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domingo, 28 de abril de 2019

Elecciones en España 2019



Hoy son elecciones en España y hemos de elegir nuestro futuro gobierno o la fórmula que sea capaz de configurar un gobierno viable que dé respuestas a nuestra conflictiva realidad en todos los sentidos. Durante estos meses de desconexión informativa –llevo tres meses de abandono voluntario de la realidad política de nuestro país- he seguido intensamente noticias culturales, tecnológicas o científicas, lo que me hace un sujeto extraño que no ha sido agitado por la propaganda ideológica superficial. Ello no quiere decir que en mí no haya un debate político profundo, que lo hay, un debate que se sumerge en la historia de nuestro país, en la literatura y en las perspectivas de futuro…

Creo que no me equivoco en absoluto en apreciar que en la campaña electoral no se ha hablado sino en clave catalana, ese maelströn en que estamos inmersos sin remisión. Y estoy seguro de que no se ha hablado de cambio climático, de migraciones, de Inteligencia Artificial, de Europa, de debates que vayan más allá de nuestras fronteras, mediante monólogos enfermizos que dan vueltas y vueltas sobre la misma muela cariada que nos aflige.

No me interesa nada sobre aquello de que se está hablando. Considero a los cinco espadas, más los espadas independentistas de raíz supremacista, como gallos peleando en el corral en debates que no me interesan para nada.

Así que me aparto, me inhibo, me desentiendo, me voy, me inscribo en una posibilidad ética que hoy considero más profunda que cualquiera de las opciones, aunque se me podrá objetar que no sirve para nada, que es inútil, que es un voto perdido, que se suma a las mayorías… Voy a votar en blanco. Ningún candidato me dice nada que me interese. Voto por mi adhesión a la democracia pero estoy lejos de cualquier opción. No quiero formar parte de ninguna componenda a un lado o a otro. Ninguna me gusta. No me gusta Pedro Sánchez, no me gusta Albert Rivera, no me gusta Casado, no me gusta Abascal y no me gusta Pablo Iglesias. Si no hay más donde elegir, me inhibo y me voy mentalmente de este país. Votaré en blanco con orgullo insensato y estéril. Eso es todo lo que puedo decir, sé que no es mucho. Hoy ni siquiera seguiré el cómputo de votos. Este país cada vez me resulta más lejano y absurdo, lo que no quiere decir que la deriva independentista, auténtica extrema derecha, me resulte indiferente. No sé más.

domingo, 18 de noviembre de 2018

La utilidad de lo inútil

                                                     

Comienzo a leer con ganas La utilidad de lo inútil de de Nuccio Ordine, en ediciones Acantilado. Esta vez el libro es en papel. Empiezo con ilusión pero rápidamente me siento enfrentado al texto que no es sino una ristra de lugares comunes sobre la maldad del capitalismo, sus excesos, los recortes en la crisis económica, la responsabilidad de los bancos, y la tendencia a buscar solo lo pragmático y lo útil como pulsión social del capitalismo. Así, Ordine reivindica el arte y la literatura no dirigidos por el pragmatismo e intenta mostrar con textos del pasado que la verdadera belleza que da sentido al tiempo y a la vida es la que es representada por lo inútil, lo que no tiene una intención práctica. Y nos trae testimonios del pasado desde Sócrates a Oscar Wilde… A medida que leo me siento más y más abrumado por la cantidad de tonterías que aporta el autor que no tienen nada que ver con el mundo que habitamos en que ciertamente predomina lo pragmático, lo dirigido a un fin concreto y práctico. 

El desasosiego en mi lectura es creciente porque soy consciente de que mi enfermedad del ánimo que duró doce años fue causada precisamente por el choque entre esta visión y la que nos ha traído la época contemporánea dominada por la tecnología y el pragmatismo en que la literatura y el arte, tal como los concebíamos, han sido barridos de la faz de la tierra. Enfermé por sentir que pertenecía a aquella cultura, y mi modo de salir de ello fue precisamente, tras doce años durísimos de padecimiento, olvidarla, arrumbarla, adaptarme a los nuevos tiempos en que la literatura sería para mí un remanso personal pero no para la sociedad abismada en aparatos electrónicos y digitales. 

