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jueves, 6 de junio de 2019

¿Existe Dios?




¿Creo en Dios? Probablemente los que lean esto se sonreirán por la ingenuidad de la pregunta en un tiempo que parece indiscutible que los seres humanos no necesitan a Dios para nada y más de ciento cuarenta años que Nietzsche proclamara que Dios ha muerto. La sociedad en general, lo constato, es atea, no sé si en ideología pero sí en la praxis. Vivimos sin dios, intentando crear valores basados en consensos humanos que van variando a lo largo de la historia. Querría creer que nuestra filosofía es el humanismo, esa que pone al ser humano en el centro del mundo como expresó maravillosamente Pico della Mirandola en su Oratio de hominis dignitate. Pero el humanismo tiene sus puntos débiles al considerar que el ser humano es el centro exclusivo de la vida, del sistema, de la naturaleza, cuando dicho predominio absoluto significa la destrucción de bosques y selvas, de especies animales, de mares y océanos. La centralidad de la imagen humana no deja de ser problemática en el uso y abuso que estamos haciendo del planeta, de la naturaleza, de la vida animal. A veces parece que filosofías animistas que consideraban al ser humano como un elemento más de la cadena y no el eje de la misma parecerían más razonables, pero nuestra altivez y soberbia parece que no tiene camino de retorno al equilibrio con la naturaleza. En otras ocasiones se siente una tendencia a la vuelta a modelos religiosos anteriores a la etapa de los monoteísmos que comenzaron con el judaísmo, una época pagana en que existían multitud de dioses antropomórficos o integrados en la naturaleza. El monoteísmo es extremadamente sesgado pero se apropió de la deriva histórica de nuestro mundo. Lejos queda el budismo que no afirma ni niega la existencia de Dios porque no hay ninguna prueba para verificarla así como la de la vida después de la muerte. A mi parecer su punto de vista es harto razonable.

Dios ha sido una necesidad histórica de la humanidad. Todos nuestros pueblos en España y en Europa tienen un edificio singular que se alza hacia el cielo que es alguna iglesia. No se comprendería la historia de nuestro mundo sin esos templos que aportan una visión espiritual a nuestra vida social. ¿Dios ha muerto? ¿Por qué lo hemos sustituido? ¿Por el humanismo? ¿Por centros comerciales o estadios de fútbol o salas de conciertos? Pienso que la ausencia de Dios es también problemática. No hemos sabido con qué sustituirla y el sentimiento de vacío que viene de Dostoievski, Kierkegaard y el existencialismo no lo hemos llenado. Aparentemente Dios no es necesario para nada, pero su lugar vacío clama en la desolación del sentido de la vida y de la comprensión de la muerte. ¿Qué sentido tiene la vida humana abocada sin remisión a la decadencia y a la muerte? Cierto que no necesitamos a Dios para asumir ese destino trágico y doloroso del que evitamos hablar y se nota el terrible tabú ante la muerte a la que se pretende despojar de densidad para hacerla liviana e intrascendente.

Personalmente creo que el universo necesita una explicación que la ciencia es incapaz de dar. Se afirma que Dios ha sido creado por los seres humanos para alumbrar la oscuridad del sentido de la vida o de los desastres de la naturaleza. Dios ha sido inventado por los hombres y no Dios el que nos ha creado a nosotros como afirman las religiones. Lo considero, pero no acabo de cuadrar las piezas. El universo es de una textura y dimensión misteriosa y no comprendemos de él ni una diezbillonésima parte del mismo.

Pienso, como Einstein, en un dios –tal vez dioses- que crearon el mundo y el universo, que diseñaron la vida maravillosamente perfecta y armónica pero que luego se desentendieron de ello. Dios o dioses que están en algún lado pero no tenemos acceso a ellos, están en otra dimensión Los seres del universo –seamos los únicos o no, que no creo- estamos solos, no tenemos acceso a Dios, pero en alguna forma constituimos parte de un diseño enigmático. Dios no está detrás de nuestras desgracias o infortunios. El diálogo con Dios es imposible, probablemente una ilusión fantástica. Pero la deriva del universo forma parte de algún plan. Tal vez Dios nos esté soñando y solo seamos el fruto de su sueño, tal vez una conciencia superior, una raza posthumana nos tiene en esta dimensión planetaria formando parte de una simulación como empezamos a sospechar. Tal vez vivamos en un mundo de sombras proyectadas por las antorchas y estamos aherrojados y condenados a ver solo reflejos…

