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martes, 22 de julio de 2014

Los judíos



He tenido muy escasa relación personal con judíos en mi vida. En mi infancia había en Zaragoza una procesión llamada de los judíos en la que había que escupir al suelo cuando pasaban los cofrades que habían entregado a Jesús. Yo no sabía que era un judío en la realidad. Por eso en 1967 recibí con ansiedad las noticias en la televisión de que una multitud de países árabes se aprestaban a una guerra contra el pequeño estado de Israel. Se decía que querían echar a los judíos al mar. Fue la Guerra de los Seis Días cuyo resultado supongo que todos conocen. Luego viajé por Europa y recuerdo en un compartimento de tren a una pareja israelí con la que estuve discutiendo airadamente sobre la política del estado de Israel con los palestinos. Ellos arguyeron que las tierras de Israel las habían comprado a los árabes durante el proceso sionista anterior a la Guerra Mundial. En Estados Unidos unos hermanos judíos, una chica y un chico, nos cogieron en autoestop a un compañero y a mí. Nos llevaron a Nueva York donde estuvimos en casa de otro judío que nos acogió en su casa durante una semana así por la cara sin conocerle. Se llamaba Ira y vivía en la calle 84 o Edgar Alan Poe. El tema judío me ha ocupado muchas horas de reflexión y he leído infinidad de libros que reflexionan sobre el Holocausto. No faltan los de Primo Levi, por supuesto, probablemente unos de los libros más valiosos del siglo XX. El último que leí fue de Hannah Arendt sobre el proceso a Eichman en Jerusalem en que desarrolla su tesis conocida de la banalidad del mal. Ello le llevó a ser rechazada por el judaísmo internacional y acusada de autoodio. Sus tesis más sangrantes son las que responsabilizan a los Consejos Judíos de haber colaborado con el exterminio nazi. En cierta manera, Primo Levi en Los hundidos y los salvados corrobora que eran los kapos judíos los que organizaban el proceso de selección de las víctimas que eran llevadas posteriormente a las cámaras de gas, y quienes les quitaban luego el cabello y los dientes de oro.

Todo lo que tiene que ver con la realidad judía tiende a la desmesura. Nada es matizado en relación a los judíos. Es gigantesca su creencia de ser el pueblo elegido y la esperanza todavía en el Mesías. Es gigantesca su derrota por el emperador Diocleciano y su condena a la diáspora a través del mundo por donde vagaron a través de los siglos sin ser admitidos en ninguna parte. Sus comunidades crecían y se apoyaban unos a otros teniendo una gran facilidad para la banca y los negocios, así como para el arte, la ciencia y el pensamiento. Pero en todos los lugares fueron acusados de los más terribles crímenes y toda la historia está jalonada de persecuciones, matanzas y odios sin fin. En España fueron expulsados en 1492 y perdimos a una élite financiera y económica trágicamente. Los que quedaron fueron condenados al desprecio y la deshonra, cambiando sus nombres y siendo vituperados, además de quemados vivos si persistían en sus prácticas judaicas o simplente que alguien los acusara de ello.

No es fácil ser judío. Lo presiento. Recuerdo al joven que hacía chistes macabros sobre los campos de exterminio burlándose de los judíos. Luego me enteré que él era precisamente judío. Ser judío es llevar un destino marcado en la frente y la soledad y el odio ajeno y el autoodio. Tienen que ser carne de psiconalista. Estos días leo en los comentarios en FB opiniones que hablan de su malignidad, de que no sienten nada por el dolor ajeno, de que son como serpientes diabólicas, de que controlan todos los bancos del mundo, de que son asesinos, criminales, genocidas, se los compara con los nazis recurrentemente y se liga su estrella de David con la Cruz Gamada. Por otro lado, si observo la historia de la ciencia, la literatura y el pensamiento da escalofríos darse cuenta de que las aportaciones más impresionantes en todos los órdenes han sido creadas por judíos en los cinco últimos siglos. Es una comunidad pequeña pero que ha dado dosis inverosímiles de genio e inteligencia, y que en cierta manera ha conformado el mundo moderno (Marx, Freud, Einstein, Kafka... y miles más en todas las áreas del conocimiento). No olvidemos que Jesús de Nazareth era judío y por él estamos donde estamos y contamos el tiempo como lo contamos. Y fue crucificado por el mismo pueblo judío tomando al ocupante romano como brazo ejecutor.

