Estoy a punto de dejar la profesión y me
siento un aprendiz de gamberro que no puede dejar de sentir admiración por la
realidad de la vida en la medida de que puede ser objeto de un reportaje. Me
gusta la fotografía. Soy feliz con una cámara y haciendo fotos más o menos
afortunadas. Me ayuda a sobrevivir y a añadir ilusión a mis días que terminan
siendo en muchos sentidos apasionantes. Pero hoy he recibido unas observaciones
amistosas por parte del equipo directivo de mi centro. Los tres miembros del
equipo me han hecho reflexionar sobre el último reportaje fotográfico, que he
realizado y colgado en Youtube, de mis alumnos con motivo de su salida a la
exposición fotográfica de Gervasio Sánchez en el Palau Robert de Barcelona. El
tema de la exposición, con textos de Mònica Bernabè, es la situación dramática de
la mujer en Afganistán. Es un reportaje espléndido que he visto en tres
ocasiones lo que me ha conmocionado, especialmente la primera vez que lo vi.
Pensé que mis alumnos de segundo de ESO, entre los que hay bastante muchachos
musulmanes, serían unos estupendos visitantes para esta muestra fotográfica.
Entiendo que es muy importante subrayar la cultura visual de calidad a la que
no es difícil acceder pues estos chicos son más proclives a entender las
imágenes que las obras literarias.
Salimos con ellos dos profesores. Los
chicos se portaron bastante bien. Yo diría que muy bien teniendo en cuenta que
son muchachos de calle más que de biblioteca. Yo llevaba mi cámara fotográfica
y realicé con ellos un reportaje sobre su viaje en metro y su asistencia a la
exposición registrando sus reacciones, sus caras de estar pensando, sobre su
adolescencia en estado puro en contacto con la vida. Reconozco que cuando tengo
una cámara en la mano no sé discriminar qué es oportuno pedagógicamente y qué
no. Es como si la vida se me abriera delante y mi objetivo solo hiciera que
recogerla en directo. Me siento como un corresponsal de guerra que se deja la
piel delante de lo que ve. Fotografié a mis alumnos en la calle yendo a la
exposición. Varios de ellos, musulmanes, se quedaron extasiados ante una tienda
del centro de Barcelona de ropa interior femenina y recogí ese momento genial
cargado de sentido. Los fotografié en la entrada del Palau Robert esperando y
almorzando. Creo que les gusta que los fotografíe, siento que confían en mí y
que esperan que les saque guapos, aunque muchas veces no se ven así. Yo siento
que estoy ante un misterio que es la adolescencia, un tobogán emocional lleno
de contradicciones, tan luminoso como doloroso. Leo sus redacciones sobre el
miedo y advierto que estos muchachos tienen muchos miedos, más de lo que
parece, y el miedo a la propia imagen –bastante extendido- es uno de ellos.
Pero forma parte del ritual. Ellos saben que hago fotos y ellos se dejan fotografiar.
Luego vemos las fotos juntos y nos reímos o reflexionamos sobre ellas. En la
exposición se portaron magníficamente y los vi reflexivos sobre lo que estaban
contemplando, ese horror en que están sumidas las mujeres afganas. Varias
muchachas llevan pañuelo – hiyab- y su
imagen en mis fotos se mezclaba con las de las mujeres de la exposición de
Gervasio Sánchez. Era un juego interesante. Enseñamos a estos muchachos a ser
críticos con la realidad, yo al menos me lo planteo así. Después de estar hora
y media dentro de las salas del Palau Robert salieron a los jardines y jugaron
un rato. De aquí el problema, uno de los problemas. Tienen trece años y tienen
ganas de jugar, de abrazarse, de quererse y de odiarse. Son de orígenes
distintos pero juegan juntos –o se pelean-. Me di una vuelta por el recinto de
los jardines y de pronto vi a tres o cuatro subidos a un árbol. La imagen me
pareció preciosa. ¿Quién con trece años no ha soñado con tener una casa en un
árbol? Pero aquello estaba mal y yo debía reprenderlos. Los hice bajar, pero
antes disparé tres o cuatro fotos en el árbol. Otros se habían subido a una
estatua donde aparecián abrazándose y comunicándose afecto chicos musulmanes,
latinos, hispanos. La imagen me gustó y pensé que merecía ser recogida pues en
efecto, los veo tantas veces peleándose que contemplarles en estado de
vibraciones positivas me encantó. Los fotografié en la estatua igual que luego
jugando con una cadena por la que pasaban al estilo de los ejercicios de zumba.
