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domingo, 25 de enero de 2015

Una clase de literatura


El curso avanza rápido en bachillerato a la espera de las temidas pruebas de selectividad para los que logren pasar por la horcas caudinas de segundo de bachillerato. Estamos ya en el siglo XIX, tras tres hitos en el siglo de Oro en poesía, narrativa y teatro. Hemos llegado al Romanticismo y en breves trazos he de expresar el espíritu del hombre romántico frente al ilustrado y aspirante a la Razón como supremo instrumento de conocimiento del mundo. La historia es como una curva con sus nodos alternantes entre periodos racionalistas y periodos críticos con la Razón. El Romanticismo huye de la razón y se refugia en la subjetividad y en los sentimientos. La clave, me digo, es el tamaño del “yo” en el hombre romántico. Busco algo plástico para expresar esa dimensión del ego enfermizo de los románticos. Evohé. Dibujo un “yo” diminuto en la pizarra haciendo referencia al que tienen algunas personas dominadas por el mundo y aplastados por la realidad. Dibujo luego un “YO” enorme, centenares de veces mayor que el primero. Ese es el yo del hombre romántico: desmesurado, excéntrico, sobredimensionado... Dicho ego les llevaba necesariamente a chocar con la realidad y con el mundo que no estaba a la altura de sus expectativas desorbitadas. Ello nos lleva a reflexionar sobre el hecho que yo les sugiero que los artistas en general tienen un ego expansivo y enorme. ¿Se creen, por tanto, superiores? –me pregunta una de las chicas de la clase-. Sí, en cierta manera. En buena manera su ego es tan grande y complejo que les lleva a ser narcisistas, enamorados de sí mismos. Pero eso no evita sus grandes abismos íntimos, su evolución desordenada de estados de ánimo que los lleva a sentirse geniales y a continuación a ser para sí mismos menos que un gusano. Esto les sorprende. Los artistas románticos en especial se sentían muy por encima del mundo sórdido en que les había tocado vivir y huían de él, sea hacia el pasado idealizado o  hacia un futuro revolucionario en que el mundo se transformaría a la medida de sus ideales. De ahí las dos vertientes del romanticismo: el tradicionalista y el liberal revolucionario. Los sentimientos se sobredimensionan en el interior del espíritu del artista romántico. Estados emocionales unidos a ello son la angustia, la melancolía, el hastío, la desesperación, la exaltación que no dura mucho puesto que caerá en el vacío de un mundo incapaz de comprender dicha elevación. La idea de artista incomprendido aletea sobre el panorama. Su arte es demasiado grande para ser asumido y reciben, por tanto, el rechazo de la sociedad, a la que desprecian.

En medio está –les dibujo- el yo equilibrado: el que no es aplastado por las circunstancias ni el exagerado del artista romántico. Es el mejor. Hago referencia entonces al tamaño de sus egos sobre el que he pretendido hacerles reflexionar como anexo al tema del romanticismo. El yo sano es equilibrado y tiene una justa medida, conoce sus limitaciones y sabe dónde comienza el sueño y termina la realidad, no como el protagonista de La vida es sueño que acabamos de leer.

