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martes, 29 de mayo de 2012

El amanecer y una copa de cava fresquito



Participo cada año en la caminata popular que lleva desde el barrio de La Almeda (Cornellà de Llobregat) hasta la abadía de Montserrat. Son unos 54 o 56 kilómetros dependiendo del trayecto trazado. Este año era diferente. La noche del 26 al 27 de mayo me la pasaría caminando como otros años, pero esta vez iría solo. Ninguno de mis compañeros habituales participaba este año por diversas razones. Ello me daría oportunidad de enfrentarme en soledad a la noche, arropado por mis pensamientos y mi esfuerzo.

Salimos a las siete de la tarde y llegamos a las ocho de la mañana a Montserrat, lo que supone unas doce horas andando, descontada una hora para avituallamientos. Mi promedio, cuando camino sin condicionantes, es de 4,3 kilómetros por hora, pero en las primeras etapas de la caminata hube de ir mucho más rápido para no perder el tren del grueso de la marcha en que participaban más de 600 personas. Forcé mi ritmo hasta 5,4 o más kilómetros por hora, lo que me llevó a un gran cansancio físico. Suerte que a media noche, los grupos se habían distanciado y el ritmo se hizo más llevadero y se ajustó a mis pies. Se hizo poco después de la diez noche cerrada. Caminaba alumbrado por mi linterna y seguía la pista de algún grupo que iba delante de mí y que me orientaban con las lucecitas rojas de posición que llevaban en la mochila.

Caminar por la noche, tras asistir al atardecer que va cayendo lentamente, te induce un estado especial, que yo llamaría contemplativo, más yendo solo. Sentía mi camiseta totalmente empapada en sudor así como mi pelo en la nuca. Mis pies funcionaban bien y solo me dolían los dedos especialmente en las bajadas. El cansancio y el sueño en algún momento me asaltaron, pero yo me concentraba en seguir las lucecitas y me despejaba. Cuando pasaba por algún bosque, oía cantar a algunos pájaros solitarios que se saludaban unos a otros. Es una sensación extraña la de oír cantar a los pajarillos por la noche. Tiene mucho de poética, y me llevaba a recordar la retórica de la canción tradicional y los romances en que el ruiseñor acompaña a los enamorados en su canto nocturno. Así en La Celestina en el acto en que Calisto y Melibea se juntan en el huerto de la primera. El silencio de la noche me acompañaba solo contrapunteado por el viento que agitaba las copas de los árboles y el gorjeo de los pajarillos. Uno no tiene muchas ocasiones de caminar por la noche y ello supone un conjunto de percepciones singulares que te sumergen en tu intimidad. Nubes de pensamientos sobre muchas cosas me asaltaban. El instituto, el final de curso, las calificaciones, la crisis... pero todos se disolvían dando un paso tras otro y siguiendo la serie de señales puestas por la organización. Estaba solo pero a la vez me sentía acompañado por los caminantes que iban delante o detrás de mí y que me servían de referencia.

El momento más hermoso de la caminata es cuando llegas a Collbató ante el último avituallamiento y quedan solo seis kilómetros de subida que suponen la parte más exigente y dura pues llevas toda la noche caminando y estás al límite de tus fuerzas. Y es hermoso porque empiezas a subir de noche y asistes, maravillado, al amanecer entre las montañas y las nubes que quedan debajo a medida que vas subiendo. Un paso lleva a otro y poco a poco vas ascendiendo el formidable farallón que es Montserrat. Ves florecillas y sientes cómo los colores del día se van trasfigurando. El cansancio hace mella pero, como he dicho en algún post anterior, dicho cansancio es creativo y te induce una ligereza extraordinaria. Esta vez el camino se desviaba cerca del punto más alto hacia la Santa Cova y ello nos llevó a que hubimos de descender bastante para luego, como era previsible, tener que ascender. La majestuosidad del macizo de Montserrat me cautivaba. Me detenía a hacer fotos de los colores del amanecer, de las diferentes perspectivas de las rocas características del macizo, la Santa Cova, florecillas... La dimensión de la montaña me parecía colosal y yo me sentía pequeño, muy pequeño, pero sabía que iba a llegar hasta el final. Esa mezcla de cansancio, esfuerzo, sudor, respiración acompasada y la visión de la dimensión sobrehumana de la montaña que iba descendiendo y luego ascendiendo me confortaba y me excitaba fibras íntimas de mi ser. Estaba agotado, tenía ganas de llegar, pero vivía aquella última hora como en un rapto de alucinación que me llevaba a ver trasfigurados los colores y las formas. Me paraba y hacía fotos lo que me permitía recuperar algo de aliento, respiraba hondo, me dolía todo, pero sabía que estaba en el lugar justo en que quería estar. Era como si el universo estuviera por una vez todo en su sitio y no dudaba. Era una impresión de centralidad, acompañado de ese maravilloso sol primero de la mañana que cubre de tonalidades doradas toda la realidad. Me sabía en el centro del universo y a la vez notaba mi insignificancia en relación a la montaña que iba ascendiendo poco a poco hasta llegar a través del Vía Crucis que lleva desde la Santa Cova hasta la Abadía. Me invadían simultáneamente la tristeza y la euforia, no sé cómo explicar esa mezcla pero es real. Aquellas dos últimas horas habían sido prodigiosas viviendo el amanecer combinado con el esfuerzo último pero sabía que esta era una edición más de la caminata Almeda-Montserrat. Era mi décima y solo una vez no he conseguido llegar al destino porque me perdí en la noche. Era un año más y aquello marca inexorable el paso del tiempo. Falta un año para la siguiente.



