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viernes, 26 de febrero de 2016

La Vanguardia gratuita en los centros públicos




Hace varios años que en mi instituto se recibe La Vanguardia gratuitamente. Aproximadamente setenta ejemplares diarios, tanto en catalán como en castellano. Se dejan a la entrada del centro y los coge quien quiere. Los profesores se abalanzan con agilidad hacia ellos cuando llegan a primera hora y los alumnos también cogen ejemplares hasta que se acaban. Es una hermosa manera de acostumbrar a los jóvenes a la lectura del periódico. Esta sería una interpretación piadosa del hecho de que La Vanguardia se reparta gratuitamente en centros públicos, trenes y otros lugares no especificados. Su lema es “El periódico que más se vende y se lee”. Genial. ¿Qué hay detrás? ¿Por qué se regalan periódicos cuyo coste es ciertamente elevado? No es difícil seguir la pista a esta generosidad. El gobierno de la Generalitat concede sustanciosas subvenciones a los medios según su tirada. A más tirada, más subvención. Si se regalan cien mil ejemplares (no tengo cifras fehacientes), la subvención es muy superior. Pero en un tiempo en que la prensa pasa terribles dificultades y sus ventas han caído en picado, ¿no es algo extraño que se regalen ejemplares? ¿Quién de mis estimados compañeros que cogen La Vanguardia gratuitamente va a comprar un periódico por 1.60€?

El otro día plantee el problema en clase de segundo de bachillerato y mis alumnos no veían ningún problema en que la prensa se repartiera gratuitamente y consideraban normal que sea la Generalitat quien pague su difusión. Al fin y al cabo, la prensa digital es gratuita y es normal que no se venda prensa. Además hay diarios que se reparten asimismo gratuitamente en el metro como 20 Minutos.

Pero, ¿una prensa subvencionada por el poder político será independiente? –les pregunté-. Bueno, también está la publicidad, me dijeron. Yo les seguí diciendo que si un diario depende únicamente de las empresas anunciantes y del poder político nunca podrá ser independiente, porque quien da independencia a los diarios son sus lectores que pagan el precio del ejemplar. Compran libertad de expresión con su contribución económica. Pero la realidad es que la venta de diarios se ha desplomado y los ingresos por publicidad también han disminuido radicalmente. Todos los grandes diarios del mundo se enfrentan a una gigantesca crisis que puede suponer su desaparición más o menos inmediata. Sin una economía no dependiente del poder de empresas y político los diarios no pueden tener una infraestructura que permita el periodismo de investigación que se enfrente al poder en todas sus facetas, no pueden tener corresponsalías en las distintas capitales del mundo para no depender de las agencias, no pueden tener una plantilla en condiciones no tercermundistas, no pueden ejercer la libertad ni la independencia. Son diarios frágiles ante el poder.

La crisis de la prensa que vivimos hace que en pocos años pueda desaparecer el periodismo independiente. Se me dirá que la prensa en tal caso será totalmente digital. ¿Vamos a pagar por el acceso a un diario digital una cantidad elevada anualmente? Mucho tendrá que cambiar la cultura de este país en que todo ha de ser gratuito para que alguien pague por el acceso a los distintos diarios. Claro que hay diarios exclusivamente digitales como Diario.es, El Confidencial, Público...  que intentan mantener su independencia pero entiendo que sus medios tienen que ser muy limitados a pesar de sus buenos propósitos. Supongo que esto es el futuro: pequeñas empresas casi domésticas que intentan ejercer el periodismo en condiciones de no sumisión al poder. Pero no me salen las cuentas sin la aportación solvente de lectores que mantengan al diario.

Para mí es un pequeño drama porque soy lector de la prensa de papel desde muy pequeño. En mi casa se compraba el periódico y yo he seguido comprándolo religiosamente toda mi vida. Soy suscriptor de El País, aunque es posible que este sea el último año. El capital de la empresa de El País y el grupo Prisa actualmente no resguarda precisamente su independencia de factores externos, incluidos los países del Golfo Pérsico y algún gran banco. Es un periódico que ha crecido conmigo al que guardo un afecto aunque, claro, ahora sabemos que es un diario al pairo de intereses económicos y financieros evidentes, no precisamente limpios.  

