Soy instructor de un expediente disciplinario de un alumno de primero de la ESO. Vamos a llamarlo Diego Salgado como nombre ficticio. Un expediente es un procedimiento prolijo y burocrático que trata de calificar y enjuiciar el comportamiento de un alumno desconocido para el tutor del expediente.
Para mí, Diego Salgado es un absoluto enigma. Recibo su expediente en secretaría. En cuanto tengo un momento me dedico a leer sus dieciocho partes de expulsión y amonestación en clase desde el mes de setiembre. No lo conozco y leo como si asistiera a una narración en directo: el alumno se niega a sacar el material en clase, el alumno se enfrenta a la profesora de inglés y son necesarios tres profesores para aplacarlo, otro día se enfrenta agresivamente a alguno de sus compañeros, en otra ocasión se sube a una silla o golpea furiosamente la puerta. Lo que más abunda es su negativa en algunas asignaturas a hacer nada en toda la hora. Es selectivo con quien enfrentarse. Suele hacerlo con profesoras más que con profesores.
Pregunto en los pasillos acerca de su personalidad y comportamiento. Algunos profesores (hombres) me dicen que es un alumno límite al que hay que marcarle muy bien el territorio. Es inteligente. En esto coinciden todos los profesores. A pesar de su desastrosa conducta, sólo ha suspendido cuatro asignaturas en la primera evaluación. Es un muchacho ágil mentalmente.
Voy un día a buscarlo. Llego a su clase de primero y lo llamo por su nombre: Diego Salgado. Un muchacho menudo y rubio se incorpora y me mira. Soy yo, me dice. Ven conmigo. Le pido permiso al profesor y me lo llevo.
La entrevista dura quince minutos. Su aspecto es angelical. Su comportamiento, correcto y educado. Le leo sus partes de expulsión. No niega nada. ¿Por qué haces eso? –le pregunto-. En algunas asignaturas me aburro –me dice- y hago otras cosas. ¿Cómo agredir a tus compañeros o golpear la puerta o encararte con el profesor? No contesta. ¿Por qué no sacas el material en matemáticas? No contesta, pero tampoco lo niega.
¿Haces deporte? Hacía kárate. ¿Lo has dejado? Sí. ¿Por qué? Porque me aburría. ¿Qué cinturón eras? Marrón. Practiqué kárate desde los cuatro años hasta octubre pasado. Ahora juego al fútbol.
Me quedo perplejo por la personalidad de este muchacho. Nadie que hablara con él sospecharía que se trata de un alumno conflictivo y disruptivo cuya principal base para actuar así es el aburrimiento y quizás el machismo. Estoy en contacto con el Jefe de Estudios y me dice que siguen llegando partes de amonestación de Diego. Cada día me da uno o dos nuevos.
Hablo con su madre. Está desbordada. Reconoce lo que hace su hijo. No lo disculpa. Sostiene que en la Primaria no era así, que ha pasado al llegar al instituto. Su hermana, que está en tercero, también está inmersa en un expediente disciplinario. No sabe qué hacer con él, con ellos. En casa es igual. No quiere límites. Todos los días el muchacho afirma que no tiene deberes. Sólo quiere estar en la calle. La madre procura tomárselo con filosofía. Me dice que su familia no es desestructurada, que lo que la está desestructurando es la actitud de sus dos hijos. Veo en ella a una persona centrada y paciente ante lo que se le viene encima. Me dice que ve el programa de la Cuatro SOS ADOLESCENTES para ver si le llega alguna idea. No sabe qué hacer ni con qué amenazarlo.
Reflexiono. Yo no doy clase a este muchacho. Veo en él el típico síndrome de rebeldía adolescente, que se suele pasar a los dieciséis años cuando se tranquilizan y empiezan a serenarse. He de sancionarle, pero tengo la conciencia de que poco podemos hacer, más allá de marcarle que su comportamiento no puede ser tolerado y expulsarlo unos días a su casa, lo que la madre considera más un castigo para los padres que para los muchachos. Estoy de acuerdo con ella, pero ¿qué hacer en este momento en que todo son hormonas desatadas? Hace falta tiempo. Los adultos somos frontones en los que estos chavales rebotan.
Lamento no haber leído Harry Potter. Su autora –Joanne K. Rowling- sostenía en una entrevista que en el Reino Unido, los adolescentes son considerados como una amenaza, cuando en realidad deberían ser protegidos. Tiendo a comprender a Diego, quizás porque no le tengo en clase. Si lo tuviera lo vería de otra forma. Veo en él al adolescente inteligente, desorientado y rebelde sin causa que ha entronizado la literatura en libros como El guardián entre el centeno en Holden. Es una rebeldía pura, sin objetivo, llena de rabia contra el mundo y contra la misma transformación que están experimentando en ellos mismos. Me gustaría seguir charlando con él, aunque no sé si nuestros mundos tendrían mucho que decirse. De momento he de imponerle una sanción ejemplar. ¡Qué responsabilidad!
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jueves, 14 de febrero de 2008
domingo, 10 de febrero de 2008
Escuchando...
Acabo de leer un libro lleno de ideas y planteamientos sugerentes: Como una novela y su autor es Daniel Pennac. Es un libro conocido del que me han llegado ecos desde la blogosfera. Su tema es la incitación a la lectura, teniendo en cuenta que, según el autor, en su primer capítulo: El verbo “leer” no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo “amar”…, el verbo “soñar”… Esto me ha hecho reflexionar. La lectura es un regalo gratuito al que se llega por placer, por curiosidad, por sugerencias… pero no por mandatos imperativos.
A mi curso de tercero de ESO no le gusta leer. Fracasé con la primera lectura obligatoria del primer trimestre. La novela impuesta suele ser del gusto de los adolescentes: Rebeldes de Susan Hinton. Se la impuse como lectura, pero el resultado fue un fiasco. Sólo tres alumnos de 22 la habían leído total o parcialmente. Les pedí explicaciones y no salieron de ese generalizado “no nos gusta leer”. Son buenos muchachos que constituyen un Grupo de Adaptación Curricular. Nosotros lo llamamos “Ritmo Lento”, aunque esta poética denominación me recuerda la novela de Carmen Martín Gaite.
¿Qué hacer? No les gusta leer. Leo a Pennac y asisto fascinado a sus reflexiones. Es posible que no les guste leer, pero ¿y escuchar?. ¿Hay algo que les impida disfrutar oyendo cómo el profesor les lee una novela? La clase es conjunto de chavales marroquíes, latinoamericanos y españoles bastante bien avenidos, aunque darles clase a última hora de la mañana es una prueba difícil como contaba en un post anterior.
Recibí una sugerencia a través de un comentario de Juan Poz. ¿Qué tal Ibrahim y las flores del Corán de Erich Enmanuel Schmitt? Es un libro corto que cuenta la historia de un muchacho judío que se va a los trece años de putas. La obra discurre en un barrio de París donde hay una tienda de un musulmán –que no árabe- al que cada día Momó –el protagonista- le roba algún producto. Se hacen amigos y…
Era la peor hora. Estaban alborotados y sin ganas de hacer nada. Les propuse leerles una historia. Sólo tenían que escuchar. Empezaron a callar. Eso se salía de los cauces normales de la clase. ¿Qué clase de historia? –me preguntaron-. Escuchad y luego hablaremos –les dije-.
Comencé a leerles y pronto el murmullo inicial comenzó a disolverse y aparecieron las risas. Momó se iba de putas y les hacía regalos. Un día apareció Brigitte Bardot en el barrio porque estaba rodando una película. Silencio total. Aquellos alumnos proclives al desorden y la falta de atención, aguzaban sus orejas para seguir la historia. Si alguien hablaba, ellos rápidamente le hacían shhhhhhhhhhhhh para que se callara. Alguno se recostó sobre la mesa y siguió escuchando.
Recordé las palabras de Daniel Pennac en su capítulo 51:
Basta una condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a cambio. Absolutamente nada. No alzar ninguna muralla de conocimientos preliminares. No plantear la más mínima pregunta. No encargar el más mínimo trabajo. No añadir ni una palabra a las de las páginas leídas. Ni juicio de valor, ni explicación de vocabulario, ni análisis de texto, ni indicación biográfica… Prohibido por completo “hablar de”.
Lectura regalo.
Leer y esperar.
Una curiosidad no se fuerza, se despierta.
Leer, leer, y confiar en los ojos que se abren, en las caras que se alegran, en la pregunta que nacerá, y que arrastrará otra pregunta.
Si el pedagogo que llevo dentro se ofusca por no “presentar la obra en su contexto”, persuadir a dicho pedagogo de que el único contexto que interesa, de momento, es el de esta clase.
Los caminos del conocimiento no confluyen en esta clase: ¡deben partir de ella!
De momento, leo unas novelas a un auditorio que cree que no le gusta leer. No podré enseñar nada serio mientras que no haya disipado esta ilusión, realizado mi trabajo de celestina.
Leí cuarenta y cinco minutos en un silencio casi completo porque ellos también vivían las emociones de la obra y se sorprendían escuchándolas. Reían o se asombraban. Me maravillaba lo atentos que estaban. Por primera vez en todo el curso profesor y alumnos estábamos en la misma nave, tras tantos motines a bordo. Es como si nos hubiéramos reconciliado. ¿A quién no le gusta escuchar una hermosa historia?
Continuaremos.
A mi curso de tercero de ESO no le gusta leer. Fracasé con la primera lectura obligatoria del primer trimestre. La novela impuesta suele ser del gusto de los adolescentes: Rebeldes de Susan Hinton. Se la impuse como lectura, pero el resultado fue un fiasco. Sólo tres alumnos de 22 la habían leído total o parcialmente. Les pedí explicaciones y no salieron de ese generalizado “no nos gusta leer”. Son buenos muchachos que constituyen un Grupo de Adaptación Curricular. Nosotros lo llamamos “Ritmo Lento”, aunque esta poética denominación me recuerda la novela de Carmen Martín Gaite.
¿Qué hacer? No les gusta leer. Leo a Pennac y asisto fascinado a sus reflexiones. Es posible que no les guste leer, pero ¿y escuchar?. ¿Hay algo que les impida disfrutar oyendo cómo el profesor les lee una novela? La clase es conjunto de chavales marroquíes, latinoamericanos y españoles bastante bien avenidos, aunque darles clase a última hora de la mañana es una prueba difícil como contaba en un post anterior.
Recibí una sugerencia a través de un comentario de Juan Poz. ¿Qué tal Ibrahim y las flores del Corán de Erich Enmanuel Schmitt? Es un libro corto que cuenta la historia de un muchacho judío que se va a los trece años de putas. La obra discurre en un barrio de París donde hay una tienda de un musulmán –que no árabe- al que cada día Momó –el protagonista- le roba algún producto. Se hacen amigos y…
Era la peor hora. Estaban alborotados y sin ganas de hacer nada. Les propuse leerles una historia. Sólo tenían que escuchar. Empezaron a callar. Eso se salía de los cauces normales de la clase. ¿Qué clase de historia? –me preguntaron-. Escuchad y luego hablaremos –les dije-.
Comencé a leerles y pronto el murmullo inicial comenzó a disolverse y aparecieron las risas. Momó se iba de putas y les hacía regalos. Un día apareció Brigitte Bardot en el barrio porque estaba rodando una película. Silencio total. Aquellos alumnos proclives al desorden y la falta de atención, aguzaban sus orejas para seguir la historia. Si alguien hablaba, ellos rápidamente le hacían shhhhhhhhhhhhh para que se callara. Alguno se recostó sobre la mesa y siguió escuchando.
Recordé las palabras de Daniel Pennac en su capítulo 51:
Basta una condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a cambio. Absolutamente nada. No alzar ninguna muralla de conocimientos preliminares. No plantear la más mínima pregunta. No encargar el más mínimo trabajo. No añadir ni una palabra a las de las páginas leídas. Ni juicio de valor, ni explicación de vocabulario, ni análisis de texto, ni indicación biográfica… Prohibido por completo “hablar de”.
Lectura regalo.
Leer y esperar.
Una curiosidad no se fuerza, se despierta.
Leer, leer, y confiar en los ojos que se abren, en las caras que se alegran, en la pregunta que nacerá, y que arrastrará otra pregunta.
Si el pedagogo que llevo dentro se ofusca por no “presentar la obra en su contexto”, persuadir a dicho pedagogo de que el único contexto que interesa, de momento, es el de esta clase.
Los caminos del conocimiento no confluyen en esta clase: ¡deben partir de ella!
De momento, leo unas novelas a un auditorio que cree que no le gusta leer. No podré enseñar nada serio mientras que no haya disipado esta ilusión, realizado mi trabajo de celestina.
Leí cuarenta y cinco minutos en un silencio casi completo porque ellos también vivían las emociones de la obra y se sorprendían escuchándolas. Reían o se asombraban. Me maravillaba lo atentos que estaban. Por primera vez en todo el curso profesor y alumnos estábamos en la misma nave, tras tantos motines a bordo. Es como si nos hubiéramos reconciliado. ¿A quién no le gusta escuchar una hermosa historia?
Continuaremos.
jueves, 7 de febrero de 2008
El poder de tu voz
El Gobierno de España lleva ocho meses impidiendo que veas este spot de Amnistía Internacional en los canales de televisión nacionales. Han dicho que no es de utilidad pública y que además es publicidad partidista y política (prohibida fuera del periodo electoral) y por ello amenazan con multar a los medios de comunicación que lo emitan.
Me uno a la iniciativa de Amnistía Internacional y a la de Lu en A pie de aula y cuelgo este vídeo para que pueda ser visto y difundido.
Noticia según el diario 20 minutos
Me resulta increíble en un país democrático.
domingo, 3 de febrero de 2008
La escafandra y la mariposa
Un film hermoso, duro y poético en que cada plano es fruto de un arriesgado ejercicio de composición. La historia de Jean Dominique Bauby –el exitoso director de la revista de moda Elle- da un sesgo inesperado cuando sufre un infarto cerebral que le deja inmovilizado por completo bajo el “síndrome del cautiverio”, aunque su imaginación, inteligencia y memoria no quedan afectadas. Su única comunicación con el exterior es a través de un ojo y su parpadeo. A lo largo de la película vemos la perspectiva fundamentalmente de su ojo y asistimos fascinados a su movimiento y visión. ¿Es posible construir una película desde la perspectiva de un solo ojo? Julian Schnabel lo consigue en un talentoso ejercicio de dirección sin sentimentalismos que ha sido comparado con la película Mar adentro con ventaja para la cinta del director francés. La película de Amenábar, siendo buena, era más convencional y más previsible cinematográficamente hablando.
Los espectadores participamos de la voz interior del protagonista desde su desesperación inicial, a su aceptación de lo irremediable y la renuncia a la autocompasión, así como de su sentido del humor para el que también hay un lugar en la película, y también del erotismo y el placer porque la imaginación del protagonista sigue activa como esa mariposa que da título al film.
La película de Schnabel no cae en lo melodramático. Mantiene cierta distancia con lo que cuenta que nos es mostrado como documento vital implacable, y del mismo modo somos conscientes de la aventura existencial que presupone la vida pendiente de ese párpado del protagonista.
Los espectadores participamos de la voz interior del protagonista desde su desesperación inicial, a su aceptación de lo irremediable y la renuncia a la autocompasión, así como de su sentido del humor para el que también hay un lugar en la película, y también del erotismo y el placer porque la imaginación del protagonista sigue activa como esa mariposa que da título al film.
La película de Schnabel no cae en lo melodramático. Mantiene cierta distancia con lo que cuenta que nos es mostrado como documento vital implacable, y del mismo modo somos conscientes de la aventura existencial que presupone la vida pendiente de ese párpado del protagonista.
Hay algunos seres humanos que puestos en circunstancias límite, sacan de sí lo mejor, lo que nunca hubieran esperado que estuviera dentro de ellos. Bauby, en esas condiciones, logró comunicarse con el exterior y dictar un libro -letra a letra- lleno de fuerza y vida titulado La escafandra y la mariposa.