No hace falta quemar libros -como en Farenheit 451- para evitar su lectura, simplemente la buena literatura ha dejado de ser útil a la gente, igual que la poesía verdadera. Ha dejado de ser comunicativa. Ya no hay lectores de calidad salvo jubilados con mentalidad de otros tiempos. Si uno quiere sobrevivir en esta sociedad, ha de adaptarse. El sistema educativo ha convertido al alumno en un cliente, y en su programa solo constan asignaturas útiles –me río de la reintroducción de la filosofía en los planes de enseñanza, una vez que la historia de la literatura fue eliminada en su vertiente seria hace ya muchos años-. 

En el libro de Ordine –una especie de cápsula del pasado sin conexión con este tiempo- no hay una sola mención a la presencia de la tecnología, es un discurso vacuo, como el de un narrador que estuviera en una barca como náufrago en medio del mar y no hablara de dicho mar a sus compañeros náufragos, ese mar que los rodea por todos lados. La poesía y el arte con dimensión profunda es cosa de otro tiempo. Hoy es cientos de veces más importante la aparición de un nuevo modelo de móvil que la publicación de no sé qué texto poético que prácticamente nadie leerá. El 99,99 por ciento de la población española no está por la labor de prestar atención a lo que era arte hasta el siglo XX. El 0,1 restante son 45000 personas que pueden responder al esquema de Ordine, algo absolutamente irrelevante. Los lectores de poesía en España son 5000 personas y exagero. El ensayo de Nuccio Ordine me irrita porque representa lo que yo era antes de la crisis que me reconvirtió en otra persona adaptada a los nuevos tiempos. El choque que sufrí fue demoledor. Ahora me parece una colección de lugares comunes y auténticas puerilidades que no puedo seguir leyendo. Lo he intentado pero me puede este argumentario a favor de lo inútil sin ninguna relación con la realidad que vivimos en que es omnipresente la tecnología y la visión pragmática. Un libro absolutamente prescindible. Increíble que puedan llenarse páginas y páginas sin ningún fundamento en la realidad real. Pertenece, sin duda, al territorio de los delirios alejados por completo del orden que nos ha sido dado en el siglo XXI. 

Retomo el libro de Yuval Noah Harari que sí que me habla del mundo real y presente. No se pierdan la lectura de textos como Sapiens, Homo Deus o 21 lecciones para el siglo XXI. 

miércoles, 4 de mayo de 2016

A propósito de un examen de sintaxis



Hemos empezado mayo y siento en el ambiente compartido de alumnos y profesores síntomas de fatiga. Es el noveno mes de curso, la primavera arrecia, y los corazones van basculando poco a poco hacia otras dimensiones menos galácticas. Es la hora del esfuerzo final, el sprint de los campeones, la última cuesta, la más empinada, la que lleva al reino académico de Ávalon. Un curso es corto o largo, depende de si lo estás viviendo o lo recuerdas en perspectiva. 

En perspectiva es un latido, un tic del reloj, un vistazo a derecha o izquierda y poco más. Pero es largo si lo vives día a día, clase a clase, unos como profesor y otros como alumno. ¡Qué de conocimiento esparcido en las mentes! ¡Qué de letanías y homilías piadosas que llevan poco o nada al esfuerzo supremo! Un curso académico es una ceremonia metódica que corresponde al tiempo cíclico. Circular. Una vuelta más sobre el eje. Un giro más en torno al sol. 