Una chica me pregunta en qué momento de la historia estamos ahora, si en uno caracterizado por la confianza en la razón o en el sentimiento y la irracionalidad. La respuesta no es fácil porque vivimos –le digo- en un tiempo terriblemente complejo en que nada dura más allá de unas semanas, en que hay una mezcolanza total de estilos, en que el mundo se ha hecho pequeño, no como el mundo en que vivían los románticos que todavía era fuertemente teñido por la superioridad de Europa frente al resto del mundo, y por la dimensión todavía misteriosa del planeta que era inmenso y con zonas de profundo misterio en el corazón de África, Asia y Sudamérica. Las comunicaciones eran lentas. Hoy vivimos en la era de internet. El mundo se ha hecho muy pequeño, vivimos intercomunicados por infinidad de pequeños ordenadores que llevamos encima... Yo viví hace veinte años (1996) la sensación de navegar por primera vez por internet y fue algo difícil de olvidar. Hoy internet forma parte de nuestra identidad y solo es el principio. Pronto habrá ordenadores de grafeno y tal vez en un futuro no demasiado lejano lo sean cuánticos (aunque todavía son una hipótesis no realizable de momento). No podemos saber muy bien en qué momento estamos. Algún pensador lo ha calificado de “líquido” (Zigmunt Bauman). Nada parece estable más allá de pocos días o unas semanas. Antes los movimientos duraban un siglo, medio siglo, unas décadas, luego una década, unos años y ahora duran como tendencias muy poco tiempo. Ahora es el tiempo de las redes sociales, inimaginables hace diez años, y no tengo ni idea qué pasará en diez años en que Facebook o Twitter habrán pasado a la historia y serán vistos con la nostalgia de un pasado que nos ocupó durante un tiempo. Les digo que hace veinte años les dije a mis alumnos en clase que los libros terminarían desapareciendo y que los futuros libros serían electrónicos. No podían creerme, pero era el tiempo de la primera guerra del Golfo (1991) y todavía no había eclosionado internet. Ya es un pasado remoto. Que existió aunque nos parezca increíble. Estos muchachos de ahora tienen 18 años. Nacieron hacia 1997, justo cuando yo empecé a navegar por internet.

Tal vez dentro de un siglo se pueda saber en qué momento estamos –me dice otra muchacha-. Si es que el mundo sigue existiendo –contesta otra-.

Esto es una clase de literatura. Y lo demás historias.



14 comentarios :

  1. Hay la extendida creencia que razon y emocion no son compatibles, no lo creo, más que incompatibles debe ser necesaria su union. La emocion no se puede medir pero tiene efectos de contagio tremendos y la razon es una buena forma de conducirse por la vida, pero como dijo alguien alguna vez:

    "El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa, no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen, sino que más bien esto demuestra que la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y, por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas."

    De esta forma todos pensamos que actuamos racionalmente y algunas veces lo hacemos y otras no. ¿Es razonable el sentimiento? yo pienso que si, es el impulso necesario y da resultados buenos cuando se encauza bien, esa es mi experiencia, pero cada uno tendra la suya.
    Un saludo

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    1. Sí, creo que es ajustada esta opinión sobre nuestra presunta racionalidad. Es frecuente escuchar razonamientos desquiciados de la realidad expresados con la mayor de las racionalidades y con una lógica que llega a conmocionarme. Todo puede ser racionalizado. Yo dudo mucho de mi racionalidad, la pongo en cuarentena, sé que en el fondo hay motivaciones sentimentales, emotivas, o que me aportan seguridad desde el inconsciente. De ahí salen asertos que parecen sólidos pero no lo son, por eso suelo hablar siempre como si susurrara, como si pidiera permiso para hacerlo. Quiero decir cuando escribo, tiendo siempre un velo hipotético sin atreverme a afirmar totalmente. Son frecuentes los "tal vez" con que aderezo mi estilo de escritura. La razón nos engaña y también los sentimientos: son frecuentemente manipulados por quienes saben hacerlo, y creemos que nuestras opiniones son nuestras. Pero lo dudo. Una opinión el algo que es eso, una opinión, nada más.

      Un saludo.

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  2. Eso es una clase de literatura que tiene poco que ver con la rancia historia de la literatura apolillada de los libros de texto. Has contextualizado, has generado unas dudas, has proyectado los temores y las emociones de otra época hacia el presente y hacia el futuro. Es una clase de literatura, de vida, es pasión docente, es aprendizaje.

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    1. Las clases son realmente abiertas al mundo actual. Todo elemento del pasado encuentra una referencia al tiempo presente. Los debates del pasado hallan su reflejo en la realidad que ellos habrían de conocer del tiempo que vivimos. Tengo suerte porque es un grupo muy implicado a la hora de debatir y hacer reflexiones, aunque luego su nivel académico no sea muy alto. Hace tiempo que no me encontraba con unos alumnos tan participativos. Las clases son alegres y vivaces, lo que no siempre ocurre. Depende tanto del factor humano. Y sí, con ellos me sale esa pasión docente que alguna vez he creído olvidada o perdida.