Salí del cine tocado y emocionado. Me costó escapar de la película y aun habiendo pasado dos días desde que la vi, siguen apareciendo en mi memoria retazos de la misma. Cine lleno de riesgo y de profunda sensibilidad.
jueves, 31 de enero de 2008
La burbuja
Desde el año pasado promuevo la cultura blogger entre mis alumnos de cuarto de ESO. Creo que es importante que conozcan esta nueva forma de comunicarse y de expresarse. Sin embargo, este curso en que se abrieron una veintena larga de blogs, pocos han podido superar los dos meses de funcionamiento. La mayoría han muerto por falta de renovación y los dos que subsisten están perdiendo fuerza y preveo que pronto se quedarán encallados. Uno de ellos, El blog de una incomprendida es un resumen diario de las clases en el instituto, así como de sus momentos de ocio. La autora es una interesante alumna que ha mantenido la antorcha pero está a punto de desertar. El otro blog es una declaración de amor en la red apasionada en que reitera mensajes de amor a su chico, al que quiere más que a cualquier otra cosa en el mundo.
La mayoría de los blogs han muerto, pero sí que hay algunas constantes. La mayoría de los autores han sido chicas que han llenado de colorines, especialmente rosa, azul y verde la tipografía con que escribían. Eran declaraciones de amistad o de amor, letras de canciones o vídeos musicales y alguna vez fotos de alguna serie de televisión. Otros se han limitado a ir resumiendo día a día lo que era su vida en el instituto.
Me doy cuenta de que la cultura blogguer que tiene como centro el blog es demasiado textual y reflexiva para lo que son sus necesidades. Hay otro tipo de artilugios como el fotolog, que mezcla fotos, comentarios y música, que satisfacen más sus deseos expresivos. La mayoría de blogs no tenían comentarios, y un blog sin comentarios es un blog que difícilmente resiste. No ha calado entre ellos este tipo de instrumento expresivo.
Me pregunto por qué mis alumnos adolescentes no van más allá de su cotidianidad y no son conscientes de los temas que genera nuestra sociedad. Ninguno se hace eco de los graves problemas que tiene la humanidad. Me pregunto por qué la realidad no llega hasta ellos. Me refiero a la realidad de los conflictos étnicos como los de Kenia que son estremecedores y apuntan a una repetición de los sucesos de Ruanda en 1994 ante los que occidente se quedó pasivo; me refiero a realidades como los de la inmigración sangrante que hace que lleguen día sí y día también pateras y cayucos a las costas de Motril y Canarias; me refiero al calentamiento global que está haciendo que tengamos uno de los años más cálidos y menos lluviosos de hace décadas, confirmando las predicciones más agoreras de los especialistas en clima; me refiero a la globalización y a la desesperación de buena parte de la humanidad aplastada por los esquemas económicos de los siete grandes. Me pregunto qué ha de pasar para que los jóvenes sean conscientes del mundo tan frágil que estamos viviendo.
La mayoría de los blogs han muerto, pero sí que hay algunas constantes. La mayoría de los autores han sido chicas que han llenado de colorines, especialmente rosa, azul y verde la tipografía con que escribían. Eran declaraciones de amistad o de amor, letras de canciones o vídeos musicales y alguna vez fotos de alguna serie de televisión. Otros se han limitado a ir resumiendo día a día lo que era su vida en el instituto.
Me doy cuenta de que la cultura blogguer que tiene como centro el blog es demasiado textual y reflexiva para lo que son sus necesidades. Hay otro tipo de artilugios como el fotolog, que mezcla fotos, comentarios y música, que satisfacen más sus deseos expresivos. La mayoría de blogs no tenían comentarios, y un blog sin comentarios es un blog que difícilmente resiste. No ha calado entre ellos este tipo de instrumento expresivo.
Me pregunto por qué mis alumnos adolescentes no van más allá de su cotidianidad y no son conscientes de los temas que genera nuestra sociedad. Ninguno se hace eco de los graves problemas que tiene la humanidad. Me pregunto por qué la realidad no llega hasta ellos. Me refiero a la realidad de los conflictos étnicos como los de Kenia que son estremecedores y apuntan a una repetición de los sucesos de Ruanda en 1994 ante los que occidente se quedó pasivo; me refiero a realidades como los de la inmigración sangrante que hace que lleguen día sí y día también pateras y cayucos a las costas de Motril y Canarias; me refiero al calentamiento global que está haciendo que tengamos uno de los años más cálidos y menos lluviosos de hace décadas, confirmando las predicciones más agoreras de los especialistas en clima; me refiero a la globalización y a la desesperación de buena parte de la humanidad aplastada por los esquemas económicos de los siete grandes. Me pregunto qué ha de pasar para que los jóvenes sean conscientes del mundo tan frágil que estamos viviendo.
lunes, 28 de enero de 2008
Profesor en la Secundaria
¿Qué es Profesor en la Secundaria? Para empezar un conglomerado de contradicciones. El blog oscila entre la esperanza y la desesperanza. No es obra de un neófito que encuentra motivos de ilusión en cada clase que imparte. No. Me cuesta generarla en el día a día. Reconozco que la sensación de inutilidad me invade a menudo. Hay muchos elementos que te impiden tener una actitud abierta a la esperanza. Los alumnos se hacen al margen tuyo y tus enseñanzas les rozan colateralemente. Eres una parte de su vida, pero no fundamental. Hay muchas otra fuentes de información: la televisión, los videojuegos, las revistas adolescentes, las películas porno, la calle… El instituto es sólo una pequeña parte de la jugada. En ella no suelen poner lo esencial de ellos mismos. Alumnos aceptables me han reconocido que ¿para qué van a estudiar más de lo imprescindible para aprobar? Ese esfuerzo suplementario que sería una apuesta por el conocimiento es raro, muy raro. Los mejores alumnos apuestan lo justo para ir tirando, nunca por la excelencia. De los alumnos que apuestan por el mérito he tenido algunos en los últimos años, pero son más bien limitados, y no suelen estar bien vistos por sus compañeros.
El profesor voluntarista ve en esta enseñanza una oportunidad de equilibrar el mundo, el profesor pesimista, como el que este blog encarna, ve en ello una llamada al azar. Es posible que entre tantos seres humanos que pasan delante de ti, haya alguno que concuerde contigo, que escuche tus palabras, al cual tu mensaje sea un punto de referencia. Es extraño, pero a veces sucede así. Las posibilidades contrarias son inmensas, pero también hay que decir que las que hay a favor tampoco son insignificantes. Para la mayoría no significarás nada más que una situación enojosa y fastidiosa aguantada como una hora más del horario. Pero habrá alguno al que tus palabras le revelarán un mensaje que llegue a su alma, no porque tus palabras sean importantes, sino porque en tu sedimento histórico y existencial hay también coincidencias extrañas.
Julián Sorel se identificaba con Napoleón en El rojo y el Negro, y lo ocultaba cuidadosamente para no ser descubierto. También a veces existen complicidades con los alumnos, complicidades encubiertas que lleva a que tus palabras sean especialmente escuchadas. No en vano has leído a Dostoievski y a Boris Vian, a Tolstoi y Cervantes. Has ampliado tu horizonte humano y te defines como no nacionalista. No tienes ninguna tierra que pueda ser inequívocamente tuya, a excepción de la literatura. Te encuentras entre los trasterrados. Como Machado que no se sentía andaluz o Juan Goytisolo que ha decidido identificarse con Marraquesh, antes que con Catalunya que le vio nacer. No tienes equipo de fútbol ni nación que te cobije. Eres definitivamente pobre y alguno en foros nacionalistas ha aludido al vacío de tu alma porque no te sientes de ningún lado. Otros tienen banderas, himnos, historia, cultura, lengua, unidad de destino en lo universal. Tú estás vacío, y sólo te llena leer a Thomas Mann, a Robert Walser, a Haruki Murakami o a Cormac MacCarthy. No te sientes tan extraño en compañía de Bartleby el escribiente o el insecto que protagoniza La metamorfosis. Tu patria es la literatura. Y puede ser que a veces, raras, encuentres, a alguien cuya patria sea la misma que la tuya, que no tenga bandera ni historia, ni orgullo, ni casta… y con él puedas enhebrar un diálogo de tristezas y soledades, también de luces y certidumbres. Es improbable, pero no imposible. Por eso, siempre, respeto a mis alumnos, porque cada uno sigue su proyecto vital y todos son tan válidos o extraños como el mío.
El profesor voluntarista ve en esta enseñanza una oportunidad de equilibrar el mundo, el profesor pesimista, como el que este blog encarna, ve en ello una llamada al azar. Es posible que entre tantos seres humanos que pasan delante de ti, haya alguno que concuerde contigo, que escuche tus palabras, al cual tu mensaje sea un punto de referencia. Es extraño, pero a veces sucede así. Las posibilidades contrarias son inmensas, pero también hay que decir que las que hay a favor tampoco son insignificantes. Para la mayoría no significarás nada más que una situación enojosa y fastidiosa aguantada como una hora más del horario. Pero habrá alguno al que tus palabras le revelarán un mensaje que llegue a su alma, no porque tus palabras sean importantes, sino porque en tu sedimento histórico y existencial hay también coincidencias extrañas.
Julián Sorel se identificaba con Napoleón en El rojo y el Negro, y lo ocultaba cuidadosamente para no ser descubierto. También a veces existen complicidades con los alumnos, complicidades encubiertas que lleva a que tus palabras sean especialmente escuchadas. No en vano has leído a Dostoievski y a Boris Vian, a Tolstoi y Cervantes. Has ampliado tu horizonte humano y te defines como no nacionalista. No tienes ninguna tierra que pueda ser inequívocamente tuya, a excepción de la literatura. Te encuentras entre los trasterrados. Como Machado que no se sentía andaluz o Juan Goytisolo que ha decidido identificarse con Marraquesh, antes que con Catalunya que le vio nacer. No tienes equipo de fútbol ni nación que te cobije. Eres definitivamente pobre y alguno en foros nacionalistas ha aludido al vacío de tu alma porque no te sientes de ningún lado. Otros tienen banderas, himnos, historia, cultura, lengua, unidad de destino en lo universal. Tú estás vacío, y sólo te llena leer a Thomas Mann, a Robert Walser, a Haruki Murakami o a Cormac MacCarthy. No te sientes tan extraño en compañía de Bartleby el escribiente o el insecto que protagoniza La metamorfosis. Tu patria es la literatura. Y puede ser que a veces, raras, encuentres, a alguien cuya patria sea la misma que la tuya, que no tenga bandera ni historia, ni orgullo, ni casta… y con él puedas enhebrar un diálogo de tristezas y soledades, también de luces y certidumbres. Es improbable, pero no imposible. Por eso, siempre, respeto a mis alumnos, porque cada uno sigue su proyecto vital y todos son tan válidos o extraños como el mío.
jueves, 24 de enero de 2008
Mierda de artista
Escribo mi primer post después de haber presentado mi blog al premio Espiral de Edublogs. Quizás alguien me lea por primera vez. Pretendo reflexionar sobre el sentido de este blog que tiene menos contenido pedagógico que reflexivo sobre mi tarea docente. No pienso que sea un profesor especial. Me considero bastante limitado y todavía con un largo camino para aprender. Pretendo que el blog sea una conciencia autorreflexiva y existencial sobre el modo de estar en el mundo de un profesor que muchas veces siente cansancio y desgana, pero también en ocasiones se ve invadido por un placer inmenso de estar haciendo lo que hace. No me ofrezco como modelo –dejo bastante que desear- pero sí ofrezco pistas en que se entremezclan desilusiones y pesimismos junto con otras visiones más luminosas que me gusta cultivar.
A veces me pregunto si soy un profesor que mima demasiado a sus alumnos. Algún exalumno me ha hecho reflexionar sobre ello. Les dejo una hora semanal de lectura libre en clase –que ha arraigado y puedo decir que es positiva en un ochenta por ciento de los casos. Hay concentración y motivación en general-; les llevo los ordenadores portátiles cada quince días para que se introduzcan en la cultura blogger. Les propongo cuestiones sobre las que han de reflexionar. Para mi sorpresa en primero de bachillerato, los alumnos del año pasado que editaron sus propios blogs y dejaron comentarios en el blog de la clase, participan activamente en el blog de la clase de filosofía en los temas que propone el profesor o los alumnos. Me doy cuenta de que aquello fue un abrir camino.
Les he pedido asimismo que este año escriban una novela de unas veinte páginas de acuerdo a unas pautas estructurales. La novela ha de ser editada y encuadernada y su resultado ha de suponer un orgullo para ellos. Nuevamente para mi sorpresa, veo a bastantes alumnos enfrascados a todas horas en la composición de la dichosa novela. Me piden tiempo para poderse dedicar a “su novela”. Parece que la idea está germinando lentamente y no me cabe duda que en mayo –fecha de la presentación de la novela- tendré ocasión de leer relatos interesantes y llenos de vida.
Sin embargo, me cuestiono acerca de esa tentación mía de que la asignatura les guste. Se ha dicho que el conocimiento es fruto del esfuerzo y que las jóvenes generaciones eluden este esfuerzo. Y es cierto. Si algo puede simplificarse, si algo puede presentarse fácilmente, se hace sin rigor y sin demasiada conciencia de lo que significa el esfuerzo cualitativo. Aun y así, me gusta seducirles, contarles historias, hacer de ellos conciencias activas, hacerles reflexionar, especialmente en tardes tediosas cuando todos están invadidos por el sopor del mediodía.
Hoy hemos hablado de las vanguardias. Un tema muy querido por mí. El libro de texto ofrecía una información convencional, muy árida y poco significativa sobre la conmoción que supusieron las vanguardias en los primeros treinta años del siglo XX. Imagínense: cubismo, futurismo, expresionismo, dadaísmo y surrealismo. Nombres vacíos para ellos. ¿Cómo llenarlos de contenido? He tenido que apelar a mis reflexiones, a mi experiencia, a anécdotas de mis años en el COU cuando mis alumnos tenían un mes para preparar por grupos un acto de naturaleza vanguardista de los que he citado. Les he contado cómo alumnos surrealistas rivalizaban con alumnos dadaístas. Ya se sabe que el surrealismo surgió de una costilla de Dadá. Sé por propia experiencia que alumnos que participaron en los grupos de estética surrealista, se vieron impelidos a experimentar con tal fuerza en el territorio de la violencia y el sexo que tuvieron que parar –según su testimonio. Algunos de ellos quince años después siguen ligados a aquella experiencia iniciática que duró escasamente treinta minutos o quizás menos. Dése a un adolescente la libertad creadora del surrealismo para que expulse sus fantasmas de forma artística, sin limitaciones morales o sociales y moverá el mundo. Sólo si se ensucia, ha de limpiarse y si se rompe algo, es a su cargo.
Hemos hablado de aquello y de Marcel Duchamp. Su “fontana” –urinario de la marca Mutt- considerado como la obra de arte más representativa del arte del siglo XX; también hemos hablado del Piero Manzoni que enlató en docenas de latas su propia mierda. Se guarda en los museos como oro en paño. ¿Qué es el arte? ¿Qué define un objeto como artístico? Dada puso en cuestión toda noción previa del arte. Y eso lo notamos cuando visitamos cualquier museo de arte contemporáneo en que todo parece ser una inmensa broma.
Hoy hemos hablado de arte y representación, pero hemos sido muy poco académicos. He preferido que tuvieran enfrente de ellos a un profesor entusiasmado, quizás un poco ingenuo. He preferido que tuvieran enfrente al pequeño artista que llevo en mí, que al profesor cansado que repite lo que ni a él mismo le interesa. ¿Mimo a mis alumnos? Puede ser. Pero no concibo otra forma de ser profesor cuando las circunstancias me lo permiten y no tienes que luchar con la disciplina. Ojalá les haya llegado algo de la pasión que he puesto en ello. Nunca se sabe cuando uno está sembrando algo duradero.
A veces me pregunto si soy un profesor que mima demasiado a sus alumnos. Algún exalumno me ha hecho reflexionar sobre ello. Les dejo una hora semanal de lectura libre en clase –que ha arraigado y puedo decir que es positiva en un ochenta por ciento de los casos. Hay concentración y motivación en general-; les llevo los ordenadores portátiles cada quince días para que se introduzcan en la cultura blogger. Les propongo cuestiones sobre las que han de reflexionar. Para mi sorpresa en primero de bachillerato, los alumnos del año pasado que editaron sus propios blogs y dejaron comentarios en el blog de la clase, participan activamente en el blog de la clase de filosofía en los temas que propone el profesor o los alumnos. Me doy cuenta de que aquello fue un abrir camino.