Llegué al puesto de avituallamiento final. Me dieron un diploma con mi nombre que tiré en la primera ocasión que tuve, tomé una copita de cava fresquito y un bocadillo de salchichón con un poco de tomate, y me senté percibiendo el aire refresante que corría en la cumbre. Pocas veces siento más felicidad y paz que cuando llego arriba y me tomo esa copa de cava fresquito y me siento a mirar las rocas inmensas de Montserrat sintiendo un enorme cansancio y dolor en los músculos, a la vez que una profunda sensación de bienestar interior y ligereza que no logran alejar un ala de tristeza que me embarga. Tiene algo de sexual, estoy seguro. Los seres humanos necesitamos de estos retos, de estas profundas experiencias físicas, para sentir el hálito de la vida latiendo en nuestras venas por las que la sangre circula con alegría e ilusión renovadas. 

jueves, 24 de mayo de 2012

"Teméis la educación porque enseña a pensar".



HABLA JOSELU
                    Llevo más de treinta años en la educación y no tengo claro que sirva para aprender a pensar. Es una visión utópica de la misma. Yo lo intento, ciertamente, pero el resultado no es bueno. Muy pocos chavales están dispuestos a hacer el esfuerzo de pensar por sí mismos. Son una minoría mínima, pero muy mínima. El resto es aquiescente, conformista, y los profesores tampoco somos unos sócrates que lleven a sus alumnos a pasear por un jardín peripatético. Todo es más convencional y banal. La idea de que la educación enseña a pensar es una ilusión. Por tanto creer que el poder teme a la educación porque enseña a pensar es creer en las utopías irrealizables. Si hubiera tal ansia de pensar, no habría reforma o recorte que pudiera evitar el pensamiento crítico. Y no es el panorama que veo en las aulas que son bastante conservadoras y reacias a la reflexión crítica. El poder no tiene interés en la educación pública. Es así sin más. La tiene que mantener porque no puede mandar a centenares de miles de niños y adolescentes a la calle. Está obligado. Otra cosa es que realmente le interese la calidad educativa. Eso es radicalmente incierto.La escuela privada representa mucho mejor su modelo de sociedad, y, para más paradoja tal vez en ella los alumnos por sus circunstancias sociales es posible que estén más dispuestos a querer pensar. Tienen mayores posibilidades económicas y culturales, y eso es muy importante. 


                                                     No, Lucía, no enseñamos a pensar. Qué más quisiéramos. Reparamos huecos, zurcimos descosidos, intentamos remediar lo irremediable, pero de eso a creer que somos los fomentadores de la rebeldía y la insumisión intelectual y social va un largo trecho. No es así. 

Simplemente el poder de la derecha y de la izquierda no cree en la educación pública. Si dicen lo contrario mienten y engañan. 



                         Ojalá estuviéramos en disposición de enseñar a pensar.
 





HABLA LUCÍA


               Joselu, no puedo negar lo que dices puesto que llevas más de treinta años en la educación y habrás visto todo tipo de actitudes. Unos que están dispuestos a pensar aunque no suelan reparar en ello y otros que por más que intentes crearles un aliciente, no deciden hacerlo. Es así, pero quiero creer que la escuela enseña a pensar y a recapacitar pero de la misma manera sé que es un trabajo arduo y a veces sin sentido ya que cae en saco roto porque no hay respaldo del poder.


               ¡Qué razón tienes en que mantienen la educación porque están obligados!
A veces cuando voy a algunos colegios para realizar prácticas me pregunto qué ideal de educación tenemos en las aulas y qué tipo de metodologías se recogen en ellas. Me he dado cuenta que la manipulación es el pan nuestro de cada día. ¿Qué hay de la educación asentada en la libertad, en la creatividad o en la autonomía del niño? Creo que a veces no se desarrolla por completo en los alumnos las capacidades críticas que requieren, indudablemente, del pensamiento previo, de la planificación o de la preparación para un futuro ( negro, sí, pero un futuro).



