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domingo, 1 de diciembre de 2019

Galdós



El 4 de enero se cumplen los cien años de la muerte de Galdós, el escritor español más olvidado y cuya obra sigue siendo desconocida para la mayor parte de los españoles. Galdós ocupó una parte de mi vida en que leí prácticamente todo lo que había escrito, incluidos los Episodios Nacionales. Ahora veinticinco años después de aquella fiebre galdosiana he vuelto a leer una de mis novelas favoritas, Angel Guerra (1891) que da inicio al llamado periodo espiritualista siguiendo la estela de Tolstoi. Leer a Galdós es una experiencia increíble, léase lo que se lea. Es un escritor de una fuerza plástica y narrativa formidable. Admirador de Dickens –tradujo del francés Los papeles póstumos del Club Pickwick- y de Balzac, introdujo el realismo y naturalismo europeos en España. Sus novelas son prodigiosas representaciones del Madrid del siglo XIX llenas de vida y de coherencia narrativa. Si hubiera escrito en inglés probablemente Galdós sería un escritor universal a la altura de Henry James. Su materia narrativa fue el Madrid castizo de donde extrae sus vivos personajes llenos de fuerza, especialmente los femeninos. Los que han tenido ocasión de leerlo no pueden olvidar la galería brillante de personajes que dan soporte a sus novelas repletas de dramatismo y de fuerza narrativa. 
La derecha más conservadora impidió que se le concediera a Galdós el premio Nobel en 1912 y años siguientes. Su visión progresista de la vida española había abierto regueros de resentimiento contra el autor canario. Su obra teatral Electra, de talante anticlerical, le había enajenado a la derecha moralizante española. Pero es el escritor español, junto a Valle Inclán y Lorca, que más hubiera merecido el galardón sueco.

Esto no pretende ser un artículo de la Wikipedia, para saber de Galdós hay muchos medios. Esta es la visión entusiasta y admirada de un lector apasionado de su obra que se ha reencontrado con un texto suyo y sigue sintiéndose subyugado por el genio y la amenidad de sus novelas. Los lectores de este blog están invitados a leer o releer a Galdós, el escritor español más relevante después de Cervantes. ¿Sugerencias? Muchas. Empiecen por Marianela, sigan con Tormento,  lean Ángel Guerra, NazarínMisericordia, El abuelo… Les aseguro que disfrutarán muchísimo.  Es un narrador de primer orden. Cualquier novelista español actual es un pálido reflejo de lo que fue Galdós. A su entierro fue el pueblo de Madrid. Acudan a recuperarlo. No dejen pasar la ocasión de visitarlo o revisitarlo. Es una experiencia única.

sábado, 12 de octubre de 2019

El mito de la lectura

                                                                         Johann Wolfgang von Goethe
Permítanme que les incomode en algo sobre lo que parece haber un consenso universal de la derecha y la izquierda biempensante. ¡Algo increíble! Todos tienen entre sus presupuestos básicos que leer es bueno y, animados por ese pensamiento generalizado y aparentemente obvio, quieren fomentar la lectura en los niños y adolescentes, así como en toda la población en general. Todos parecemos estar de acuerdo en que promocionar la lectura estimula un montón de elementos y facultades del ser humano que nos llevan a la imaginación, la amplitud de miras, la buena ortografía, la tolerancia, la curiosidad, la grandeza de ánimo, los valores democráticos…

Y así en la escuela primaria y secundaria es objetivo fundamental introducir a nuestros alumnos en el maravilloso mundo de la lectura que descubre universos diferentes en que se pueden vivir otras vidas y ampliar nuestra cultura. Llevo muchos años en este empeño pero no lo tengo claro. No sé por qué la lectura es una actividad superior o más elevada que jugar al fútbol o ser aficionado a ver películas porno. En mi historia como profesor han pasado muchos alumnos. No tengo claro que los que se hicieron lectores sean mejores personas que los que no leen un libro nunca. Conozco a algunos de estos y no tengo nada que reprocharles. Ni puedo decir que tengan un espíritu más reducido que los que son lectores. No pienso que la lectura abra mundos o perspectivas sino al que previamente estaba preparado para que se las abriera. Conozco a lectores contumaces que son apocados, depresivos, con mala conciencia de sí mismos, que tienen pésima ortografía. Tengo el honor de conocer, en cambio, a excelentes personas, abiertas, llenas de humanismo y sentido del humor que viven en la realidad y que no leen jamás un libro. Su espíritu es abierto y nada sectario. No sé cómo han llegado allí si no han leído libros que estimularan su curiosidad intelectual. Y se hacen preguntas importantes y las resuelven bien. Por el contrario, sé de lectores impenitentes y viajeros que han dado la vuelta al mundo siete veces que tienen un espíritu reducido y limitado. También sé de lectores a los que la lectura ha llevado a ser mejores personas. Pero pienso que hubieran llegado de todas maneras incluso sin leer.