¿Y La Vanguardia gratuita? Sin duda, un hecho de corrupción flagrante. Al poder político nacionalista en Cataluña le interesan diarios que expresen su ideología y lleguen al mayor número de sitios posible, incluidos los alumnos de la ESO, profesores, funcionarios en general. Es un mecanismo de control ideológico más. Por eso le permite que el diario del conde de Godó falsee sus ventas con la entrega gratuita de ejemplares que producen entre otras cosas que la gente no compre periódicos, que los quioscos de prensa cada vez sean menos rentables y que terminen cerrando.

Pero mis compañeros, a pesar de la carta abierta que envié reflexionando sobre ello, siguen cogiendo alegremente el diario y mis alumnos entienden, como he dicho, que es normal que sea el Govern de la Generalitat quien pague la difusión de la prensa con sus subvenciones. 

Consecuencia: la prensa y los medios de comunicación en esta Cataluña maravillosa en que vivo están totalmente secuestrados.


lunes, 15 de febrero de 2016

¿Deberíamos hablar del futuro a nuestros alumnos?


Hoy en clase de tercero de ESO que había tratado de métrica, han aparecido en algunas conversaciones con los alumnos temas que nos han fascinado. El profesor había leído el artículo de El País sobre Inteligencia Artificial centrado en el neurocientífico computacional y matemático Nick Bostrom que coordina en Oxford un grupo de filósofos, tecnólogos, físicos, economistas y matemáticos para especular sobre el futuro inmediato de la humanidad y de los peligros que conlleva. Uno de ellos, entre muchos otros, es el progreso de la AI (Inteligencia Artificial) sobre la que Stephen Hawking ha alertado. Porque, en efecto, es cuestión de décadas para que dicha inteligencia iguale y supere a la humana que la ha programado y creado. No es ciencia ficción ya considerar que las máquinas dominan el mundo y que, llegado un momento, tomen conciencia de sí mismas y aprendan por sí solas. La mayor parte de los expertos mundiales en AI creen que esto pasará en torno a la década de 2040-2050, el espacio de vida de los adolescentes que estaban conversando conmigo y que se sentían implicados y fascinados por el tema. Ellos lo vivirán. Nick Bostrom en su charla en TED habla de que habrá que inocular a las máquinas valores morales y éticos equivalentes a los humanos y que aún tenemos tiempo de hacerlo. Esto me ha recordado las tres leyes de la robótica que plasmó Isaac Asimov en Yo robot. Un alumno, Rodrigo, rápidamente las ha localizado en su ordenador. Nerea y Andrés intervenían con pasión en la conversación que les concernía directamente. Es su futuro, y no dedicamos ni un segundo para hacerles reflexionar sobre el tiempo que ellos van a vivir y las amenazas planetarias que existen sobre la humanidad.

Es increíble pensarme a mí con catorce años e imaginar el futuro que iba a contemplar. Nadie podría haberlo imaginado. Cuando comencé en la escuela acababan de incorporarse los bolígrafos como instrumento de escritura. Todavía en el colegio al que fui había los agujeros para los tinteros en que se mojaban las plumas para escribir. El progreso ha sido vertiginoso. Igual que en aquel entonces era imposible imaginar el futuro, del mismo modo imaginar el de estos chavales cuando tengan cincuenta años, hacia el año 2050 aproximadamente es imposible, pero el avance de la tecnología, que ya ha sido espectacular, se desarrollará a velocidad creciente, de modo geométrico. El mundo de su futuro es inimaginable. Los progresos en robótica, nanotecnología, biotecnología, genética ... son tan potencialmente prodigiosos que en los próximos veinte años veremos dicha evolución a velocidad acelerada. La mente humana se ha expandido con la red global que es internet y actúa como un cerebro mundial que es cada vez más poderoso. A nuestros tres cerebros se ha añadido el global, nuestra conciencia se ha expandido. Nada es como era hace veinte años, cuando yo navegué por primera vez en internet.

Pero no solo es la tecnología lo que pende sobre la humanidad, pensará alguno de los lectores, no. Es también el proceso de degradación biológica y climática del planeta, el aumento de enfermedades nuevas propagadas por agentes infecciosos, el peligro de guerra cibernética, biológica y nuclear, el aumento de uso de drogas para el bienestar humano para evitar el dolor...  