Y en medio, el crecimiento de estos muchachos que andan por aquí. Llegaron con doce años, casi niños, y salen ya con ansias de mayores, de querer revertir el curso del cosmos a su imagen y semejanza. En definitiva eso es la vida. Una lucha entre el yo y el mundo. Entre ese universo pequeño en que nos despertamos cada día y la comprensión de todo lo que nos rodea. Un cruce a veces dulce o dramático. Doloroso siempre. Porque vivir es aprender a llevarnos con el dolor. Hacerlo nuestro. Y trascenderlo. Un instituto con su trajín frenético de centenares de adolescentes que luchan y crecen para comprender dónde están en relación a sí mismos y a los demás. Suben y bajan por las escaleras, gritan, se pelean, se aman, sienten la amistad como nunca mas se vuelve a percibir, la traición, la burla, el sinsentido... 

No han leído a Shakespeare pero no hace falta, forma parte de la cultura inconsciente de nuestro mundo. La vida es una pasión ciega, una obra de teatro donde unos personajes se agitan y no entienden que están representando ora una comedia, ora una tragedia. La máscara de la risa y la del llanto no están tan alejadas. Yo los veo y siento sus vidas palpitantes, lujuriosas de vitalidad, de esperanza, de fe en sus propias existencias a pesar de las dificultades. Y yo estoy dentro de ese caudal tormentoso de sentimientos que son como torrentes que hay que amansar. Hoy un alumno me preguntaba qué significaba temperar y yo le he dicho que lo que hacemos los profesores cuando entramos en el aula. Calmarles, llevarles a algo que centre su atención, un ejercicio, un tema, una lectura ... Su inercia latina los lleva a la dispersión. No son muchachos finlandeses, no. No viven cerca de la Laponia que los enfría. No. No son chinos ni coreanos dóciles y disciplinados. No, son pasionales e indóciles, llevan en su genética el ADN del Mediterráneo. Una propensión al grito y a la hoguera. El profesor paladea cada instante de ese fluir vital a lo largo de diez meses cada año. 

Y cuando llega mayo, y la calor, la fatiga hace su aparición. Igual que historias de sensualidad y de deseo. Hoy pasándoles la película La casa de Bernarda Alba dirigida por Mario Camus en 1987, han sentido el prodigio de la obra en total silencio, solo roto por la masturbación con su sombra de Martirio, la mujer más interesante de la obra de Lorca. No es Adela ni Bernarda Alba. No. Esa casa cerrada entre sombras y luto donde solo hay silencio y pasiones sexuales desatadas. Como este instituto mezcla de casa de Bernarda Alba y el patio de Monipodio cervantino. Un azar, un caos incierto en que nos agitamos representando una obra en que nosotros somos magos del conocimiento del siglo XXI y ellos seres más sedientos de vida que de otra cosa. Y llegan valoraciones de lo enseñado y lo aprendido, y los profesores se quedan siempre con un gesto que si alguien pudiera fotografiarlo se haría de oro. La cara de un profesor cuando corrige un examen de sintaxis es digna de un retrato psicológico. Se resume en ella toda la realidad del proceso, y el mes de mayo, en sazón, y sus alumnos más preocupados de sus sentimientos que de las oraciones subordinadas sustantivas. Evohé. 

El profesor no siente pesadumbre. No. El es parte de la obra y no es precisamente Pepe el Romano. No. Él otea el horizonte y clama por que llegue el mes de junio y el fin de la travesía una vez más. Entre el sentimiento y la razón ¿quién duda que nos posee el sentimiento a nosotros y a ellos? Y podemos comprenderlo. Nosotros tampoco aceptaríamos estar encerrados seis horas diarias recibiendo infinidad de datos y llevar tareas para varias horas en casa. Todo para comprender la cultura de nuestro mundo. Tantos años, tantos. Cuando anhelarían estar corriendo por las praderas viendo copular a los leones y bañándose en cataratas de aguas cristalinas. Pretendemos hacer crecer el intelecto, pero el río que nos lleva nos muestra nuestros límites, nuestra incerteza también. El mundo no hay quien lo entienda. Nunca ha podido entenderlo nadie. Solo se vive. Como se pueda. Danzando a veces, cantando otras, arrastrándose ... o desnudándose cuando pasa Pepe el Romano