No es fácil ser judío y todo lo que está en contacto con ellos es excesivo y tendente a la pérdida de la dimensión. Estos días se habla mucho de ellos y yo presiento ese odio generalizado hacia ellos aunque sea inconsciente. En el mundo hay violencia brutal por todos lados, pero cuando entran los judíos de por medio, inmediatamente surge la acusación de genocidio, de etnocidio, de criminales de guerra, algo que no se plantea en situaciones infinitamente más crueles y brutales. Y además muchos judíos se reúnen en manifestaciones en Estados Unidos para protestar contra la política del estado de Israel, e importantes personalidades del mundo –judías o no, pero es significativo que bastantes lo son- condenan la brutalidad del gobierno de Israel. Eso no se percibe demasiado y se ignora la pluralidad de la comunidad judía.

¿Cómo es posible que un conjunto de personas que no superan en el mundo los diez millones puedan provocar una onda sísmica en contra de ellos en cuanto su entidad política ejerce una violencia que todos los regímenes de la zona hacen sin la más mínima limitación? La historia de todos los países de Oriente Próximo es brutal: Siria, Líbano, Irak, Irán, Jordania, Afganistán. Allí en medio está Israel solo. Concitando todo el odio del mundo contra ellos. El que viene de los países árabes y no árabes y luego el de buena parte de Occidente que sienten como genocida todo lo que viene de Israel. Seguro que alguien en seguida me dirá que se lo han ganado a pulso. Yo dudo.


Me dirán que esto es un problema concreto,  pero yo siento que debería ser objeto de un psicoanálisis a nivel mundial. El gran descubrimiento del pensamiento judío es la Culpa, la culpa metafísica. Y todos la sentimos dentro o la proyectamos con facilidad fuera. Culpa, crimen, castigo, penitencia, odio, venganza...

domingo, 20 de julio de 2014

Veinte años después en París



Han pasado veinte años desde mi anterior estancia en París, pero al pasear por sus calles, viajar en su metro, visitar sus parques, recorrer las avenidas, ver sus cafés y boulangeries, vuelvo a sentirme en mi casa. París es una ciudad que siento mía lo que no me pasa con otras ciudades. Forma parte de mi biografía sentimental. Esta vez el viaje ha sido diferente pues hemos viajado la familia. Para mis hijas era la primera ciudad que querían conocer fuera de España, la siguiente es Nueva York. Yo me he adaptado a un viaje familiar con múltiples  perspectivas pero he tenido mis momentos y emociones personales en soledad como cuando bajé en el hermosísimo cementerio de Père Lachaise al columbario situado en una cripta con dos pisos de profundidad. Allí estaban las cenizas de más de un millar de seres entre los cuales se encontraba Isadora Duncan, la bailarina que danzaba con los pies desnudos. Estuve cerca de dos minutos en la oscuridad de la cripta del columbario mientras mi familia me esperaba arriba, pero allí en ese breve lapso de tiempo recibí un shock emocional que todavía me dura. El recinto estaba suavemente iluminado por unas lámparas colgantes indirectas muy tenues. Percibí una energía oscura llena de fuerza. Estaba rodeado por miles de muertos en la quietud de aquella cripta, muchos eran célebres pero no quiero ahora expresar sus nombres. En aquella atmósfera percibí el magnetismo de la muerte, la belleza inenarrable de esa paz que compartía con ellos. Fue una sensación muy extraña y hermosa, pero sabía que me estaban esperando arriba. Yo me hubiera quedado un buen rato en la penumbra del columbario situado en uno de los cementerios más bellos que he visto nunca. ¡Qué ambiente tan puramente romántico en esas avenidas pavimentadas con adoquines y flanqueadas  por árboles umbrosos y panteones y tumbas entre las que están las de Balzac, Eugene Delacroix, Chopin, Oscar Wilde, Maria Callas,  Guillaume Apollinaire, Marcel Proust, Allan Kardec, Jim Morrison, Edith Piaff, Simone Signoret... Salí maravillado y deseoso de pasarme horas y horas deambulando por la ciudad de los muertos. Es significativo que en mi infancia y adolescencia sentía un terror invencible hacia los cementerios. Era verdadero pavor lo que evocaban en mí esas avenidas llenas de nichos típicas de esos macabros cementerios españoles que no tienen nada que ver con el Père Lachaise