¿Podremos controlar el mundo? ¿Somos conscientes del futuro inmediato a todos los niveles? Los robots irán desarrollando funciones propias de los seres humanos, de hecho ya lo están haciendo. En veinte años habrán desaparecido centenares de millones de puestos de trabajo. ¿Nos dirigimos a una sociedad envejecida y del ocio? ¿Cómo afrontaremos la desigualdad económica del planeta? ¿Se creará una renta básica universal para todos los seres humanos? ¿Podremos vivir sin trabajar cuando el trabajo da sentido a tantas personas? ¿Podremos vivir en una sociedad del ocio? ¿La vida humana se extenderá más allá de los ciento diez años, tal vez ciento veinte? ¿Las células cancerígenas que se autorreplican servirán de modelo para retrasar o frenar el envejecimiento? ¿Cómo serán las estructuras de poder democrático en un mundo globalizado? ¿Cómo es el futuro? ¿Qué sabemos de él?

Uno contempla el mundo y ve por un lado el avance prodigioso de la tecnología y, por otro, los conflictos crecientes, la pobreza, las migraciones, el cambio climático, la deforestación, el declive de los mares, la dependencia de los artefactos móviles...

No tengo respuestas para nada, pero a estos muchachos que ahora tienen catorce años (por decir una edad a la que doy clase) nadie les habla del futuro, solo del pasado en una educación memorística y anticuada que no reconoce su condición de seres humanos que van a vivir una época terriblemente compleja y convulsa que no llegamos siquiera a imaginar. Los profesores entran en clase con su saber avejentado y hablan y hablan como si el futuro no estuviera ya aquí, como si ese todavía lejano 2050 en que las máquinas superarán a los seres humanos como conciencias pensantes no fuera un escenario posible y probable. Da igual si es cinco años antes o diez años después. El caso es que nadie habla del futuro. Hoy me he dado cuenta por la pasión con que han charlado conmigo fuera de la hora de clase unos muchachos que han visto el futuro que se cierne sobre ellos y sobre el que nadie, nadie, les está alertando como si viviéramos en una burbuja de aislamiento sensorial y no consideráramos para nada la evolución en que estamos a base de continuas revoluciones que van a transformar todo. Creo que tendría que tener derecho a saber, a que alguien les hablara del futuro. Pienso.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El profesor, más cerca de Jung que de Freud...


Lo que he aprendido como profesor durante más de treinta años es sencillo: nunca estar satisfecho, nunca creer que se tienen todas las claves porque se tenga mucha experiencia en el tiempo. Un profesor es siempre un aprendiz en todos los sentidos. Su trabajo es evanescente. Es como trazar una línea en la arena junto al mar. Totalmente transitorio, precario, impredecible. El profesor debe ser una persona del tiempo que está viviendo. Esto es importante. No puede quedarse atrás por pereza o falta de ganas de adaptarse. Su trabajo exige una permanente adaptación al tiempo histórico y existencial del momento. Debe leer la prensa, conocer los avances de la ciencia, la cultura y la tecnología. Tener conciencia de los grandes desafíos de la humanidad, de sus lacras, de sus injusticias. Debería ser un hombre o mujer comprometido con su alumnado, con su realidad, con sus circunstancias, que se insertan en un momento dado de la historia. Y como todo momento de la historia es efímero. Su filosofía tiene más que ver con Heráclito que con Parménides. Todo está en perpetuo estado de transformación. Un día no es igual a otro día, un curso no es igual a otro curso, los adolescentes no son siempre iguales, los profesores no son siempre iguales a sí mismos. El profesor está mutando, igual que sus alumnos. La cuestión es sincronizar ambas mutaciones. Si se produce el encuentro, las cosas funcionarán por un tiempo. No es una garantía para nada. El profesor debe seguir buscando a los sujetos de su materia que no permanece estancada en un saber consensuado y fijo. No. 

"Las palabras que mejor definen la educación son dinamismo, cambio, transformación. Fuego".

El profesor y los alumnos son viajeros en el tiempo. No puede haber miradas atrás. No sirven. Solo miradas al presente para intentarlo comprender o, si no, al menos, acercarse a su latido. Miradas al presente y un presentimiento de futuro. ¿Qué es hoy? ¿Qué puede ser mañana? ¿Qué necesitarán estos muchachos en veinticinco años de lo que yo hoy les estoy ofreciendo? ¿Qué necesitan retener? ¿Acaso hay algo inmutable que deba ser para siempre? Sí, un instrumento, el lenguaje. Este sirve para abrir los ojos ante el mundo, para transformar lo dado en algo potencialmente deseable. El lenguaje en cualquiera de sus vertientes nos ayuda a desentrañar la madeja de la incertidumbre. Somos profesores de lenguaje, de lenguajes, en muchas áreas. Este es el instrumento de nuestra profesión. Atados al tiempo que no cesa. 