Les he pedido asimismo que este año escriban una novela de unas veinte páginas de acuerdo a unas pautas estructurales. La novela ha de ser editada y encuadernada y su resultado ha de suponer un orgullo para ellos. Nuevamente para mi sorpresa, veo a bastantes alumnos enfrascados a todas horas en la composición de la dichosa novela. Me piden tiempo para poderse dedicar a “su novela”. Parece que la idea está germinando lentamente y no me cabe duda que en mayo –fecha de la presentación de la novela- tendré ocasión de leer relatos interesantes y llenos de vida.
Sin embargo, me cuestiono acerca de esa tentación mía de que la asignatura les guste. Se ha dicho que el conocimiento es fruto del esfuerzo y que las jóvenes generaciones eluden este esfuerzo. Y es cierto. Si algo puede simplificarse, si algo puede presentarse fácilmente, se hace sin rigor y sin demasiada conciencia de lo que significa el esfuerzo cualitativo. Aun y así, me gusta seducirles, contarles historias, hacer de ellos conciencias activas, hacerles reflexionar, especialmente en tardes tediosas cuando todos están invadidos por el sopor del mediodía.
Hoy hemos hablado de las vanguardias. Un tema muy querido por mí. El libro de texto ofrecía una información convencional, muy árida y poco significativa sobre la conmoción que supusieron las vanguardias en los primeros treinta años del siglo XX. Imagínense: cubismo, futurismo, expresionismo, dadaísmo y surrealismo. Nombres vacíos para ellos. ¿Cómo llenarlos de contenido? He tenido que apelar a mis reflexiones, a mi experiencia, a anécdotas de mis años en el COU cuando mis alumnos tenían un mes para preparar por grupos un acto de naturaleza vanguardista de los que he citado. Les he contado cómo alumnos surrealistas rivalizaban con alumnos dadaístas. Ya se sabe que el surrealismo surgió de una costilla de Dadá. Sé por propia experiencia que alumnos que participaron en los grupos de estética surrealista, se vieron impelidos a experimentar con tal fuerza en el territorio de la violencia y el sexo que tuvieron que parar –según su testimonio. Algunos de ellos quince años después siguen ligados a aquella experiencia iniciática que duró escasamente treinta minutos o quizás menos. Dése a un adolescente la libertad creadora del surrealismo para que expulse sus fantasmas de forma artística, sin limitaciones morales o sociales y moverá el mundo. Sólo si se ensucia, ha de limpiarse y si se rompe algo, es a su cargo.
Hemos hablado de aquello y de Marcel Duchamp. Su “fontana” –urinario de la marca Mutt- considerado como la obra de arte más representativa del arte del siglo XX; también hemos hablado del Piero Manzoni que enlató en docenas de latas su propia mierda. Se guarda en los museos como oro en paño. ¿Qué es el arte? ¿Qué define un objeto como artístico? Dada puso en cuestión toda noción previa del arte. Y eso lo notamos cuando visitamos cualquier museo de arte contemporáneo en que todo parece ser una inmensa broma.
Hoy hemos hablado de arte y representación, pero hemos sido muy poco académicos. He preferido que tuvieran enfrente de ellos a un profesor entusiasmado, quizás un poco ingenuo. He preferido que tuvieran enfrente al pequeño artista que llevo en mí, que al profesor cansado que repite lo que ni a él mismo le interesa. ¿Mimo a mis alumnos? Puede ser. Pero no concibo otra forma de ser profesor cuando las circunstancias me lo permiten y no tienes que luchar con la disciplina. Ojalá les haya llegado algo de la pasión que he puesto en ello. Nunca se sabe cuando uno está sembrando algo duradero.
lunes, 21 de enero de 2008
Un ejercicio de sinónimos y antónimos
Hoy he llegado a clase de tercero de Eso a las doce y media. Sé que es una hora difícil para impartir clase. A veces llego y la profesora de mates me dice con gesto de complicidad que los chicos “están como el día”. Hoy en cambio, me ha dicho que habían estado trabajando durante cuarenta y cinco minutos muy bien. Me armo de paciencia. Sé que han de pasar quince minutos de peleas, gritos, empujones e insultos varios para que la clase puede empezar. Aun así, de vez en cuando los alumnos a propósito de voces que salen de todas partes, van haciendo la ola. Uuuuuuuuuhhhhhhhhhhhhh –gritan todos cuando uno de ellos protesta porque alguno le ha dicho o le ha hecho algo. Les he dado una parrilla de términos de los que han de encontrar sinónimos y antónimos con unos diccionarios de la editorial VOX. No alzo la voz, espero que la tempestad vaya amainando, luego, como aconseja Lu voy haciendo shhhh muy bajito. Les trato con exquisita cortesía. No sale de mi boca ningún calificativo insultante oiga lo que oiga. Sé que estos alumnos son indisciplinados y tienen sus ritmos, pero no toleran ningún término ofensivo, tampoco la ironía. Media hora después consigo un ritmo de trabajo entreverado de comentarios en voz alta. No pueden trabajar en silencio. A medida que pasa la hora, voy respirando tranquilo. El ejercicio es interesante, pero dudo que les esté sirviendo de algo. Lo hacen demasiado rápidamente para que puedan retener la información. Les voy ayudando cuando tienen algún problema. No encuentran las palabras o no saben dónde están los antónimos que aparecen con letra mayúscula. El ejercicio está pensado para una hora. Algunos van más lentos y otros lo acaban diez minutos antes. Pretendo que amplíen su vocabulario, pero lo hacen de forma mecánica, sin reflexionar. En el fondo no les interesa el contenido del ejercicio. Les atrae lo que tiene de mecánico. Es como un juego. Se trata de rellenar huecos. Funciona pero no les ayuda a aumentar su vocabulario. No sienten ninguna curiosidad por ello. Cada uno sabe expresarse a su nivel y logran establecer comunicación entre ellos.
A propósito de esto, a veces me pregunto si el lenguaje es realmente el soporte del pensamiento, lo que es lo mismo que preguntarse si “pensamos” gracias al lenguaje, si un lenguaje elemental sólo puede producir un pensamiento elemental. No lo sé ciertamente. Sé que la cultura no nos hace mejores personas. Se dice que la cultura amplía nuestro universo y nos hace más ricos. No lo sé. Mis alumnos de tercero parecen vivir pletóricos y no sienten ninguna necesidad de ampliar su universo mental. No son malas personas. Sólo has de considerar sus biorritmos, sus horarios, sus necesidades expresivas. El profesor, entonces, asume toda la nueva pedagogía, incluido el constructivismo, y se da cuenta de que lo importante no son necesariamente los conocimientos, sino los valores y las actitudes. Estos chavales están necesitados de reconocimiento, se muestran muy seguros de sí mismos pero no lo están tanto. Los estudios significan más de lo que nos quieren hacer creer. Su comportamiento altamente inestable, ese no poder callar, es signo de inquietudes más hondas. ¿Quién les dará la voz a estos muchachos en la vida? Probablemente la escuela sea la única institución que les vaya a respetar. Cuando salgan de aquí estarán abocados al mercado laboral y allí ya no podrán hacer la ola, ni pasarse con el encargado. Ellos lo saben. Nos respetan hasta cierto punto. Su malestar es más profundo que las normas de disciplina. Necesitan saltárselas y el profesor se convierte en un psicoterapeuta. Su especialidad en lengua y literatura le sirve de bien poco. Sabe que les va a enseñar escasos conceptos. Estos alumnos no pasarían el informe PISA, pero de lo que se trata aquí no es de productividad. Estos chavales están necesitados de respeto y su comportamiento es una provocación para ponerte a prueba. Conoces, pues, las reglas del juego. Antes de entrar en clase, haces acopio de pensamiento oriental. Si te atacan, retrocede; cuando el enemigo duerma, tú estate despierto; cuando el enemigo duerma, ataca. Nunca respondas a una agresión ni a un insulto. Da la mano a quien te ofenda y pídele disculpas por tu falta de tacto si alguna vez te has excedido. Si puedes, hazles reflexionar, pero no te recrimines si no lo logras. Estar ahí en medio, es la prueba de fuego. Sobre todo, si después de una clase, logras todavía decirte que te caen bien, que en el fondo y en la forma los aprecias, aunque hayas podido hacer bien poco.
Ser profesor es una de las profesiones más endiabladamente difíciles que hay. Nunca acabas de aprender, y cuando lo haces, te han cambiado todas las preguntas.
A propósito de esto, a veces me pregunto si el lenguaje es realmente el soporte del pensamiento, lo que es lo mismo que preguntarse si “pensamos” gracias al lenguaje, si un lenguaje elemental sólo puede producir un pensamiento elemental. No lo sé ciertamente. Sé que la cultura no nos hace mejores personas. Se dice que la cultura amplía nuestro universo y nos hace más ricos. No lo sé. Mis alumnos de tercero parecen vivir pletóricos y no sienten ninguna necesidad de ampliar su universo mental. No son malas personas. Sólo has de considerar sus biorritmos, sus horarios, sus necesidades expresivas. El profesor, entonces, asume toda la nueva pedagogía, incluido el constructivismo, y se da cuenta de que lo importante no son necesariamente los conocimientos, sino los valores y las actitudes. Estos chavales están necesitados de reconocimiento, se muestran muy seguros de sí mismos pero no lo están tanto. Los estudios significan más de lo que nos quieren hacer creer. Su comportamiento altamente inestable, ese no poder callar, es signo de inquietudes más hondas. ¿Quién les dará la voz a estos muchachos en la vida? Probablemente la escuela sea la única institución que les vaya a respetar. Cuando salgan de aquí estarán abocados al mercado laboral y allí ya no podrán hacer la ola, ni pasarse con el encargado. Ellos lo saben. Nos respetan hasta cierto punto. Su malestar es más profundo que las normas de disciplina. Necesitan saltárselas y el profesor se convierte en un psicoterapeuta. Su especialidad en lengua y literatura le sirve de bien poco. Sabe que les va a enseñar escasos conceptos. Estos alumnos no pasarían el informe PISA, pero de lo que se trata aquí no es de productividad. Estos chavales están necesitados de respeto y su comportamiento es una provocación para ponerte a prueba. Conoces, pues, las reglas del juego. Antes de entrar en clase, haces acopio de pensamiento oriental. Si te atacan, retrocede; cuando el enemigo duerma, tú estate despierto; cuando el enemigo duerma, ataca. Nunca respondas a una agresión ni a un insulto. Da la mano a quien te ofenda y pídele disculpas por tu falta de tacto si alguna vez te has excedido. Si puedes, hazles reflexionar, pero no te recrimines si no lo logras. Estar ahí en medio, es la prueba de fuego. Sobre todo, si después de una clase, logras todavía decirte que te caen bien, que en el fondo y en la forma los aprecias, aunque hayas podido hacer bien poco.
Ser profesor es una de las profesiones más endiabladamente difíciles que hay. Nunca acabas de aprender, y cuando lo haces, te han cambiado todas las preguntas.
jueves, 17 de enero de 2008
Un reloj en la selva
Los jueves tengo guardia de patio durante treinta intensos minutos. Tengo adjudicada una parte del patio, junto al huerto. La verja de alambre que lo rodeaba yace caída contra las lechugas y las berenjenas. No ha podido soportar el embate de los chavales jugando al fútbol y que se tiraban sobre ella. Una guardia de patio es la posibilidad de observar a los chavales en treinta minutos de licencia de las clases: unos juegan al básquet, parejas se besan y se acarician apasionadamente, algunos se dedican insultos que no pueden figurar aquí, otros se tiran bolas de papel de aluminio buscando la cabeza hasta que el profesor se lo prohíbe, pero ellos lo siguen haciendo en cuanto se despista... El patio aparece, después de esta media hora, como el escenario después de una batalla: tetrabriks, bolsas de ganchitos, pelotas de aluminio, envases de actimel, restos de comida…
Me paseo entre ellos. Siempre hay alguna situación de enfrentamiento en la que hay que intervenir. No es extraño ver a un alumno en el suelo porque otro le ha dado una patada gratuitamente. Atiendes al alumno y das parte al Jefe de Estudios si logras descubrir quién es el agresor.
Una guardia de patio es un observatorio extraordinario para percibir qué es el centro donde impartes clases. Se desata una energía incontenible tras tres horas seguidas de clase, pero la vuelta a las aulas es igual de problemática. Los chavales llegan excitados después de esta expansión de emociones. Retornar a clase es harto problemático y necesita de la mano izquierda de los profesores para que los adolescentes –que parecen internos de una prisión- vuelvan a lo académico.
A mí me gustan las guardias de patio porque desde hace unas semanas, un alumno, Marcos, viene a hablar conmigo. Es colombiano y lleva en España unos tres o cuatro años, pero no logra olvidar la selva colombiana de donde procede. Me cuenta recuerdos de su país. Él era allí un alumno ejemplar. Varias veces ganó el premio al mejor estudiante del trimestre. En el patio les hacían formar a todos izando la bandera nacional y, oyéndose el himno, le entregaban la mención honorífica. Él se ha integrado bien aquí, es un alumno querido y respetado, aunque no reciba la distinción patriótica que merecía allí. Sus notas son bastante mejorables, pero es un muchacho con el que se puede hablar por su sentido común e ideas propias. Emana calidez y bonhomía. Me cuenta historias de su país, de su población, en una zona dominada por la guerrilla colombiana. Su abuela era alcaldesa del pueblito cuando entraron los de las FARC y retuvieron a varios ciudadanos. Él era pequeño, pero recuerda la intensidad del conflicto, igual que cuando su abuela se dirigió a los guerrilleros, sin miedo aparente, a pesar de sus fusiles de asalto, sus gorras y sus largas barbas, pidiéndoles la libertad de los vecinos secuestrados. Me lo cuenta emocionado y así lo ha relatado en la novela que tienen que escribir de entre quince y veinte páginas. Su relato –es el primero en mostrarme un borrador- es un prodigio narrativo por la intensidad de la vida que está contenida en él. Es emoción pura, es reflexión consciente sobre lo que él representa sobre el mundo, es asimismo un agradecimiento constante a Dios por todo lo que le ha dado, aunque él lamenta que su padre se fuera, cuando él era pequeño, para no volver. Tendría ganas de charlar con él y verlo de nuevo. Por ello, quizás no soportó la lectura de la Carta al padre de Franz Kafka, como escribí hace unas semanas.
Últimamente se ha leído Crónica de una muerte anunciada de su compatriota Gabriel García Márquez. No le gusta leer, pero esta obra le encanta y se la ha leído tres veces. Le he propuesto que lea El amor en tiempos del cólera o Cien años de soledad, y me ha dicho que se lo pensará. Teme que sean obras demasiado largas o complicadas. Intento animarle. Me gusta charlar con él porque tengo la sensación de estar hablando con un joven reflexivo y vital a la vez. No hay muchos alumnos como él con los que la charla resulte igual de nutritiva y enriquecedora. Hablamos diez minutos y luego nos despedimos porque he de ir a atender a alguien o él se va a seguir jugando al básquet.
Me paseo entre ellos. Siempre hay alguna situación de enfrentamiento en la que hay que intervenir. No es extraño ver a un alumno en el suelo porque otro le ha dado una patada gratuitamente. Atiendes al alumno y das parte al Jefe de Estudios si logras descubrir quién es el agresor.
Una guardia de patio es un observatorio extraordinario para percibir qué es el centro donde impartes clases. Se desata una energía incontenible tras tres horas seguidas de clase, pero la vuelta a las aulas es igual de problemática. Los chavales llegan excitados después de esta expansión de emociones. Retornar a clase es harto problemático y necesita de la mano izquierda de los profesores para que los adolescentes –que parecen internos de una prisión- vuelvan a lo académico.
A mí me gustan las guardias de patio porque desde hace unas semanas, un alumno, Marcos, viene a hablar conmigo. Es colombiano y lleva en España unos tres o cuatro años, pero no logra olvidar la selva colombiana de donde procede. Me cuenta recuerdos de su país. Él era allí un alumno ejemplar. Varias veces ganó el premio al mejor estudiante del trimestre. En el patio les hacían formar a todos izando la bandera nacional y, oyéndose el himno, le entregaban la mención honorífica. Él se ha integrado bien aquí, es un alumno querido y respetado, aunque no reciba la distinción patriótica que merecía allí. Sus notas son bastante mejorables, pero es un muchacho con el que se puede hablar por su sentido común e ideas propias. Emana calidez y bonhomía. Me cuenta historias de su país, de su población, en una zona dominada por la guerrilla colombiana. Su abuela era alcaldesa del pueblito cuando entraron los de las FARC y retuvieron a varios ciudadanos. Él era pequeño, pero recuerda la intensidad del conflicto, igual que cuando su abuela se dirigió a los guerrilleros, sin miedo aparente, a pesar de sus fusiles de asalto, sus gorras y sus largas barbas, pidiéndoles la libertad de los vecinos secuestrados. Me lo cuenta emocionado y así lo ha relatado en la novela que tienen que escribir de entre quince y veinte páginas. Su relato –es el primero en mostrarme un borrador- es un prodigio narrativo por la intensidad de la vida que está contenida en él. Es emoción pura, es reflexión consciente sobre lo que él representa sobre el mundo, es asimismo un agradecimiento constante a Dios por todo lo que le ha dado, aunque él lamenta que su padre se fuera, cuando él era pequeño, para no volver. Tendría ganas de charlar con él y verlo de nuevo. Por ello, quizás no soportó la lectura de la Carta al padre de Franz Kafka, como escribí hace unas semanas.