Los profesores hemos de dedicar una energía enorme en defender ese principio intocable de que leer trae consecuencias realmente extraordinarias y hemos de hacer leer a nuestros alumnos obras muchas veces banales para estimular su competencia lectora. Damos por supuesto que leer es un proceso complejo que hay que estimular poco a poco ofreciéndoles menús a su medida. No se llega a Ana Karenina así como así. Hay que empezar con cosas más a su alcance para potenciar su capacidad lectora. Y yo pienso que leer es como cualquier otra afición. Como jugar al ajedrez, al parchís, a los bolos, al fútbol… Tiene una pátina intelectual asociada en nuestra civilización que lo hace ser especial.. Nadie osaría defender que leer o no es indiferente. Yo lo hago. Lee el que tiene ganas, el que le sale, el que lo necesita… y éste no necesitará campañas de promoción de la lectura igual que al que le gusta el fútbol no necesita que le demuestren obligatoriamente que el fútbol es hermoso. No necesitamos leer para ser abiertos o tolerantes. La clave está en otro lado. Nadie tiene que demostrar que el amor es importante. Surge naturalmente. Ni se tiene que evaluar la capacidad de amar de los seres humanos. Leer es para algunos como respirar. No sé por qué. Llegarán a ello de cualquier manera aunque exista la mayor represión por parte del sistema, aunque en su casa no haya libros, aunque en su instituto no haya lecturas obligatorias, ni discursos de políticos que con sonrisas estereotipadas hablen de lo maravillosa que es la lectura.

Hay una industria editorial que necesita vender y como cualquier objeto de consumo promocionan sus productos extendiendo su validez como una necesidad estratégica para sobrevivir la humanidad.

No olvidemos que conspicuos nacionalsocialistas eran devotos lectores de Goethe, HolderlinKleist, Novalis… Y que algunos como el famoso doctor Mengele antes de ser conocido por su siniestra fama, hizo retiros espirituales en algún monasterio disfrutando de la meditación y la lectura.

Asistí hace un par de años a unas jornadas de literatura africana, y una escritora de cierta notoriedad nos hacía ver que los africanos no son buenos lectores ni siquiera en la universidad. Son refractarios a los libros y la cultura impresa. No se concentran en ellos, imbuidos como están de la vida en estado puro. Pero la cultura africana durante centenares o miles de años ha sido ágrafa y su literatura se ha transmitido oralmente por medio de leyendas, fábulas, cuentos… Hoy hemos de exportar también a África que leer La montaña mágica o El jugador ampliará su mundo mental, su imaginación, su capacidad de ser buenas personas…

Pero yo no lo tengo claro. Nada claro.

sábado, 13 de julio de 2019

La inducción a la lectura


He sido profesor de literatura muchos años; posteriormente me reciclaron en un híbrido en el que no me sentí a gusto: profesor de lengua y literatura. Son dos materias muy distintas aunque una se alimente de la otra, pero en todo caso, está claro que sobre mí y otros compañeros recaía la maldición de tener que hacer a nuestros alumnos competentes en la lectura, y no solo eso sino aficionarlos a leer, hacerlos lectores porque, según se piensa, los lectores son personas críticas y se dejan engañar menos por el poder, además de disfrutar con los libros viviendo otras vidas de modo imaginativo.

No hay español que no tenga una teoría sobre la bondad de las lecturas en el aula. Se reprocha que se haga leer a infantes casi recién destetados obras inasumibles para ellos. Se juzga que los profesores y el sistema inducen un detestable aburrimiento con la selección de obras que se imponen como canon.