Otro espacio que viví en soledad fue mi visita al Museo de Orsay donde está el arte impresionista y postimpresionista que es mi debilidad. Mis hijas no querían saber nada de museos y por más que insistí tuve que ir a verlo solo. Pasé tres horas hasta que me echaron a las cinco y media de la tarde en un estado parecido al arrobo. Pasaron por mi mirada obras populares del impresionismo: Monet, Renoir, Degas, Manet, Pissarro, Sisley, Sorolla. Me detuve en ellas buscando ese mundo en transformación que ellos vieron o comenzaban a ver. No había tenido interés en ver el museo del Louvre por demasiado extenso y porque a mí la pintura que realmente me gusta es la moderna, la que viene del realismo y que llega a las vanguardias y la abstracción. Luego llegué a la sección donde están los cuadros de Gauguin y Van Gogh donde me pasé un buen rato intentando penetrar en esas imagenes que me cautivaban. Llegué a uno que me retuvo un tiempo. Era la noche estrellada de Van Gogh. Me di cuenta de que una de las funciones esenciales del arte es la de retener el tiempo expresando su misterio. Una obra artística de este periodo refleja un instante del fluir temporal y llega hasta nosotros mucho tiempo después. Viendo la pintura de Van Gogh me daba cuenta de que aquella noche que el artista había captado en la que las luces de las casitas brillaban y se reflejaban en la superficie del mar mientras dos personajes estaban allí presentes bajo las estrellas... seguía viva y llegaba su hálito  hasta mí. Yo estaba en aquella noche, estaba presente en aquel instante en que el tiempo seguía vibrando y lo sentía. El misterio del arte es ese. Hacer pervivir el momento en que fue creado por la pintura convirtiéndolo en inmortal. Salí conmocionado, casi temblando. Mi visita había terminado con la pintura de Gauguin ambientada en las islas de la Polinesia donde aparecían niñas desnudas, tal vez las que fueron amantes del artista cuando tenía sífilis, poco antes de morir. 

Otra visita individual en estos días ha sido al otro cementerio célebre de París, el de Montparnasse. Tendría problema en elegir en cuál de los dos querría elegir como morada eterna, si el Père Lachaise o el de Montparnasse. En este último están enterrados infinidad de figuras señeras del arte y la ciencia de los dos últimos siglos. Yo que soy un enfermo de literatura, sin especial arte para la escritura, fui recorriendo las avenidas del cementerio, menos romántico que el de Père Lachaise pero lleno de figuras impresionantes en el campo de la creación. Allí estaban Jean Paul Sarte, junto a Simone de Beavoir, en una tumba sobria llena de besos de sus admiradores. Ninguno de los dos me ha llegado al corazón, pero soy de su tiempo, de ese existencialismo que me ha conformado. "El infierno son los otros" dice un personaje de "A puerta cerrada" de Sartre. Recordé mis lecturas de "El ser y la nada" y "La náusea".  No había leído a Simone de Beavoir. Boris Vian parodia a Sarte en ese espléndido relato que es "La espuma de los días". Seguí mi recorrido por el cementerio y me acerqué a la tumba de Marguerite Duras,  una autora cuya literatura me ha producido siempre un íntimo malestar a la vez que una intensa sensación de potencia narrativa. Había leído "El amante" y la reeleboración de ésta, "El amante de la china del norte", una historia entre una adolescente de quince años y un chino de treinta y tantos en conocimiento de los padres de ella. Luego me llegué a la tumba de esa joven eterna que es Jean Seberg que me cautivó en "A bout de soufle". Recuerdo muy bien esa imagen de la actriz con el pelito corto y rubio que me enamoraba. Murió a los cuarenta y un años. La siguiente parada fue en la tumba de Julio Cortázar tal vez la que más me llamaba en aquel cementerio pues yo había sido un cortazariano convencido, y en tiempos me creí un cronopio cuando el tiempo me ha convertido en fama, lo que yo más detestaba. Su tumba estaba llena de calor, daba gusto estar allí. Había textos escritos en la losa, billetes de metro con mensajes de sus lectores. Uno le daba las gracias por habernos enseñado a subir una escalera. Me reí. La tumba de aquel argentino estaba muy viva. Era uno de los míos. Conocí París gracias a "Rayuela", obra que me leí cinco o seis veces. Estaba enamorado de la Maga y llegaba al Pont des Arts en su búsqueda. ¡Qué intensidad en mi evocación de aquel mundo imaginativo que me formó a mis veinte años hasta que me detuvo la polícia en Berga cuando mis alumnos y yo le hicimos un homenaje en febrero de 1984 cuando muríó. 