              Yo no creo que enseñar a pensar sea ninguna utopía, Joselu, o al menos quiero creerlo con todas mis fuerzas. La educación no es más que un plan de acción pre-pensado por la mera razón de que elegir una alternativa educativa significa, ya de principio, pensar en referencia a un tipo concreto de acción pedagógica. Ahora bien, el tipo de acción pedagógica que queremos poner en práctica puede estar basado o no en la libertad, en ayudar a que nuestros alumnos piensen y que no sean manipulados. No seremos “ unos sócrates que lleven a sus alumnos a pasear por un jardín peripatético” pero sí que podemos guiar su pensamiento y cómo afrontar situaciones desde pequeñitos. Concibo la educación como un conjunto en el que caben conocimientos, cultura, principios y actitudes; en el proceso educativo no sólo se instruye en contenidos sino que se forma en valores y aquí es donde pienso que tenemos que actuar como docentes, tenemos que invitar a nuestros alumnos a que piensen.
Quizá, Joselu, tengo la cabeza llena de pájaros porque soy muy joven y no tengo experiencia pero, si alguna vez ejerzo como maestra, intentaré llevar a cabo todo lo que para mí es una educación de calidad. Puede que lo consiga o puede que no. No lo sé, por ahora me basta con saber que quiero intentarlo.


           (Este es un debate surgido en la red, que me ha parecido singularmente interesante. Es así cómo se ha producido, lo dejo en vuestras manos…)

martes, 22 de mayo de 2012

Cagándose en la cabeza de uno



Una de las pesadillas más abominables que tengo en los meses de mayo es la de soñar que en Estocolmo estoy asistiendo a la entrega de los premios Nobel y que ese año soy yo el galardonado en el premio correspondiente a Literatura. Esto me produce un íntimo espanto. Y me diréis que cómo es posible si yo no soy escritor y no hay la más remota posibilidad de que me concedan el premio Nobel de Literatura. Es como si fuera candidato al de Física o de Medicina. Absolutamente absurdo, irracional, estúpido. Pero creo que hay algo que subyace y es el profundo horror que me producen los premios que conceden instituciones de todo tipo. Sentí una profunda tristeza cuando le fue concedido y entregado a su nieto el premio Príncipe de Asturias de las Letras al poeta chileno Nicanor Parra. No podía soportar el aire institucional del acto dedicado a un poeta que ha sido todo menos institucional y sí, revolucionario, disidente, antipoético en el sentido convencional. ¿Qué había tenido que hacer el pobre de Nicanor Parra para ser humillado de semejante modo? ¿Cómo se atrevieron a concedérselo cuando él ya no se puede defender a sus noventa y siete años? Se pasa uno la vida siendo antisistema, y va al final de tu vida y el sistema te concede un importante galardón. ¿Qué errores ha cometido uno? ¿O es que el sistema fagocita todo?

Siento aversión a los premios. Cada año en Catalunya se conceden los premios al catalán del año. No hay que decir que no he sido elegido yo. Y también se conceden las Creus de Sant Jordi a catalanes destacados. Todavía no me han concedido ninguna afortunadamente. El horror se me intensifica cuando veo en  sección de esquelas la condolencia oficial cuando fallece alguien que poseía la Creu de Sant Jordi. El president de la Generalitat muestra su duelo por la sensible pérdida. ¿No es realmente espeluznante?

Estos días el Príncipe de Asturias ha concedio el galardón a Tàpies que tampoco se puede defender porque ya está muerto hace meses. Una tribuna oficialesca le ha rendido sentido homenaje y allí estaba el alcalde de Barcelona, el president de la Generalitat, el futuro rey y la princesa Letizia entre otros en los que había algún descendiente que sufrió la humillación del reconocimiento.

Una vez tuve ocasión de preguntar al poeta Joan Brossa por el premio que había visto una vez que le había entregado el rey de España. Le espeté esta pregunta con toda mi mala leche pues de sobras sabía su talante independentista. Aquel acto me causó una conmoción. Vi a Brossa perdido en el estrado, en una ceremonia fría y distante, en la que se reconocían sus méritos y aportaciones a la poesía, la cultura, el arte, y bla, bla, bla. Le pregunté a Brossa con toda mi mala leche y el se salió de la cuestión diciendo que no se acordaba de ello lo que produjo la hilaridad en toda la sala de actos del Instituto Verdaguer donde le habíamos hecho otro homenaje.