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  3. Tú en estado puro. Ahora nos vienen los antisistema a decirnos que formamos parte de él, cuando es muy posible que ellos lo sean, antsistema, porque han hecho mal la digestión de tener profesores como tú, porque la humildad intelectual y la fobia a los maximalismos son lo esencial de la explicación. Algún día lo descubrirán. Una clase como esta que nos transcribes me recuerda muchísimo a las tutorías universitarias anglosajonas: esos diálogos en que docente y discente toman como pretexto las materias para elevarse a consideraciones de orden filosófico o existencial. Supongo que esta ocupará un lugar destacado en ese libro recopilatorio... Un viejo profesor mío, al que le pasé mis primeros escritos, me dijo: "tienes una lupa enorme enfocada sobre el lomo de tu yo" y me invitó a salir a descubrir "otros mundos" a través de la escritura. No sé si le he hecho demasiado caso... De todos modos, dudo mucho, ya, de que tenga algún yo que merezca la pena...

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    1. La última idea de mis alumnos de bachillerato es la de presentarnos al programa de cultura general Boom que da Antena 3. Primero lo dijeron como una sugerencia, pero hoy me he encontrado con que dos de ellos nos han apuntado a ellos y a mí como su profesor para participar en ese programa. Por los clavos de Cristo: espero que de ninguna manera nos seleccionen. ¡Qué vergüenza!

      En cuanto al consejo de tu profesor ... me produce extrañeza y más tu comentario de que dudas de que haya un "yo" que merezca la pena. Creo que no hay posesión mayor que nuestro universo íntimo. Esta expresión te conturbó cuando la utilicé en un post hace pocas semanas. Pero es la única manera en que puedo referirme a ese caos primigenio que constituye lo que se engloba como "yo" y que no es sino una ilusión como bien me enseña mi cercanía al budismo. Sin embargo, leía a Cioran hace poco y asentía a sus observaciones sobre la potencia y naturaleza de ese "yo", de esa subjetividad que todas las religiones quieren subsumir en el Dios, en el Nirvana, en la totalidad, cuando es nuestra única posesión, nuestra posesión más auténtica y valiosa. Creo que aquel profesor que hizo un flaco servicio. Creo que la auténtica literatura parte del yo en contacto con el mundo, no es productivo narcotizar el yo para acercarnos a los otros mundos a los que nunca tendremos acceso si no es a través del yo. Solo podemos contemplarlos subjetivamente. Hay apreciaciones tuyas que solo puedo considerar con esa idea grabada a fuego en ti sobre que hay que anular, aplastar, dormir, controlar, callar a ese yo que pugna por salir. No sé qué sería tu literatura si no hicieras eso, pero sería distinta. Hay algo, Juan Poz, que neutraliza su subjetividad, tal vez el comentario de aquel profesor y quieres disolverte en tus criaturas. Es imposible hacerlo. "La manzana de poz" está llena de un potente yo al que se mantiene en hibernación, como un material evitable. No puedo entenderlo. Si lo más fascinante que hay en mí... es mi yo. Puede que para mí mismo y con eso basta. Pero lo es. Estoy lleno de mí mismo, camino de la muerte en que habré de disolverme, pero no antes, coño.

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  4. Bueno, ya sabes que el romanticismo también tuvo un nosotros...

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    1. La idea de "pueblo" es ese "nosotros" mítico que consagró el romanticismo, pueblo, patria, destino, lengua... Lo conozco bien y desde muy cerca. Ante el vértigo del futuro, el arraigo en valores telúricos, inaprensibles, comunitarios, patrióticos, nacionales...