Continué y me llegue a una tumba muy diferente, la de Samuel Beckett. Una losa gris vacía sin mensajes, sin labios ni carmín, solitaria. Estaba enterrado con su esposa, pero no parecía haber sido adoptado  por los irlandeses a los que abandonó. La literatura de Beckett habla del sinsentido, del vacío, del silencio, del absurdo. Yo atesoro mi primera lectura de "Esperando a Godot" a mis diecinueve años, probablemente la más apasionante que he hecho en mi vida. Luego cuando he intentado leerlo no he podido aguantarlo y me ha aburrido, pero recuerdo aquella primera vez que lo conocí y todavía siento la fuerza de su mundo y me lo adjudico como uno de los míos en su concepción descarnada del la existencia y en su sentido del humor en la desolación. 

La siguiente parada fue para el poeta peruano César Vallejo, ese indio triste que dejó versos maravillosos en la ciudad que hizo suya, París. Leí "Los heraldos negros", "Trilce" y "España, aparta de mí este cáliz" en mis tiempos de estudiante en Zaragoza. Su tristeza me subyugaba y con él me di cuenta que el tristeza era un estado con el que me sentía reconciliado, mucho más que con la juerga y la broma dicharachera que tanto estiman los españoles. Yo, como él, elegiría París para vivir y ese cementerio, para ser enterrado.

Visité la tumba de Emile Ciorán recordando la luz que me produjo "El aciago demiurgo", esa obra representativa de la ausencia de sentido de la vida y la mayor apología del pesimismo filosófico existencial. Era también uno de los míos. 

Otras que fui a buscar fue la de Eugene Ionesco reinvindicando la literatura del absurdo existencial  y ese humor tan especial que impregna "La cantante calva".

Me llegué a la tumba de Baudelaire, otro de los míos, en la lectura de sus "Paraísos artificiales" que me nutrieron en mi juventud en muchos ratos pasados en dolor de adolescencia frente al mar. Y además sabiendo que dichos paraísos fueron los míos durante más de veinte años. También estaba cercano a mí, igual que Tristan Tzara  -mi siguiente parada- el creador del Dadaísmo, el contraarte más productivo de la historia de las Vanguardias. Cuando yo era profesor de literatura en serio, mis alumnos habían de representar un movimiento de vanguardia plásticamente. Los dadaístas eran los más revolucionarios. los mas rompedores. los que daban la vuelta a la historia del arte negando todo lo anterior. 

Dejo fuera al director de cine Erich Romer y a Man Ray que también visité, pero entiendo que este post ya es demasiado extenso.

Algún dia visitaré la tumba de Kafka y la de Borges, también me gustaría la de Poe y la de Walt Whittman y la de Albert Camus

Han sido cinco días en París en que me he sentido acogido por la ciudad y mi familia también también han terminado enamorados de la urbe y de su maravillosa torre Eiffel, una de las obras de ingeniería más artísticas y prodigiosas jamás creadas. 

En el fondo me gustaría haber nacido en París, una de las ciudades en que la cultura y el arte están por todas partes. Soy parisino en la imaginación. 


martes, 15 de julio de 2014

Israel sionista



A todos nos gusta situarnos éticamente en el lado correcto, sentir que la razón moral está de nuestro lado, nos gusta apostar por causas que merezcan la pena, que estén en consonancia con nuestros valores. Nos gusta observar el mundo y comprenderlo sabiendo nítidamente quiénes son los buenos y quiénes son los malos, analizar todos los conflictos humanos y políticos de forma que haya culpables detrás que no tienen nada que ver con nosotros. Los culpables siempre son los otros. Nosotros no. Nosotros probablemente no hagamos nada pero sabemos que estamos en el centro justo. Y así comprendemos el mundo condenando el capitalismo depredador, los USA que están detrás de toda causa injusta, hablamos de la Merkel y su voracidad contra los países del Sur, y, por supuesto, en el conflicto árabe-israelí tenemos claro cuál es nuestra posición pues somos antisionistas y apoyamos a ese pueblo heroico palestino que está siendo masacrado por la asimetría brutal de la agresión del estado sionista de Israel.