He sido también padre y he leído durante los años de la niñez cuentos y poemas cada noche a mis hijas, esperando hacerlas lectoras en una casa donde los libros se apilan por millares, en todas las habitaciones.

He sido profesor y padre que ama la literatura y he intentado transmitirlo como mi sentido común y la lógica me han sugerido.

Sin embargo, pienso que todas las campañas de inducción a la lectura son ingenuas, como profesores o como padres, a pesar de que derrochemos ingenio e intentemos descubrir la piedra filosofal que transforme a los tiernos niños en salvajes “leones”.

Mi punto de vista es que no hay nada que hacer. Un lector no puede ser construido por diseño pedagógico ni por la influencia paterna o materna. Leer es un acto libre y no permite de ninguna manera ni el imperativo ni la sugerencia: “deberías leer un libro en lugar de estar perdiendo el tiempo”. Algo así nos contó Daniel Pennac en su ensayo  “Como una novela”.

No hay nada que hacer. El lector surge de modo salvaje en pugna con el tiempo y la vida cotidiana. Es una pulsión libérrima que no necesita aliciente ni acicates. Da igual si hacemos leer a nuestros alumnos Manolito Gafotas, Harry Potter, o La Celestina. Yo lo he intentado todo. Y es inútil. Lee el que lee, al que le sale leer, como hay quien juega al fútbol o al básquet o es enamoradizo. No se puede obligar a jugar al fútbol ni a enamorarse ni a sentir profundamente la música. Eso lo lleva uno dentro o no lo lleva. Los libros tiran en soledad como una marea. Es contraproducente “venderlos”, o hacer chantajes bienintencionados para que nuestros hijos o alumnos lean. Es cierto que hay culturas en que se tiene en mucho la lectura. Viajando por Europa se observan diferencias notables en la estima social por la lectura, igual que hay países cuya devoción por la música o el canto coral es superior a otros.

España no es un país lector. Nos encanta el pescadito frito y la cerveza bien fría, salir con los amigos, el fútbol, las procesiones, los centros comerciales, las reuniones familiares –en las que jamás se habla de libros-… Pero la escuela y la familia tienen entre sus cometidos hacer algo que socialmente no se hace, crear lectores ávidos…

Además, estoy seguro que el ochenta por ciento de lo poco que se lee son bestsellers facilones o de circunstancias. Los autores que venden son los que nos exponen las listas de ventas en las diferentes plataformas. Lectores de verdad no hay muchos y estoy seguro que a ninguno de ellos los ha hecho lectores la familia o el colegio. Y de algo estoy también convencido: que la escuela tampoco ha alejado de los libros a nadie que sea un lector de verdad aunque le hicieran leer El Mío Cid o El Quijote o Relato de un náufrago.

Leer es una afición compleja de naturaleza radicalmente libre. Hay apasionados por la literatura de verdad que no han sido “construidos” ni “diseñados” por nadie. Uno descubre los libros un día y ve que tiran de él con una fuerza inaudita y si se siente esa llamada, nada ni nadie podrá romper ese pacto. Por el contrario, por mucho que se intente –échenle toda la imaginación que se quiera- no se logrará hacer lectores con estrategias habilidosas. No es cierto que los niños lean si ven leer. Es otro mito. Es un misterio como tantos. El lector surge como una explosión hacia dentro. Y nadie sabe cuándo ni cómo sucede. Es una sinergia íntima en que se combinan factores que nadie sabe muy bien cómo funcionan, el caso es que el que es lector de verdad tiene en los libros el mayor alivio contra la desazón de vivir o la fealdad que nos aflige. No es mejor persona ni sus metas son más profundas. Es otra cosa de naturaleza inefable…