Los homenajes, las celebraciones, los premios son como dice Thomas Berhard una ocasión para que los premiadores se caguen en tu cabeza aprovechándose de tu vanidad. Me sorprendió que Octavio Paz se pasara algunos años de su vida esperando la concesión del Nobel, lo que al final consiguió. Pero era más difícil ser Octavio Paz que le concedieran el Nobel. No lo necesitaba. Julio Cortázar y Borges no lo recibieron. A Albert Camus la concesión del premio le sumió en el desconcierto, pero lo aceptó con un discurso hermoso y memorable. Uno debe de estar muy equivocado cuando una institución tan ejemplar y sólida como la que entrega el premio Nobel decida concedérselo a una persona. Lo que además no incrementa su prestigio. Ahí tenemos al Nobel Cela, cada vez más olvidado, a Echegaray, a Benavente, totalmente oscurecidos y sin que su teatro interese a nadie en estos tiempos. En cambio, Valle Inclán que no recibió el premio Nobel sigue estando vivo e inspirando el teatro del siglo XXI. Galdós no lo recibió tampoco. La nómina de premiados no revela la calidad de la obra de los autores del último siglo.

Afortunadamente, yo no seré Creu de Sant Jordi, ni catalán del año, ni aragonés ejemplar en el exilio, ni premio Alfaguara, ni premio Nadal, ni premio Gonçourt, ni premio de los libreros de Barcelona, ni premio de la escalera de mi casa. No tengo que preocuparme del discurso que tendría que hacer, ni de la conversaciones que tendría que hilvanar, ni de las entrevistas inacabables que tendría que conceder para explicar el sentido y estructura de mi escritura en este tiempo. No tengo siquiera que preocuparme del acto consecuente a esta postura que sería la de rechazar la entrega del premio denunciando al sistema que me lo ha concedido lo que es francamente también abominable. Vale que se quieran cagar en tu cabeza, como decía Thomas Bernhard en El sobrino de Wittgenstein, pero otra cosa es ser soberbio, delirante, estúpido, en un rechazo que te sume también en el desconcierto. Algunos premios tienen una dotación económica no desdeñable además de la que conlleva de egorías que elevan el nivel de nuestro ego.

No, no es fácil tampoco rechazar un premio con el que se quieren cagar en tu cabeza. Lo más sensato es ponerla, dejarlo pasar, poner cara de agradecido y sentir cómo chorrean calentitos los excrementos por tu cuello mientras los aplausos solemnes te elevan a la estratósfera de la vanidad. O tal vez no sea así.

Eso sí, hay premios que me duelen especialmente. No se puede premiar a un anarquista, nihilista, subversivo, con un premio oficial y monárquico. Vale que le gustaran a Dalí los elogios monárquicos pero me temo que si pudieran algunos rechazarían esos momentos de gloria. Cuando uno envejece es presa fácil, se convierte en sentimental, en débil y necesitado de halagos y reconocimiento. De eso se aprovechan esa pléyade de políticos corruptos que establecen premios para cagarse en la cabeza de los artistas.

Pero en la mía no se cagarán. Lo juro por los altares griegos. Para evitarlo, he decidido imitar a Oblomov y sumirme en la más absoluta de las indolencias, de las apatías, de las rendiciones... nada que merezca el galardón patriótico que subyace en la entrega de estos premios que parecen no desagradar a muchos porque que se caguen en tu cabeza -como decía Thomas Berhard- no debe de ser tan desagradable. Si además pagan...

domingo, 20 de mayo de 2012

El proyecto Braingate abre el camino a la Ciencia Ficción



Prácticamente al día siguiente de que apareciera la noticia en los medios de comunicación, realicé una prueba de comprensión lectora a mis alumnos de tercero de ESO pasándoles una copia de la noticia aparecida en EL PAÍS y que ha conmocionado -no es para menos- a la comunidad científica y a los ciudadanos que han sabido valorar el hecho.

Me refiero al proyecto Braingate (La puerta del cerebro) que lleva en marcha desde 1998 buscando interconectar el cerebro con la máquina, de modo que las órdenes cerebrales (los pensamientos) puedan transmitirse a un ordenador que realizaría y desarrollaría dichos comandos. Ya hace más de una década se había conseguido que personas con parálisis movieran con el cerebro el cursor de un ordenador. Ahora el experimento ha sido mucho más complejo y dos personas paralizadas desde hace años por un ictus, han logrado transmitir órdenes a un ordenador y que ha servido para que un brazo robótico fuera accionado y realizara una determinada función, al parecer sencilla, como la de facilitarles un vaso de agua con una pajita para que  pudieran beber.