Y ¡plas! nos vamos a dormir tranquilos pues ya hemos puesto el mundo en orden. No se va a alterar nuestro sueño porque sabemos que el mundo es injusto pero tenemos claras nuestras ideas. Vale que no supimos qué decir sobre el genocidio de Ruanda en 1994 del que han pasado veinte años y tal vez éramos demasiado pequeños, vale que no nos metemos en la masacre de Sbrenika en que murieron casi diez mil musulmanes indefensos, vale que no queremos opinar sobre lo que pasa en Siria donde se han producido doscientos mil muertos y hay dos millones de refugiados, vale que no opinamos sobre la ocupación del Tibet por parte del estado chino, vale que los kurdos no ocupan nuestra atención, vale que no opinamos sobre el terrible genocidio que se está llevando en Centroáfrica donde hay millones y millones de asesinados en el silencio además de centenares de miles de mujeres que son violadas salvajemente, vale que no opinamos sobre el aplastamiento de la mujer en Irán y los castigos físicos que recibe en nombre de Allah... No, esos conflictos son complicados. Nadie sabe muy bien dónde está el lado correcto. En esos conflictos seguro que tiene la culpa el imperialismo, el neocolonialismo y el capitalismo, pero yo estoy a salvo porque yo que soy progresista sé escoger muy bien a los responsables de cómo entiendo el mundo. Y hay conflictos sobre los que no hay nada que opinar, pero otros...  Claro, yo soy antinazi. Condeno el horror del Tercer Reich contra los judíos de Europa. Pero condeno también el sionismo surgido a partir de Theodor Herzl y que se extendió entre parte de los judíos europeos que se propusieron retornar a la Tierra Prometida de donde fueron expulsados en el siglo I de nuestra era. El estado de Israel, fruto de ese sionismo y el sentimiento de culpa de los occidentales por el genocidio nazi, llevó a que se fundara un estado racista: Israel. Vale que los judíos han sido perseguidos en todos los países en que han estado, han sufrido pógromos y matanzas sistemáticas a lo largo de la Edad Media y la que va al siglo XX, vale que los judíos han sido marginados y humillados en todas las naciones en que han estado. Pero es que en cierta manera se lo merecen por su carácter egoísta y su endogamia. Y ¿para qué hablar de su habilidad para los negocios? De hecho son los que controlan el mundo y así Estados Unidos tiene una cabeza de puente en Israel para defender sus intereses para controlar a los árabes, pero esto es por el lobby judío que controla la Casa Blanca y la Cámara de Representantes. Vale que dicen que Israel es la única democracia en Oriente Medio, pero no es tal porque erigen vallas indignas para separarse de los palestinos y de lo que ellos llaman “atentados terroristas”. Vale que Hamas tira cohetes contra el territorio llamado israelí pero no tienen mala intención, son pequeños petardos para asustar. Y, el opresor judío contesta con una potencia de fuego brutal asesinando impunemente a niños y mujeres. Vale que todos los países que rodean a ese estado, surgido de la conjura sionista, han declarado tres guerras contra él, en 1948, en 1967 y en 1974, pero estas solo buscaban la convivencia con los judíos en pie de igualdad y no pretendían nada malo. Vale que Hizbolá en Líbano afila sus armas contra Israel, que Siria sea un enemigo potente, que Irán esté detrás de la bomba nuclear para igualarse a Israel que la tiene desde hace más de veinte años. Vale que los israelíes se duermen cada noche evocando el Holocausto y sabiendo que en ese lugar en que están no tendrán una segunda oportunidad, pero es que están demasiado obsesionados con el pasado del que tendrían que liberarse. Hay que saber olvidar y abrir los brazos en señal de paz, aunque desde los pueblos árabes e Irán se les recuerde continuamente las cámaras de gas que no fueron tales, de hecho hay quien piensa que todo fue propaganda sionista para justificar la entrega de Palestina a los judíos. Vale, los judíos son igual que los nazis, hay que recordárselo y ligar la estrella de David con la Cruz Gamada para que se den cuenta de su horror. Y no es poco significativo que fuera un judío el que teorizó el psicoanálisis, tratamiento que todo israelí debería recibir porque su sentimiento del mundo es anómalo y ultradefensivo. Los palestinos solo quieren la paz y compartir el país que, trabajando conjuntamente, se abriría a una etapa de paz y prosperidad aportando cada uno lo mejor que tienen. Pero ¿es que no se dan cuenta? Hay que recordar a John Lennon y su Give peace a chance, así como a Nelson Mandela que supo unir contradicciones insolubles y evitó la venganza contra los opresores.