"Un profesor y un alumno se ligan espiritualmente en esa búsqueda incierta. Y utilizan el lenguaje para encontrarse. Dos perspectivas vitales distintas pero que logran sincronizarse en el frenético devenir de los días". 

No hay detención posible. Solo implementación de futuro en un construir instrumentos que nos liguen al cambio, imposible de detener. El profesor que se detenga, que no pueda seguir, quedará anclado a la pata de su cama. Y se perderá el horizonte de lo que vendrá. El profesor en cierta manera es un pequeño filósofo que no sabe solo de su materia sino que se interroga constantemente si es correcto lo que piensa. Vive en un proceso metacognitivo en que es también un salvaje que alienta a sus alumnos a danzar con el torso desnudo y antorchas encendidas en un rito de iniciación y gritos de esperanza en el amanecer que será siempre otro: ¿podría ser de otra manera? Los hombres salvajes y nosotros tenemos mucho en común, y esto debe proyectarse en nuestro modo de dar clase. La clase es una asamblea de emociones y el profesor abre su corazón y su mente delante de sus alumnos para que ellos también puedan hacerlo. En cierta manera es una tribu presocrática que celebra los rituales de hermandad en un conocimiento que se está transformando. Los guerreros necesitan elixir para seguir cazando en las llanuras que serán su futuro. El profesor no debe ser necesariamente un asceta ni una esfinge. No. El profesor también se unirá a la caza. Su acción se desarrolla por la exfluencia, un concepto que expresa la mezcla de tiempo y conocimiento mediante un proceso de acercamiento mutuo.

Ser profesor es un desafío, una forma de dar un hachazo a la selva primigenia donde todo estaba confuso y los seres humanos se hundían en las ciénagas. Hace milenios logramos salir de allí y desde entonces seguimos caminando de un anochecer a otro, de un día a otro, que nunca son iguales, que siempre tienen tonalidades distintas.

Estamos más cerca de Jung que de Freud. 

"Parece una situación sencilla esa de entrar en un aula y mirar a los ojos a los alumnos y decir... ¿decir qué?"


Eso debe ser diferente cada día, cada año, cada estación. El tren no se detiene y avanza implacable. Cuando se está cansado, uno debería irse a la montaña y dejarse devorar por las alimañas como en La balada de Narayama. Tal vez después del sueño, surja de nuevo la pasión de enseñar.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Una enseñanza en conflicto con la vida


Hoy he salido del instituto saturado tras seis horas con adolescentes. Nadie puede imaginar lo que es esto, teniendo en cuenta que me gustan esta pandilla de locos con acné, hinchados de hormonas en plena edad del pavo. Nadie puede imaginar lo que es torear tantos estados de ánimo alterados, en estado de ebullición, con conciencia plena de que cada uno de ellos es  lo más importante del mundo. Las cosas no salen muchas veces como el profesor ha previsto. Todo está abierto a la entropía y al desastre. O a la broma colectiva. Esa es otra constante, todo está siempre a punto de saltar por los aires mediante carcajadas contagiosas.

"Cada hora que añadimos al horario están más alterados. Son seis horas de atención a materias abstrusas e incomprensibles. Tienen ganas de moverse, de hablar, de evadirse de la clase, de levantarse, de mirar por la ventana, de reír ..."
 
Yo me pregunto –solo es una pregunta capciosa- si es lógico crear centros de confinamiento de adolescentes, cerrados con verjas, donde han de estar largos periodos cada día atendiendo a materias dispares en las que cree cada profesor que es lo más importante del mundo lo que explica. ¿Es posible que sea beneficioso a nivel mental este estado de tensión irresoluble entre su naturaleza inquieta y la inmovilidad a que los obligamos, sentados, copiando fórmulas, dictados, teorías, ejercicios sin final cuyo valor ellos desconocen y nosotros también? 

"¿Es sana intelectualmente esta organización de la enseñanza académica que no tiene nada que ver con la vida?"

La instrucción obligatoria sin duda es una conquista de las sociedades. Pero, llegados a un extremo, esta obligatoriedad que pretende que cada alumnito sea un pequeño licenciado Vidriera en cada una de las materias, ¿no es un absurdo?