Previamente les habían sido implantado un sensor en la zona del córtex motor del tamaño de una pastilla. Este sensor recoge las señales eléctricas del cerebro y las envía a un ordenador que las decodifica y traduce en comandos que mueven el citado brazo artificial. Además tuvieron que pasar meses de arduo entrenamiento para aprender a controlar el pensamiento de modo que fuera eficaz.

Supongo que todos los que estáis leyendo esto, habéis oído la noticia. A mí me ha producido algo semejante a una revelación y todavía me dura la emoción que he sentido viendo el vídeo que enlazo y leyendo dicha noticia. No os perdáis la realización del experimento pero sobre todo, la sonrisa de la mujer cuando ha logrado conseguir su objetivo de beber con ayuda del brazo robótico. Es un pequeño paso pero que tiene unas perspectivas alucinantes.



Todo camino por largo que sea comienza por el primer paso. Este es el primer paso y que nos lleva al futuro en que la mente y los ordenadores estarán conectados. ¿Os imagináis lo que significa esto? Las intuiciones más increíbles de la Ciencia Ficción se convierten en pálidas y elementales ante lo que supone este gigantesco avance.

Mis alumnos no supieron ver prácticamente ninguna de estas perspectivas. Sus pruebas de comprensión lectora han sido muy deficientes. Habían entendido la noticia a medias y, desde luego, no supieron ir más allá de lo concreto que era que una persona paralizada había logrado beber agua ante lo que algunos argumentaron que esto sería solo para ricos.

Pero la verdadera noticia no era la de la realización del experimento sino la de la evidencia de que se pueden conectar por ondas eléctricas los impulsos del cerebro, el pensamiento, con un receptor que llega a un ordenador. A partir de aquí y dándole treinta años al proyecto del Braingate, teniendo en cuenta de que en pocos años tendremos ordenadores de grafeno y en una década probablemente ordenadores cuánticos, que serán decenas de miles de veces más potentes y rápidos que los actuales..., tendremos un escenario humano y social en que mente y máquina se integrarán con perspectivas que cambiarán la realidad.

Mis hijas vivirán un mundo cuando sean adultas en que la sola energía del pensamiento podrá activar el funcionamiento de una fábrica, controlar los dispositivos del hogar, se podrán conectar dos personas a través del pensamiento en una comunicación interior, se podrá tener acceso mediante la mente al disco duro de un ordenador con trillones de datos que se incorporarán a la estructura de su cerebro, podrán hablar mentalmente dos personas a miles de kilómetros...

El hecho de que se vislumbre la conexión de la mente con un ordenador, puede que de momento de un modo muy elemental, abre un universo de posibilidades tan excitantes como inimaginables. Y esto, aunque mis alumnos piensen que es muy caro para un ciudadano normal, lo lógico es que en treinta años el proyecto Braingate o sus sucesores se extiendan a amplias capas de la población que podrán interactuar entre su cerebro y los todavía insólitos artefactos tecnológicos que todavía somos incapaces de visualizar o concebir.

No os perdáis el vídeo. Y fijaos en la sonrisa de la mujer. En ella está contenido todo ese futuro alucinante e increíble que está en ciernes. El futuro está comenzando.

¿Cómo has vivido la noticia? ¿A qué reflexiones te ha llevado? ¿Qué perspectivas crees que abre? 

jueves, 17 de mayo de 2012

Pero en el fondo están ellos...



Un profesor es un ser extraño, permítanme que divague acerca de esta singular profesión.

Un profesor entra en un aula y encuentra un determinado clima de convivencia, de lealtades mutuas, de rencores acumulados, de enfrentamientos solapados, de inquietudes desconocidas, de odios concentrados... y ha de hablar de lengua, de La casa de Bernarda Alba, de textos que han de interpretar y hacer suyos...

Pero en el fondo están ellos: banalidad, gregarismo, envidias, conformismo, racismo, resentimiento, anhelos infinitos, ansia de cambiar de clase social y ser ricos, adolescencia a tope, sexualidad, represiones, excitaciones, conflictos de personalidad, de querer ser lo que no se es, ideales, dignidad, coherencia, seriedad, sensibilidad, y también adocenamiento, vulgaridad, convicción de que las cosas se consiguen mejor con trampas, con engaños, con algún golpe de suerte, con alguna puñalada por la espalda...

Se camina por el filo de una navaja.

El profesor intuye algo de lo que pasa en el subtexto de la clase pero nunca es lo suficiente. Sabe que ha de poner un límite a su implicación. No puede remediar los odios, los rencores infinitos, las envidias solapadas, el anhelo de otro cuerpo, los atisbos racistas... A esta edad ya están demasiado hechos en sus prejuicios, en sus determinaciones, en sus deseos improbables.

