimiento de ella misma y de la realidad hostil en que tiene que desenvolverse. Sabe que es agredida, pero no pierde la fe y la confianza en ella misma y en la realidad. No veo que lo que se desprenda de su experiencia sea resentimiento. Más bien la veo consciente de las graves limitaciones intelectuales de sus compañeras.

En uno de los ejercicios finales del curso en relación a la autoestima, los alumnos tenía que dedicar elogios a un compañero que les había correspondido por azar. A Hafida le tocó una alumna harto difícil. Era complicado dedicarle algún elogio por su carácter espinoso y agresivo. Es una alumna que sufre trastornos emocionales que la llevan a ser muy desagradable. Ha sufrido el abandono del padre a una edad en que lo necesitaba. Ahora se encuentra desnortada y su comportamiento es enrevesado y desquiciado. Hafida tenía que dedicarle un piropo, unas palabras cálidas, pero ella no sabía los condicionamientos vitales de la alumna. Vamos a llamarla Sandra. Me pidió discretamente ayuda pues se vio en un brete. ¿Qué podía decir agradable de ella cuando Sandra ha sido una de las alumnas más ofensivas de la clase? Me acerqué a ella, vi su mirada anhelante de una respuesta. Sabía que tenía que escribir algo positivo pero no sabía qué. Le susurré tres palabras, justo las que necesitaba: “Abierta, sincera y emotiva”. Se las apuntó y me miró con agradecimiento. Cuando le tocó el turno, toda la clase esperó en silencio mirando a Hafida. ¿Qué diría de Sandra, la raspa de Sandra? Hafida dudó pero al final leyó los tres adjetivos sugeridos que fueron como flechas cordiales lanzadas al corazón de una muchacha necesitada de cariño pero agresiva en sus formas. “Abierta, sincera, emotiva”. La clase miró a Hafida con admiración, pero lo mejor fue que Sandra se levantó y le dijo a la muchacha bereber que la miraba sorprendida: ¡te voy a dar dos besos! Gracias. Dicho y hecho. Sandra le dio dos sonoros besos y abrazó a Hafida que se sintió azorada. Probablemente era el primer gesto de afecto explícito que había recibido en todo el año por parte de una de sus compañeras.

Fue un momento solemne y emocionante. También sorprendente. Tenía trampa porque yo había sido el inductor, pero el objetivo era bueno y dio resultado. Por otra parte, Hafida tuvo la suficiente inteligencia emocional para darse cuenta de que no podía quedarse callada o decir cualquier banalidad. Lo que dijera tenía que tener sustancia y me pidió ayuda. La vida está hecha de pequeños momentos que alcanzan a veces gran intensidad. Este fue uno de ellos. Probablemente no arregle nada en el problema de fondo de la clase, pero fueron unos instantes hermosos en este enrevesado drama de yoes débiles necesitados de autoestima y de afecto, a pesar de todo.

martes, 9 de mayo de 2006

Fiat lux


Me he propuesto escribir un post cada dos o tres días. Para ello voy con una pequeña libreta tomando notas de ideas que se me ocurren y que luego intento completar y enriquecer. A veces son los propios alumnos los que me hacen que se me encienda un destello y me sugieren un tema. Así fue cuando escribí “Hip hop en las aulas”. Una alumna había acabado el examen y empezó a escribir artísticamente su nombre de diferentes formas en la pizarra. Reflexioné sobre ellos y me salió un post. En muchas ocasiones un suceso trivial o una idea me viene a la cabeza y luego la voy perfilando.

Sin embargo, hoy estoy seco de ideas. Deambulaba por mi instituto y advertía que no tenía ningún tema candente sobre el que escribir. He dado mis clases a la hora prefijada y he salido de cada una de ellas con un estado de ánimo particular. Más o menos contento y animado en la de bachillerato aunque hoy me ha faltado a clase -porque se ha dormido- un alumno que parece tener “ideas” e interviene con cierta agudeza en las clases. Me ha sorprendido y decepcionado su ausencia. Pensaba que la clase de literatura le gustaba, pero hoy se ha dormido. Lo he visto a la hora siguiente.

En la hora de guardia he estado corrigiendo dossieres de los alumnos y he podido avanzar faena. Para completar la mañana dos clases más con tercero de ESO que me han dejado un sabor agridulce. Nunca puedes esperar demasiado pero a veces te confías y dejas que te deprima un mal resultado del trabajo previsto. El profesor se ve sometido a subidas y bajadas de estados de ánimo. Nuestro trabajo es una tarea de resistencia psicológica.