Últimamente se ha leído Crónica de una muerte anunciada de su compatriota Gabriel García Márquez. No le gusta leer, pero esta obra le encanta y se la ha leído tres veces. Le he propuesto que lea El amor en tiempos del cólera o Cien años de soledad, y me ha dicho que se lo pensará. Teme que sean obras demasiado largas o complicadas. Intento animarle. Me gusta charlar con él porque tengo la sensación de estar hablando con un joven reflexivo y vital a la vez. No hay muchos alumnos como él con los que la charla resulte igual de nutritiva y enriquecedora. Hablamos diez minutos y luego nos despedimos porque he de ir a atender a alguien o él se va a seguir jugando al básquet.
En sus ojos detecto esa nostalgia de su país, de ese mundo mágico en que él nació en el que las cosas maravillosas eran comunes y cotidianas como relató alguna vez el maestro Gabo. Los cangrejos azules existen sobre playas de arena blanca, tan blanca como no la hay en ningun lugar en el mundo. Cuando hablo con Marcos tengo la impresión de que hablo con una cultura antigua, llena de sensatez por un lado, y de magia por otro. Sin duda, su novela, que ha de presentar junto con sus compañeros sobre primeros de mayo, estará llena de belleza caribeña y de sentir emocionado de la existencia. Ya la he leído, sólo falta pulirla en cuanto a la puntuación, pero quién sabe lo que hubiera pensado el autor de El otoño del patriarca sobre su economía en cuanto a signos de puntuación…Al fin y al cabo, según lo miremos, los puntos son tan inútiles en un texto como un reloj en la selva.
lunes, 14 de enero de 2008
Homenaje a Ángel González
Imaginen a un grupo de personas que comparten una pasión común: el conocimiento.
Imaginen que estas personas pueden y quieren colaborar mediante las posibilidades inmensas que nos da la tecnología utilizada creativamente.
Imaginen que varios profesores deciden compartir su admiración por un poeta que se acaba de ir. Me refiero a Ángel González al que dediqué el post anterior.
Imaginen que se abre un wiki en el que todos los que queramos podemos colgar grabaciones con nuestra propia voz recitando poemas de Ángel González. Podemos colgar nuestras grabaciones e ilustrarlo con dibujos o fotografías.
Todo esto es posible en el wiki
Pero hay más blogs que se han hecho eco de la muerte de Ángel González.
Todas las aportaciones serán bienvenidas. A ver si en este país tenemos capacidad de compartir temas e ideas que vayan más de lo que dictan los mass media. A ver si tenemos la capacidad de compartir nuestros impulsos y creatividad.
Os animamos a participar a todos los que amáis la poesía de Ángel González y no os queréis quedar en casa.
¡Pon tu voz a sus poemas!
sábado, 12 de enero de 2008
Ángel González, in memoriam
Para que yo me llame Ángel González,
<
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinocios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…
Ángel González, Áspero mundo (1956)
<
Hace este año medio siglo de la publicación de Áspero mundo, primer poemario del poeta ovetense Ángel González (1925-2008), poeta a caballo entre una concepción social y un enfoque existencial de la poesía. Se le suele incluir en la generación del medio siglo, pero también por su evolución se le encuadra con otros poetas españoles de los años sesenta como Alfonso Costafreda, José A. Goytisolo, Gil de Biedma, Carlos Barral y José Caballero Bonald.
Áspero mundo (Harsh world) se opone al Acariciado mundo –sección final del libro- que constituye una isla de goce existencial en un presente absoluto. Áspero mundo es el devenir trágico al que el adulto es arrastrado, el desgaste irremisible de la vida y las circunstancias, abocado todo ello a un final trágico y de todos conocido. No hay salvación sino en nosotros y ni siquiera esto está claro. Nos quedan, eso sí las palabras que son un ancla de salvación en el mar proceloso de la existencia. Las palabras, como había dicho Celaya en Me queda la palabra, pero con un marcado acento social. El poeta es una conciencia puesta en pie que guarda, que atesora, instantes eternos que sabe reconocer y poner de relieve. El amor es la única fuerza que puede disipar las sombras del vivir.El Tú esencial es capaz de detener el tiempo en momentos de intensidad mágica. El amor es una porción de luz que hace cesar el decurso temporal.
En este poema, el poeta se distancia reflexivamente de su propio nombre, como algo circunstancial, que sobreviene a lo auténticamente esencial: un ser perdido en la existencia en el viaje milenario de la carne. Sentimiento de extrañeza ante el signo configurador de su identidad, ese Ángel González que flota a la deriva y que vive en un lugar extraño. El poeta se ve como el último resultado de la evolución de la historia, la corriente humana en que está inserto. El poeta es el detritus, fruto del dolor y del naufragio, último resto podrido, escombro inútil… que levanta sus alas sin esperanza pero con tenacidad en un camino que no lleva a ninguna parte y sin salvación posible. Es el camino áspero y doloroso de que hablaba Garcilaso. Sin embargo, el poeta, el símbolo que se yergue desolado, encuentra en su fracaso y en su desaliento una fuerza titánica que le lleva a alzarse orgulloso en su derrota. El aliento existencial, la claridad poética y la transparencia, hacen de este poema un luminoso pórtico de este canto a la dignidad humana, sin dioses, sin salvación, pero con la suficiente tozudez para mantenerse en pie por la fuerza enloquecida del desaliento.
Destacan en el poema el tono conversacional, el lenguaje sin hipérbatos que extrae de la prosa todas sus posibilidades poéticas y la antífrasis final en que culminan los versos desalentados pero llenos de luz que nos alumbra en nuestro caminar incierto. El poema no deja de estar lleno de una ironía trágica puesto que es precisamente del desaliento, del fracaso, de la derrota, de donde el hombre –vencido y huérfano- puede sacar su fuerza para resistir en la lucha más terrible sin Dios ni nada que dé un sentido a priori a la existencia. Estamos ante un existencialismo fatalista y un desasosiego presentados sin énfasis dramático, de forma coloquial y transparente. Nos sentimos identificados con el sentir desolado del poeta y participamos simbólicamente, iluminados, en su resistencia tan inútil como tenaz.
Este poema y este comentario se publicaron en el blog Palabra poética el 21 de junio de 2006. Hoy, que se ha apagado la voz del poeta, lo recupero con emoción contenida.
martes, 8 de enero de 2008
Contradicciones
Volvemos de vacaciones. Caras largas. Sniff. Segunda hora: lengua castellana. Llego con el aula de ordenadores portátiles. Tema del día para investigar: la revolución de 1968. ¡Casi cuarenta años hace ya que Daniel Cohn Bendit arengaba a los estudiantes franceses en Nanterre! Treinta días que estremecieron el mundo, emulando el libro de 1919 de John Reed. La juventud se echó a las calles gritando que debajo de los adoquines había playa, que estaba prohibido prohibir y que la imaginación debía ir al poder… Este año 2008 abundará en retrospectivas del mayo francés, de lo que supuso la ideología del placer inmediato aquí y ahora, sin espera. Quería saber qué sabían mis alumnos de aquel año. Para ello les he preparado una presentación en Power Point muy sencillita y un post en el blog de la clase. ¿Qué queda de la rebeldía del 68? ¿Qué queda de aquel estilo de vida que se difundió por todo el orbe occidental?
Mis alumnos no habían oído hablar de la guerra del Vietnam, ni de la Revolución cultural china, ni de la Primavera de Praga. Les sonaba algo eso de los hippies, la marihuana, el LSD… En parte son herederos de aquella revolución que condenaba el aburrimiento como contrarrevolucionario y también son en su mayoría adictos al consumo, al placer fácil, no fruto del esfuerzo. No son rebeldes frente a la sociedad de consumo. Sólo aspiran a integrarse en ella de la mejor forma posible.
Del 68 ha quedado esa reivindicación del sexo placentero, el uso de drogas para mantener una buena desconexión con la realidad, el alcohol, y muy poco rock and roll. No sé si hay que enterrar el mayo francés como dice Sarkozy o recordarlo como un hito en nuestra historia occidental. ¡Cuánto aprendieron los ideólogos de la publicidad para vendernos paraísos en la tierra! En buena parte todo lo que nos rodea, en cuanto a concepciones de las cosas tienen que ver con aquello. Nos gusta la aventura (sin riesgo), los mundo virtuales, los paraísos imposibles, El señor de los anillos (Había pintadas en París que rezaban “Gandalf al poder”), nos sigue seduciendo Carlos Castaneda y las leyendas de Jim Morrison, Jimmy Hendrix y Janis Joplin, todos muertos por causa de las drogas. Todavía no hemos olvidado a los Rollings ni a los Beatles, aunque a mis alumnos les cayeran un poco lejos. Somos herederos de la revolución del 68 viviendo sus consecuencias más devastadoramente conservadoras. Del "prohibido prohibir" se ha llegado a un mundo invadido de ordenanzas y reglamentos abracadabrantes, así como a una sociedad burocratizada y controlada por decenas de millones de cámaras de seguridad (para nuestra seguridad). Es una herencia contradictoria. El mundo no volverá a ser igual. Los jóvenes del 68 llevaron a las calles los sueños de los surrealistas y vanguardistas del primer tercio de siglo. Lo que entonces concibieron minorías exquisitas, se extendió entre las masas de clase media ¡Viva la juventud! ¡Viva la velocidad! James Dean dijo: “Vive deprisa, muere joven y dejarás un bonito cadáver”.
A mis alumnos les cae lejos ese espíritu de rebeldía pero el profesor todavía mira con fascinación aquella década prodigiosa en que todo era posible. Sólo bastaba imaginarlo. Aunque sabe de las terribles consecuencias que tuvo aquel conglomerado de deseos e ideas que han enriquecido a los que se declararon enemigos a muerte: a los capitalistas. Nunca los bancos han estado más cebados. Pero en cada anuncio televisivo vemos, creados por publicistas avisados, aquel recuerdo del mayo francés. Saben cuáles son nuestros sueños y nos los venden. Con perfumes, con coches, con hipotecas, con tecnología (el mundo de los videojuegos, Second Life…). El profesor concilia su devoción por los clásicos y el escepticismo, con una venada inconsciente que le pone contento cada vez que se acuerda de aquellos treinta días.
Hoy mis alumnos han estado trabajando sobre la revolución del 68. Las teclas de los ordenadores entraban en ebullición investigando y escribiendo sus comentarios. Entretanto el profesor releía el Primer manifiesto surrealista. Relee: “El hombre, soñador sin remedio, al sentirse de día en día más descontento de su sino, examina con dolor los objetos que le han enseñado a utilizar, y que ha obtenido al través de su indiferencia o de su interés, casi siempre al través de su interés, ya que ha consentido someterse al trabajo o, por lo menos no se ha negado a aprovechar las oportunidades... ¡Lo que él llama oportunidades! Cuando llega a este momento, el hombre es profundamente modesto: sabe cómo son las mujeres que ha poseído, sabe cómo fueron las risibles aventuras que emprendió, la riqueza y la pobreza nada le importan, y en este aspecto el hombre vuelve a ser como un niño recién nacido…”.
Mis alumnos no habían oído hablar de la guerra del Vietnam, ni de la Revolución cultural china, ni de la Primavera de Praga. Les sonaba algo eso de los hippies, la marihuana, el LSD… En parte son herederos de aquella revolución que condenaba el aburrimiento como contrarrevolucionario y también son en su mayoría adictos al consumo, al placer fácil, no fruto del esfuerzo. No son rebeldes frente a la sociedad de consumo. Sólo aspiran a integrarse en ella de la mejor forma posible.
Del 68 ha quedado esa reivindicación del sexo placentero, el uso de drogas para mantener una buena desconexión con la realidad, el alcohol, y muy poco rock and roll. No sé si hay que enterrar el mayo francés como dice Sarkozy o recordarlo como un hito en nuestra historia occidental. ¡Cuánto aprendieron los ideólogos de la publicidad para vendernos paraísos en la tierra! En buena parte todo lo que nos rodea, en cuanto a concepciones de las cosas tienen que ver con aquello. Nos gusta la aventura (sin riesgo), los mundo virtuales, los paraísos imposibles, El señor de los anillos (Había pintadas en París que rezaban “Gandalf al poder”), nos sigue seduciendo Carlos Castaneda y las leyendas de Jim Morrison, Jimmy Hendrix y Janis Joplin, todos muertos por causa de las drogas. Todavía no hemos olvidado a los Rollings ni a los Beatles, aunque a mis alumnos les cayeran un poco lejos. Somos herederos de la revolución del 68 viviendo sus consecuencias más devastadoramente conservadoras. Del "prohibido prohibir" se ha llegado a un mundo invadido de ordenanzas y reglamentos abracadabrantes, así como a una sociedad burocratizada y controlada por decenas de millones de cámaras de seguridad (para nuestra seguridad). Es una herencia contradictoria. El mundo no volverá a ser igual. Los jóvenes del 68 llevaron a las calles los sueños de los surrealistas y vanguardistas del primer tercio de siglo. Lo que entonces concibieron minorías exquisitas, se extendió entre las masas de clase media ¡Viva la juventud! ¡Viva la velocidad! James Dean dijo: “Vive deprisa, muere joven y dejarás un bonito cadáver”.
A mis alumnos les cae lejos ese espíritu de rebeldía pero el profesor todavía mira con fascinación aquella década prodigiosa en que todo era posible. Sólo bastaba imaginarlo. Aunque sabe de las terribles consecuencias que tuvo aquel conglomerado de deseos e ideas que han enriquecido a los que se declararon enemigos a muerte: a los capitalistas. Nunca los bancos han estado más cebados. Pero en cada anuncio televisivo vemos, creados por publicistas avisados, aquel recuerdo del mayo francés. Saben cuáles son nuestros sueños y nos los venden. Con perfumes, con coches, con hipotecas, con tecnología (el mundo de los videojuegos, Second Life…). El profesor concilia su devoción por los clásicos y el escepticismo, con una venada inconsciente que le pone contento cada vez que se acuerda de aquellos treinta días.
Hoy mis alumnos han estado trabajando sobre la revolución del 68. Las teclas de los ordenadores entraban en ebullición investigando y escribiendo sus comentarios. Entretanto el profesor releía el Primer manifiesto surrealista. Relee: “El hombre, soñador sin remedio, al sentirse de día en día más descontento de su sino, examina con dolor los objetos que le han enseñado a utilizar, y que ha obtenido al través de su indiferencia o de su interés, casi siempre al través de su interés, ya que ha consentido someterse al trabajo o, por lo menos no se ha negado a aprovechar las oportunidades... ¡Lo que él llama oportunidades! Cuando llega a este momento, el hombre es profundamente modesto: sabe cómo son las mujeres que ha poseído, sabe cómo fueron las risibles aventuras que emprendió, la riqueza y la pobreza nada le importan, y en este aspecto el hombre vuelve a ser como un niño recién nacido…”.
domingo, 6 de enero de 2008
Tres tizas
Tres tizas es un proyecto cooperativo en el área de Lengua Castellana de tres profesores vascos de la provincia de Bizkaia: Marcos, Gorka y Patxo, que se conocieron navegando por casualidad. Decidieron formar un equipo de trabajo, ante la carencia en el uso de los blogs educativos de lengua. Los tres ejercen su profesión en contextos educativos “complicados” (Programas de Refuerzo lingüístico, Programas de Garantía Social y un Instituto de Enseñanza Secundaria).
Su propósito es la innovación tecnológica en el área de lengua castellana entendida como “comunicación, reflexión crítica, conocimiento, creación y fuente de placer y encuentro”. El equipo tres tizas cuenta con los soportes virtuales de un blog y un wiki. El blog se actualizará tres veces por semana por parte de cada uno de los miembros del equipo y dicha actividad quedará desarrollada o ejemplificada en el wiki.