La organización de los centros de enseñanza es coercitiva. Recintos casi militarizados de los que no se puede salir. Y en los que han de estar un montón de horas encerrados, sin movilidad. No es extraño que cuando suena el timbre de cada clase, estalle la emoción contenida y se disparen la conflictividad, los gritos, los saltos y peleas, las discusiones, las bromas en voz altísima, el desorden. Y ya no digamos cuando suena el timbre de final de jornada. ¿Se imaginan la desbandada que hay en las aulas? Pugnan por salir como cohetes los alumnos pero también los profesores que también se ven encerrados en ese sistema alucinantemente ilógico. Las escaleras se convierten en calderas de presión que se ven desalojadas con una potencia irrefrenable: ¡Libertad! ¡La calle! ¡Podemos irnos a casa!

No nos engañemos, yo vivo de esta falacia. Soy profesor y he de suponer que es bueno este sistema de escolarización. Todo es cuestión de aguantar y esperar la hora de salida. Pero ¿no podríamos idear aunque solo fuera intelectualmente un sistema más flexible, libre y concorde a su naturaleza de jóvenes guerreros?

Llevo un trimestre dando clase. Tengo la impresión de que con el sistema de Flipped Classroom he logrado comprimir toda la materia del curso. ¿Es necesaria mucha más información académica de la que he dado en estos tres meses realmente intensos? 

"¿No podriamos teorizar un mundo educativo lleno de actividades en que el movimiento fuera fundamental: teatro, música, dibujo y pintura, danza, deporte, excursiones por la naturaleza científicas, fotográficas, exploratorias...? "

Claro que tendría que haber información sobre el uso de la lengua especialmente, matemáticas a nivel básico, idiomas conversando con muchachos de otros países, biología, historia ... Pero de un modo en que la información fuera útil, no pretendiendo crear especialistas y futuros licenciados.

El resultado de nuestro sistema es de una productividad realmente baja. No retienen ni un cinco por ciento de la información que les damos y lo echo por lo alto. No aprenden idiomas, la mayor parte de lo que se enseña es inútil. Yo para nada he necesitado toda la formación matemática que recibí a lo largo de mi escolarización. Para nada.

Se me dirá que estoy redescubriendo Summerhill: una enseñanza no coercitiva, sin calificaciones, en la naturaleza, consciente de las emociones y la sexualidad, con libertad de asistencia, centrada en la felicidad y en la creencia de que el hombre es bueno por naturaleza. Puede ser. No sé.

Lo que sé es que este modelo no es sano y no es efectivo. Solo produce un infinito hastío y agotamiento a muchachos y profesores que solo ansían salir corriendo de ese lugar en que se hayan encerrados siete horas al día en actividades la mayor parte absurdas, contrariando los instintos y emociones fundamentales.


Y a esto hay que añadir las tareas para casa que ocupan, si se toman en serio, un tiempo muy importante que prolonga la jornada escolar.

Sin duda, esta escuela está ideada para una sociedad que reproduce los esquemas de poder y para una organización industrial del conocimiento. 

lunes, 30 de noviembre de 2015

Diario de un reportero en las aulas


Yo no tenía vocación de profesor, lo he contado en alguna ocasión. Yo quería ser, desde que recuerdo a mis doce años, periodista. A esa edad editaba una revista, en el colegio de curas donde estaba, de la que había solo un ejemplar que iba pasando por toda la clase. En ella copiaba a bolígrafo, con caligrafía no muy esmerada, noticias que recogía de la prensa, algún relato inventado por mí, pegaba fotos que recortaba ... Esta revista me supuso una incautación de sus veinte números, que llegó a alcanzar, por parte del cura sobón que era el tutor de la clase. En uno de los números, había un relato algo erótico producto de la confusión de la adolescencia. Llamó a mis padres. Fue el primer acto que contravenía la ordenanza del sistema en una educación autoritaria y gris. Años después fue la verdadera experiencia como director de una revista parroquial de un club juvenil, porque en los estertores del franquismo los jóvenes nos reuníamos en clubes juveniles para juntarnos chicos y chicas en un tiempo que los colegios nos tenían separados por sexos. ¡Qué pasión me produjo dirigir una revista y que de ella se hicieran cuarenta ejemplares! Los vendíamos a cinco pesetas cada uno y eran para los miembros del club. 

"Allí tuve que defender la libertad de expresión cuando murió Picasso del que publiqué una necrológica alabando su aportación al arte. Una muchacha, próxima al falangismo, quiso evitar que apareciera aquel artículo pero yo me cuadré e hice que se publicara lo que provocó la dimisión de Mari Ángeles, la subdirectora joseantoniana".