Pero ha avanzado la mañana y seguía sin tener un tema para desarrollar y exponer a mis amables lectores. Entonces me he dado cuenta de que un curso es un proceso y un centro escolar es una mezcla de mecanismo rutinario y de espacio teatral. Se trata de ocupar un lugar en la hora correspondiente y resistir con más o menos entusiasmo, con más o menos éxito. Los minutos van pasando y la clase con mayor o menor acierto se va representando. Las horan van sucediéndose, los días del calendario van cayendo, los meses avanzan y ya estamos, tras la Semana Santa, en la recta final del curso y ya se presiente un nuevo final del ciclo docente. Acaba la temporada teatral.

Muchas clases son un tour de fuerza entre la voluntad del profesor de avanzar y la resistencia de los alumnos a hacerlo. Lo que se oye más frecuentemente es que “estamos cansados”. El caso es que actúan en consecuencia y trabajan en general con desgana y falta de aplicación. Hay maravillosas excepciones, claro está, excepciones que muchas veces son objeto de burla o sarcasmo por parte de la parte de la clase más haragana. Si un buen alumno comete un error es abucheado o se oye irónicos comentarios sobre lo listillo que es.

El curso avanza, el mecanismo (la función) progresa adecuadamente. El profesor en la Secundaria ha mostrado durante estos meses su intimidad, su estado interior, sus esperanzas y desesperanzas, su euforia, su sensación de fracaso en ocasiones, sus recuerdos de una vida docente en otras. No tiene mayor riqueza que su práctica diaria y su memoria. Un día entró en una clase hace veinte años, tras tomarse una copa de anís, y las generaciones han ido sucediéndose sin prisa pero sin pausa. Cada curso es un ciclo completo, un renglón de la vida docente. El material con el que trabaja el profesor es humano y, por tanto, contradictorio, complejo, y a esta edad extraordinariamente vital. La vitalidad no falta a nuestros alumnos. Quizás sea sea esa sobreabundancia de vida la que les hace ser tan inquietos, tan díscolos, tan poco escolares. Sin embargo, el sistema refuerza esa inmadurez, esa falta de asumir el futuro –pienso- o quizás sea esa necesidad de vivir momentos aislados como instantes llenos de emoción lo que lleva a esta deriva de irresponsabilidad y, paradójicamente, de apatía. No sé, hoy miro el panorama desde mi atalaya, ya a media vida y a final de un curso y no sé si mis certezas exceden a mis incertezas o es al revés.

El escenario está en penumbra. Suena el timbre. Llegas con puntualidad a clase. El caos está en su apogeo, la entropía domina el patio de butacas. Con gesto seguro te plantas en medio de la clase, frente a los alumnos, les miras fijamente. Confías en que tu gesto firme termine acallando los gritos, paliando el desorden y la desorganización de las mesas (todas llenas de grafittis y escritos alusivos a ellos mismos)… Miras las persianas rotas, las paredes desconchadas y pisoteadas, la puerta desencajada, los papeles tirados por el suelo… El griterío amaina, ahora son voces sueltas, alumnos que deambulan de un lado a otro. Es cuestión de minutos. Esperas. Sigues impasible. De pronto, las voces y alaridos van decreciendo, cada vez son más aislados hasta que llega un silencio total sólo interrumpido por las voces del patio o del pasillo por el que circulan alumnos descolocados. Vale, estamos en disposición. El profesor (el actor) se dice: ¡Fiat lux! y da un paso al frente…

sábado, 6 de mayo de 2006

Un mensaje desde la distancia


La enseñanza es una profesión paradójica y extraña: es como cuenta aquella historia de San Agustín que me explicaban en el mal recordado colegio religioso en el que estudié durante nueve nefastos años: un niño había hecho un pequeño pozo en la arena de la playa e intentaba meter en él toda el agua del mar. Aquello era tan imposible como entender el dogma de la Santísima Trinidad –nos decían-. Así es nuestra profesión: una profesión humanista llena de esperanza pues queremos transmitir un conjunto de conocimientos y valores a unos alumnos en una fase de expansión de su vida. Son conocimientos que han fundamentado nuestra existencia. En mi caso es la literatura, y la lengua en un obligado segundo lugar; por otro lado, está la desesperanza pues te das cuenta que la vida de tus alumnos camina por senderos a los que tú no tienes acceso y todas tus enseñanzas en buena parte caen en saco roto. Esta ha sido siempre la historia de la escuela. Una institución contradictoria; para algunos, represiva y desmotivadora; para otros, un lugar fundamental para el aprendizaje de la vida.

En la escuela se aprende convivencia pero también mucha crueldad. Para algunos la escuela es una etapa a olvidar. Posteriormente llega a ciertas personas la fiebre del deseo de conocimiento y es entonces cuando se inicia un camino de autoaprendizaje hecho a base de grandes esfuerzos. Nada puede suplir al ansia personal.

