He sido profesor
de literatura muchos años; posteriormente me reciclaron en un híbrido en el que
no me sentí a gusto: profesor de lengua y literatura. Son dos materias muy
distintas aunque una se alimente de la otra, pero en todo caso, está claro que
sobre mí y otros compañeros recaía la maldición de tener que hacer a nuestros
alumnos competentes en la lectura, y no solo eso sino aficionarlos a leer,
hacerlos lectores porque, según se piensa, los lectores son personas críticas y
se dejan engañar menos por el poder, además de disfrutar con los libros
viviendo otras vidas de modo imaginativo.
No hay español
que no tenga una teoría sobre la bondad de las lecturas en el aula. Se reprocha
que se haga leer a infantes casi recién destetados obras inasumibles para
ellos. Se juzga que los profesores y el sistema inducen un detestable
aburrimiento con la selección de obras que se imponen como canon.
He sido también
padre y he leído durante los años de la niñez cuentos y poemas cada noche a mis
hijas, esperando hacerlas lectoras en una casa donde los libros se apilan por
millares, en todas las habitaciones.
He sido profesor
y padre que ama la literatura y he intentado transmitirlo como mi sentido común
y la lógica me han sugerido.
Sin embargo,
pienso que todas las campañas de inducción a la lectura son ingenuas, como
profesores o como padres, a pesar de que derrochemos ingenio e intentemos
descubrir la piedra filosofal que transforme a los tiernos niños en salvajes “leones”.
Mi punto de
vista es que no hay nada que hacer. Un lector no puede ser construido por
diseño pedagógico ni por la influencia paterna o materna. Leer es un acto libre
y no permite de ninguna manera ni el imperativo ni la sugerencia: “deberías
leer un libro en lugar de estar perdiendo el tiempo”. Algo así nos contó Daniel
Pennac en su ensayo “Como una novela”.
No hay nada que
hacer. El lector surge de modo salvaje en pugna con el tiempo y la vida
cotidiana. Es una pulsión libérrima que no necesita aliciente ni acicates. Da igual
si hacemos leer a nuestros alumnos Manolito Gafotas, Harry Potter, o La
Celestina. Yo lo he intentado todo. Y es inútil. Lee el que lee, al que le sale
leer, como hay quien juega al fútbol o al básquet o es enamoradizo. No se puede
obligar a jugar al fútbol ni a enamorarse ni a sentir profundamente la música.
Eso lo lleva uno dentro o no lo lleva. Los libros tiran en soledad como una
marea. Es contraproducente “venderlos”, o hacer chantajes bienintencionados
para que nuestros hijos o alumnos lean. Es cierto que hay culturas en que se
tiene en mucho la lectura. Viajando por Europa se observan diferencias notables
en la estima social por la lectura, igual que hay países cuya devoción por la
música o el canto coral es superior a otros.
España no es un
país lector. Nos encanta el pescadito frito y la cerveza bien fría, salir con
los amigos, el fútbol, las procesiones, los centros comerciales, las reuniones
familiares –en las que jamás se habla de libros-… Pero la escuela y la familia
tienen entre sus cometidos hacer algo que socialmente no se hace, crear
lectores ávidos…
Además, estoy
seguro que el ochenta por ciento de lo poco que se lee son bestsellers facilones
o de circunstancias. Los autores que venden son los que nos exponen las listas
de ventas en las diferentes plataformas. Lectores de verdad no hay muchos y
estoy seguro que a ninguno de ellos los ha hecho lectores la familia o el
colegio. Y de algo estoy también convencido: que la escuela tampoco ha alejado
de los libros a nadie que sea un lector de verdad aunque le hicieran leer El
Mío Cid o El Quijote o Relato de un náufrago.
Leer es una
afición compleja de naturaleza radicalmente libre. Hay apasionados por la
literatura de verdad que no han sido “construidos” ni “diseñados” por nadie.
Uno descubre los libros un día y ve que tiran de él con una fuerza inaudita y
si se siente esa llamada, nada ni nadie podrá romper ese pacto. Por el
contrario, por mucho que se intente –échenle toda la imaginación que se quiera-
no se logrará hacer lectores con estrategias habilidosas. No es cierto que los
niños lean si ven leer. Es otro mito. Es un misterio como tantos. El lector
surge como una explosión hacia dentro. Y nadie sabe cuándo ni cómo sucede. Es
una sinergia íntima en que se combinan factores que nadie sabe muy bien cómo
funcionan, el caso es que el que es lector de verdad tiene en los libros el
mayor alivio contra la desazón de vivir o la fealdad que nos aflige. No es
mejor persona ni sus metas son más profundas. Es otra cosa de naturaleza
inefable…