Hay que liberar a los judíos de sí mismos, de sus fantasmas, de sus miedos históricos, de su ley del Talión. Han de abrirse a la paz del corazón y entender el sufrimiento también de los palestinos.


Y entonces desperté tras un sueño extraño que ya no recuerdo.

sábado, 12 de julio de 2014

La experiencia estética de la fusión hombre-máquina



Mi compañero bloguero Ramón Besonías en su blog La Mirada Perpleja reflexiona en un artículo titulado El espejismo digital sobre esa tendencia abrumadora de que en cada experiencia que vivimos, sea visitar un monumento, presenciar un recital, concierto o ceremonia de cualquier tipo, una cantidad muy elevada de participantes elevan sus móviles o cámaras en el aire para intentar captar imágenes de ello. Supongo que todos somos conscientes de ese fenómeno que afecta incluso a las relaciones interpersonales que han de ser fotografiadas en forma de instantánea o selfie, palabra que se ha hecho popular en los últimos tiempos.

Ramón considera que se está sustituyendo la realidad por un doble, que se vive a través de la pantalla del dispositivo, que ello produce una sensación de realidad que sustituye a la experiencia física, que es, en definitiva, un espejismo de realidad que hace perder la capacidad de percibir el evento de forma global y que disminuye la concentración visual y auditiva de lo que es visto a través de la pantalla que se visualiza inmediatamente, no como hace unos años en que teníamos que esperar a revelar las fotografías.

En definitiva la consideración de Ramón Besonías no deja de ser un juicio claro sobre la banalización del mundo en que vivimos que sustituye la visión global y natural de las cosas para imponer una simulación que nos aparta de la verdadera experiencia estética.

Yo, sin embargo, he querido verlo desde otro ángulo al darme cuenta de que yo soy uno de los que habitualmente lleva su cámara de fotos para dispararla con rapidez. Ayer mismo estuve en la Sagrada Familia e hice fotos en el exterior e interior en medio de un mar de turistas en colas inmensas que rodeaban la basílica tanto en su parte externa como interna. La mayoría llevaban cámaras o simplemente sus móviles para fotografiar ese objeto artístico entre Gaudí y su sucedáneo que ha continuado su obra. ¿Por qué esa pasión, común a todas las nacionalidades, edades y condiciones sociales, de fotografiar cualquier experiencia que se nos ponga por delante? ¿Qué estamos haciendo? Yo no puedo decir qué hacen otras personas pero puedo decir qué hago yo, puedo intentar reflexionar sobre ello antes de pensar que todos nos hemos convertido en majaras o simplemente nos estamos banalizando o, peor, lo siguiente, es decir, nos estamos transformando en seres de ficción severamente atontados.