Desde Profesor en la Secundaria doy la bienvenida a este trío de ases, llenos de entusiasmo e ideas para desarrollar una asignatura de forma eficaz e interesante para los alumnos de nuestros tiempos que hacen de la tecnología una forma de estar en el mundo.
No sé qué me atrae más del proyecto. Quizás sea su garra e ilusión, pero también el hecho de que sea un "un proyecto cooperativo", que supera enfoques más individualistas. Quizás este sea el siguiente paso en la red de blogs educativos. Los tres miembros del equipo (Marcos, Gorka y Patxo) están abriendo camino y exponiendo sus actividades formativas para que todos podamos seguirlos y aprender de ellos. Los tres han sido conscientes –como expresa su wiki- “de la falta de proyectos colaborativos con entidad y actividades bien pautadas que tengan en cuenta al receptor menos experto”. Su blog y su wiki son una respuesta dinámica e imaginativa a los problemas que nos encontramos los docentes de lengua cuando tenemos que impartirla a nuestros adolescentes inquietos y difíciles de motivar.
La presentación será el próximo lunes, 8 de enero a las 13 h en su blog. Algo sencillito pero lleno de ilusión. Amigos, os seguiremos con interés y aprenderemos con vosotros.
miércoles, 2 de enero de 2008
Las benévolas
Jonathan Littell es el autor de una larga novela con estructura musical titulada, como saben, Las benévolas. Durante su lectura (mes y medio) me he visto absorbido por la historia –un largo monólogo- de un antiguo oficial de las SS, Maximilien Aue que comienza la novela en el movimiento de “tocata” dirigiéndose a nosotros para decirnos: “Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió”. A partir de aquí, el narrador asume el papel de hombre normal al que le tocó vivir una porción de la historia de la que no se arrepiente en absoluto. El fue una pieza de un entramado social, político e histórico y la mayoría de los que le leemos, si hubiéramos vivido aquellas circunstancias -según Aue- , hubiéramos colaborado con lo que allí pasó.
Maximilien Aue es el eje del libro y su larga confesión, redactada con claridad, no oculta la naturaleza terrible del Holocausto especialmente en el frente ruso y polaco donde tuvieron lugar las mayores atrocidades. Hay lectores que han reconocido la dificultad de leer muchas de las páginas de este libro. Admito que la desnudez extrema de los asesinatos en masa de poblaciones enteras judías, gitanos o deficientes mentales, es un plato difícil de digerir. ¿Cómo fue posible aquello? Es la pregunta que se hace Jonathan Littell y la misma que se planteaba Primo Levi en La tregua, una vez liberado de Auschwitz. Pasaba éste de retorno a Italia por poblaciones alemanas, una vez concluida la guerra, y miraba los rostros de aquellos alemanes derrotados. Eran personas aparentemente normales. ¿Cómo pudieron haber hecho “aquello”? ¿Cómo el Nacional Socialismo llevó a un pueblo culto a semejantes extremos de brutalidad fría y terriblemente bien planificada?
Las benévolas es la disección de la personalidad de un verdugo y de una ideología. El protagonista es un jurista aficionado a la literatura y a la música. Tiene entre sus libros de cabecera El banquete de Platón, los diarios de Stendhal o La Educación sentimental de Flaubert, obras que lee durante las matanzas masivas en las que él no participa directamente. Él es un oficial de enlace pero lo observa todo desapasionadamente y haciéndose incluso preguntas sobre la naturaleza del “otro”, el que tiene en frente. En algún lugar de la novela incluso reflexiona sobre la imposibilidad de matar a un niño judío sin ver quien lo mata a sus propios hijos. El narrador no carece, pues, de conciencia moral. En otros momentos incluso, llorando, en medio de una crisis nerviosa y alta fiebre confiesa a una mujer enamorada de él –Helene- lo que están haciendo con los judíos. Esta conciencia moral es lo que más me aterra del libro porque ni aún con ella, el protagonista deserta de su colaboración con el genocidio. Tengamos en cuenta además que el protagonista es homosexual y debe ocultar cuidadosamente su tendencia en una Alemania que los perseguía como degenerados.
La novela es un análisis también del Nacional Socialismo como ideología generadora de aquello. Toda ella se ancla en el Volk, la nación o el pueblo alemán, como matriz de pertenencia de todos los alemanes arios. El Volk es soberano y en el Führer se expresa o se encarna esa soberanía. De esa soberanía deriva la ley, y un buen alemán debe obedecer las leyes y al Führer. Si a un alemán le toca –por azar del destino- ir a un campo de concentración o formar parte de un comando de aniquilación de judíos, no es por su voluntad. Su obligación es cumplir la ley y sólo el azar le convierte en “asesino” en vez de “héroe”. Algunos historiadores han visto como algo folclórico todo ese entramado nacional socialista y han querido reconocer en el comunismo una ideología más seria. Sin embargo, en la visión de Littell la ideología del Volk hunde sus raíces profundamente en la cultura alemana y ayuda a entender cómo funcionó aquello.
Los alemanes sabían. Himmler expresó claramente en sus discursos qué estaban haciendo con los judíos, pero la pertenencia al Volk les obligaba a seguir la voluntad del Führer que había declarado a los judíos como enemigos del pueblo alemán. El protagonista para justificarse hace alusión al exterminio de los indios americanos por parte de los blancos. Si ellos pudieron hacerlo, ¿por qué no nosotros?
Mil páginas de inmersión en el polo reflexivo del protagonista nos hacen asistir a sus dudas, a sus conflictos sexuales, a sus lecturas, a su devoción por la música de Bach, a sus fracasadas relaciones afectivas, a sus juergas, a sus cenas con vino de calidad, a sus relaciones de camaradería, a su sentimiento de "dolor de la vida", a sus críticas al sistema de exterminio de los judíos: él no ponía en duda que hubiera que matarlos pero sí buscaba una cierta “humanización” en los modos...La extensión de la novela hace que esas escenas terroríficas que se nos exponen, queden en buena parte diluidas por la complejidad del protagonista. El lector que persevera en la historia queda en cierta manera insensibilizado ante el horror. Supongo que ésta es una de las explicaciones de la longitud de la historia.
Recuerdo que en una exposición de fotografías sobre el Holocausto, entre las espeluznantes imágenes que contemplé, hubo una fotografía cuyo recuerdo me persigue: era una foto familiar de un Jefe de Campo, creo que era de Treblinka. Allí aparecían sus hijas junto a su mujer. Era una foto entrañable que manifestaba su amor de padre. Lo único espantoso es que aquella foto había sido tomada “allí”. Es la misma sensación que tengo ante la lectura de Las benévolas. Desde luego, está claro, la cultura no tiene nada que ver con nuestras opciones política o éticas. Se puede ser extraordinario lector y melómano y ser un torturador. Es terrible…
Maximilien Aue es el eje del libro y su larga confesión, redactada con claridad, no oculta la naturaleza terrible del Holocausto especialmente en el frente ruso y polaco donde tuvieron lugar las mayores atrocidades. Hay lectores que han reconocido la dificultad de leer muchas de las páginas de este libro. Admito que la desnudez extrema de los asesinatos en masa de poblaciones enteras judías, gitanos o deficientes mentales, es un plato difícil de digerir. ¿Cómo fue posible aquello? Es la pregunta que se hace Jonathan Littell y la misma que se planteaba Primo Levi en La tregua, una vez liberado de Auschwitz. Pasaba éste de retorno a Italia por poblaciones alemanas, una vez concluida la guerra, y miraba los rostros de aquellos alemanes derrotados. Eran personas aparentemente normales. ¿Cómo pudieron haber hecho “aquello”? ¿Cómo el Nacional Socialismo llevó a un pueblo culto a semejantes extremos de brutalidad fría y terriblemente bien planificada?
Las benévolas es la disección de la personalidad de un verdugo y de una ideología. El protagonista es un jurista aficionado a la literatura y a la música. Tiene entre sus libros de cabecera El banquete de Platón, los diarios de Stendhal o La Educación sentimental de Flaubert, obras que lee durante las matanzas masivas en las que él no participa directamente. Él es un oficial de enlace pero lo observa todo desapasionadamente y haciéndose incluso preguntas sobre la naturaleza del “otro”, el que tiene en frente. En algún lugar de la novela incluso reflexiona sobre la imposibilidad de matar a un niño judío sin ver quien lo mata a sus propios hijos. El narrador no carece, pues, de conciencia moral. En otros momentos incluso, llorando, en medio de una crisis nerviosa y alta fiebre confiesa a una mujer enamorada de él –Helene- lo que están haciendo con los judíos. Esta conciencia moral es lo que más me aterra del libro porque ni aún con ella, el protagonista deserta de su colaboración con el genocidio. Tengamos en cuenta además que el protagonista es homosexual y debe ocultar cuidadosamente su tendencia en una Alemania que los perseguía como degenerados.
La novela es un análisis también del Nacional Socialismo como ideología generadora de aquello. Toda ella se ancla en el Volk, la nación o el pueblo alemán, como matriz de pertenencia de todos los alemanes arios. El Volk es soberano y en el Führer se expresa o se encarna esa soberanía. De esa soberanía deriva la ley, y un buen alemán debe obedecer las leyes y al Führer. Si a un alemán le toca –por azar del destino- ir a un campo de concentración o formar parte de un comando de aniquilación de judíos, no es por su voluntad. Su obligación es cumplir la ley y sólo el azar le convierte en “asesino” en vez de “héroe”. Algunos historiadores han visto como algo folclórico todo ese entramado nacional socialista y han querido reconocer en el comunismo una ideología más seria. Sin embargo, en la visión de Littell la ideología del Volk hunde sus raíces profundamente en la cultura alemana y ayuda a entender cómo funcionó aquello.
Los alemanes sabían. Himmler expresó claramente en sus discursos qué estaban haciendo con los judíos, pero la pertenencia al Volk les obligaba a seguir la voluntad del Führer que había declarado a los judíos como enemigos del pueblo alemán. El protagonista para justificarse hace alusión al exterminio de los indios americanos por parte de los blancos. Si ellos pudieron hacerlo, ¿por qué no nosotros?
Mil páginas de inmersión en el polo reflexivo del protagonista nos hacen asistir a sus dudas, a sus conflictos sexuales, a sus lecturas, a su devoción por la música de Bach, a sus fracasadas relaciones afectivas, a sus juergas, a sus cenas con vino de calidad, a sus relaciones de camaradería, a su sentimiento de "dolor de la vida", a sus críticas al sistema de exterminio de los judíos: él no ponía en duda que hubiera que matarlos pero sí buscaba una cierta “humanización” en los modos...La extensión de la novela hace que esas escenas terroríficas que se nos exponen, queden en buena parte diluidas por la complejidad del protagonista. El lector que persevera en la historia queda en cierta manera insensibilizado ante el horror. Supongo que ésta es una de las explicaciones de la longitud de la historia.
Recuerdo que en una exposición de fotografías sobre el Holocausto, entre las espeluznantes imágenes que contemplé, hubo una fotografía cuyo recuerdo me persigue: era una foto familiar de un Jefe de Campo, creo que era de Treblinka. Allí aparecían sus hijas junto a su mujer. Era una foto entrañable que manifestaba su amor de padre. Lo único espantoso es que aquella foto había sido tomada “allí”. Es la misma sensación que tengo ante la lectura de Las benévolas. Desde luego, está claro, la cultura no tiene nada que ver con nuestras opciones política o éticas. Se puede ser extraordinario lector y melómano y ser un torturador. Es terrible…
lunes, 31 de diciembre de 2007
La risa y la tía felisa
Fin de año. Quiero escribir mis últimas líneas cuando faltan ocho horas y media para las doce de la noche. Normalmente –me doy cuenta- soy alérgico a las transiciones anuales, pero para mi malaventura no sólo me han tocado cambios de año sino de siglo y de milenio que he intentado sobrellevar con exquisita elegancia.
Esta noche me vestiré con traje negro y pajarita. Acompañado de toda la familia de mi mujer y de mis hijas, asistiré a la ceremonia de las doce campanadas y las uvas dichosas de la suerte. Hasta los supermercados hacen negocio vendiendo las uvas envasadas en almíbar y peladas al precio de 1’90 € los dos juegos. Mi hija pequeña, a la que le encanta reírse, contará chistes y me hará sonreír lo que le pondrá contenta y dirá: he conseguido que papá se ría, lo que me pondrá colorado y me hará reír de nuevo.
Y es que la risa, igual que aguantarse las ganas de cagar con fuerza y soltarlo todo de golpe, es el mayor de los dones y el mayor de los alivios. El mundo es sombrío, pero por ello mismo nos reímos viendo las conexiones cómicas entre las cosas y el absurdo de nuestros comportamientos. La risa es una dicha, yo diría que la más preciada que existe, y a veces son los más desdichados los que más capacidad de reír tienen. Si no, que se lo pregunten a los africanos, pobres en todo lo que entendemos como posesión material en occidente, pero ricos en risa fresca y maravillosa. En donde se reúnen dos africanos inmediatamente surge la risa. No hay peor desgracia para un africano que la soledad y la tristeza. El ser humano es esencialmente social (y risueño) y le gusta contemplarse con sentido del humor.
Esta noche acudiré con gesto ligero, ligeramente divertido, a la cena familiar. Me quitaré el gesto reflexivo y concentrado que me distingue. Iré de la mano de Lucía, mi hija, y bromearé a gusto y hasta me reiré de mí mismo haciendo el tonto. Diré tonterías y todo el mundo se reirá. Se van a quedar pasmados, ya lo verán. No se lo esperan.
A todos ustedes, los que lean esto: ríanse mucho esta noche y mañana, y al otro día. La risa es ligereza y burla de lo engolado y serio. ¿No se han imaginado el Juicio Final, aquel que profetiza el Apocalipsis, libro de humor donde los haya, igual que las concentraciones de la derecha y la iglesia de estos días, reunida la humanidad toda gimiendo de miedo, pero de golpe alguien echa polvos de la risa en cantidad y todos los esqueletos salidos de las tumbas, los ángeles, los santos, las vírgenes prudentes y las necias, todos empiezan a troncharse de risa? La humanidad toda ella es una carcajada inmensa. Y Dios asiste desconcertado porque esperaba ser temido, pero por el rabillo del ojo, ve a la Virgen que empieza a reírse y a timarse con los ángeles más atractivos. Todos en el cielo se ríen menos Dios que está reflexivo y meditabundo. No entiende nada. ¿Por qué en este día de Justicia con mayúscula todos se están partiendo el culo de risa? En ese momento saltaré yo, vestido con pajarita y traje negro, fumando un cigarro como en mis buenos tiempos, y, saleroso yo, actuaré para Dios de forma que como Molière ante el rey Sol, Luis XIV, Dios se termine cogiendo la tripa de risa junto a toda la corte celestial. Tanto es así, que meándose de risa, Dios perdonará definitivamente a todos los hombres y mujeres, y los devolverá felices de nuevo al Jardín del Paraíso de donde no debieron salir. Se acabará definitivamente el llanto y vendrá la risa subversiva, lujuriosa, sensual, vibrante. Y la humanidad será definitivamente feliz.
Joselu, ¡qué tajada llevas!
¡Feliz y risueño 2008! ¡Que ni los bancos ni Dios les quiten las ganas de reír!
Esta noche me vestiré con traje negro y pajarita. Acompañado de toda la familia de mi mujer y de mis hijas, asistiré a la ceremonia de las doce campanadas y las uvas dichosas de la suerte. Hasta los supermercados hacen negocio vendiendo las uvas envasadas en almíbar y peladas al precio de 1’90 € los dos juegos. Mi hija pequeña, a la que le encanta reírse, contará chistes y me hará sonreír lo que le pondrá contenta y dirá: he conseguido que papá se ría, lo que me pondrá colorado y me hará reír de nuevo.
Y es que la risa, igual que aguantarse las ganas de cagar con fuerza y soltarlo todo de golpe, es el mayor de los dones y el mayor de los alivios. El mundo es sombrío, pero por ello mismo nos reímos viendo las conexiones cómicas entre las cosas y el absurdo de nuestros comportamientos. La risa es una dicha, yo diría que la más preciada que existe, y a veces son los más desdichados los que más capacidad de reír tienen. Si no, que se lo pregunten a los africanos, pobres en todo lo que entendemos como posesión material en occidente, pero ricos en risa fresca y maravillosa. En donde se reúnen dos africanos inmediatamente surge la risa. No hay peor desgracia para un africano que la soledad y la tristeza. El ser humano es esencialmente social (y risueño) y le gusta contemplarse con sentido del humor.