miércoles, 3 de abril de 2019

El Jarama y Rafael Sánchez Ferlosio



Ha muerto Rafael Sánchez Ferlosio, uno de mis autores más estimados y que más admiro, a pesar de él mismo y su evolución. Pocas novelas me han conmovido tanto como El Jarama (1955) que he leído en tres ocasiones y no descarto volver a leer. Para mí, además de ser un exponente de la narrativa neorrealista en que una serie de personajes tejen diálogos carentes de interés, cotidianos, representativos de su cultura y clase social en un día pasado en las orillas del río Jarama, es una novela que califico de obra maestra. Algún crítico ha llamado a esta escuela, “de la berza” por narrar la inanidad de un día de fin de semana y las palabras registradas a modo de magnetófono de unos muchachos a los que no sucede nada en especial. Los diálogos por lo que he leído fueron tejidos por los recuerdos de la mili de Rafael Sánchez Ferlosio en que los reclutas y soldados conversan en intercambios repletos de lugares comunes. Sin embargo, al final pasa algo que cambia totalmente el sentido del día, pero lo más relevante para mí y lo que me fascina son las escenas en el garito donde suenan aires flamencos, y algunos protagonistas, que no se han enterado de lo que ha pasado en el río, bailan sobre la mesa, totalmente poseídos por el efecto de la grifa y la narración se convierte en un ejemplo de realismo mágico paralelamente a una luna llena enorme y roja que se eleva sobre el horizonte. Realmente mágico y misterioso. 

Esta novela fue elegida para selectividad en el antiguo COU y fue un fracaso estrepitoso. Mis alumnos se rebelaron y mostraron su aversión por una novela tan aparentemente inane como esta, en que parecía no pasar nada. Por más que yo me esforcé en intentarles convencer que en la novela se pasa del neorrealismo al realismo mágico, algo que no he visto nunca comentado por ningún crítico, fue inútil. 

Pero Ferlosio rechazó esta novela como infame y renunció a ella. Y está claro que renunció al estilo de la misma, leído treinta años después El testimonio de Yarfoz que ambientado en un mundo ucrónico a mí me dejó totalmente descolocado y no me llegué a sentir cómodo dentro de la narración. Las historias fantásticas en mundos totalmente alejados de la cotidianidad me gustan cuando me las cuenta Tolkien o Ursula K. Leguin, pero ese español exquisito, ya totalmente transformado por un trabajo de estilo tendente al barroco y la hipotaxis, me resultó todo lo contrario que El Jarama, carente de interés. Pero muchos críticos alabaron como una obra singular y distinguida esta novela de proyectos hidráulicos que poco tenía que ver con la realidad histórica. 

Leo mucho después su Campo de retamas donde aparecen sus famosos pecios, artefactos reflexivos, articulados mediante largas frases subordinadas que ostentan un uso preciosista y oscuro del lenguaje. Lo he intentado leer en dos ocasiones y lo he dejado. Reconozco que hay un trabajo reflexivo a contracorriente, basado en una cosmovisión realmente original y única –Ferlosio es único, es cierto-. Pero sus pecios, una vez traspasado el ejercicio de estilo oscuro y enrevesado, no me parecen más que expresión de manías personales sobre la cultura, el poder, los lugares comunes, la españolidad, etc. Algo así como si alguien se dedica a elaborar un pensamiento complicado e ingenioso para expresar algo que se puede decir de un modo mucho más sencillo. Muchos me parecen ya anticuados respecto a nuestra realidad. Me divierte su anarquismo militante respecto al poder y su crítica acerada a los valores castizos de lo español, sus puntos de vista singulares sobre la literatura y algunos autores. Admiro el personaje que está detrás, ese hombre de gesto adusto, que parece que a nivel personal era encantador, su elaboración reflexiva hecha a cincel mediante el estilo, depurado de cualquier tono popular o tópico. Lo interesante, en tal caso, es el ejercicio estilístico debelador de los lugares comunes y la topicidad mediante un ejercicio de minería oscuro y brillante que extrae del lenguaje sus tensiones subterráneas. Lo entiendo, pero me aburre. Ahora soy yo quien se aburre con sus pecios. Hay alguno que me hace gracia, tras la traslación de un estilo fusco a una revelación más explícita, pero la mayor parte de las veces lo que encuentro detrás me produce la impresión ¿y todo era esto? Está claro que lo esencial de este autor no son tanto las ideas, muy particulares eso sí, sino el tratamiento estilístico que las construye. 

No obstante, mi admiración por él es inequívoca. Me atrae su personaje de carácter sombrío y malhumorado, oscuro y a contracorriente. Creo que era el personaje lo que más me gustaba, siento profundamente su ausencia, pero yo volveré a leer El Jarama las veces que me dé la gana. Parece que su historia literaria está hecha contra esta obra de la que no quería ni hablar, como si no fuera suya. 

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