Leí hace años un libro significativo: Diez días que estremecieron al mundo del periodista americano John Reed. El libro, en clave de reportaje, describía los días que llevaron a la toma del palacio de invierno de los zares y el triunfo de la revolución que terminaría llevando a los soviets al poder. Fue un momento extraordinario. Describía la lucha del pueblo por conseguir la libertad y desembarazarse de la opresión zarista. Había diferentes fuerzas detrás de esta movilización de las masas, pero solo una de ellas terminaría monopolizando la revolución e instaurando una nueva dictadura que duraría setenta años.
Este libro de John Reed me ha venido a la cabeza contemplando los dieciocho días que han estremecido al mundo y que han llevado, en una decidida movilización del pueblo egipcio, a la caída de Hosni Mubarak, tirano que llevaba treinta años en el poder. Ha sido una revolución pacífica que seguía la senda de la que había triunfado en Túnez. Todos los que pensábamos que los pueblos árabes no estaban preparados para la democracia, nos hemos admirado de estas revoluciones que no han tenido al islamismo como fuerza determinante, sino a la juventud, mayoritaria en estas sociedades, y que propugna, al parecer, una sociedad abierta y pluralista en que sean esenciales las libertades que permitan una mejora sustancial de las condiciones de vida.
Es de destacar que estar revoluciones y las que pueden venir a continuación han tenido como telón de fondo la publicación de los papeles del departamento de Estado norteamericano por Wikileaks en los que se desvelaba el funcionamiento corrupto de estos países. No sabemos la incidencia real de esta publicación, pero lo que es cierto es que muchos jóvenes sentados frente a un ordenador y utilizando las redes sociales como Twitter y Facebook han protagonizado un nuevo tipo de revolución liderada no por las fuerzas clásicas sino por blogueros que han desatado en tiempo real un huracán de fuerzas que han llevado a la movilización de cientos de miles de personas en Túnez y Egipto. Los partidos tradicionales, los islamistas, las propias dictaduras, los servicios secretos de los distintos países incluidos los americanos, los israelíes, etc, se han quedado boquiabiertos porque nada de esto entraba dentro de sus expectativas. La historia ha desbordado a la imaginación más exaltada, igual que sucedió con la caída del muro de Berlín o el advenimiento de la crisis económica en que estamos que no fue prevista ni sospechada por el propio Fondo Monetario Internacional. Esto me llena de admiración porque me lleva a la idea de que la historia no es previsible. Ni los mecanismos ni instituciones más refinados, que se pasan la vida intentando saber por dónde irá el mundo, son capaces de intuir el efecto de las fuerzas en juego o los estados de tensión que pueden estallar en un momento dado. La historia del mundo se puede explicar a posteriori. Para eso están los historiadores que intentan ordenar cómo pasó lo que pasó y comprender qué lógica desencadenó los distintos acontecimientos. Pero nada de eso sirve para predecir el futuro que se desarrollará según lógicas reales pero que no nos son conocidas. ¿Qué será de Europa en cincuenta años? ¿Qué sucederá en el mundo? ¿Cuáles serán las fuerzas o esquemas dominantes? Podemos hacer conjeturas pero la realidad que se puede desencadenar en unos segundos puede llevar adonde ni siquiera imaginamos. Pensemos en el encadenamiento de sucesos que llevó a la revuelta en Túnez: los papeles de Wikileaks, la detención de un informático en paro que tenía un puesto de verduras en un mercado y que tomó la decisión de quemarse a lo bonzo… Un mes después caía Mubarak… y ahora no sabemos qué irá a continuación: ¿Argelia? ¿Marruecos? ¿Siria? ¿Cisjordania? ¿Mauritania? ¿Yemen? ¿Pakistán? ¿China?
Sería inútil que pretendiera hacer la más mínima suposición, pero lo cierto es que en las sociedades se desarrollan energías subterráneas –casi en el mundo onírico- que en un momento determinado estallan y se llevan sistemas políticos por delante y estos caen tal un castillo de naipes como si hubieran estado sostenidos únicamente por arte de magia, y un soplido los hace desvanecerse. El problema que viene después, todavía más arduo que la revuelta inicial, es la de saber qué forma va a adoptar la transición a otro sistema, a otro equilibrio que pueda satisfacer a los que han hecho la revolución. Esa es la cuestión ahora, y el mundo sigue conteniendo la respiración para saber por dónde irán las cosas, y además no tenemos la más mínima idea de qué va a pasar acto seguido. Así es la historia