Esta noche acudiré con gesto ligero, ligeramente divertido, a la cena familiar. Me quitaré el gesto reflexivo y concentrado que me distingue. Iré de la mano de Lucía, mi hija, y bromearé a gusto y hasta me reiré de mí mismo haciendo el tonto. Diré tonterías y todo el mundo se reirá. Se van a quedar pasmados, ya lo verán. No se lo esperan.
A todos ustedes, los que lean esto: ríanse mucho esta noche y mañana, y al otro día. La risa es ligereza y burla de lo engolado y serio. ¿No se han imaginado el Juicio Final, aquel que profetiza el Apocalipsis, libro de humor donde los haya, igual que las concentraciones de la derecha y la iglesia de estos días, reunida la humanidad toda gimiendo de miedo, pero de golpe alguien echa polvos de la risa en cantidad y todos los esqueletos salidos de las tumbas, los ángeles, los santos, las vírgenes prudentes y las necias, todos empiezan a troncharse de risa? La humanidad toda ella es una carcajada inmensa. Y Dios asiste desconcertado porque esperaba ser temido, pero por el rabillo del ojo, ve a la Virgen que empieza a reírse y a timarse con los ángeles más atractivos. Todos en el cielo se ríen menos Dios que está reflexivo y meditabundo. No entiende nada. ¿Por qué en este día de Justicia con mayúscula todos se están partiendo el culo de risa? En ese momento saltaré yo, vestido con pajarita y traje negro, fumando un cigarro como en mis buenos tiempos, y, saleroso yo, actuaré para Dios de forma que como Molière ante el rey Sol, Luis XIV, Dios se termine cogiendo la tripa de risa junto a toda la corte celestial. Tanto es así, que meándose de risa, Dios perdonará definitivamente a todos los hombres y mujeres, y los devolverá felices de nuevo al Jardín del Paraíso de donde no debieron salir. Se acabará definitivamente el llanto y vendrá la risa subversiva, lujuriosa, sensual, vibrante. Y la humanidad será definitivamente feliz.
Joselu, ¡qué tajada llevas!
¡Feliz y risueño 2008! ¡Que ni los bancos ni Dios les quiten las ganas de reír!
jueves, 27 de diciembre de 2007
Cuento de Navidad
Durante estas navidades leo –más bien devoro- dos libros a la vez: del primero hablaré un día. Se titula Las benévolas de Jonathan Littell. Es una historia turbia y siniestra aunque no carente de atractivo. El otro lo leo en algunas ocasiones, fragmento a fragmento. Un blog espléndido -El tiempo ganado- me presentó a su autor, Robert Walser, un suizo nacido en 1878. Su vida fue trasfigurada por el fracaso. Nunca buscó el éxito, y a los cincuenta años, escrita la totalidad de su obra, se apeó del mundo y fue ingresado en un manicomio. Murió durante un paseo en la nieve en 1956. Fue un hombre solitario que no tuvo nunca ninguna posesión a excepción de su paraguas y sus libros. Ni siquiera estos. Su escritura es triste. Leo la considerada una de sus mejores obras, Jakob von Gunten, cuando voy en metro a ver a Julia. Es una antigua amiga que está ingresada a sus cuarenta y nueve años en una clínica geriátrica para enfermos de larga duración. Su hígado está deshecho y su aspecto es el de una mujer de sesenta y cinco años. Tiene el húmero derecho roto, lo que le impide hacer rehabilitación para estimular las piernas que están entumecidas y sin músculo tras tres meses de ingreso hospitalario. Lleva pañal y las enfermeras han de darle de comer pues tiene el brazo derecho imposibilitado. Sus ojos están amarillentos y su piel, prematuramente envejecida. Julia, no obstante, es una de las personas más prodigiosas que he conocido. Su vida se ha paseado desde que la conozco por el filo del abismo. Me maravillan su lucidez y su generosidad. Es una criatura delicada, poseída por una extraordinaria sensibilidad y un tremendo orgullo, como el de los personajes antiheroicos y humildes de Robert Walser. Ha vivido en otra dimensión distinta a la de los personajes prosaicos que la hemos conocido. Como el autor citado, gustaba de la pasión por aquellos detalles superfluos de las cosas, esos detalles superfluos que, según la luz con que los miremos, son los principales. Escuchar a Julia me enervaba en otros tiempos por esa supefluidad enojosa con que hablaba de las cosas y las personas. Parecía hablar otro idioma todo entreverado por un tremendo dolor de corazón y un portentoso sentido del humor. En medio de las mayores desgracias, ya debatiéndose su existencia entre la vida y la muerte, no ha abdicado de su ingenio e ironía. No hay tragedias delante de ella. Cuando la vas a ver al hospital no deja de emerger un humor fresco y palpitante, aunque en algunos momentos esté a punto de llorar y te confiese que está atemorizada. Ella, allí, entre ancianas catatónicas y enfermeras crueles, se debate entre la voluntad de vivir y la abdicación que la llevaría a dejar de sufrir y desaparecer. Es dependiente en prácticamente todo y todos sabemos que si sale de aquí, habrá de ser atendida por alguien 24 horas al día. El presente es sombrío y el futuro todavía más, si es que existe para ella. No dudo, no obstante, que si algún día pudiera estar sola, volvería al alcohol, la droga más peligrosa. Pero su hígado no resistirá una nueva agresión. Se sueña bebiendo martinis y corriendo por la playa en sueños gozosos que la asaltan en medio de noches interminables. A las ancianas les apagan la luz a la siete y media de la tarde. Sólo le queda soñar, allí donde el alma es libre para desplazarse más allá de las coordenadas espacio temporales.
Su vida es un fracaso absoluto, pero algo hay en ella que la hace singular en un mundo desposeído de grandeza y de espíritu heroico. No he visto existencia más provisional que la de ella. Nunca ha tenido piso en propiedad. Nunca lo ha querido. Ha ido deambulando por una docena de domicilios desde que la conozco. No tiene ninguna posesión. Incluso su único hijo adolescente, hace un par de años que decidió trasladarse a vivir con su padre, quizás para salir del caos que ha sido la vida de Julia. Me faltan palabras para explicarla. Hace diez años que decidió aislarse del mundo y sus amigos y quedó en completa soledad a excepción de alguna visita de algún antiguo amante que iba a visitarla de mes en mes. Todo en ella ha sido, como dijo Neruda, naufragio. Nada hay, o casi nada, que la retenga aquí. Sin embargo, pocas personas he visto que hayan amado tanto la vida como ella y que ésta haya estado cargada de tanta delicadeza y espiritualidad. Ir a verla es terrible, pero tengo la impresión de que es ella la que me consuela a mí. Cuando vuelvo en metro, revivo los momentos pasados con ella y avanzo en Jakob von Gunten: “Había arrogancia en sus palabras. Y tristeza. Y la arrogancia y la tristeza armonizan siempre bien”. Esa es mi Julia, aragonesa de las montañas, a la que hay que añadirle algunas carcajadas de vez en cuando en esa espera inacabable hacia la nada. Eso sí, con las banderas de la humanidad y la sonrisa desplegadas al viento. Ha sido un placer conocerte, amiga. ¡Cómo entiendo la música de Robert Walser en esos momentos!
Su vida es un fracaso absoluto, pero algo hay en ella que la hace singular en un mundo desposeído de grandeza y de espíritu heroico. No he visto existencia más provisional que la de ella. Nunca ha tenido piso en propiedad. Nunca lo ha querido. Ha ido deambulando por una docena de domicilios desde que la conozco. No tiene ninguna posesión. Incluso su único hijo adolescente, hace un par de años que decidió trasladarse a vivir con su padre, quizás para salir del caos que ha sido la vida de Julia. Me faltan palabras para explicarla. Hace diez años que decidió aislarse del mundo y sus amigos y quedó en completa soledad a excepción de alguna visita de algún antiguo amante que iba a visitarla de mes en mes. Todo en ella ha sido, como dijo Neruda, naufragio. Nada hay, o casi nada, que la retenga aquí. Sin embargo, pocas personas he visto que hayan amado tanto la vida como ella y que ésta haya estado cargada de tanta delicadeza y espiritualidad. Ir a verla es terrible, pero tengo la impresión de que es ella la que me consuela a mí. Cuando vuelvo en metro, revivo los momentos pasados con ella y avanzo en Jakob von Gunten: “Había arrogancia en sus palabras. Y tristeza. Y la arrogancia y la tristeza armonizan siempre bien”. Esa es mi Julia, aragonesa de las montañas, a la que hay que añadirle algunas carcajadas de vez en cuando en esa espera inacabable hacia la nada. Eso sí, con las banderas de la humanidad y la sonrisa desplegadas al viento. Ha sido un placer conocerte, amiga. ¡Cómo entiendo la música de Robert Walser en esos momentos!
lunes, 24 de diciembre de 2007
¿Por qué leemos?
Robert Walser
Una vida sin libros no es necesariamente inferior. Se puede vivir perfectamente sin leer libros, sin ir a exposiciones pictóricas y sin ver buenas películas… Es más conozco a bastantes personas que lo hacen y son perfectamente felices. Es una falacia pensar que la lectura es una necesidad humana y que nos hace mejores en ningún sentido. Hay algunas personas que leen, que no pueden vivir sin leer, y otras para las que la lectura es algo enojoso y absolutamente prescindible. ¿Quién es mejor? Cada uno tiene sus pasiones. Uno puede apasionarse por el fútbol como jugador o como espectador. Otros, en cambio, se apasionan por Los hermanos Karamazov de Dostoievski.
Leer es un acto pueril. Don Quijote de la Mancha era un personaje pueril que acaba derrotado, igual que algunos personajes de Kafka o Vladimir Nabokov. Es un acto pueril porque nos instala en el mundo de la irrealidad. Tenemos vidas reales pero nos atraen vidas irreales. Es como una enfermedad del alma. Los lectores compulsivos necesitamos de la ficción, vivir otras vidas que no sean la nuestra, necesitamos alimentarnos de belleza, necesitamos trascender nuestras vidas incompletas y trasladarnos a espacios imaginarios o identificarnos con personajes que no somos nosotros mismos como si nuestra vida no estuviera completa. ¿Hay acaso mayor evidencia de que los lectores tenemos algo de niños?
Detesto esa obsesión de los ministerios de Educación y Cultura de intentar conseguir que toda la sociedad sea lectora. La lectura es una actividad minoritaria, de individuos insatisfechos y sin terminar que tienen algo de niños pues buscan en los libros la magia que les falta en sus vidas. O la magia que les lleve más allá de sus vidas. No todo el mundo tiene esa íntima necesidad. No hay ningún poder en el mundo que impida que alguien sea un lector compulsivo. He tenido alumnos de vida desdichada de quince años que devoraban a Dostoievski. Leerlo era una forma de consuelo. La mayor parte de las grandes historias que ha creado la humanidad son historias tristes o desoladoras. La gran literatura es triste. Nos vemos reflejados en esas historias y nos producen consuelo. Nos vemos desplazados de nuestro centro y llevados más allá de lo que conocemos. Nos aventuramos en otras historias que no somos nosotros mismos.
Los grandes narradores son perversos con corazón candoroso. Intentan que seamos felices. No existe otra motivación para contar o leer historias que la de intentar ser feliz, igual que en la vida cotidiana necesitamos de esos postres tan maravillosos como las natillas, el arroz con leche o el turrón. Leemos para ser felices. Poseer un libro ya es un factor de felicidad. Me gustan con tapa dura y con bellas encuadernaciones. Cuando consigo un libro –los libros hay que comprarlos de uno en uno- largo tiempo anhelado me posee una emoción especial. Me gusta que alguien pueda recomendarme libros desde su experiencia personal. Del mismo modo que me gusta hablar de ellos o escribir sobre ellos. Ahora estoy embebido en una turbia historia cuyo narrador es un personaje perverso pero su vida y sus reflexiones me son atractivas. Me siento identificado en su cotidianidad pero odio lo que su vida representa. Leer es enfrentarse en muchos casos a la ambigüedad humana, a esos seres que representan la miseria moral pero que tienen una atractiva sensibilidad. Leer es un veneno del alma porque nos acerca a laberintos y encrucijadas morales que necesitan ser resueltas.
No entiendo que leer deba ser una actividad mayoritaria. Como transición existen los bestsellers, las libros acomodaticios y fáciles que no suponen una experiencia compleja para el lector. Son géneros de éxito editorial y que se venden a millones. Satisfacen esa mayoritaria necesidad de escuchar historias atrayentes, pero que no nos amenazan. La gran literatura siempre es un riesgo y una experiencia importante. No son libros de fácil lectura por su densidad o su longitud. Muchas veces sus autores han llevado vidas desgraciadas que han dejado plasmadas en mayor o menor medida en sus obras. Algunos lectores son enfermos o niños en el fondo de su alma y están enganchados a una droga poderosa y terrible: la buena literatura. Algo perfectamente prescindible e innecesario para ser buena persona o feliz. El problema es otro pero quizás no lo sepa explicar.
Leer es un acto pueril. Don Quijote de la Mancha era un personaje pueril que acaba derrotado, igual que algunos personajes de Kafka o Vladimir Nabokov. Es un acto pueril porque nos instala en el mundo de la irrealidad. Tenemos vidas reales pero nos atraen vidas irreales. Es como una enfermedad del alma. Los lectores compulsivos necesitamos de la ficción, vivir otras vidas que no sean la nuestra, necesitamos alimentarnos de belleza, necesitamos trascender nuestras vidas incompletas y trasladarnos a espacios imaginarios o identificarnos con personajes que no somos nosotros mismos como si nuestra vida no estuviera completa. ¿Hay acaso mayor evidencia de que los lectores tenemos algo de niños?
Detesto esa obsesión de los ministerios de Educación y Cultura de intentar conseguir que toda la sociedad sea lectora. La lectura es una actividad minoritaria, de individuos insatisfechos y sin terminar que tienen algo de niños pues buscan en los libros la magia que les falta en sus vidas. O la magia que les lleve más allá de sus vidas. No todo el mundo tiene esa íntima necesidad. No hay ningún poder en el mundo que impida que alguien sea un lector compulsivo. He tenido alumnos de vida desdichada de quince años que devoraban a Dostoievski. Leerlo era una forma de consuelo. La mayor parte de las grandes historias que ha creado la humanidad son historias tristes o desoladoras. La gran literatura es triste. Nos vemos reflejados en esas historias y nos producen consuelo. Nos vemos desplazados de nuestro centro y llevados más allá de lo que conocemos. Nos aventuramos en otras historias que no somos nosotros mismos.
Los grandes narradores son perversos con corazón candoroso. Intentan que seamos felices. No existe otra motivación para contar o leer historias que la de intentar ser feliz, igual que en la vida cotidiana necesitamos de esos postres tan maravillosos como las natillas, el arroz con leche o el turrón. Leemos para ser felices. Poseer un libro ya es un factor de felicidad. Me gustan con tapa dura y con bellas encuadernaciones. Cuando consigo un libro –los libros hay que comprarlos de uno en uno- largo tiempo anhelado me posee una emoción especial. Me gusta que alguien pueda recomendarme libros desde su experiencia personal. Del mismo modo que me gusta hablar de ellos o escribir sobre ellos. Ahora estoy embebido en una turbia historia cuyo narrador es un personaje perverso pero su vida y sus reflexiones me son atractivas. Me siento identificado en su cotidianidad pero odio lo que su vida representa. Leer es enfrentarse en muchos casos a la ambigüedad humana, a esos seres que representan la miseria moral pero que tienen una atractiva sensibilidad. Leer es un veneno del alma porque nos acerca a laberintos y encrucijadas morales que necesitan ser resueltas.