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  5. Ya me gustaría a mí saber dónde estamos. En qué momento de la historia nos ha tocado vivir. Dicen los optimistas que el presente es el mejor de los tiempos que ha vivido el ser humano.
    ¿Razón? ¿Sentimentalismo? Todo. Yo elijo todo. Y es que una cosa no está reñida con la otra.
    Las etapas literarias son curiosas. A mí me llama mucho la atención que en un determinado período de la historia todos los autores respondan a unos mismos cánones literarios e ideológicos. Algún día alguien tendría que plantearse el porqué de ello. Y hoy, ¿hoy en qué período literario estamos? En internet. Ahí estamos. En la anarquía ideológica donde cada pensamiento puede decantar montones de votos...
    ...Ya me gustaría vivir el futuro y desde allí narrar este presente fascinante que nada tiene que ver con el resto de la historia.

    Un fuerte abrazo.

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    1. Tú lo has dicho, el presente es fascinante, cada vez me lo parece más. Un tiempo turbio, líquido, antidogmático, mestizo, plurivalente, digital... Y me gustaría vivir hasta que llegue la era cuántica aunque solo es una hipótesis. Peligros: muchos y terribles.

      Un abrazo.

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  6. En cuanto al futuro del libro tradicional ,el ebook terminará por imponerse, lo que nadie sabe es cuándo. Es posible que tarde diez años, aunque yo creo que el plazo será más largo, quizá veinte o treinta. La gente joven ─la infancia mucho más─ piensa en código binario, ellos son los consumidores del futuro y verán el libro en papel como una antigualla de colección o para exhibir en el museo. Los expertos están cada vez más convencidos de que, en un tiempo no muy lejano, los libros no se adquirirán de forma individual, sino que primará el servicio de préstamos mediante suscripción: el Spotify de libros, un modelo que está triunfando en el segmento musical. Por una módica cantidad tendrás derecho a bajarte cualquier libro del mercado y a disfrutar de él durante un periodo, algo parecido a lo que ofrecen hoy en día las bibliotecas públicas, pero desde Internet y sobre un dispositivo electrónico de última generación. . El gran perjudicado será el editor y la cadena de distribución.

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    1. Supongo que lo queda cuestionado es la idea de "tener" un libro que sea tuyo, en un lugar físico: la biblioteca, un lugar entrañable que daba entidad a una casa. El visitante podía ver lo que leías e interesarse por ello, conocerte. Sin embargo, yo veo que en mi casa una buena parte de ella es para los libros, pero mis hijas raramente se han interesado por ellos, por saber qué hay allí. Ellas van formando su propia biblioteca. El resultado es que mi biblioteca desaparecerá conmigo, algo que no me produce ninguna nostalgia ni pesar o melancolía. La era digital entierra la idea de espacios físicos: los libros, la música, las fotografías, los documentos, están en la nube, un lugar inmaterial y casi metafísico. Es otra era en la que gozosamente entramos tras los espasmos que me ha producido el acceso a este tiempo.