Fue una verdadera escuela de buen periodismo aquella revista, titulada Nosotros en la que entrevistamos a algunos prohombres famosos como Forges, Papillón, Xavier Cugat... Yo escribía artículos más bien o cómicos o reflexivos. Me encargaba de la edición de la revista a ciclostil en un convento de monjas de clausura que eran las que tenían la multicopista. Ello me llevó a mantener interesantes conversaciones con la hermana que se encargaba de tirar la revista. Tal vez por ello y por las monjas de mi infancia, guardo buen recuerdo de las religiosas que he encontrado en mi vida. Aquella revista alcanzó unos 18 números hasta que entramos en la universidad y nos distanciamos del club Virgen del Carmen. Recuerdo aquel tiempo con un cariño especial.


Pero yo no tenía vocación de profesor en ningún caso. No había facultad de periodismo en Zaragoza y hube de empezar en una genérica de Letras –aunque había estudiado bachillerato de ciencias-. Así comencé Filosofía y Letras en su rama de Filología. Nunca supuse en aquel momento que terminaría dando clases. Me atraía la Historia y la Filosofía. La Literatura fue posterior, a partir de cuarto –antes las carreras tenían cinco años-. Me especialicé en Filología Hispánica. Y de ahí salió un profesor, pues ¿qué hacer con semejante título si yo no tenía madera de investigador para quedarme en la universidad? Ser profesor fue una salida lógica pero no vocacional y sigo sin tener vocación de profesor. A veces me gusta serlo, pero lo veo desde una posición externa y periférica que no está dentro de la profesión. Me gusta el contacto con jóvenes. Hay algunos en que intuyo que tienen inquietudes intelectuales y me gusta estimularlos. Pero soy un outsider en la profesión. Estoy dentro pero la miro desde fuera. Soy otras muchas cosas antes que profesor. Este es mi modus vivendi e intento hacerlo lo mejor que sé y me dejan hacerlo. No es fácil. Es una profesión complicada y sometida a un intenso desgaste emocional. Recuerdo el último viernes el agotamiento mental con que salí de clase tras una semana intensa. La tristeza y el desánimo me dominaban. Tuvo que pasar todo el viernes y buena parte del sábado para que mi ánimo se recuperara. Puedo entender en buena parte a mis alumnos pero estoy en el otro lado. He de hacer que aprendan y no es fácil en un tiempo con tantas distracciones. Y no soy capaz de urdir discursos convincentes para hacerles recapacitar. Solo sé hacer. Promover acciones que lleven a aprender. Sé lo liviana que es la memoria, sé lo poco interesantes que son los temas de sintaxis pero he de procurar que aprendan aunque a mí me gustaría aprovechar el tiempo en otras cosas más atractivas. Deploro que en esta profesión haya tanto individualismo y que haya tanto derrotismo. Pero lo veo desde fuera sin identificarme con ello. Soy como un visitante a tiempo completo pero externo. Es como si viera la enseñanza a muchos años vista y me diera cuenta de que mucho de lo que hacemos es totalmente inútil y me gustara trabajar más para el muchacho que algún día se dará cuenta de otras cosas. 

"Tal vez al periodista que fui le gustaría poder contar la historia de un hombre que ha sido muy feliz siendo profesor y también muy infeliz. He vivido cosas que nunca podré contar ni siquiera a mis más íntimos amigos y menos escribir para nadie".

He vivido esta profesión desde muchos ángulos. No sé si soy un héroe o un bribón. No sé si soy Arlequino o un chamán como reflexionaba Toni Solano, un hombre con verdadera vocación de profesor. Tengo una visión existencial del aula. No puedo pensar en términos de sistema educativo. No me interesa. No quiero formar cachorros para la sociedad productiva. No. Quiero promover salvajes, capaces de pensar por sí mismos, pero no sé si esto es real o no. No sé si nada hay de esto en mi pedagogía presuntamente libertaria. Ya he dicho que soy un invitado a estos centros de enseñanza en que ha pasado buena parte de mi vida y en los que he disimulado lo que era: un extraño que algún día contará qué hace un reportero dentro de las aulas, pero eso será cuando recupere la libertad de acción. En todo caso, me lo paso bien y a veces mis alumnos me ven sonriéndome sin saber muy bien de qué me río. Son cosas mías en contacto con estas fierecillas que tanto me gustan.

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