No entiendo que leer deba ser una actividad mayoritaria. Como transición existen los bestsellers, las libros acomodaticios y fáciles que no suponen una experiencia compleja para el lector. Son géneros de éxito editorial y que se venden a millones. Satisfacen esa mayoritaria necesidad de escuchar historias atrayentes, pero que no nos amenazan. La gran literatura siempre es un riesgo y una experiencia importante. No son libros de fácil lectura por su densidad o su longitud. Muchas veces sus autores han llevado vidas desgraciadas que han dejado plasmadas en mayor o menor medida en sus obras. Algunos lectores son enfermos o niños en el fondo de su alma y están enganchados a una droga poderosa y terrible: la buena literatura. Algo perfectamente prescindible e innecesario para ser buena persona o feliz. El problema es otro pero quizás no lo sepa explicar.
martes, 18 de diciembre de 2007
Leyendo
Una clase de lectura es un espacio de silencio compartido. Los alumnos-lectores saben que tienen que traer sus libros y fallan pocos. Me asombra que la experiencia haya calado tanto en el trimestre que llevamos de práctica. Al principio cuesta conseguir el silencio. Hay varias llamadas de atención del profesor. Varios shhhhsssss imperativos, que poco a poco van haciendo desaparecer el rumor del aula. Veo a mis alumnos cautivados por la lectura. No todos por igual. Hay algunos de ellos que no traen ningún libro y se pasan la hora distraídos o cuchicheando. Hay dos focos de distorsión en la clase. Intento controlarlos con la mirada. La muchacha que lee Flores en el ático de V.C. Andrews está embebida, pero observo que silabea mientras está leyendo. No levanta la vista durante toda la hora; igual que el muchacho de origen georgiano que lleva dos meses leyendo Las uvas de la ira de Steinbeck. Se atascó durante un tiempo y ha necesitado llegar a la página 400 para que la novela le resulte absorbente. El final es inolvidable. Los hay que leen El niño con el pijama de rayas o Drácula de Bram Stocker; otro lee El juego de Ender de Orson Card. Varios están abstraídos leyendo a Stephen King, largos novelones de más de 500 páginas o a Lovecraft en su libro La habitación cerrada. La metamorfosis o El extranjero de Camus forman parte del ambiente de la clase, igual que Escupiré sobre vuestra tumba de Boris Vian.
La concentración es intensa durante cincuenta minutos. El profesor lee también una antología de Juan Ramón Jiménez. Él también tiene derecho a leer. Reflexiona mientras observa a sus alumnos. Ésta es una experiencia aprovechable. Un espacio de silencio y lectura. La próxima semana –se dice- les traeré una cinta de Bío música, esa música relajante que induce a la concentración.
Un fenómeno que se incorpora es que los alumnos traen sus propios libros de lectura, libros no recomendados por el profesor. Una alumna ha preguntado si puede leer El código Davinci. Sin pensarlo demasiado, le ha contestado que no. Bueno, leerlo, claro que puede leerlo, pero valer para la asignatura, pues no. Pero no lo tiene claro. Le duele que ese best seller pueda valer tres puntos en la evaluación. Él ha procurado que los libros leídos sean de una cierta calidad y teme las aportaciones de los alumnos, aunque a la vez eso significa que están apuntados al carro de la lectura. Otra alumna, cautivada por Flores en el ático está buscando la continuación titulada Pétalos al viento. Alguna otra se ha agenciado 97 formas de decir te quiero. El profesor teme la literatura juvenil pero entiende que ha de permitir la libre expresión de los alumnos.
Curiosamente hoy los alumnos de cuarto de ESO han contestado en el blog de la clase a un decálogo irónico que hace unos días planteaba Antonio Solano en su blog Repaso de Lengua. No les he querido explicar la intención del autor, y ellos espontáneamente le han contestado como pueden ver los lectores de mi blog. La mayoría, para mi sorpresa, defienden la lectura como una actividad convincente. Puedo aclarar que no han contestado condicionados por lo que se supone que habrían de responder. Las respuestas, plagadas de faltas de ortografía, se pueden seguir en su genuina espontaneidad. Los adolescentes con los que tratamos no suelen decir aquello que está programado. Suelen ser sinceros y más cuando el magnífico post citado no revela su intención en un primer nivel de lectura. Ellos se lo han tomado en serio y le han respondido en serio.
Creo que el objetivo de que les guste leer y que lean está siendo conseguido. El problema siguiente es cómo verbalizan su experiencia lectora. Sus palabras son escasas y torpes. Les falta –lógicamente- una formació literaria. La literatura es la pariente pobre de los planes educativos. Prácticamente se ha extinguido en esa combinación de Lengua y literatura que se estila en la ESO y Bachillerato. Me gustaría ver a estos alumnos pudiendo haber estudiado Historia de la Literatura en condiciones. Me los imagino empleando un lenguaje especializado para describir las obras que están leyendo. Toda materia estudiada se asimila cuando se adquiere un léxico apropiado. Ellos, desgraciadamente, no han tenido esa oportunidad, y el profesor ha de contentarse con su espontaneidad y sus limitados recursos. Pero estos valen su peso en oro. Hoy está contento de estos adolescentes absorbidos por el hechizo de los libros.
La concentración es intensa durante cincuenta minutos. El profesor lee también una antología de Juan Ramón Jiménez. Él también tiene derecho a leer. Reflexiona mientras observa a sus alumnos. Ésta es una experiencia aprovechable. Un espacio de silencio y lectura. La próxima semana –se dice- les traeré una cinta de Bío música, esa música relajante que induce a la concentración.
Un fenómeno que se incorpora es que los alumnos traen sus propios libros de lectura, libros no recomendados por el profesor. Una alumna ha preguntado si puede leer El código Davinci. Sin pensarlo demasiado, le ha contestado que no. Bueno, leerlo, claro que puede leerlo, pero valer para la asignatura, pues no. Pero no lo tiene claro. Le duele que ese best seller pueda valer tres puntos en la evaluación. Él ha procurado que los libros leídos sean de una cierta calidad y teme las aportaciones de los alumnos, aunque a la vez eso significa que están apuntados al carro de la lectura. Otra alumna, cautivada por Flores en el ático está buscando la continuación titulada Pétalos al viento. Alguna otra se ha agenciado 97 formas de decir te quiero. El profesor teme la literatura juvenil pero entiende que ha de permitir la libre expresión de los alumnos.
Curiosamente hoy los alumnos de cuarto de ESO han contestado en el blog de la clase a un decálogo irónico que hace unos días planteaba Antonio Solano en su blog Repaso de Lengua. No les he querido explicar la intención del autor, y ellos espontáneamente le han contestado como pueden ver los lectores de mi blog. La mayoría, para mi sorpresa, defienden la lectura como una actividad convincente. Puedo aclarar que no han contestado condicionados por lo que se supone que habrían de responder. Las respuestas, plagadas de faltas de ortografía, se pueden seguir en su genuina espontaneidad. Los adolescentes con los que tratamos no suelen decir aquello que está programado. Suelen ser sinceros y más cuando el magnífico post citado no revela su intención en un primer nivel de lectura. Ellos se lo han tomado en serio y le han respondido en serio.
Creo que el objetivo de que les guste leer y que lean está siendo conseguido. El problema siguiente es cómo verbalizan su experiencia lectora. Sus palabras son escasas y torpes. Les falta –lógicamente- una formació literaria. La literatura es la pariente pobre de los planes educativos. Prácticamente se ha extinguido en esa combinación de Lengua y literatura que se estila en la ESO y Bachillerato. Me gustaría ver a estos alumnos pudiendo haber estudiado Historia de la Literatura en condiciones. Me los imagino empleando un lenguaje especializado para describir las obras que están leyendo. Toda materia estudiada se asimila cuando se adquiere un léxico apropiado. Ellos, desgraciadamente, no han tenido esa oportunidad, y el profesor ha de contentarse con su espontaneidad y sus limitados recursos. Pero estos valen su peso en oro. Hoy está contento de estos adolescentes absorbidos por el hechizo de los libros.
sábado, 15 de diciembre de 2007
Sesiones de lectura dramática
Uno de los ejercicios más estimulantes de la participación de los alumnos en clase de literatura es la lectura dramatizada de algún texto teatral. Sugiero hacerlo en algunas clases en que el número no supere la quincena. En mi centro desdoblamos las clases de lengua y ello ofrece una oportunidad suculenta de poder leer algunos textos dramáticos. En cuarto de ESO hemos leído, como otros años, Bodas de sangre, y ahora estamos enfrentándonos al último acto de La casa de Bernarda Alba, ambos textos de Lorca.
Los hago colocar en disposición circular y reparto los ejemplares. Hay expectación por saber a qué personajes habrá que representar. En La casa de Bernarda Alba todos son personajes femeninos. El único personaje masculino –que no aparece pero se alude constantemente a él- es Pepe el Romano. La obra es un drama y no una tragedia. Les hago reflexionar sobre la intención de Lorca al hacer esta distinción respecto a la anterior leída y ya citada Bodas de sangre: desaparecen los personajes sobrenaturales y los coros que subrayaban la acción. Hay asimismo una voluntad de realismo fotográfico en blanco y negro. En La casa de Bernarda Alba se enfrentan poderosamente los principios de autoridad y libertad en un universo cerrado y hermético. El sexo aparece como fuerza totalizadora de la libertad humana. Adela y María Josefa se rebelan contra la tiranía de Bernarda Alba, pero la obra acaba dramáticamente y con la palabra “silencio” en boca de la madre, la misma con la que había iniciado su entrada en escena.
La lectura dura unas tres sesiones. El profesor participa leyendo las acotaciones escénicas y explica características de la estructura dramática de la obra. Es importante que se den cuenta de que están ante un texto teatral regido por la economía dramática. Todo lo que se dice en la obra tiene un sentido y subraya la intención del autor. No hay ninguna frase para rellenar.
Les explico que esta obra marca la cima del teatro lorquiano. Fue leída por Lorca a sus amigos en julio de 1936, pocos días antes del inicio de la guerra Civil, pero no fue estrenada en España hasta 1964, veintiocho años después de su escritura. Veo que esto no les asombra demasiado. Mucho me temo que hablarles de dictadura franquista es un tema tan recurrente como poco efectivo. Ellos no pueden saber qué es un régimen dictatorial y la ausencia de libertades, esas que reclaman alguna hijas de Bernarda Alba. Por ello, esta obra tardó tanto en ser representada. Parecía una alegoría de la dictadura franquista con ese terrible ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio! que imponía la protagonista del drama.
Les animo a dar énfasis a lo que están leyendo, a que no dejen caer las palabras, a que se den cuenta de lo que están diciendo. Esto es difícil en una primera lectura y cabría hacer otra segunda lectura matizando las intervenciones, pero esto ya no es posible ni todos los alumnos se implican por igual en la lectura del texto teatral. Hay quienes se dejan llevar por la desidia y la indolencia y no logran extraer las posibilidades dramáticas; otros tienen vergüenza y leen sin soltura. Pero siempre hay quien recoge el testigo y logra dar vida a la obra lorquiana. Depende de los grupos. Hay algunos que leen con vehemencia y la obra adquiere intensidad, y otros en que la lectura resulta plana y aburrida. Depende del número de chicas en el grupo. Estas son más proclives a valorar lo que están leyendo y a identificarse con el universo lorquiano.
Sin duda es una buena actividad. La próxima que leeremos será Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Pienso que puede ser un magnífico texto dramático para continuar con nuestras sesiones de lecturas dramatizadas.
En segundo de bachillerato, estamos leyendo además El caballero de Olmedo de Lope de Vega. Es excitante ver cómo se dan cuenta de que el texto adquiere vida a pesar de estar escrito hacia 1621. Participamos de su enredo y su dramaticidad genial, riéndonos con las bromas de Tello, aunque todos sabemos que la muerte planea como un soplo gélido sobre la obra, y al final sucederá lo irreparable (aunque todo el mundo lo sabía):
Que de noche lo mataron/al caballero, la gala / de Medina, la flor de Olmedo.
No hay duda que el día que toca lectura teatral, la clase se aproxima a ser una fiesta.
La lectura dura unas tres sesiones. El profesor participa leyendo las acotaciones escénicas y explica características de la estructura dramática de la obra. Es importante que se den cuenta de que están ante un texto teatral regido por la economía dramática. Todo lo que se dice en la obra tiene un sentido y subraya la intención del autor. No hay ninguna frase para rellenar.
Les explico que esta obra marca la cima del teatro lorquiano. Fue leída por Lorca a sus amigos en julio de 1936, pocos días antes del inicio de la guerra Civil, pero no fue estrenada en España hasta 1964, veintiocho años después de su escritura. Veo que esto no les asombra demasiado. Mucho me temo que hablarles de dictadura franquista es un tema tan recurrente como poco efectivo. Ellos no pueden saber qué es un régimen dictatorial y la ausencia de libertades, esas que reclaman alguna hijas de Bernarda Alba. Por ello, esta obra tardó tanto en ser representada. Parecía una alegoría de la dictadura franquista con ese terrible ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio! que imponía la protagonista del drama.
Les animo a dar énfasis a lo que están leyendo, a que no dejen caer las palabras, a que se den cuenta de lo que están diciendo. Esto es difícil en una primera lectura y cabría hacer otra segunda lectura matizando las intervenciones, pero esto ya no es posible ni todos los alumnos se implican por igual en la lectura del texto teatral. Hay quienes se dejan llevar por la desidia y la indolencia y no logran extraer las posibilidades dramáticas; otros tienen vergüenza y leen sin soltura. Pero siempre hay quien recoge el testigo y logra dar vida a la obra lorquiana. Depende de los grupos. Hay algunos que leen con vehemencia y la obra adquiere intensidad, y otros en que la lectura resulta plana y aburrida. Depende del número de chicas en el grupo. Estas son más proclives a valorar lo que están leyendo y a identificarse con el universo lorquiano.
Sin duda es una buena actividad. La próxima que leeremos será Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Pienso que puede ser un magnífico texto dramático para continuar con nuestras sesiones de lecturas dramatizadas.
En segundo de bachillerato, estamos leyendo además El caballero de Olmedo de Lope de Vega. Es excitante ver cómo se dan cuenta de que el texto adquiere vida a pesar de estar escrito hacia 1621. Participamos de su enredo y su dramaticidad genial, riéndonos con las bromas de Tello, aunque todos sabemos que la muerte planea como un soplo gélido sobre la obra, y al final sucederá lo irreparable (aunque todo el mundo lo sabía):
Que de noche lo mataron/al caballero, la gala / de Medina, la flor de Olmedo.
No hay duda que el día que toca lectura teatral, la clase se aproxima a ser una fiesta.
miércoles, 12 de diciembre de 2007
Ainhoa
Ainhoa es una alumna catalana que ha euskaldunizado su nombre por su pasión hacia la cultura vasca. Estudia euskera por su propia cuenta, y una de sus mayores ilusiones es conocer el País Vasco al que admira desde la distancia.
Ainhoa es una alumna aparentemente normal que estudia primero de bachillerato de la rama del Científico. Sus notas son promedio de Excelente a lo largo de toda la ESO. Esto y su interés por la cultura, la actualidad, la historia y la literatura la hacen ser una raras avis en un instituto público de la periferia de Barcelona.
Su expediente destaca poderosamente entre todos los del instituto, pero eso no la hace ser una alumna popular. Sus compañeros la ven como extraña y anómala y más de una vez le han jugado malas pasadas y en alguna ocasión éstas han sido hechas con una profunda mala intención. De estas todavía no se ha repuesto y teme todavía que le puedan hacer más daño. Porque Ainhoa, además de inteligente, es extremadamente sensible y siente esa sensación de extrañeza y mala voluntad que concita su personalidad que no esconde su pasión por el conocimiento y en especial la ciencia.
Claro que sus agresoras han sido sancionadas por expedientes administrativos. La dirección del centro tuvo que intervenir cuando tuvieron lugar los hechos más graves; igual que conoce sus fuertes depresiones y sus frustrados intentos de suicidio por creer que sobra y que lo único que quiere es desaparecer.
Su familia le apoya. Su padre le explica que ha de procurarse un fuerte caparazón para que la mala fe de los demás no pueda dañarla, pero ella se siente como una frágil burbujita de jabón a merced del aire. Ainhoa entró en mi mundo interior cuando publiqué un blog titulado Zonas oscuras que un día hice desaparecer. Era demasiado sangrante para ser exhibido. Ella, como alumna, descubrió el enlace y fue siguiendo durante varios meses en silencio los vericuetos de mis estados de postración. Un día recibí un mensaje de ella. Claro que no ponía su nombre. No quería que me sintiera descubierto, pero su ortografía perfecta la delataba, su ortografía y su estilo depurado y claro. Ainhoa ahora publica un blog en el que da salida a su estado de tristeza y desolación. Su tono es sobrecogedor. Se siente amenazada por sus compañeros. Todo es muy sutil pero ella cree no poder más. A veces ansía desaparecer y morir. Está en tratamiento psiquiátrico pero la medicación no le hace efecto. Solamente siente el sabor químico en su boca, pero su tristeza y sus ganas de morir no se atenúan.
