Es tanto lo que se puede hacer en un aula
que en cierta manera ser profesor es un oficio de alquimista en proceso de
búsqueda de la piedra filosofal. No descarto ningún método y abrazo toda
dinámica que nos lleve a caminos inéditos. Entiendo la labor del profesor como
la de un constructor de un mecano cognitivo con infinidad de piezas que pueden
dar lugar a artefactos dispares. No hay dos ingenieros iguales, ni las piezas
son las mismas ni los métodos y estrategias pueden ser idénticas nunca. Además tenemos
el factor tiempo. Toda enseñanza se sitúa en un momento histórico, un fragmento
del tiempo, el externo, el que da el calendario, y, por otro lado, un tiempo
interno, el que viven los protagonistas que están en el aula. El profesor tiene
un reloj biológico interno y los alumnos –cada uno- otro. El resultado de este
ensamblaje pedagógico-existencial es altamente interesante. El profesor va
cambiando a lo largo de su historia. Pasa procesos, asume riesgos y fracasos,
alcanza éxitos y va aprendiendo generalmente solo. Este es un oficio muy
solitario, aunque sea una soledad extraordinariamente acompañada.
Se mezcla todo en una coctelera utópica y
ucrónica: tiempo, método, existencia, conocimiento, estrategia, procesos
paralelos... se le añade un catalizador y he ahí un resultado, como podría haber sido otro.
He vivido algunos cursos anodinos. No
podría controlar el proceso. Me faltaban ingredientes intelectuales. Y el
resultado era realmente deplorable. Lo había intentado pero todo había sido un
fracaso. El profesor en tal caso, pasa momentos malos en el aula y sale del
curso con un sabor de boca amargo. Una mezcla de espíritu de supervivencia
anímica, una dosis de olvido, un par de meses de vacaciones, y vuelta a
empezar. Algunos han criticado estas largas vacaciones de los profesores
comparadas con el resto de los trabajadores, pero esto quiere decir que no se
es consciente del proceso que vive el profesor a lo largo de un curso
normalmente agotador y extenuante. Un curso es un viaje en el que se parte a
alguna parte, se recorre una larga senda, y termina en una muerte simbólica. El
profesor muere a final de curso. No solo es la extenuación anímica, es también
un grado de postración en que se cae sin fuerzas. Hace falta un tiempo de
transición para renacer de nuevo, un bar-do
en la filosofía hinduista y budista.
Un tiempo de reconstrucción intelectual y
existencial. Esto es lo que viví este verano pasado. Acabado el curso, comencé
a idear el curso siguiente. Indagué en internet, busqué experiencias, vi vídeos
de TED, releí textos que tenía olvidados, leí otros que me abrieron el planteamiento
de la neuroeducación y fui consciente de que en mi trayectoria más fructífera
había aplicado lo esencial de esta disciplina: la presencia de la emoción en el
aula, la búsqueda continua de novedad en mis planteamientos educativos, y la
idea de juego como elemento constructor de la clase. Descubrí así el Flipped Classroom o clase invertida, una
idea realmente operativa si uno está dispuesto a indagar y experimentar. La
clase se hace en casa por medio de vídeos y la duración de la clase queda
totalmente libre para profundizar en la materia. Los vídeos son una herramienta
espléndida. Los grabo yo mismo. Llevan vistos unos treinta y tres. Comenzamos a
dos por semana y cubrimos la totalidad del programa de historia de la
literatura. Luego iniciamos la sintaxis. Experimentamos intensamente con el
léxico por medio de aplicaciones formidables. Surgió sobre la marcha el
proyecto de escribir una novela que les ha entusiasmado. Y posteriormente el
proyecto Kafka en el cual llevamos unos dos meses metidos, y todavía nos falta
la lectura de La transformación (La metamorfosis). Si el tiempo lo
permite, quiero hacer una cala en el mundo de Julio Cortázar como derivación conceptual del mundo de Kafka.
Nada de esto es posible si el profesor no
se renueva profundamente, si no muere y vuelve a nacer. Si no investiga, si no
indaga en líneas de pensamiento y de didáctica que pongan en cuestión lo
supuestamente sabido. Necesité una historia personal, bastante accidentada, con
luces y sombras, y un verano en que me dediqué a pensar y a hacer senderismo
por los Pirineos. Volví en agosto
repleto de energía. Y logré ensamblar las piezas intelectivas de una
transformación personal que se proyectaría en el aula. Lo que llevo de curso ha
servido para levantar un castillo de piezas que gozosamente, según lo observo,
van tomando su lugar. Hoy en un examen sobre Franz Kafka, en que podían tener todos los apuntes delante que
hubieran tomado ellos personalmente, he visto cómo el edificio alcanzaba
sentido y dimensión. Ha sido un examen en que han estado volcados intensamente.
No dependía el resultado del azar en absoluto. No habían tenido que estudiar.
Solo tenían que construir un texto de una cara de un folio en que presentaran
coherentemente su visión del escritor de Praga en que podían utilizar todo lo que
hubieran elaborado ellos. El problema para muchos era seleccionar y sintetizar
para articular un texto coherente que tuviera sentido. Hemos leído diversos
textos y los hemos comentado durante estos meses. Este tipo de examen con
material abre un proceso muy interesante puesto que la información que tenían
era fruto de sus apuntes y, por tanto, de su trabajo, de su comprensión y de su
capacidad de expresarlo ordenadamente. Creo que es un nivel de examen mucho más
interesante que el memorístico. Lo que he visto me ha puesto contento.
El curso va a velocidad de crucero, pero
todavía falta el clímax dramático del mismo. Va a ser una pena llegar al final
del año escolar. El profesor habrá recorrido con sus alumnos un largo viaje y
todos conjuntamente se habrán abierto a los descubrimientos y a las sorpresas.
La emoción es fundamental. La emoción unida al ansia de conocimiento. Cuando
llegue junio y termine el periplo, el profesor morirá metafóricamente (espero)
y esos alumnos habrán de seguir adelante tras vivir una experiencia vital creo
que significativa. El profesor ha estado pensando delante de ellos y ellos han
asistido al surgimiento de una idea poderosa, intelectualmente potente. Si el
profesor piensa, ellos sienten necesidad también de pensar.
Esta es la microhistoria de un curso, un
pequeño relato parcial y emocional de un profesor que siente la alegría de la
creación compartida.