Me di cuenta de que ya era hora de volver al instituto y los fui recogiendo por
el recinto para de nuevo retornar a Cornellà. Algunos corrían, otros comían
patatas fritas, lo normal en estos casos.
La última hora hicimos clase normal y
trabajaron con seriedad sobre las tareas encomendadas sobre la exposición
“Mujeres”. Fue una mañana divertida e interesante. El problema es que en mi
función como profesor se mezcla una vena ácrata que no logro nunca reprimir del
todo y quise hacer un reportaje sobre lo que había sido la salida, un reportaje
educativo, divertido y veraz sobre lo que son muchachos de trece años que están
saliendo de la infancia. Ya sé que soy educador y que mi misión fundamental es
controlarles y evitar el asilvestramiento de ellos ante actividades culturales.
El caso es que monté un vídeo con música de la que les gusta mezclando las
distintas fotos en blanco y negro y color con comentarios míos sobre la salida,
comentarios bienintencionados sobre el motivo de la exposición que no es otro
que denunciar la opresión que padecen las mujeres en algunos países, y la lucha
de algunas de ellas por reivindicar su libertad. Ahí tenemos a Malala, la
premio Nobel de la Paz, que lucha por el derecho a la educación de las niñas
afganas. Monté el vídeo con mayor o menor fortuna recogiendo los distintos
momentos de la salida: desde su visita al escaparate de ropa interior, su
momento del bocadillo, la visita a la expo con fotos de ellos asombrados ante
lo que veían, trabajando, su espacio posterior de juegos, incluido el que estaban
encima del árbol o jugando a la zumba, así como su viaje en metro durante diez
o doce estaciones. El resultado me gustó. Lo colgué con su permiso de imagen y
envié el enlace a los compañeros del centro así como a los alumnos que
salieron.
Hoy el equipo directivo me ha hecho saber
que mi trabajo es bueno pero no es oportuno pedagógicamente en algunos
sentidos. No podemos mostrar a los
muchachos subidos a los árboles o a una estatua pues eso da una imagen de
descontrol del instituto. Pero los chicos son así, les digo. Ya, pero no se debería mostrar. ¿Qué les
estamos enseñando? Todos sabemos que esa es la realidad de nuestros muchachos
pero otra cosa es mostrarlo como actividad del centro. En otro instituto ya nos habrían montado un serio conflicto. Entiendo
las razones de mis compañeros y digo que inmediatamente lo retiraré.
Cuando soy fotógrafo me encuentro con ese
momento en que la cámara vive por sí misma y no sé discernir demasiado los
límites de la realidad que debe ser mostrada. Por otro lado, veo la obsesión angustiosa que
vivimos sobre lo que es correcto o qué no. En cierta manera me siento orgulloso
de este documento –que he retirado ya- en que se ha visto la realidad de
treinta muchachos y muchachas adolescentes en una mañana en que han salido a
aprender otras cosas que no aparecen en las aulas. A la vez siento una profunda
inquietud al no saber deslindar mi faceta de creador y fotógrafo de mi faceta
de educador y especialista en lo correcto, pues no siento remordimiento por
haber dado salida a otra visión de la realidad -pienso que hermosa- que la que es oportuna. Ello no
quiere decir que no comprenda las razones de peso de mis compañeros.