La adolescencia es una bomba autosatisfecha y tremendamente frágil.

Pero solo aprende el que es humilde y siente que tiene algo que aprender, algo que revisar, algo que renovar. El resto es repetir esquemas de los adultos, de los fracasos de los adultos, de sus prejuicios, de sus odios, de sus insatisfacciones, de sus trampas, de sus desórdenes de conciencia.

Tengo que hablar en clave, pero sé de lo que hablo.

Algunos presienten que los estudios no son todo. Que está el factor suerte, el factor enchufe, el factor contactos. Y el profesor ha de lidiar con estas convicciones que ponen en cuestión su supuesto ordenamiento intelectual.

Y entonces surge el desorden. El profesor es el que pone orden en el desorden. Si puede, si el magma interno del curso lo permite más allá de sus rencores, de sus resentimientos.

Y aprender ¿qué es?

Luchar por descubrir lo que uno es en realidad. Los que lo tienen claro -diáfanamente claro- odian a los que dudan, a los que se muestran inciertos, a los que entienden que el conocimiento es complejo y no una fórmula estereotipada. Muchos buscan seguridades ficticias en el error, en el prejuicio, en el lugar común, en el conjunto de opiniones sesgadas que han oído en su círculo.

Sólo el que se pone en cuestión a sí mismo, entiende algo. Pero ¿para qué hacer este esfuerzo de comprensión de lo que va más allá de uno mismo?

El profesor rastrea y rastrea los trabajos de sus alumnos, sus comentarios, intentando encontrar una brizna de personalidad, de perspectiva original, de algo que contradiga los lugares comunes... y difícilmente lo halla. No es fácil. El común de la humanidad es gregario, estereotipado, lleno de prejuicios, de maldades, de resentimientos, de tópicos...

Pero también hay lo contrario: los que desafían esa vulgaridad y se atreven a cuestionar, a ser ellos mismos, a indagar en el principal objeto de contemplación que es el yo. Todo parte del yo, de esa fascinante asignatura que es comprendernos a nosotros mismos. De intentarlo al menos.

Uno es profesor y ha de atender a todos sin distinción de credos, razas, religiones, inteligencias, modas, sexos... Y es así. Todos son iguales.

Pero uno contempla el panorama y se da cuenta de que la personalidad es escasa, el pensamiento original es minoritario. Nunca ha habido más posibilidad de tener información y menor es el resultado práctico en cuanto a la conformación del yo que busca realmente conocimiento.

Es inhabitual, extraño, muy esporádico.

Pero lo esperamos y nos damos cuenta cuando aparece.


martes, 15 de mayo de 2012

Leonor, alteza real y futura reina de España, se sincera



Me llamo Leonor de Todos los Santos de Borbón Ortiz. Soy infanta de España y recibo ya a mis seis años el tratamiento de "Alteza real" y soy la futura reina de España, siempre que se reforme la Constitución que da prevalencia a los descendientes varones si mis padres tuvieran un hijo.

No sé lo que pensaréis vosotros pero yo estoy indignada. Todo el mundo espera de su vida que sea incierta y elegida por uno mismo, pero la mía, si nada lo remedia, está destinada a que yo, sí o sí, he de ser reina de España. Y ¿qué pasa si yo no quiero? ¿qué pasa si yo decido que nadie puede decidir por mi vida y que quiero vivir la mía propia? Yo no he elegido parecer una niña imbécil, rubita, altecita real por aquí y por allá. Todos me tratan con condescendencia y me educo en los más selectos colegios privados sin que nadie olvide cuál es mi realidad y mi futuro. ¿Mi futuro? Me da grima. Poneos en mi lugar. ¿Qué pasaría si os dijeran desde que nacéis que habéis de ser algo que no habéis elegido, que os viene en la sangre, en el código genético por la sangre azul que circula por vuestras venas? ¿Sangre azul? Mi sangre ese roja como todas, y me gusta tirarme pedos, y comerme los mocos cuando no me ven mis ayas e institutrices. Me gustaría salir con mis amigas sin diez guardaespaldas, me gustaría ser abominablemente una niña normal y no una planta superprotegida cuyo futuro está escrito antes de ser siquiera concebido.