El ateísmo es poco divertido, no hay nada más árido que un ateo militante que niega misterio a la dimensión que conocemos y quiere reducirlo únicamente a leyes y lo poco que sabe la ciencia. Me resulta mucho más estimulante pensar que hay algo en el sentido del universo que desconocemos por completo, que la muerte puede que sea el final absoluto de un camino o un proceso de iluminación. Dicen que la religión es la mejor literatura inventada, pero podemos invertirlo y pensar que la literatura mejor es la que nos permite imaginar espacios o intuiciones que no han muerto. Probablemente no necesitamos a Dios para nada. Y, como yo creo, Dios está dormido o ajeno a nuestros dramas desde Kolimá a Auschwitz. Mi intuición me dice que de alguna manera nos necesita aunque viva lejos o ajeno a nosotros y no escuche nuestras oraciones. Dios está inacabado, formamos parte de un proceso cuyas claves no conocemos.


viernes, 31 de mayo de 2019

A la búsqueda de una nueva red social universal




He leído en una entrevista que solo las fondues han envejecido peor que los blogs. Yo he vivido el mundo bloguero desde octubre de 2005 cuando apareció Profesor en la secundaria y he llegado hasta ahora, tras año y medio sin publicar en que he vuelto para ser consciente de la realidad de este mundo abocado a la desaparición, sustituido por otras redes sociales menos explicativas y disertativas o simplemente nada. Es como si se hubiera perdido el ansia de intercambio ideológico, ese furor que invadió internet, cuando era una novedad, en la primera década del siglo o en los primeros años de la segunda década. Había hambre de ideas, de intercambio de argumentos y pareceres. Todo eso ha desaparecido y los blogs que subsisten, que son pocos comparado con entonces, son o bien minoritarios o mayoritarios pero sin mucho espíritu crítico. Las ganas de debatir han pasado o son bien marginales reducidas a un pequeño grupo de incondicionales.

En la decadencia y muerte de los blogs hay la manifestación de un proceso de desgaste de la palabra como elemento de comunicación. Actualmente, la red que triunfa es Instagram donde no hay palabras, solo imágenes, memes o vídeos… En un momento se pensó que Internet sería la gran revolución que continuaría la de la invención de la imprenta por el intercambio y el trabajo en red que suponía. Yo me di cuenta en seguida que mis alumnos, hacia el año 2008 o así, no tenían los blogs como herramientas que los representaran. Les propuse crear blogs pero la mayoría desaparecieron en cuestión de pocas semanas, dejaron de renovarse en seguida. No era un lenguaje para los teenagers, eso sin duda. Demasiado bla bla bla. Pocos años después aparecieron las redes que los representaban como Snapchat y, por fin, Instagram.

No hay nada que lamentar. Las herramientas tecnológicas nacen, crecen y mueren. Los blogs son para gente mayor no para los jóvenes e incluso aquellos se han cansado de exponer argumentos para intentar persuadir a los otros. Sin embargo, esto es un proceso que tiene sus implicaciones políticas, creo yo. Todos nos hemos acostumbrado a publicar en redes sociales en que se limita la participación a los que son o piensan como nosotros. Se elimina a los disidentes bloqueándolos. Facebook o Twitter son artilugios en que solo aparecen las personas de nuestro club ideológico, lo que nos hace creer en la universalidad de nuestra doctrina. Yo decidí darme de baja de todas las redes sociales hace más de un año a pesar de ser usuario desde los comienzos de las mismas. Eran demasiado sesgadas, no se soportaban las voces disidentes, solo se buscaba la aquiescencia y la unanimidad. Y eso no me gusta.

Ahora solo quedan, como he dicho, imágenes y redes que funcionan creando fake news para alimentar los odios y resquemores de los usuarios. Internet ha perdido el carácter de lugar de encuentro y de intercambio universal.

En el adelgazamiento de la palabra, en su reducción a la mínima expresión, ha coadyuvado la deriva de la sociedad. En este momento somos así. Estamos en un momento de espera. Todas las redes sociales han envejecido, hay un hueco enorme para sustituir a Facebook, Twitter o Instagram, ya no digamos a los blogs que son verdadero paleolítico. Supongo que en eso están trabajando mentes brillantísimas desde Silicon Valley a Shangái. Todavía falta nacer la red que sea la que represente mayoritariamente a los jóvenes y personas de mediana edad de los años veinte del siglo XXI. ¿Cuál será?

¿Y mi blog? Carne del pasado, pesado artilugio de ideas y palabras que no tiene ya mayor utilidad que la de distraer al usuario que no sabe si despedirse o ponerse a pensar en una red nueva sin palabras, más allá de las imágenes, mezcla de realidad virtual y aumentada que necesita la tecnología 5G. ¿Acaso todo está ya inventado? No creo. Pero ¿acaso no seremos ya viejos para entenderlo?


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