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  7. Me encantaría asistir a tus clases de literatura, Joselu. Yo tardé mucho en llegar a disfrutar de toda esa riqueza encerrada en los libros porque en Bachillerato sólo leíamos fragmentos de algunas obras y memorizábamos fechas y datos de grandes autores. Como siempre me ha gustado leer gozaba con esas páginas escritas por maestros de la palabra y el pensamiento. No soy una erudita, ni mucho menos, pero creo tener una más que aceptable cultura literaria. Aprobé esa asignatura llamada "Teoría de la literatura" sin saber qué es literatura porque nadie supo decírmelo jamás, pero recuerdo clases inolvidables en las que Rafael Morales, por ejemplo, un hombre encantador, nos acercaba a la poesía del Siglo de Oro, o aquellas otras en las que Teo, apodado "El Sudaca", nos hablaba de autores de allende los mares. Recuerdo especialmente aquella tarde en la que Emilio Miró nos leyó ese tremendo cuento de Unamuno titulado "Solitaña". Eso es para mí la literatura, emoción, sentimiento, reflexión, mucho más allá de las leyes formales que la rigen según algunos.
    Vivimos, sin duda, una época convulsa, difícil, dura, pero ¿acaso no ha sido así siempre? ¿Cuándo ha habido realmente paz y bienestar en todo el mundo? Nunca, pero hoy lo sabemos casi todo y con más rapidez, haciéndonos creer que tenemos acceso a toda la verdad, lo cual es radicalmente falso, pero nos lo venden como si fuera el no va más. En Madrid hay inhibidores de frecuencia en ciertas zonas para impedir la comunicación vía móvil, y estamos más vigilados y controlados que nunca. Sabemos lo que quieren que sepamos, aunque nos venden la moto de la libertad, la democracia y bla, bla, bla. ¿Tiene cabida el "yo" en esta situación? Por supuesto, hay que negarse a ser borregos acojonados, unidos pero conscientes de nuestra valía individual.
    Mis alumnos están empeñados en usar las tablets en clase, algo que ni siquiera contemplo, y los padres dan la barrila con eso en las reuniones porque es lo que demandan sus nenes. Para los meses que me quedan no voy a meterme en ese berenjenal. Ni lo domino ni me gusta, aunque le veo ciertas ventajas. Prefiero que aprendan a escribir una postal, por ejemplo. Muchos auguran la desaparición del cuaderno, el lápiz y el libro como tal. Casi nadie habla del cambio que supone la eliminación de todo lo que conlleva el libro. La gente cree que con una tablet consigues los libros de texto casi gratis, ignorando que hay que pagar esa licencia, casi tan cara como el libro de papel, y encima sólo tiene un año de validez. Hay miles de recursos en internet, yo los uso con frecuencia, pero me niego a renunciar a todo lo bueno que tiene lo anterior. Eso es lo malo, que quieren eliminar de un plumazo lo de antes para sustituirlo por pantallas iluminadas, y yo, en cambio, prefero combinar aquello con esto. No tengo libro electrónico ni pienso tenerlo, no me gusta leer en una pantalla, me cansa y me marea, prefiero hojear un libro, tocarlo, olerlo, saber por el marcapáginas cuánto he leído y cuánto me falta, no por tantos por ciento. Soy anticuada, sí, ¿y qué?
    Recién salida de la gripe y arrimada a la chimenea para soportar el frío polar que nos inunda buscaré un hueco para escribirte con calma. Un fuerte abrazo, colega.

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    1. Yolanda, he pasado bastantes años sumido en la incertidumbre sobre mi valor como profesor de literatura. No lograba encontrarme y mis alumnos eran esquivos a lo que yo les proponía. No dudé en culpabilizarme y no sabes qué elucubraciones más sombrías hice de mí mismo. Sin embargo, el año pasado mis alumnos de literatura de bachillerato obtuvieron magníficas notas en selectividad y el desarrollo del curso fue fructífero e interesante. Este año incorpora una selección de alumnos (chicos y chicas) que se dejan implicar en lo que el profesor propone y -al margen de su nivel- el docente recuerda cómo debe ser una auténtica clase de literatura: una clase que haga pensar, ese es mi objetivo y para eso trabajo.

      En cuanto a la incorporación de la tecnología a las aulas, yo entiendo que puede hacerse con ella y sin ella. Estos alumnos que ahora tengo en bachillerato fueron los conejillos de indias que tuvieron portátiles a lo largo de la ESO, y ahora, creo que se sienten aliviados en bachillerato de haberse liberado de algo que les hizo perder muchísimo tiempo. No estimo que los portátiles les hicieran trabajar ni más ni mejor. Yo los utilicé y sé que no producen una mejora de ningún tipo. Si acaso hacerlos más holgazanes y distraídos. En muchos sitios donde se implementó esta incorporación de la tecnología se ha reculado y se ha vuelto a procedimientos más clásicos. Ello no obsta para que yo los utilice creativamente intentando aprovecharlos en lo que aportan que puede ser mucho, pero en su uso cotidiano predomina sus aspectos más livianos.

      ¡Qué envidia la chimenea! Yo quiero una, cáspita. Por aquí apenas hace frío. También tengo envidia de eso. Me gusta el frío, sentirlo y que penetre en mis huesos para, luego, llegarme a esa chimenea imaginaria y calentarme.

      Un abrazo, fuerte, fuerte, Yolanda.

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