Cuando fotografío la Sagrada Familia, algo fotografiado billones de veces desde todas las perspectivas imaginables, ¿qué estoy haciendo? Creo que lo que intento es apropiarme de la experiencia estética que contemplo reduciéndola a un encuadre que sea mío, de modo que la recreación estética ahora me pertenezca a mí. No quiero revivir ningún momento. Es incierto, a mi juicio, que la fotografía haga revivir el tiempo pasado: no, pienso que lo que hago es fijar un microsegundo, seleccionar un encuadre que es mi visión del objeto transformado por mi mirada. Aquello ya no es de Gaudí o de los continuadores malhadados de su obra. No, aquello es mío. Me he convertido en artista si soy capaz de construir una perspectiva innovadora y única que haga que la experiencia estética ahora tenga mi dominio. Y lo hago a través de una pantalla, elemento mágico, que nos cautivó en cuanto llegaron las primitivas televisiones en los años sesenta del siglo pasado. Tanto es así, que en el mundo y la realidad solo estamos tranquilos si la miramos a través de una pantalla, la pantalla de nuestro móvil, de nuestro iPad o tableta, nuestro ordenador, las smartglasses en cuanto se extiendan... ¿Por qué? Entiendo que se está produciendo la fusión entre el ser humano y la máquina. Ya no somos solo organismos biológicos. No, ahora somos eso y los dispositivos que se conectan a nosotros ampliando o modificando el alcance de nuestros brazos. Tener un móvil es experimentar una sensación de poder inmensa en nuestras manos. Nos absorbe, nos reclama, nos seduce, porque se ha hecho parte de nosotros mismos. La tecnología se ha unido al ser humano. Ya no somos solo nuestra memoria personal, no, ahora somos nuestra memoria y google que la prolonga y la extiende hasta dimensiones desconocidas. Los móviles son elementos complejos fascinantes que amplían nuestro radio de acción y nuestra sensación de poder. Son objetos mágicos en nuestras manos que interfieren en nuestras relaciones personales en virtud de una pantallita proteica que se adueña de nuestra voluntad. Y funcionan casi autónomamente dirigiendo nuestros actos en nuestra vida social. Así miles de participantes en un concierto sacan sus cámaras para sustituir vida real por vida virtual, nuestra nueva dimensión. En los funerales la gente saca fotos del cadáver o sueña con hacerlo pero no se atreve. En los que son públicos ya no existe esta restricción. Queremos fijarlo todo, reconstruirlo todo, hacerlo nuestro. La máquina o el dispositivo se ha integrado en nuestra psique y necesita generar imágenes como una virtualidad más de las posibilidades de conocimiento.


Estamos en un tiempo alfa, muy distinto al que vivieron nuestros padres o abuelos. La tecnología es una extensión de nuestro organismo, sin la cual nos sentimos amputados y restringidos. Se ha reducido significativamente el pensamiento abstracto o conceptual, se ha reducido profundamente el dominio del lenguaje en los nuevos nativos digitales. Caminamos en dirección incierta a un mundo sin filosofías que lo sustenten. No importa tanto el pensamiento sino la imagen del mismo, no importa tanto la realidad como su sucedáneo. No esperamos asistir a la representación global de algo. No. Solo queremos apropiárnosla como espejismo que nutre nuestro deseo infinito de fundirnos con las máquinas para así vivir eternamente.

martes, 8 de julio de 2014

Meditaciones del Quijote



Se cumplen en este julio cien años de la publicación en la editorial Renacimiento del libro de ensayos Meditaciones del Quijote del pensador español José Ortega y Gasset. Es difícil comprender, si no se conoce la época de hace un siglo, aquilatar la dimensión e importancia de este filósofo, sin duda el mejor del raquítico panorama del pensamiento español. 1914 es un año fundamental y no solo por el comienzo en agosto de la Gran Guerra, que también, sino porque en España comienza a tomar fuerza una oposición intelectual al gran fracaso de la Restauración con los dos partidos gobernantes, el Liberal y el Conservador, que hundían a España en una política rancia y corrupta, sin nervio y sin espíritu. Y a esto va a consagrar su vida y su obra José Ortega y Gasset: diagnosticar la parálisis total de la vida nacional y a plantear que todo está por hacer, que hay que renovar profundamente la vida social y política española. Él opone la España oficial, la de los ministerios, y la España vital que él quiere liderar. Y efectivamente en torno a él se agrupan los principales intelectuales de la época al que ven como su mentor más destacado en ese anhelo de rebeldía frente a un sistema anquilosado que solo sostiene un edificio en ruinas.

Ortega fue consciente del deterioro de la Educación (en manos de la Iglesia) y la Política en España. Fue a estudiar a Alemania (Marburgo, Leipzig, Munich) para formarse en la vanguardia de la filosofía y la ciencia europeas. Se impregnó en sus sucesivas estancias en Alemania del espíritu neokantiano que reinaba en las universidades alemanas y trajo la fenomenología de Husserl a España para intentar poner el nivel de la filosofía española en consonancia con Europa de la que era un ferviente defensor frente al españolismo casticista de Miguel de Unamuno, su rival indiscutible en todos los aspectos.  Para Ortega había que europeizar España y ello debían hacerlo las élites intelectuales que el pretendió organizar y estructurar, y así encontramos en torno a él a Baroja, a Pérez de Ayala, Antonio Machado, Azorín, Américo Castro, Pedro Salinas, Pablo de Azcárate, Enrique Díez-Canedo, Ricardo Baeza, Luis Araquistain, Salvador de Madariaga, Jiménez Fraud (el futuro director de la Residencia de Estudiantes) y una serie de brillantes mentes hasta un centenar que llenaron de sentido ese afán de regeneración que había iniciado Joaquín Costa. Ortega fue elegido asimismo presidente del Ateneo madrileño, foro fundamental del regeneracionismo y de rechazo de la política oficial.