Entre tanto en las aulas parece que los entretengamos: tenemos la sensación de dejar ir pasando las horas sin ningún trascendencia, así son de reacios a lo que les estamos explicando. A primera hora están dormidos, a última están demasiado cansados, después del patio están alterados y por la tarde no están por la tarea. Llegas al aula y pretendes explicarles un tema, por ejemplo el de la narrativa española en el siglo XVI y como ejemplo máximo El Lazarillo de Tormes publicado en 1554. Consigues, tras muchos esfuerzos, un clima de cierta atención y les repartes el texto de El Lazarillo para que conozcan las andanzas de Lázaro con el ciego y el clérigo de Maqueda. Se lo haces leer en voz alta y tú vas desgranando el sentido que a ellos se les escapa. Les explicas con entusiasmo punto por punto las circunstancias del protagonista y el significado de las tretas del muchacho nacido a orillas del río Tormes. Parece funcionar. Pones toda la carne en el asador, te dejas la piel en el intento. Les relees fragmentos que han quedado oscuros. Ellos parecen interesados y la clase –el tiempo- va transcurriendo. Al final te quedas con la duda de si algo de lo leído habrá calado en ellos, si algo de tus comentarios sobre la novela, la época o el peligro que suponía para el autor sus reflexiones sobre los estamentos eclesiásticos habrá traspasado su dura piel ya blindada ante el conocimiento y los datos inútiles.

Vas por los pasillos entre clase y clase. Has salido con una sensación ambivalente. De pronto una profesora te para y te da noticias de una antigua alumna, una alumna de la que recuerdas el nombre pero cuyas características en buena parte se te escapan. Dicha alumna te envía recuerdos y un mensaje. Fuiste su profesor hace siete u ocho años. Ha pasado mucho tiempo. Te hace saber, a través del mensajero, que tú como profesor la marcaste, que tus clases le resultaron inolvidables, que entre todos los profesores del instituto te recuerda a ti especialmente. Sientes mariposas dentro del estómago. Intentas recordar a aquella alumna pero a partir del nombre no se iluminan el conjunto de sus circunstancias. Algo ha cambiado en esa tarde casi anodina. Un comentario fugaz te ha puesto en un lugar privilegiado en el recuerdo de alguien al que diste clase como a estas fierecillas que ahora te están esperando en el aula. Llevas veinticinco ejemplares de El Lazarillo de Tormes. Siempre te entregas. En esta profesión es fundamental e inevitable, pero ahora es como si volaras y subieras las escaleras lleno de energía renovada. Volverás sobre las andanzas de Lázaro de Tormes con un hervor que nadie sabrá interpretar. Para muchos serás un plasta, para otros serás un profesor indiferente, para otros, en cambio, aunque esto se produzca una vez en cada promoción, serás un profesor imprescindible, tus palabras serán recordadas y en su vida serás un punto de referencia.

Nunca sabemos con exactitud el peso de nuestras palabras. Sabemos lo que ponemos en ellas. Siempre mucho, pero la sensación de la inanidad te invade en muchas tardes que parecen eternas y en las que nadie parece prestarte ninguna atención. Tú luchas con tus dudas, con su apatía, con su falta de interés, con su agotadora adolescencia… Acaba la clase, haces que se pongan las sillas en su sitio. Todo el mundo siente una liberación de que aquello por fin se haya acabado. Mañana será otro día. Ahora queda la calle y el camino a casa. Respiras hondo con una mezcla de orgullo y resignación. Eres como un personaje teatral que representa su papel en el escenario menos gratificante que existe. Es necesaria mucha resistencia psicológica y a veces no se tiene la suficiente. Dudas, te tambaleas, eres como un tentetieso que cae y ha de levantarse de nuevo… Sabes que mañana habrá de seguir el juego. A veces también hay días buenos y tú estás más fuerte. Dichosa fragilidad humana.

Gracias, Miriam, desde la distancia

lunes, 1 de mayo de 2006

El deseo de sentir


Con frecuencia este profesor se interroga sobre la evolución de la sociedad en que vive y sobre los cambios que se han operado en los alumnos a los que imparte clase. Es consciente de que en los últimos diez años se han producido cambios trascendentales en la ideología y comportamiento de las nuevas generaciones que llegan a la escuela, que no son una parte aislada de la sociedad. La escuela es un espejo de la misma. Nuestros alumnos, cada vez más diversos y complejos, nos plantean retos y nos obligan a nuevos planteamientos educativos.

Para intentar entender nuestra época, he recurrido al lúcido análisis de Michel Maffesoli, catedrático de la Sorbona, relevante sociólogo y director del Centro de Estudios de lo Actual y lo Cotidiano, en París, y el Centro de Investigaciones sobre lo Imaginario en Grenoble. Es autor de libros conocidos como El tiempo de las tribus, Elogio de la razón sensible, El instante eterno o El ritmo de la vida. Su escritura tiene un prodigioso poder de seducción y sus análisis de la sociedad occidental han sido anticipadores respecto a la rebelión de las bandas organizadas en los suburbios de Francia en el otoño pasado.