No quiero pasarme mi vida en función de las imágenes, no quiero ser una presencia pública, quiero pasar desapercibida, fumar porros cuando toque y hasta ir a alguna manifestación en favor de la república. Porque yo soy republicana. Y la principal razón es la de no entender que por qué yo he de tener en herencia una dignidad y una responsabilidad que hará que mi vida no sea mía. Y quiero, entended, que mi vida sea mía. Para bien y para mal. No quiero pasarme la vida pensando qué bolsitos voy a llevar o qué calzados combinan bien con mis atuendos, no quiero pensar que todas las cámaras van a estar presentes para fotografiar si repito o no vestido, si mi peinado es estimulante, si mi sonrisa es agradable. No quiero ser agradable. Por mí pueden dar viento fresco a todos los españoles. No quiero ser su reina. Abdicaré, pero ya me habrán fastidiado la vida. Me gustaría ir a un colegio con inmigrantes marroquíes y latinoamericanos y pensar que yo no soy especial ni diferente ni esa mierda que me han agregado de "alteza real". Yo no soy alteza y me gustaría ser real, pero en otro sentido al que me han impuesto.

Me desagrada mi vida en que lacayos van satisfaciendo mis deseos y sonriéndome con conmiseración, tal vez porque se dan cuenta de que mi vida, igual que la de mi madre es un desastre, envueltitas en papel de celofán pero sin poder ejercer lo más elemental que puede desear un ser humano: ser libre y ser feliz. Mi abuelito, entre cana y cana al aire con aristócratas alemanas, me enseña a saludar con la manita. ¡Buah! ¿No os ha apetecido alguna vez ser antipáticos y huraños? Yo no, tendré que estarme toda la vida saludando como una panoli y sonriendo aunque por dentro esté hasta los ovarios. ¿Que no tendré que trabajar? Puede ser. ¿Qué no pasaré crisis? Puede ser. Pero mi vida no será mía. ¿Qué pensaríais si os dijeran que os habéis de pasar toda la vida en una jaula dorada? Así desde que nacéis porque sois una  alteza real. Que soy republicana. Que me encanta la bandera tricolor. Que estoy hasta los ovarios de tanta mandanga y tanta sonrisa y atenciones falsas. Si yo fuera una somalí y tuviera los mismos años, nadie me prestaría la más mínima atención. No quiero pasarme la vida en las bocas de las gentes juzgando mis zapatos o mis bolsos. Paso. ¿Y qué pasa si soy lesbiana y me gustan las mujeres? Todavía no lo sé. Todavía estoy en esa fase incierta del desarrollo sexual. Todo el rollo de la herencia se iría al garete. No tendría heredero. ¿O tendría que tener un hijo en un vientre de alquiler? ¿O irme a un banco de esperma de aristócratas?


No quiero ser reina, no quiero ser infanta, no quiero ser una niña marcada ni especial. Sólo quiero revolcarme por el suelo, comer chocolate hasta reventar, y comida mejicana que me encanta y que dejen de mirarme con esa cara de imbéciles cuando se ven ante una niña de seis años pero a la que hay que tratar como si fuera algo especial. No soy especial. Soy vulgar. Algún día leeré libros. Y tal vez me gusten Bukowsksi o Jean Genet, no esa relamida que entrevistó a mi abuela, una tal Pilar Urbano. Y no me gusta Sostakovich. Me gusta mover el esqueleto y decir palabrotas como las que dice mi abuelo cuando se dirige a su mujer, o sea mi abuela.

No me gusta ser infanta de España, futura princesa de Asturias y de Gerona y toda esa parafernalia. Soy republicana y en mi corazón guardo una lugar para esa bandera que izó Riego.

Que no quiero ser reina. ¿Se me entiende? Que alguien haga llegar esta declaración a algún sitio porque a mí me tienen encerrada en una urna de cristal a la vista de todo el mundo y en el más exclusivo de los colegios y diciendo que soy una niña normal. Y una mierda. No. 

domingo, 13 de mayo de 2012

Ensayo (dos) sobre el cansancio



Los fines de semana procuro hacer alguna caminata de 20, 30 o 40 kilómetros que me llevan desde Cornellà a algún punto más o menos distante. Suelo hacerlas solo, acompañado de mi GPS que me va orientando el camino por senderos y caminos. Es una experiencia fascinante que me conduce a terminar extenuado, especialmente cuando la caminata ronda los cuarenta kilómetros como la que hice ayer hasta la ciudad de Sigtes atravesando la árida sierra del Garraf. El pensamiento es un factor potente que va vertebrando los pasos que das. Los paisajes adquieren una fuerza especular y en algunos momentos te invade la desolación, en otros la euforia, la serenidad... Pararse y comer un bocadillo de mortadela con queso camerbert es un manjar inusitado tras tres o cuatro horas de caminata en la que has salido al amanecer.