Hoy he visto a dos alumnas besarse en la boca tiernamente. Son ya novias. Y una cuida de que la otra haga los deberes. Nada puede parar la vida en un edificio donde se juntan tantos sentimientos desatados. El conocimiento es parte de lo que pasa aquí. Y eso cansa. Solo falta la recta final. El último repecho. No es cuestión de quedarse en Babia lamentando cómo la sintaxis no es el lenguaje preferido por nuestros alumnos. Las palabras hacen el amor, explico en clase. Pero ni aun así. Me falta la genialidad de un Lorca para expresarlo con palabras y revelar un mundo que para ellos ya será inolvidable. ¡Bernarda! grita María Josefa, que se quiere casar a la orillita del mar...

lunes, 21 de marzo de 2016

El franquismo



Nuestra vida política no logra desprenderse de esa etiqueta que la relaciona con una herencia del franquismo. No hay peor marchamo posible que alguien sea etiquetado como franquista. Entiendo que hay un intento por parte de las fuerzas de izquierda y progresistas de negar este periodo de la historia de España, una aspiración a hacerlo desaparecer como un periodo cargado de un aura criminal y maligna. Pocos o ninguno se atreven a reivindicarlo como una parte de la historia de España que tuvo su parte abyecta pero también su lado constructivo. Sin duda, el que esto escribe lo percibe como un periodo nefasto pero inevitable para la construcción de una España de clases medias. Yo lo viví de niño y de joven en las calles de una ciudad mediana en que no había oposición al franquismo. Formaba parte de nuestra realidad surgida tras una guerra civil que sacó nuestro lado más cruel y sanguinario. Yo lo tengo claro. Si hubiera vivido ese periodo de irracionalidad que fue la república y la guerra civil, hubiera elegido exiliarme por no identificarme con ninguno de los dos actores en aquella tragedia. Si no me hubieran matado los unos, me hubieran matado los otros. Hay una especie de leyenda sobre lo que significó la Segunda República y se la quiere ahora entronizar en los altares. Estuvo llena de terribles errores y su realidad fue que apenas tuvo defensores de verdad.  Los anarquistas y los socialistas revolucionarios despreciaban esa ficción burguesa que era la república. Por el otro lado, los monárquicos y las derechas siempre desconfiaron de ella. Y una buena parte de los españoles sintieron heridos sus sentimientos religiosos de forma gratuita por una especie de odio irracional a todo lo que significaba la iglesia y el catolicismo. 

Percibo en un sentir de la izquierda el querer volver a aquel periodo de triste memoria como si fuera algo digno de ser celebrado. No, no lo fue. No puede tacharse de la realidad a una buena parte de un país que se siente conservador. Imagino que en ciertas mentes de la izquierda hay un deseo inconfesable de hacer desaparecer física o mentalmente a todo lo que significa el otro lado del espectro político desde una supuesta altura moral que no comprendo. ¿Puede construirse un país sin la presencia de la derecha? ¿Por qué cuando se habla de un partido como Ciudadanos simplemente se lo etiqueta ya con el marchamo de derechas y eso supone ya una tautología que significa que es despreciable y que ya carece de toda legitimidad moral y política? No sé si Ciudadanos es de derechas, pero ¿qué pasaría si lo fuera? ¿Anulamos y hacemos desaparecer ese sentimiento de centro y conservador de ciertos aspectos del terreno de juego político? ¿Tachamos de un plumazo una forma de sentir? ¿Los sometemos a desinfección ideológica, los mandamos a un psiquiátrico para reeducarlos? ¿Aniquilamos a todo lo que signifique PP? Percibo una suerte de odio larvado con ese término miserable que se estila que es “facha”. En ese adjetivo se resume la clave de toda la tragedia de España. La incapacidad de convivir ante el otro que es diferente. 