El 23 de marzo de 1914 en el Teatro de la Comedia, Ortega dirigió un discurso apoteósico como sabio y como político que entusiasmó a los asistentes al acto. Fue el famoso discurso de Vieja y nueva política que inyectaba pensamiento claro en la Liga de Educación Política que pretendía aunar esfuerzos entre los nuevos liberales, los republicanos y socialistas para dar un sesgo totalmente distinto a una España hundida y postrada en la nada y que había que refundar. La España sana debía ponerse en pie y tomar el testigo de la regeneración total del país. Y Ortega debía ser su ideólogo, este es el papel central que se adjudicaba él.

Meditaciones del Quijote es el primer libro de Ortega. No era un texto filosófico pero como si lo fuera por la complejidad del disperso ensayo que es. Parte de la idea de que hay que buscar nuevas formas de ver las cosas –nuevas perspectivas- subvirtiendo la tradición castiza, conservadora y católica imperante en España. Don Quijote es el héroe español que no ha sido comprendido y que está esperando que varios siglos después surjan sus herederos para rehacer España. Para Ortega, la novela realista del siglo XIX es mera comedia y subraya la mediocridad de su visión burguesa del mundo sin temblor metafísico como era el que tenía el personaje de Cervantes que pretendía cambiar la realidad y el mundo. El héroe es el hombre cualquiera que se hace a sí mismo sin repetir los gestos que la costumbre, la tradición y los instintos biológicos le fuerzan a hacer. El héroe como don Quijote vive entre lo ridículo y lo trágico porque se enfrenta a la vulgaridad que lo rodea y reacciona esta con odio y resentimiento por esa apuesta por el ideal. Los héroes existen y hay que buscarlos dentro de nosotros empezando por desbrozar la maleza que nos ata a lo viejo y caduco así como al dogmatismo.

Uno repasa este momento de hace ya un siglo y percibe elementos comunes con el momento que vivimos en cuanto a la percepción de la parálisis de la España oficial estructurada también en torno al bipartidismo que ha servido de pantalla para una corrupción extendida y la injusticia clamorosa que supone el desmantelamiento y poda de los servicios públicos como la Educación, la Sanidad, la Justicia, la Investigación...


Incluso hace un siglo, la cuestión catalana estaba también planteada desafiando la estructura centralista del estado. También encontramos movimientos de resistencia frente a esa necrosis del sistema que parece haber dado de sí todo lo que podía y se le ve exangüe. El diario El País de hoy día equivale a lo que significaba El Imparcial en 1914, un periódico de glorioso pasado pero ya en el fondo ligado al sistema y conservador. Para Ortega el verdadero político es el que es capaz de comprender el espíritu de época y llegar a la gente aprovechando el vacío que dejan los demás. Así actualmente vivimos una Restauración Monárquica que se ha quedado sin aliento capaz de ilusionar. Los partidos en el poder y en la oposición saben de la rabia e impotencia de la gente y empiezan a apelar a la necesidad de regeneración, palabra que es común con el espíritu de 1914 pero no pueden llevarla a cabo porque se les hundiría su chiringuito político. Hoy la influencia de los intelectuales estrella como Ortega es sustituida por el poder de las redes sociales y en torno a ellas y las televisiones nacen nuevos líderes de verbo ágil que encandilan a las masas y que rechazan la política oficial calificándola de casta, palabra que ha trascendido y se ha extendido en la conciencia popular. Ortega fue el nuevo sabio y capitán de la tribu intelectual. Su historia es la de un fracaso personal muy hondo, pero su pensamiento y figura de intelectual y agitador político fertilizó la España de su tiempo originando un tsunami que desembocaría en la Segunda República. No fue el único factor, claro está. Pero su visión  y análisis de la España de su tiempo fue certera.

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