Veamos algunos puntos de vista del sociólogo francés:

- Para Maffesoli la política ha llegado en las sociedades occidentales a un grado de saturación que implica que las formas de convivencia elaboradas en los tres siglos anteriores han entrado en profunda crisis. Es necesario, según él, buscar otra forma de socialización. El signo de los nuevos tiempos es no guardar para el futuro, es el conocido Carpe diem, "el aquí y el ahora". Los jóvenes no quieren posponer la posibilidad de vivir inmediatamente el instante pleno y en su totalidad. Es la idea de placer inmediato sin dilación. No sabemos si existe otro mundo sea político o religioso. Aspiramos al instante eterno. No en una gran eternidad sino en un pequeño momento.

- Vivimos en una época dionisiaca y trágica dominada por las pasiones y las emociones más que por la razón compartida. A los nuevos ciudadanos les gusta reunirse para compartir sentimientos bien sea musicales, deportivos, religiosos, nacionalistas o consumistas…

- Es una época de relativismo que tiene el sentido de “relacionar valores”. Ese relativismo intelectual es una forma de racionalizar el multiculturalismo y el politeísmo. Hay dioses por todas partes. Ya no hay un dios único sino una multiplicidad de dioses, no hay una interpretación única sino múltiples interpretaciones cada una con sus valores particulares. Es una época sincrética.

- Surgen las tribus urbanas que permiten el sentimiento de pertenencia aunque estas tribus a veces son destructivas. Este sentimiento de pertenencia puede ser perverso, es múltiple y complejo. “Pero es un sentimiento de pertenencia que se centra en los sentidos, en lo sensible, en las sensaciones”. Es lo que Maffesoli ha llamado el “orgiasmo”. A la gente le gusta agruparse para compartir cementos emocionales y no racionales.. El individuo se pierde en el grupo, en la tribu.

- Ya no existe lo que debería ser o lo que podría ser. Sólo existe lo que es. "Es lo que hay" es el eslogan de la postmodernidad. Los focos culturales son múltiples y mestizos. Se produce el multiculturalismo en el interior de nuestras sociedades. Es una época bárbara y politeísta en la que los dioses son una mezcla de todas las tradiciones orientales: un poco de zen, otro poco de budismo tibetano, un poco de candomblé brasileño, otro poco de música africana…

- La violencia aparece porque las sociedades necesitan expresarla de una manera ritualizada. La sociedad aséptica, sin conflictos, a que habíamos aspirado además de terriblemente aburrida es un fracaso. El tedio es insoportable en una sociedad que aspira al horizonte único de la seguridad. Las tribus urbanas, la violencia, es la respuesta de los jóvenes a la asepsia de la existencia.

- En la postmodernidad se construye a base de retales, como un mosaico. Es el reino de la heterogeneidad. El ideal del uno está totalmente desfasado. Hay que acostumbrarse a vivir con la complejidad, la multiculturalidad, hay que plantearse cómo integrarla en una especie de ideal comunitario que no es el ideal democrático que han fundamentado nuestras sociedades.

- Frente al sedentarismo de la modernidad y el temor a lo transitorio, la nueva sociedad emergente busca nuevas formas de nomadismo: tribus urbanas, diversificación religiosa, el deambular por internet, el vagabundear por centros comerciales, el creciente turismo, el uso de drogas, los deportes de aventura, la “varianza sexual”, y en general en todo lo que signifique otro lugar físico o virtual. El encierro de la modernidad ha provocado un ansia de infinito, un deseo de evasión, una pulsión migratoria. En definitiva, una rebelión que es una herejía contra todo lo instituido.

- Para Maffesoli, del que hemos ido desgranando algunos retazos de sus líneas de pensamiento, nuestra sociedad ha ido experimentando un proceso de orientalización y nuestros sistemas de interpretación han quedado caducos para entender lo que está pasando. Es como si la realidad desconcertante desafiara el esquema de análisis tradicional en unas sociedades que han buscado la seguridad como valor básico. Esto las ha convertido en sociedades del tedio y en ellas se produce una rebelión desde la base. En el choque de estas dos concepciones, la "moderna" -ya tradicional- y la que emerge en este nuevo mundo de relaciones sociales, se encuentran nuestras sociedades.

El debate queda abierto, pues. Coincido en grandes líneas con su análisis pero veo que la interpretación queda demasiado abierta. No sé adónde nos conduce esta sociedad orgiástica y dionisiaca, amante de lo transitorio y del instante eterno, nómada y multicultural. Es lo que hay podría responder alguien ¿no? Sin embargo, percibo en ella tanto grandes oportunidades como grandes peligros.

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