No me cabe duda de que la derecha en este país ha sido en buena parte intolerante. Lo ha sido, es cierto. Pero ha sido capaz de construir algo. La izquierda ha sido en su historia, destructiva, sectaria, dividida en mil y una tendencias enfrentadas entre sí y no ha reculado ante los medios más violentos y ominosos para ejercer el poder. En la transición, PCE y PSOE se adhirieron a un pacto de convivencia que respetaba la realidad plural de los españoles y eso ha permitido el periodo más positivo de la historia de España para no volver al periodo anterior. Hoy, sin embargo, la izquierda radical coquetea con ideas que llevaron a la república al desastre y se desdeña la transición como un pacto de miserias y se quiere de nuevo maximizar la tensión política para retornar al periodo republicano, un periodo que visto en la perspectiva histórica fue terriblemente erróneo y pocos brillaron allí por su altura de estadistas. 

El franquismo fue una consecuencia espantosa de aquella confrontación. Todos hubiéramos querido un país reconciliado, capaz de vivir democráticamente sus tensiones. Pero no fue posible. Y la consecuencia buscada y anhelada en aquel momento fue una guerra que se presumía revolucionaria y que aniquilaría a la derecha para siempre de este país y por el otro lado, se buscaba extirpar todo lo que significaba la izquierda revolucionaria y el nacionalismo periférico. Tres años de guerra, con brutalidad y terror en ambas partes, llevaron a una posguerra terrible y a centenares de miles de exiliados. Pero ¿qué hubiera ocurrido en el caso de vencer el otro lado? ¿Hubiera habido piedad como no la hubo durante la guerra? No me creo las leyendas de una izquierda santa y benéfica que solo buscaba el bien de la humanidad. Se habla mucho de las fosas del franquismo, pero ahora solo de las fosas de un lado como si el otro lado no hubiera llenado también fosas. El terror rojo no fue una invención del franquismo. 

La consecuencia de los terribles errores de la izquierda fueron cuarenta años de franquismo y un país que en esencia quería paz y crecimiento económico como así fue. El franquismo fue un proceso que permitió que este país pasara de ser agrario a ser un país de clases medias. Me hubiera gustado que se hubiera conseguido de otra manera. España quedó en manos de la derecha sin el contrapeso de la izquierda y la miseria moral se enseñoreó de la vida pública española. 

A veces pienso que este es un país de orates, incapaz de reconciliarse con su historia que se desprecia, que busca siempre poner el reloj a cero para comenzar de nuevo desde una nueva pureza no mancillada, desdeñoso de cualquier perspectiva de pacto como una rendición, que se encanta con la idea de vivir en un país imaginario en que no exista el otro, el diferente, que pretende negar que parte de nuestra historia fracasada fue ese franquismo que no debía haber existido pero existió y la sociedad española en su conjunto lo vivió como constructivo. El otro día el charcutero de mi barrio me confesaba con embarazo que su padre era franquista, catalán y franquista. Mi padre también lo era, le dije. Y es que los españoles en buena parte lo eran. ¿Vamos a negar esto? Me hubiera gustado vivir más en un país como Reino Unido en que el Parlamento es capaz de convivir en medio de las tensiones históricas y está orgulloso de su pasado y la reina va en carroza y lleva una corona, y los jueces llevan pelucas con sus togas. ¿Se imaginan algo así en nuestro país? 

El franquismo forma parte de nuestros periodos anómalos pero no deja de ser parte nuestra historia. Asumirlo como parte de nosotros, de nuestros errores, sería conveniente. Querer borrarlo como se borra con típex una frase escrita es algo que no ayuda a comprenderlo. Fue un fracaso, sin duda, pero muchos que se consideran con altura moral contribuyeron a hacerlo inevitable. 

A veces me pregunto si los actores de la segunda república hubieran tenido una perspectiva de adónde iban a llevar sus planteamientos maximalistas, es decir, a cuarenta años de dictadura, ¿hubieran hecho cosas distintas? Me lo pregunto y me respondo que seguramente no. Hay una predilección por la tragedia que forma parte de la historia de España. 


Yo me hubiera ido. 

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