Atravesar la sierra del Garraf, desolada, frente al mar, es una intensa aventura espiritual. Hacerlo en soledad por senderos abandonados -flanqueados por yerbas aromáticas- en los que  no hay nadie durante horas y horas me penetra de un sentimiento extraño de fragilidad. ¿Qué pasaría si allí me torciera un tobillo (nada difícil, dados los pedregales que hay que bajar y atravesar)? Llevo abundante agua y toda ella me será imprescindible en el día soleado y abrasador que fue ayer. Hay instantes de auténtico desfallecimiento y  no me queda otro remedio que sentarme procurando alguna sombra extraña y reposar durante diez minutos rehidratándome y respirando profundamente.

Leí un par de veces el Ensayo sobre el cansancio de Peter Handke, una vez en 1989 cuando se publicó y otra en 2005 en una feraz relectura. Ha sido un texto sugerente y productivo ya desde el mismo título. ¿Quién vería en la experiencia del cansancio extremo toda una aventura existencial? ¿Qué sucede con nuestra mente y nuestro cuerpo cuando los sometemos a un desgaste físico o intelectual poderoso? Peter Handke reflexiona en un lírico ensayo: "El cansancio te rejuvenece, te da una juventud que nunca has tenido. El cansancio como el Más del Yo menor. Todo en la calma del cansancio, se hace sorprendente". Hay algo profundamente filosófico en la experiencia del cansancio, y lo observo cuando llego desfallecido a Sitges a las seis y cuarto de la tarde tras doce horas de caminata bajo el cielo majestuoso azul, en plena y restallante primavera, pasando por las puertas del monasterio budista en el Palau Novella en plena fragosidad de la sierra.

Llego a Sitges y paseo por sus calles de modo diferente al que pasean todos los viandantes que veo. Es una ciudad multicolor y colorista, de las más vivas de Cataluña. Interracial, arcoiris, llena de muchachas hermosas y vibraciones luminosas. Yo camino despacio con mi mochila, oliendo penetrantemente a sudor y quemado por el sol de la jornada, mis pies me duelen y mi organismo me pide una detención. Voy a un bar cualquiera en una de sus polimórficas calles. Pido una cerveza bien fría y veo unas croquetas requemadas que me atraen. Pido dos. Bebo y como con delectación, con un ansia que me hace percibir como exquisito lo que en cualquier otra circunstancia me resultaría normal. Observo el bar. Observo al camarero y su relación con las clientas de diferentes edades. Mi mirada cansada se afila -poderosa-  en la contemplación de las vibraciones que allí percibo. Veo el mundo, observo a las personas, cansado hasta los huesos, pero con una extraña penetración y agudeza. Percibo sus pensamientos, sus estados de ánimo, sus contradicciones, su modo de estar en el mundo, su afán de parecer, lo que yo no pretendo hoy en esta apoteosis de la extenuación que me lleva a sentir el mundo con fuerza y receptividad. Veo a esas mujeres, llenas de vida, de abandono, de ansia no satisfecha, de necesidad de amor y de compañía que no tienen, y que el camarero -guapo y joven- sabe consolar con palabras y miradas cómplices en diálogos preñados de compañía. Nunca me ha parecido mayor la labor de un simple camarero, mayor que la de cualquier ministro de economía, mayor que la de un director de entidad bancaria. La realidad habitual se me reviste de luz y observo con una singular claridad que me viene de ese amigo que es el cansancio. No es una posición de yoga, ni de meditación, lo que me ha llevado allí. No. Es un paso detrás de otro, por bosques solitarios, por sierras abandonadas, por pedregales, por casas en ruinas, en soledad, en lujuriosa soledad rica y profunda. Todo se me ilumina con una luz especial. Da igual si eres rico o pobre, poderoso o un feriante más de la feria de las vanidades, el cansancio te aniquila, te vuelve al ser íntimo que eres y por unas horas es como si hubieras tomado una de las drogas más poderosas y estimulantes. Me gustaría saber si producimos sustancias químicas en nuestro cerebro cuando experimentamos la apoteosis del cansancio. Es como un tiempo sagrado, excepcional, único. De hecho, camino por esa profunda sensación que lleva al ser a la contemplación de paisajes, de intimidades, a experimentar qué es la sed, el hambre, la soledad... Hago fotografías de flores, de cielos, de casas solitarias, y doy un paso tras otro atravesando uno de los parajes más desolados de la geografía española. ¡Qué felicidad más paradójica en que el sujeto fantasea con la realidad creyéndola mágica!

Y mi compañero GPS, lleno de sudor, de tierra y de aceite de mis bocadillos, se me aparece como el más fiel y maravilloso instrumento de la tecnología.

¡Qué maravilla es la sensación de agotamiento, de profundo cansancio, que me proyecta en mis delirios oníricos con claridades imprevistas! 

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