Su historia me recuerda demasiado La campana de cristal de Sylvia Plath, un libro lúcido y demoledor en que relata sus años de depresión. Intento –en mis comentarios-animarla como puedo pero no puedo protegerla de esa conjura de los necios que ven en el que destaca un enemigo a batir, a destruir si es posible. Le hablo de hermosos libros que pueden ayudarla como El hombre en busca de sentido del psicólogo austriaco Víctor E. Frankl. Siempre hay sol por encima de las nubes, le digo. El problema de la vida humana es que hemos de dotarla de sentido, hemos de encontrar un motivo para el que vivir. Pero me temo que mis intentos bienintencionados le queden lejos cuando siente dentro de sí esa angustia profunda que le oprime el pecho y le hace ansiar dejar de vivir. Entre tanto sus compañeros que ignoran su fragilidad y la creen indestructible, la hieren tanto como pueden, se burlan de ella, la desprecian… Todo sería una anécdota más de las llamadas relaciones problemáticas en un centro de enseñanza público, a no ser porque hoy desde aquí podemos contemplar los intentos de supervivencia y de ser feliz de alguien cuyo único problema es su inteligencia y su sensibilidad extrema. Si fuera más intrascendente, si fuera menos lúcida, si se acoplara más a esa medianía que desprecia la cultura y ama la incultura de masas, si sintiera menos… probablemente podría soportar mejor su diferencia.
Cuando me cruzo con ella por los pasillos le sonrío. Ella también me sonríe. Nadie sabe de nuestra comunicación. Sigo cada día la evolución de su blog. Hay en él una llamada de auxilio y un intento de encontrar personas que puedan dialogar con ella para salir de esa ominosa soledad en que se encuentra. Una de sus amigas más directas ha dejado el instituto porque se cree también puesta en el punto de mira de sus compañeros por ser diferente también aunque por otros motivos.
Asisto a la situación y no puedo entender cómo los necios son tantos y tan poderosos, cómo alguien que tiene una poderosa inteligencia pueda a la vez ser tan frágil y quebradizo. Me pregunto cómo ayudar a alguien a conservar el deseo de vivir en medio de tanta consternación.
Ainhoa es una alumna aparentemente normal que estudia primero de bachillerato de la rama del Científico. Sus notas son promedio de Excelente a lo largo de toda la ESO. Esto y su interés por la cultura, la actualidad, la historia y la literatura la hacen ser una raras avis en un instituto público de la periferia de Barcelona.
Su expediente destaca poderosamente entre todos los del instituto, pero eso no la hace ser una alumna popular. Sus compañeros la ven como extraña y anómala y más de una vez le han jugado malas pasadas y en alguna ocasión éstas han sido hechas con una profunda mala intención. De estas todavía no se ha repuesto y teme todavía que le puedan hacer más daño. Porque Ainhoa, además de inteligente, es extremadamente sensible y siente esa sensación de extrañeza y mala voluntad que concita su personalidad que no esconde su pasión por el conocimiento y en especial la ciencia.
Claro que sus agresoras han sido sancionadas por expedientes administrativos. La dirección del centro tuvo que intervenir cuando tuvieron lugar los hechos más graves; igual que conoce sus fuertes depresiones y sus frustrados intentos de suicidio por creer que sobra y que lo único que quiere es desaparecer.
Su familia le apoya. Su padre le explica que ha de procurarse un fuerte caparazón para que la mala fe de los demás no pueda dañarla, pero ella se siente como una frágil burbujita de jabón a merced del aire. Ainhoa entró en mi mundo interior cuando publiqué un blog titulado Zonas oscuras que un día hice desaparecer. Era demasiado sangrante para ser exhibido. Ella, como alumna, descubrió el enlace y fue siguiendo durante varios meses en silencio los vericuetos de mis estados de postración. Un día recibí un mensaje de ella. Claro que no ponía su nombre. No quería que me sintiera descubierto, pero su ortografía perfecta la delataba, su ortografía y su estilo depurado y claro. Ainhoa ahora publica un blog en el que da salida a su estado de tristeza y desolación. Su tono es sobrecogedor. Se siente amenazada por sus compañeros. Todo es muy sutil pero ella cree no poder más. A veces ansía desaparecer y morir. Está en tratamiento psiquiátrico pero la medicación no le hace efecto. Solamente siente el sabor químico en su boca, pero su tristeza y sus ganas de morir no se atenúan.
Su historia me recuerda demasiado La campana de cristal de Sylvia Plath, un libro lúcido y demoledor en que relata sus años de depresión. Intento –en mis comentarios-animarla como puedo pero no puedo protegerla de esa conjura de los necios que ven en el que destaca un enemigo a batir, a destruir si es posible. Le hablo de hermosos libros que pueden ayudarla como El hombre en busca de sentido del psicólogo austriaco Víctor E. Frankl. Siempre hay sol por encima de las nubes, le digo. El problema de la vida humana es que hemos de dotarla de sentido, hemos de encontrar un motivo para el que vivir. Pero me temo que mis intentos bienintencionados le queden lejos cuando siente dentro de sí esa angustia profunda que le oprime el pecho y le hace ansiar dejar de vivir. Entre tanto sus compañeros que ignoran su fragilidad y la creen indestructible, la hieren tanto como pueden, se burlan de ella, la desprecian… Todo sería una anécdota más de las llamadas relaciones problemáticas en un centro de enseñanza público, a no ser porque hoy desde aquí podemos contemplar los intentos de supervivencia y de ser feliz de alguien cuyo único problema es su inteligencia y su sensibilidad extrema. Si fuera más intrascendente, si fuera menos lúcida, si se acoplara más a esa medianía que desprecia la cultura y ama la incultura de masas, si sintiera menos… probablemente podría soportar mejor su diferencia.
Cuando me cruzo con ella por los pasillos le sonrío. Ella también me sonríe. Nadie sabe de nuestra comunicación. Sigo cada día la evolución de su blog. Hay en él una llamada de auxilio y un intento de encontrar personas que puedan dialogar con ella para salir de esa ominosa soledad en que se encuentra. Una de sus amigas más directas ha dejado el instituto porque se cree también puesta en el punto de mira de sus compañeros por ser diferente también aunque por otros motivos.
Asisto a la situación y no puedo entender cómo los necios son tantos y tan poderosos, cómo alguien que tiene una poderosa inteligencia pueda a la vez ser tan frágil y quebradizo. Me pregunto cómo ayudar a alguien a conservar el deseo de vivir en medio de tanta consternación.
domingo, 9 de diciembre de 2007
Memorias
Cuando yo estudié no existía la secundaria. A los diez años se iniciaba el Bachillerato lo que suponía un cambio sustancial respecto a los anteriores estudios. De hecho a los nueve cursé el Ingreso tras dos años en primaria. Se nos suponía adultos a la edad que habíamos hecho la Primera Comunión. El bachillerato iniciaba un periplo de seis años más un curso más de Orientación Universitaria. Son historias de otros tiempos en los que la madurez se presuponía. Claro si a los doce años se podía trabajar, a los doce años se podía cursar un sistema duro y exigente, casi sádico, al menos en el colegio religioso donde yo estuve nueve largos años, desde los siete a los dieciséis.
Teníamos profesores de todo tipo: curas frustrados que acabaron siendo miembros de ETA, curas que indagaban en nuestras inquietudes sexuales y nos reunían a los elegidos para enterarse de qué sabíamos de la vida; profesores laicos que nos golpeaban en los dedos salvajemente por no sabernos la lección de Trigonometría; otros nos castigaban por tener las manos debajo de la mesa porque eso era indicio de que nos tocábamos la minina; otros se sacaban pelotillas de la nariz y nos las arrojaban al foro de la clase mediante un pasagonzalo. Eran tardes interminables en que sólo deseabas que no te preguntaran para no exponerte a los sarcasmos habituales del profesor. Al final del día el cura tutor venía y nos hacía rezar el rosario entero. De seis a seis y media de la tarde rezábamos los misterios gloriosos, dolorosos o gozosos con su letanía correspodiente. Teníamos que dedicar cada misterio por una intención: por los enfermos, por los ateos, por los que sufren en el mundo… No discutíamos la autoridad. El ambiente entre nosotros era como el que recibíamos de nuestros superiores: sádico. El débil era machacado. La ley que imperaba era la de la supervivencia. Hubo gente que pasó por aquel sistema, que tienen mi edad, y que no fueron dañados por él. Paloma Díaz Mas, la autora de El sueño de Venecia, recuerda con interés aquellos años y considera que el rezo de las letanías y el rosario le facilitó el aprendizaje del ritmo poético, igual que la práctica de los ejercicios de San Ignacio le ayudó a entender la mística en la comprensión de que todo es efímero y que nuestra alma se desase del cuerpo para unirse con la divinidad. Yo no recuerdo eso, pero sí tardes esperando ante el confesionario para contar al reverendo padre tus pecados. Mentías como un bellaco en la capilla de la escuela. Te parecía tétrica y siniestra, pero te faltaban elementos teóricos para ser capaz de juzgar aquello.
Cuando llegaste a cuarto de bachiller (13 años) –antes de la reválida- cursaste con un bondadoso cura la asignatura de Literatura. Llevabas un grueso libro que te hablaba de los autores de la Literatura Universal. De aquella asignatura te quedó un conocimiento general de los clásicos griegos y latinos, así como de los humanistas italianos para llegar a los realistas del XIX. No recuerdas que te hablaran del grupo poético de 1927. En aquel momento todavía no era en la enseñanza un referente. Tuviste que esperar a cursar Lengua en COU, en una academia privada, para enterarte de que habían existido García Lorca o Vicente Aleixandre o Miguel Hernández. A los once, doce y trece años cursabas latín de forma obligatoria lo que te obligaba junto al conocimiento de la sintaxis y la morfología de la lengua a penetrar en el conocimiento de las estructuras lingüísticas… No discutías, sólo acatabas lo que en aquel momento era la realidad imperante. Te pegaban, pero a ti no se te ocurría ir a casa a contarlo porque entonces te hubieran golpeado más en casa y en el colegio. Aquello era sumisión absoluta ante la autoridad. Desde entonces detestas a los curas y odias la enseñanza religiosa. Años después terminaste siendo profesor en la misma orden en que tú habías estudiado. Fue un curso en los Maristas de Paseo San Juan en Barcelona. Tú habías estudiado en Zaragoza, una ciudad de curas y militares. Evocas tu infancia paseando por el Paseo de Independencia y la calle Alfonso de Zaragoza cuando salías de aquel colegio agresivo y autoritario. Era ya de noche. Vivía Franco y la autoridad era intocable.
Cuando llegaste a la universidad, ésta ardía en movimientos revolucionarios. Leíste a Erich Fromm, a Roger Garaudy, a Teilhard de Chardin, a Samuel Beckett, a Sartre, a Camus, a Alfonso Sastre, a Cortazar, a Juan Goytisolo y te salió el rebelde que llevaba dentro. Te uniste a los partidos de izquierda revolucionaria. Sentiste el deber de cambiar el mundo. De modo que cuando llegaste a la enseñanza como profesor entendiste que tu obligación era transformar el mundo con tus clases. ¡Cómo te lo creías! Disfrutabas introduciendo a tus alumnos en estéticas nuevas y dándoles a conocer la novela negra norteamericana o el Nuevo periodismo representado por Charles Bukowski y Tom Wolfe. La lectura de La Celestina era un ejercicio de reivindicación del cuerpo y del placer. Entonces tenías un discurso rebelde y tus alumnos te escuchaban. Venías de una enseñanza represiva y tenías la oportunidad de cambiar el mundo con la literatura. ¡Qué maravilloso panorama cuando veías a tus alumnos ansiosos de ideas o nuevos sentimientos!
Teníamos profesores de todo tipo: curas frustrados que acabaron siendo miembros de ETA, curas que indagaban en nuestras inquietudes sexuales y nos reunían a los elegidos para enterarse de qué sabíamos de la vida; profesores laicos que nos golpeaban en los dedos salvajemente por no sabernos la lección de Trigonometría; otros nos castigaban por tener las manos debajo de la mesa porque eso era indicio de que nos tocábamos la minina; otros se sacaban pelotillas de la nariz y nos las arrojaban al foro de la clase mediante un pasagonzalo. Eran tardes interminables en que sólo deseabas que no te preguntaran para no exponerte a los sarcasmos habituales del profesor. Al final del día el cura tutor venía y nos hacía rezar el rosario entero. De seis a seis y media de la tarde rezábamos los misterios gloriosos, dolorosos o gozosos con su letanía correspodiente. Teníamos que dedicar cada misterio por una intención: por los enfermos, por los ateos, por los que sufren en el mundo… No discutíamos la autoridad. El ambiente entre nosotros era como el que recibíamos de nuestros superiores: sádico. El débil era machacado. La ley que imperaba era la de la supervivencia. Hubo gente que pasó por aquel sistema, que tienen mi edad, y que no fueron dañados por él. Paloma Díaz Mas, la autora de El sueño de Venecia, recuerda con interés aquellos años y considera que el rezo de las letanías y el rosario le facilitó el aprendizaje del ritmo poético, igual que la práctica de los ejercicios de San Ignacio le ayudó a entender la mística en la comprensión de que todo es efímero y que nuestra alma se desase del cuerpo para unirse con la divinidad. Yo no recuerdo eso, pero sí tardes esperando ante el confesionario para contar al reverendo padre tus pecados. Mentías como un bellaco en la capilla de la escuela. Te parecía tétrica y siniestra, pero te faltaban elementos teóricos para ser capaz de juzgar aquello.
Cuando llegaste a cuarto de bachiller (13 años) –antes de la reválida- cursaste con un bondadoso cura la asignatura de Literatura. Llevabas un grueso libro que te hablaba de los autores de la Literatura Universal. De aquella asignatura te quedó un conocimiento general de los clásicos griegos y latinos, así como de los humanistas italianos para llegar a los realistas del XIX. No recuerdas que te hablaran del grupo poético de 1927. En aquel momento todavía no era en la enseñanza un referente. Tuviste que esperar a cursar Lengua en COU, en una academia privada, para enterarte de que habían existido García Lorca o Vicente Aleixandre o Miguel Hernández. A los once, doce y trece años cursabas latín de forma obligatoria lo que te obligaba junto al conocimiento de la sintaxis y la morfología de la lengua a penetrar en el conocimiento de las estructuras lingüísticas… No discutías, sólo acatabas lo que en aquel momento era la realidad imperante. Te pegaban, pero a ti no se te ocurría ir a casa a contarlo porque entonces te hubieran golpeado más en casa y en el colegio. Aquello era sumisión absoluta ante la autoridad. Desde entonces detestas a los curas y odias la enseñanza religiosa. Años después terminaste siendo profesor en la misma orden en que tú habías estudiado. Fue un curso en los Maristas de Paseo San Juan en Barcelona. Tú habías estudiado en Zaragoza, una ciudad de curas y militares. Evocas tu infancia paseando por el Paseo de Independencia y la calle Alfonso de Zaragoza cuando salías de aquel colegio agresivo y autoritario. Era ya de noche. Vivía Franco y la autoridad era intocable.
Cuando llegaste a la universidad, ésta ardía en movimientos revolucionarios. Leíste a Erich Fromm, a Roger Garaudy, a Teilhard de Chardin, a Samuel Beckett, a Sartre, a Camus, a Alfonso Sastre, a Cortazar, a Juan Goytisolo y te salió el rebelde que llevaba dentro. Te uniste a los partidos de izquierda revolucionaria. Sentiste el deber de cambiar el mundo. De modo que cuando llegaste a la enseñanza como profesor entendiste que tu obligación era transformar el mundo con tus clases. ¡Cómo te lo creías! Disfrutabas introduciendo a tus alumnos en estéticas nuevas y dándoles a conocer la novela negra norteamericana o el Nuevo periodismo representado por Charles Bukowski y Tom Wolfe. La lectura de La Celestina era un ejercicio de reivindicación del cuerpo y del placer. Entonces tenías un discurso rebelde y tus alumnos te escuchaban. Venías de una enseñanza represiva y tenías la oportunidad de cambiar el mundo con la literatura. ¡Qué maravilloso panorama cuando veías a tus alumnos ansiosos de ideas o nuevos sentimientos!
sábado, 8 de diciembre de 2007
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